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jueves, 4 de marzo de 2021

DEVOCIÓN CRISTIANA - Introducción - por A. N. Groves

 “He aquí que yo soy Jehová,
Dios de toda carne;
¿habrá algo que sea difícil para mí?”


Jeremías 32:27

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INTRODUCCIÓN

EL CRISTIANISMO AVANZA MEJOR CUANDO LOS CRISTIANOS DEDICAN TODO A CRISTO


He sido profundamente afectado considerando la extraña y triste verdad de que el cristianismo ha visto poco progreso durante quince siglos sucesivos. En el estudio atento de la historia del evangelio, observo que el cristianismo primitivo debía mucha de su energía irresistible a que los discípulos manifestaron abierta y públicamente el amor de su Redentor y Rey. Además, dieron pruebas de esto en su conducta. Y estoy convencido que ese amor tiende directa y poderosamente a aumentar la prosperidad de la iglesia de Cristo, y a extender su influencia en el mundo en todo tiempo. Por lo tanto, me atrevo a exponer el resultado de mis reflexiones para la franca consideración de todo sincero discípulo del Señor, “que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9).
    Esa manifestación de amor se veía en la entera y real (no figurada) devoción de ellos, sus bienes, su tiempo y sus talentos a Cristo su Señor y Rey. Los siguientes comentarios más específicamente se dirigen a la distribución de los bienes, ya sean bienes raíces de capital poseído, o de ganancias recibidas de ellos, o de los negocios, o empleos, o herencias.
 

CRISTO MANDÓ LA ENTERA DEDICACIÓN, LOS APÓSTOLES LA PRACTICARON, Y NOSOTROS TAMBIÉN DEBEMOS.

    Me propongo demostrar que la entera dedicación de las riquezas materiales es invariablemente impuesta por los mandatos de nuestro Salvador, e ilustrada por la práctica de Sus apóstoles y sus contemporáneos. Por eso ruega que todos los sinceros discípulos de Cristo pesen estos escritos en la balanza del Santuario, no en las balanzas del mundo ni las de la lógica humana. Deben orar seriamente al “Padre de luces” (Stg. 1:17) para que en su búsqueda de la verdad tengan un ojo bueno (Mt. 6:22-23) para la gloria de Aquel a quien deben servir. También que deseen tanto la extensión de Su reino que, buscando la verdad, tendrán una tierna consideración de sus propias almas y las de millones de judíos, árabes, y otros incrédulos y herejes cuya ignorancia y perdición profesan deplorar. Investiguemos el significado y la extensión de las palabras del Salvador: “No os hagáis tesoros en la tierra”. Dejémonos persuadir de que son literales y que los apóstoles y sus compañeros las recibieron sin restricciones. Que el Espíritu Santo de Dios nos ayude a recibir el privilegio consolador de echar sobre Él todas nuestras ansiedades, sabiendo que Él tiene cuidado de nosotros (1 P. 5:7).
    Solo ruego que al investigar el asunto que seamos guiados por los varios preceptos y argumentos bíblicos ilustrados en la práctica uniforme de nuestro Señor y Sus apóstoles, para comprender Sus palabras y aplicarlas. Por eso, comenzaré considerando en primer lugar el texto bíblico donde aparece el principio a que aludimos. Veremos cómo es fortalecido por preceptos e ilustrado con ejemplos. Luego consideraré su relación con otros mandamientos de peso, los cuales sin éste se vuelven difíciles o imposibles de entender y aceptar. Entonces concluiré con algunos argumentos que demuestran que, si el objetivo correcto de las iglesias es la extensión del espíritu del reino de Cristo, estos puntos están de acuerdo con la razón y con la revelación. 

continuará, d.v.

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domingo, 1 de noviembre de 2020

"Échate abajo"


Así dijo el diablo al Señor Jesucristo, y le dijo “escrito está” y citó el Salmo 91 para que sonara bíblico su consejo. En Mateo 4:5-6 leemos: “Entonces el diablo le llevó a la santa ciudad, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate abajo; porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, y, En sus manos te sostendrán, Para que no tropieces con tu pie en piedra”. Es como si dijera: “Tenga fe, Dios te protejerá”.
    Y hay, lastimosamente, hermanos queridos nuestros que,  dicen a la gente, “tenga fe, hermano”, Dios te guardará y no te tocará el virus. Y citan el mismo Salmo que intentó usar el diablo. Satanás citó el versículo 11, y algunos hermanos bienintencionados hoy citan el versículo 10: “No te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada”. Creen que si tienen fe no es necesario llevar mascarilla (además no les gusta, pero no dicen esto), ni guardar distancias, ni lavarse mucho las manos, y todo esto que los médicos recomiendan para evitar contagio. Dicen: “tenga fe” y se reúnen sin mascarillas, sentados juntos en gran proximidad, se dan la mano, se dan los besitos, y creen que no se contagiarán.
    Quizás no se dan cuenta, o no quieren darse cuenta, que eso no es fe sino atrevimiento, y roza con la clasificación de tentar a Dios. Invito al lector a observar cómo el Señor respondió al diablo cuando ese le dijo “échate” y le cito el Salmo 91 para justificar su consejo. En Mateo 4:7 el Señor Jesucristo replicó: “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios”. Y no se echó, porque no hubiera sido fe sino un atrevimiento egoísta que simplemente sería tentar a Dios.
    ¿Cómo aplicamos esto a nosotros hoy?  Una cosa debe estar clara: Dios no suspende las leyes naturales, ni la ley de la causa y el efecto, o las consecuencias, para los creyentes. Por ejemplo, si te atreves a echarte del balcón o el tejado de una casa, no flotarás en el aire, ni aterrizarás suavemente. Te caerás con ímpetu, y dependiendo de la altura y del impacto o te herirás gravemente o te matarás. Porque está en vigor le ley de la gravedad, y Dios no la suspenderá.

    Cuando era niño pequeño salio eso de “superman” y estaba de toda. Todos los niños querían imitar a “superman”. Le dije a mi madre que me fijara una toalla en el cuello de la camisa, como capa, y luego quería saltarme de la ventana y volar como Supermán. Menos mal que ella no me consentía esa locura. Imagínate lo que hubiera pasado si me dejara hacer eso. Yo creía que podía, pero estaba en lo equivocado, pues eso era algo muy peligroso. Ella no me dijo: “tenga fe”, sino: “No”, porque me amaba.

    Otro ejemplo es algo que hacen algunos musulmanes. Cuando vivía en Turquía notaba que en mi ciudad casi todas las semanas murió alguien atropellado en la calle. Porque dice la gente: “Inshalla” (se pronuncia “inshala”). Eso quiere decir: “Si Dios quiere” o “Dios mediante”. Los musulmanes creen en una forma de predestinación – que si Dios quiere que viva, puedo cruzar la calle en medio del tráfico y no me pasará nada. Y si Dios no quiere que viva, aunque tenga yo mucho cuidado, todavía moriré porque Dios quiere. Razonando así con el “Inshalla”, llegan a la conclusión de que pueden hacer lo que les parece porque de todos modos vivirán o morirán si es la voluntad de Dios. Y cuando uno se mete en la calle y se descuida del tráfico, le golpea o le atropella un camión y muere. No tiene Dios la culpa, sino él que se metió delante del camión. Causa y efecto.
    Así, queridos hermanos, con el virus COVID-19. No digamos que tenemos fe y por eso creemos que podemos descuidar los consejos de médicos y biólogos porque – razonamos – Dios no permitirá que la plaga nos toque. Si te descuidas, te contagiarás, porque el virus anda suelto, y busca a quién infectar. Le da igual que seas creyente o no. Dios no suspenderá las leyes naturales por ti. Puedes enfermarte y morir, al igual que los demás. ¿O crees que no mueren los cristianos?
    No, hermanos míos, no es fe sino atrevimiento reunirse sin mascarilla y no mantener distancias. Además, los médicos informan que hablar fuerte en público, predicar y cantar son actividades que lanzan con más fuerza y a más distancia el hálito y los microbios que contiene. Es como toser o estornudar fuerte, y afecta a todos los que están alrededor. No es fe, sino falta de consideración y amor fraternal cuando sujetemos a los demás a eso en una reunión. En algunos casos, además de que no es fe, es la pereza egoísta. Dicen que tienen fe, pero es una excusa que suena espiritual y cubre la razón verdadera que es simplemente que no quieren. O quizás camufla la ignorancia voluntaria que rechaza y rehúsa creer los sanos consejos que son para nuestro bien.
    Yo llevo la mascarilla cuando salga de casa, siempre. Si entro en casa de un hermano para visitar, uso el gel desinfectante justo antes, llevo mascarilla y mantengo la distancia en su casa. Nada de besos y abrazos. Son sencillos consejos basados en ciencia y medicina. El virus sigue las leyes de la naturaleza, y Dios no las suspenderá por ti, hermano. Como no te echarías de un puente, ni te meterías delante de un camión diciendo “Inshalla”, tampoco debes descuidar las precauciones que aconsejan para evitar contagios. Así que, no digas: “no tengo el virus”, porque no sabes eso. Puedes tenerlo hasta diez días sin ver las síntomas, y todo ese tiempo estás contagiando a todos los que están cerca. No solo por ti, sino por los demás ponte la mascarilla, antes de entrar en el local, o en la casa de un hermano y no la quites. Desinféctate las manos. Guarda las distancias. Así practicas el amor fraternal y la consideración.
    ¿Necesitamos poner porteros en los locales para negar la entrada a los que no llevan la mascarilla? ¿No podemos contar con la buena voluntad de los hermanos, como dijo Pablo cuando escribió a Filemon? “Te he escrito confiando en tu obediencia, sabiendo que harás aun más de lo que te digo” (Flmn. 21). Sea así con nosotros.          Seamos sensatos, hermanos, porque no se trata de fe, sino de no tentar a Dios creyendo que el mal no nos puede tocar. No seamos como el necio en Proverbios 12:15. “El camino del necio es derecho en su opinión; mas el que obedece al consejo es sabio”. Seamos sabios. No nos echemos del pináculo del tempo citando las Escrituras durante la caída.

Carlos Tomás Knott

1 noviembre 2020

miércoles, 3 de julio de 2019

Obediencia A Cristo: El Único Señor De Las Iglesias



Texto: Apocalipsis 1:9-20

En este pasaje el Señor Jesucristo se revela a Juan, y en la visión Juan le ve en medio de las siete iglesias. Ningún otro está en el centro, sino solo Cristo. Las iglesias no se congregan en torno a una persona popular o afluente, porque esto sería una afrenta a Cristo. Ningún hombre, por rico, popular o influyente que sea, debe atreverse a ocupar el lugar de Cristo o controlar las iglesias. Las iglesias en el Nuevo Testamento estaban en lugares distintos, cada uno con su geografía, clima, idioma, costumbres, dieta, etc., pero todas ellas fueron gobernadas por un mismo Señor y una misma Palabra. De este modo se puede cumplir la exhortación de 1 Corintios 1:10, “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”.
    Cuando unas iglesias o personas obedecen al Señor y otras no lo hacen, no es por cultura como algunos nos quieren hacer creer, sino por la actitud de su corazón. Los hermanos de Filipos dan ejemplo: “como siempre habéis obedecido” (Fil. 2:12). La verdadera conversión debe comenzar con una confesión del señorío de Cristo, y esto no es negociable (Ro. 10:9).
    El que dice que cree en el Señor, pero no lo obedece, se contradice. Observa el ejemplo de Abraham en Hebreos 11:8, “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir...” Es la obediencia de la fe. Spurgeon predicó un sermón entero sobre esta frase: “por la fe Abraham...obedeció”. La obediencia señalada aquí no es por miedo, sino por fe. La desobediencia viene de falta de fe – o sea – de desconfianza. La obediencia no es a regañadientes, a base de latigazos, sino por amor como bien remarca el Señor en Juan 14:15, “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. El creyente ama al Señor y desea agradarle. ¿Cómo sabe qué es lo que le agrada? Por Su Palabra. Una verdadera conversión tiene como resultado la carne crucificada (Gá. 5:24) y el mundo negado en la vida del creyente. No quieren amistad con el mundo, porque son motivados por el amor de Dios (1 Jn. 2:15).
    Observad cuán importante es esta condición que Jesucristo pone para tener amistad con Él. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:14). ¿Y dónde tenemos los mandamientos del Señor, sino en la Palabra de Dios?  No son sugerencias, sino mandamientos. No son gravosos (1 Jn. 5:3) porque el creyente es motivado por fe, amor y gratitud. Desea vivir para agradar al Señor y hacer Su voluntad.
    Cualquiera puede equovicarse, ¿y quién no lo ha hecho?, tanto personas como iglesias. Pero cuando el Señor nos corrige con Su Palabra y nos recuerda y señala el buen camino, manifestamos nuestra fe (confianza en Él) por un arrepentimiento y obediencia a Él.
    Esto tiene muchas aplicaciones – y cierto es que los cambios que observamos en las personas y las iglesias no vienen de fe, amor y separación del mundo, sino de lo contrario – falta de fe – deficiente amor y conformedad al mundo. La entrada de la música contemporánea, la desaparición del énfasis en el arrepentimiento y el señorío de Cristo en la predicación del evangelio, el protagonismo de las mujeres en las familias y las iglesias (el feminismo), y la mundanalidad en las diversiones y la forma de vestirse, son solamente unos ejemplos corrientes, y síntomas de un mal espiritual que es cada vez más generalizado.
    Un ejemplo corriente es la cuestión de la vestimenta de la mujer, que le es prohibido en Deuteronomio 22:5 llevar ropa de hombre, porque “abominación es a Jehová cualquiera que esto hace”. Se aplica a “cualquiera”. No dice “en una reunión”, porque habla de la vida, no de una reunión. Que sepamos los hombres no quieren llevar faldas, pero las mujeres sí tienen afán de llevar pantalones – la moda establecida en el mundo. No era así, pero el mundo ha cambiado, y ahora las iglesias aflojan y cambian – cediendo a las presiones y las modas del mundo. Las excusas y razonamientos filosóficos son múltiples pero insignificantes. Hacer lo que Dios abomina no es crecer ni madurar. La ley de Dios no es mala, sino buena, santa y justa (Ro. 7:12). En ella aprendemos cómo Dios piensa, Sus propósitos, y cuáles son las cosas que le gustan y no le gustan. Entre las abominaciones están cosas como la homosexualidad (Lv. 18:22; 20:13) la idolatría (Dt. 7:25; 13:6-14), “los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente,  el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Pr. 6:17-19). El Antiguo Testamento tiene validez y valor para enseñar y amonestarnos (Ro. 15:4; 1 Co. 10:6, 11).
    Es triste ver y oír de iglesias donde los hermanos responsables han dicho o permitido sin comentarios que las hermanas vistan pantalones. Años atrás no lo permitieron, pero han cambiado, y ahora se justifican diciendo que hay que madurar. No es madurez cuando uno afloja en la Palabra de Dios, se adapta al mundo y comienza a criticar a los que no cambian. Hebreos 5:14 dice que “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. La madurez capacita al creyente a discernir las cosas que son de la Palabra de Dios – el bien – y las que son del mundo – el mal. Pero desde la antigüedad ha habido en el pueblo de Dios los que han aflojado y cambiado, profesando hacer bien. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Is. 5:20-21). Aunque haya hombres que digan que las hermanas pueden llevar pantalones y no pasa nada – recuerda que en el Antiguo Testamento había falsos profetas que decían al pueblo que podía ser y hacer como las naciones y que no pasaba nada. Por eso el profeta Isaías, inspirado por Dios, dijo: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Is. 8:20).
    Otro ejemplo es la proliferación de reuniones de mujeres, siendo estudios bíblicos, conferencias, retiros, etc. en los cuales las mujeres lideran, predican y enseñan. Un grupo de mujeres celebró una cena del Señor solo para ellas, para que se levantasen a adorar y orar en voz alta, como normalmente hacen los varones. No parece importarles que no hay ni una reunión de mujeres creyentes en todo el Nuevo Testamento – es decir, carece de instrucción apostólica y de ejemplo bíblico como base para esas actividades. Es preocupante saber que nada de eso podía haberse desarrollado sin el permiso de los varones responsables en las asambleas, así que en el fondo representa un fracaso de liderazgo espiritual. Pero esos varones, en lugar de arrepentirse y volver a conformarse al patrón bíblico, defienden “los derechos” de las mujeres a reunirse y tildan de divisionistas a los que se resisten. Algunos insisten que cada asamblea es autónoma y puede decidir esas cuestions. Pero la autonomía no libra a ninguna asamblea del señorío de Cristo, pues Él es cabeza del cuerpo, y está presente como Señor en cada reunión. Ningún anciano, misionero o grupo de los tales tiene derecho a enseñar a hacer lo que el Señor prohibe, ni prohibir lo que el Señor manda. ¡Asombrosamente, se escucha de asambleas donde personas han sido puestas en disciplina por no asistir a la reunión de mujeres! Y las mujeres “maestras” tampoco desean arrepentirse y volver a integrarse en la congregación como hermanas cuya responsalidad es aprender en silencio, con toda sujeción, porque no le es permitido a la mujer enseñar (1 Ti. 2:11-12).
    ¿Quién no reconoce que en los últimos veinte o treinta años ha habido muchos cambios en las asambleas? ¿Son bíblicos o adaptaciones al mundo? Cuando hay desvío en el pueblo de Dios, el llamado bíblico es: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer. 16:6). En Apocalipsis 2-3 leemos lo que el Señor dijo a las siete iglesias de Asia, y llamó al arrepentimiento a cinco de las siete. Si esas iglesias, en la época de los apostoles, se habían desviado y tenían que arrepentirse, ¡cuánto más es así hoy en los postreros tiempos! 2 Timoteo 4:3-4 describe tiempos que entonces eran futuros, pero ahora han llegado: “no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias,  y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”. Cuando el liderazgo es culpable de aflojar y cambiar, debe humillarse y arrepentirse, porque su ejemplo afecta a muchos (Stg. 3:1) y pueden recibir mayor condenación.
    La iglesia en Éfeso fue llamada a arrepentirse (Ap. 2:4-5), porque pese a sus muchas actividades había dejado su primer amor. “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”.  Es un ultimátum del Señor. “¡Vuélvete, porque si no...!” Las primeras obras son las hechas con amor puro al Señor, celo por Él, y conforme a Su Palabra.
    La iglesia en Esmirna es una de dos que no tenían que arrepentirse. Sufrió por su fidelidad. Pero el Señor le anima con estas palabras: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10). ¡Ojalá siguiéramos todos ese ejemplo! Esto es lo que necesitamos hoy, creyentes e iglesias que se mantengan fieles hasta la muerte – fieles hasta el fin – sin aflojar, sin cambiar.
    La iglesia en Pérgamo fue permisiva – admitía en su medio a los que retenían la doctrina de Balaam y otros con la doctrina de los nicolaítas que el Señor aborrece. Hoy también hay iglesias que han crecido mediante la tolerancia y la permisividad, pero el Señor no aprueba. “Arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca” (Ap. 2:16). La espada de Su boca es la Palabra de Dios, que no solo enseña y edifica, sino también reprende, amonesta y corrige.
    La iglesia en Tiatira también fue permisiva y tolerante, y eso desagradó al Señor. Toleraba la enseñanza de una mujer que se decía ser profetisa. Es el único ejemplo en el Nuevo Testamento de una mujer enseñando en una iglesia, y queda tajantemente desaprobada. El Señor le dio tiempo para arrepentirse, pero Su paciencia tiene límite. Ella no quiso arrepentirse. Hay mujeres hoy que tampoco quieren arrepentirse de su usurpación y desvío, pero el juicio viene. Romanos 2:4-5 habla de la dureza y el corazón no arrepentido de los que aprovechan la misericordia y benignidad de Dios para seguir en su mal camino. Cuando manifiestan que no quieren arrepentirse y someterse a la Palabra del Señor, es tiempo de juicio.
    La iglesia en Sardis también fue llamada a arrepentirse. El Señor no halló sus obras perfectas delante de Dios (Ap. 3:2). En lugar de disculparla diciendo lo que oímos mucho hoy: “no hay iglesia perfecta” – el Señor la corrige, amonesta y llama al arrepentimiento.“Acuérdate, pues, de lo que has recibido... y guárdalo” ¿Qué había recibido? ¡La Palabra de Dios – la fe una vez dada a los santos, la gracia de Dios para vivir conforme a Su voluntad, y “espiritu... de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7). Cristo manda y advierte: “...Arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Ap. 3:3). Es otro ultimátum divina. ¿Puede aplicarse a algunos de nosotros?  La respuesta es sí, si no guardamos lo que hemos recibido del Señor.
    La iglesia en Filadelfia es la otra que no fue llamada a arrepentirse. Tenía poca fuerza – probablemente no era muy grande ni tenía creyentes ricos o influyentes, pero había guardado Su Palabra y no había negado Su nombre (Ap. 3:8). Ésa es una iglesia digna de imitar. Pobre pero fiel. No necesitamos a ricos ni poderosos, sino al Señor y Su aprobación. ¿Somos capaces de rechazar y parar la influencia de los fuertes y perder su favor, para obedecer al Señor y serle fieles? Hay cosas peores que pobreza y poca fuerza. En Lucas 6:24-26 Cristo dice:  “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”.  A la iglesia en Filadelfia el Señor promete venir pronto, y manda: “Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:11). No hay corona para los que no retienen la Palabra de Dios sino que cambian para ponerse al día y tener “éxito” a corto plazo. Cuando uno no retiene la Palabra, aunque diga que ha madurado, la verdad es que ha sido infiel.  Las coronas son para los fieles.
    La iglesia en Laodicea también fue reprendida, castigada y amonestada a arrepentirse. Laodicea significa “el pueblo gobierna”, y nada hay más adecuado para describir las iglesias evangélicas en nuestros tiempos. El pueblo tiene voz y voto. Las mujeres mandan. Los jóvenes mandan. Los hombres de negocio mandan. La congregación influye a los pastores y ancianos para que efectúen los cambios deseados. Y los hombres, sin principios bíblicos, o sin convicciones, o temerosos (Pr. 29:25), aflojan como Pilato y ceden a la voluntad del pueblo. La iglesia en Laodicea es la patrona de los tales. Era una iglesia afluente, desobediente, sin Cristo y espiritualmente ciega – ignorante de su condición. En qué sentido era todavía una iglesia es difícil de saber. Había sido una iglesia. Todavía profesaba ser una. Estaba pronto a ser vomitada de la boca de Cristo (Ap. 3:16). Su reprensión y castigo eran señales de Su amor (Ap. 3:19). Pero no es un amor tolerante: “sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Sin esto, Él no puede estar en tales iglesias. En el versículo 20 manifiesta Su deseo de comunión, pero para que sea posible, manda y promete lo siguiente. “Si alguno oye mi voz”, es decir, hazme caso. Busca al individuo: “alguno”. No hay que esperar a los demás. “Abre la puerta”, esto es, reacciona y búscale. “Entraré a él, y cenaré con él”. No todos, sino los que responden al Señor, es decir, los arrepentidos.
    Las asambleas no hallarán la bendición en locales nuevos, ni en la modernización, sino el volver al buen camino. Desde los tiempos de los apóstoles los fieles siervos del Señor han indicado claramente la doctrina y práctica de la iglesia y la vida cristiana. La fe ha sido una vez dada a los santos (Jud. 3). Hay que obedecerla, y combatir fervientemente por ella. Si alguien tiene agenda de introducir cambios, la Biblia advierte: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres” (Pr. 22:28). Los avivamentos en la Biblia tomaron lugar cuando hubo una vuelta a la Palabra de Dios, con arrepentimiento, quebrantamiento y lágrimas, y cuando hubo firme resolución a obedecer a Dios.  Hermanos, en nuestros días más que nunca hay necesidad de arrepentirnos, personas e iglesias, volver al patrón de la Palabra de Dios, guardar lo que hemos recibido y ser fieles hasta la muerte. Es el camino que el Señor marca. Las palabras de Cristo a esas siete iglesias también son para nosotros, hermanos. A cada una de esas iglesias el Señor añade esta exhortación: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. El Señor de las iglesias ha hablado. El Espíritu ha hablado. Recibamos y obedezcamos Su Palabra con amor y fe, hasta que el Señor nos llame a Su presencia.

Carlos

¿Oración o Email?

“Tú oyes la oración; A ti vendrá toda carne” (Salmo 65:2).

Hoy en día la gente de cualquier parte del mundo puede comunicarse rápida y fácilmente por medio del internet y email. Sin embargo, debo confesar una preocupación personal que siento, aunque reconozco que pueda ser el único que siente esto.
    Me acuerdo de los tiempos de antaño, de los misioneros pioneros, y cómo estaban aislados del mundo fuera del lugar donde servían, y cuando surgieron dificultades, se comunicaban con el Señor. ¡Oraban, y sus necesidades fueron suplidas! 
    Pero hoy en día, me temo que en lugar de orar en secreto a nuestro Padre (Mt. 6:6), enviamos un email a los santos. Hoy en día es posible poner todo al conocimiento de los santos instantáneamente, como si ellos fuesen la fuente de las soluciones a nuestros problemas. Muchos hermanos, en nuestro país y en países extranjeros, pueden informar a los demás acerca de su obra casi cada hora, contando sus necesidades espirituales, físicas o económicas. A lo mejor los misioneros de antaño escribían una vez al mes, cada dos meses, o una o dos veces al año, y muchos nunca hablaron sus necesidades económicas, sin embargo, el Señor proveía fielmente.
    Algunos dicen: "Hay que crecer", dando a entender que hay que cambiar y que eso es mejor. Pero en este caso no es así, por mucho que lo digan. Hebreos 11 nos da ejemplos de la vida de fe, y en la sabiduría de Dios este capítulo está completo y no necesita modernización.
    ¿En quién tenemos fe, en el Señor o en los hombres? Debemos recordar que nuestro Padre celestial es a quien debemos ir en tiempo de necesidad. ¿Pretendo sugerir que ignoremos las oportunidades que la tecnología nos provee? No, pero sí sugiero que tengamos cuidado de que el email no tome el lugar de la oración y la fe en el Señor. ¡La oración es más poderosa que el email!
adaptado de un artículo por Steve Hulshizer

martes, 13 de noviembre de 2018

Una de Dos


No puedes nadar y guardar la ropa. Hay que escoger entre dos. Tu decisión tiene consecuencias eternas, así que reflexiona y escoge bien.

La Biblia enseña que 

Hay 2 hombres progenitores:
1. Adán, el primer hombre, es progenitor de todo ser humano. Irrespectivamente del país o raza de nuestro nacimiento, descendemos de Adán, el pecador por el cual entró el pecado y la muerte en el mundo (Ro. 5:12). Todo hijo de Adán es pecador, y la historia del mundo demuestra que es así.
2. Cristo, "el postrer Adán" (1 Co. 15:45), es "el segundo hombre" (1 Co. 15:47), el Señor del cielo. Él es cabeza de todos los que nacen de nuevo por la fe en Él. Creyendo en Cristo nuestro Salvador, pasarás de pertenecer a Adán, el pecado, la muerte y la condenación (Jn. 5:24) a ser de Cristo y tener la vida por la gracia de Dios.


Hay 2 muertes:
1. La primera muerte es física, cuando el cuerpo físico fallece y el alma y espíritu se separan del cuerpo. Después de la muerte física todavía queda pendiente el juicio de Dios (He. 9:27).
2. La segunda muerte es espiritual y eterna, cuando la persona inconversa es juzgada y separada eternamente de Dios, enviada al lago de fuego: "Ésta es la muerte segunda" (Ap. 20:14).


Hay 2 resurrecciones:
1. La primera resurrección es la de los creyentes en el Señor Jesucristo, y es para vida (Jn. 5:29; Ap. 20:5-6). Cristo promete que los que creen en Él no morirán eternamente (Jn. 11.26). Resucitarán y vivirán eternamente con Él, en gloria.

2. Pero todos resucitarán, sí, aun los incrédulos, pero la suya, la segunda resurrección, será para juicio, condenación (Jn. 5:29), confusión y vergüenza eterna (Dn. 12:2).

Hay 2 juicios:

1. El primer juicio pasó: el de nuestros pecados que Cristo llevó en Su cuerpo sober el madero (1 P. 2:24), en el monte Calvario. Todo aquel que en Él cree, confiando en Él como su Sustituto, será salvo del otro juicio.
2. El otro juicio viene, es del Gran Trono Blanco (Ap. 20:11-15), cuando todo muerto incrédulo compadecerá delante de Dios. Hebreos 9:27 advierte de este juicio que viene después de la muerte física. Los libros de obras serán abiertas y los muertos serán juzgados según sus obras. La Biblia advierte que no hay bueno, ni siquiera uno, así que en este juicio nadie se salvará. Todos serán condenados por sus pecados, y porque sus nombres no aparecen en el libro de la vida del Cordero - de los que han confiado en Él.

Hay 2 puertas:
1. Una es la puerta estrecha  (Mt. 7:13-14) que es el Señor Jesucristo. "Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo" (Jn. 10:9).  Como bien declaró el apóstol Pedro (que algunos dicen que fue el primer Papa, pero no creen lo que dice): "Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos" (Hch. 4:12). No hay otro modo de acceso a Dios y la salvación, sino sólo por Jesucristo.

2. La otra puerta es ancha (Mt. 7:13-14), y muchas entran por ella. Ella admite muchas opiniones y religiones. En esa puerta entran todos los que creen a su manera, o en la religión de sus padres, la tradición. Pero conduce a la perdición.

Hay 2 caminos:

1. El mismo texto de Mateo 7:13-14 habla de los dos caminos. Uno es el camino angosto que conduce a la vida. Ahí van pocos. Sólo es por el Señor Jesucristo, pues Él declaró: "Yo soy el camino...nadie viene al Padre sino por mí" (Jn. 14:6). Nadie más puede salvarnos: ninguna iglesia, ningún sacramento, santo, filosofía ni obra, sino sólo Jesucristo.
2. El otro camino es espacioso. Es como una carretera de muchos carriles, para muchas opiniones, creencias y prácticas. Ahí van muchos, la mayoría. Pero termina en la muerte segunda. Proverbios 14:12 advierte: "Hay camino que al hombre le parece derecho, pero su fin es camino de muerte".

Hay 2 destinos:

1. El cielo, la morada de Dios, es para aquellos que arrepentidos confían única y exclusivamente en el Señor Jesucristo para el perdón de pecados y vida eterna. Todo creyente estará siempre con Él en la casa de Su Padre (Jn. 14:1-3).
2. El infierno, el lago de fuego, es el destino espeluznante y lugar terrible de castigo eterno de toda persona que no confía en Jesucristo como su Señor y Salvador. Sus nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero (Ap. 20:15; 21:27). No serán aniquilados, sino sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor (2 Ts. 1:9).

Pero amigo, te avertimos con toda seriedad: no hay 2 oportunidades


Sólo hay una vida, y pronto pasará. No hay reencarnación. No hay segundas oportunidades. "Está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto, el juicio" (He. 9:27). Si mueres sin arrepentirte, sin confiar en Jesucristo como tu Señor y Salvador, entrarás perdido para siempre en la eternidad. Ahí no podrás cambiar tu destino. Hoy sí, porque hoy, vivo, tienes oportunidad de creer y confesar a Jesucristo como Señor y Salvador. Dios te advierte, y te llama, para que aprovechas ésta tu oportunidad. "En tiempo aceptable te he oído, Y en día de salvación te he socorrido. He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación" (2 Co. 6:2).

Sólo hay dos respuestas: creer o no creer. No eres indeciso. No te engañes.  
O crees en el Señor Jesucristo para ser salvo, o eres incrédulo. Uno de dos. Hasta que creas en el Señor Jesucristo eres un pecador incrédulo y condenado. La Biblia declara: "El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios" (Jn. 3:18). Y también advierte: "El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él". Hoy, ahora mismo, o tienes vida eterna por fe en el Señor Jesucristo, o por tu incredulidad la ira de Dios está sobre ti. ¿Cuál de estas dos es tu situación actual?

martes, 2 de octubre de 2018

La Regeneración NO Viene Antes De Creer


Otro error común de calvinistas y la teología de la reforma es enseñar que la regeneración precede la fe, y da vida al incrédulo para que luego crea. Este error es debido a las ataduras de su sistema de lógica y silogismos. Ya que enseñan que la depravación total significa incapacidad total, algo tienen que inventar para salir del problema de cómo puede uno creer. Entonces, enseñan que Dios da vida al que está muerto en delitos y pecados, ANTES de que crea, para que LUEGO crea. ¡Esta teoría produce la anomalía de incrédulos que son regenerados! Veamos como David Dunlap comenta sobre este error.
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   La Palabra de Dios enseña que un hombre recibe vida al recibir a Jesucristo como Señor y Salvador. Es por eso que nuestro Señor dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14:6) No dijo: “Tengo el camino, y la verdad, y la vida” como si Él fuera simplemente una fuerza, poder o mero agente que nos da vida eterna. Nuestro Señor, antes de resucitar a Lázaro de entre los muertos, declaró: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn. 11:25). No dijo: “tengo vida para impartir”. Esto nos conduce a la sencilla verdad de que para tener la vida, es necesario tener a Jesucristo. Puesto que Jesucristo es la vida, el Espíritu debe introducirnos en una unión viva y vital con Él. El nuevo nacimiento o la regeneración nunca puede divorciarse de una relación viva con Cristo. El apóstol Juan escribio: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida” (1 Jn. 5:12). En las epístolas del apóstol Pablo, vemos cómo él emplea con cuidado la expresión de gran significado: “en Cristo”, para explicar esta verdad. “...Si alguno está en Cristo, nueva criatura es...” (2 Co. 5:17). Pablo nunca se imaginó que la regeneración precedía la fe en Cristo, que entonces también precedería la relación de Cristo en nosotros, “la esperanza de gloria” (Col. 1:27). La doctrina neotestamentaria está clara: el Espíritu Santo de Dios produce el nuevo nacimiento, que nos da vida nueva, y esa vida nueva está en el Señor Jesucristo.
    La obra de la regeneración está condicionada sobre la fe. La fe debe preceder el nuevo nacimiento. Es Dios que únicamente imparte la nueva vida en Cristo. La nueva vida en Cristo da una nueva naturaleza o disposición, por la que ahora tenemos una relación con Dios. Uno de los mejores resúmenes del órden espiritual de la obra de Dios en la regeneración viene de Sir Robert Anderson:

    “Es por la Palabra que el pecador nace de nuevo para Dios. Como declara la Escritura: ‘renacidos...por la Palabra de Dios que vive y permanece para siempre’. Y para prevenir todo error, añade: ‘Y ésta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada’. Fue anunciada como ya dijo el apóstol: ‘os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo’. No el Espíritu sin la Palabra, ni la Palabra sin el Espíritu, sino la Palabra predicada en el poder del Espíritu. Dios nunca es arbitrario; pero siempre es soberano. Los hombres predican, el Espíritu sopla, y los huesos secos viven. Así los pecadores nacen de nuevo para Dios”. 
Sir Robert Anderson, Redemption Truths (“Verdades de la Redención”), Kilmarnock, GB: Ritchie, 1940, p. 152

Del libro LIMITANDO LA OMNIPOTENCIA, próximamente disponible de Berea Libros y Gospel Folio Press.

jueves, 15 de marzo de 2018

La Fe No Es El Don De Dios, Sino La Responsabilidad Humana

¿Por qué está mal decir que la FE es el don de Dios? ¿Hay realmente alguna diferencia? ¿Cuáles son las implicaciones prácticas de decir tal cosa?

Recomendaría un artículo escrito por Roy L. Aldrich titulado “El Don de Dios”. El autor demuestra convincentemente que la interpretación de Efesios 2:8 que dice que la FE es el DON DE DIOS lleva a la doctrina de la fe del hiper calvinismo, la que a su vez lleva a un plan de salvación que no es según las Escrituras. Shedd dice, “El calvinismo sostiene que la fe es totalmente de Dios, y que es uno de los resultados de la regeneración” (Dogmatic Theology, Vol. II, p.472). Esto tiene por resultado un plan de salvación extraño. Según Shedd, por cuanto el pecador no puede creer, él es instruido a realizar los siguientes deberes: 1) Leer y escuchar la Palabra divina; 2) Aplicar con seriedad su mente a la verdad; 3) Orar por el don del Espíritu Santo por convicción y regeneración (Dogmatic Theology, Vol.II, p.512-513). Arthur Pink está de acuerdo con Shedd diciendo que el creyente debe “pedir a Dios que le conceda el don del arrepentimiento y la fe” (“La Soberanía de Dios”). Aquí va el excelente comentario de Roy Aldrich: “La tragedia de esta posición es que pervierte el evangelio. El pecador es instruido equivocadamente a pedir a Dios lo que Dios ya le está exhortando que reciba. Se le está diciendo, en realidad, que la condición para la salvación es la oración en vez de la fe”.

Otra ilustración de esto viene del púlpito del Dr. John MacArthur, un maestro de la Biblia muy popular en América. El Dr. MacArthur cree y enseña que la fe es el don de Dios. Esta enseñanza tiene algunas implicancias prácticas y afectará la manera en que una persona presenta el evangelio.

Si la fe es el don de Dios, ¿CÓMO OBTENGO LA FE? ¿No hago nada con la esperanza de que Dios soberanamente me la otorgue? O, ¿clamo a Dios y le pido que me de el don de la fe salvadora? Aparentemente, el Dr. MacArthur mantiene esta segunda opción. Al final de uno de sus mensajes él dio una invitación para salvación y dijo lo siguiente: “La fe es un don de Dios…es permanente…la fe, que Dios da, engendra obediencia… Dios te la da y ÉL la sostiene…quiera Dios concederte la verdadera fe salvadora, un don permanente que comienza en humildad y quebrantamiento por el pecado y termina en obediencia para justicia. Esa es la verdadera fe y es un don que solamente Dios puede dar, y si la deseas, ora y pide que ÉL te la conceda”.

Nótese lo que MacArthur está haciendo. El no le está diciendo al pecador que crea en el Señor Jesucristo (Hechos 16:31), sino que ORE y PIDA A DIOS que le de el DON DE LA FE. Esto pervierte el evangelio de Cristo haciendo que la condición de la salvación sea la oración en lugar de la fe. A los pecadores se les manda que crean en Cristo. No se les manda que oren por el don de la fe.
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Efesios 2:8-9 no es complicado. Es uno de los primeros pasajes que memoricé como nuevo creyente. Siempre entendí que significaba que la salvación era el don gratuito de Dios, y que la fe era el medio por el cual yo recibía ese don. Solo cuando empecé a leer a ciertos teólogos, me di cuenta que había otra interpretación. Que Dios nos ayude a no complicar ni corromper el mensaje de salvación, un mensaje tan directo y sencillo, que hasta un niño lo puede entender.

George Zeller,  Marzo 2000
http://www.middletownbiblechurch.org/spanish/reformed/eph289.htm

sábado, 23 de diciembre de 2017

Las Armas De Nuestra Milicia



2 Corintios 10:3-4  "Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas"

Sólo con este texto se puede ver claramente que el creyente no tiene por qué involucrarse en cosas como las obras sociales, la psicología o la política. Son armas carnales con las que los del mundo intentan hacer bien y reparar o mejorar al mundo.

William MacDonald comenta:
"Aquí, el pensamiento es que aunque los apóstoles vivían en cuerpos de carne, no batallaban la guerra cristiana según métodos o motivos carnales. Las armas de la milicia cristiana no son carnales. El cristiano, por ejemplo, no emplea espadas, cañones ni la estrategia de la guerra moderna para extender el evangelio cristiano de un cabo a otro de la tierra. Pero ésas no son las únicas armas carnales a las que se refiere el apóstol. El cristiano no hace uso de la riqueza, de la gloria, del poder, de la elocuencia ni de la astucia para conseguir sus propósitos".
"Más bien, utiliza maneras de actuar poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas. La fe en el Dios viviente, la oración y la obediencia a la Palabra de Dios son las más eficaces armas de todo verdadero soldado de Jesucristo. Es por ellas que se asaltan las fortalezas".

lunes, 11 de diciembre de 2017

Tacañaría y Codicia



Estas dos palabras están vinculadas porque son opuestas. Ser codicioso es tener o mostrar un deseo intenso y egoísta por algo. Ser tacaño es la indisposición de dar algo que se tiene. Las dos veces que la palabra ‘codicia’ se usa en el Nuevo Testamento tiene que ver con el dinero. Pablo le dijo a Timoteo que un hombre culpable de ser “codicioso de ganancias deshonestas” no está calificado para ser anciano o diácono entre el pueblo de Dios (1 Ti. 3.3, 8; Tit. 1.8). Sin embargo, la codicia y la tacañería van más allá del dinero, e incluyen todo lo material.
    No nos sorprende que de las 19 características que marcan a los hombres en los últimos días (2 Ti. 3) la expresión “amadores de sí mismos” encabece la lista. La frase es una sola palabra en el griego (philautos), y significa “egoísta”. La segunda característica, la "avaricia", significa “amador del dinero” (philarguros). William MacDonald comenta que “el apóstol ofrece ahora a Timoteo una descripción de las condiciones que existirán en el mundo antes de la venida del Señor. Se ha observado a menudo que la lista de pecados que sigue es muy similar a la descripción de los impíos paganos en Romanos 1. Lo destacable es que las mismas condiciones que existen entre los paganos en su estado salvaje e incivilizado son las que caracterizarán a los profesos creyentes en los últimos días.
     ¡Qué solemne pensar en esto! Tal vez lo que nos debería preocupar es que estos temas se estén tocando en una revista dirigida principalmente a lectores cristianos. ¿Hay evidencia de que estas cosas predominen entre nosotros? Con frecuencia cometemos el error de juzgar lo que es pecado comparando nuestra actitud y acciones con las de los impíos, o incluso con las de los que profesan ser creyentes.
     Mientras no vivamos al mismo nivel de exceso que ellos nuestra
consciencia está tranquila. ¿No es nuestro estándar la Palabra de Dios, y nuestro ejemplo el Señor Jesucristo? ¿Nos habremos acostumbrado a la mentalidad de la cultura occidental, que hay los que sí tienen y los que no tienen? Aunque el Señor dijo que los pobres siempre estarían con nosotros (Mt. 26.11), también enseñó que “al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”, Mateo 5.42.
     A veces, para entender algo es útil observar lo opuesto. El Señor Jesús, en Lucas 21, les enseñó a sus seguidores una lección sobre cómo dar. Mientras observaba a los ricos echando sus donativos en el arca de las ofrendas, también vio a una viuda que echó dos blancas. Y dijo: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos, porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”, Lc. 21.3-4.
     En otra ocasión el apóstol Pablo les escribió a los creyentes en Corinto y les habló de las iglesias de Macedonia, que “en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas”, (2 Co. 8.2-3). Estos creyentes entendían el principio de dar, sabiendo que si daban todo, Dios en su gracia supliría lo necesario para sus necesidades. Fíjese cómo termina: “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”, (2 Co. 8.5). Esta enseñanza de sacrificio propio se veía desde los primeros días de la iglesia.  Lucas destaca: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”, (Hch. 4.32, 34-35). Fíjese que no fue una repartición arbitraria ni igualitaria de todas las posesiones, sino según la necesidad. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3.17).
     El principio de dar va incluso más allá del dinero y los bienes materiales. Hay una palabra en la Biblia cuyo significado tenemos que volver a aprender. La palabra es “consagración”. Es el acto de darnos o dedicarnos a nosotros mismos a algo, o a otro. Fíjese en el lenguaje de David en 1 Crónicas 29 al contemplar la posibilidad de edificar una casa para el Señor. “Yo con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios... Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario... ¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?... Entonces los jefes de familia, y los príncipes de las tribus de Israel, jefes
de millares y de centenas, con los administradores de la hacienda del rey, ofrecieron voluntariamente”, (1 Cr. 29.1-5). ¿Pudiéramos sugerir que dar de nuestro tiempo es de igual o mayor valor para Dios que aun nuestro dinero y posesiones materiales? Podemos aprender mucho del ejemplo de una generación de creyentes antigua, que tenía un entendimiento diferente de lo que significa ser parte de una asamblea a lo que se ve hoy en día. Congregarse al Nombre del Señor era mucho más que sólo “asistir a veces a la iglesia”. Era su vida. Y de aquellas reuniones emanaba una vitalidad de servicio y sacrificio que solo podía venir de su apreciación de Cristo y del lugar de su Nombre.
     Hagamos caso a las palabras del Señor Jesús en Mateo 6.19-21, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
por Jack Coleman, Hatboro, EE.UU
este artículo viene del "Mensajero Mexicano", nº 103,


viernes, 11 de agosto de 2017

¿Salarios Para Servir A Cristo?

 
William MacDonald Responde a Dennis Clark
Sobre el Ministerio Asalariado y la Vida de Fe


Tan temprano como 1959 el sr. Dennis E. Clark escribió en la revista Witness (“Testimonio”) a favor de los salarios para los siervos de Dios. Desde entonces esa idea ha extendido sus tentáculos a muchas asambleas. Incluso surge en varios lugares la idea de pagar un salario a los ancianos. Hay asambleas buscan a “obreros” [como pastores] a quienes pueden pagar y dejarles hacer el ministerio. Los que salen de institutos “bíblicos” salen contaminados ya con la mentalidad de empleos y salarios, como si para servir a Cristo se necesitase un contrato laboral. Se escuchan cosas como: “quiero ser predicador”, como si fuera una carrera. O “quiero ser misionero en tal país porque ahí hay hermanos afluentes que me mantendrán”. Hay quienes en países latinoamericanas desean ir a predicar en Norteamérica, porque allá se recogen buenas ofrendas. En España, anhelan ser apuntados como obreros para recibir una mensualidad de un “Fondo” que pretende canalizar las ofrendas a los aprobados. Aunque sus creencias y prácticas no se parecen como las de los fieles de antaño, quieren ser “obreros”. El profesionalismo y la orientación mercenaria ha invadido las asambleas.
    Incluso ahora hay obreros e iglesias que maniobran para recibir fondos aun del gobierno, y no les parece mala cosa la ayuda económica del estado, o de donde venga. ¿Pagará César a los siervos de Cristo? ¿No sería esto una violación de 3 Juan 7? “...Salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles”.Conviene repasar los comentarios escritos desde hace muchos años por el hermano William MacDonald acerca del artículo del hermano Clark:

    “Me parece que la gran debilidad del artículo del Sr. Clark, donde ha fallado, está en que no presenta apoyo bíblico para la idea de un salario garantizado para los obreros cristianos. La razón, por supuesto, es que esta idea no se halla en el Nuevo Testamento.
    Clark cita la paráfrasis de Phillips en 1 Timoteo 5:17: “Los ancianos que tienen don de liderazgo deben ser considerados dignos de respecto, y de salario adecuado”.
    En la Reina Valera, la traducción dice: “...dignos de doble honor”. Aunque la palabra “honor” puede ser remuneración de finanzas, no conlleva la idea de un salario fijo y estipulado.
    La palabra “doble” significa “dos veces” o “duplicado”, no “adecuado” como Phillips la traduce. Si insiste que “honor” significa “salario”, entonces debía haber reconocido que el anciano es digno de DOBLE SALARIO, no solamente de salario adecuado. Sin embargo, nunca he oído a nadie sugerir que los siervos del Señor deben ser pagados dos veces más que sus colegas en el mundo secular. La interpretación tomada de la versión Phillips en este caso prueba demasiado.
    En el séptimo párrafo de su artículo, Clark cita el ejemplo de Abraham, José y Samuel para apoyar su punto de vista. Es interesante observar que todos estos son tomados del Antiguo Testamento. No emplea el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo ni de Sus apóstoles. Sus vidas han sido descritas como una crisis perpetua de fe y dependencia en el Dios vivo, y las nuestras también deben ser así. “El siervo no es más que su señor”.
    El Sr. Clark sugiere que la fe de los hombres tales como Mueller, Hudson Taylor y Studd quizás fuera un fenómeno temporal al principio de la edad de las misiones, y que al igual que con las lenguas, las sanidades, etc., no sea vigente hoy en día.
    Esto realmente me sorprende. En 1 Corintios 13:8-13 tenemos la refutación de su posición. Ahí dice que las lenguas y las profecías cesarán, sí, pero también el texto dice claramente que la fe permanece.
    El Sr. Clark implica que no necesariamente debemos seguir la fe de Groves, Mueller, Taylor y Studd. Pero Hebreos 13:7 dice: “Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad cuál haya sido el resultado de su conducta, e IMITAD SU FE”.
    Todos debemos conocer los males de un ministerio asalariado:
    1. Es más fácil que entren los que no tienen un llamado claro de Dios al servicio cristiano, puesto que saben que serán apoyados. Si un hombre está seguro del llamamiento divino, no tiene que preocuparse por las finanzas.

    2. Con el salario viene el control humano, aunque digan que no. La historia de las denominaciones organizadas es bastante prueba de esto.

    3. Con el salario, un predicador puede continuar en la obra mucho después de que la ayuda divina le ha abandonado.

    4. El sistema al cual el Sr. Clark llama “la linea de la fe” glorifica más a Dios. Cuanto mayor nuestra dependencia en Él, y más manifestemos ante los demás que el Señor está proveyendo, más honor damos a Su nombre.

    Dios desea que vivamos por fe, continuamente dependientes de Él. Esto es contrario a la naturaleza carnal, y por eso solemos introducir métodos más “lógicos”, mas “prácticos” y “pragmáticos” de hacer Su obra.
    Fue durante los días más negros de la historia de Israel que Micaía alquiló al sacerdote joven de Belén-Judea, diciendo: “Quédate en mi casa, y serás para mí padre y sacerdote; y yo te daré diez siclos de plata por año, vestidos y comida” (Jue. 17:10; ver también Jue. 18:18-20) ¿No tiene esto nada que decirnos?
    El apóstol Pablo fue apoyado por sus propias labores y por las ofrendas de las asambleas. El tiempo y la cantidad de las ofrendas fueron dictados por el Espíritu Santo. Para llevar a cabo inteligentemente la distribución de sus ofrendas, la asamblea tenía que estar en contacto con el Espíritu Santo. Esto requiere constante ejercicio del alma.
    Profesamos reconocer al Espíritu Santo en la iglesia, pero cada paso dado hacia el ritual, el formalismo y el procedimiento mecánico es una negación de Su autoridad.
    El Espíritu de Dios es fluido, esto es, que no podemos predecir exactamente qué hará ni cómo lo hará (Él es ilustrado por figuras tales como el agua, el fuego, el viento y el aceite). Esto significa que no puedes encasillarle o encerrarle en un patrón que de ahí en adelante elimina tu necesidad de dependencia en Él.
    Sólo puedo concluir que el artículo del Sr. Clark representa un desliz de las enseñanzas y el ejemplo de nuestro Señor y de los apóstoles”.
William MacDonald
traducido


martes, 8 de agosto de 2017

Cristo en la Barca (Parte II)

por C. H. MacKintosh

Como ya lo hemos dicho, la incredulidad de los discípulos fue la que hizo salir a nuestro bendito Señor de su sueño. AY le despertaron, y le dijeron: Maestro, )no tienes cuidado que perecemos?@ (Mr. 4:38). (Qué pregunta! A)No tienes cuidado?@ (Cuánto debió de herir el sensible corazón del Señor! )Cómo podían pensar que era indiferente a su angustia en medio del peligro? (Cuán completamente habían perdido de vista su amor Cpor no decir nada de su poderC cuando se atrevieron a decirle estas palabras: A)No tienes cuidado?@!
Y, sin embargo, querido lector cristiano, esta escena )no es un espejo que refleja nuestra propia miseria? Ciertamente. Cuántas veces, en los momentos de dificultad y de prueba, esta pregunta se genera en nuestros corazones, aunque no la formulemos con los labios: A)No tienes cuidado?@ Quizá estemos enfermos y suframos; sabemos que bastaría una sola palabra del Dios Todopoderoso para curar el mal y levantarnos, pero esa palabra no la dice. O quizá tengamos dificultades económicas; sabemos que Ael oro y la plata, y los millares de animales en los collados@ son de Dios, que incluso los tesoros del universo están en su mano; sin embargo, pasan los días sin que nuestras necesidades se suplan. En una palabra, de un modo u otro atravesamos aguas profundas; la tempestad se desata, una ola tras otra golpea con ímpetu nuestra diminuta embarcación, nos hallamos en el límite de nuestros recursos, no sabemos qué más hacer y nuestros corazones se sienten a menudo prestos a dirigir al Señor la terrible pregunta: A)No tienes cuidado?@ Este pensamiento es profundamente humillante. La simple idea de lastimar el corazón de Jesús, lleno de amor, con nuestra incredulidad y desconfianza debería producir la más profunda contrición.
      Además, (qué absurda es la incredulidad! )Cómo Aquel que dio su vida por nosotros, que dejó su gloria y descendió a este mundo de pena y miseria, donde sufrió una muerte vergonzosa para librarnos de la ira eterna, podría alguna vez no tener cuidado de nosotros? Y, sin embargo, estamos prestos a dudar, o bien nos volvemos impacientes cuando nuestra fe es puesta a prueba, olvidando que esa misma prueba que nos hace estremecer y retroceder, es mucho más preciosa que el oro, el cual perece con el tiempo, mientras que la fe es una realidad imperecedera. Cuanto más se prueba laverdadera fe, tanto más brilla; y por eso la prueba, por más dura que sea, redundará, sin duda, en alabanza, gloria y honra para Aquel que no sólo implantó la fe en el corazón, sino que también la hace pasar por el crisol de la prueba, velando atentamente sobre ella durante todo ese tiempo.
Pero los pobres discípulos desfallecieron a la hora de la prueba. Les faltó confianza; despertaron al Maestro con esta indigna pregunta: A)No tienes cuidado que perecemos?@ (Ay, qué criaturas somos! Estamos dispuestos a olvidar diez mil bondades en cuanto aparece una sola dificultad. David dijo: AAl fin seré muerto algún día por la mano de Saúl@ (1 S. 27:1). Y )qué ocurrió al final? Saúl cayó en la montaña de Guilboa y David ocupó el trono de Israel. Ante la amenaza de Jezabel, Elías huyó para salvar su vida, )y cómo terminó todo? Jezabel fue arrojada por la ventana de su aposento y los perros lamieron su sangre, mientras que Elías ascendió al cielo en un carro de fuego (véase 1 R. 19:1-4; 2 R. 9:30-37; 2:11). Lo mismo ocurrió con los discípulos: tenían al Hijo de Dios a bordo, y creían que estaban perdidos; )y qué pasó al final? La tempestad fue reducida al silencio, y el mar se allanó como un espejo al oír la voz del que, antiguamente, llamó los mundos a la existencia. AY levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza@ (Mr. 4:39).
(Cuánta gracia y majestad juntas! En lugar de reprochar a sus discípulos  por haber interrumpido su sueño, reprende a los elementos que los habían aterrorizado. Así respondía a la pregunta: A)No tienes cuidado que perecemos?@ (Bendito Maestro! )Quién no confiaría en ti? )Quién no te adoraría por tu paciente gracia, y por tu amor que no hace reproches?
Vemos una perfecta belleza en la manera en que nuestro bendito Señor pasa, sin esfuerzo alguno, del reposo de su perfecta humanidad a la actividad de la Deidad. Como hombre, cansado de su trabajo, dormía sobre un cabezal; como Dios, se levanta y, con su voz omnipotente, acalla al viento impetuoso y calma el mar.
Tal era el Señor Jesús Cverdadero Dios y verdadero hombreC, y tal es hoy, siempre dispuesto a responder a las necesidades de los suyos, a calmar sus ansiedades y alejar sus temores. (Ojalá que confiemos más simplemente en él! No tenemos más que una débil idea de lo mucho que perdemos al no apoyarnos más de lo que lo hacemos en los brazos de Jesús cada día. Nos aterrorizamos con demasiada facilidad. Cada ráfaga de viento, cada ola, cada nube nos agita y deprime. En vez de permanecer tranquilos y reposados cerca del Señor, nos dejamos sobrecoger por el terror y la perplejidad. En vez de tomar la tempestad como una ocasión para confiar en él, hacemos de ella una ocasión para dudar de él. Tan pronto como se hace presente la menor dificultad, pensamos en seguida que vamos a sucumbir, a pesar de que nos asegura que nuestros cabellos están contados. Bien podría decirnos, como a sus discípulos: A)Por qué estáis así amedrentados? )Cómo no tenéis fe?@ (v. 40). Parecería, en efecto, que por momentos no tuviésemos fe. Pero (oh, qué tierno amor es el suyo! Él está siempre cerca de nosotros para socorrernos y protegernos, aun cuando nuestros incrédulos corazones sean tan propensos a dudar de su Palabra. Su actitud para con nosotros no es conforme a los pobres pensamientos que tenemos acerca de Él, sino según su perfecto amor. He aquí el consuelo y el sostén de nuestras almas al atravesar el tempestuoso mar de la vida, en camino hacia nuestro reposo eterno. Cristo está en la barca. Esto siempre nos basta. Descansemos con calma en él. (Ojalá que, en el fondo de nuestros corazones, siempre pueda haber esta calma profunda que proviene de una verdadera confianza en Jesús. Entonces, aunque la tempestad ruja y se encrespen las olas hasta lo sumo, no diremos: A)No tienes cuidado que perecemos?@ )Podemos acaso perecer con el Maestro a bordo? )Podemos pensar eso alguna vez, teniendo a Cristo en nuestros corazones? Quiera el Espíritu Santo enseñarnos a servirnos más plena, libre y ardientemente de Cristo. Realmente necesitamos esto justamente ahora, y lo necesitaremos cada vez más. Nuestro corazón debe asir a Cristo mismo por la fe y gozar de él. (Que esto sea para su gloria y para nuestra paz y gozo permanentes!
Podemos señalar todavía, para terminar, cómo afectó a los discípulos la escena que acabamos de ver. En lugar de la calma adoración de aquellos cuya fe ha recibido respuesta, manifiestan el asombro de aquellos cuyos temores fueron objeto de reproche. AEntonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: )Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?@ (v. 41). Seguramente, tendrían que haberlo conocido mejor. Sí, querido lector, y nosotros también.

de sus Escritos Miscelaneos, tomo I