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jueves, 4 de marzo de 2021

DEVOCIÓN CRISTIANA - Introducción - por A. N. Groves

 “He aquí que yo soy Jehová,
Dios de toda carne;
¿habrá algo que sea difícil para mí?”


Jeremías 32:27

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INTRODUCCIÓN

EL CRISTIANISMO AVANZA MEJOR CUANDO LOS CRISTIANOS DEDICAN TODO A CRISTO


He sido profundamente afectado considerando la extraña y triste verdad de que el cristianismo ha visto poco progreso durante quince siglos sucesivos. En el estudio atento de la historia del evangelio, observo que el cristianismo primitivo debía mucha de su energía irresistible a que los discípulos manifestaron abierta y públicamente el amor de su Redentor y Rey. Además, dieron pruebas de esto en su conducta. Y estoy convencido que ese amor tiende directa y poderosamente a aumentar la prosperidad de la iglesia de Cristo, y a extender su influencia en el mundo en todo tiempo. Por lo tanto, me atrevo a exponer el resultado de mis reflexiones para la franca consideración de todo sincero discípulo del Señor, “que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9).
    Esa manifestación de amor se veía en la entera y real (no figurada) devoción de ellos, sus bienes, su tiempo y sus talentos a Cristo su Señor y Rey. Los siguientes comentarios más específicamente se dirigen a la distribución de los bienes, ya sean bienes raíces de capital poseído, o de ganancias recibidas de ellos, o de los negocios, o empleos, o herencias.
 

CRISTO MANDÓ LA ENTERA DEDICACIÓN, LOS APÓSTOLES LA PRACTICARON, Y NOSOTROS TAMBIÉN DEBEMOS.

    Me propongo demostrar que la entera dedicación de las riquezas materiales es invariablemente impuesta por los mandatos de nuestro Salvador, e ilustrada por la práctica de Sus apóstoles y sus contemporáneos. Por eso ruega que todos los sinceros discípulos de Cristo pesen estos escritos en la balanza del Santuario, no en las balanzas del mundo ni las de la lógica humana. Deben orar seriamente al “Padre de luces” (Stg. 1:17) para que en su búsqueda de la verdad tengan un ojo bueno (Mt. 6:22-23) para la gloria de Aquel a quien deben servir. También que deseen tanto la extensión de Su reino que, buscando la verdad, tendrán una tierna consideración de sus propias almas y las de millones de judíos, árabes, y otros incrédulos y herejes cuya ignorancia y perdición profesan deplorar. Investiguemos el significado y la extensión de las palabras del Salvador: “No os hagáis tesoros en la tierra”. Dejémonos persuadir de que son literales y que los apóstoles y sus compañeros las recibieron sin restricciones. Que el Espíritu Santo de Dios nos ayude a recibir el privilegio consolador de echar sobre Él todas nuestras ansiedades, sabiendo que Él tiene cuidado de nosotros (1 P. 5:7).
    Solo ruego que al investigar el asunto que seamos guiados por los varios preceptos y argumentos bíblicos ilustrados en la práctica uniforme de nuestro Señor y Sus apóstoles, para comprender Sus palabras y aplicarlas. Por eso, comenzaré considerando en primer lugar el texto bíblico donde aparece el principio a que aludimos. Veremos cómo es fortalecido por preceptos e ilustrado con ejemplos. Luego consideraré su relación con otros mandamientos de peso, los cuales sin éste se vuelven difíciles o imposibles de entender y aceptar. Entonces concluiré con algunos argumentos que demuestran que, si el objetivo correcto de las iglesias es la extensión del espíritu del reino de Cristo, estos puntos están de acuerdo con la razón y con la revelación. 

continuará, d.v.

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martes, 19 de septiembre de 2017

¿QUIERES MÁS?



El predicador puritano Jeremiah Burroughs (1599-1646) dijo que el contentamiento es "la joya rara". William MacDonald, autor de El Verdadero Discipulado, escribió en otro libro suyo, De Día En Día (CLIE), lo siguiente sobre el contentamiento.

“Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:8).

    Pocos cristianos toman estas palabras seriamente, sin embargo, éstas son tan verdaderamente Palabra de Dios como Juan 3:16. Nos dicen que debemos estar satisfechos teniendo sustento y abrigo. La palabra “abrigo” incluye un techo sobre nuestras cabezas así como las ropas que vestimos. En otras palabras, debemos estar contentos con lo mínimo esencial y poner todo lo demás que está por encima de eso para la obra del Señor.
    El hombre que tiene contentamiento tiene algo que el dinero no puede comprar. E. Stanley Jones decía: “Todas las cosas pertenecen al hombre que no desea nada. Al no tener nada, posee todas las cosas en la vida, incluyendo la vida misma... Es rico en la escasez de su indigencia y no en la abundancia de sus posesiones”.
    Hace años cuando Rudyard Kipling habló a una clase de graduados en la Universidad McGill, advirtió a los estudiantes para que no le dieran mucho valor a la riqueza material. Dijo: “Algún día se encontrarán con un hombre a quien no le importa ninguna de estas cosas, y entonces se darán cuenta de cuán pobres son ustedes”.
    “El cristiano más feliz sobre la tierra es el que tiene pocas necesidades. Si un hombre tiene a Cristo en su corazón, el cielo ante sus ojos y solamente las bendiciones temporales estrictamente necesarias para llevarle sin problema por la vida, entonces el dolor y la tristeza tienen poco que hacer; este hombre tiene poco que perder” (William C. Burns).
    Este espíritu de contentamiento parece haber caracterizado a muchos de los gigantes de Dios. David Livingstone decía: “He determinado a no considerar mío nada de lo que poseo excepto en relación al Reino de Dios”. Watchman Nee escribió: “No deseo nada para mí mismo; deseo todo para el Señor”. Y Hudson Taylor decía que disfrutaba: “el lujo de tener pocas cosas por las que preocuparse”.
     Para algunos, la idea de contentamiento significa falta de empuje y ambición. Describen a la persona satisfecha como un zángano o un aprovechado. Pero ése no es el contentamiento cristiano. Éste tiene abundancia de empuje y ambición, pero está dirigido hacia lo espiritual, no a lo material. En vez de vivir de gorra, el cristiano trabaja para poder dar a aquellos que están en necesidad. En las palabras de Jim Elliot, la persona satisfecha es aquella que: “ha aflojado la tensión de la mano agarrada”.
(lectura del 16 de agosto)

 




viernes, 18 de noviembre de 2016

Las Excusas: Torciendo Las Escrituras Para Justificarnos

escribe William MacDonald


“...los indoctos e inconstantes tuercen... las otras Escrituras para su propia perdición” (2 Pedro 3:16b).

    El Dr. P. J. Van Gorder acostumbraba hablar de un letrero, colocado fuera de una carpintería, que decía: “Se hacen toda clase de torceduras y vueltas”. Los carpinteros no son los únicos que sirven para esto; muchos que profesan ser cristianos también tuercen y dan vueltas a las Escrituras cuando les conviene. Algunos, como dice nuestro versículo, tuercen las Escrituras para su propia perdición.
    Todos somos expertos para justificar, es decir, excusar nuestra desobediencia pecaminosa ofreciendo elogiosas explicaciones o atribuyendo motivos dignos a nuestro proceder. Intentamos torcer las Escrituras para que se acomoden a nuestra conducta. Damos razones plausibles aunque falsas que den cuenta de nuestras actitudes. Aquí hay algunos ejemplos.
    Un cristiano y hombre de negocios sabe que está mal recurrir a los tribunales contra otro creyente (1 Co. 6:1-8). Más tarde, cuando se le pide cuentas por esta acción, dice: “Sí, pero lo que él estaba haciendo estaba mal, y el Señor no quiere que se quede sin castigo”.
    Mari tiene la intención de casarse con Carlos aún cuando sabe que él no es creyente. Cuando un amigo cristiano le recuerda que esto está prohibido en 2 Corintios 6:14, ella dice: “Sí, pero el Señor me dijo que me casara con él para que así pueda guiarle a Cristo”.
    Sergio y Carmen profesan ser cristianos, sin embargo viven juntos sin estar casados. Cuando un amigo de Sergio le señaló que esto era fornicación y que ningún fornicario heredará el reino de Dios (1 Co. 6:9-10), se picó y replicó: “Eso es lo que tú dices. Estamos profundamente enamorados el uno del otro y a los ojos de Dios estamos casados”. 
     Una familia cristiana vive en lujo y esplendor, a pesar de la amonestación de Pablo de que debemos vivir con sencillez, contentos con tener sustento y abrigo (1 Ti. 6:8). Justifican su estilo de vida con esta respuesta ingeniosa: “Nada hay demasiado bueno para el pueblo de Dios”.
    Otro hombre de negocios codicioso, trabaja día y noche para amasar ávidamente toda la riqueza que puede. Su filosofía es: “No hay nada de malo con el dinero. Es el amor al dinero la raíz de todo mal”. Nunca se le ocurre pensar que él podría ser culpable de amar al dinero.
    Los hombres intentan interpretar sus pecados mejor que lo que las Escrituras les permiten, y cuando están resueltos a desobedecer la Palabra y esquivarla como puedan, una excusa es tan buena (o mala) como la otra. 
de su libro DE DÍA EN DÍA (CLIE)

martes, 27 de septiembre de 2016

EL PELIGRO DE LA PROSPERIDAD

 “Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios... cuando todo lo que tuvieres se aumente” (Deuteronomio 8:11, 13 BAS).

    Como regla general, el pueblo de Dios no puede florecer en medio de la prosperidad material. Progresan mucho más en la adversidad. En su cántico de despedida, Moisés predijo que la prosperidad de Israel lo arruinaría espiritualmente: “Pero engordó Jesurún, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación” (Dt. 32:15).
    La profecía se cumplió en los días de Jeremías, cuando el Señor se quejaba de que: “...los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías” (Jer. 5:7).
    De nuevo leemos en Oseas 13:6: “En sus pastos se saciaron, y repletos se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí”.
    Después de volver del exilio, los levitas confesaron que Israel no había respondido adecuadamente a todo lo que el Señor había hecho por ellos: “...comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad. Pero te provocaron a ira, y se rebelaron contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti, e hicieron grandes abominaciones” (Neh. 9:25b-26).
    Somos propensos a considerar la prosperidad material como una evidencia innegable de la aprobación del Señor de lo que somos y hacemos. Cuando las ganancias en nuestros negocios se elevan, decimos: “El Señor en realidad me está bendiciendo”. Probablemente sería más exacto que consideráramos estas ganancias como una prueba. El Señor espera ver lo que haremos con ellas. ¿Las gastaremos para nuestro propio beneficio, o actuaremos como fieles administradores, empleándolas para enviar las buenas nuevas hasta las partes más remotas de la tierra? ¿Las acumularemos en un esfuerzo por amasar una fortuna, o las invertiremos para Cristo y Su causa?
    F. B. Meyer dijo: “Si se discutiera en cuanto a cuáles son las pruebas más severas para el carácter, si la luz del sol o la tormenta, el éxito o la dificultad, los observadores más agudos de la naturaleza humana nos dirían probablemente que nada muestra más claramente el material de que estamos hechos como la prosperidad, porque ésta es la más severa de todas las pruebas”.
    José hubiera estado de acuerdo. Él dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gn. 41:52). Se benefició más de la adversidad que de la prosperidad, aunque se condujo favorablemente bajo ambas circunstancias. 

William MacDonald, de su libro De Día En Día (Editorial CLIE)