Mostrando entradas con la etiqueta dinero. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta dinero. Mostrar todas las entradas

miércoles, 10 de enero de 2018

Cosas Que Dejar Atras, Parte 2

Texto: Colosenses 3:1-17

En el estudio anterior leímos versos en el capítulo 1 donde Pablo daba gracias porque hemos sido hechos aptos y partícipes de una herencia espiritual. Además de esto, vimos que Dios nos ha trasladado de las tinieblas a la luz – de Egipto a Canaán. En Cristo tenemos redención de modo que ya no somos esclavos del pecado. Además vimos que todos estos son hechos de Dios que no dependen de nosotros.
    En el capítulo 2 vimos que en nuestro Señor Jesucristo resucitado y sentado a la diestra de Dios habita toda la plenitud de la divinidad. Debido a esto, en Él estamos completos – y si esto es así, ¿qué más necesitamos sino darle las gracias? El mundo no puede de ninguna manera añadir a lo que tenemos en Cristo, ya sea por su religión, su filosofía o cualquier otra cosa. Estamos completos en Él.
    En los versículos 1-4 del capítulo 3 nos condiciona, por decirlo de una manera. ¿Habéis resucitado con Cristo? Entonces, hay que buscar las cosas de arriba. Vuestro peregrinar ha de ser mirando las cosas del cielo. La orientación del cristiano debe ser celestial, no terrenal.
    En el versículo 5, entonces, habla de hacer morir lo terrenal. ¡Cuántas cosas malas nombra aquí, y es lo que hay en el mundo!  En el mundo el deseo puede ser noble, pero no tiene poder para mejorar, porque está en servidumbre a la maldad. Como mencionamos anteriormente, bien dijo el catedrático Don José Luis San Pedro: “el mundo no tiene solución, porque hizo del dinero su dios”. Hay deseos y a veces planes de mejorar el mundo, pero se quebrantan en el camino y no se pueden llevar a cabo. El mundo no puede alterar su rumbo; va de mal en peor. En este versículo vemos cosas que nos llaman la atención. A mí me gusta leer detenidamente, pararme en las palabras y pensar en el significado de ellas. Es así que aprendemos. Por ejemplo, aquí habla de los “malos deseos” entre otras cosas. Cuando Dios creó al hombre, nos creó con necesidades: de comer, de beber, de respirar, de dormir, etc. Edén estaba provisto de árboles para comer y de un río para beber. Dios también proveyó trabajo provechoso para el hombre. Pero lo que Pablo aquí les recuerda que hay que dejar son deseos, no necesidades. Hay diferencia entre deseos y necesidades. El maligno, el tentador, entró y creó y provocó toda una serie de deseos en el hombre, para arruinar la obra de Dios. Las necesidades se miden; los deseos no. Los deseos son inconmensurables, mientras que las necesidades pueden ser cuantificadas y ordenadas. Tengamos esto en cuenta. Las necesidades puede ser satisfechas, pero los deseos nunca.
    Eclesiastés 7:29 dice: “Dios hizo al hombre recto, pero ellos buscaron muchas perversiones”. La palabra “recto” también se traduce “sencillo”. Es bueno ser sencillo, porque es como Dios nos quiere. La palabra “perversiones” también se traduce “artimañas”. En el Salmo 106:13-14 leemos: “bien pronto olvidaron sus obras; no esperaron su consejo. Se entregaron a un deseo desordenado en el desierto”. Dios los sacó de Egipto por Su gran poder, y al llegar al desierto no hubo agua. Pero llegaron a Mara, donde había agua amarga, y en respuesta a su queja Dios la cambió en dulce. Luego llegaron a Elim donde había palmeras y mucha agua. Al andar por el camino en el desierto Dios les proveyó también de maná, pero tenían deseos de las cosas de Egipto – estaban cubiertas sus necesidades pero tenían deseos desordenados. Estos deseos y el dar lugar a ellos desagradaron a Dios y resultaron en juicio sobre Su pueblo. Recordemos esto al leer en Colosenses 3. Hay que hacer morir los deseos malos – no vivamos en ellos porque nada bueno nos van a traer. El deseo empieza en la mente y no termina si no lo terminamos nosotros.
    En el versículo 8 vemos como comienza con la palabra “pero”. “Pero” es una conjunción adversativa que marca un contraste, un antes y un después. Como en Efesios 2:4 – marca el cambio entre lo que éramos y lo que es Dios y cómo nos trató. En la cena del Señor que hemos celebrado venimos a recordar a Aquel que nos amó aunque éramos pecadores, y vino del cielo para rescatarnos. En Colosenses 3:7 habla de “en otro tiempo”, pero en el 3:8 nos trata en el tiempo presente: “Pero ahora dejad también vosotros...” Las cosas que hemos de dejar, es así porque todas ellas pertenecen al viejo hombre. En Romanos 6 dice que nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo. La cruz del Señor rompe los lazos y el poder del viejo hombre y el pecado sobre nosotros.
    A veces queremos los creyentes que el mundo legisle conforme a nuestros principios y criticamos las leyes que aprueban. Jamás podemos cambiar el mundo por este proceder. El mundo vive en el viejo hombre y legisla según el viejo hombre. No puede hacer otra cosa porque está en una servidumbre al pecado. Sólo los que han despojado el viejo hombre pueden revestirse del nuevo hombre (v. 9).
    Dios nos hizo en Su imagen. El pecado quitó esta imagen, podemos decir que desdibujó la imagen de Dios en nosotros. Es el efecto triste del pecado. Pero el versículo 10 nos informa que no sólo nos hemos despojado del viejo hombre, sino también nos hemos revestido del nuevo, el cual es “conforme a la imagen del que lo creó”. En Cristo somos revestido de esta imagen de Dios. Los versículos 10-14 hablan de las vestiduras del nuevo hombre. “Vestíos” – se nos exhorta. Hay que proseguir la meta como Pablo dice a los filipenses, y hay que proseguir la meta como también les dijo. La idea es que vayamos renovándonos cada día y conformándonos cada día más a la imagen de Dios.
    Nuestra función no es criticar las leyes de los parlamentos, sino predicar el evangelio. Es únicamente por el evangelio que pueden venir los cambios deseados. Cuando los hombres oyen y creen, reciben poder para ser hechos hijos de Dios, y entonces hay cambios buenos. No sirve de nada criticar los productos sin cambiar la fábrica– esto es– la vieja naturaleza, el viejo hombre, la naturaleza pecaminosa, y este cambio lo hace Dios, no los hombres. El viejo hombre nunca va a ser renovado. No puede cambiar su naturaleza. Hace falta una obra de Dios.
    Hace poco que el Secretario General de la O.N.U. nombró una comisión para estudiar el problema de la pobreza y la distribución de los bienes en el mundo. Llegó a la conclusión de que el mundo produce suficiente alimentos, pero están mal distribuidos. Esto es debido a los malos deseos, porque los malos deseos, además de malos, son insaciables. El problema radica en los deseos y el corazón humano, no en sistemas políticos, leyes, etc. Por esto el mundo va de mal en peor y no tiene posibilidad de solucionar sus problemas, porque no puede tratar la raíz de estos problemas: la naturaleza humana.
    En Romanos 6:6 leemos así: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado...” Dios no quiere que seamos ignorantes. Quiere que actuemos en base a conocimientos correctos. Por esto comienza con “sabiendo esto” – ahí está la base del conocimiento correcto – algo que saber y tener en cuenta. Nuestro viejo hombre fue crucificado. ¿Qué es nuestro viejo hombre? Es la naturaleza que recibimos de Adán, el progenitor de la raza humana. Dios tiene un plan para este viejo hombre, esta vieja naturaleza que es pecaminosa. Su plan es: “crucificado”, porque Su propósito es: “para que el cuerpo del pecado sea destruido”. Ahora bien, “destruido” no quiere decir aniquilado, sino arruinado, dejado sin efecto.
    En Romanos 6:11 leemos: “consideraos muertos al pecado”. Esto es el segundo paso. Primero hay que saber (v. 6). Después hay que considerar (v. 11). ¿Qué significa esto? “Consideraos” quiere decir, “estimaos”, “contaos”. Debemos estimarnos o contarnos como muertos al pecado. Tercero, en Romanos 6:13 nos dice: “Ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”. Esto es nuestro proceder. Nuestros miembros, nuestro ser y nuestro cuerpo, son instrumentos o del pecado o de la justicia. Aquí entra nuestra voluntad, nuestra decisión y consagración práctica.
    Dios no quiere que seamos ignorantes. En el versículo 6 dice: “Sabiendo esto”. En Colosenses 3:16 dice que “la Palabra de Cristo more en abundancia en vosotros”. Romanos 6:6 es difícil de entender, porque no podemos razonarlo – hay que creerlo y asentarlo como base. Hay que creer los hechos de Dios. Luego el versículo 11 dice “consideraos”, y el versículo 13 dice “presentaos” (entregar, rendir, consagrar, etc.). Habla de nuestra voluntad porque es lo que tenemos.
     La salvación de Dios descansa sobre dos cosas: el amor de Dios y la humildad de Su Siervo, Cristo. Él dijo: “aprended de mí, que soy manso y humilde”. Humilde y entregado. No vino a hacer Su voluntad sino la del que le envió. La cruz es el más alto grado de la humillación, y el Señor Jesucristo la escogió. Debemos aprender de Él, porque Su mansedumbre y humildad son comunicables – son para imitar. Si no hacemos esto, no podemos servir bien a Dios. Consideremos el ejemplo de Moisés, otro “salvador” aunque en sentido secundario, sin embargo es una ilustración del Señor Jesucristo. Israel sufría en esclavitud a los egipcios, y Dios en Su amor, se acordó de Su pacto y envió un libertador, que fue Moisés. Ahora bien, Moisés como joven y adulto fue adoptado por la casa de Faraón y educado en toda la sabiduría de Egipto. Pero siendo él poderoso, se adelantó, tratando de comenzar a salvar a su pueblo matando a un egipcio y escondiendo su cuerpo. Pensó que nadie lo sabía. Pero luego cuando reprendió a dos hebreos que reñían, uno de ellos  respondió: “¿Quién te ha puesto...sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?” (Éx. 2:11-14). Y tuvo que huir de Egipto y vivió cuarenta años en el desierto, un lugar sin cultura y donde no podía emplear nada de lo que aprendió en Egipto. Allí estuvo, cuarenta años cuidando ovejas, y los pastores de ovejas eran una abominación a los egipcios. Fue un largo tiempo de humillación para Moisés, porque “cuarenta años” se dice pronto, pero pasan lentamente. Y allí Dios estaba obrando en él, por medio de estos cuarenta años, por medio del desierto, por medio del pueblo nómada y su vida sencilla, por medio de aquellas ovejas. Dios estaba formando a Su siervo, porque la obra de Dios depende del amor de Dios, y de la humildad de Su siervo. Moisés tuvo que aprender la humildad y la mansedumbre para llegar a ser buen siervo de Dios, útil en Sus manos. Luego dice la Biblia que Moisés era el hombre más manso de la tierra (Nm. 12:3).
    Así, hermanos, Dios desea obrar en nosotros, formando la imagen de Su Hijo en nosotros. Quiere que dejemos atrás las cosas de este mundo, y que nos vistamos de las cosas que le agradan. Quiere que aprendamos la mansedumbre y la humildad, para que seamos útiles en Sus manos para dar testimonio de Él  en el mundo y para servir a Su pueblo. Que así sea para la gloria de Dios. Amén.

de un estudio dado en la Asamblea Bíblica en Sevilla por D. José Álvarez, 
anciano en la asamblea en Avilés, Asturias.

lunes, 11 de diciembre de 2017

Tacañaría y Codicia



Estas dos palabras están vinculadas porque son opuestas. Ser codicioso es tener o mostrar un deseo intenso y egoísta por algo. Ser tacaño es la indisposición de dar algo que se tiene. Las dos veces que la palabra ‘codicia’ se usa en el Nuevo Testamento tiene que ver con el dinero. Pablo le dijo a Timoteo que un hombre culpable de ser “codicioso de ganancias deshonestas” no está calificado para ser anciano o diácono entre el pueblo de Dios (1 Ti. 3.3, 8; Tit. 1.8). Sin embargo, la codicia y la tacañería van más allá del dinero, e incluyen todo lo material.
    No nos sorprende que de las 19 características que marcan a los hombres en los últimos días (2 Ti. 3) la expresión “amadores de sí mismos” encabece la lista. La frase es una sola palabra en el griego (philautos), y significa “egoísta”. La segunda característica, la "avaricia", significa “amador del dinero” (philarguros). William MacDonald comenta que “el apóstol ofrece ahora a Timoteo una descripción de las condiciones que existirán en el mundo antes de la venida del Señor. Se ha observado a menudo que la lista de pecados que sigue es muy similar a la descripción de los impíos paganos en Romanos 1. Lo destacable es que las mismas condiciones que existen entre los paganos en su estado salvaje e incivilizado son las que caracterizarán a los profesos creyentes en los últimos días.
     ¡Qué solemne pensar en esto! Tal vez lo que nos debería preocupar es que estos temas se estén tocando en una revista dirigida principalmente a lectores cristianos. ¿Hay evidencia de que estas cosas predominen entre nosotros? Con frecuencia cometemos el error de juzgar lo que es pecado comparando nuestra actitud y acciones con las de los impíos, o incluso con las de los que profesan ser creyentes.
     Mientras no vivamos al mismo nivel de exceso que ellos nuestra
consciencia está tranquila. ¿No es nuestro estándar la Palabra de Dios, y nuestro ejemplo el Señor Jesucristo? ¿Nos habremos acostumbrado a la mentalidad de la cultura occidental, que hay los que sí tienen y los que no tienen? Aunque el Señor dijo que los pobres siempre estarían con nosotros (Mt. 26.11), también enseñó que “al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”, Mateo 5.42.
     A veces, para entender algo es útil observar lo opuesto. El Señor Jesús, en Lucas 21, les enseñó a sus seguidores una lección sobre cómo dar. Mientras observaba a los ricos echando sus donativos en el arca de las ofrendas, también vio a una viuda que echó dos blancas. Y dijo: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos, porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”, Lc. 21.3-4.
     En otra ocasión el apóstol Pablo les escribió a los creyentes en Corinto y les habló de las iglesias de Macedonia, que “en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas”, (2 Co. 8.2-3). Estos creyentes entendían el principio de dar, sabiendo que si daban todo, Dios en su gracia supliría lo necesario para sus necesidades. Fíjese cómo termina: “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”, (2 Co. 8.5). Esta enseñanza de sacrificio propio se veía desde los primeros días de la iglesia.  Lucas destaca: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”, (Hch. 4.32, 34-35). Fíjese que no fue una repartición arbitraria ni igualitaria de todas las posesiones, sino según la necesidad. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3.17).
     El principio de dar va incluso más allá del dinero y los bienes materiales. Hay una palabra en la Biblia cuyo significado tenemos que volver a aprender. La palabra es “consagración”. Es el acto de darnos o dedicarnos a nosotros mismos a algo, o a otro. Fíjese en el lenguaje de David en 1 Crónicas 29 al contemplar la posibilidad de edificar una casa para el Señor. “Yo con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios... Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario... ¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?... Entonces los jefes de familia, y los príncipes de las tribus de Israel, jefes
de millares y de centenas, con los administradores de la hacienda del rey, ofrecieron voluntariamente”, (1 Cr. 29.1-5). ¿Pudiéramos sugerir que dar de nuestro tiempo es de igual o mayor valor para Dios que aun nuestro dinero y posesiones materiales? Podemos aprender mucho del ejemplo de una generación de creyentes antigua, que tenía un entendimiento diferente de lo que significa ser parte de una asamblea a lo que se ve hoy en día. Congregarse al Nombre del Señor era mucho más que sólo “asistir a veces a la iglesia”. Era su vida. Y de aquellas reuniones emanaba una vitalidad de servicio y sacrificio que solo podía venir de su apreciación de Cristo y del lugar de su Nombre.
     Hagamos caso a las palabras del Señor Jesús en Mateo 6.19-21, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
por Jack Coleman, Hatboro, EE.UU
este artículo viene del "Mensajero Mexicano", nº 103,


martes, 19 de septiembre de 2017

LA AVARICIA

escribe William MacDonald

“Mirad y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12:15).

     La avaricia es el deseo excesivo por la riqueza o las posesiones. Es una manía que atenaza a la gente, causándoles desear más y más. Es una fiebre que les lleva a anhelar cosas que en realidad no necesitan.
     Vemos la avaricia en el hombre de negocios que nunca está satisfecho, que dice que se detendrá cuando haya acumulado una cierta cantidad, pero cuando ese tiempo llega, está ávido de más.
    La vemos en el ama de casa cuya vida es una interminable parranda de compras. Amontona toneladas de cosas diversas hasta que su desván, garaje y despensa se hinchan con el botín.
    La notamos en la tradición de los regalos de navidad y cumpleaños. Jóvenes y viejos igualmente juzgan el éxito de la ocasión por la cantidad de artículos que son capaces de acumular.
    La palpamos en la disposición de una herencia. Cuando alguien muere, sus parientes y amigos derraman unas lágrimas fingidas, para luego descender como lobos a dividir la presa, a menudo comenzando una guerra civil en el proceso.
    La avaricia es idolatría (Ef. 5:5; Col. 3:5). La avaricia coloca la propia voluntad en el lugar de la voluntad de Dios. Expresa insatisfacción con lo que Dios ha dado y está determinada a conseguir más, sin importar cuál pueda ser el coste.
    La avaricia es una mentira, que crea la impresión de que la felicidad se encuentra en la posesión de cosas materiales. Se cuenta la historia de un hombre que podía tener todo lo que quería con simplemente desearlo. Quería una mansión, sirvientes, un Mercedes, un yate y ¡presto! estaban allí instantáneamente. Al principio esto era estimulante, pero una vez que comenzó a quedarse sin nuevas ideas, se volvió insatisfecho. Finalmente dijo: “Deseo salir de aquí. Deseo crear algo, sufrir algo. Preferiría estar en el infierno que aquí”. El sirviente contestó: “¿Dónde crees que estás?”
      La avaricia tienta a la gente al riesgo, a la estafa y a pecar para conseguir lo que se desea.
    La avaricia hace incompetente a un hombre para el liderazgo en la iglesia (1 Ti. 3:3). Ronald Sider pregunta: “¿No sería más bíblico aplicar la disciplina eclesial a aquellos cuya codicia voraz les ha llevado al “éxito financiero” en vez de elegirles como parte del consejo de ancianos?”
    Cuando la codicia lleva a los desfalcos, la extorsión u otros escándalos públicos, exige la excomunión (1 Co. 5:11). Y si la avaricia no es confesada y abandonada, lleva a la exclusión del Reino de Dios (1 Co. 6:10).

del libro DE DÍA EN DÍA, lectura para 15 de agosto, Editorial CLIE
 

miércoles, 19 de abril de 2017

La Mies: Cómo Llegar (parte 4)

CÓMO LLEGAR A LA MIES


(parte 4)

Carlos Tomás Knott

Asuntos de dinero

    ¿Cómo te sustentarás en el campo misionero? Bien, ahí puedes escoger. Puedes ir tocando el tambor y pasando el sombrero y conseguir un equipo de apoyo. Puedes buscar seguridades de un ingreso mensual regular, un salario o “acuerdo” entre ti y tus hermanos. Puedes preparar un presupuesto determinado y hacer una lista de los que se comprometen a apoyarte, poniendo la cantidad prometida al lado del nombre, hasta que llegues a tu meta. Así, puedes hablar de porcentajes de apoyo logrado. Esto es ser pragmático, porque, a fin de cuentas, ¡tenemos que comer! Ademas, es un hecho que hay gente que dará si les dices cuáles son tus necesidades. Y funciona, hasta cierto punto.
    Luego hay el camino más excelente. Puedes seguir la enseñanza y pauta del Nuevo Testamento, que no permite nada de esto. No, ni siquiera dar a conocer tus necesidades, como dicen algunos: “No pedimos dinero a la gente; sólo les decimos la verdad, dándoles a conocer nuestras necesidades”. ¿Y qué creéis que está haciendo el mendigo de la esquina? ¡Pues dar a conocer sus necesidades! Sólo que él no tiene que justificarlo escrituralmente, por lo que es más abierto en cuanto a recordarnos que vivir cuesta dinero, y que el mes pasado no tuvo lo suficiente. A esto se le llama mendigar.
    Alteramos ligeramente esta conducta, y tenemos las prácticas de muchos obreros cristianos en la actualidad. No, esto no es seguir la pauta escritural. Algunos quieren salir a la mies confiando en ciertos hermanos afluentes para su apoyo. Es un error poner la mira en los hombres. En ninguna parte del Nuevo Testamento enseñó el Señor Jesús a Sus discípulos que dieran a conocer sus necesidades a nadie más que a Dios. Él ni siquiera dijo que se pidiera a otros que oraran acerca de tus necesidades financieras —lo que es también otra forma de dar a conocer las necesidades. No, nunca se habla allí de que un obrero anunciara su presupuesto, que levantara un equipo de apoyo, recordando a la gente que cuesta dinero vivir y servir, ni enviando cartas describiendo ministerios urgentes en los que se podría involucrar si tan solo alguien envía una contribución. Emprender este camino de mirar al hombre para suplir nuestras necesidades es peligroso. Es como beber agua del mar — lo que sólo da más sed. Tendrás más deseos de pedir y más dependencia de los hombres en lugar de depender de Dios. No es una vida de fe. No es una vida basada en el Nuevo Testamento. Esto debería quedarte meridianamente claro.
    Tomemos las palabras del Señor y la conducta de Pablo como dos buenos ejemplos. Primero, acerca de a quién hablamos y pedimos acerca de dinero y necesidades materiales, el Señor dijo:
    “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mt. 6:6).

    En Mateo 6:26 el Señor prometió que el Padre se encargaría de alimentar a Sus discípulos, y en el versículo 30 prometió que el Padre se encargaría de vestirlos. Luego llega a la gran conclusión a esta parte del capítulo:

    “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:31-33).

    Esta palabra “aposento” podría traducirse más literalmente como “despensa” o “almacén”. ¡Así tenemos que la habitación de suministros del cristiano es su estancia de oración! Su “equipo de apoyo” es el Señor Dios Todopoderoso que se encuentra con él en sus oraciones privadas. Ésta es la vida de fe, confiando en el Padre celestial para que supla nuestras necesidades, y no teniendo ansiedad acerca de ellas ni tratando de manipular su provisión. ¡Él puede!
    Segundo, tenemos el ejemplo de Pablo. Él era apóstol, llamado a predicar el Evangelio. En 1 Corintios 9 habla de sus derechos apostólicos, uno de los cuales incluye ser sustentado. Si alguien jamás tuvo derecho a pedir dinero, e incluso a exigirlo, hubiera sido él. Además, si alguien tuvo jamás necesidad de apoyo, éste era Pablo, con sus frecuentes viajes y penalidades. ¿A quién no le gustaría pedir dinero a los creyentes para reposar y recuperarse en la costa un par de semanas después de haber sido azotado con muchos azotes en Filipos? Aquí tenemos las cosas que Pablo sufrió por causa del Evangelio:

    “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos” (1 Co. 4:11-12).

    “...en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado. Tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como naufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Co. 11:23-27).

    Nunca Pablo ni los que estaban con él, ni siquiera una vez en todo lo que soportó por el Evangelio, publicaron sus necesidades ni pidieron dinero. Las únicas necesidades que publicó fueron las de los pobres en Jerusalén, y la única ofrenda que pidió fue para ellos. Para sus necesidades confiaba en Dios, su Padre celestial. Seguía las enseñanzas del Señor en Mateo 6. Leyendo en Corintios queda claro que Dios le dejó pasar a través de pruebas, pero nunca le falló. No debes pensar que Dios, para mantener su promesa, tiene que darte un nivel de vida cómodo y nunca dejarte perder una comida. Esto no concuerda con el seguimiento del Salvador, que se hizo pobre para que otros pudieran ser ricos. No es consistente con el llamamiento a “soportar penalidades como buen soldado de Jesucristo”. Tampoco concuerda con lo que hemos aprendido de la vida de Pablo. Las pruebas y las dificultades no son fracasos de parte de Dios, y no son señales de que deberíamos abandonar la vida de fe y comenzar a publicar y a pedirles ayuda a los hermanos. No rompas el silencio de la fe — confía que incluso en las pruebas Dios está contigo:

    “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Dt. 8:3).

    Anthony Norris Groves, George Müller y Hudson Taylor están entre los que han vivido para demostrar que la vida de la fe es posible, y su ejemplo ha afectado a muchos otros. Hermano, ¡se puede confiar en Dios — Él apoya la obra que manda! Pero la gran pregunta que sigue siendo repetida por los aspirantes a misioneros de hoy es: “¿Sigue funcionando esto?” “¿Puede esto funcionar en el siglo XXI?” “¿No deberíamos ser más realistas acerca de esto?”
    El problema con estas preguntas y otras como ésta es la palabra “esto”. “Esto” no es una técnica para conseguir fondos. “Esto” no es un estilo optativo de vida para el misionero. “Esto” no es un truco o método. Debido a que la vida de la fe es simplemente confiar en Dios, creyendo en Él, confiados en Sus promesas, dándole a conocer las necesidades a Él en secreto, y esperando que Él provea, deberíamos eliminar la palabra “esto”. Estamos hablando acerca de Dios. Así, “¿Actúa Dios?” “¿Puede Dios funcionar en el siglo XXI?” “¿No tenemos que ser más realistas acerca de Dios?” Parece que estas preguntas suenan diferentes cuando sacamos de ellas el impersonal “esto”. Alabado sea el Señor. Podemos confiar en El. Quizá la pregunta real y penosa que deberíamos considerar todos nosotros hoy es: “¿Queremos de veras confiar en Él?”
    Finalmente, consideremos estas observaciones de Hudson Taylor acerca de las finanzas y de la obra del Señor:

    “¿Y qué si Dios no fuera a enviar el dinero que necesitamos? Bien, podemos pasarnos sin el dinero, pero no podemos pasarnos sin Dios. Después de vivir sobre la fidelidad de Dios por muchos años, puedo dar testimonio de que las ocasiones de necesidad han sido ocasiones de una bendición especial. Os ruego que nunca hagáis ninguna petición por fondos, excepto a Dios en oración. Cuando nuestra obra se transforma en una obra de mendicidad, muere”.

Entrando en la “tierra prometida”

    No la de Israel, sino el lugar a donde el Señor te guía para servirle. La llegada será una mezcla de gozo y de tensión, la excitación de llegar finalmente allá junto con las tensiones de adaptarse a las diferentes costumbres y al idioma. No creas que tu vida de sacrificios y de verdadero discipulado ha terminado ahora que estás en el campo misionero: ¡En muchas maneras está sólo comenzando! Sé flexible. Ten disposición a ser enseñado. Está dispuesto a romper con antiguos hábitos y tradiciones, y sé como la gente a la que has venido a servir. Y mejor que la adaptación es la integración.
    Esto significará que en lugar de iniciar allí una pequeña colonia de tu patria, tendrás un hogar como él de los hermanos nacionales tanto como te sea posible. Y no hables otro idioma delante de ellos, porque es de mala educación y puede causar sospechas: "¿qué está diciendo que no quiere que sepamos?" podrían ellos pensar. Guárdate de la tendencia de reunirte con otros misioneros de continuo para hablar en la lengua materna, para discutir acerca de los locales, y para hablar con nostalgia acerca de la patria. ¡Intégrate!

    “Pues si hubiesen estado pensando en aquella [patria] de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver” (He. 11:15).

    Comienza en oración buscando sólidas amistades con los hermanos nacionales. Ellos te serán una gran fuente de valiosa ayuda para hacer la transición. Presta atención al acento de ellos. Estudia la forma en que se expresan. Observa como se visten, lo que comen y cuáles son sus cortesías. Intenta integrarte e identificarte con ellos, tal como Pablo significaba al decir:

    “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Co. 9:19).

    La vida sacrificial y el verdadero discipulado incluye el cambio de tus hábitos y tradiciones personales, desechando tus placeres y preferencias personales a fin de alcanzar a hombres y mujeres para el Evangelio. No estamos hablando de cuestiones doctrinales, sino de preferencias en el estilo de vida personal, etc. La rigidez en mantener tus horarios y distintivos culturales no te llevará a ninguna parte. El Señor no te envía a un lugar para estar criticando el país, enseñando a todos tu idioma madre, y haciendoles adaptarse a costumbres que traes de afuera. Recuerda esto y podrás hacer muchas amistades provechosas para el reino de Dios. Cuanto más puedas decir con verdad que algunos de tus mejores amigos son los nacionales, tanto más eficaz serás en tu ministerio entre ellos. El Señor del Cielo y de la Tierra se hizo hombre, fue a Israel, y escogió a doce nacionales para que estuvieran con Él, y para poderlos enviar. Selah.

Perfeccionando a los santos
 
Alguien ha observado con razón que un misionero extranjero eficaz nunca ha tenido un sucesor extranjero. Ésta es la pauta que vemos en hechos: plantar, levantar un liderazgo nacional, pasarlo a ellos, y seguir adelante. Ésta es la enseñanza de Efesios 4:11-12, y también que los obreros dotados instruyan a otros en la obra, en lugar de  tomar una posición permanente con otros que dependan de ellos. Si recuerdas esto, y te esfuerzas siempre en llevarlo a cabo, te irá bien a largo plazo. Estás para servir, y para darte en beneficio de ellos, no para ser servido.
    No vemos que Pablo actuara como anciano fijo en las asambleas que plantaba, ni a ninguno de los otros misioneros en Hechos. Tampoco fue “obispo” sobre varias iglesias. Procuraba dejarlas en manons de hombres espirituales dotados y competentes para el pastoreo. ¡Cuán importante es que creamos que Dios quiere emplear a los hermanos nacionales, y que esto no significa que se deje para un tiempo indefinido en el futuro lejano! Deben ser discipulados desde el mismo principio, tal como Timoteo fue instruido:

    “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2).

    El discipulado de hermanos nacionales y el depósito de confianza en ellos para que lleven a cabo la obra del ministerio deberían ser una empresa y una prioridad básicas. Por muchos años que pasemos entre ellos y cambios que hagamos para parecernos a ellos, nunca seremos nacionales. Esta ventaja es exclusivamente de ellos. ¡Qué gozo verles proseguir la obra del Señor como lo hicieron los tesalonicenses, proclamando la Palabra de Dios y siendo ejemplos en la fe (1 Ts.1:6-8)! Éste es el plan del Señor para la mies.

Puedes llegar allá desde aquí

    No es ni Patrick Henry, ni ningún otro humano, quien recluta para la obra misionera, sino el mismo Señor de la mies. Por Su Espíritu Él está buscando y llamando a creyentes entre nosotros que actúen como empalizada y cubran los huecos. Tú puedes ser uno, si el Señor te llama. Tú puedes ser un obrero en Su mies, si Él te envía. Tú puedes llegar allá desde aquí. Pero recuerda que la mies está en todas partes, no sólo en el extranjero. Alrededor tuyo hay una gran mies y puede que el Señor te quiere tener sirviendo allí mismo. Lo importante no es tanto dónde, sino donde Él quiere.
    La mejor de todas las bendiciones, sin embargo, no es la de llegar a la mies. Es descubrir que el Señor Jesús te ha precedido, y que allí, en tu trabajo en la viña, tienes grata comunión con Él. Esta comunión con Aquel que dejó el cielo para buscar y salvar a los perdidos es la especial bendición de la vida. Ninguna integración cultural por nuestra parte, ninguna privación que suframos, ni ningún trabajo que emprendamos para Él, será nunca igual a Su gran despojamiento por nosotros, desde el trono de la gloria hasta la cruz. Las palabras de Hebreos 12:3-4 son un especial aliento para nosotros para continuar considerándole a Él y aprendiendo de Él al servirle en el campo:

    “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” .

    Todos hemos sido llamados a la comunión con Él, el verdadero Misionero celestial. Pero para tener esta comunión debemos seguirle a donde Él va. Quien debe elegir siempre es Él.

    “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Jn. 12:26).

    No puede haber un mayor gozo para ningún cristiano que recibir honra del Padre por haber seguido y servido a Su amado Hijo. Aquí, entonces, tenemos el secreto de una vida que cuenta, la vida de grata comunión con el Salvador. No es un llamamiento a una guerra carnal por una causa pasajera, ni un llamamiento a la gloria de oropel de las galerías de la fama marchitable del mundo. «Sí alguno me sirve, sígame». Es un llamamiento a la comunión con el Señor Jesucristo sirviéndole, saliendo y uniéndonos a Él en Su gran obra de la cosecha de las almas, y de edificar Su gloriosa iglesia. Puedes unirte a Él en la mies. Puedes llegar allá desde aquí.

traducido originalmente por Santiago Escuain y publicado en 1991 por Christian Missions in Many Lands.
 

domingo, 1 de enero de 2017

Andar Por Fe


por William MacDonald 

“Porque por fe andamos, no por vista” (2 Corintios 5:7).

    ¿Alguna vez te has detenido a preguntarte por qué un partido de fútbol es más excitante para la mayoría de la gente que una reunión de oración? Sin embargo, si comparamos los registros de asistencia, veremos que es así.
    Podríamos preguntar: “¿Por qué es la Presidencia del gobierno más atractiva que el pastoreo de ovejas en una asamblea?” Los padres no dicen a sus hijos: “Come lo del plato y algún día serás pastor”. No, más bien les dicen: “Limpia el plato y algún día serás presidente”. 
¿Por qué es más atractiva una exitosa carrera de negocios que la vida de un misionero? A menudo los cristianos desalientan a sus hijos para que no vayan al campo misionero, y se contentan viendo como crecen para ser “funcionarios titulados de empresas seculares”.
    ¿Por qué es más absorbente un documental de la televisión que el estudio de la Palabra de Dios? ¡Piensa en las horas que pasas frente al televisor y los pocos momentos apresurados ante tu Biblia abierta!
    ¿Por qué la gente está dispuesta a hacer por dinero lo que no haría por amor a Jesús? Muchos que trabajan incansablemente para una corporación son letárgicos e insensibles cuando les llama el Salvador.
    Finalmente ¿por qué nuestra nación llama mucho más nuestra atención que la Iglesia? La política nacional es multicolor y absorbente. En cambio, la Iglesia  parece andar pesadamente y sin dinámica.
    La causa de todas estas cosas está en que andamos por vista y no por fe. Nuestra visión está distorsionada. No vemos las cosas como realmente son. Valoramos más lo temporal que lo eterno. Valoramos lo terrenal más que lo espiritual. Valoramos la opinión de los hombres por encima de la de Dios.
    Cuando caminamos por fe, todo es distinto. Alcanzamos visión de total agudeza espiritual. Vemos las cosas como Dios las ve. Apreciamos la oración como el privilegio indecible de tener audiencia directa con el Soberano del universo. Vemos que un pastor en una asamblea significa más para Dios que el gobernante de una nación. Vemos, con Spurgeon, que si Dios llama a un hombre para ser misionero: “sería una tragedia verlo descender para ser rey”. Vemos la televisión como el mundo falso de irrealidad, mientras que la Biblia tiene la llave que abre la puerta a una vida llena de realización. Estamos dispuestos a gastar y ser gastados por Jesús de una manera que jamás estaríamos por una indigna corporación impersonal. Y reconocemos que la iglesia local es más importante para Dios y para Su Pueblo que el imperio más grande del mundo.
    ¡Andar por fe marca la diferencia!  

de su libro DE DÍA EN DÍA, (CLIE), lectura para el 7 de enero

domingo, 20 de noviembre de 2016

¿CÓMO ESTÁN NUESTROS OJOS?


Mateo 6:22-23  "La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?"

Jesús veía que sería difícil para Sus seguidores ver cómo podría funcionar Su nada convencional enseñanza sobre la seguridad para el futuro. De modo que usó una analogía del ojo humano para enseñar una lección acerca de la percepción espiritual. Dijo que el ojo es la lámpara del cuerpo. Es por medio del ojo que el cuerpo recibe iluminación y puede ver. Si tu ojo es sano (RVR77 margen), todo tu cuerpo queda inundado de luz; pero si tu ojo es maligno, entonces la visión queda dañada. En lugar de luz, lo que hay es tinieblas.
La aplicación es como sigue: El ojo sano pertenece a la persona que tiene motivos puros, que tiene un deseo sencillo por los intereses de Dios, y que está dispuesto a aceptar literalmente las enseñanzas de Cristo. Toda su vida está llena de luz. Cree las palabras de Jesús, abandona las riquezas terrenales, guarda sus tesoros en el cielo y sabe que ésta es su única y verdadera seguridad. Por otra parte, el ojo maligno pertenece a la persona que está tratando de vivir para dos mundos. No quiere soltar sus tesoros terrenales, pero quiere también tesoros en el cielo. Las enseñanzas de Jesús le parecen imprácticas e imposibles. Carece de una guía clara, porque está lleno de tinieblas.

William MacDonald, de su Comentario Bíblico (CLIE)

martes, 27 de septiembre de 2016

EL PELIGRO DE LA PROSPERIDAD

 “Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios... cuando todo lo que tuvieres se aumente” (Deuteronomio 8:11, 13 BAS).

    Como regla general, el pueblo de Dios no puede florecer en medio de la prosperidad material. Progresan mucho más en la adversidad. En su cántico de despedida, Moisés predijo que la prosperidad de Israel lo arruinaría espiritualmente: “Pero engordó Jesurún, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación” (Dt. 32:15).
    La profecía se cumplió en los días de Jeremías, cuando el Señor se quejaba de que: “...los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías” (Jer. 5:7).
    De nuevo leemos en Oseas 13:6: “En sus pastos se saciaron, y repletos se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí”.
    Después de volver del exilio, los levitas confesaron que Israel no había respondido adecuadamente a todo lo que el Señor había hecho por ellos: “...comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad. Pero te provocaron a ira, y se rebelaron contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti, e hicieron grandes abominaciones” (Neh. 9:25b-26).
    Somos propensos a considerar la prosperidad material como una evidencia innegable de la aprobación del Señor de lo que somos y hacemos. Cuando las ganancias en nuestros negocios se elevan, decimos: “El Señor en realidad me está bendiciendo”. Probablemente sería más exacto que consideráramos estas ganancias como una prueba. El Señor espera ver lo que haremos con ellas. ¿Las gastaremos para nuestro propio beneficio, o actuaremos como fieles administradores, empleándolas para enviar las buenas nuevas hasta las partes más remotas de la tierra? ¿Las acumularemos en un esfuerzo por amasar una fortuna, o las invertiremos para Cristo y Su causa?
    F. B. Meyer dijo: “Si se discutiera en cuanto a cuáles son las pruebas más severas para el carácter, si la luz del sol o la tormenta, el éxito o la dificultad, los observadores más agudos de la naturaleza humana nos dirían probablemente que nada muestra más claramente el material de que estamos hechos como la prosperidad, porque ésta es la más severa de todas las pruebas”.
    José hubiera estado de acuerdo. Él dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gn. 41:52). Se benefició más de la adversidad que de la prosperidad, aunque se condujo favorablemente bajo ambas circunstancias. 

William MacDonald, de su libro De Día En Día (Editorial CLIE)

sábado, 17 de septiembre de 2016

PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO



PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.

-- Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)

- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -

CON EL DINERO PUEDES COMPRAR
  
    La cama, pero NO el sueño.
    La comida, pero NO la digestión
    Libros, pero NO la inteligencia ni la sabiduría.
    Joyas, ropa y cosméticos, pero NO la belleza.
    Una casa, pero NO un hogar.
    La medicina, pero NO la salud.
    La convivencia, pero NO el amor.
    La diversión, pero NO la felicidad.
    El crucifijo, pero NO la fe ni el perdón.
    Rango y poder social, pero NO la vida espiritual.
    Un lugar en el cementerio, pero NO en el cielo.

Jesucristo pregunta: “¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36)
“También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho.  Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:16-21).