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miércoles, 22 de agosto de 2018

Samuel: El Siervo de Dios En Su Vejez


Texto: 1 Samuel 9 y 16

La Necesidad del Discernimiento Espiritual
Quizás la obra más grande de Samuel le vino cerca del final de su vida natural. Puede que el lector sea un santo de avanzada edad: ¡Dios todavía podría tener para ti una gran obra! El hecho de llegar al otoño de la vida no significa que te jubiles ni que tu contribución tenga menos valor. La asamblea debe ser el lugar de servicio a Dios para  los creyentes de todas las edades. Los capítulos 9 y 16 de 1 Samuel nos relatan las ocasiones cuando Samuel ungió primero a Saúl y luego a David. Su responsabilidad era reconocer y ungir al hombre que el Señor había elegido. Era un trabajo de vital importancia. Israel, el pueblo de Dios necesitaba un hombre, no cualquiera, sino aquel que Dios había levantado. Los hay que se levantan a sí mismos, comienzan una obra y se autodenominan pastores. Los hay que los hermanos viejos y con delicada salud escogen imprudentemente sólo porque sienten su edad y desean el relevo.  Los hay que son alzados por el pueblo porque están disponibles, tienen estudios o hablan bien, pero ninguno de esos casos representa el criterio divino. Es Dios, no nosotros, que se encarga de elegir a Sus siervos.
    Hoy no existe una sucesión apostólica entre el pueblo de Dios, ni se ungen líderes en el sentido apostólico. Además, en una asamblea no le toca a un solo anciano actuar unilateralmente como Samuel, pues la asamblea no es la nación de Israel, y un anciano no es juez y profeta como Samuel. Como vemos en Hechos 13:2 y 20:28, es el Espíritu Santo que llama y envía obreros, y que hace y pone ancianos. No obstante, debemos reconocer que todavía se requieren hombres de Dios para trabajar con otra generación y tomar la responsabilidad del cuidado espiritual del pueblo de Dios. Saúl nos ilustra aquellos hombres que a menudo tendrán defectos. Sin embargo, el bienestar del pueblo de Dios requiere que los hermanos responsables invertamos tiempo en aquellos que Dios pueda estar levantando. Como el caso de Samuel con Saúl, esa inversión puede producir tristeza, pero es vital para la continuación del testimonio.
    El reino de Saúl en muchos sentidos resultó decepcionante. Pero hay dos lecciones principales que podemos seleccionar desde el punto de vista de Samuel en el capítulo 9. Primero, Dios dirigió a Samuel a esa tarea nueva cuando él ya estaba sirviendo, haciendo lo que estaba a mano (v. 14). Ésta es una lección ya vista en la vida de Samuel, que no podemos esperar la guía de Dios y nuevas responsabilidades si Él ya nos ha dado trabajo y no nos ocupamos en ello. Segundo, lo que el naciente líder necesitaba era un encuentro personal con la Palabra de Dios (v. 27). Hoy también esto es necesario. Samuel fue responsable de traer la Palabra de Dios a Saúl. En la asamblea, los varones que van creciendo y tomando responsabilidad todavía necesitan que los varones de Dios pongan delante suyo la Palabra de Dios, para su orientación y ayuda al afrontar la responsabilidad de guiar al pueblo de Dios. Lo que sin duda fortalecería las asambleas de los santos es más de la Palabra de Dios y menos ideas de hombres entre los del liderazgo. No necesitamos las novedades ni la sabiduría del mundo para guiar al pueblo de Dios, pues 2 Timoteo 3:17 indica que con la Palabra de Dios el hombre de Dios está “enteramente preparado para toda buena obra”.
    Después del fracaso de Saúl, Dios le recordó a Samuel (16:1) que Él estaba en control, y que aun sería levantado y provisto un liderazgo piadoso. Dios todavía hoy tiene a Sus siervos. Es comprensible que lamentemos el liderazgo malo y el fracaso humano, pero debemos recordar que Dios puede levantar a hombres para guiar a Su pueblo, y lo hará. Es Su responsabilidad, no la nuestra. No podemos controlar lo que pasará después de nuestra muerte, y si lo intentamos haremos mal porque no vemos el futuro, ni vemos bien en el presente a veces. Pero Dios estará, y Él actuará, pues no desampara a los Suyos. Las asambleas pueden estar débiles, pero no está todo perdido, pues nuestro Dios está en control. En el caso de Samuel e Israel, el nuevo rey vendría de un contexto y lugar no anticipados, pero lo importante es que era el hombre que Dios escogió.
    Aun al final de su vida había costo para Samuel en el servicio de Dios (16: 2). Dios le mandó a ungir otro rey. Conviene recordar que eso no da base a que hoy un hermano actúe unilateralmente llamando a alguien a servir en una asamblea, pues son dos situaciones muy distintas – el reino de Israel y la iglesia local donde hay un consejo de ancianos que deberían actuar en conjunto y comunión. En cuanto a Samuel, hacer la voluntad de Dios le podía haber costado la pérdida de todo, pero hizo exactamente lo que el Señor le había indicado (v. 4). Observa que él preparó para la tarea (v. 2 – trajo el cuerno de aceite y la becerra). Esto enseña que aunque dependía del poder y la guía de Dios, no descuidaba su responsabilidad en el servicio divino. Haríamos bien en seguir este ejemplo. El poder y los recursos de Dios nunca son excusa para una falta de preparación para servirle.
    Seguramente hoy muchos lectores conocen desde su juventud la historia de la unción de David. El resto del capítulo 16 relata cómo Samuel primero pasó revista a los primeros siete hijos de Isaí. Inicialmente Samuel supuso quién sería, basándose en su apariencia física. Pero Dios le enseñó que ni motivo ni aptitud espiritual pueden ser discernidos mediante un examen físico del cuerpo o la apariencia. Samuel veía lo externo, y por eso se suponía que sería Eliab el mayor (v. 6). Pero Dios le reprendió para que no mirara su parecer ni lo grande de su estatura. Dios ve donde nosotros no, Él ve el corazón (v. 7). Tristemente, hermanos, es fácil ser culpable de juzgar aptitud para servir en base a consideraciones visuales – aspecto físico, forma de vestir, etc.
    Es verdad que hay hechos que pueden descalificar a uno de ciertos aspectos de servicio público para Dios, pero dejando a un lado esos casos, es Dios que levanta a Sus siervos, y nosotros debemos ser lentos para cuestionar su aptitud, llamamiento o motivo. En el caso de los hijos de Isaí, no era necesariamente que los hermanos mayores hubiesen hecho algo malo, sino que no por razones de omnisciencia, sabiduría y soberanía divina ellos no habían sido llamados a ocupar la posición de responsabilidad y gobernar. Tengamos cuidado de no decirle a Dios a quienes puede y no puede llamar para servirle, porque el pueblo de Dios y la iglesia local no son nuestros; todos nosotros somos Suyos, y Él es el Señor.
Artículo 5 en una serie escrita por Eric Baijal Jr. en la revista “Present Truth” (Verdad Presente), Fife: Escocia, Reino Unido, vol. 19, nº 218, octubre/noviembre 2017. Traducido y adaptado.

sábado, 22 de julio de 2017

La Gimnasía Intelectual


por Steve Hulshizer

“Profesando ser sabios, se hicieron necios” (Romanos 1:22)

El testimonio bíblico acerca de los hombres es que a pesar de tener el conocimiento de Dios, cometieron el suicidio espiritual: “cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador” (Ro.1:21-25). Aunque esos versículos hablan de algo que sucedió en el pasado, la verdad es que en el mundo de hoy sucede exactamente lo mismo. ¡Se suicidan espiritualmente! Realmente creen que el universo vino a existir mediante un “big bang” y que el ser humano, finito y pecaminoso, puede solucionar los problemas del mundo e introducir una nueva era de paz mundial. Pero la Biblia nos advierte claramente acerca de esto, diciendo: “...cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán” (1 Ts. 5:3).
    Desafortunadamente la insensatez espiritual no se limita a los del mundo. Muchos de los que están en las iglesias evangélicas, aun en “las asambleas”, juegan a la gimnasia intelectual con las Escrituras. Son los que adoptan el rumbo mundano de nuestra época, o ignoran las Escrituras como si no tuvieran relevancia alguna, o las explican con sus propios razonamientos que las dejan sin poder. Se enfatiza la “libertad cristiana” hasta el extremo de usarla como excusa para disfrutar el mundo y todos sus placeres, e incluso introduce conceptos y prácticas del mundo en las iglesias bajo el concepto de consejos de “cómo mejor alcanzar a los del mundo”.
    Tal vez veamos más claramente esos gimnásticos intelectuales en la campaña feminista para la “igualdad de la mujer en la iglesia”. Muchos líderes de eminencia ya se han manifestado a favor de organizaciones como “Cristianos A Favor De La Igualdad Bíblica”, que promocionan enseñanzas y prácticas no bíblicas. Esta organización juega a la gimnasia intelectual con Gálatas 3:28 que dice: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. De ahí sacan la conclusión de que no hay cabeza en el matrimonio, la familia o la iglesia. Si fuera verdad, esto significaría no solamente que los hombres y las mujeres son iguales en el orden divino de gobierno, sino que también los niños son iguales con sus padres.  
    Esa organización lanzó dos páginas de publicidad en el número de Abril, 1990 de la revista Christianity Today (“El Cristianismo Hoy”) donde presentar sus puntos de vista. Destaca la enseñanza de que el liderazgo del hombre sobre la mujer fue resultado de la caída. Una simple lectura de 1 Timoteo 2:12-13 descubriría el fallo de esa enseñanza. Su publicidad decía que las mujeres deberían estar involucradas en “el cuidado pastoral, la enseñanza, la predicación y la adoración”. No es el propósito de este artículo dirigirse a todas esas enseñanzas falsas, sino sólo señalarlas y advertir que tales ideas entran en las asambleas mediante los seminarios, los pastores, los líderes de organizaciones paraeclesiales y las agencias de consulta para “iglesia-crecimiento”.  Sin apoyo bíblico organizan y emplean reuniones y retiros para mujeres, campamentos y retiros para jóvenes universitarios, etc. Lo más común entre todos los que creen así es el infame argumento cultural, que carece de apoyo y base bíblico. Son presuposiciones y predisposiciones traídas ya a la Biblia como unos lentes que distorsionan la vista y no permiten que uno simplemente haga lo que la Biblia dice. Usan argumentos complicados que dependen de un conocimiento extra-bíblico y se aprenden fuera de la Biblia, porque no están en ella. Ya que los ancianos de las iglesias no vigilan ni gobiernan lo que es enseñado en esas situaciones, ni asisten los ancianos para escuchar y si es necesario corregir,  la mala doctrina entra y comienza a obrar como levadura. O cambiando de figura, los que asisten a estos grupos u organizaciones y sus estudios salen con la mente y la actitud contaminadas.
    Quizás lo más espantoso sea que de más de doscientas personas que firmaron manifestando su acuerdo con las declaraciones de este grupo, aparecieron apellidos conocidos como: Bruce, Cole, Davids y Liefeld, que son evangélicos conocidos en las asambleas de Norte América e Inglaterra. Además aparecen otras “eminencias evangélicas” como Stuart Briscoe, Tony Campolo y Bill Hybels, para nombrar unos cuantos.
    Está claro que estos hombres y mujeres no usan bien la palabra de verdad (2 Ti. 2:15), por cuanto no hacen distinción entre la posición del creyente bajo la gracia de Dios, y el lugar o la función del cristiano bajo el gobierno de Dios. Su texto fundamental, Gálatas 3:28, se encuentra en una epístola que trata nuestra posición bajo la gracia de Dios, donde es absolutamente verdad que en Cristo todos somos iguales. No obstante, las Escrituras que tratan nuestro lugar o función como creyentes bajo el gobierno de Dios, nos enseñan que hay un orden que observar y seguir en el hogar y también en la iglesia. Este orden divino incluye papeles distintos para los hombres y las mujeres (1 Co. 11:3; 14:34-35; Ef. 5:22-25; 1 Ti. 2:11-14). [por ej. La mujer no debe enseñar]
    Tristemente, el mundo y ahora también un número creciente de iglesias descartan el orden que Dios estableció, llamando lo que hacen “progreso”, cuando realmente no es sino una señal clara del fracaso. Es el fracaso de los hombres respecto al liderazgo que debieran tomar, y el fracaso de las mujeres que ya no quieren cumplir las responsabilidades tan importantes que la Biblia les asigna. En estos postreros tiempos hay un precio que pagar por ser fiel a la Palabra de Dios cuando muchos llamados evangélicos se vuelven atrás y no se someten a ella (Ap. 3:8). Procuremos con diligencia presentarnos a Dios aprobados, no teniendo de qué avergonzarnos, usando bien la Palabra de verdad, y persistiendo en ella (2 Ti. 2:15; 3:14).
 traducido y adaptado con permiso de su artículo que apareció en MILK & HONEY (“Leche Y Miel”), en 1992

viernes, 10 de julio de 2015

"VINIERON A LOS SUYOS"

“Y puestos en libertad, vinieron a los suyos”. Hechos 4:23

     Mirando el contexto de estas palabras, es evidente que había alivio en los corazones de los apóstoles al ser “puestos en libertad”. Habían sido acusados delante del sumo sacerdote, su familia y los gobernantes, junto con los ancianos y los escribas. Gracias a los eventos dramáticos que envolvían la curación del hombre cojo en la puerta del templo, se había hecho claro que había poder inusual, no sólo en la predicación de los apóstoles, sino en los hechos que la acompañaban. Vieron la audacia de Pedro y de Juan, y se fijaron en que eran personas indoctas y sin instrucción, hombres sencillos sin educación superior. No podían sino reconocer que habían estado con Jesús – ¡maravillosa recomendación! Tenían que admitir que se había realizado un milagro, pero aún así tomaron medidas severas para poner fin a sus actividades (v. 17). Pedro y Juan, sin embargo, eran impulsados por una fuerza que los gobernantes no podían entender: “no podemos dejar de decir”. Así que les amenazaron, y les pusieron en libertad (v. 21). Mientras que los sacerdotes y los gobernantes murmuraban, todo el pueblo glorificaba a Dios por lo que se había hecho. “Y puestos en libertad, vinieron a los suyos”. Tenían a dónde ir. No obraban aisladamente, ni eran personas desconectadas de otras del mismo sentir.
    Nos conviene meditar cuidadosamente estas palabras: “vinieron a los suyos”. Incluso en aquellos primeros días de la historia de la iglesia, había grupos de personas que tenían como prioridad los intereses de su Señor; estaban puestos en ciudades y pueblos como testimonio, proveyendo lugares de refugio y comunión para los santos perseguidos. Imaginamos que aquellos que fueron “puestos en libertad” sabían dónde estaba su hogar espiritual. Consideremos esta situación, y apliquemos su relevancia a la asamblea local de hoy. Es de gran valor conocer el lugar donde nos podemos reunir en armonía con creyentes del mismo sentir, compartiendo su comunión con el Señor.
    Era para ellos un lugar de alabanza. ¡Extraña paradoja, considerando sus sufrimientos! Relataron su historia a los demás, y después alzaron juntos sus voces a Dios en el cielo. Las circunstancias ni les deprimían ni les derrotaban. Así fue en un encuentro más adelante con el concilio; cuando salieron, estaban gozosos de haber sido dignos de padecer afrenta por causa de Su Nombre (Hch. 5:41). Asegurémonos de considerar la asamblea como un lugar donde los corazones y las voces se elevan en alabanza al cielo. No hay ejercicio más estimulante o más fortalecedor para los creyentes.
    Pero era también para ellos un lugar de oración. “Señor, mira sus amenazas” (v. 29). Este clamor revela que acusaban profundamente el dolor que traía la oposición. No eran insensibles al coste de la fidelidad al Señor. Pero las reuniones del pueblo de Dios proveían un lugar donde podían exponer sus necesidades abiertamente ante Dios. Haremos bien en recordar esto, siendo que el abandono de las reuniones de oración parece una práctica tan extendida en nuestro día. Resulta gratificante el ejercicio de observar en el estudio de Hechos los ejemplos documentados de la oración colectiva. Tenemos tal carga de necesidad espiritual hoy día, que hemos de aprovechar cada oportunidad de orar, no solamente por otros, sino con otros.
    Así fue que la asamblea se convirtió en el lugar de poder para estos hombres. “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló” (v. 31). En la persecución sentían su debilidad, y al ser puestos en libertad fueron a donde sabían que eran amados y podían amar. Aquí había un lugar donde la presencia divina significaba para ellos refrigerio, y la renovación del poder para testificar sin temor. Al salir de nuevo, daban su propio testimonio personal de la resurrección en el poder del Espíritu Santo. ¡Qué vitalidad tan dinámica era la suya! No es de extrañar que impactaran a los de afuera. Entre ellos había también gracia. Habían venido “a los suyos”; unidos, eran fortalecidos.
    ¿Sabemos hoy dónde están los nuestros? ¿La iglesia local es el lugar donde nos regocija estar, donde compartimos con creyentes del mismo sentir las cosas que pertenecen a nuestra fe? Quizás tengamos que desafiarnos en cuanto a nuestra actitud ante la comunión de la iglesia. ¿Será que la comodidad, no la convicción, nos rige en cuanto a dónde decidimos que el Señor quiere que estemos? ¿Cuál es nuestro compromiso con los nuestros? Que siempre tengamos ese instinto en nosotros, plantado por el Espíritu Santo y preservado por nuestra obediencia al Señor, de encontrar el lugar que pueda describirse en verdad como “los nuestros”. Es aquí donde encontraremos una esfera creciente de gozo y utilidad.


        por Arthur T. Shearman, traducido de Milk & Honey (“Leche y Miel”), Vol. XX, April, 2006, No. 4), traducido por Emily Knott de González