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sábado, 28 de mayo de 2022

La Familia Pródiga: Rut 1


Los tiempos de los jueces representan una de las épocas más confusas y tristes en la historia de la nación de Israel. No había rey, y cada uno hacía lo que le parecía. El libro de Rut comienza durante esos tiempos, y vemos en el primer capítulo el espíritu de aquel entonces. Elimelec y Noemí, como muchos, hicieron lo que les pareció, y en su caso eso era abandonar a Belén e irse a Moab. Vemos en ellos malas prioridades y decisiones, alejamiento de Dios y del pueblo de Dios, malas amistades y alianzas con los incrédulos, yugos desiguales, esterilidad, muerte y amargura. Pero, aunque comience así, el libro de Rut nos enseña algo sobremanera bueno que sucedió en ese tiempo. El libro enseña también la providencia divina, misericordia, bondad y bendición. Aquí hallamos el enlace entre los tiempos sin rey y la venida del reino de David. El linaje del rey David resulta ser el linaje también de Cristo, como Mateo 1.1-6 enseña. Así que, Rut presenta la providencia de Dios, que obra a veces silenciosa pero siempre poderosamente en las “circunstancias” de la historia, para el bien de Su pueblo.

 La Ida (vv. 1-5)

 v. 1 “Aconteció en los días que gobernaban los jueces, que hubo hambre en la tierra. Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos”.

            La historia comienza en Belén de Judá, pero en el primer verso se traslada a los campos de Moab. La primera parte tiene que ver con una familia pródiga: Elimelec, Noemí e hijos. En los días de los jueces cada uno hacía lo que bien le parecía (Jue. 17.6; 21.25). Todos los males manifestados en Jueces radican en que olvidaron a Dios, no tuvieron fe, y vivieron de manera egoísta. Los jueces produjeron solo cambios temporales, y parece que con el paso del tiempo tuvieron cada vez menos impacto. Uno de los últimos de ellos fue Sansón, un hombre de pasiones descontroladas, murió ciego y cautivo. Sabemos que Dios castigaba a Israel de varias maneras, incluso con hambre. En una época eso fue por invasión de los madianitas y amalecitas que destruyeron los frutos de la tierra (Jue. 6.3-6). Deuteronomio 28 y 32 contienen advertencias de juicios divinos de sequías y hambre por la desobediencia de la nación. El libro de Rut comienza en uno de esos tiempos.

            Así que, las circunstancias eran malas y difíciles de soportar. “Hubo hambre en la tierra”. No controlamos las circunstancias, sino nuestra respuesta a ellas. ¿Qué hacemos en tiempos difíciles? Elimelec respondió abandonando lo que Dios le había dado, y llevó a su familia lejos del Señor, a una tierra que no les pertenecía. El texto no menciona nada de oración, ni de buscar consejo o ayuda, ni de familia, ni de los ancianos de su pueblo, ni de los sacerdotes. La tentación era ir a otro lugar donde había pan – fuera donde fuera. Abraham se equivocó en tiempos de hambre y descendió a Egipto (Gn. 12.10). Dios no le dirigió a Egipto – solo fue por la lógica, y de ahí tuvo que volver al lugar donde había hecho altar a Dios. Más tarde su hijo Isaac pensaba hacer lo mismo, pero Dios le paró (Gn. 26.2). Debemos siempre buscar y seguir la voluntad de Dios, como Santiago 4.15 aconseja: “Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello”. ¿Cómo sabemos hoy lo que el Señor quiere? No por sentimientos ni visiones ni voces, sino mediante Su infalible Palabra (Sal. 119.105), y el consejo bíblico de los que Él ha puesto para velar por nuestras almas (He. 13.17).

            Elimelec y su casa ilustran lo que sucede cuando no somos guiados por el Señor. Ilustran las personas que no viven por fe sino por circunstancias. Su vida es una serie de reacciones lógicas o impulsivas a sus circunstancias. Estaban en un buen lugar. “Belén” significa “casa de pan”, y era el pueblo natal de Aquel que es el Pan de vida (Jn. 6.35, 48). “Judá” significa “alabanza”, y es la tribu del Mesías, alabado sea Dios. En Josué 15 Dios había asignado a la tribu de Judá su territorio. Así que, vivían en un lugar donde Dios prometió bendición. Nos recuerda la promesa posterior de Jehová a David – pan y alabanza. Bendeciré abundantemente su provisión; a sus pobres saciaré de pan. Asimismo vestiré de salvación a sus sacerdotes, y sus santos darán voces de júbilo” (Sal. 132.15-16). Pero esta familia, en la prueba de hambre y escasez, cometió el error de marcharse sin la guía de Dios, a otro lugar para buscar una vida mejor. Fallaron por su poca fe y su decisión independiente. No dijeron como Habacuc: “Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales; con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación” (Hab. 3.17-18). ¡Qué noble y admirable hubiera sido comportarse así, pero si no hay fe, no es posible! En lugar de eso, desearon ir a Moab para aliviar sus dificultades.

            Samuel Ridout comenta que en la Biblia el hambre era el llamado divino al arrepentimiento (Dt. 28.15-17, 23, 38). [1] Todavía es así, y a veces incluso una asamblea tiene de qué arrepentirse (Ap. 2.5). Dios nos castiga y nos prueba para humillarnos y enseñarnos, para que nos volvamos a Él, no para que nos alejemos. Pero tristemente, muchas veces no somos sensibles sino resentidos y obstinados. Por el profeta Amós Dios dijo: Os hice estar a diente limpio en todas vuestras ciudades, y hubo falta de pan en todos vuestros pueblos; mas no os volvisteis a mí, dice Jehová” (Am. 4.6). Así fue el caso de Elimelec y familia. Su motivación fue el pan, no el plan de Dios. Podríamos pensar que solo Elimelec era culpable, pero si seguimos el texto veremos que Noemí tuvo su parte y también fue castigada. Algunas veces eso pasa eso en un matrimonio, que la esposa se hace la víctima ante los demás, pero en casa ella se queja y presiona al marido a salir y buscar una vida mejor para ella y los hijos. Fuese cual fuese el caso, a Noemí esa decisión le costó su familia, pero a Elimelec le costó la vida. Debemos recordar que las decisiones tienen consecuencias. Ante las pruebas, debemos humillarnos, examinarnos, y orar, no solo pidiendo ayuda, sino en palabras del Salmo 26.2, “Escudríñame, oh Jehová, y pruébame; examina mis íntimos pensamientos y mi corazón”. Y como dice el Salmo 139.23-24, “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”. De haber procedido así, Elimelec nunca habría ido a Moab. Y si nosotros aprendemos a proceder así, tampoco iremos a lugares donde Dios no quiere que estemos.

            En nuestros tiempos hay quienes abandonan su país, familia y asamblea para ir, incluso ilegalmente, a un lugar donde pretenden ganar dinero. Su proceder no es “si el Señor quiere” (Stg. 4.15), sino lo que ellos quieren: dinero y comodidad. Deciden por su cuenta ir a lugares donde no hay asamblea, o sin saber siquiera si hay una. Se atreven a entrar de manera ilegal en otros países. Esto incluye el entrar fingiéndose turistas, cuando su plan es quedarse y trabajar, lo cual es ilegal. La Palabra de Dios habla claramente: Por causa del Señor someteos a toda institución humana, ya sea al rey, como a superior, ya a los gobernadores” (1 P. 2.13-14). Pero para tales personas, lo principal es el trabajo y el dinero, no la Palabra de Dios ni Su voluntad. Todo lo manipulan a gusto y capricho suyo. Una persona llamó a un misionero preguntando dónde se podía congregar en cierta ciudad. En la conversación se descubrió que hacía dos años que vivía en ese lugar, y solo entonces buscaba donde congregarse. ¿Por qué? Porque francamente, no viajó pensando en su vida espiritual – porque no fue su prioridad. Poderoso caballero es don dinero, y muchos lo permiten dirigir sus vidas. Primero deciden dónde van a ir, vivir y trabajar, y luego, como algo extra, no esencial, tal vez preguntan dónde congregarse. La manera de hacer las cosas indica cuáles son sus valores y su condición espiritual. Todo tiene su explicación, pero no todo tiene bendición.

extracto del capítulo 1 del Comentario sobre Rut por Carlos Tomás Knott, Libros Berea


[1] Samuel Ridout, Judges and Ruth (“Jueces y Rut”), Loizeaux, Neptune, New Jersey, 1980.

domingo, 14 de marzo de 2021

¿La Familia Antes Que El Reino De Dios?

Donald Norbie 


Jesucristo era un hombre de familia. Aunque la historia guarda silencio en cuanto a detalles, puede que José hubiera sido mucho más mayor que María. Cuándo murió, no lo sabemos. Pero durante el tiempo del ministerio del Señor Jesús, aparentemente, había muerto. Tempranamente Jesús había tomado la responsabilidad como el hijo mayor, y la familia dependía de Él. María y Sus hermanos y hermanas conocían la fuerza de Su afecto y amor. La familia de Jesús se nos presenta muy unida. Parte del dolor del Señor cuando estaba clavado en la cruz era la agonía de ver a su madre atestiguándolo todo con pena. 

    Pero la familia no ocupaba el primer lugar en los pensamientos de Cristo. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37). Él enfatizó el hecho de que las relaciones espirituales son más profundas y duraderas que los lazos familiares (Mr. 3:33-35). 

    El centro de la vida de Cristo no era la familia... Una motivación era la delicia de hacer la voluntad del Padre... Otra motivación era Su propia y profunda compasión por aquellos que estaban perdidos... Pero tú dices, “Yo no soy Jesús. Tengo una familia que sacar adelante, un trabajo al que atender cada día. Necesito recrearme. No tengo tiempo”. Y así, los días y los años pasan, y es fácil irse a la deriva. Faltamos en la reunión de oración, porque estamos cansados del trabajo, o porque los niños tienen deberes de la escuela. Dejamos de reunirnos los domingos por la tarde para predicar el evangelio, diciendo que  necesitamos pasar tiempo con la familia. Dejamos de repartir tratados y testificar. Hemos olvidado cómo llorar por los perdidos y cómo rogar a Dios por ellos. Nuestra dirección y estilo de vida difiere bien poco de la del mundo perdido que nos rodea. Pero hermanos, el problema de nuestras prioridades es realmente un problema de corazón.

Donald Norbie, “Evangelism, An Option?”,  

de la revista Missions,  1981.


miércoles, 17 de febrero de 2021

LA TIRANÍA DE LO URGENTE

Charles E. Hummel



    ¿Alguna vez has deseado un día de treinta horas? Seguramente este tiempo extra aliviaría la tremenda presión bajo la cual vivimos. Nuestras vidas dejan un rastro de tareas no acabadas. Cartas sin contestar, amigos sin visitar, artículos sin escribir y libros sin leer nos acechan en esos momentos de calma cuando nos detenemos a reflexionar. Desesperadamente necesitamos alivio.
    Pero, ¿resolvería realmente el problema un día de treinta horas? ¿No nos sentiríamos igual de frustrados que ahora con las veinticuatro horas de que disponemos?  El trabajo de una madre no termina nunca. Ni el de cualquier estudiante, profesor, ministro u otros que conozcamos. El transcurso  del tiempo tampoco os traerá una solución. Los niños, al crecer en número y edad, requieren más de nuestro tiempo. Una mayor experiencia en la profesión y en la iglesia lleva consigo la asignación de mayores responsabilidades. Encontramos así que estamos trabajando más y gozando menos.

    ¿REVOLTIJO DE PRIORIDADES?

    Al detenernos para reflexionar, nos damos cuenta de que nuestro dilema radica en algo más profundo que la falta de tiempo. Se trata básicamente de un problema de prioridades. Trabajar mucho no hace daño. Todos sabemos lo que es trabajar a toda prisa durante horas y horas, completamente absorbidos por una sensación de éxito y satisfacción. No es el trabajar mucho lo que nos oprime. En cambio sí nos oprime el espíritu de ansiedad que hace presa en nosotros cuando, recelosos, contemplamos un sinfín de tareas sin terminar a lo largo de un mes o de un año. Intranquilos, empezamos a sospechar que quizá hemos dejado de hacer lo importante. Las exigencias de otras personas –cual vientos–  nos han precipitado contra un escollo de frustración. Aun al margen de la cuestión de nuestros pecados, confesamos que hemos dejado sin hacer lo que debíamos haber hecho; y hemos hecho aquello que no debíamos.
    Hace algunos años el experimentado director de una industria algodonera me dijo: "Su peligro más grande está en permitir que las cosas urgentes marginen a las importantes". Aquel hombre no se daba cuenta del tremendo impacto que causó en mí esta máxima suya. A menudo me persigue y me reprocha de nuevo porque suscita el problema crítico de las prioridades.
    Vivimos en permanente tensión entre lo urgente y lo importante. El problema consiste en que las tareas importantes rara vez deben ser hoy mismo, o incluso esta misma semana. El dedicar más tiempo a la oración y estudio de la Biblia, visitar al amigo no creyente, el estudio detallado de un libro importante son proyectos que pueden esperar. Pero las tareas urgentes demandan acción instantánea y sin tregua. Apremian a todas las horas de cada día.
    El hogar del hombre de hoy ya no es el castillo donde refugiarse. Ya no es un lugar a cubierto del ataque de los asuntos urgentes, porque el teléfono atraviesa los muros con imperiosas demandas. El momentáneo atractivo de estas tareas parece irresistible e importante. Y absorben nuestras energías. Pero a la luz que proporciona la perspectiva del tiempo su alto relieve resulta decepcionante y pierde rigor. Con sensación de pérdida recordamos entonces los asuntos importantes marginados. Nos damos cuenta de que hemos sido esclavizados por la tiranía de lo urgente.

    ¿ES POSIBLE EVADIRSE?

    ¿Hay posibilidad de huir de esta clase de vida?  Tenemos la respuesta en la vida de Nuestro Señor. La noche anterior a su muerte, Jesús hizo una declaración extraordinaria. En la gran oración de Juan 17 dijo: "He acabado la obra que me diste que hiciese" (v. 4).

    ¿Cómo podía Jesucristo utilizar el término "acabado"?  Sus tres años de ministerio parecían un tiempo demasiado corto. Una prostituta en el banquete de Simón había encontrado perdón y nueva vida,  pero muchas otras todavía recorrían las calles sin perdón y nueva vida. Por cada diez músculos paralizados que habían recibido la flexibilidad de la salud, cien permanecían impotentes. Sin embargo, en esa última noche, con muchas tareas útiles sin terminar y urgentes necesidades humanas insatisfechas, el Señor tenía paz. Sabía que había terminado la obra de Dios.
    Los relatos evangélicos dan a entender que Jesús trabajaba duro. Tras la descripción de un día lleno de actividad, Marcos escribe: "Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios" (1:32-34).
    En otra ocasión, las demandas de los enfermos e imposibilitados fueron causa de que omitiese la cena y trabajase hasta tan tarde que sus discípulos pensaron que estaba fuera de sí (Mr. 3:21). Un día, después de una extenuante sesión de enseñanza, Jesús y sus discípulos subieron a un barco. Hasta una tormenta fue incapaz de despertarle (Mt. 4:37). ¡Qué cuadro de extenuación!
    Con todo, su vida jamás se caracterizó por un ritmo febril. Él tenía tiempo para atender a la gente. Pasaría horas hablando con una persona, tal como hizo con la mujer samaritana junto al pozo. Su vida mostró un maravilloso equilibrio, un discernimiento exacto de las oportunidades. Cuando sus hermanos le buscaban para ir a Judea, les contestó: "Mi tiempo aún no ha llegado" (Jn. 7:6). Jesús no echó a perder sus dones con el apresuramiento. En su libro, The Discipline and Culture of the Spiritual Life (“La Disciplina y El Cultivo de la Vida Espiritual”), A. E. Whiteham hace la siguiente observación: "En este Hombre hay propósitos adecuados..., una calma íntima que da aspecto de tranquilidad a su vida llena de ocupaciones; sobre todo hay en este Hombre un secreto y una capacidad para relacionarse con los desechos de la vida. tales como el sufrimiento, la decepción, la enemistad, la muerte; transformando para uso divino los abusos del hombre; cambiando en fructíferos los áridos parajes del sufrimiento; triunfando, finalmente, sobre la muerte y viviendo una corta vida de treinta años más o menos, abruptamente cortada, para ser una vida "terminada". Nosotros no hemos de admirar el porte y la belleza de esta vida humana e ignorar luego sus hechos.

    EN ESPERA DE INSTRUCCIONES

    ¿Cuál fue el secreto del trabajo de Jesús?  Encontramos un indicio después del relato de Marcos acerca de aquel día en que Jesús se nos presentaba lleno de ocupaciones. Marcos observa que "muy de mañana, siendo aún oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba" (Mr. 1:35). Aquí está el secreto de la vida y trabajo de Jesús para Dios: Él, en espíritu de oración, esperaba instrucciones de su Padre y fuerzas para ponerlas en práctica. Jesús no tenía un plano de diseño divino; Él discernía la voluntad de su Padre día a día mediante una vida de oración. Estos son los medios por los cuales se mantuvo resguardado de lo urgente y realizó lo importante.
    La muerte de Lázaro ilustra este principio. ¿Qué podía haber sido más importante que el urgente mensaje de María y Marta: "Señor, he aquí el que amas está enfermo" (Jn. 11:3). Juan registra la respuesta del Señor con estas paradójicas palabras: "Y amaba Jesús a Marta, y a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba" (vv. 5-6). ¿Cuál era la necesidad urgente en este caso?  Obviamente, evitar la muerte del hermano querido. Pero lo importante, desde el punto de vista de Dios, era resucitar a Lázaro. Por eso se permitió que Lázaro muriese. Más tarde, Jesús le resucitó como prueba de la veracidad de sus magníficas pretensiones: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (v. 25).
    A nosotros puede asombrarnos que el ministerio de nuestro Señor haya sido tan corto, por qué no podría haber durado cinco o diez años más, por qué tantos afectados por el sufrimiento fueron dejados con sus miserias. Las Escrituras no dan respuesta para tales cuestiones, y nosotros las dejamos en el misterio de los propósitos de Dios. Pero, eso sí, sabemos que el espíritu de oración de Jesús le libró de la tiranía de lo urgente. Le impartió la orientación y el ritmo de la vida y le capacitó para llevar a cabo todas las tareas que le habían sido encomendadas por Dios. Y la última noche pudo decir: "He acabado la obra que me diste que hiciese”.

    LIBERTAD EN LA DEPENDENCIA

    La liberación de la tiranía de lo urgente la encontramos en el ejemplo y promesa de Nuestro Señor. Al final de un vigoroso debate con los fariseos en Jerusalén, Jesús dijo a los que habían creído en Él: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres...De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado... Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Jn. 8:31, 32, 34, 36).

    Muchos de nosotros hemos experimentado la liberación del castigo del pecado, que Cristo ha llevado a cabo en nuestras vidas. ¿Le permitimos también que nos libere de la tiranía de lo urgente?  Cristo señala el camino a seguir: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra". Aquí está el camino hacia la libertad. A través de la meditación en la Palabra de Dios con espíritu de oración, adquirimos la imagen de su perspectiva.
    P. T. Forysth dijo en cierta ocasión: "El peor pecado es la falta de oración". Generalmente nosotros catalogamos como peores el asesinato, el adulterio o el robo. Pero la raíz de todo pecado es la autosuficiencia, la independencia de Dios. Cuando dejamos de esperar, con espíritu de oración, por la guía y las fuerza de Dios, estamos diciendo con nuestros hechos, si no con nuestros labios, que no le necesitamos. ¿Cuánto de nuestro servicio se caracteriza por una alocada independencia?
    Lo contrario a semejante independencia es la oración, en la cual reconocemos  nuestra necesidad de la enseñanza y provisión divinas. Concerniente a esta relación de dependencia en Dios, Donald Baillie dice: "Jesús desarrolló su vida en completa dependencia de Dios, de la misma manera que nosotros debemos desarrollar la nuestra. Tal dependencia no destruye la personalidad. Jamás un hombre es tan verdadera y completamente personal como cuando vive en total dependencia de Dios. Es así como la personalidad alcanza su máxima expresión. Esto es humanidad en su sentido estricto".
    La espera en Dios en actitud de oración es requisito indispensable para un servicio eficaz. Como pasa durante los descansos en los partidos de fútbol, es en esos momentos cuando nosotros podemos recuperar aliento y fijar nuevas estrategias. Al esperar la dirección del Señor, Él nos libra de la  tiranía de lo urgente. Nos muestra la verdad acerca de Sí mismo, de nosotros y de nuestro cometido. Es Él quien imprime en nuestras mentes las tareas que quiere que emprendamos. La necesidad no constituye un llamamiento en sí misma; el llamamiento tiene que venir del Dios que conoce nuestras limitaciones. "Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo" (Sal. 103:13-14). No es Dios quien nos carga hasta hacernos encorvar bajo el peso, desplomar con una úlcera, tener los nervios destrozados o sufrir un ataque de corazón, o de apoplejía. Todo esto proviene de nuestros impulsos interiores irritados por la presión de las circunstancias.

    VALORANDO ADECUADAMENTE

    El hombre de negocios moderno reconoce como bueno este principio de tomar tiempo para realizar una evaluación. Cuando Greenwalt era presidente de la organización DuPont, dijo: "Un minuto gastado en planear ahorra tres o cuatro minutos en la ejecución del plan". Muchos vendedores han revolucionado sus negocios y multiplicado sus beneficios, reservando la tarde de cada viernes para planear cuidadosamente la mayor parte de las actividades de la semana siguiente. Si un ejecutivo está demasiado ocupado para pararse a planear, puede verse desplazado por otro hombre que destina tiempo para pensar acerca de sus planes. Si el cristiano está demasiado ocupado para detenerse, hacer un inventario espiritual y recibir de Dios las tareas a realizar, se convertirá en esclavo de la tiranía de lo urgente. Puede trabajar día y noche tratando de conseguir tanto que llegue a parecer significativo ante sus propios ojos y los de los otros, pero no terminará la obra que Dios le ha encomendado para que sea hecha por él.
    Un tiempo de quietud, con meditación y oración al principio del día, proporciona mayor nitidez al enfoque de nuestra relación con Dios. Comprométete de nuevo en estos momentos a realizar su voluntad, mientras consideras las próximas horas que siguen. Durante este intervalo, sin prisas, haz una lista, colocando por orden de prioridad las tareas que debes realizar, teniendo en cuenta los compromisos contraídos ya. Un general competente traza siempre su plan de batalla antes de enfrentarse con el enemigo; jamás deja las decisiones básicas para el momento de abrir fuego. Pero también está preparado para cambiar sus planes si una emergencia se lo exige. Del mismo modo intenta tú poner en marcha los planes que has trazado, antes de que dé comienzo la batalla diaria contra el reloj. Pero manténte abierto para cualquier emergencia, interrupción o persona inesperada que pudieran presentarse.
    También puede ser necesario resistir la tentación de aceptar un compromiso cuando la invitación llega primeramente a través del teléfono. Por muy despejada que se encuentre tu agenda en tales momentos, pide un día o dos para orar, buscando la guía del Señor antes de comprometerte. Sorprendentemente, el compromiso a menudo aparecerá menos imperativo en el silencio que sigue a la plegaria suplicante. Si puedes resistir la urgencia del momento inicial, te encontrarás en mejor posición para sopesar el costo y discernir si la tarea en cuestión es la voluntad de Dios para ti.
    Como complemento a tu tiempo diario de quietud, aparta una hora de cada semana para hacer un inventario de tu vida espiritual. Haz, por escrito, una evaluación del pasado, detallando algo de lo que Dios te haya enseñado y planea objetivos para el futuro. Trata también de reservar la mayor parte de un día de cada mes para un inventario similar de mayor envergadura. A menudo tendrás fallos. Irónicamente, cuanto más ocupado se está tanto más se necesita este tiempo para inventariar la propia vida, y tanto más difícil resulta conseguirlo. Se vuelve uno como el fanático que, cuando no está seguro de su dirección, duplica su velocidad. Y un servicio a Dios realizado frenéticamente puede llegar a ser una forma de huir de Dios. Sin embargo, cuando con espíritu de oración haces inventario de tu vida y planeas tus días, esto proporciona nuevas perspectivas a tu trabajo.

    CONTINÚA CON EL ESFUERZO INICIADO

    A través de los años, la más grande y continua lucha en la vida cristiana está en el empeño  de lograr el tiempo adecuado para la diaria espera en Dios, el inventario semanal y el planeamiento mensual. Puesto que estos momentos destinados a recibir órdenes de marcha son tan importantes, Satán hará todo lo posible para echarlos a perder. Sin embargo, sabemos por experiencia que sólo por estos medios podremos huir de la tiranía de lo urgente. Así es como Jesús obtuvo éxito. Él no terminó todas las tareas urgentes de Palestina ni todas las cosas que le hubiera gustado hacer, pero terminó la obra que Dios le había dado que hiciera. La única alternativa contra la frustración consiste en estar seguros de que estamos haciendo lo que Dios quiere. Nada puede sustituirse por el hecho de saber que en este día, a esta hora, en este lugar estamos haciendo la voluntad del Padre. Entonces, y solamente entonces, podemos pensar con ecuanimidad acerca de todas las demás tareas sin terminar y encomendarlas a Dios.
    Hace tiempo las balas de los simba dieron muerte a un hombre joven, el doctor Paul Carlson. En la providencia de Dios terminó así su vida de trabajo. La mayoría de nosotros viviremos más tiempo y moriremos más tranquilos; pero, cuando llegue el final, ¿qué otra cosa podrá proporcionarnos un gozo mayor que la seguridad de haber terminado la obra de que Dios nos encomendó para que la hiciésemos?  La gracia de Nuestro Señor Jesucristo hace que esto sea completamente posible. Él ha prometido liberación del pecado y fuerzas para servir a Dios, realizando las tareas que Él elige para cada uno de nosotros. El camino está claro. Si nos mantenemos en la palabra de Nuestro Señor, somos verdaderamente sus discípulos. Y Él nos librará de la tiranía de lo urgente, nos librará para realizar lo importante, que es la voluntad  de Dios.


Traducción de Roberto González

 

martes, 31 de diciembre de 2019

¿CITA CON LA AMADA?

por Donald Norbie



Eran las nueve y veinte de la mañana del domingo y Mari oyó que llamaban con insistencia a su puerta. Abrió y allí estaba Juan, todo sonriente. Mari le dio la bienvenida y él, entrando rápidamente, se sentó en su lugar preferido. Siempre se sentaba en el mismo lugar. Mari se sentó en el sofá y se quedó esperando. No podía evitar fijarse en lo guapo que estaba Juan. Vestía un traje caro, de corte muy elegante; llevaba los zapatos lustrosos, y la corbata y los calcetines eran del mejor gusto. Se había peinado con esmero y, además de ser alto, estaba sentado bien erguido.
    Mari esperó. Sabía que en el momento indicado Juan empezaría, porque siempre era puntual. Y así fue; él seguía mirando el reloj hasta las las nueve y media en punto, y entonces se puso de pie y empezó a hablar.
    “Mari, no te imaginas cuánto significa esto para mí. Toda la semana he estado esperando este momento, deseándolo con todo mi corazón. Por fin ha llegado la hora y aquí estoy, para decirte cuánto te quiero. Mari, solo vivo para disfrutar de este rato contigo cada semana”.
    “Oh, Mari; estaba recordando el día que te conocí. Mi corazón se estremeció y enseguida supe que estabas hecha para mí. Los días de nuestro noviazgo, nuestra boda... ¡Qué recuerdos tan dulces...!”
    “Me acuerdo de cuando estuve enfermo y tú me cuidabas, perdiendo sueño mientras me atendías con aquella delicadeza. Y recuerdo cómo tus cariñosos labios rozaban mi frente cuando la fiebre se apoderaba de mí. Era como una fresca brisa del cielo. Cuidaste de mí hasta devolverme la salud y la fuerza. Sin ti habría muerto, Mari”.
    En ese momento los ojos de Juan se humedecieron. Cesó de hablar, luchando por controlar sus emociones. Sacando un pañuelo, se enjugó las lágrimas y se sonó la nariz con fuerza. Tras unos momentos esforzándose por contener la emoción, recobró la compostura y continuó:
    “Mari, aquí sentado esta mañana de domingo, te veo más hermosa que nunca. Tus ojos parecen limpios estanques de agua azul. Tu rostro es un espejo de encanto. Tu carácter me maravilla. Jamás he conocido a alguien tan amable, encantador, considerado, justo y recto como tú. Mari, eres sencillamente maravillosa”.
    “Y sobre todo, Mari, te amo por lo que has hecho por mí. Has estado a mi lado en lo bueno y en lo malo. Cuando más te necesité te sacrificaste para salvarme la vida. Mari, jamás podré agradecerte bastante lo que has hecho por mí. Significas mucho para mí; más que cualquier otra cosa”.
    “Bueno Mari, es casi hora de irme. Son cerca de las diez y media según mi reloj. ¡Cuán agradecido estoy por esta oportunidad de estar contigo cada semana!. Solo vivo para esta hora. Y ahora que me marcho quiero darte algo que expresa mi profundo amor y mi gratitud”.
    En ese momento Juan sacó la cartera con cierto ademán de esplendidez. Dejando a un lado varios billetes de más valor, escogió uno inferior, pero muy nuevo, y con una tierna sonrisa se lo dejó sobre la mesa.
    “Mari, me tengo que marchar ya. Ha sido maravilloso estar contigo, mirarte a los ojos y decirte cuánto te amo. Adiós. Hasta la semana que viene. Te quiero.”
    Los vecinos vieron salir a Juan de la casa, montarse en su lujoso automóvil nuevo y alejarse. Mari se quedó a la puerta, mirando con los ojos empañados en lágrimas. Era un matrimonio realmente extraño. Este breve ritual se repetía cada domingo por la mañana.
    Los comentarios corrían por todo el vecindario. Una hora a la semana no parecía suficiente para pasar con su mujer. Juan parecía tener tiempo para sus amigos; siempre estaba yendo a la playa o a la montaña, le encantaban el golf y la futbol. Luego, con sus clubs y sus asociaciones cívicas completaba las tardes. Y algunos fines de semana, ocupado como estaba con tantos viajes, incluso se mostraba impaciente en casa de Mari, esperando la hora en que había quedado con sus amigos para salir a comer al campo.
    Durante la semana Juan nunca llamaba a Mari por teléfono, ni le escribía. Se diría que vivían en mundos diferentes, a pesar de tener un buen sistema de comunicación entre ellos.
    Se rumoreaba que Juan ni siquiera se sentía orgulloso de su matrimonio. Cuando le preguntaban si estaba casado, procuraba cambiar de tema y se sentía molesto. Es más, le habían visto a veces con otras mujeres, o eso al menos se decía. Lo que sí es cierto, es que parecía querer aparentar no estar casado.
    Él vivía bien. Se ufanaba de su indumentaria y su vehículo, claro que en su trabajo uno tiene que causar buena impresión. Uno tiene que poner altas sus miras si quiere ascender en este mundo y lograr mejor posición. Tiene que asociarse con los grandes si quiere llegar a ser uno de ellos. Juan, en realidad, vivía un poco más allá de sus posibilidades en su afán de mantenerse a la altura de los demás.
    A veces pensaba un poco en Mari y en sus necesidades, pero, al fin y al cabo, él le pagaba religiosamente cada domingo. Verdad es que llevaba veinte años dándole la misma cantidad, si bien sus ingresos se habían triplicado... ¡Pero también sus gastos se habían multiplicado por tres! Pues así es la vida. Y según él no cabe duda que amaba a Mari, porque cada domingo reservaba una hora para hablarle de su amor por ella. Bien podría dedicar ese tiempo a sí mismo si quisiera. Madrugaba en vez de quedarse en la cama y combatía el tráfico con tal de ir a ver a Mari. Debería sentirse muy agradecida. Ese esfuerzo probaba su inmarcesible amor por ella.
    Hace mucho Cristo dijo: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mt. 15:8). ¿Puede decirse esto de alguno de nosotros?

sábado, 31 de octubre de 2015

Capítulo 1, DISCIPULADO EN EL HOGAR (revisión 2015)

1
 
¿QUIÉN ESTÁ PRIMERO?

“Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre,
 y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas,
 y aun también su propia vida,
 no puede ser mi discípulo”.

Lucas 14:26
 

Alguien dijo: “Dios no tiene dos palabras”. No es chaquetero, ni político, ni cambia como camaleón. Sin embargo, al leer los siguientes textos bíblicos acerca de la familia, si causa dudas para alguien, se le  podría perdonar.

    (1) “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios...” (Gn. 1:27-28). “Y dijo Jehová Dios: No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18). “Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre” (Gn. 2:22).  "...dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne" (Gn. 2:24).
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    (2) “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26). “Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lc. 18:29-30). “Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen” (1 Co. 7:29).

    ¿Realmente puede ser que la misma persona hizo todas estas afirmaciones? ¿No se contradice a sí mismo? El caso es que habla Dios, y sabemos que Él es verdad; no se contradice a sí mismo. Pero honestamente nos puede parecer que uno de estos grupos de versículos no significar lo que dice. Muchos piensan los problemáticos son los del segundo grupo, los textos del “verdadero discipulado”. Seguramente el Señor no dijo esas cosas a las familias, al menos no literalmente. Pero aunque no te parezca, puedo afirmar que ambos grupos de versículos significan exactamente lo que dicen. Tiene que ser así, porque todos vienen de Dios, y Él no se contradice.
    El problema lo tenemos nosotros. Quizás hemos adoptado la opinión o aceptado la enseñanza que abunda hoy entre los evangélicos, que el hogar cristiano y la vida de discipulado verdadero son conceptos mutuamente exclusivos. Escoger uno elimina al otro. Es típico entre cristianos pensar que si quieres tener una familia feliz y sana no puedes comprometerte sacrificadamente con Cristo. “Hay que ser equilibrados”, se dice, porque se cree que el verdadero discipulado es un extremismo, un comportamiento radical, desequilibrado y nada sabio. Alguien incluso llegó a escribir una artículo adviertiendo acerca de “Los Peligros del Discipulado en los Postreros Tiempos”. En un sentido siempre es peligroso seguir a Cristo en este mundo que le crucificó. Pero hubiera sido más sabio y ciertamente más bíblico escribir sobre los peligros de la mundanalidad, la carnalidad o el materialismo en los los postreros tiempo. ¡La Biblia nunca nos advierte a tener cuidado de no ser discípulos de Cristo! Pero Santiago 5:1-3 dice:

    “¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado tesoros para los días postreros”.

Se podía haber advertido de la frialdad en las iglesias, como en la epístola del Señor a Laodicea, en Apocalipsis 3:14-17,

    “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto: Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo”.     

    ¡Así aconseja la Biblia acerca de los peligros en los postreros tiempos! Pero los que huyen del compromiso y el sacrificio, retratan el verdadero discipulado como algo sólo para jóvenes, solteros, o quizás algún misionero en la selva. “Ese tipo de compromiso no es para todos”, dicen, y eso apela a nuestra inercia natural, al egoísmo, al pasivismo y la pereza espiritual, y a la carne. “¡Claro!” decimos, porque ¿a quién le amarga un dulce? Es más fácil y agradable pensar así. Además, miramos a nuestro alrededor sin ver a muchos en el camino del verdadero discípulo. Entonces, seguimos en nuestro bache cómodo. Seguramente, decimos, los casados están exentos: “Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir”. Los solteros podrían ir, a menos que tengan planes de casarse pronto. Tal vez podrían irse un par de años para ayudar en el campo misionero, y luego volver y establecer su familia. Así lo quitan de su sistema, y satisfacen sus ganas de aventura. ¿Quién sabe, a lo mejor encontrarán alguien con quien casarse, asentarse y vivir una “vida normal”, si es que se sabe qué significa esto.
    Surgió al final del siglo XX la idea de ministrar a la famlia, en lugar de ir a todo el mundo y predicar el evangelio. Se reúnen para “enriquecerse” (emocional y espiritualmente), como un fin en sí. Sus maestros son diplomados psicólogos, consejeros o “expertos” en ministerio a la familia. ¡No se ven en la Biblia en ninguna lista de dones espirituales o ministerios, pero han invadido la iglesia, trayendo las ideas del mundo. Y suelen advertir a los del grupo a tener cuidado con demasiado compromiso porque podría arruinar su familia.  Típicamente ponen de ejemplo al sumo sacerdote  Elí, porque según dicen, pasó tanto tiempo sirviendo a Dios que descuidó y arruinó a sus hijos. La Biblia no dice esto, pero ellos sí lo afirman. También suelen señalar a Samuel y a David como otros ejemplos de hombres demasiado ocupados en las cosas de Dios que por eso dañaron a sus hijos. Son sus suposiciones, deducciones y conjecturas, no lo que dice la Biblia. El efecto neto de ese tipo de ministerio apagar el deseo de servir al Señor Jesucristo y buscar primeramente el reino de Dios y Su justicia. La familia viene a ser un fin en sí, no un medio para servir a Dios. Si los matrimonios y las familias se deshacen, Cristo, el evangelio y la iglesia no tienen la culpa.
    No es malo querer tener una familia feliz, ¡por supuesto! Pero el discipulado no es el enemigo de la familia.  Un ejemplo de muchos fue una familia que iba al “enriquecimiento familiar”, y el padre llegó a prohibir el uso de la palabra “compromiso”, como si fuera una palabrota. Pero si dejamos de escuchar a esa gente, y leemos la Biblia, está claro que el Señor nos llama al compromiso total, a seguirle, imitarle y servirle.
    Así que, pregunto: ¿Es acertado este retrato los peligros del discipulado en los postreros tiempos? ¿Es el compromiso y la entrega a Cristo y Su reino realmente el problema principal que la iglesia y la familia afrontan? ¿Acaso hay tantos discípulos tomando al Señor tan literalmente, viviendo tan sacrificadamente que superabundancia de obreros para Cristo? Si leemos la Biblia, sabemos que no es así. El Señor Jescristo no falla cuando dice:

    “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc. 10:2).

    Según Él, el problema actual es escasez  —no tanto de gente cristiana que asiste a reuniones, sino de obreros que se sacrifican para servir, le aman por encima de todo y buscan en primer lugar Sus intereses, Su reino y Su justicia. No nos engañemos, no hay abundancia de éstos, sino escasez. La población del mundo explota,. “mas los obreros pocos” dice el Señor. Puesto que es así, ¿es justo que un cristiano se quede sentado en casa, mirando la tele, divirtiéndose, trabajando, ganando dinero, acumulando cosas que no puede llevar al cielo, y disfrutando la buena vida? ¿Es correcto que pasa más tiempo y gasta más dinero en viajes y vacaciones que lo que invierte en servir a Cristo? Amigos, no ignoremos que el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar Su vida (Mr. 10:45).
    Las familias cristianas son un gran recurso para Cristo. Deben estar en la lucha para la gloria de Dios. El hogar cristiano es el primer lugar donde se debe aprender y practicar el discipulado. En ese santo entorno deben criarse siervos y soldados de Cristo. Los que impiden que las familias sigan al Señor como Sus discípulos, son culpables desanimar al pueblo del Señor. En efecto dice:  “¡Israel, a tus tiendas!”, pero de eso darán cuenta en el tribunal de Cristo, cuando Él juzgue a los que niegan Su Señorío, Su derecho de ser amado, seguido y servido por los que Él compró a precio de sangre.
    Como creyentes afirmamos que Dios desea bendecir los hogares de los Suyos. Quiere matrimonios y familias fuertes y bíblicas, donde habitan discípulos dedicados y sacrificados. El verdadero discipulado debe ser enseñado y practicado en nuestros hogares. Para las familias también es vigente la gran comisión que el Señor dio: “id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos...enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado”.
    Nuestra prioridad es el Señor y Sus intereses. "Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia”, lo cual incluye la vida de familia, claro, pero no se limita a ella. La prioridad no es la familia, sino el reino de Dios y Su justicia. El Señor no dijo: “por tanto, id a vuestras casas y estad felices”, sino “id...a todas las naciones...”  La verdadera felicidad no se encuentra en un hogar ensimismado. La familia que pone a Cristo en primer lugar será bendecida y conocerá el gozo de servirle.
    ¿Cómo ponemos al Señor en primer lugar? Primero significa darle a Él el primer lugar en nuestros afectos. El primero y más grande de los mandamientos sigue vigente: “Amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Dt. 6:5). Nuestro Señor volvió a enfatizar esta prioridad cuando estuvo sobre la tierra. Observa que Él no suprimió la palabra “todo” ni modificó su significado (Mt. 22:37). Si hubiera querido reducir el compromiso o explicarlo de una manera más “equilibrada”, ¡tenía oportunidad! En otra ocasión habló a una multitud, de la cual algunos llegarían a ser Sus seguidores. No ocultó las demandas del discipulado sino las afirmó públicamente:

    “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26).

    Es un  mensaje sencillo, claro y poderoso. William MacDonald escribe: “Nunca se debe permitir que la consideración a los vínculos familiares desvíe a un discípulo de un camino de plena obediencia al Señor” ( Comentario Al Nuevo Testamento, CLIE, pág. 291). Alguno dirá: “Ah, pero él era soltero; no entendió la vida de familia”. No es una crítica válida, pues el apóstol Pablo tampoco estaba casado. Pero para responder a esa clase objeción, citamos a Donald Norbie, un siervo del Señor, casado, que escribió:

    “Jesús era un hombre de familia. Aunque la historia guarda silencio en cuanto a detalles, puede que José hubiera sido mucho más mayor que María. Cuándo murió, no lo sabemos. Pero durante el tiempo del ministerio de Jesús, aparentemente, había muerto. Tempranamente Jesús había tomado la responsabilidad como el hijo mayor, y la familia dependía de Él. Su madre María y Sus hermanos y hermanas conocían la fuerza de Su afecto y amor. La familia de Jesús se nos presenta muy unida. Parte del dolor de Jesús mientras estaba clavado en la cruz, era la agonía de ver sufrir a su madre. Pero la familia no ocupaba el primer lugar en los pensamientos de Cristo. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mateo 10:37). Enfatizó que las relaciones espirituales son más profundas y duraderas que los lazos familiares (Marcos 3:33-35). El centro de la vida de Cristo no era la familia... Una motivación era la delicia de hacer la voluntad del Padre... Otra era Su propia y profunda compasión por aquellos que estaban perdidos... Pero tú dices: “Yo no soy Jesús. Tengo una familia que sacar adelante, un trabajo al que atender cada día. Necesito recrearme. No tengo tiempo”. Y así, los días y los años pasan, y es fácil irse a la deriva. Dejamos de repartir folletos y de testificar. Hemos olvidado cómo llorar por los perdidos y cómo rogar a Dios por ellos. Nuestra dirección y estilo de vida difiere bien poco de la del mundo perdido que nos rodea”.
                           (“Evangelism, An Option?” artículo en la revista “Missions”, 1981)

    Sin lugar a dudas, el amor a Dios nombrado en el primer y gran mandamiento es la prioridad y la base. Une nuestros corazones al corazón de Dios en todo lo que a Él le es importante y precioso. Si el Señor ocupa el primer lugar en nuestros afectos, todo lo demás encontrará su lugar correcto. Nuestros intereses estarán en las cosas de arriba (Col. 3:1), cosas espirituales y eternas, no absorbidas en las cosas pasajeras de este mundo que son indignas de nuestro amor (1 Jn. 2:15-17). Pero los que siguen insistiendo en anteponer a su familia, se arrepentirán un día, quizás tarde, cuando Dios les diga como dijo a Elí en desaprobación: “has honrado a tus hijos más que a mí” (1 S. 2:29). ¡No es malo amar a nuestra familia, pero si la ponemos antes de Dios y Sus intereses, erramos.
    Dar a Dios primer lugar significa dar preferencia a la comunión diaria con Él. En el Salmo 27:4-5 David habla de “una cosa” que deseaba. Era Dios mismo —la comunión con Él. Le quería a Dios más que Sus bendiciones. No era una emoción pasajera, sino declaró: “...ésta buscaré”. ¿Es nuestra prioridad? El Señor la aprobó en Lucas 10:42 cuando María se sentó a Sus pies. Sus instrucciones en Mateo 6:33 hablan de lo mismo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia”. Más necesitamos desarrollar nuestra relación con Dios que con otros. No que seamos hermitaños, pero sí, nos va a costar tiempo. Habrá que sacrificar un lado otras ocupaciones, aun legítimas, a veces. Buscarle es invertir tiempo en conocerle por medio de la lectura de Su Palabra, meditando en ella (Sal. 1:2) y orando. No estamos hablando de “siete minutos con Dios” para comenzar el día, sino pasar más tiempo con Él que con la tele u otras cosas.
    Además, “Dios primero” significa darle el primer lugar en nuestros hechos. Debemos invertir los medios que Él nos da —el tiempo, el dinero y otros bienes materiales, la energía, y los dones espirituales— para servir al Señor. La devoción no termina con el devocional. Podemos abrir nuestros hogares a otros para tener comunión, utilizarlo para un estudio evangelístico o reunirnos para orar (Hch. 12:12). 
    A veces debemos salir de casa para servir al Señor, haciendo visitas, asistiendo a reuniones, ayudando a necesitados, testificando, etc. Todos los días la gente sale de su casa para ir a trabajar, a veces horas largas y horarios raros, con tal de ganar dinero. Salgamos para servir al Señor. En algunos caso habrá que dejar la casa e ir a otro lugar, aunque hayas vivido allí toda la vida. No seas anclado por una casa. directa de las Escrituras. ¡El Señor, el Maestro de todos Sus discípulos ha hablado respecto a este asunto! En Marcos 10:28-31 el Señor Jesús aprobó las prioridades del ministerio de Sus discípulos en cuanto a la familia. Si ellos hubiesen estado equivocados, desequilibrados, mal encaminados, o dándonos mal ejemplo, el Señor los habría corregido, pero no lo hizo. Al contrario, les prometió una recompensa y reafirmó sus prioridades. A nosotros Sus seguidores siglos después esto debe animarnos a hacer lo mismo. 
     Claramente, sin arrepentimiento y regreso al plan bíblico para los discípulos del Señor, continuará el declive de la Iglesia de nuestros tiempos, tal como lo lamentaba A. W. Tozer:

    “Cristo llama a los hombres a llevar su cruz; nosotros les llamamos a pasarlo bien en Su nombre. Él les llama a abandonar el mundo: nosotros les aseguramos que si aceptan a Jesús, el mundo se constituye una ostra en la que pueden desarrollarse y vivir. Él les llama a sufrir; nosotros les llamamos a gozar de las comodidades que ofrece la civilización burguesa moderna. Él les llama a la autoabnegación y a la muerte; nosotros les llamamos a extenderse como árbol frondoso, o tal vez, incluso, a llegar a ser estrellas de un deplorable zodiaco religioso de quinta clase. Cristo les llama a la santidad; nosotros les vendemos una felicidad barata que hubiera sido rechazada con desdén por el más ínfimo de los filósofos estoicos”.              
            (A. W. Tozer, DESPUÉS DE MEDIANOCHE, Editorial Clie, pág. 143)

    “El Señor llamó a los hombres a servirle, pero nunca hizo el camino fácil. Por el contrario, uno queda con la impresión que el Señor fue demasiado exigente. Muchas veces dijo a sus discípulos y candidatos a discípulos cosas que nosotros discretamente evitamos decir cuando tratamos de ganar almas. ¿Qué evangelista de los de hoy se atreve a decir a las personas que manifiestan deseo de seguir a Cristo, “cualquiera que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame, porque cualquiera que quiera ganar su vida la perderá, y cualquiera que pierda su vida por causa de mí, la hallará”? Y muchas veces nos vemos en figurillas para contestar a la pregunta que nos hace una persona sobre el significado de las palabras de Jesús: “No penséis que he venido a traer paz a la tierra, porque no he venido a traer paz, sino espada. Porque de aquí en adelante un hombre estará contra su padre, y la hija contra la madre, y la nuera contra su suegra”. Esta clase de vida cristiana, áspera y sacrificada, la dejamos para algún raro misionero solitario o quizás para los cristianos que se encuentran detrás de las varias cortinas de este mundo. Las masas de cristianos nominales carecen del músculo espiritual que los capacitaría para tomar un camino tan definitivo y final como éste”.

    “El clima moral contemporáneo no facilita una fe tan maciza y sólida como la que fue enseñada por nuestro Señor y los apóstoles. Los delicados y frágiles cristianos de invernadero que estamos produciendo hoy en día se pueden comparar difícilmente con aquellos cristianos robustos que una vez dieron su testimonio entre los hombres. Y la culpa la tienen nuestros líderes. Son demasiado tímidos para decirle al pueblo la verdad. Le están pidiendo a la gente que dé a Dios únicamente lo que no les cuesta nada”.

    “Hoy en día nuestras iglesias está llenas (o una cuarta parte llenas) de una blanda generación de cristianos que deben ser alimentados con una dieta de inofensivas diversiones para mantenerles el interés. Conocen muy poco de teología o de Biblia. Apenas habrán leído uno que otro de los clásicos de la iglesia pero están muy familiarizados con libritos de ficción religiosa y películas. No es de extrañar que su fibra espiritual y moral sea tan débil. Podrían ser llamados meros adherentes a una fe que nunca comprendieron”.
        (A. W. Tozer, ESE INCREÍBLE CRISTIANO, Christian Publications, Inc., págs. 73-74)

    El Nuevo Testamento no nos enseña a enfocarnos en la pareja y la familia, sino a presentarnos en sacrificio vivo para el Señor. El principio de auto sacrificio es casi desconocido en nuestros tiempos excepto para aprobar exámenes o ganar dinero. Walter Chantry, en su libro The Shadow of the Cross (“La Sombra De La Cruz”), indica cómo debemos negarnos a nosotros mismos aun en el matrimonio:

    “Al escoger un cónyuge, el negarse a sí mismo debería ser una característica buscada. ¿Quiénes más apropiados para el matrimonio que hombres y mujeres que han muerto a sí mismos? Ya se encuentran viviendo para servir y agradar a Otro en lugar de sus deseos egoístas. Aún ahora se niegan, respecto a sus intereses propios y legítimos, para esperar en Uno a quien le han hecho votos solemnes”.
    (Banner of Truth Trust, pág. 55). 

    En 1 Corintios 7:29 leemos que aquellos que tienen mujer sean como si no la tuvieran “de ahora en adelante” (BAS). Esta es una de las declaraciones “desequilibradas” de las Escrituras. No hay ningún versículo cerca que lo dé equilibrio. Al contrario, así el Espíritu Santo abruptamente reta nuestros pensamientos. Mientras que Dios diseñó, designó y aprueba el matrimonio para los Suyos, también aprueba y recomienda especialmente en estos postreros tiempos la subordinación aun de relaciones legítimas para algo de mayor importancia. ¿Qué puede tener más importancia o prioridad? El servir al Señor; proclamando el evangelio, ganando almas, enseñando la Palabra, haciendo discípulos, preparando y equipando obreros para Su servicio (Ef. 4:11-12).
    “El tiempo es corto”. El Señor viene pronto, “el lucero de la mañana” (2 P. 1:19). Es una referencia al arrebatamiento de la Iglesia para llevarla al cielo. Entonces, terminarán las oportunidadas para servirle No posterguemos nuestro servicio al Señor. Hay que redimir el tiempo, no perderlo,“porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” (He. 10:37). “La noche está avanza". Pronto oiremos Su voz, la trompeta, “y así estaremos siempre con el Señor”. Seamos solteros o casados, sirvamos al Señor. ¡Ojalá que halle verdaderos discípulos en nuestros hogares.“Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así” (Lc. 12:43).

Auto Complacencia

Auto Complacencia: Señal de Egoísmo

    La auto complacencia es hacer algo sólo porque me gusta hacerlo. Nadie tiene derecho a hacer algo solamente porque lo disfruta. El propósito de la vida es más profundo que pasarlo bien y complacerme. No tengo derecho a tomar la comida simplemente porque me gusta. Hacer así me constituiría una bestia. La tomo porque me nutre. No es correcto hacer cosas simplemente porque te complacen; esto es buscar tus propios intereses. ¿Qué de los intereses de Dios? ¿Qué de agradar a Dios? Jesucristo nos enseña: “Buscad primeramente el reino de Dios y Su justicia”. No tenemos permiso divino para buscar lo nuestro propio en nada. Busca a Dios, y Él buscará tu bien. Esta es la vida de fe. ¿Realmente confías en Dios? Cuida las cosas de Dios y Él cuidará las tuyas. “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros” (Fil. 2:4).
 
                           A. B. Simpson, traducido y adaptado de su libro Standing on Faith (Firmes en la fe)