miércoles, 19 de abril de 2017

La Mies: Cómo Llegar (parte 4)

CÓMO LLEGAR A LA MIES


(parte 4)

Carlos Tomás Knott

Asuntos de dinero

    ¿Cómo te sustentarás en el campo misionero? Bien, ahí puedes escoger. Puedes ir tocando el tambor y pasando el sombrero y conseguir un equipo de apoyo. Puedes buscar seguridades de un ingreso mensual regular, un salario o “acuerdo” entre ti y tus hermanos. Puedes preparar un presupuesto determinado y hacer una lista de los que se comprometen a apoyarte, poniendo la cantidad prometida al lado del nombre, hasta que llegues a tu meta. Así, puedes hablar de porcentajes de apoyo logrado. Esto es ser pragmático, porque, a fin de cuentas, ¡tenemos que comer! Ademas, es un hecho que hay gente que dará si les dices cuáles son tus necesidades. Y funciona, hasta cierto punto.
    Luego hay el camino más excelente. Puedes seguir la enseñanza y pauta del Nuevo Testamento, que no permite nada de esto. No, ni siquiera dar a conocer tus necesidades, como dicen algunos: “No pedimos dinero a la gente; sólo les decimos la verdad, dándoles a conocer nuestras necesidades”. ¿Y qué creéis que está haciendo el mendigo de la esquina? ¡Pues dar a conocer sus necesidades! Sólo que él no tiene que justificarlo escrituralmente, por lo que es más abierto en cuanto a recordarnos que vivir cuesta dinero, y que el mes pasado no tuvo lo suficiente. A esto se le llama mendigar.
    Alteramos ligeramente esta conducta, y tenemos las prácticas de muchos obreros cristianos en la actualidad. No, esto no es seguir la pauta escritural. Algunos quieren salir a la mies confiando en ciertos hermanos afluentes para su apoyo. Es un error poner la mira en los hombres. En ninguna parte del Nuevo Testamento enseñó el Señor Jesús a Sus discípulos que dieran a conocer sus necesidades a nadie más que a Dios. Él ni siquiera dijo que se pidiera a otros que oraran acerca de tus necesidades financieras —lo que es también otra forma de dar a conocer las necesidades. No, nunca se habla allí de que un obrero anunciara su presupuesto, que levantara un equipo de apoyo, recordando a la gente que cuesta dinero vivir y servir, ni enviando cartas describiendo ministerios urgentes en los que se podría involucrar si tan solo alguien envía una contribución. Emprender este camino de mirar al hombre para suplir nuestras necesidades es peligroso. Es como beber agua del mar — lo que sólo da más sed. Tendrás más deseos de pedir y más dependencia de los hombres en lugar de depender de Dios. No es una vida de fe. No es una vida basada en el Nuevo Testamento. Esto debería quedarte meridianamente claro.
    Tomemos las palabras del Señor y la conducta de Pablo como dos buenos ejemplos. Primero, acerca de a quién hablamos y pedimos acerca de dinero y necesidades materiales, el Señor dijo:
    “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mt. 6:6).

    En Mateo 6:26 el Señor prometió que el Padre se encargaría de alimentar a Sus discípulos, y en el versículo 30 prometió que el Padre se encargaría de vestirlos. Luego llega a la gran conclusión a esta parte del capítulo:

    “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:31-33).

    Esta palabra “aposento” podría traducirse más literalmente como “despensa” o “almacén”. ¡Así tenemos que la habitación de suministros del cristiano es su estancia de oración! Su “equipo de apoyo” es el Señor Dios Todopoderoso que se encuentra con él en sus oraciones privadas. Ésta es la vida de fe, confiando en el Padre celestial para que supla nuestras necesidades, y no teniendo ansiedad acerca de ellas ni tratando de manipular su provisión. ¡Él puede!
    Segundo, tenemos el ejemplo de Pablo. Él era apóstol, llamado a predicar el Evangelio. En 1 Corintios 9 habla de sus derechos apostólicos, uno de los cuales incluye ser sustentado. Si alguien jamás tuvo derecho a pedir dinero, e incluso a exigirlo, hubiera sido él. Además, si alguien tuvo jamás necesidad de apoyo, éste era Pablo, con sus frecuentes viajes y penalidades. ¿A quién no le gustaría pedir dinero a los creyentes para reposar y recuperarse en la costa un par de semanas después de haber sido azotado con muchos azotes en Filipos? Aquí tenemos las cosas que Pablo sufrió por causa del Evangelio:

    “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos” (1 Co. 4:11-12).

    “...en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado. Tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como naufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Co. 11:23-27).

    Nunca Pablo ni los que estaban con él, ni siquiera una vez en todo lo que soportó por el Evangelio, publicaron sus necesidades ni pidieron dinero. Las únicas necesidades que publicó fueron las de los pobres en Jerusalén, y la única ofrenda que pidió fue para ellos. Para sus necesidades confiaba en Dios, su Padre celestial. Seguía las enseñanzas del Señor en Mateo 6. Leyendo en Corintios queda claro que Dios le dejó pasar a través de pruebas, pero nunca le falló. No debes pensar que Dios, para mantener su promesa, tiene que darte un nivel de vida cómodo y nunca dejarte perder una comida. Esto no concuerda con el seguimiento del Salvador, que se hizo pobre para que otros pudieran ser ricos. No es consistente con el llamamiento a “soportar penalidades como buen soldado de Jesucristo”. Tampoco concuerda con lo que hemos aprendido de la vida de Pablo. Las pruebas y las dificultades no son fracasos de parte de Dios, y no son señales de que deberíamos abandonar la vida de fe y comenzar a publicar y a pedirles ayuda a los hermanos. No rompas el silencio de la fe — confía que incluso en las pruebas Dios está contigo:

    “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Dt. 8:3).

    Anthony Norris Groves, George Müller y Hudson Taylor están entre los que han vivido para demostrar que la vida de la fe es posible, y su ejemplo ha afectado a muchos otros. Hermano, ¡se puede confiar en Dios — Él apoya la obra que manda! Pero la gran pregunta que sigue siendo repetida por los aspirantes a misioneros de hoy es: “¿Sigue funcionando esto?” “¿Puede esto funcionar en el siglo XXI?” “¿No deberíamos ser más realistas acerca de esto?”
    El problema con estas preguntas y otras como ésta es la palabra “esto”. “Esto” no es una técnica para conseguir fondos. “Esto” no es un estilo optativo de vida para el misionero. “Esto” no es un truco o método. Debido a que la vida de la fe es simplemente confiar en Dios, creyendo en Él, confiados en Sus promesas, dándole a conocer las necesidades a Él en secreto, y esperando que Él provea, deberíamos eliminar la palabra “esto”. Estamos hablando acerca de Dios. Así, “¿Actúa Dios?” “¿Puede Dios funcionar en el siglo XXI?” “¿No tenemos que ser más realistas acerca de Dios?” Parece que estas preguntas suenan diferentes cuando sacamos de ellas el impersonal “esto”. Alabado sea el Señor. Podemos confiar en El. Quizá la pregunta real y penosa que deberíamos considerar todos nosotros hoy es: “¿Queremos de veras confiar en Él?”
    Finalmente, consideremos estas observaciones de Hudson Taylor acerca de las finanzas y de la obra del Señor:

    “¿Y qué si Dios no fuera a enviar el dinero que necesitamos? Bien, podemos pasarnos sin el dinero, pero no podemos pasarnos sin Dios. Después de vivir sobre la fidelidad de Dios por muchos años, puedo dar testimonio de que las ocasiones de necesidad han sido ocasiones de una bendición especial. Os ruego que nunca hagáis ninguna petición por fondos, excepto a Dios en oración. Cuando nuestra obra se transforma en una obra de mendicidad, muere”.

Entrando en la “tierra prometida”

    No la de Israel, sino el lugar a donde el Señor te guía para servirle. La llegada será una mezcla de gozo y de tensión, la excitación de llegar finalmente allá junto con las tensiones de adaptarse a las diferentes costumbres y al idioma. No creas que tu vida de sacrificios y de verdadero discipulado ha terminado ahora que estás en el campo misionero: ¡En muchas maneras está sólo comenzando! Sé flexible. Ten disposición a ser enseñado. Está dispuesto a romper con antiguos hábitos y tradiciones, y sé como la gente a la que has venido a servir. Y mejor que la adaptación es la integración.
    Esto significará que en lugar de iniciar allí una pequeña colonia de tu patria, tendrás un hogar como él de los hermanos nacionales tanto como te sea posible. Y no hables otro idioma delante de ellos, porque es de mala educación y puede causar sospechas: "¿qué está diciendo que no quiere que sepamos?" podrían ellos pensar. Guárdate de la tendencia de reunirte con otros misioneros de continuo para hablar en la lengua materna, para discutir acerca de los locales, y para hablar con nostalgia acerca de la patria. ¡Intégrate!

    “Pues si hubiesen estado pensando en aquella [patria] de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver” (He. 11:15).

    Comienza en oración buscando sólidas amistades con los hermanos nacionales. Ellos te serán una gran fuente de valiosa ayuda para hacer la transición. Presta atención al acento de ellos. Estudia la forma en que se expresan. Observa como se visten, lo que comen y cuáles son sus cortesías. Intenta integrarte e identificarte con ellos, tal como Pablo significaba al decir:

    “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Co. 9:19).

    La vida sacrificial y el verdadero discipulado incluye el cambio de tus hábitos y tradiciones personales, desechando tus placeres y preferencias personales a fin de alcanzar a hombres y mujeres para el Evangelio. No estamos hablando de cuestiones doctrinales, sino de preferencias en el estilo de vida personal, etc. La rigidez en mantener tus horarios y distintivos culturales no te llevará a ninguna parte. El Señor no te envía a un lugar para estar criticando el país, enseñando a todos tu idioma madre, y haciendoles adaptarse a costumbres que traes de afuera. Recuerda esto y podrás hacer muchas amistades provechosas para el reino de Dios. Cuanto más puedas decir con verdad que algunos de tus mejores amigos son los nacionales, tanto más eficaz serás en tu ministerio entre ellos. El Señor del Cielo y de la Tierra se hizo hombre, fue a Israel, y escogió a doce nacionales para que estuvieran con Él, y para poderlos enviar. Selah.

Perfeccionando a los santos
 
Alguien ha observado con razón que un misionero extranjero eficaz nunca ha tenido un sucesor extranjero. Ésta es la pauta que vemos en hechos: plantar, levantar un liderazgo nacional, pasarlo a ellos, y seguir adelante. Ésta es la enseñanza de Efesios 4:11-12, y también que los obreros dotados instruyan a otros en la obra, en lugar de  tomar una posición permanente con otros que dependan de ellos. Si recuerdas esto, y te esfuerzas siempre en llevarlo a cabo, te irá bien a largo plazo. Estás para servir, y para darte en beneficio de ellos, no para ser servido.
    No vemos que Pablo actuara como anciano fijo en las asambleas que plantaba, ni a ninguno de los otros misioneros en Hechos. Tampoco fue “obispo” sobre varias iglesias. Procuraba dejarlas en manons de hombres espirituales dotados y competentes para el pastoreo. ¡Cuán importante es que creamos que Dios quiere emplear a los hermanos nacionales, y que esto no significa que se deje para un tiempo indefinido en el futuro lejano! Deben ser discipulados desde el mismo principio, tal como Timoteo fue instruido:

    “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2).

    El discipulado de hermanos nacionales y el depósito de confianza en ellos para que lleven a cabo la obra del ministerio deberían ser una empresa y una prioridad básicas. Por muchos años que pasemos entre ellos y cambios que hagamos para parecernos a ellos, nunca seremos nacionales. Esta ventaja es exclusivamente de ellos. ¡Qué gozo verles proseguir la obra del Señor como lo hicieron los tesalonicenses, proclamando la Palabra de Dios y siendo ejemplos en la fe (1 Ts.1:6-8)! Éste es el plan del Señor para la mies.

Puedes llegar allá desde aquí

    No es ni Patrick Henry, ni ningún otro humano, quien recluta para la obra misionera, sino el mismo Señor de la mies. Por Su Espíritu Él está buscando y llamando a creyentes entre nosotros que actúen como empalizada y cubran los huecos. Tú puedes ser uno, si el Señor te llama. Tú puedes ser un obrero en Su mies, si Él te envía. Tú puedes llegar allá desde aquí. Pero recuerda que la mies está en todas partes, no sólo en el extranjero. Alrededor tuyo hay una gran mies y puede que el Señor te quiere tener sirviendo allí mismo. Lo importante no es tanto dónde, sino donde Él quiere.
    La mejor de todas las bendiciones, sin embargo, no es la de llegar a la mies. Es descubrir que el Señor Jesús te ha precedido, y que allí, en tu trabajo en la viña, tienes grata comunión con Él. Esta comunión con Aquel que dejó el cielo para buscar y salvar a los perdidos es la especial bendición de la vida. Ninguna integración cultural por nuestra parte, ninguna privación que suframos, ni ningún trabajo que emprendamos para Él, será nunca igual a Su gran despojamiento por nosotros, desde el trono de la gloria hasta la cruz. Las palabras de Hebreos 12:3-4 son un especial aliento para nosotros para continuar considerándole a Él y aprendiendo de Él al servirle en el campo:

    “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” .

    Todos hemos sido llamados a la comunión con Él, el verdadero Misionero celestial. Pero para tener esta comunión debemos seguirle a donde Él va. Quien debe elegir siempre es Él.

    “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Jn. 12:26).

    No puede haber un mayor gozo para ningún cristiano que recibir honra del Padre por haber seguido y servido a Su amado Hijo. Aquí, entonces, tenemos el secreto de una vida que cuenta, la vida de grata comunión con el Salvador. No es un llamamiento a una guerra carnal por una causa pasajera, ni un llamamiento a la gloria de oropel de las galerías de la fama marchitable del mundo. «Sí alguno me sirve, sígame». Es un llamamiento a la comunión con el Señor Jesucristo sirviéndole, saliendo y uniéndonos a Él en Su gran obra de la cosecha de las almas, y de edificar Su gloriosa iglesia. Puedes unirte a Él en la mies. Puedes llegar allá desde aquí.

traducido originalmente por Santiago Escuain y publicado en 1991 por Christian Missions in Many Lands.
 

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