domingo, 27 de septiembre de 2020

Jesucristo Es El Señor

 
por Vance Havner


    “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús” (2 Co. 4:5).

    Si preguntara a cualquier congregación un domingo por la mañana: “¿Creéis en el señorío de Jesucristo?”, seguramente la respuesta sería afirmativa. Pero si preguntara a cada uno individualmente: “¿Es Jesucristo el Señor de todo lo que eres y todo lo que tienes?”, ¡probablemente pasaríamos una mañana incómoda y reveladora! Cualquier congregación puede cantar: “¡A Cristo coronad!”, pero no todos los que le coronan así con sus labios le harían Señor de su vida.
    Un predicador habló de “verdades que nombramos tanto que pierden el poder de la verdad y yacen en el dormitorio del alma”. El señorío de Cristo es una de estas verdades. Un escritor dice que la palabra “Señor” es una de las palabras más interés en todo el vocabulario cristiano. Sin embargo, A.T. Robertson dijo que el señorío de Cristo es la piedra de toque de nuestra fe, y G. Campbell Morgan lo llamó: “la verdad central de la iglesia”.
    El señorío de Cristo fue la confesión inicial de la iglesia. “...Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Ro. 10:9). Cuando un judío convertido en la iglesia primitiva decía: “Jesús es el Señor”, esto significaba que Jesús es Dios, y cuando un creyente gentil decía: “Jesús es el Señor”, quería decir que César ya no era su dios. Policarpo fue a su muerte afirmando el señorío de Cristo por encima de lo que César reclamaba. El Nuevo Testamento nunca dice: “Cristo y . . .”, porque nunca se necesita añadir nada a Jesucristo. Él es el Alfa y la Omega, y todas las letras del alfabeto entre ellas. La forma correcta de hablar es “Cristo o . . . el mundo, Cristo o Belial, Cristo o Egipto, Cristo o César”.  El cristianismo primitivo demandaba una rotura limpia y completa con el mundo, la carne y el diablo. Esta postura duró hasta que Constantino hizo que el cristianismo fuese popular y de moda. Entonces multitudes de paganos entraron livianamente, trayendo consigo sus ídolos y sus pecados, y la iglesia bajó el listón para acomodarlos. Nunca nos hemos recuperado de ese error. Hoy en día, aunque César está muerto, demasiados miembros de iglesias intentan servir a dos señores, a César y a Cristo, a Dios y a las riquezas. Las iglesias están llenas de paganos bautizados que viven vidas dobles, que juegan con dos barajas, que temen al Señor y sirven a sus propios dioses, acercándose a Dios con la boca y honrándole con sus labios. Le llaman “Señor, Señor”, pero no hacen lo que Él les dice. No sólo debemos adorar al Señor el domingo, sino que también debemos servirle toda la semana.
    El señorío de Cristo es la confesión auténtica del cristiano. “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Co. 12:3). Llamar a Jesús Señor es la obra auténtica del Espíritu Santo, porque el viejo Adán nunca se dobla ante el señorío de Cristo. Hoy en día hemos creado una distinción artificial entre confiar en Cristo como Salvador y confesarle como Señor. Hemos hecho dos experiencias de algo que es una sola. Así que, hay mucha gente que ha “aceptado a Cristo” para no tener que ir al infierno y para poder ir al cielo, pero que no se preocupan en absoluto por reconocerle como Señor de sus vidas. La salvación no es como un restaurante de auto-servicio donde cada uno toma una bandeja, escoge lo que quiere y deja lo demás. No podemos tomar a Cristo como Salvador y dejar Su señorío. No podemos ser salvos poco a poco, como una letra que se paga cada mes, o con los dedos cruzados y reservas internas, como si pudiéramos tomar a Cristo “condicionalmente” o “en consigna”. Cierto es que uno a lo mejor no entiende todo lo que viene incluido en una conversión, pero nadie puede ser salvo tomando conscientemente a Cristo como Salvador y rechazándole como Señor. Pablo dijo al carcelero en Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”. Le presentó todos los tres nombres de nuestro Señor, como Maestro, Mediador y Mesías. Al carcelero no le dio la opción de recibir a Cristo como Salvador y pensarse lo de Su señorío o dejarlo para el futuro.
    Sólo tenemos una opción: podemos recibir al Señor o rechazarlo. Pero una vez que le recibamos, ya no nos queda opción. Entonces no somos nuestros, pues hemos sido comprados por precio. Somos Suyos. Él tiene la primera palabra y la última. Él demanda absoluta lealtad más allá de todo dictador terrenal, pero tiene derecho a hacerlo. “Amor tan grande y divino demanda mi alma, mi vida, todo mi ser”. ¡Qué necio decir, como algunos evangélicos: “Nadie me va a decir cuánto tengo que dar, y qué tengo que hacer!” ¡Ya se nos ha dicho! Somos Suyos y Su Palabra es final.
    Vine a Cristo como un joven campesino. No entendía todo acerca del plan de la salvación. No tenemos que entenderlo todo, pero sí, tenemos que confiar en el Señor. No entiendo todo acerca de la electricidad, ¡pero no pienso vivir en la oscuridad hasta que la entienda del todo! Una cosa sí entendí como joven: entendí que estaba bajo dirección nueva. Pertenecía a Cristo y Él era mi Señor.
    He aquí la razón por la triste condición de muchos cristianos e iglesias. Hay una versión barata y fácil de “fe” que no cree, y una forma de “recibir” que no recibe al Señor, en la que no se confiesa a Jesucristo como el Señor. Es significativo que la palabra “Salvador” aparece sólo 24 veces en el Nuevo Testamento, pero la palabra “Señor” se halla 433 veces.
    El cristiano es un creyente, un discípulo y un testigo. Debería venir a ser todos los tres a la vez y serlos todo el tiempo. Los creyentes fueron llamados “discípulos” antes que “cristianos”. La gran comisión nos llama a hacer “discípulos”. Dios no está obrando sólo para salvar a los pecadores, sino también para hacer santos de ellos. La crisis de conversión es seguida por una continuación de vida. “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos” (Jn.8:31). Pedro todavía era creyente pero no discípulo después de negar a su Señor, hasta que fue restaurado con las palabras “sígueme”, dichas en Tiberias. El ángel en el sepulcro dijo: “Id, decid a sus discípulos, y a Pedro” (Mr. 16:7). El creyente viene a Cristo; luego como discípulo viene en pos de Él. Algunos salen a favor de Cristo, pero después se quedan parados. Dan un paso, pero no siguen caminando. Escuché a un misionero decir que muchos de nosotros cantamos: “Todas las promesas del Señor Jesús...”, pero no hacemos nada con ellas excepto sentarnos encima.
    El nacimiento de un niño es un evento importante, pero después de esto cuesta veinte años hacer un hombre o una mujer de aquel bebé. La evangelización es una tarea emocionante, pero sólo es el principio. El creyente tiene que ser desarrollado como discípulo y testigo. En el camino a Damasco Saulo comenzó bien: “¿Quién eres, Señor?” “Señor, ¿qué quieres que haga?” Comenzó confesando que Jesucristo es el Señor. Tomás exclamó: “¡Señor mío y Dios mío!” Juan Wesley dijo que después de las reuniones en Aldersgate, una mañana despertó con “Jesús, Señor” en su corazón y boca. El Espíritu Santo había hecho Su trabajo. El Dr. E. Y. Mullins dijo que al presentarse para ser recibido en comunión como miembro de una iglesia, “...la fe en Cristo y la aceptación de Su señorío son condiciones imprescindibles”.
    La salvación es gratuita. El don de Dios es vida eterna. No es barato porque a Dios le costó Su Hijo, y al Hijo le costó la vida, pero es gratuita. No obstante, cuando creemos, de ahí en adelante somos discípulos, y esto nos costará todo lo que tenemos. Nuestro Señor perdió algunos de los mejores discípulos prospectivos en este punto. Aparentemente perdió a tres en los últimos seis versículos del capítulo 9 de Lucas. Perdió al joven rico. ¡Qué logro hubiera sido éste! Tenía modales, porque vino arrodillándose. Tenía moral porque guardaba los mandamientos. Tenía dinero, porque no quería deshacerse de él. Hubiera sido una “pesca” buena, pero el Señor no le pescó. Cuando los enfermos y pecadores venían a Jesús, Él les trataba con ternura. Pero a los seguidores prospectivos les dio un reto serio: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios” (Lc. 9:60). “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (Lc. 9:62). A la multitud Él dijo tres veces: “no puede”, respecto al discipulado (Lc. 14:25-33). Pero nuestro Señor buscaba discípulos, no a meros “miembros”. A muchos les gusta hacerse socios y miembros. Si les das un pin en la solapa y un certificado, se harán socios de cualquier cosa. Nosotros hubiéramos recibido al joven rico en la iglesia inmediatamente y le hubiéramos hecho el tesorero, pero el Señor exigía que el joven le tomara en serio.
    El Nuevo Testamento enseña no sólo la fe en Cristo sino el seguir a Cristo. “Venid a mí” es una invitación al creyente prospectivo. Pero “aprended de mí” es cómo se hacen discípulos. La Palabra de Dios no conoce esta variedad extraña de “cristianos” que están dispuestos a tomar a Cristo como Salvador pero no quieren confesarle como Señor. Él no es sólo el Salvador del alma, sino también el Señor de la vida.
    El señorío de Cristo será la última confesión de la creación. Se nos dice que un día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor para la gloria de Dios Padre (Fil. 2:9-11). Yo no pregunto al pecador: “¿Confesarás a Jesús como el Señor?”, porque tiene que hacerlo, tarde o temprano. Yo le pregunto: “¿Cuándo le confesarás como Señor, ahora cuando puedes vivir para Él, o más allá de la tumba cuando será demasiado tarde?” Una empresa tenía como lema en su publicidad: “Finalmente, sí, entonces, ¿por qué no ahora?” Finalmente toda lengua confesará a Jesucristo como el Señor, en el cielo, en la tierra y debajo de la tierra. Pero, ¿por qué no ahora?
    ¿Es Él tu Señor? ¿Es Señor de tu cuerpo, tus pensamientos, tu lengua, tu temperamento, tu tiempo libre, tus planes para tu vida, tu cartera, tu vida eclesial, tu recreo, de lo que escuchas en la radio y ves en la tele? Su señorío cubre todo desde comer y beber hasta los problemas a nivel mundial. Pero no es una servidumbre, sino una libertad, porque “...donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Co. 3:17). Somos libres para hacer todo lo que es bueno y justo, en nuestra relación con Dios, con nosotros mismos y con todos los demás.
    El corazón del avivamiento, de la vida cristiana más profunda, del cristianismo verdadero, es reconocer que Jesús es el Señor, tu Señor, y someterte a Él en fe y amor. ¿Lo has hecho?



Vance Havner, de su libro Repent or Else (“Arrepiéntete, y si no...”), 1958, Fleming H. Revell Company. Traducido y adaptado


viernes, 18 de septiembre de 2020

1 Timoteo 6:17 Y Los Tesoros

 


 Anthony Norris Groves (1795-1853) era un afluente dentista en Exeter, Inglaterra, que dejó todo y fue con su familia a Bagdad para evangelizar. Algunos le criticaron por su renuncia, diciendo que era extremista y que descuidaba el bien de su familia. Groves escribió el libro DEVOCIÓN CRISTIANA para responder y también para afirmar su creencia en la interpretación literal del mandamiento del Señor Jesucristo: "No os hagáis tesoros en la tierra" (Mt. 6:19). A continuación compartiremos la traducción de su obra clásica, porque hace mucha falta en nuestros días.

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En lo referente a los bienes, las fincas y propiedades, si sabemos que nuestro amante Padre celestial suplirá toda nuestra necesidad, cuanto antes nos libramos de esas cosas y las distribuimos, mejor para Su honor y servicio. Entonces tendremos toda la felicidad de ver los bienes gastados para la gloria de Aquel de quien son, ya que de tales cosas solo somos mayordomos, no dueños. De otro modo, no sabemos qué pasará si muriéramos mañana. No sabemos si esos bienes que guardábamos, esos tesoros que hicimos en la tierra, caerán en manos de sabios o necios. Si terminara nuestra vida después de vender y ofrendar solo parte de esos bienes, luego podría entrar un necio y gastar todo lo que resta, quizás para Satanás y la corrupción del mundo.
    Pero algunos citan 1 Timoteo 6:17 y dicen: “¿No nos da Dios todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos?” Sí, hermanos, pero sería degradante si los miembros del reino de Cristo disfrutaran sus bienes consumiéndolos en sus propios deseos, como hacen los del reino de Satanás, en lugar de usarlos para la exaltación de su Señor y Redentor. Estemos seguros, queridos amigos, que cuanto antes veamos nuestras riquezas apropiadas para el servicio y la gloria de Dios, mejor. Porque una vez ofrendadas, están con el Señor, y el mundo, la carne y el diablo juntos no pueden hacerlas volver. Además, el Señor no nos permitiría desearlas de nuevo. Él en gracia recibirá nuestro débil servicio, y nos recompensará en la luz de Su rostro y la certeza secreta en nuestra alma que nuestra devoción cristiana le ha sido aceptable y grata.  

– A.N.G.
1829 


jueves, 10 de septiembre de 2020

¿ES LA POLÍTICA APTA PARA CREYENTES?


En Juan 7:4 los hermanos de Jesucristo le dieron un consejo: “ninguno que procura darse a conocer hace algo en secreto. Si estas cosas haces, manifiéstate al mundo”. Es un consejo que todo político debe seguir. Para ganar una elección tiene que darse a conocer. Necesita el voto del pueblo, y para eso debe ser popular. “Manifiéstate al mundo” – esto es – ¡lanza tu campaña publicitaria! Unos carteles con tu foto, unas operaciones fotográficas para la prensa – que te vean visitando las escuelas, los pueblos, los pobres, hablando con la gente, sonriendo, etc. Monta un equipo de apoyo, personas que trabajarán incansablemente para ayudarte a ganar. Y para todo eso consigue grandes donaciones de fondos, no importa que sean incrédulos, pues los arcones tienen que estar llenos para ganar. Es el camino del mundo y de la sabiduría del mundo.

            Pero no es el camino de Dios, ni la sabiduría celestial. El creyente no tiene que ser votado y elegido, pues Dios ya le ha escogido. No para un puesto en el gobierno, sino “para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Ef. 1:4), y para que seamos “hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Ro. 8:29). ¡Por la gracia de Dios ya hemos ganado la única elección que importa!

            Además, el creyente no puede seguir la voluntad de Dios y ganar una elección política, porque el Señor Jesucristo dice claramente:

 “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado” (Jn. 15:18-21).

      

            ¿Eres discípulo de Cristo; fiel seguidor Suyo? Serás aborrecido en el mundo, porque no eres del mundo.  “El mundo os aborrece” dice el Señor. “Acordaos de la palabra que yo os he dicho” – exhorta, pero hoy algunos creyentes no se acuerdan. Creen que van a ser una excepción, o que el Señor no decía esto para hoy sino solo para aquel entonces. Las excusas y los razonamientos son mil, pero al final son culpables de no recordar la palabra del Señor: “El siervo no es mayor que su señor”. ¿Quisieras ser una excepción a esto? El que busca suficiente popularidad para ganarse una posición política intenta hacerse mayor que su señor, y esto simplemente es feo. El mundo aborrecía y perseguía a Cristo (Jn. 15:18, 20), y si somos fieles a Él, nos aborrecerán y perseguirán – así declara el Señor. ¿Quién podría ganar así una elección? Si somos populares y respetables en el mundo, algo falla. No hablo de ser honestos en nuestro trabajo y considerados de los demás, sino de ser fieles a Señor en todo. Esto incluye separarnos del mundo (Sal. 1:1) y lo que ama, hablar y testificar de Cristo, predicar el evangelio, reprender la maldad y advertir a los perdidos. Si hacemos como Pablo enseñó a Timoteo habrá una reacción, ¡aun de algunos cristianos! “Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2 Ti. 4:2). Quizás no alzamos la voz como debemos. Quizás hemos aflojado en la separación del mundo, y en la devoción ardiente al Señor. Tal vez nos hemos acomodado en el mundo y empezado a amar al mundo, pese a la exhortación de 1 Juan 2:15-17. La iglesia en Éfeso dejó su primer amor, cayó de su buen estado (Ap. 2:4-5) y el Señor la llamó a arrepentirse. Eso todavía sucede en nuestros tiempos. ¿Algunos de nosotros necesitan arrepentirse?

            ¿Es posible que hayamos olvidado lo que el mundo tuvo para nuestro Señor? ¡Una cruz! A Sus seguidores dice: “En el mundo tendréis aflicción” (Jn. 16:33), no “En el mundo ganaréis elecciones y transformaréis países para bien”. Algunos alegan que si entraran en el gobierno podrían hace mucho bien. La respuesta de Cristo es: “ Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). ¡Este es el bien que Él quiere que hagamos! Sus apóstoles y los primeros cristianos obedecieron y tuvieron mayor impacto que todos nosotros en el mundo de su día. Fueron acusados de trastornar el mundo entero (Hch. 17:6), y ninguno de ellos entró en la política ni los gobiernos. ¿Acaso podemos mejorar el cristianismo apostólico? ¿No sería mejor ser imitadores de esos primeros que marcaron pauta? Los que se enredan en los negocios de la vida no agradan al Señor (2 Ti. 2:4).

            Hermanos, ¡un discípulo fiel del Señor no puede ganar una elección – el voto popular – sino a expensas de la fidelidad a Cristo. En Lucas 6:26 el Señor advierte: “¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”. El que desea ganar una elección sabe que es necesario que hablen bien de él. El Señor habló claramente, tal como hizo en Edén, pero como entonces, viene el tentador y comienza a sugerir, razonar e inducirnos a hacer lo opuesto a lo que Dios ha dicho. Su estrategia todavía funciona. ¡Qué poco hemos aprendido!

            Un creyente no puede montar una campaña, tomar donaciones y gastar dinero en publicidad, anunciándose para que le voten. Hacer publicidad de sí viola el camino de los apóstoles. “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2 Co. 4:5). “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (1 Co. 2:2). Hay que evitar elocuencias, excelencia de palabras y sabiduría, y palabras persuasivas de humana sabiduría. Debemos anunciar a Cristo y el evangelio, no a nosotros o nuestras propuestas. Cuando se reuna la gente, debemos hablarles de Cristo y la Palabra de Dios. “Predicad el evangelio”, y “que prediques la Palabra” son mandamientos bíblicos.

            Respecto a las finanzas, considera como salieron los siervos de Dios en tiempos del cristianismo primitivo. ¨Ellos salieron por amor del nombre de Él, sin aceptar nada de los gentiles” (3 Jn. 7). ¡El que presenta en campaña política no puede decir esto de ninguna manera, ni que sale por amor del Nombre de Cristo, ni que rehúsa el dinero de los inconversos! Y si no toma nada de los gentiles, ¡ni mucho menos debe recibir dinero de creyentes! Sus ofrendas deben ser para apoyar a los siervos de Dios, para ayudar a hermanos pobres, para publicar tratados evangelísticos y literatura para edificación cristiana, pero ni un centavo para la política. El que da o gasta dinero en fines políticos se encuentra en la situación del mayordomo infiel, que fue acusado como disipador de los bienes de su amo (Lc. 16:1). Debe prepararse para oír estas palabras del Señor: “¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo” (Lc. 16:2).

            En el tribunal de Cristo, los que han gastado tiempo, energía y bienes en la política y el gobierno verán que sus obras, aunque aplaudidas por algunos en este mundo, no soportarán la prueba de fuego (1 Co. 3:13). No ha edificado sobre el fundamento de Cristo, sino sobre el fundamento del mundo y la sabiduría humana. Todas sus horas y obras de servicio político serán manifestadas: “madera, heno, hojarasca” (1 Co. 3:12), y “sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo” (1 Co. 3:15). La vida y los recursos que Dios nos da, y los dones espirituales, deben ser todos usados para el reino de Dios y Su justicia (Mt. 6:33). No tenemos permiso para prostituir estas cosas para el mundo.

            Colosenses 3:1-4 nos recuerda que si hemos resucitado con Cristo, debemos buscar las cosas de arriba (v. 1). “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (v. 2). Hemos muerto y nuestra vida está escondida con Cristo en Dios (v. 3). Solo cuando Cristo se manifieste seremos nosotros manifestados con Él en gloria (v. 4). Hasta entonces, nuestro camino en este mundo es el de renunciar lo que el mundo valora y considera importante, y vivir para la gloria de Dios.

       Puesto que es así, ¿por qué los hermanos de Cristo le aconsejaron a ir a darse a conocer para que Sus seguidores le vieran? ¿Por qué le dijeron: “manifiéstate al mundo”?  Juan 7:5 da la respuesta inspirada: “Porque ni aun sus hermanos creían en él”. Su consejo fue carnal, nacido de la mente inconversa y la sabiduría del mundo. Incluso suena sospechosamente como las cosas que el diablo decía al Señor en el monte de la tentación. ¡Qué vergüenza cuando algunos cristianos toman ese consejo como bueno!


 ¿Quién Te Haces A Ti Mismo?                 

            Más adelante cuando el Señor discutía con los líderes de los judíos en Jerusalén, ellos le preguntaron: “¿Quién te haces a ti mismo?” (Jn. 8:53). Observa cómo Cristo comenzó Su respuesta: “Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica...” (v. 54). Si esto es verdad respecto a Cristo, también es aplicable a todo ser humano. ¿Qué hace un ser humano glorificándose a sí mismo? ¡Nada, pero muchos lo hacen! Esa gloria nada es. Es vana y despreciable. Esto tiene muchas aplicaciones, pero dado que hablamos de la política, considera cuán vana y mundana es cuando un cristiano intenta glorificarse a sí mismo – busca ser reconocido y ensalzado, alabado, para que le tributen honores o en este caso para que le voten. Como los fariseos en Mateo 6, hacen sus justicias delante de los hombres para ser vistos, y esa es su recompensa (Mt. 6:5).

            Recordad, hermanos, que la gloria del creyente no está en este mundo. En esta vida, llevamos Su vituperio (He. 13:13), y esperamos pacientemente. Cuando Él se manifieste, estaremos a Su lado en gloria. Tenemos “la esperanza de la gloria de Dios” (Ro. 5:2), no aquí sino más allá, no ahora sino más adelante. En 1 Corintios 4 el apóstol usó de la ironía para reprender a los corintios: “...Nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados” (1 Co. 4:10). Lo mismo diría hoy a los que quieren meterse en la política y puestos del gobierno – siendo fuertes y honorables en el mundo. Los apóstoles eran débiles y despreciados y lograron más para Cristo que miles que intentan usar la política y el gobierno. ¡Van por camino equivocado! Hay un hermoso himno de consagración que no pueden cantar sin mentir los que entran en la política:

 

Todo a Cristo yo me rindo, lo que tengo, lo que soy,

Pues le amo, en Él confío; por Su gracia al cielo voy.

Todo lo que tengo, todo lo que soy,

¡Oh, Señor, a Ti me ofrezco, y me rindo hoy!

Todo a Cristo me presento, cual humilde servidor,

Y mi vida Le ofrendo, pues al mundo muerto soy.

 

  A continuación, Pablo declaró a los corintios:

 “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos. Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos” (1 Co. 4:11-13).

            ¡Quién puede ganar una elección viviendo y procediendo así! El que es “la escoria del mundo, el desecho de todos” fracasará. Observa cuidadosamente a qué quería llegar el apóstol, pues lo declara en el verso 16: “os ruego que me imitéis”. Su deseo inspirado es que los creyentes viviesen con tanta devoción y fidelidad como los apóstoles, aunque tuviesen que sufrir por ello. “Padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando...nos maldicen... padecemos persecución... nos difaman...hemos venido a ser...como la escoria del mundo, el desecho de todos”. Todo esto sufría por separarse del mundo y vivir en sacrificio vivo para anunciar el evangelio a cuántos podía. ¡Y termina diciendo que le imitemos! Imitarle a Pablo sería desastroso para un político, pero él nos llama, nos implora por las misericordias de Dios, que presentemos nuestro cuerpo en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios (Ro. 12:1). El “sacrificio vivo” es para Dios, no para un partido ni el gobierno. “Santo” significa “puesto aparte para uso especial”. Debe ser “agradable a Dios”, y como Cristo bien dijo: “Ninguno puede servir a dos señores” (Mt. 6:24). No vas a ser una excepción a ese precepto. Hay que escoger, y esto significa adiós para siempre al mundo en todas sus formas, como Moisés dejó a Egipto (He. 11:27). No, hermanos, por esas y muchísimas otras razones bíblicas la política no es para los creyentes. El Señor dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lc. 12:32). Por lo tanto, “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios” (Lc. 9:60).

 Carlos Tomás Knott, septiembre 2020

miércoles, 2 de septiembre de 2020

La Cometa

 por John Newton




Una vez una hermosa cometa
Subió a una gran altura,
Y ahí en su elevación,
Expresó su autoadmiración:
"Mira cómo las gentes abajo me miran
Vuelo tanto alto y todos me admiran;
¡Qué bueno si solo pudieran saber
Lo que una cometa como yo puede hacer!
Si estuviera libre, tanto más arriba volaría,
Que más allá de todas las nubes me verían,
Pero, ¡ay, estoy preso y no hago lo que quisiera,
Porque atado estoy por una cruel cuerda;
Como las majestuosas  águilas subiría,
Pero no puedo, pues me impide esta cuerda."
Y mientras hablaba, tiraba con su poder,
Para librarse, y consiguió la cuerda romper.
Libre de su atadura
En vano buscaba más altura;
Su propio peso no soportaba,  
Y descendía mientras aleteaba,
Incapaz su rumbo de controlar,
Los vientos los tiraron en medio del mar.
¡Cometa insensata, no tenías alas!
¿Cómo ibas a volar sin esa cuerda?
 
Mi corazón respondió: “¡Oh, Señor, veo
Que como aquella cometa soy yo!
Olvido que vivo solo por Tu mano,
Y me impaciento de Tu gobierno;
¡Cuántas veces quería romper las cuerdas
Que Tu, todo sabio, para mi bien asignas!
¿Cuántos vanos deseos he entretenido
De más y mejor que me has permitido?
Y si no fuera por divina gracia y amor,
Me hubiera caído a un estado peor”.



  Traducido por Carlos Tomás Knott