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martes, 30 de noviembre de 2021

NOÉ Y LOS ÚLTIMOS DÍAS

A través de este enlace pueden ver en Youtube esa película en español:

https://www.youtube.com/watch?v=PrpqlJz7nsg

 Son casi increíbles las respuestas y la ignorancia de las personas entrevistadas. En verdad estamos en los postreros días.


LOS DÍAS DE NOÉ

 

Jesucristo habló de Noé, sus tiempos y un gran diluvio. Lo trató como algo histórico y literal. Sabemos que no es un cuento, ni una parábola, ni una alegoría, sino un relato verídico de algo terrible que pasó en la historia. Merece la pena leerlo. Génesis 5:29 al 8:22 da la historia de Noé, hombre piadoso (no un actor de Hollywood), y del diluvio universal que Dios envió en juicio sobre la desenfrenada maldad en el mundo entero.  
    Lo de Noé y el diluvio no es una leyenda. No fue un mero desastre ecológico, sino un juicio de Dios sobre un mundo impío – como el nuestro. Advierte del gran juicio que sacudirá al mundo entero antes de la segunda venida de Cristo. Juzgará al mundo con justicia, y no tendrá por inocente al culpable. Se repite la historia de la desobediencia de los seres humanos y el juicio de Dios. A continuación presentamos dos textos donde Jesucristo habló de Noé y el diluvió que “destruyó a todos”.

Evangelio según S. Mateo 24:37-39
37 Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre.
38 Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca,
39 y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.

Evangelio según S. Lucas 17:26-27
26 Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre.
27 Comían, bebían, se casaban y se daban en casamiento, hasta el día en que entró Noé en el arca, y vino el diluvio y los destruyó a todos.

    También lo mencionó el apóstol Pedro como algo histórico y literal.  Algunos le tienen por su primer Papa, pero no hacen caso de lo que escribió bajo inspiración del Espíritu Santo (ex-catedra).

1ª Epístola de S. Pedro 3:20
20 los que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.

Déjà Vu

    Génesis 6:5 dice: “la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal”. Más adelante, el versículo 12 relata que “miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra”.
    Cuando la desobediencia y la maldad llegan a esos niveles de desenfreno y se extienden por todo el mundo, hasta tal punto que los gobiernos legalizan el pecado y la gente pierde la vergüenza y el temor de Dios, son otra vez los días de Noé.  De eso habló Jesucristo, de la vuelta de “los días de Noé”. Amigo, lee otra vez los textos citados de las Sagradas Escrituras. Vivimos en tiempos como aquellos.
    Dios prometió no juzgar el mundo por agua otra vez, es decir, por otro diluvio universal. Pero no prometió no juzgar al mundo. Eso sí lo hará y bien pronto. El tiempo se acaba. La fecha del juicio divino se avecina. Dios intervendrá en la historia otra vez para juzgar la maldad desenfrenada, la desobediencia y la impiedad que abundan. Cuando venga Jesucristo por segunda vez, no será en forma de bebé, ni manso y humilde, sino como Rey con gran poder y gloria. Lee en S. Mateo capítulo 24, y en el libro de Apocalipsis, capítulo 19, y lo verás. Prepárate amigo, créelo, tómalo muy en serio, reacciona, porque el juicio viene, como vino en los días de Noé.
    El apóstol S. Pablo también advirtió acerca de la próxima venida de Jesucristo para juzgar al mundo, no con agua, sino con fuego. ¡Habrá terribles juicios! En la 2ª Epístola a los Tesalonicenses, 1:7-10 dice:

 7 cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder,
 8 en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo;
 9 los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder,
 10 cuando venga en aquel día para ser glorificado en sus santos y ser admirado en todos los que creyeron.

    Como Noé en su día, nosotros anunciamos el juicio venidero y predicamos el perdón de pecados y la salvación, gratuitamente, por la gracia de Dios, sin obras, por la fe en el Señor Jesucristo. Tal vez digas que somos unos aprovechados, pero no es así. Los aprovechados son los de Hollywood que toman como cuento y representan incorrectamente ese tema bíblico tan solemne, para divertir a la gente y forrarse con dinero. Ríete si quieres, pero mira alrededor y acuérdate de esto: Han llegado otra vez los días de Noé, ¡y el juicio viene ya! Si no te arrepientes y confías en el Señor Jesucristo, perecerás como los que perecieron en los días de Noé. Cristo dijo: “vino el diluvio y los destruyó a todos”.
    Noé creyó a Dios, con los de su casa, y fueron salvas esas ocho personas. Todo el resto del mundo pereció. La mayoría no lleva la razón. La muchedumbre no le impresiona a Dios. El Creador y Juez del mundo “ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos de los Apóstoles 17:30-31).
    Aquel varón que designó es el Señor Jesucristo, que murió por tus pecados, pero resucitó, y viene otra vez. Arrepiéntete de tus pecados de hechos y de omisión, de pecados de actitudes, palabras, pensamientos, deseos, y clama a Jesucristo el Señor, el Cordero de Dios, para que te perdone y te dé vida nueva. Sólo Él puede perdonar tus pecados. Sólo Él puede salvarte y darte vida eterna. Hoy todavía estás a tiempo.
    Pero pronto se abrirán los cielos y comenzarán los grandes juicios de Dios, y será demasiado tarde para ti. No tardes más. No te quedes pensándolo. Arrepiéntete y cree el evangelio. Jesucristo murió por tus pecados, fue sepultado, resucitó el tercer día conforme a las Escrituras, y fue visto por testigos. “Por lo cual puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Hebreos 7:25). ¡Cristo es “nuestro Señor de Perpetuo Socorro”!

Él venció la muerte, vive para siempre, y sólo Él puede interceder por ti y perdonarte. Su promesa a los arrepentidos es: “...al que a mí viene, no le echo fuera” (S. Juan 6:37). Los que no entraron en el arca no fueron salvos del juicio divino — el diluvio. Amigo, se repite la historia. Nos han alcanzado los días de Noé y el mundo está lleno de terrible impiedad. Pero viene el Señor Jesucristo “en llama de fuego, para dar retribución” – gran juicio sobre este mundo. Te ponemos en sobreaviso: los que no vienen a Jesucristo, es decir, no reconocen su pecado, no se arrepientan ni confían en Él, perecerán. No seas uno de ellos.
 

Nuestra vida acabará, cual la hoja caerá,
Cual el haz se ligará; ¡Busca a Dios!
Vuela cada día veloz, y volando da su voz:
“Ven a dar tu cuenta a Dios”, ¡Busca a Dios!
Busca a Dios, busca a Dios;
Entretanto tengas tiempo, ¡Busca a Dios!
Si te atreves a esperar, Dios la puerta cerrará;
Te dirá: “Es tarde ya”, ¡Busca a Dios!



viernes, 13 de marzo de 2020

Coronavirus, Asteroides y Calentamiento Global



Son tres de las preocupaciones corrientes. Para algunos son obsesiones, y su impacto es grande. En todo lugar la gente se preocupa por si morirá, o si toda vida en el planeta será extinguida por una de esas cosas u otras como ellas. Y los medios de comunicación – las noticias – el telediario – no solo informan sino se obsesionan y causan lo mismo en los demás. Levantan grandes preocupaciones, alimentan rumores e incluso causan pánico. Su constante informe de peligros, tragedias, desgracias y muertes mantiene al público sintonizado a su canal, pero no solucionan nada. Sugerimos que en lugar de permitir que la tele o la radio dicte de qué preocuparte, consideres lo que Dios, el Creador tiene que decir, porque tiene muchas advertencias y consejos, todo para nuestro bienestar.

Coronavirus
 
   En verdad simpatizamos y compadecemos con todos los que sufren del Coronavirus, y oramos por ellos. Animamos a todos a actuar prudente y puntualmente para prevenir más contagio y muerte. Como dice el refrán: “Más vale prevenir que curar”. Pero muchos no han reaccionado a tiempo, y ahora es tarde para prevenir. La demora en cosas así es dañina y fatal, y en otras cosas también. Por esta pandemia vírica vivimos tiempos dificiles que debieran recordar a todos la fragilidad y brevedad de la vida. Un escritor sagrado exclamó: “¿Qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece”. Agradecemos los esfuerzos de la ciencia y especialmente la medicina, los sacrificios personales y  las horas incansables de investigaciones, pero aunque curen una enfermedad, surge otra más difícil de tratar.  Hay dos cosas que debemos saber.
    Primero, la ciencia y la medicina, por nobles que sean, no pueden librar al mundo de enfermedades y plagas, ni traer salud perfecta o inmortalidad. ¡Ya debemos haber aprendido esto! Pero la vida en la Tierra no será extinguida por ningún terrible virus. De esto estamos seguros.
    Segundo, sepa que por mala que sea la situación corriente por este virus, y por mucha aflicción que hay, no es nada comparado con lo que se avecina.  Se nos advierte en el libro de Apocalipsis “Cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto ser viviente, que decía: Ven y mira. Miré, y he aquí un caballo amarillo, y el que lo montaba tenía por nombre Muerte, y el Hades le seguía; y le fue dada potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, con hambre, con mortandad, y con las fieras de la tierra” (Apocalipsis 6:7-8).  El cuarto jinete del apocalipsis trae el azote de muerte masiva por hambre, pestilencias, plagas y fieras. ¿Por qué?  Vendremos a esto en breve.

Asteroides & Meteoros
Algunos se preocupan por el posible impacto de un asteroide o meteoro que podría extinguir la vida o causar destrucción tan masiva que retrocederíamos a la edad de piedra.  Los astrónomos, preocupados, vigilan el espacio, calculan trayectorias e intentan darnos un aviso con tiempo. Hay investigaciones y estudios para inventar métodos para destruir o desviar al meteoro y evitar un impacto fatal. Ciertamente parece una preocupación válida. Pero, nuevamente, hay dos cosas que debes saber.
    Primero, no te preocupes, porque la vida en la Tierra no terminará por ningún choque así. Eso no quiere decir que no puede haber algún impacto, pero no será el fin del mundo, porque el mundo terminará por otra causa.
    Segundo, Apocalipsis advierte que viene un terrible impacto, no por casualidad o leyes de probabilidad, sino enviado por Dios. Considera la advertencia divina en Apocalipsis 8:10-11, “El tercer ángel tocó la trompeta, y cayó del cielo una gran estrella, ardiendo como una antorcha, y cayó sobre la tercera parte de los ríos, y sobre las fuentes de las aguas. Y el nombre de la estrella es Ajenjo. Y la tercera parte de las aguas se convirtió en ajenjo; y muchos hombres murieron a causa de esas aguas, porque se hicieron amargas”.  Es un juicio divinamente enviado desde el cielo, y no hay nada que la ciencia pueda hacer para pararlo. Es tan cierto como si ya hubiese sucedido, es decir, en la mente de Dios está hecho! Pero ¿por qué pasará?


Calentamiento Global
   

  Sí, suben las temperaturas. ¿Ha hecho así antes en la historia? Francamente no lo sabemos porque nuestros registros del tiempo no son suficientes para saber si hay antecedentes, para determinar si podría ser parte de un ciclo. Quizás no. Quizás es solamente por nuestra mala administración del planeta. Pero hay dos cosas que debes saber.
    Primero, la vida en la Tierra no será extinguida por la contaminación ni por el calentamiento global o sus repercusiones. La Biblia nos declara en términos concretos cómo vendrá el fin, y no será por el clima, y no podemos salvar al planeta.
    Segundo, por mala que sea la subida de temperaturas, no es nada en comparación con lo que viene. De nuevo, Apocalipsis nos advierte. No es una predicción, sino una declaración, un aviso. Apocalipsis  16:8-9 advierte: “El cuarto ángel derramó su copa sobre el sol, al cual fue dado quemar a los hombres con fuego. Y los hombres se quemaron con el gran calor, y blasfemaron el nombre de Dios, que tiene poder sobre estas plagas, y no se arrepintieron para darle gloria”.  El cuarto vaso de ira desde el cielo traerá el azote del calor de sol cual nunca se ha visto en la historia del mundo. No será causado por nuestra mala administración del medioambiente, sino por un fallo nuestro mucho más serio. ¿Qué es? Veremos. 

Lo Peor Todavía No Ha Llegado

 
    Probablemente alguien nos llamará aprovechados o insensibles por hablar así de estas cosas. Pero no es así. Es que Dios ha hablado largo tiempo en voz baja, y pocos le hacen caso, ¡pero ahora está gritando para despertarnos! Amigo, lamento decirte que las cosas que pasan hoy no son nada en comparación con lo que viene. Muchos no tienen ni idea de lo que está a la vuelta de la esquina y a punto de caer sobre la tierra. Cuando preguntaron a Jesucristo: “¿Qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3), Él contestó así:

    “Mirad que nadie os engañe. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo; y a muchos engañarán. Y oiréis de guerras y rumores de guerras; mirad que no os turbéis, porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación, y reino contra reino; y habrá pestes, y hambres, y terremotos en diferentes lugares. Y todo esto será principio de dolores (Mateo 24:4-8)
 Guerras, rumores de guerras, pestes, hambres y terremotos – las cosas que vemos hoy, solo son los preliminares. Lo pesado todavía no ha llegado, pero falta poco. Largo tiempo ha tardado la paciencia divina. Ha dado muchos avisos, repetidas veces y con gran paciencia. Pero hemos menospreciado Su benignidad, paciencia y longanimidad, para seguir en nuestros caminos sin arrepentirnos, sin hacerle caso. Dios nos trata duramente, no porque Él sea duro, sino porque nosotros somos duros.
    “Principio de dolores” significa que vienen más dolores, y efectivamente así es. Arriba hemos citado solo tres juicios del libro de Apocalipsis. Jesucristo abrirá el libro sellado con siete sellos (Apocalipsis 6), y cada sello suelta un juicio sobre la tierra. Son tan terribles que al llegar solo al sexto sello los hombres se llenarán de pavor, se esconderán en cuevas y entre las peñas de las montañas, y clamarán: “Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero;  porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (Apocalipsis 6:16-17). Y esto solo es el comienzo.
    Al abrir el séptimo sello (Apocalipsis 8:1), siete ángeles en pie ante Dios recibirán trompetas, y las tocarán por turnos. Cada trompeta anunciará la llegada de otro juicio divino. Causarán grandes cataclismos,  desastres ecológicos y mucha mortandad. Piensa en lo que hoy nos cuesta recuperar después de un solo terremoto o un solo huracán. Cuando comienzan a caer los juicios divinos, serán mundiales, y ninguna nación podrá ayudar a otra. No habrán salido de un juicio cuando llegará el siguiente. Tan terribles serán que después de solo cuatro trompetas, un ángel volará por en medio del cielo diciendo: “¡Ay, ay, ay, de los que moran en la tierra, a causa de los otros toques de trompeta que están para sonar los tres ángeles!” (Apocalipsis 8:13). 

    Después de la séptima trompeta, aparecerán en el cielo siete ángeles con las siete plagas postreras (Apocalipsis 15:1). La voz de Dios les mandará: “Id y derramad sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios” (Apocalipsis 16:1). Una tras otra las siete terribles copas serán derramadas. Aparecerán úlceras malignas en las personas. El mar se convertirá en sangre y morirá todo ser marino. Los ríos y las fuentes de las aguas se convertirán en sangre. No habrá agua. Él sol quemará a los hombres, y no se arrepentirán sino que blasfemarán. Luego vendrán densas tinieblas y los hombres morderán de dolor sus lenguas. El río Éufrates se secará y un enorme ejército avanzará hacia Har Meguiddó en Israel (“Armagedón” – Apocalipsis 16:16). Habrá terremotos, truenos, relámpagos y caerá enorme granizo que pesará más de 30 kilos.
    Otra vez, por mucho que suframos hoy los trastornos de un virus, o el miedo de un asteroide, o unos grados más de calor, solo son “principio de dolores”. El tiempo de la paciencia y misericordia de Dios se está acabando, y pronto vendrán los juicios apocalípticos. No son parábolas ni alegorías, sino avisos y descripciones de lo que viene. Conviene saber la razón.

La Raíz

    Hablemos ahora del porqué. Hay algo peor que los virus, los meteoros y los cambios climáticos, y a todos nos amenaza. No es un virus ni una enfermedad, pero vamos a usar la analogía de una pandemia para ayudarte a comprender. La verdad es, que todo ser humano ya tiene esta condición fatal, y si no se cura, la prognosis es muerte segura. No es una teoría. La muerte es un hecho, una realidad. Dondequiera que haya seres humanos hay sepulcros. Los ricos, poderosos, eruditos y famosos mueren como los pobres, débiles, ignorantes y desconocidos.  Estamos hablando de la raíz, la causa de todos los problemas, pasados, presentes y futuros. ¿Qué es esta cosa fatal que toda persona ya tiene, que causa tanta tristeza y muerte, y traerá esos terribles juicios divinos, apocalípticos?
    El pecado. En serio. No te rías ni hagas mueca burlona, por favor. Mantén una mente abierta y déjame terminar. La Biblia identifica así el origen de todos los problemas de la raza humana: somos pecadores, y el pecado causa la muerte. En el libro de Génesis (significa “orígenes”), Dios hizo al hombre y se reveló a él, haciendo generosa y benevolente provisión. Le dio una sencilla ley y advirtió que la muerte sería la consecuencia de la desobediencia (Génesis 2:17). Pero Adán y Eva, los únicos seres humanos en el planeta, desconfiaron y desobedecieron – lo cual es pecado. Su naturaleza sufrió un cambio, y la muerte entró tal como Dios había dicho.
    Todo aquel que desciende de estos progenitores, eso es, cada uno de nosotros, nace con esa naturaleza egoísta y desobediente. ¿Es importante el registro histórico de Génesis? ¡Créelo! ¡Jesucristo lo afirmó!  El Buen Maestro declaró que “al principio de la creación, varón y hembra los hizo Dios” (Marcos 10:6). No es una leyenda, sino palabras de un testigo ocular. Milenios más tarde, el apóstol Pablo escribió: “el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5:12). Es irrelevante si crees que eso es justo o no, pues es verdad. ¿Somos todos pecadores? ¿Eres tú un pecador? Si albergas dudas, consulta lo que Jesucristo dice que sale del corazón del hombre y le contamina, en el Evangelio según Marcos (Marcos 7:20-23). Verás descrita ahí tu condición, así como el resto de nosotros. El apóstol Pablo también declaró que “en Adán todos mueren” (1 Corintios 15:22). Tiene razón. Todos morimos, y la razón no es hallada en la biología ni en otras ramas de ciencia, sino en la Biblia. La humanidad no puede eliminar la muerte, porque la raíz es el pecado, y no podemos curar eso. La filosofía, la psicología, la sociología, la medicina, la ciencia y la religión son impotentes ante este terrible azote de la humanidad. Pero lo peor es que Dios ha obrado para salvarnos, y le resistimos y rechazamos. “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino” (Isaías 53:6). Por eso vendrán los juicios.

La Cura Divina

 
    Solución hay, y es espiritual, pero esto no quiere decir religión. Dios tiene la cura que no falla, y hay para todos.  Pero el problema es, si eres como muchos, creerías casi cualquier cosa o persona antes que a Dios.  Y la Biblia es el único registro preciso de la historia de la humanidad y que explica cuál es nuestro problema. La liberación del pecado y sus consecuencias viene solo por creer a Dios. No es lo mismo que creer en Dios, aunque eso es un buen comienzo, pero repito, es creer a Dios – creer y confiar en lo que Él dice.
    Dios enseña que nuestro problema es el pecado. El pecado trae muerte, y todos pecamos – lo hacemos porque está en nuestra naturaleza torcida, somos esclavos del pecado y no podemos parar. Algunos intentan embellecerlo, otros son más descarados, pero está en cada uno de nosotros. Somos pecadores. ¿Crees a Dios?  Nuestro Creador sabe más que todos los antropólogos. Él que nos hizo y conoce toda nuestra historia dice: “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Es una gran verdad fundamental. También dice: “el alma que pecare, ésa morirá” (Ezequiel 18:4), “los que practican tales cosas son dignos de muerte” (Romanos 1:32) y “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23).
    Esto es POR QUÉ Jesucristo vino al mundo, “para salvar a los pecadores” (1 Timoteo 1:15). Pero no pudo hacer un gesto con una vara mágica ni decir algunas palabras litúrgicas. Solo hay una cosa que paga por el pecado: la muerte, no la religión, las buenas obras, las reformas personales, etc. Solo la muerte. Por eso, “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (1 Corintios 15:3). Juan el bautista le señaló públicamente:  “He aquí, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).  No vino solo para enseñar, hacer buenas obras o dar un ejemplo, sino para MORIR. Es la única manera que podemos ser perdonados y cambiados – salvados – si una muerte ha pagado por nuestros pecados. Él murió en lugar de cada uno de nosotros, para que seamos perdonados y salvados sin tener que morir por nuestros propios pecados. Cristo nos sustituyó. El apóstol Pedro escribió esto acerca de Cristo: “Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero...” (1 Pedro 2:24).
    Esta es la cura divina. Nosotros pecamos, pero Jesucristo, que no pecó, murió como nuestro Sustituto. Él pagó la pena de muerte por nosotros, de modo que los que creen a Dios y confían en Jesucristo  son perdonados y reciben vida eterna en lugar de condenación. Si arrepentido de tus pecados, incluso de tus creencias equivocadas, confías única y exclusivamente en Jesucristo como tu Señor y Salvador, Él te librará del pecado y la condenación. Cristo promete: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
    Cuando piensas en todas las cosas terribles que pasan en el mundo, y todo lo que Apocalipsis dice que sucederá, recuerda, la causa es el pecado. Dios llama a toda persona a creerle, arrepentirse y confiar en Su Hijo Jesucristo como Señor y Salvador. Ahora que lo sabes, ¿qué vas a hacer? Recuerda, la demora es perjudicial.
    Alguien lo resumió bien con esa pequeña poesía.


LA VIDA ES CORTA, LA MUERTE SEGURA,
EL PECADO, LA CAUSA, Y CRISTO LA CURA.

   
           
Carlos Tomás Knott,
12 marzo, 2020




               







           

martes, 31 de diciembre de 2019

ENFRENTANDO LA VERDAD -- William MacDonald

En la década de 1960 el hermano MacDonald escribió esto. Parece que es para hoy.

    Espiritualmente hablando, estamos en una condición alarmante. Enterarse de la situación de muchas asambleas es como escuchar malas noticias; y se va deteriorando cada vez más.
    Han surgido casos escandalosos de inmoralidad, aun de ancianos y obreros en las asambleas. Por supuesto, esas noticias nunca salen revistas de edificación cristiana ni en informes sobre la obra. Ahí solo hay luz y bendición — todo positivo. En lugar de lamentar el pecado y aplicar la disciplina bíblica, han encubierto esos pecados para no dañar la reputación de algunos y así dejarles seguir en su ministerio. Hermanos, nos hemos envanecido, y no hemos lamentado la condición triste de las iglesias (1  Co. 5:2). Hablamos de misericordia cuando tendríamos que hablar de santidad y justicia.
    Hay una falta abismal en la enseñanza y práctica de la disciplina bíblica, la cual el Señor nos ha dado para la santidad de la iglesia. Casi todo es consentido bajo el lema del amor, o diciendo que nadie es perfecto. Hemos preferido el análisis psicológico en lugar de la disciplina. Si realmente queremos ser neotestamentarios, debemos ceñirnos a la Palabra del Señor.
    Y cuando ha habido disciplina, salen de una iglesia y van a otras que reciben a los disciplinados. Hay adúlteros que cambian de país e iglesia y actúan como ancianos, como si nunca pasó nada. En vez de respetar y apoyar la asamblea y demandar el arrepentimiento y la reconciliación, dan cobijo a los disciplinados y parecen contentos de tener a unos más en la congregación. Hay una arrogancia y un menosprecio tremendo de la disciplina de una asamblea. Circula la idea perversa entre nosotros que recibir a los disciplinados es ser misericordiosos. Así solo fortalecemos la independencia y rebelión que el ser humano tiene por naturaleza (Ef. 2:2-3).
    Y eso no es todo. Nos hemos vuelto materialistas casi cien por cien: comprando, haciéndonos grandes edificios, y acumulando posesiones como si nuestro futuro estuviera aquí en lagar de en el cielo. Tomando la piedad como fuente de ganancia nos hemos degradado, amando y haciendo culto al dinero. La codicia es idolatría, pero huyendo de la idolatría de los Católico-Romanos hemos caído en la evangélica—la avaricia (Col. 3:5).
    Tenemos orgullo del número de hombres exitosos en sus negocios que hay en nuestras iglesias, en lugar de tener un número así de hombres de Dios. El dinero ha llegado a ser nuestro amo. Hemos hecho más caso a las demandas del mundo de los negocios que a las demandas de Cristo. La empresa cuenta más con nosotros de lo que la iglesia puede contar. Nuestra condenación se encuentra en las palabras de Samuel Johnson: "La codicia del oro es algo sin sentimientos y sin remordimiento, y es la última corrupción del hombre degenerado."
    Nos hemos entregado a buscar renombre, respeto, aceptación, reconocimiento, admiración e importancia a los ojos de los demás—los del mundo. Sacrificamos todo para trabajos prestigiosos, casas prestigiosas y coches prestigiosos (¡"el coche del año"!). Y como si no fuera bastante todo esto, anhelamos con locura carreras prestigiosas para nuestros hijos, e invertimos todo preparándoles para tener éxito en el mundo.
    La verdad es que en nuestro antojo loco de verles con éxito y cómodos en el mundo, les hacemos pasar por el fuego en esta vida y sufrir las penas del infierno en la vida venidera.
    Con demasiada frecuencia vivimos en doblez. Guardamos una fachada, la apariencia de piedad durante una o dos horas de reunión, pero en realidad no hay poder espiritual. En nuestros negocios hay sobornos, contratos a dedo y acuerdos a puerta cerrada. Hay ancianos que como hombres de negocio tienen dos juegos de libros para engañar a Hacienda y a la Seguridad Social. Consentimos condiciones ilegales de trabajo sin contrato, y formas innumerables de incumplir la ley y desobedecer el mandato bíblico: "Por causa del Señor someteos a toda institución humana" (l  P. 2:13). En nuestras vidas personales hay frialdad espiritual, dejadez de la lectura de la Biblia y la oración diaria. Se pelean los matrimonios como perros y gatos, luego vienen todo sonrientes a la reunión. Pero en casa hay amargura, contención, lujuria, liviandad, chismeas, críticas, murmuraciones e impureza en los padres y también los jóvenes. Estamos viviendo una mentira. No honramos los votos matrimoniales hechos delante de Dios. Practicamos el divorcio y el nuevo matrimonio aunque el Señor lo llama adulterio (Lc. 16:18).
    Muchos de nuestros hijos se han ido de la iglesia aunque los llevábamos siempre a las reuniones y a los campamentos. Hicieron sus oraciones de “conversión” en su día y los bautizamos. Pero no queremos admitir ni que los demás sepan cuán baja es su condición espiritual. Les arruina el materialismo, la drogadicción, el alcoholismo, los placeres, la perversión sexual, y los amigos inconversos. No admitimos que son rebeldes o apóstatas, sino decimos que “se han apartado del Señor,”. Pero Tito 1:16 y 1 Juan 2:3-5 los describen bien. ¿Por qué ocurre esto con nuestros hijos? Es el fruto de nuestra permisividad y de como los educábamos, chupándoles el dedo, consintiéndolos su voluntad, dejándoles alimentarse de la tele y el internet, donde aprenden la mundanalidad. Pero, ¿no quebrantamos ante el Señor, o seguimos resistiendo y negando que sea culpa nuestra?
       Y algunos siguen en la iglesia pero son mundanos y nadie les dice nada. Otros creen falsas doctrinas como el calvinismo y la teología de la reforma, y ahí están, consentidos. Porque no queremos disciplinar a nuestros hijos, permitimos que leuden a la iglesia.
    Como padres no hemos dado ejemplo de espiritualidad, sino de mundanalidad. Antes no había tele en casas de creyentes, pero ahora se ha metido y con ella ha entrado el mundo. Es la droga electrónica, la “caja tonta” cuyo  ojo de vidrio nunca parpadea. Al que todavía no la tiene, intentan regalarle una para que sea como ellos, contaminado y callado. Las noticias, los informes políticos, los concursos, las pelis, los deportes y mucho más. Ahora amamos los deleites más que a Dios (2 Ti. 3:4), pero no queremos confesarlo sino justificarlo. Decimos que nos hemos madurado y ahora sabemos que no es problema tener una tele. Se nos olvida Colosenses 3:1-4.
    Otro pecado nuestro es falta de interés en la oración. No oramos mucho en casa, y resulta que tampoco en las iglesias. Las hay que ahora ni siquiera se reúnen para orar. Pero en otras asambleas la reunión de oración es la que menos asistencia tiene. El domingo están todos para la santa cena — como los católicos que van a la misa, pero esas personas no aparecen para orar. De ahí la pobreza y la debilidad espiritual. En nuestra afluencia autosuficiencia no sentimos la necesidad urgente de la oración. Sin embargo, Pedro aconseja: “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1 P. 4:7).
    Otro error nuestro es que hemos cedido a las presiones del feminismo. La Biblia marca muy bien cuál es el lugar y ministerio de la mujer creyente. No toma parte audible en las reuniones porque está apostólicamente prohibido. Pero las asambleas han ido cambiando durante los últimos 30 o 40 años, y ahora las mujeres se han vuelto protagonistas por no decir bravas. Quieren quitar el velo, símbolo de autoridad. Quieren hablar en las congregaciones cuando Dios les manda callarse. Quieren enseñar que Dios dice que no les es permitido. Quieren predicar y tener sus estudios y conferencias, aunque no hay ninguna actividad así en la Biblia. No quieren estar sujetas. Quieren llevar pantalones y joyas y pelo corto como las del mundo. No son como aquellas santas mujeres de Dios (1 P. 3:5) que en otro tiempo eran humildes, piadosas y reverentes. Ellas han fallado, pero los varones también, porque parece que hay vergüenza de enseñar e insistir en lo que la Biblia enseña? ¿Dónde están los varones de Dios que se levantarán y contenderán ardientemente por la fe? (Jud. 3). Cada vez los hombres guardan más silencio y las mujeres hablan y dirigen más. Como bien dijo un obrero inglés: “Damos pena”.
    Y por último, da pena nuestro orgullo y falta de arrepentimiento. En lugar de enfrentar y admitir nuestra condición pobre, disimulamos, encubrimos, o lo disculpamos con palabras como “enfermedad”, “problema”, “inmadurez”, “discrepancia” o “debilidad”. Algunos hablan de libertad. ¡¿Libertad para pecar?! Debemos usar términos bíblicos, como los profetas y apóstoles de nuestro Señor. Al pan pan y al vino vino. No queremos juzgar el mal—sólo queremos juzgar diciendo que estamos bien y que hacemos bien. Y en vez de llamar e insistir en el arrepentimiento, pensamos que con el tiempo se sanan o se autocorrigen las cosas.
    Pero, ¿es verdad que el tiempo hace esto? ¿Pensamos que ahora podemos escapar sin castigo divino, después de todo? Dios dijo a Israel: “A vosotros solamente he conocido... por tanto, os castigaré por todas  vuestras maldades” (Am. 3:2). Hay aplicación para la iglesia. Dios castiga a los Suyos, pero no a los bastardos. Ahora bien ¿no es que ahora segamos lo que antes sembramos? Gálatas 6:7 dice que no nos engañemos: “Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
    ¿Qué diremos de nuestros hogares, nuestras familias arruinadas por las peleas, las separaciones y el divorcio? ¿Qué diremos de las lágrimas que caen tanto de los padres como de los hijos, como resultado de semejante ruina? Y son esos padres e hijos que vienen a la mesa del Señor cada domingo con esas mismas lágrimas (véase Mal. 2:13).
    ¿Cuándo nos daremos cuenta de que Dios nos está hablando por medio de las enfermedades y las tragedias que experimentamos? (1 Co. 11:30) Es verdad que siempre hay alguna que otra enfermedad o tragedia en esta vida, pero cuando acontecen con una frecuencia anormal, ¿no debemos ser sensibles a esto? El Señor usa estas cosas para llamarnos la atención.
    Piensa en el número de creyentes que gastan una pequeña fortuna en tratamientos psicológicos y psiquiátricos... cosas que antes hacían solo los que no tienen a Dios. Es verdad que siempre ha habido, hay, y habrá problemas de nervios y de emociones. Pero hay más problemas de este tipo ahora que nunca. Tal vez Dios nos está hablando. Nunca antes en la historia ha recurrido la iglesia a una filosofía tan anticristiana y antibíblica. Hemos perdido el norte.
    Nuestro desliz espiritual tiene otras consecuencias también. Muchos de nuestros hijos aborrecen a sus padres y sólo anhelan estar muy lejos de ellos. ¿Afecto natural? ¡Ni hablar! Y en cuanto a la oración—los cielos son como bronce—y nuestras oraciones prefabricadas, llenas de repeticiones, refranes y frases hechas no traen alivio. Casi hemos vuelto a rezar... siempre las mismas palabras en el mismo orden. Dios ha perforado nuestra bolsa con agujeros; trabajamos y ahorramos pero nunca parece que haya suficiente. No ofrendamos con liberalidad al Señor, ni tan siquiera damos una décima parte, así que al final la tenemos que dar al médico, al dentista y al mecánico.
    Sufrimos hambre de la Palabra de Dios. Al ministerio le falta unción. Con demasiada frecuencia lo que oímos es un repaso de lo obvio. Aun los predicadores más conservadores y fuertes hablan generalidades sobre el pecado, olvidándose de la trompeta de Isaías 58:1. Ya tiene orín aquella trompeta. Pocos quieren poner el dedo en la llaga. Sanan la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, prometiendo paz (Jer. 6:14). Rara vez notamos la presencia del Espíritu de Dios en las predicaciones—hablándonos con poder y convicción. En otras palabras, nos alimentamos de papilla. No tienen toda la culpa los predicadores, pues puede ser un juicio de Dios sobre nosotros porque no queremos sufrir la sana doctrina (2 Ti. 4:3).
    La cena del Señor no se parece un culto de memoria y de adoración. Los silencios largos son fruto de nuestra larga ocupación con el deporte y el televisor. Pedimos himnos que nada tienen que ver con el Señor y Su muerte que supuestamente estamos anunciando.
    Quitamos la reunión del evangelio diciendo que es difícil venir o que la gente no vendrá. Pasan años sin la conversión de una sola persona. Y quitamos la reunión de oración porque es difícil venir entresemana. Solo hacemos lo que es fácil o cómodo.
    Si no podemos ver que Dios nos habla y nos amonesta por medio de todo esto, ¿qué más puede El hacer para despertarnos? Somos como los de Isaías 1, heridos desde la planta del pie hasta la cabeza, pero duros y lentos para reconocer que Dios nos habla. “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni  suavizadas con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños. Y queda la hija de Sión como enramada en viña, y como cabaña en melonar, como ciudad asolada” (Is. 1:4-8).
    ¡Necesitamos que algún profeta, algún hombre de Dios nos llame la atención y nos guíe al arrepentimiento! Esta es la necesidad actual —EL ARREPENTIMIENTO—el quebrarnos al pie de la cruz del Señor Jesucristo y hacer salir de nuestras bocas la confesión que tarda tanto en salir: “Hemos pecado” y “Yo he pecado”.
    Necesitamos arrepentirnos en nuestras vidas personales—confesando y apartándonos de todos los pecados que hemos cometido y que nos han llevado a este desierto espiritual. Necesitamos corregir y "remendar" los daños que nos han hecho las querellas y los pleitos, pidiendo humildemente (no exigiendo) el perdón a quienes hemos hecho mal. No digamos “si te he ofendido en algo”—eso no es reconocer y confesar el mal.
    También necesitamos arrepentirnos como asambleas – congregaciones enteras. Nunca en la memoria nuestra ha sido convocada una reunión con el propósito de arrepentirnos y expresarlo públicamente. Porque somos duros y orgullosos. Apenas se oye una confesión pública, como asamblea, de pecado, pero necesitamos hacerlo. Nos urge.
    Ha llegado la hora para moverse un verdadero liderazgo espiritual—hombres de Dios que nos llaman a arrodillamos y arrepentirnos antes de que caiga la ira de Dios sobre nosotros en castigo. ¿No crees que es posible sentir la ira de Dios como cristiano? Te equivocas. Romanos 11:21 dice: “Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará”.
    Debemos comer la ofrenda por el pecado como Daniel hizo (Dn. 9:5), haciendo nuestros los pecados de nuestros hermanos y la asamblea. Debemos asirnos de la promesa de Dios en 2 Crónicas 7:14,
    “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaran mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”.
    Ya es hora de buscar al Señor. El nos llama a través de la voz del profeta Oseas:
    “Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído. Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios” (Os. 14:1-2).
    Hemos sido un pueblo orgulloso, jactándonos de nuestros evangelistas, de nuestros maestros de renombre, de nuestros locales y por poco caemos en el error de pensar que como celebramos la Cena del Señor cada domingo, ningún mal nos puede venir. En Jeremías 7-10 el Señor tuvo que desengañar a su pueblo de aquel entonces de esta idea. Léelo y verás – El Sermón del Templo.
    Nuestra humildad ha sido fingida, de fachada. Casi diría que ha sido para que los demás digan qué humildes que somos, porque nos hemos creído superiores a ellos. Si tenemos más luz y sabemos una mejor doctrina, ¿de qué nos ha aprovechado? No andamos en ella. Solo aumentamos el juicio que comenzará por la casa de Dios (1 P. 4:17). Pero el Señor ha arruinado nuestro orgullo. Ojalá nos diéramos cuenta—nuestra aureola está rota.
    ¡Sólo hay una esperanza! Hay que volver al Señor (Is. 20:15). “Reconoce, pues, tu maldad” (Jer. 3:13). “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy tu esposo” (Jer. 3:14). “Vuélvete a mí, dice Jehová” (Jer. 3:1). La otra opción es la de la iglesia de Laodicea: ser vomitado de la boca del Señor.
      El camino que lleva al avivamiento y a la bendición divina es el de confesar la verdad reveladora de nuestra condición, corregir y restituir lo que hemos hecho mal, apartamos de nuestros pecados, e ir a la presencia de nuestro Dios para que nos sane y nos bendiga. Debemos tomar en serio nuestro problema grave: la condición perdida del mundo y la impotencia de la iglesia.



traducido y adaptado por Carlos Tomás Knott

martes, 24 de junio de 2014

LA COPA MUNDIAL -- ¿AUNQUE PIERDAS?


Ante la enorme importancia que tantos dan al deporte y especialmente a la copa mundial, conviene advertir lo siguiente.
    Primero, al ganador de la copa y a sus fans (sus fieles), la Palabra de Dios dice: “Oh vosotros que os alegráis en nada” (Am. 6:13). ¿Qué has ganado? Nada. Un trofeo que se puede comprar con poco dinero en una tienda de trofeos. Algo que se quemará porque 2 Pedro 3:10 avisa que “la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”. Todos los trofeos se quemarán. Dios no los conservará porque no tienen valor. “¡Oh, no”, dices, “es lo que simboliza”. ¿Sí? ¿Qué simboliza? Nada eterno, nada espiritual, nada de valor duradero. En cien años nadie se acordará del trofeo ni de los ganadores, porque no tiene importancia en el gran esquema de las cosas.
    La exagerada importancia que se les da a los equipos y ganadores de trofeos, como si fuera gran cosa, cumple una profecía acerca de los postreros tiempos. 2 Timoteo 3:1-4 dice serán tiempos peligrosos, y que habrá hombres “amadores de los deleites más que de Dios”. Piensa en el tiempo, la emoción y el dinero que se gastan en la copa. Piensa en las horas gastadas delante de pantallas, mirando atentamente, emocionándose, siguiendo cada paso, cada jugada, cada partido y los rankings de cada grupo. Piensa en el dinero gastado en ropa, banderas, etc. de cada país para mostrar su afición.
    Dios dice además: “Ni en su valentía se alabe el valiente” (Jer. 9:23). ¡Pero cómo se alaban!  Levantan los brazos, quitan la camisa y corren delante de sus fans, gritan con toda emoción, pavonean y se jactan de su destreza y su victoria. "¡Gooool! ¡Gol-gol-gol! ¡Golazo!" ¡Y todos piensan que son los mejores! Pero no han librado a nadie. No han establecido nada bueno duradero. No han vencido la maldad ni establecido la justicia. Sólo han ganado un trofeo, y dinero, los cuales no durarán mucho. “Su valentía no es recta” (Jer. 23:10).
    El Señor Jesucristo pregunta: “¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” Podría hacer una aplicación puntual diciendo: “¿qué aprovechará si ganare la copa mundial, y perdiere su alma?” La respuesta es: “Nada”. Luego no son ganadores, sino perdedores. La copa no tiene importancia. El alma sí. Pero la gente presta atención a la copa, se anima, pone ganas, y todo ese tiempo su alma sigue perdida. Para muchos vale más el deporte, la diversión, que su alma, que Dios y la eternidad. Su lema parece ser: "¡El fútbol, aunque me pierda!" Se cumple lo que 2 Timoteo 3:4 dice, “amadores de los deleites más que de Dios”.  Amós 6:7 advierte: “se acercará el duelo de los que se entregan a los placeres”. Amigo, estás en sobreaviso. 


    Segundo, a los que profesan ser creyentes, la Palabra de Dios dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Jn. 2:15). Lo triste es que en nuestros tiempos los llamados cristianos aman al mundo y sus cosas, y no ven nada malo en ello ni aceptan corrección. Bien pregunta el Señor Jesucristo: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). Es hora de arrepentirnos y hacer una buena limpieza en nuestras vidas y nuestras congregaciones. “Limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2 Co. 7:1).
    A ti que llamándote creyente has seguido el mundial con tanto interés, te invito a considerar honestamente tu respuesta a las siguientes preguntas. No como si respondieras a mí, porque no soy tu juez, sino como respondiendo al Señor.
    ¿Miras tan atentamente la Palabra de Dios? ¿La lees, estudias y meditas con gran interés y ganas?
    ¿Inviertes más tiempo en la Palabra de Dios y la oración que en el fútbol? “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Ef. 5:15-16). Calcula todas las horas que has gastado hablando del mundial, mirando los partidos, leyendo artículos acerca de los equipos y partidos, etc. Entonces, ¿puedes decir que dedicas, no el mismo tiempo, sino más, a la Palabra de Dios y la oración? ¡Ellas son infinitamente más importantes! Cuidado, no digás “sí” con tu boca si no lo estás diciendo con tu vida.
    ¿Te emociona la Palabra de Dios, más que el fútbol? Salmo 119:97 dice: “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación”.  ¿Puedes decir lo mismo a Dios?  ¿Tienes ganas de leerla? ¿Ella te alegra? Salmo 119:162 declara: “Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos”. Jeremías 15:16 dice: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón”. ¿Qué les emociona a los del cielo? Lucas 15:10 dice que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente. En Apocalipsis 12:10-12 se alegran de la victoria sobre el diablo. En Apocalipsis 18:20 se alegran sobre el juicio de la gran Babilonia. Aparentemente en el cielo no siguen los deportes.    
    ¿Gastas dinero en libros para ayudarte a estudiar la Palabra y entenderla? ¿Cuánto gastas en el fútbol, en aparatos para ver el mundial, en juegos de x-box o playstation y horas pasadas mirando y jugando? Tu uso del dinero y el tiempo manifiesta tus valores e intereses. ¿Qué clase de creyente eres realmente?
    ¿Conoces los libros de la Biblia, los grandes personajes y las doctrinas de Dios mejor que conoces los equipos y sus jugadores? ¿Conoces a los patriarcas y profetas de Dios en el Antiguo Testamento? ¿Conoces a los reyes buenos del pueblo de Dios? ¿Conoces a los valientes de David? ¿Conoces a los héroes de la fe y sus hazañas en Hebreos 11? ¿Tu vida y tus intereses demuestran que valoras lo eterno sobre lo temporal?
    ¿Dedicas más tiempo a ganar almas, que a seguir la copa? ¡Piensa en el valor de un alma! Es mejor ganar almas que partidos y trofeos. “El que gana almas es sabio” (Pr. 11:30). ¿No lloras porque los que ganan la copa están igualmente perdidos como antes, y su fin es la perdición? Los trofeos y honores de este mundo son de muy poco valor. Dí al mundo y al mundial como Daniel dijo al rey Belsasar: “Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros” (Dn. 5:17). Cultivemos un santo desdén por los honores del mundo.
    Analiza por ejemplo cuánto tiempo recientemente has pasado mirando el fútbol, pensándolo, hablando de eso, y cuánto tiempo durante esas mismas fechas has dedicado a la Palabra de Dios, el evangelio, la oración y la comunión de los santos. Si no sale la cuenta grandemente y sobremanera a favor de Dios, tienes de qué arrepentirte. A Dios lo primero y lo mejor. ¿Qué clase de cristiano blandengue y extraviado eres que no tienes ganas de las cosas de Dios como las tienes de las cosas del mundo, sea el deporte o cualquier otra cosa? C. T. Studd era un gran deportista que renunció el deporte con toda la fama y ganancia que podía haber tenido, y dedicó su vida a predicar el evangelio. El escribió: “Sólo una vida, pronto pasará. Sólo lo hecho para Cristo durará”.
    La iglesia en Laodicea no era ni fría ni caliente. Cristo la vomitó de Su boca (Ap. 3:16). ¿Qué tendrá que hacer con las iglesias hoy en día, dedicadas a los placeres, llenas de personas que aman los deleites y no aman a Cristo sino a todo lo que hay en el mundo? No, hermanos míos, no hay lugar para cristianos de doble corazón, es decir, con un pie en el mundo y otro en la iglesia, ni mucho menos para los que aman y se emocionan por las cosas del mundo. No te confundas, no lo prohibo yo, porque ¿quién sería yo para hacerlo? ¡Lo prohibe Dios!
    Alguien preguntará: "¿Entonces es malo el ejercicio?" Claro que no. "El ejercicio corporal para poco es provechoso" (1 Ti. 4:8). No dice "para nada", pues tiene beneficio a corto plazo. Y a muchos les hace falta. Pero mirar partidos en la pantalla o en el estadio no es ejercicio. No tiene nada que ver. Otro dirá, "pero Pablo habló a los corintios de "los que corren en el estadio" (1 Co. 9:24). Claro, ¡pero él no era uno de ellos! Con eso ilustraba cómo debemos dedicarnos a la vida de piedad y servir al Señor, ¡no al deporte!
    Así que, los que realmente somos creyentes, y no falsos hermanos, demostrémoslo. Que todos vean nuestro amor ferviente a Cristo. Dediquémonos a ganar algo más importante que una miserable y vanagloriosa copa de chatarra que pronto se quemará. En Filipenses 1:21 el apóstol declaró: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Pablo declaró al jóven Timoteo: “Gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento” (1 Ti. 6:6). El Señor quiere que todos, jóvenes y adultos, nos esforcemos y nos ejercitemos para la piedad. En Filipenses 3:8 Pablo dijo: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”. ¡Eso es ganar! En el versículo 17 dijo: “Hermanos, sed imitadores de mí”. Esto es para nosotros – no sólo saber o estar intelectualmente de acuerdo, sino también seguir el ejemplo de Pablo. Y algunos padres y hermanos en lugares de responsabilidad en la congregación debemos pensar en qué ejemplo damos con nuestras vidas, porque si no podemos decir: “imitadme”, estamos fallando. Debemos dar ejemplo de amor a Cristo, la Palabra de Dios, los santos y las almas perdidas. Debemos demostrar la importancia de lo eterno sobre lo temporal. Hay que hacer más que hablar; hay que marcar pauta. Despeguémonos de la pantalla y pongámonos pegados a la Palabra, atentos y emocionados por lo que ella nos dice. Desechemos de nuestra mente a los jugadores y equipos, para llenarla de Cristo, “en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3). Entonces no resultará difícil hablar de Él, porque “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt. 12:34). Tener a Cristo, andar con Cristo y vivir para Cristo es ganar. Todo lo demás es perder.

Carlos Tomás Knott, junio 2014