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lunes, 1 de julio de 2019

El Primer Paso


C. H. Spurgeon

"Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte"  Isaías 26:9

 Existe para el pueblo de Dios un principio de comunión con Él. En primer lugar, éste es donde comienza su vida espiritual: "Me levantaré e iré a mi padre" (Lc. 15:18). Eso fue la prueba de que el pródigo realmente se había vuelto en sí y estaba en el camino de la restauración. Cuando antes él se limpió, se arregló, se juntó a un ciudadano de aquel país y comenzó a trabajar en lugar de derrochar todo viviendo pérdidamente, eso era una mejora. Siempre es bueno que un hombre trabaje en lugar de malgastar su tiempo en vicios, pero todavía él no había comenzado a vivir espiritualment. Fue cuando se acordó de su padre que vemos la obra de gracia en su alma: el clamor de su espíritu: "Me levantaré e iré a mi padre".

viernes, 10 de julio de 2015

"VINIERON A LOS SUYOS"

“Y puestos en libertad, vinieron a los suyos”. Hechos 4:23

     Mirando el contexto de estas palabras, es evidente que había alivio en los corazones de los apóstoles al ser “puestos en libertad”. Habían sido acusados delante del sumo sacerdote, su familia y los gobernantes, junto con los ancianos y los escribas. Gracias a los eventos dramáticos que envolvían la curación del hombre cojo en la puerta del templo, se había hecho claro que había poder inusual, no sólo en la predicación de los apóstoles, sino en los hechos que la acompañaban. Vieron la audacia de Pedro y de Juan, y se fijaron en que eran personas indoctas y sin instrucción, hombres sencillos sin educación superior. No podían sino reconocer que habían estado con Jesús – ¡maravillosa recomendación! Tenían que admitir que se había realizado un milagro, pero aún así tomaron medidas severas para poner fin a sus actividades (v. 17). Pedro y Juan, sin embargo, eran impulsados por una fuerza que los gobernantes no podían entender: “no podemos dejar de decir”. Así que les amenazaron, y les pusieron en libertad (v. 21). Mientras que los sacerdotes y los gobernantes murmuraban, todo el pueblo glorificaba a Dios por lo que se había hecho. “Y puestos en libertad, vinieron a los suyos”. Tenían a dónde ir. No obraban aisladamente, ni eran personas desconectadas de otras del mismo sentir.
    Nos conviene meditar cuidadosamente estas palabras: “vinieron a los suyos”. Incluso en aquellos primeros días de la historia de la iglesia, había grupos de personas que tenían como prioridad los intereses de su Señor; estaban puestos en ciudades y pueblos como testimonio, proveyendo lugares de refugio y comunión para los santos perseguidos. Imaginamos que aquellos que fueron “puestos en libertad” sabían dónde estaba su hogar espiritual. Consideremos esta situación, y apliquemos su relevancia a la asamblea local de hoy. Es de gran valor conocer el lugar donde nos podemos reunir en armonía con creyentes del mismo sentir, compartiendo su comunión con el Señor.
    Era para ellos un lugar de alabanza. ¡Extraña paradoja, considerando sus sufrimientos! Relataron su historia a los demás, y después alzaron juntos sus voces a Dios en el cielo. Las circunstancias ni les deprimían ni les derrotaban. Así fue en un encuentro más adelante con el concilio; cuando salieron, estaban gozosos de haber sido dignos de padecer afrenta por causa de Su Nombre (Hch. 5:41). Asegurémonos de considerar la asamblea como un lugar donde los corazones y las voces se elevan en alabanza al cielo. No hay ejercicio más estimulante o más fortalecedor para los creyentes.
    Pero era también para ellos un lugar de oración. “Señor, mira sus amenazas” (v. 29). Este clamor revela que acusaban profundamente el dolor que traía la oposición. No eran insensibles al coste de la fidelidad al Señor. Pero las reuniones del pueblo de Dios proveían un lugar donde podían exponer sus necesidades abiertamente ante Dios. Haremos bien en recordar esto, siendo que el abandono de las reuniones de oración parece una práctica tan extendida en nuestro día. Resulta gratificante el ejercicio de observar en el estudio de Hechos los ejemplos documentados de la oración colectiva. Tenemos tal carga de necesidad espiritual hoy día, que hemos de aprovechar cada oportunidad de orar, no solamente por otros, sino con otros.
    Así fue que la asamblea se convirtió en el lugar de poder para estos hombres. “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló” (v. 31). En la persecución sentían su debilidad, y al ser puestos en libertad fueron a donde sabían que eran amados y podían amar. Aquí había un lugar donde la presencia divina significaba para ellos refrigerio, y la renovación del poder para testificar sin temor. Al salir de nuevo, daban su propio testimonio personal de la resurrección en el poder del Espíritu Santo. ¡Qué vitalidad tan dinámica era la suya! No es de extrañar que impactaran a los de afuera. Entre ellos había también gracia. Habían venido “a los suyos”; unidos, eran fortalecidos.
    ¿Sabemos hoy dónde están los nuestros? ¿La iglesia local es el lugar donde nos regocija estar, donde compartimos con creyentes del mismo sentir las cosas que pertenecen a nuestra fe? Quizás tengamos que desafiarnos en cuanto a nuestra actitud ante la comunión de la iglesia. ¿Será que la comodidad, no la convicción, nos rige en cuanto a dónde decidimos que el Señor quiere que estemos? ¿Cuál es nuestro compromiso con los nuestros? Que siempre tengamos ese instinto en nosotros, plantado por el Espíritu Santo y preservado por nuestra obediencia al Señor, de encontrar el lugar que pueda describirse en verdad como “los nuestros”. Es aquí donde encontraremos una esfera creciente de gozo y utilidad.


        por Arthur T. Shearman, traducido de Milk & Honey (“Leche y Miel”), Vol. XX, April, 2006, No. 4), traducido por Emily Knott de González

martes, 2 de junio de 2015

La Recepción A La Asamblea


del libro UNA ASAMBLEA CRISTIANA,  por Littleproud

Es evidente a cualquiera que lee el Nuevo Testamento que Cristo es el punto focal en todas las reuniones de la asamblea y es el centro de todas sus actividades y la autoridad de toda su administración. El lugar de preeminencia dado por Dios al Señor Jesucristo, haciéndole Centro de su pueblo, siempre ha de gobernar todos los asuntos de la iglesia. Esto es, en verdad, el tercer distintivo de una asamblea sana y espiritual.
     La predicación del apóstol Pedro el día de Pentecostés no sólo era enérgica, sino también efectiva. Los que recibieron su mensaje del evangelio fueron convertidos a Dios, y, bautizándose, así dieron testimonio público de su conversión. Entonces dieron un paso más- se identificaron con los santos. “Se añadieron aquel día como tres mil personas.” La recepción a una asamblea, para disfrutar de su comunión, es una gran bendición, a la cual debe aspirar todo hijo de Dios.

(i) ¿Quiénes deben ser recibidos?
     ¿Quiénes son los aptos para ser recibidos en, o incorporados en, la asamblea? En el caso que estamos considerando, eran los que habían recibido la Palabra (v. 41), y que se habían bautizado, quienes fueron añadidos a la asamblea.
     Tales personas se describen en el versículo 47 como “los que habían de ser salvos”, o, literalmente, “los salvados”. En el 2:47 dice: “el Señor añadía cada día a la iglesia” a los salvados. Eso de ser añadidos a la iglesia es obra del Señor, y siempre tiene que preceder la recepción a la asamblea local.
    Se ha llamado la atención a distintos términos que se usan para describir a los hijos de Dios, los cuales son sujetos aptos para participar de los privilegios de la asamblea. Son salvados (Hechos 2:47), creyentes (Hechos 5:14), discípulos (Hechos 20:7), cristianos (Hechos 11:26), santos (1 Corintios 1:2) y hermanos (Colosenses 1:2). ¡Qué hermosos títulos ha conferido Dios a su pueblo!

(ii) Dos principios en cuanto a la recepción
     Hay dos principios en las Escrituras para guiar a las asambleas en la cuestión de la recepción:
     El uno es el de recibir a quienes el Señor ha recibido. Léase Romanos 14:1-3.
     Aquí tenemos instrucciones acerca de la recepción de un hermano que es “débil en la fe”; es decir, uno que no entiende las Escrituras, ni las bendiciones ni las libertades que están en Cristo Jesús. “Recibid al débil en la fe .... porque Dios le ha recibido.” En la porción del pasaje anteriormente citado, el apóstol nos instruye a que no pretendamos a decidir sobre los escrúpulos del hombre, ni dilucidar sus dudas tocante a comer ciertos alimentos y desechar otros. Antes bien, hemos de recibirle a pesar de la debilidad dé su fe, porque Dios le ha recibido. ¿En dónde encontrará un ambiente más sano y espiritual, o enseñanza mejor para fortalecer su fe, que en la asamblea en la cual le han recibido?
    De acuerdo con esta instrucción, tenemos una amonestación semejante en Romanos 15:7: “Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios”.
 
     El otro es de negar de recibir a aquellos que son inmundos moral o doctrinalmente.
     Hay seis inmoralidades nombradas en 1 Corintios 5:11, que son: la fornicación, la avaricia, la idolatría, la maledicencia, la borrachera y el robo. La práctica de éstas excluye a un hombre o a una mujer de ser recibido en una asamblea, y por cierto, de la comunión en ella. Aunque la persona se llame cristiana, queda excluida de toda participación en una asamblea si es culpable de practicar los pecados nombrados. La asamblea es una casa de Dios (1 Timoteo 3:15), un lugar donde Dios escoge morar, “una morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:22). Siendo ésta la morada de Dios, ha de mantenerse limpia. (Comp. Salmo 93:5).
     La mala doctrina es también obstáculo para la recepción y la comunión. “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación, deséchalo” (Tito 3:10). Parece que la primera amonestación de parte de los ancianos es para convencerle por las Escrituras de que está en error. Véase Tito 1:9. Si se empeña en seguir enseñando el error, entonces debe impedírsele toda participación en la enseñanza. “Es preciso taparle la boca” (Tito 1:11). Esta seria la segunda amonestación. Pero si con todo esto persiste en esparcirla mala doctrina, sería preciso desecharle. Como hemos visto, debilidad de fe no constituye ningún obstáculo para la recepción. (Véase Romanos 14:1-3). Pero, en cambio, la fe pervertida, manifestada en la retención y la propagación de errores en doctrinas fundamentales -- esto, sí, excluye a uno de comunión en las asambleas de Dios.
 
Principios para guiar en la recepción
     Algunas veces resulta difícil saber si un postulante para la recepción a la asamblea es o no verdaderamente nacido de Dios. Así era en el caso de Saulo de Tarso. Él tenía fama de ser enconado perseguidor de los cristianos antes de ser salvo. Cuando procuró tener comunión en la asamblea en Jerusalén, “todos le tenían miedo, no creyendo que fuese discípulo”. En este caso era preciso averiguar y considerar con mucho cuidado antes de recibirle. Bernabé podía contarles cómo era el proceder de Saulo después de ser salvo, y cómo había predicado “denodadamente” en el nombre de Jesús. A base de este testimonio le recibieron; “y estaba con ellos en Jerusalén, y entraba y salía” (Hechos 9:26-29).


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