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viernes, 30 de diciembre de 2022

El 25 de diciembre, ¡FUM FUM FUM!

¿N A V I D A D?

El 25 de diciembre es el día señalado en nuestro calendario como el día del nacimiento, como dice el villancico "un niñito muy bonito ha nacido el el portal". Suena bien, pero, ¿es verdaderamente el día en que nació Jesucristo? ¿Son las costumbres de estas fechas de origen cristiano, o son las navidades el resultado de la unión entre el  paganismo y la cristiandad?
      Como hemos de ver, ¡el 25 de diciembre no es la fecha en que Jesucristo nació! Por ejemplo, es evidente que nuestro Salvador no nació durante el invierno, pues cuando Él nació, los pastores velaban sus rebaños en el campo. “Y había pastores en la misma tierra que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su ganado” (Evangelio según S. Lucas 2.8).
     Es conocimiento común en Israel que, debido a la imtemperie, los pastores no hacen eso durante el invierno. Siempre traen sus rebaños de las montañas y los campos a los rediles antes del 15 de octubre. Con esto está abundantemente claro que Jesucristo no nació en invierno, pues toda la zona del Belén, Jerusalén y la Sefela está sujeta a nevadas y fuertes heladas hasta finales de febrero o principios de marzo.

Belén nevada, y esto no es raro

   Si no nació en diciembre, ¿cómo llegó el 25 de diciembre a ser el día que la cristiandad celebra como el dí de Su nacimiento? La historia nos da la respuesta. ¡En lugar de ser este día el nacimiento de nuestro Salvador, este era el día en que los paganos, durante muchos siglos, celebraron el nacimiento de "Deo Sol Invictus" su dios solar!

Un estudio de esto demuestra cuánto se rebajaron los responsables de la Iglesia Católica Romana en sus esfuerzos por unir el paganismo con el cristianismo, hasta el punto de poner el nacimiento de Jesucristo en una fecha que armonizaba con la celebración pagana del nacimiento del dios sol.
      Amigo, seas quién seas, si celebras en estos días la Navidad y los Reyes como algo cristiano, ¡estás equivocado! Pero lo peor es que el sentido de la verdadera Navidad ni siquiera está presente en estos días. Son fechas para la reconciliación superficial y momentánea, para organizar la gran comilona familiar. Comprar, comer, beber, reír y olvidar son los cinco verbos presentes, y ¿qué de la verdadera Navidad? ¿Qué de ese Nacimiento único y especial de Dios manifestado en carne? El que nació vino para darnos vida, no para darnos una fiesta. Jesucristo vino, nació para morir como dijo S. Pedro, llevando "nuestros pecados en Su cuerpo sobre el madero". No había árbol de navidad, sino solo la cruz, instrumento de muerte cruel del imperio romano. Pero Cristo vive, pues resucitó, y ascendió vivo al cielo - Él, no María. Cristo está sentado a la diestra de Dios Padre. Cristo, no la Iglesia, te ofrece perdón de pecados y vida eterna en virtud de Su muerte como nuestro Sustituto: el Cordero de Dios. 

     Éste es sin duda el mejor regalo. Nunca se caduca, y es gratis. No hay que pagar nada, ni se puede ganar a cambio de obras de piedad o devoción. La gracia de Dios a ti es gratis, pero esto es porque el Señor Jesucristo pagó con Su vida en la cruz. Nació, murió, resucitó, ascendió y vive a la diestra del Padre. Sólo Él puede salvar perpetuamente a todos los que por Él se acercan a Dios (Epístola a los Hebreos 7.25).
    Tú que sigues la tradición y la mayoría, y celebras en estos días la Navidad y los Reyes, reflexiona y considera que el nacimiento de Jesucristo fue para reconciliarte perpetuamente con Dios, si te arrepientes de tus pecados y confías únicamente en Él. 

    Es cierto que fue necesario Su nacimiento, pero mucho más Su muerte, ya que mediante ella, por la fe en Aquel que murió por ti, puedes obtener la salvación eterna.

jueves, 27 de enero de 2022

La Decreciente Autoridad De Cristo En Las Iglesias, A. W. Tozer

 Pocos días antes de su partida con el Señor, Tozer escribió el siguiente artículo que se publicó el 15/5/1963, dos días después de su muerte. Sus palabras son su última reflexión abierta y manifiestan el sentir de un hombre que deja este mundo con dolor por el estado de la iglesia de aquella época. Hoy, más que nunca nos hacen reflexionar profundamente cincuenta y nueve años después.

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Esta es la carga que llevo en el corazón y, aunque no pretendo tener una inspiración especial, siento que es también la carga del Espíritu. Si conozco mi propio corazón, lo que me lleva escribir esto es el amor, nada más. Lo que escribo no es el fermento amargo de una mente agitada por los problemas con mis hermanos en la fe. No existen esos problemas. Nadie me ha ofendido, maltratado ni atacado. Estas observaciones tampoco surgen de ninguna experiencia desagradable que haya tenido en mi relación con otros. Mis relaciones con mi propia iglesia, así como con los cristianos de otras denominaciones, siempre han sido amistosas, corteses y agradables. Mi pena no es más que el fruto de una condición que creo que está extendida por casi todas las iglesias del mundo.

También creo que debo admitir que yo mismo estoy muy involucrado en la situación que lamento en estas líneas. Igual que Esdras, en su poderoso ministerio de intercesión, se incluyó entre los malhechores, yo hago lo mismo: “Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo” (Esd. 9:6). Toda palabra áspera que diga aquí contra otros debe recaer, sinceramente, sobre mi propia cabeza. También yo he sido culpable. Escribo esto con la esperanza de que todos nos volvamos al Señor nuestro Dios y no pequemos más contra él.

Voy a manifestar la esencia de mi carga, que es la siguiente: hoy día Jesucristo apenas tiene autoridad entre los grupos que dicen llevar su nombre. Al decir esto no me refiero a los católico-romanos ni a los liberales, ni a las diversas sectas pseudocristianas. Estoy hablando de las iglesias protestantes en general, e incluyendo a quienes más sostienen que descienden espiritualmente de nuestro Señor y de los apóstoles, es decir, los evangélicos. Una doctrina básica del Nuevo Testamento dice que después de la resurrección del Hombre Jesús, Dios declaró que era Señor y Cristo, y que Él le había concedido el señorío absoluto sobre la iglesia, que es su cuerpo. Suya es toda autoridad en los cielos y en la tierra. A su debido momento El ejercerá esa autoridad hasta el límite, pero durante este período histórico permite que otros la desafíen o la ignoren. Y ahora mismo el mundo la desafía y la iglesia la ignora.

La posición que ocupa Cristo hoy en las iglesias evangélicas se puede comparar con la de un rey en una monarquía limitada, constitucional. En ese país, el rey (despersonalizado a veces cuando se habla de “la corona”) no es más que un punto focal tradicional, un símbolo agradable de unidad y de lealtad como puede serlo una bandera o un himno nacional. Se le alaba, agasaja y apoya, pero su autoridad real es escasa. Nominalmente es la cabeza de todo, pero cuando llega una crisis son otros quienes toman las decisiones. En las ocasiones formales aparece con su traje para pronunciar un discurso inocuo y sin color, que han puesto en sus labios los verdaderos dirigentes del país. Bien pudiera ser que todo este asunto no sea más que una fantasía bien intencionada, pero hunde sus raíces en la antigüedad; es muy divertida, y nadie quiere renunciar a ella.

Hoy día, en las iglesias evangélicas, Cristo es poco más que un símbolo querido. Algunos piensan que el himno nacional de la iglesia es “Que todos alaban el poder del nombre de Jesús”, y las que que usan la cruz como su bandera "oficial", [1]pero durante los cultos semanales de los grupos de iglesia y la conducta cotidiana de sus miembros, quien toma las decisiones no es Cristo sino otros. En determinadas circunstancias permitimos que Cristo diga “venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados” (Mt. 11:28), o “no se turbe vuestro corazón” (Jn. 14.11), pero cuando acaba el discurso, otro se pone al mando. Los que poseen la autoridad genuina deciden los estándares morales de la iglesia además de todos los objetivos y los métodos empleados para llegar a ellos. Gracias a una organización larga y meticulosa, hoy día es posible que en la iglesia el pastor más joven recién salido del seminario tenga más autoridad que el propio Jesucristo.

Cristo no solo tiene escasa o ninguna autoridad, sino que su influencia también es menor cada día. No diría que no tiene ninguna, solo que es escasa y que cada día es menor. Podríamos establecer un paralelo con la influencia de Abraham Lincoln sobre el pueblo estadounidense. “EI honesto Abe” sigue siendo el ídolo del país. En todas partes vemos retratos de su rostro amable, arrugado, tan familiar que nos resulta hermoso. Nos resulta fácil emocionamos al mirarlo. Criamos a los niños con relatos sobre su amor, su honestidad y su humildad. Pero después de recuperar el control sobre nuestras emociones, ¿qué nos queda? Nada más que un buen ejemplo que, a medida que se difumina en el pasado, cada vez se vuelve más irreal y tienen una influencia real más y más pequeña. Cualquier sinvergüenza puede envolverse con el abrigo largo y negro de Lincoln. Bajo la fría luz de los actos políticos en Estados Unidos, la referencia constante a Lincoln que hacen los políticos es una broma cínica.

Los cristianos no han olvidado del todo el señorío de Jesucristo, pero ha quedado relegado al himnario, donde podemos deshacernos cómodamente de toda responsabilidad sumidos en el resplandor de una agradable emoción religiosa. O, si se enseña como teoría en el aula, raras veces se aplica a la vida práctica. Hoy día, la idea de que el Hombre Cristo Jesús tenga una autoridad absoluta y definitiva sobre toda la iglesia y sobre todos sus miembros, en todos los detalles de sus vidas, es algo que no acepta la mayoría de cristianos evangélicos.

Lo que hacemos es esto: aceptamos el cristianismo de nuestro grupo como idéntico al de Cristo y sus apóstoles. Damos por sentado que las creencias, las prácticas, la ética, las actividades de nuestro grupo son las del cristianismo del Nuevo Testamento. Por defecto lo que dice y hace el grupo es considerado bíblico, y nadie lo cuestiona. Se da por hecho que todo lo que espera de nosotros nuestro Señor es que nos ocupemos con las actividades del grupo. Al hacerlo, guardamos los mandamientos de Cristo.

Para evitar la ardua necesidad de obedecer o bien rechazar las instrucciones claras de nuestro Señor en el Nuevo Testamento, nos refugiamos en una interpretación liberal de ellas. Los razonamientos engañosos no son cosa solo de los teólogos católico-romanos. Los evangélicos también sabemos cómo evitar el filo agudo de la obediencia mediante explicaciones primorosas y complejas. Son cosas hechas a la medida de la carne. Excusan la desobediencia, consuelan la carnalidad y hacen que las palabras de Cristo no tengan efecto alguno. Y la esencia de todo esto es que, sencillamente, no es posible que Cristo dijera lo que dijo. Se aceptan teóricamente sus enseñanzas solo después de que la interpretación las haya debilitado.

Sin embargo, cada vez son más las personas con “problemas” que consultan a Cristo, y acuden a Él quienes desean paz en sus mentes. Se le recomienda ampliamente como una especie de psiquiatra espiritual con poderes notables para “arreglar” a las personas. Puede librarlas de sus complejos de culpa y ayudarlas a evitar graves traumas psicológicos recurriendo a la adaptación amable y sencilla a la sociedad y a sus costumbres. Por supuesto, este Cristo extraño no tiene ninguna relación con el que aparece en el Nuevo Testamento. El verdadero Cristo también es Señor, pero este Cristo tolerante es poco más que el siervo de las personas.

Pero supongo que tengo que ofrecer alguna prueba concreta que respalde mi conclusión de que hoy Cristo tiene escasa o ninguna autoridad entre las iglesias. Pues bien, déjame que formule algunas preguntas y que las respuestas sean la evidencia: ¿Qué junta de iglesia consulta las palabras de nuestro Señor para decidir los asuntos que tratan? Que todo aquel que lea esto y haya tenido la experiencia de estar en la junta de una iglesia intente acordarse de la última vez que algún miembro de la junta leyó un pasaje bíblico para sustentar una idea, o que un presidente sugirió que los hermanos consultasen las instrucciones del Señor sobre un tema concreto. Normalmente, las reuniones de junta se inician con una oración formal o “un tiempo de oración”; después de esto, la Cabeza de la iglesia guarda un respetuoso silencio mientras los verdaderos dirigentes toman las riendas. Que cualquiera que niegue esto presente evidencias para negarlo. Yo, por mi parte, me alegraré de escucharlas.

¿Qué comité de escuela dominical acude a la Palabra en busca de pautas? ¿Acaso los miembros no asumen invariablemente que ya saben lo que se supone que tienen que hacer y que su único problema es encontrar los medios eficaces para hacerlo? Los planes, las normas, las “operaciones” y las nuevas técnicas metodológicas absorben todo su tiempo y su atención. La oración previa a la
reunión solicita la ayuda divina para llevar a cabo los planes de la junta. Parece ser que ni se les pasa por la cabeza la idea de que el Señor tenga algunas instrucciones para ellos.

¿Quién recuerda que el presidente de una conferencia acudiera al púlpito con su Biblia con intención de usarla? Memorandos, reglamentos, normas de culto, sí. Los mandamientos sagrados del Señor, no. Existe una dicotomía absoluta entre el periodo devocional y la sesión de trabajo. El primero no tiene nada que ver con la segunda.

¿Qué junta de misión en el extranjero busca de verdad seguir la guía de] Señor tal como la ofrece en su Palabra y por su Espíritu? Todos piensan que lo hacen, pero en realidad lo que hacen es dar por hecho que sus fines son bíblicos y luego pedir ayuda a Dios para encontrar maneras de alcanzarlos. Puede que se pasen la noche orando para que Dios conceda el éxito a sus proyectos, pero desean a Cristo como ayudador, no como Señor. Se inventan medios humanos para alcanzar unos fines que dan por hecho que son divinos. Estos se endurecen volviéndose políticas, y a partir de ese momento el Señor ni siquiera tiene voto. Cuando realizamos nuestra adoración pública, ¿dónde encontrar la autoridad de Cristo? La verdad es que hoy el Señor apenas controla un culto, y la influencia que ejerce es muy pequeña. Cantamos y predicamos sobre Él pero no queremos que interfiera: adoramos a nuestra manera. y seguro que es la correcta porque siempre lo hemos hecho así, como las demás iglesias de nuestro grupo.

¿Qué cristiano, cuando se enfrenta a un problema moral, acude directamente al Sermón del Monte o a otro pasaje del Nuevo Testamento para encontrar una respuesta autorizada? ¿Quién permite que las enseñanzas de Cristo sean la última palabra sobre la ofrenda, el control de la natalidad, Ia formación de una familia, los hábitos personales, el diezmo, el ocio, la compra y venta, y otros asuntos igual de importantes?

¿Qué escuela teológica, desde el más humilde instituto bíblico para arriba, podría seguir funcionando si convirtiese a Cristo en el Señor de todas sus políticas? Puede que haya algunas, y espero que las haya, pero creo que tengo razón cuando digo que la mayoría de esas escuelas, para mantenerse en funcionamiento se ven obligadas a adoptar procedimientos que no encuentran justificación en la Biblia que profesan enseñar. Así encontramos una curiosa anomalía: la autoridad de Cristo se ignora para mantener una escuela que enseña, entre otras cosas, la autoridad de Cristo.

Son muchas las causas que han llevado a que la autoridad de nuestro Señor se redujera. Mencionaré solo dos. Una es el poder de la costumbre, el precedente y la tradición dentro de los
grupos religiosos más antiguos. Tales cosas, como la fuerza de la gravedad, afectan a cada partícula de práctica religiosa dentro del grupo, ejerciendo una presión firme y constante en cierta dirección. Por supuesto, esa dirección apunta a la conformidad con el statu quo. En esta circunstancia, Cristo no es el Señor; lo es la costumbre. Y lo mismo ha sucedido (seguramente en menor grado) en otros grupos, como los tabernáculos del evangelio pleno, las iglesias de la santidad, las iglesias pentecostales y fundamentalistas, y las numerosas iglesias independientes y no denominacionales que se encuentran por todas partes en Norteamérica.

La segunda causa es el resurgimiento de la intelectualidad entre los evangélicos. Esto, si percibo bien la situación, no es tanto el deseo de aprender sino el de tener la reputación de ser estudioso. Gracias a esto, aquellos hombres buenos que deberían saber cuál es el peligro se arriesgan a colaborar con el enemigo. Voy a explicarme. En nuestra época, nuestra fe evangélica (que creo que es la fe genuina de Cristo y de sus apóstoles) recibe ataques procedentes de muchas direcciones. En el mundo occidental, el enemigo ha renunciado a la violencia. Ya no viene contra nosotros con espada y palos; viene sonriendo, trayendo regalos. Alza los ojos al cielo y jura que también él cree en la fe de nuestros padres, pero su verdadero propósito es destruir la fe o al menos modificarla hasta el punto de que ya no sea la actividad sobrenatural que fue en otro tiempo. Viene en nombre de la filosofía, la psicología o la antropología, y con un dulce raciocinio nos incita a replantearnos nuestra posición histórica, a que seamos menos rígidos, más tolerantes, que tengamos un entendimiento más amplio.

Habla usando la jerga sagrada de las escuelas, y muchos de nuestros evangélicos medio educados corren contentos hacia él. Arroja títulos académicos a los hijos do los profetas, que se apresuran a recogerlos, como Rockefeller solía echar monedas a los hijos de los mendigos. Los evangélicos que, con cierta justificación han sido acusados de carecer de verdadera erudición, ahora se esfuerzan por obtener esos símbolos de estatus con ojos relucientes y, cuando los obtienen, apenas son capaces de creer lo que ven. Caminan sumidos en una especie de incredulidad eufórica, como le pasaría a la solista del coro de la iglesia local si la invitaran a cantar en La Scala.

Para el verdadero cristiano, la prueba suprema para la validez y el valor último de todo lo religioso debe ser el lugar que ocupa nuestro Señor en ello. ¿Es Señor, o es un símbolo? ¿Está a cargo de las actividades de la iglesia, o es solo un miembro con los demás? ¿Decide Él las cosas, o solo contribuye a los planes de otros? Todas las actividades religiosas, desde el acto más sencillo de un cristiano individual hasta el funcionamiento maravilloso de toda una congregación, se pueden evaluar en función de la respuesta a esta pregunta: ¿Jesucristo es Señor en esto? Que nuestras obras resulten ser madera, heno y hojarasca u oro y plata en aquel gran día dependerá en gran medida de la respuesta a esta pregunta.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Cada uno de nosotros debe tomar una decisión, y al menos hay tres opciones posibles. Una es levantarse movidos por una indignación escandalizada y acusarme de propagar conclusiones irresponsables. Otra es asentir a lo que he escrito, pero consolarse con el hecho de que hay excepciones, y nosotros somos una de ellas. La otra es postrarse con humildad y
confesar que hemos entristecido al Espíritu y deshonrado a nuestro Señor por no concederle el lugar que su Padre le ha concedido como Cabeza y Señor de la Iglesia. La primera o la segunda acción confirmarán el error. La tercera, llevada a su conclusión, puede eliminar la maldición. Somos nosotros quienes debemos tomar una decisión.


[1] No hay base bíblica para un "himno nacional" ni para una bandera eclesial, ni para usar la cruz como símbolo. El autor menciona esas cosas, no como aprobándolas, sino comentando la situación en algunas iglesias.

 

 Quizás algunos dirán que Tozer no era de "las asambleas", pero no con eso podrán esquivar el problema que existe aun en algunas asambleas, que Cristo no ocupa en la practica el lugar que debe, como Señor y Cabeza de la Iglesia.

domingo, 13 de diciembre de 2020

Gracia Sublime

 


Juan Bunyan (1628-1688) escribió: 

“Tú, Hijo Bendito, Te despojaste a Ti mismo manifestando la gracia. La gracia Te hizo bajar del cielo; la gracia Te obligó a cubrir Tu manto de gloria; la gracia Te hizo pobre y despreciado; la gracia Te obligó a llevar el peso de pecado y el de la tristeza. Tales pesos de la maldición de Dios son indecibles. ¡Oh Hijo de Dios! La gracia estuvo en todas Tus lágrimas; la gracia brotó de Tu costado, en Tu sangre; la gracia salió con cada palabra de Tu dulce boca; la gracia salió de donde el látigo Te azotó, de donde las espinas Te abrieron la cabeza, y de donde los clavos Te perforaron. ¡He aquí la verdadera gracia! Es la gracia que maravilla a los ángeles, da gozo a los pecadores y confunde a los diablos”.



martes, 31 de marzo de 2020

Cosas Que Dejar Atrás, Parte II




Texto: Col. 3:1-17

     En el estudio anterior leímos versos en el capítulo 1 donde Pablo daba gracias porque hemos sido hechos aptos y partícipes de una herencia espiritual. Además de esto, vimos que Dios nos ha trasladado de las tinieblas a la luz – de Egipto a Canaán. En Cristo tenemos redención de modo que ya no somos esclavos del pecado. Además vimos que todos estos son hechos de Dios que no dependen de nosotros.
    En el capítulo 2 vimos que en nuestro Señor Jesucristo resucitado y sentado a la diestra de Dios habita toda la plenitud de la divinidad. Debido a esto, en Él estamos completos – y si esto es así, ¿qué más necesitamos sino darle las gracias? El mundo no puede de ninguna manera añadir a lo que tenemos en Cristo, ya sea por su religión, su filosofía o cualquier otra cosa. Estamos completos en Él.
    En los versículos 1-4 del capítulo 3 nos condiciona, por decirlo de una manera. ¿Habéis resucitado con Cristo? Entonces, hay que buscar las cosas de arriba. Vuestro peregrinar ha de ser mirando las cosas del cielo. La orientación del cristiano debe ser celestial, no terrenal.
    En el versículo 5, entonces, habla de hacer morir lo terrenal. ¡Cuántas cosas malas nombra aquí, y es lo que hay en el mundo!  En el mundo el deseo puede ser noble, pero no tiene poder para mejorar, porque está en servidumbre a la maldad. Como mencionamos anteriormente, bien dijo el catedrático Don José Luis San Pedro: “el mundo no tiene solución, porque hizo del dinero su dios”. Hay deseos y a veces planes de mejorar el mundo, pero se quebrantan en el camino y no se pueden llevar a cabo. El mundo no puede alterar su rumbo; va de mal en peor. En este versículo vemos cosas que nos llaman la atención. A mí me gusta leer detenidamente, pararme en las palabras y pensar en el significado de ellas. Es así que aprendemos. Por ejemplo, aquí habla de los “malos deseos” entre otras cosas. Cuando Dios creó al hombre, nos creó con necesidades: de comer, de beber, de respirar, de dormir, etc. Edén estaba provisto de árboles para comer y de un río para beber. Dios también proveyó trabajo provechoso para el hombre. Pero lo que Pablo aquí les recuerda que hay que dejar son deseos, no necesidades. Hay diferencia entre deseos y necesidades. El maligno, el tentador, entró y creó y provocó toda una serie de deseos en el hombre, para arruinar la obra de Dios. Las necesidades se miden; los deseos no. Los deseos son inconmensurables, mientras que las necesidades pueden ser cuantificadas y ordenadas. Tengamos esto en cuenta. Las necesidades puede ser satisfechas, pero los deseos nunca.
    Eclesiastés 7:29 dice: “Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones”. La palabra “recto” también se traduce “sencillo”. Es bueno ser sencillo, porque es como Dios nos quiere. La palabra “perversiones” también se traduce “artimañas”. En el Salmo 106:13-14 leemos: “bien pronto olvidaron sus obras; no esperaron su consejo. Se entregaron a un deseo desordenado en el desierto”. Dios los sacó de Egipto por Su gran poder, y al llegar al desierto no hubo agua. Pero llegaron a Mara, donde había agua amarga, y en respuesta a su queja Dios la cambió en dulce. Luego llegaron a Elim donde había palmeras y mucha agua. Al andar por el camino en el desierto Dios les proveyó también de maná, pero tenían deseos de las cosas de Egipto – estaban cubiertas sus necesidades pero tenían deseos desordenados. Estos deseos y el dar lugar a ellos desagradaron a Dios y resultaron en juicio sobre Su pueblo. Recordemos esto al leer en Colosenses 3. Hay que hacer morir los deseos malos – no vivamos en ellos porque nada bueno nos van a traer. El deseo empieza en la mente y no termina si no lo terminamos nosotros.
    En el versículo 8 vemos como comienza con la palabra “pero”. “Pero” es una conjunción adversativa que marca un contraste, un antes y un después. Como en Efesios 2:4 – marca el cambio entre lo que éramos y lo que es Dios y cómo nos trató. En la cena del Señor que hemos celebrado venimos a recordar a Aquel que nos amó aunque éramos pecadores, y vino del cielo para rescatarnos. En Colosenses 3:7 habla de “en otro tiempo”, pero en el 3:8 nos trata en el tiempo presente: “Pero ahora dejad también vosotros...” Las cosas que hemos de dejar, es así porque todas ellas pertenecen al viejo hombre. En Romanos 6 dice que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo. La cruz del Señor rompe los lazos y el poder del viejo hombre y el pecado sobre nosotros.
    A veces queremos los creyentes que el mundo legisle conforme a nuestros principios y criticamos las leyes que aprueban. Jamás podemos cambiar el mundo por este proceder. El mundo vive en el viejo hombre y legisla según el viejo hombre. No puede hacer otra cosa porque está en una servidumbre al pecado. Sólo los que han despojado el viejo hombre pueden revestirse del nuevo hombre (v. 9).
    Dios nos hizo en Su imagen. El pecado quitó esta imagen, podemos decir que desdibujó la imagen de Dios en nosotros. Es el efecto triste del pecado. Pero el versículo 10 nos informa que no sólo nos hemos despojado del viejo hombre, sino también nos hemos revestido del nuevo, el cual es “conforme a la imagen del que lo creó”. En Cristo somos revestido de esta imagen de Dios. Los versículos 10-14 hablan de las vestiduras del nuevo hombre. “Vestíos” – se nos exhorta. Hay que proseguir la meta como Pablo dice a los filipenses, y hay que proseguir la meta como también les dijo. La idea es que vayamos renovándonos cada día y conformándonos cada día más a la imagen de Dios.
    Nuestra función no es criticar las leyes de los parlamentos, sino predicar el evangelio. Es únicamente por el evangelio que pueden venir los cambios deseados. Cuando los hombres oyen y creen, reciben poder para ser hechos hijos de Dios, y entonces hay cambios buenos. No sirve de nada criticar los productos sin cambiar la fábrica– esto es– la vieja naturaleza, el viejo hombre, la naturaleza pecaminosa, y este cambio lo hace Dios, no los hombres. El viejo hombre nunca va a ser renovado. No puede cambiar su naturaleza. Hace falta una obra de Dios.
    Hace poco que el Secretario General de la O.N.U. nombró una comisión para estudiar el problema de la pobreza y la distribución de los bienes en el mundo. Llegó a la conclusión de que el mundo produce suficiente alimentos, pero están mal distribuidos. Esto es debido a los malos deseos, porque los malos deseos, además de malos, son insaciables. El problema radica en los deseos y el corazón humano, no en sistemas políticos, leyes, etc. Por esto el mundo va de mal en peor y no tiene posibilidad de solucionar sus problemas, porque no puede tratar la raíz de estos problemas: la naturaleza humana.
    En Romanos 6:6 leemos así: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado...” Dios no quiere que seamos ignorantes. Quiere que actuemos en base a conocimientos correctos. Por esto comienza con “sabiendo esto” – ahí está la base del conocimiento correcto – algo que saber y tener en cuenta. Nuestro viejo hombre fue crucificado. ¿Qué es nuestro viejo hombre? Es la naturaleza que recibimos de Adán, el progenitor de la raza humana. Dios tiene un plan para este viejo hombre, esta vieja naturaleza que es pecaminosa. Su plan es: “crucificado”, porque Su propósito es: “para que el cuerpo del pecado sea destruido”. Ahora bien, “destruido” no quiere decir aniquilado, sino arruinado, dejado sin efecto.
    En Romanos 6:11 leemos: “consideraos muertos al pecado”. Esto es el segundo paso. Primero hay que saber, no sentir (v. 6). Después hay que considerar (v. 11). ¿Qué significa esto? “Consideraos” quiere decir: “estimaos”, “contaos”. Debemos estimarnos o contarnos como muertos al pecado. Tercero, en Romanos 6:13 nos dice: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”. Esto es nuestro proceder. Nuestros miembros, nuestro ser y nuestro cuerpo, son instrumentos o del pecado o de la justicia. Aquí entra nuestra voluntad, nuestra decisión y consagración práctica.
    Dios no quiere que seamos ignorantes. En el versículo 6 dice: “Sabiendo esto”. En Colosenses 3:16 dice que “la Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros”. Romanos 6:6 es difícil de entender, porque no podemos razonarlo – hay que creerlo y asentarlo como base. Hay que creer los hechos de Dios. Luego el versículo 11 dice “consideraos”, y el versículo 13 dice “presentaos” (entregar, rendir, consagrar, etc.). Habla de nuestra voluntad porque es lo que tenemos.
    La salvación de Dios descansa sobre dos cosas: el amor de Dios y la humildad de Su Siervo, Cristo. Él dijo: “aprended de mí, que soy manso y humilde”. Humilde y entregado. No vino a hacer Su voluntad sino la del que le envió. La cruz es el más alto grado de la humillación, y el Señor Jesucristo la escogió. Debemos aprender de Él, porque Su mansedumbre y humildad son comunicables – son para imitar. Si no hacemos esto, no podemos servir bien a Dios. Consideremos el ejemplo de Moisés, otro “salvador” aunque en sentido secundario, sin embargo es una ilustración del Señor Jesucristo. Israel sufría en esclavitud a los egipcios, y Dios en Su amor, se acordó de Su pacto y envió un libertador, que fue Moisés. Ahora bien, Moisés como joven y adulto fue adoptado por la casa de Faraón y educado en toda la sabiduría de Egipto. Pero siendo él poderoso, se adelantó, tratando de comenzar a salvar a su pueblo matando a un egipcio y escondiendo su cuerpo. Pensó que nadie lo sabía. Pero luego cuando reprendió a dos hebreos que reñían, uno de ellos  respondió: “¿Quién te ha puesto...sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?” (Éx. 2:11-14). Y tuvo que huir de Egipto y vivió cuarenta años en el desierto, un lugar sin cultura y donde no podía emplear nada de lo que aprendió en Egipto. Allí estuvo, cuarenta años cuidando ovejas, y los pastores de ovejas eran una abominación a los egipcios. Fue un largo tiempo de humillación para Moisés, porque “cuarenta años” se dice pronto, pero pasan lentamente. Y allí Dios estaba obrando en él, por medio de estos cuarenta años, por medio del desierto, por medio del pueblo nómada y su vida sencilla, por medio de aquellas ovejas. Dios estaba formando a Su siervo, porque la obra de Dios depende del amor de Dios, y de la humildad de Su siervo. Moisés tuvo que aprender la humildad y la mansedumbre para llegar a ser buen siervo de Dios, útil en Sus manos. Luego dice la Biblia que Moisés era el hombre más manso de la tierra (Nm. 12:3).
    Así, hermanos, Dios desea obrar en nosotros, formando la imagen de Su Hijo en nosotros. Quiere que dejemos atrás las cosas de este mundo, y que nos vistamos de las cosas que le agradan. Quiere que aprendamos la mansedumbre y la humildad, para que seamos útiles en Sus manos para dar testimonio de Él  en el mundo y para servir a Su pueblo. Que así sea para la gloria de Dios. Amén.
de un estudio dado en Sevilla por D. José Álvarez que es de Avilés, Asturias, el 13 de enero, 2008

Cosas Que Dejar Atrás

 Parte I

Texto: Colosenses 3:1-10

     En el capítulo 1 Pablo pide a Dios porque les dé sabiduría. En 1:12 dice que Dios fue quien nos hizo aptos, para que seamos partícipes – tengamos una parte en la herencia de los santos. Es un hermoso futuro el que el Señor tiene preparado para los Suyos. En el versículo 13 dice que nos ha librado. Desde el Edén pertenecíamos a las tinieblas y vivíamos de espaldas a Dios – triste condición. El apóstol Pablo está hablando en tiempo pasado, no futuro. No es algo que vaya a suceder, sino lo que ya ha pasado. Ahora estamos en el reino de Su amado Hijo, porque Dios lo ha hecho. Somos redimidos de esta condición perdida y de este reino de las tinieblas. La palabra redención es hermosa, porque tiene que ver con el mercado donde compraban esclavos y luego, terminado su trabajo, los volvían a vender. Entonces, “redención” guarda siempre una relación con la servidumbre de la esclavitud. Éramos esclavos y Dios nos ha comprado y redimido, y nos ha sacado fuera del mercado para no ser más objetos de compra-venta. Como bien dice el título de uno de los libros del amado hermano William MacDonald: Una vez en Cristo, para siempre en Cristo.
    Luego, en el capítulo 2 aprendemos que en este Cristo estamos completos, de modo que no necesitamos ya nada de lo que el mundo ofrece, ni sus filosofías ni otras cosas. La redención que Dios obró en Cristo tiene el resultado de que ahora estamos completos. Ahora dependemos de la suficiencia del Señor.
    Dichas estas cosas, venimos a nuestro texto en el capítulo 3, donde observamos que hay un cambio en la forma de hablar. Aquí el apóstol habla gramáticamente con la condición “si”. No es una afirmación sino algo condicional para los que profesan ser creyentes. Si es vuestra experiencia que habéis resucitado con Cristo, entonces introduce el imperativo: “buscad”. “Buscad” es un mandato, una orden de Dios. “Buscad las cosas de arriba” – esto es, ocupaos en las cosas de arriba. Luego dice: “Poned la mira en las cosas de arriba”. Es otro mandato. ¿Por qué debemos hacer esto? “Porque habéis muerto” – se ha terminado vuestra vida de antes.
    Ahora Cristo es nuestra vida y Él está en el cielo – nuestra vida está escondida en Él – esto es – guardada en Él. Se cuenta la anécdota de un viajero cristiano que fue sorprendido por unos ladrones, quienes le dijeron en ultimátum: “La bolsa o la vida”. El creyente respondió: “Bolsa no tengo, y mi vida está escondida en Cristo”. Él había aprendido esta verdad que seguramente los ladrones no entendieron.
    En los versículo 5-9 encontramos una relación de las cosas terrenales, cosas del mundo, que como creyentes identificados con Cristo debemos renunciar y dejar. “Haced morir, pues, lo terrenal” “dejad también” –  lo que no es celestial, y entre las cosas en la lista está la avaricia que es idolatría. La ciudad de Sevilla tiene mucha fama de su religión, sus imágenes y sus procesiones, y no hace falta que lo explique, pues lo sabéis mejor que yo vosotros los que vivís aquí. Es la idolatría típica de la Iglesia Católica Romana. Pero luego, hay los ídolos que no se ven, esto es – como dice el texto – la avaricia. Esta idolatría la practican muchísimas personas. Hoy en el mundo lo que prima es el dinero. Los valores han desaparecido, y si los hay, son vendibles, negociables. Que se incline el mundo ante el dinero, me parece normal, porque es el mundo, pero lo malo es que lo hagan los que se llaman hijos de Dios.
    Al señor D. José Luis San Pedro, catedrático en economía, hace poco le preguntaron qué solución daba frente a la pobreza en el mundo, los movimientos de inmigrantes y la inestabilidad que hay. Fue muy interesante su respuesta, puesto que es un hombre del mundo. Dijo: “El mundo no tiene solución, porque hizo del dinero su dios”. Bien dicho.
    Recordemos que en Éxodo, después de salir de Egipto, Moisés y los hijos de Israel se encontraron en el desierto con Jetro, el suegro de Moisés. Allí él dio un consejo a Moisés, respecto a la administración del pueblo, que repartiera el trabajo, asignando a un grupo de hombres los casos menos importantes, y reservando los más difíciles para él. A Moisés le pareció bueno el consejo y lo llevó a cabo, apuntando a setenta hombres como jueces en Israel. Pero de especial interés para nosotros es que entre las condiciones de estos setenta jueces estaba que tenían que aborrecer la avaricia. No sólo estar libre de ella, sino además, aborrecerla, porque si no, por ella el juicio podría ser pervertido. Y Dios todavía quiere que Su pueblo esté sin avaricia y que aborrezca la avaricia. Si tenemos los ojos puestos en el Señor Jesús, como Hebreos 12:1-3 nos indica, no amaremos las cosas terrenales y pasajeras. Que Dios nos guarde de este amor ilícito y necio, y seámosle un pueblo fiel y puro.

de un estudio dado en Sevilla por D. José Álvarez que es de Avilés, Asturias

https://es.wikipedia.org/wiki/Avil%C3%A9s

miércoles, 3 de julio de 2019

Obediencia A Cristo: El Único Señor De Las Iglesias



Texto: Apocalipsis 1:9-20

En este pasaje el Señor Jesucristo se revela a Juan, y en la visión Juan le ve en medio de las siete iglesias. Ningún otro está en el centro, sino solo Cristo. Las iglesias no se congregan en torno a una persona popular o afluente, porque esto sería una afrenta a Cristo. Ningún hombre, por rico, popular o influyente que sea, debe atreverse a ocupar el lugar de Cristo o controlar las iglesias. Las iglesias en el Nuevo Testamento estaban en lugares distintos, cada uno con su geografía, clima, idioma, costumbres, dieta, etc., pero todas ellas fueron gobernadas por un mismo Señor y una misma Palabra. De este modo se puede cumplir la exhortación de 1 Corintios 1:10, “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”.
    Cuando unas iglesias o personas obedecen al Señor y otras no lo hacen, no es por cultura como algunos nos quieren hacer creer, sino por la actitud de su corazón. Los hermanos de Filipos dan ejemplo: “como siempre habéis obedecido” (Fil. 2:12). La verdadera conversión debe comenzar con una confesión del señorío de Cristo, y esto no es negociable (Ro. 10:9).
    El que dice que cree en el Señor, pero no lo obedece, se contradice. Observa el ejemplo de Abraham en Hebreos 11:8, “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir...” Es la obediencia de la fe. Spurgeon predicó un sermón entero sobre esta frase: “por la fe Abraham...obedeció”. La obediencia señalada aquí no es por miedo, sino por fe. La desobediencia viene de falta de fe – o sea – de desconfianza. La obediencia no es a regañadientes, a base de latigazos, sino por amor como bien remarca el Señor en Juan 14:15, “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. El creyente ama al Señor y desea agradarle. ¿Cómo sabe qué es lo que le agrada? Por Su Palabra. Una verdadera conversión tiene como resultado la carne crucificada (Gá. 5:24) y el mundo negado en la vida del creyente. No quieren amistad con el mundo, porque son motivados por el amor de Dios (1 Jn. 2:15).
    Observad cuán importante es esta condición que Jesucristo pone para tener amistad con Él. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:14). ¿Y dónde tenemos los mandamientos del Señor, sino en la Palabra de Dios?  No son sugerencias, sino mandamientos. No son gravosos (1 Jn. 5:3) porque el creyente es motivado por fe, amor y gratitud. Desea vivir para agradar al Señor y hacer Su voluntad.
    Cualquiera puede equovicarse, ¿y quién no lo ha hecho?, tanto personas como iglesias. Pero cuando el Señor nos corrige con Su Palabra y nos recuerda y señala el buen camino, manifestamos nuestra fe (confianza en Él) por un arrepentimiento y obediencia a Él.
    Esto tiene muchas aplicaciones – y cierto es que los cambios que observamos en las personas y las iglesias no vienen de fe, amor y separación del mundo, sino de lo contrario – falta de fe – deficiente amor y conformedad al mundo. La entrada de la música contemporánea, la desaparición del énfasis en el arrepentimiento y el señorío de Cristo en la predicación del evangelio, el protagonismo de las mujeres en las familias y las iglesias (el feminismo), y la mundanalidad en las diversiones y la forma de vestirse, son solamente unos ejemplos corrientes, y síntomas de un mal espiritual que es cada vez más generalizado.
    Un ejemplo corriente es la cuestión de la vestimenta de la mujer, que le es prohibido en Deuteronomio 22:5 llevar ropa de hombre, porque “abominación es a Jehová cualquiera que esto hace”. Se aplica a “cualquiera”. No dice “en una reunión”, porque habla de la vida, no de una reunión. Que sepamos los hombres no quieren llevar faldas, pero las mujeres sí tienen afán de llevar pantalones – la moda establecida en el mundo. No era así, pero el mundo ha cambiado, y ahora las iglesias aflojan y cambian – cediendo a las presiones y las modas del mundo. Las excusas y razonamientos filosóficos son múltiples pero insignificantes. Hacer lo que Dios abomina no es crecer ni madurar. La ley de Dios no es mala, sino buena, santa y justa (Ro. 7:12). En ella aprendemos cómo Dios piensa, Sus propósitos, y cuáles son las cosas que le gustan y no le gustan. Entre las abominaciones están cosas como la homosexualidad (Lv. 18:22; 20:13) la idolatría (Dt. 7:25; 13:6-14), “los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente,  el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Pr. 6:17-19). El Antiguo Testamento tiene validez y valor para enseñar y amonestarnos (Ro. 15:4; 1 Co. 10:6, 11).
    Es triste ver y oír de iglesias donde los hermanos responsables han dicho o permitido sin comentarios que las hermanas vistan pantalones. Años atrás no lo permitieron, pero han cambiado, y ahora se justifican diciendo que hay que madurar. No es madurez cuando uno afloja en la Palabra de Dios, se adapta al mundo y comienza a criticar a los que no cambian. Hebreos 5:14 dice que “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. La madurez capacita al creyente a discernir las cosas que son de la Palabra de Dios – el bien – y las que son del mundo – el mal. Pero desde la antigüedad ha habido en el pueblo de Dios los que han aflojado y cambiado, profesando hacer bien. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Is. 5:20-21). Aunque haya hombres que digan que las hermanas pueden llevar pantalones y no pasa nada – recuerda que en el Antiguo Testamento había falsos profetas que decían al pueblo que podía ser y hacer como las naciones y que no pasaba nada. Por eso el profeta Isaías, inspirado por Dios, dijo: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Is. 8:20).
    Otro ejemplo es la proliferación de reuniones de mujeres, siendo estudios bíblicos, conferencias, retiros, etc. en los cuales las mujeres lideran, predican y enseñan. Un grupo de mujeres celebró una cena del Señor solo para ellas, para que se levantasen a adorar y orar en voz alta, como normalmente hacen los varones. No parece importarles que no hay ni una reunión de mujeres creyentes en todo el Nuevo Testamento – es decir, carece de instrucción apostólica y de ejemplo bíblico como base para esas actividades. Es preocupante saber que nada de eso podía haberse desarrollado sin el permiso de los varones responsables en las asambleas, así que en el fondo representa un fracaso de liderazgo espiritual. Pero esos varones, en lugar de arrepentirse y volver a conformarse al patrón bíblico, defienden “los derechos” de las mujeres a reunirse y tildan de divisionistas a los que se resisten. Algunos insisten que cada asamblea es autónoma y puede decidir esas cuestions. Pero la autonomía no libra a ninguna asamblea del señorío de Cristo, pues Él es cabeza del cuerpo, y está presente como Señor en cada reunión. Ningún anciano, misionero o grupo de los tales tiene derecho a enseñar a hacer lo que el Señor prohibe, ni prohibir lo que el Señor manda. ¡Asombrosamente, se escucha de asambleas donde personas han sido puestas en disciplina por no asistir a la reunión de mujeres! Y las mujeres “maestras” tampoco desean arrepentirse y volver a integrarse en la congregación como hermanas cuya responsalidad es aprender en silencio, con toda sujeción, porque no le es permitido a la mujer enseñar (1 Ti. 2:11-12).
    ¿Quién no reconoce que en los últimos veinte o treinta años ha habido muchos cambios en las asambleas? ¿Son bíblicos o adaptaciones al mundo? Cuando hay desvío en el pueblo de Dios, el llamado bíblico es: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer. 16:6). En Apocalipsis 2-3 leemos lo que el Señor dijo a las siete iglesias de Asia, y llamó al arrepentimiento a cinco de las siete. Si esas iglesias, en la época de los apostoles, se habían desviado y tenían que arrepentirse, ¡cuánto más es así hoy en los postreros tiempos! 2 Timoteo 4:3-4 describe tiempos que entonces eran futuros, pero ahora han llegado: “no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias,  y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”. Cuando el liderazgo es culpable de aflojar y cambiar, debe humillarse y arrepentirse, porque su ejemplo afecta a muchos (Stg. 3:1) y pueden recibir mayor condenación.
    La iglesia en Éfeso fue llamada a arrepentirse (Ap. 2:4-5), porque pese a sus muchas actividades había dejado su primer amor. “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”.  Es un ultimátum del Señor. “¡Vuélvete, porque si no...!” Las primeras obras son las hechas con amor puro al Señor, celo por Él, y conforme a Su Palabra.
    La iglesia en Esmirna es una de dos que no tenían que arrepentirse. Sufrió por su fidelidad. Pero el Señor le anima con estas palabras: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10). ¡Ojalá siguiéramos todos ese ejemplo! Esto es lo que necesitamos hoy, creyentes e iglesias que se mantengan fieles hasta la muerte – fieles hasta el fin – sin aflojar, sin cambiar.
    La iglesia en Pérgamo fue permisiva – admitía en su medio a los que retenían la doctrina de Balaam y otros con la doctrina de los nicolaítas que el Señor aborrece. Hoy también hay iglesias que han crecido mediante la tolerancia y la permisividad, pero el Señor no aprueba. “Arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca” (Ap. 2:16). La espada de Su boca es la Palabra de Dios, que no solo enseña y edifica, sino también reprende, amonesta y corrige.
    La iglesia en Tiatira también fue permisiva y tolerante, y eso desagradó al Señor. Toleraba la enseñanza de una mujer que se decía ser profetisa. Es el único ejemplo en el Nuevo Testamento de una mujer enseñando en una iglesia, y queda tajantemente desaprobada. El Señor le dio tiempo para arrepentirse, pero Su paciencia tiene límite. Ella no quiso arrepentirse. Hay mujeres hoy que tampoco quieren arrepentirse de su usurpación y desvío, pero el juicio viene. Romanos 2:4-5 habla de la dureza y el corazón no arrepentido de los que aprovechan la misericordia y benignidad de Dios para seguir en su mal camino. Cuando manifiestan que no quieren arrepentirse y someterse a la Palabra del Señor, es tiempo de juicio.
    La iglesia en Sardis también fue llamada a arrepentirse. El Señor no halló sus obras perfectas delante de Dios (Ap. 3:2). En lugar de disculparla diciendo lo que oímos mucho hoy: “no hay iglesia perfecta” – el Señor la corrige, amonesta y llama al arrepentimiento.“Acuérdate, pues, de lo que has recibido... y guárdalo” ¿Qué había recibido? ¡La Palabra de Dios – la fe una vez dada a los santos, la gracia de Dios para vivir conforme a Su voluntad, y “espiritu... de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7). Cristo manda y advierte: “...Arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Ap. 3:3). Es otro ultimátum divina. ¿Puede aplicarse a algunos de nosotros?  La respuesta es sí, si no guardamos lo que hemos recibido del Señor.
    La iglesia en Filadelfia es la otra que no fue llamada a arrepentirse. Tenía poca fuerza – probablemente no era muy grande ni tenía creyentes ricos o influyentes, pero había guardado Su Palabra y no había negado Su nombre (Ap. 3:8). Ésa es una iglesia digna de imitar. Pobre pero fiel. No necesitamos a ricos ni poderosos, sino al Señor y Su aprobación. ¿Somos capaces de rechazar y parar la influencia de los fuertes y perder su favor, para obedecer al Señor y serle fieles? Hay cosas peores que pobreza y poca fuerza. En Lucas 6:24-26 Cristo dice:  “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”.  A la iglesia en Filadelfia el Señor promete venir pronto, y manda: “Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:11). No hay corona para los que no retienen la Palabra de Dios sino que cambian para ponerse al día y tener “éxito” a corto plazo. Cuando uno no retiene la Palabra, aunque diga que ha madurado, la verdad es que ha sido infiel.  Las coronas son para los fieles.
    La iglesia en Laodicea también fue reprendida, castigada y amonestada a arrepentirse. Laodicea significa “el pueblo gobierna”, y nada hay más adecuado para describir las iglesias evangélicas en nuestros tiempos. El pueblo tiene voz y voto. Las mujeres mandan. Los jóvenes mandan. Los hombres de negocio mandan. La congregación influye a los pastores y ancianos para que efectúen los cambios deseados. Y los hombres, sin principios bíblicos, o sin convicciones, o temerosos (Pr. 29:25), aflojan como Pilato y ceden a la voluntad del pueblo. La iglesia en Laodicea es la patrona de los tales. Era una iglesia afluente, desobediente, sin Cristo y espiritualmente ciega – ignorante de su condición. En qué sentido era todavía una iglesia es difícil de saber. Había sido una iglesia. Todavía profesaba ser una. Estaba pronto a ser vomitada de la boca de Cristo (Ap. 3:16). Su reprensión y castigo eran señales de Su amor (Ap. 3:19). Pero no es un amor tolerante: “sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Sin esto, Él no puede estar en tales iglesias. En el versículo 20 manifiesta Su deseo de comunión, pero para que sea posible, manda y promete lo siguiente. “Si alguno oye mi voz”, es decir, hazme caso. Busca al individuo: “alguno”. No hay que esperar a los demás. “Abre la puerta”, esto es, reacciona y búscale. “Entraré a él, y cenaré con él”. No todos, sino los que responden al Señor, es decir, los arrepentidos.
    Las asambleas no hallarán la bendición en locales nuevos, ni en la modernización, sino el volver al buen camino. Desde los tiempos de los apóstoles los fieles siervos del Señor han indicado claramente la doctrina y práctica de la iglesia y la vida cristiana. La fe ha sido una vez dada a los santos (Jud. 3). Hay que obedecerla, y combatir fervientemente por ella. Si alguien tiene agenda de introducir cambios, la Biblia advierte: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres” (Pr. 22:28). Los avivamentos en la Biblia tomaron lugar cuando hubo una vuelta a la Palabra de Dios, con arrepentimiento, quebrantamiento y lágrimas, y cuando hubo firme resolución a obedecer a Dios.  Hermanos, en nuestros días más que nunca hay necesidad de arrepentirnos, personas e iglesias, volver al patrón de la Palabra de Dios, guardar lo que hemos recibido y ser fieles hasta la muerte. Es el camino que el Señor marca. Las palabras de Cristo a esas siete iglesias también son para nosotros, hermanos. A cada una de esas iglesias el Señor añade esta exhortación: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. El Señor de las iglesias ha hablado. El Espíritu ha hablado. Recibamos y obedezcamos Su Palabra con amor y fe, hasta que el Señor nos llame a Su presencia.

Carlos