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¿QUIÉN ESTÁ PRIMERO?
“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre,
y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas,
y aun también su propia vida,
no puede ser mi discípulo”.
Lucas 14:26
Alguien dijo: “Dios no tiene dos palabras”. No es chaquetero, ni
político, ni cambia como camaleón. Sin embargo, al leer los siguientes
textos bíblicos acerca de la familia, si causa dudas para alguien, se
le podría perdonar.
(1) “Y creó Dios al hombre a su imagen, a
imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios...”
(Gn. 1:27-28). “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté
solo; le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18). “Y de la costilla que
Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Gn.
2:22). "...dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Gn. 2:24).
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(2) “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e
hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede
ser mi discípulo” (Lc. 14:26). “Y él les dijo: De cierto os digo, que no
hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos,
por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y
en el siglo venidero la vida eterna” (Lc. 18:29-30). “Pero esto digo,
hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa
sean como si no la tuviesen” (1 Co. 7:29).
¿Realmente puede
ser que la misma persona hizo todas estas afirmaciones? ¿No se
contradice a sí mismo? El caso es que habla Dios, y sabemos que Él es
verdad; no se contradice a sí mismo. Pero honestamente nos puede parecer
que uno de estos grupos de versículos no significar lo que dice. Muchos
piensan los problemáticos son los del segundo grupo, los textos del
“verdadero discipulado”. Seguramente el Señor no dijo esas cosas a las
familias, al menos no literalmente. Pero aunque no te parezca, puedo
afirmar que ambos grupos de versículos significan exactamente lo que
dicen. Tiene que ser así, porque todos vienen de Dios, y Él no se
contradice.
El problema lo tenemos nosotros. Quizás hemos
adoptado la opinión o aceptado la enseñanza que abunda hoy entre los
evangélicos, que el hogar cristiano y la vida de discipulado verdadero
son conceptos mutuamente exclusivos. Escoger uno elimina al otro. Es
típico entre cristianos pensar que si quieres tener una familia feliz y
sana no puedes comprometerte sacrificadamente con Cristo. “Hay que ser
equilibrados”, se dice, porque se cree que el verdadero discipulado es
un extremismo, un comportamiento radical, desequilibrado y nada sabio.
Alguien incluso llegó a escribir una artículo adviertiendo acerca de
“Los Peligros del Discipulado en los Postreros Tiempos”. En un sentido
siempre es peligroso seguir a Cristo en este mundo que le crucificó.
Pero hubiera sido más sabio y ciertamente más bíblico escribir sobre los
peligros de la mundanalidad, la carnalidad o el materialismo en los los
postreros tiempo. ¡La Biblia nunca nos advierte a tener cuidado de no
ser discípulos de Cristo! Pero Santiago 5:1-3 dice:
“¡Vamos
ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras
riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla.
Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra
vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis
acumulado tesoros para los días postreros”.
Se podía haber advertido de la frialdad en las iglesias, como en la epístola del Señor a Laodicea, en Apocalipsis 3:14-17,
“Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el
testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice
esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses
frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te
vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y
de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un
desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.
¡Así
aconseja la Biblia acerca de los peligros en los postreros tiempos! Pero
los que huyen del compromiso y el sacrificio, retratan el verdadero
discipulado como algo sólo para jóvenes, solteros, o quizás algún
misionero en la selva. “Ese tipo de compromiso no es para todos”, dicen,
y eso apela a nuestra inercia natural, al egoísmo, al pasivismo y la
pereza espiritual, y a la carne. “¡Claro!” decimos, porque ¿a quién le
amarga un dulce? Es más fácil y agradable pensar así. Además, miramos a
nuestro alrededor sin ver a muchos en el camino del verdadero discípulo.
Entonces, seguimos en nuestro bache cómodo. Seguramente, decimos, los
casados están exentos: “Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”. Los
solteros podrían ir, a menos que tengan planes de casarse pronto. Tal
vez podrían irse un par de años para ayudar en el campo misionero, y
luego volver y establecer su familia. Así lo quitan de su sistema, y
satisfacen sus ganas de aventura. ¿Quién sabe, a lo mejor encontrarán
alguien con quien casarse, asentarse y vivir una “vida normal”, si es
que se sabe qué significa esto.
Surgió al final del siglo XX la
idea de ministrar a la famlia, en lugar de ir a todo el mundo y predicar
el evangelio. Se reúnen para “enriquecerse” (emocional y espiritualmente), como un fin en sí. Sus
maestros son diplomados psicólogos, consejeros o “expertos” en
ministerio a la familia. ¡No se ven en la Biblia en ninguna lista de
dones espirituales o ministerios, pero han invadido la iglesia, trayendo
las ideas del mundo. Y suelen advertir a los del grupo a tener cuidado
con demasiado compromiso porque podría arruinar su familia. Típicamente
ponen de ejemplo al sumo sacerdote Elí, porque según dicen, pasó tanto
tiempo sirviendo a Dios que descuidó y arruinó a sus hijos. La Biblia
no dice esto, pero ellos sí lo afirman. También suelen señalar a Samuel y
a David como otros ejemplos de hombres demasiado ocupados en las cosas
de Dios que por eso dañaron a sus hijos. Son sus suposiciones,
deducciones y conjecturas, no lo que dice la Biblia. El efecto neto de
ese tipo de ministerio apagar el deseo de servir al Señor Jesucristo y
buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia. La familia viene a
ser un fin en sí, no un medio para servir a Dios. Si los matrimonios y
las familias se deshacen, Cristo, el evangelio y la iglesia no tienen la
culpa.
No es malo querer tener una familia feliz, ¡por supuesto!
Pero el discipulado no es el enemigo de la familia. Un ejemplo de
muchos fue una familia que iba al “enriquecimiento familiar”, y el padre
llegó a prohibir el uso de la palabra “compromiso”, como si fuera una
palabrota. Pero si dejamos de escuchar a esa gente, y leemos la Biblia,
está claro que el Señor nos llama al compromiso total, a seguirle,
imitarle y servirle.
Así que, pregunto: ¿Es acertado este retrato
los peligros del discipulado en los postreros tiempos? ¿Es el
compromiso y la entrega a Cristo y Su reino realmente el problema
principal que la iglesia y la familia afrontan? ¿Acaso hay tantos
discípulos tomando al Señor tan literalmente, viviendo tan
sacrificadamente que superabundancia de obreros para Cristo? Si leemos
la Biblia, sabemos que no es así. El Señor Jescristo no falla cuando
dice:
“La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos;
por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc.
10:2).
Según Él, el problema actual es escasez —no tanto de
gente cristiana que asiste a reuniones, sino de obreros que se
sacrifican para servir, le aman por encima de todo y buscan en primer
lugar Sus intereses, Su reino y Su justicia. No nos engañemos, no hay
abundancia de éstos, sino escasez. La población del mundo explota,.
“mas los obreros pocos” dice el Señor. Puesto que es así, ¿es justo que
un cristiano se quede sentado en casa, mirando la tele, divirtiéndose,
trabajando, ganando dinero, acumulando cosas que no puede llevar al
cielo, y disfrutando la buena vida? ¿Es correcto que pasa más tiempo y
gasta más dinero en viajes y vacaciones que lo que invierte en servir a
Cristo? Amigos, no ignoremos que el Hijo del hombre no vino para ser
servido, sino para servir y dar Su vida (Mr. 10:45).
Las
familias cristianas son un gran recurso para Cristo. Deben estar en la
lucha para la gloria de Dios. El hogar cristiano es el primer lugar
donde se debe aprender y practicar el discipulado. En ese santo entorno
deben criarse siervos y soldados de Cristo. Los que impiden que las
familias sigan al Señor como Sus discípulos, son culpables desanimar al
pueblo del Señor. En efecto dice: “¡Israel, a tus tiendas!”, pero de
eso darán cuenta en el tribunal de Cristo, cuando Él juzgue a los que
niegan Su Señorío, Su derecho de ser amado, seguido y servido por los
que Él compró a precio de sangre.
Como creyentes afirmamos que
Dios desea bendecir los hogares de los Suyos. Quiere matrimonios y
familias fuertes y bíblicas, donde habitan discípulos dedicados y
sacrificados. El verdadero discipulado debe ser enseñado y practicado en
nuestros hogares. Para las familias también es vigente la gran comisión
que el Señor dio: “id y haced discípulos a todas las naciones,
bautizándolos...enseñándoles que guarden todas las cosas que os he
mandado”.
Nuestra prioridad es el Señor y Sus intereses. "Buscad
primeramente el reino de Dios y Su justicia”, lo cual incluye la vida de
familia, claro, pero no se limita a ella. La prioridad no es la
familia, sino el reino de Dios y Su justicia. El Señor no dijo: “por
tanto, id a vuestras casas y estad felices”, sino “id...a todas las
naciones...” La verdadera felicidad no se encuentra en un hogar
ensimismado. La familia que pone a Cristo en primer lugar será bendecida
y conocerá el gozo de servirle.
¿Cómo ponemos al Señor en primer
lugar? Primero significa darle a Él el primer lugar en nuestros
afectos. El primero y más grande de los mandamientos sigue vigente:
“Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con
todas tus fuerzas” (Dt. 6:5). Nuestro Señor volvió a enfatizar esta
prioridad cuando estuvo sobre la tierra. Observa que Él no suprimió la
palabra “todo” ni modificó su significado (Mt. 22:37). Si hubiera
querido reducir el compromiso o explicarlo de una manera más
“equilibrada”, ¡tenía oportunidad! En otra ocasión habló a una multitud,
de la cual algunos llegarían a ser Sus seguidores. No ocultó las
demandas del discipulado sino las afirmó públicamente:
“Si
alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y
hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi
discípulo” (Lc. 14:26).
Es un mensaje sencillo, claro y
poderoso. William MacDonald escribe: “Nunca se debe permitir que la
consideración a los vínculos familiares desvíe a un discípulo de un
camino de plena obediencia al Señor” ( Comentario Al Nuevo Testamento,
CLIE, pág. 291). Alguno dirá: “Ah, pero él era soltero; no
entendió la vida de familia”. No es una crítica válida, pues el apóstol
Pablo tampoco estaba casado. Pero para responder a esa clase objeción,
citamos a Donald Norbie, un siervo del Señor, casado, que escribió:
“Jesús era un hombre de familia. Aunque la historia guarda silencio en
cuanto a detalles, puede que José hubiera sido mucho más mayor que
María. Cuándo murió, no lo sabemos. Pero durante el tiempo del
ministerio de Jesús, aparentemente, había muerto. Tempranamente Jesús
había tomado la responsabilidad como el hijo mayor, y la familia
dependía de Él. Su madre María y Sus hermanos y hermanas conocían la
fuerza de Su afecto y amor. La familia de Jesús se nos presenta muy
unida. Parte del dolor de Jesús mientras estaba clavado en la cruz, era
la agonía de ver sufrir a su madre. Pero la familia no ocupaba el primer
lugar en los pensamientos de Cristo. “El que ama a padre o madre más
que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no
es digno de mí” (Mateo 10:37). Enfatizó que las relaciones espirituales
son más profundas y duraderas que los lazos familiares (Marcos 3:33-35).
El centro de la vida de Cristo no era la familia... Una motivación era
la delicia de hacer la voluntad del Padre... Otra era Su propia y
profunda compasión por aquellos que estaban perdidos... Pero tú dices:
“Yo no soy Jesús. Tengo una familia que sacar adelante, un trabajo al
que atender cada día. Necesito recrearme. No tengo tiempo”. Y así, los
días y los años pasan, y es fácil irse a la deriva. Dejamos de repartir
folletos y de testificar. Hemos olvidado cómo llorar por los perdidos y
cómo rogar a Dios por ellos. Nuestra dirección y estilo de vida difiere
bien poco de la del mundo perdido que nos rodea”.
(“Evangelism, An Option?” artículo en la revista “Missions”, 1981)
Sin lugar a dudas, el amor a Dios nombrado en el primer y gran
mandamiento es la prioridad y la base. Une nuestros corazones al corazón
de Dios en todo lo que a Él le es importante y precioso. Si el Señor
ocupa el primer lugar en nuestros afectos, todo lo demás encontrará su
lugar correcto. Nuestros intereses estarán en las cosas de arriba (Col.
3:1), cosas espirituales y eternas, no absorbidas en las cosas pasajeras
de este mundo que son indignas de nuestro amor (1 Jn. 2:15-17). Pero
los que siguen insistiendo en anteponer a su familia, se arrepentirán un
día, quizás tarde, cuando Dios les diga como dijo a Elí en
desaprobación: “has honrado a tus hijos más que a mí” (1 S. 2:29). ¡No
es malo amar a nuestra familia, pero si la ponemos antes de Dios y Sus
intereses, erramos.
Dar a Dios primer lugar significa dar
preferencia a la comunión diaria con Él. En el Salmo 27:4-5 David habla
de “una cosa” que deseaba. Era Dios mismo —la comunión con Él. Le quería
a Dios más que Sus bendiciones. No era una emoción pasajera, sino
declaró: “...ésta buscaré”. ¿Es nuestra prioridad? El Señor la aprobó en
Lucas 10:42 cuando María se sentó a Sus pies. Sus instrucciones en
Mateo 6:33 hablan de lo mismo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios
y su justicia”. Más necesitamos desarrollar nuestra relación con Dios
que con otros. No que seamos hermitaños, pero sí, nos va a costar
tiempo. Habrá que sacrificar un lado otras ocupaciones, aun legítimas, a
veces. Buscarle es invertir tiempo en conocerle por medio de la lectura
de Su Palabra, meditando en ella (Sal. 1:2) y orando. No estamos
hablando de “siete minutos con Dios” para comenzar el día, sino pasar
más tiempo con Él que con la tele u otras cosas.
Además, “Dios
primero” significa darle el primer lugar en nuestros hechos. Debemos
invertir los medios que Él nos da —el tiempo, el dinero y otros bienes
materiales, la energía, y los dones espirituales— para servir al Señor.
La devoción no termina con el devocional. Podemos abrir nuestros hogares
a otros para tener comunión, utilizarlo para un estudio evangelístico o
reunirnos para orar (Hch. 12:12).
A veces debemos salir de casa
para servir al Señor, haciendo visitas, asistiendo a reuniones,
ayudando a necesitados, testificando, etc. Todos los días la gente sale
de su casa para ir a trabajar, a veces horas largas y horarios raros,
con tal de ganar dinero. Salgamos para servir al Señor. En algunos caso
habrá que dejar la casa e ir a otro lugar, aunque hayas vivido allí toda
la vida. No seas anclado por una casa. directa de las Escrituras. ¡El
Señor, el Maestro de todos Sus discípulos ha hablado respecto a este
asunto! En Marcos 10:28-31 el Señor Jesús aprobó las prioridades del
ministerio de Sus discípulos en cuanto a la familia. Si ellos hubiesen
estado equivocados, desequilibrados, mal encaminados, o dándonos mal
ejemplo, el Señor los habría corregido, pero no lo hizo. Al contrario,
les prometió una recompensa y reafirmó sus prioridades. A nosotros Sus
seguidores siglos después esto debe animarnos a hacer lo mismo.
Claramente, sin arrepentimiento y regreso al plan bíblico para los
discípulos del Señor, continuará el declive de la Iglesia de nuestros
tiempos, tal como lo lamentaba A. W. Tozer:
“Cristo llama a
los hombres a llevar su cruz; nosotros les llamamos a pasarlo bien en Su
nombre. Él les llama a abandonar el mundo: nosotros les aseguramos que
si aceptan a Jesús, el mundo se constituye una ostra en la que pueden
desarrollarse y vivir. Él les llama a sufrir; nosotros les llamamos a
gozar de las comodidades que ofrece la civilización burguesa moderna. Él
les llama a la autoabnegación y a la muerte; nosotros les llamamos a
extenderse como árbol frondoso, o tal vez, incluso, a llegar a ser
estrellas de un deplorable zodiaco religioso de quinta clase. Cristo les
llama a la santidad; nosotros les vendemos una felicidad barata que
hubiera sido rechazada con desdén por el más ínfimo de los filósofos
estoicos”.
(A. W. Tozer, DESPUÉS DE MEDIANOCHE, Editorial Clie, pág. 143)
“El Señor llamó a los hombres a servirle, pero nunca hizo el camino
fácil. Por el contrario, uno queda con la impresión que el Señor fue
demasiado exigente. Muchas veces dijo a sus discípulos y candidatos a
discípulos cosas que nosotros discretamente evitamos decir cuando
tratamos de ganar almas. ¿Qué evangelista de los de hoy se atreve a
decir a las personas que manifiestan deseo de seguir a Cristo,
“cualquiera que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su
cruz cada día y sígame, porque cualquiera que quiera ganar su vida la
perderá, y cualquiera que pierda su vida por causa de mí, la hallará”? Y
muchas veces nos vemos en figurillas para contestar a la pregunta que
nos hace una persona sobre el significado de las palabras de Jesús: “No
penséis que he venido a traer paz a la tierra, porque no he venido a
traer paz, sino espada. Porque de aquí en adelante un hombre estará
contra su padre, y la hija contra la madre, y la nuera contra su
suegra”. Esta clase de vida cristiana, áspera y sacrificada, la dejamos
para algún raro misionero solitario o quizás para los cristianos que se
encuentran detrás de las varias cortinas de este mundo. Las masas de
cristianos nominales carecen del músculo espiritual que los capacitaría
para tomar un camino tan definitivo y final como éste”.
“El
clima moral contemporáneo no facilita una fe tan maciza y sólida como la
que fue enseñada por nuestro Señor y los apóstoles. Los delicados y
frágiles cristianos de invernadero que estamos produciendo hoy en día se
pueden comparar difícilmente con aquellos cristianos robustos que una
vez dieron su testimonio entre los hombres. Y la culpa la tienen
nuestros líderes. Son demasiado tímidos para decirle al pueblo la
verdad. Le están pidiendo a la gente que dé a Dios únicamente lo que no
les cuesta nada”.
“Hoy en día nuestras iglesias está llenas
(o una cuarta parte llenas) de una blanda generación de cristianos que
deben ser alimentados con una dieta de inofensivas diversiones para
mantenerles el interés. Conocen muy poco de teología o de Biblia. Apenas
habrán leído uno que otro de los clásicos de la iglesia pero están muy
familiarizados con libritos de ficción religiosa y películas. No es de
extrañar que su fibra espiritual y moral sea tan débil. Podrían ser
llamados meros adherentes a una fe que nunca comprendieron”.
(A. W. Tozer, ESE INCREÍBLE CRISTIANO, Christian Publications, Inc., págs. 73-74)
El Nuevo Testamento no nos enseña a enfocarnos en la pareja y la
familia, sino a presentarnos en sacrificio vivo para el Señor. El
principio de auto sacrificio es casi desconocido en nuestros tiempos
excepto para aprobar exámenes o ganar dinero. Walter Chantry, en su
libro The Shadow of the Cross (“La Sombra De La Cruz”), indica cómo
debemos negarnos a nosotros mismos aun en el matrimonio:
“Al
escoger un cónyuge, el negarse a sí mismo debería ser una característica
buscada. ¿Quiénes más apropiados para el matrimonio que hombres y
mujeres que han muerto a sí mismos? Ya se encuentran viviendo para
servir y agradar a Otro en lugar de sus deseos egoístas. Aún ahora se
niegan, respecto a sus intereses propios y legítimos, para esperar en Uno a quien le
han hecho votos solemnes”.
(Banner of Truth Trust, pág. 55).
En 1 Corintios 7:29 leemos que aquellos que tienen mujer sean como si
no la tuvieran “de ahora en adelante” (BAS). Esta es una de las
declaraciones “desequilibradas” de las Escrituras. No hay ningún
versículo cerca que lo dé equilibrio. Al contrario, así el Espíritu
Santo abruptamente reta nuestros pensamientos. Mientras que Dios diseñó,
designó y aprueba el matrimonio para los Suyos, también aprueba y
recomienda especialmente en estos postreros tiempos la subordinación aun
de relaciones legítimas para algo de mayor importancia. ¿Qué puede
tener más importancia o prioridad? El servir al Señor; proclamando el
evangelio, ganando almas, enseñando la Palabra, haciendo discípulos,
preparando y equipando obreros para Su servicio (Ef. 4:11-12).
“El tiempo es corto”. El Señor viene pronto, “el lucero de la mañana” (2
P. 1:19). Es una referencia al arrebatamiento de la Iglesia para llevarla al cielo. Entonces, terminarán las
oportunidadas para servirle No posterguemos nuestro servicio al Señor. Hay que redimir el tiempo, no
perderlo,“porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no
tardará” (He. 10:37). “La noche está avanza". Pronto oiremos Su voz, la trompeta, “y así
estaremos siempre con el Señor”. Seamos solteros o casados, sirvamos al Señor. ¡Ojalá que halle verdaderos discípulos en
nuestros hogares.“Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor
venga, le halle haciendo así” (Lc. 12:43).