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jueves, 1 de abril de 2021

DEVOCIÓN CRISTIANA - Capítulo 1 - Anthony Norris Groves

 


Nota: El prefacio y la introducción del libro están en números anteriores de este blog, y el libro entero está disponible de LIBROS BEREA.


 1

EL SEÑOR CLARAMENTE ENSEÑÓ        QUE NO DEBEMOS  HACERNOS    TESOROS EN LA TIERRA


Comenzaré con el pasaje donde hallamos este precepto.

“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mt. 6:19-34).

    En el apéndice trataré las objeciones más comunes a la interpretación literal de este pasaje. Ahora debemos notar los puntos principales de este pasaje:

1. La importancia asignada al “ojo bueno” (v. 22), y la declaración de nuestro Salvador que las riquezas estorban la claridad y sencillez de la vista.

2. Cómo Dios cuida de las más bajas de Sus criaturas (vv. 26, 28), y Su provisión para los que no tienen naves ni graneros.


3. Nuestro Señor y Salvador así da a entender que Él tendrá mucho más cuidado y proveerá para los que singular y seriamente buscan el reino de Dios y Su justicia, aunque no tengan ahorros ni graneros (vv. 30-33).
 
4. Toda nuestra desconfianza y duda radica en lo que señala la expresión: “hombres de poca fe” (v. 30).

    El pasaje paralelo en Lucas es verbalmente casi igual. Sin embargo, es más llamativo porque comienza con una advertencia tomada de la conducta del “hombre rico” que al contemplar toda su provisión exclamó: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años”, pero Dios le respondió: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc. 12:16-21). Concluye con una exhortación distinta a la del evangelio de Mateo. En Mateo dice “No os hagáis tesoros”, pero en Lucas dice: “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye” (Lc. 12:33).

¿PERO REALMENTE DESEA  EL SEÑOR QUE TOMENOS LITERALMENTE SU MANDAMIENTO?

    Normalmente a todo pasaje como éste, suelen responder que no debemos tomar literalmente esas exhortaciones. Dicen que debemos considerarlas como declaraciones generales, fuertes sí, pero solo en apariencia, como hipérbole, para causar énfasis. Así que, para discernir su verdadero significado, examinemos la evidencia hallada en las palabras y la conducta de nuestro bendito Señor y Sus apóstoles en algunos casos relacionados con esa cuestión.

EL CASO DEL JOVEN RICO DEMUESTRA QUE LA ENSEÑANZA DE CRISTO EN CONTRA DE HACER TESOROS ERA LITERAL.

    Cuando el joven rico se acercó y preguntó qué cosa buena podía hacer para heredar la vida eterna, nuestro Señor primero mencionó varios mandamientos de la ley, y luego dijo:

“Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico. Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Y los que oyeron esto dijeron: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Entonces Pedro dijo: He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido. Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lc. 18:22-30).

PODEMOS CREERLE LITERALMENTE Y CONFIAR EN ÉL PARA LAS CONSECUENCIAS.

    Así fue el juicio de Aquel en quien creemos que “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3), que “sabía lo que había en el hombre” (Jn. 2:25), y conocía todas las influencias secretas que gobernaban su corazón. Conocemos Su advertencia, que “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Lc. 18:25). ¿Nos atrevemos a oponernos o desechar Su solemne juicio y esforzarnos para acumular riquezas y bienes? ¿Así impediremos nuestro rumbo al cielo y el de los pequeñitos que el Padre celestial ha puesto a nuestro cuidado? Quizás por nuestra obediencia al mandato divino moriremos y dejaremos a nuestras familias en una situación difícil (no digo de desdicha), pero esa posibilidad no debe causarnos ansiedad. En tal caso nuestra fe  debe apoyarse y consolarse de las declaraciones y verdades bíblicas como éstas:

    (l) el Autor de nuestra salvación fue perfeccionado “por aflicciones”, y “por lo que padeció aprendió la obediencia” (He. 2:10; 5:8).

    (2) El apóstol Pablo afirmó que “nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza, y la esperanza no avergüenza” (Ro. 5:3-5).

    (3) Los apóstoles se describieron así: “como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Co. 6:10).

 
¿NOS ATREVEMOS A SUFRIR LOS TRISTES RESULTADOS DE LA DESOBEDIENCIA A SU MANDAMIENTO?
 
    Consideremos las consecuencias. Si acumulamos y atesoramos para dejar tesoros a nuestra familia, la ponemos en una situación que nuestro Señor declara difícil o imposible para que sean salvos. Por fe aceptamos la terrible declaración: “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Entonces, si un padre cristiano ha actuado para atesorar y asegurar la situación futura de su familia, esto debe causarle alarma, tristeza y aflicción en sus últimas horas de vida. Y esos sentimientos podrían cambiar en angustia cuando reconoce que sus hechos de guardar riquezas fueron en contra de la solemne amonestación divina. Sentirá angustia cuando piense que si hubiera dedicado y ofrendado ese dinero a su Señor y Rey, podría haber provisto de pan de vida a algunos de los cientos de millones que yacen en tinieblas, desesperación y pecado porque todavía no les ha nacido el Sol de justicia con salvación en Sus alas (Mal. 4:2).


ES PRÁCTICAMENTE IMPOSIBLE TENER RIQUEZAS SIN CONFIAR EN ELLAS.

    Si consideramos sin prejuicio las palabras de nuestro Salvador, nos conducirán a este sentir. Puede que algunos argumenten que eso no es así, o creen que son excepciones. Intentan apoyar su afirmación en otra – que el amor a las riquezas era el fallo peculiar solo de ese joven cuya conducta provocó al Señor a hablar así. Pero debemos observar con cuidado que Él no dijo: “¡Cuán difícilmente entrará en el reino de Dios este hombre que tiene riquezas! — sino utilizó términos más generales: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” El pasaje paralelo, Marcos 10:24 dice: “los que confían en las riquezas”, y algunos se consuelan pensando que está bien tenerlas con tal que no confían en ellas. Piensan que la palabra “confían” suaviza la severidad de la declaración del Salvador. Pero se equivocan. A éstos les convendría ver el contexto del pasaje que contiene esa expresión:  

“Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aun más, diciendo entre sí: ‘¿Quién, pues, podrá ser salvo?’” (Mr. 10:23-26).

    En el verso 23 el Señor afirma que es casi imposible que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios. Al observar el asombro de Sus discípulos, les explica la razón por Su juicio tan severo, y nombra la causa de la gran dificultad y casi imposibilidad de los ricos. Es casi imposible que un rico entre en el reino de Dios porque confía en sus riquezas. La expresión no fue introducida para hacer las riquezas parecer menos peligrosas al poseedor, sino para explicar por qué son tan peligrosas. La repetición de la declaración general, en términos tan fuertes como en el verso 25, demuestra que esto es lo que el Señor quería decir. El aumento del asombro de los discípulos indica que ése es el sentido correcto. Es evidente que por esa explicación ellos no pensaron que el caso de los ricos era menos desesperado o deplorable, porque responden clamando: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” Obviamente es la expresión de hombres que vieron las dificultades confirmadas, no quitadas ni reducidas, por la respuesta del Señor.
    Por lo tanto, el sentido sencillo del pasaje parece ser así: El peligro de las riquezas es que los que las tienen confían en ellas, y por eso no quieren deshacerse de ellas. Y la dificultad en poseerlas y no confiar en ellas para felicidad y protección es igual como intentar pasar un camello (literal) por el ojo de una aguja (literal). Así que: “No os hagáis tesoros en la tierra...porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).

EL BIEN QUE PODRÍAN HACER LAS RIQUEZAS PROHIBE EL PENSAMIENTO DE GUARDARLAS.

    Aquel cuya alma ha sido alcanzada por el amor de Cristo no mira esta cuestión solo en relación consigo mismo. Mira las riquezas, y cualquiera otra dádiva, como medio por el cual extender el Nombre del Señor o alimentar y cuidar de los Suyos y así rendirle gloria. No es asunto de ley, sino de oportunidad dorada. Los afectos desean aprovecharla para aportar algo de alabanza y honra al Señor, para la gloria de Dios Padre. Él ha ganado nuestros corazones y tiene derecho al dominio indiscutido de Sus santos.

LA COMENDACIÓN DE CRISTO A LA VIUDA POBRE ENSEÑA QUE DESEA QUE TOMEMOS LITERALMENTE SU MANDAMIENTO.

    Pasamos de observar la conducta de aquel joven rico a considerar ahora el comentario notable del Señor sobre la caridad de la viuda pobre. En Marcos 12:41-44 leemos:
    
“Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”.
 
    En la estimación del mundo, nada podría ser más imprudente o incorrecto que la conducta de ella; y me temo que pocos de nosotros tendrían el valor de elogiar o recomendar a uno que siguiera su ejemplo. Pero, ¿cómo juzga el asunto nuestro Señor, el que no juzga según las apariencias sino con justo juicio? Él observa que ella actúa muy de acuerdo con Su precepto de no guardar para sí. No señala a Sus discípulos el peligro de actuar como ella, ni dice que no tomen literalmente Sus palabras, como luego dijo a Pedro respecto a la espada. Al contrario, señala cuidadosamente la peculiaridad y grandeza sin igual de su sacrificio. Les invita a admirar lo que ella hizo. Los ricos echaron de su abundancia, mucho. Pero después de sus ofrendas todavía eran ricos. En contraste, ella de su penuria echó poco, pero era todo lo que tenía, todo su sustento. Los ricos no suelen hacer esto.


LOS APÓSTOLES MOSTRARON POR SU CONDUCTA QUE TOMARON LITERALMENTE LA AMONESTACIÓN DEL SEÑOR.  

    Vamos un paso más adelante y averiguamos en qué sentido los apóstoles entendieron el mandamiento del Señor que estamos considerando. Su conducta y la de sus seguidores está registrado por Lucas en los Hechos de los Apóstoles:

“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hch. 2:44-46).

“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch. 4:32, 34-35).

ENTONCES, ¿CÓMO RAZONAREMOS PARA DECIR QUE LA ENSEÑANZA DEL SEÑOR SOBRE LAS RIQUEZAS NO SE APLICA A NOSOTROS?

    ¿Con qué argumentos puede cualquiera aseverar que esa “unión de corazón y alma” que Hechos describe no es tan importante ahora para nosotros como era para los cristianos primitivos? Si esa comunidad de corazones y posesiones fue según la mente del Espíritu entonces, ¿pero no ahora? El precepto regía la conducta de nuestro Señor; Él exhortaba así al “joven rico” y luego aprobó la conducta de la viuda pobre. Además, para apoyarlo más y animarnos, tenemos el ejemplo de los apóstoles y todos los que creyeron en Jerusalén. Los apóstoles al salir para servir con Cristo dijeron en verdad: “lo hemos dejado todo, y te hemos seguido” (Mt. 19:27). Y de los demás creyentes en Jerusalén se escribió que “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía” (Hch. 4:32).

DEBEMOS COMPARTIR CON OTROS CUALQUIER COSA QUE RECIBAMOS EN EXCESO DE NUESTRAS NECESIDADES CORRIENTES.

    Hago este inciso aquí, que esa conducta no necesita la institución de un fondo común, administrado por hombres. Más bien se trata de la identificación de cada creyente con sus hermanos, como parte de la comunión, siendo mutuamente conscientes de sus necesidades (sin que tengan que pedirle). Se goza en ayudar en el bienestar de ellos como si fuera la suya. Esto es amar al prójimo (hermano) como a uno mismo. Esta simpatía de los miembros de la santa familia, unos por otros, es remarcada e ilustrada hermosamente por el apóstol Pablo.


“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos... Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2 Co. 8:9, 13-15).  

    Como entonces la abundancia de uno suplía la escasez de otros, así también ahora, cualquier abundancia que Dios nos concede más allá de nuestras necesidades corrientes debe ser estimada como bendita oportunidad para aliviar las necesidades temporales y espirituales de otros, no para gastar en nosotros ni para atesorar para el día de mañana.

NO HAY MODO DE EVITAR EL SENTIDO LLANO DE LAS PALABRAS DEL SEÑOR.

    Nuevamente pregunto: ¿cómo podemos evadir la aplicación a nosotros hoy de todos esos preceptos, exhortaciones, advertencias y ejemplos? ¿Hay en las Santas Escrituras alguna limitación al tiempo para ejercer el amor que distinguía a la iglesia primitiva? ¿No son la humillación y el sufrimiento características de esta dispensación, así como en la vida de Aquel que la comenzó? ¿No traen grandes bendiciones la crucifixión del yo y sus intereses egoístas? ¿No debemos manifestar el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús? Declárenlo las disputas y divisiones en la Iglesia del Señor, y los más de 600.000.000 que nunca han oído de la salvación por la sangre del Jesucristo. ¿Qué dirían los representantes de las sociedades misioneras que viajan de un lado a otro en su tierra para recolectar una escasa miseria de ofrendas de cristianos reticentes? ¡Y es peor todavía cuando piden ayuda de los inconversos y deshonran la causa de Dios, como los israelitas que descendieron a los filisteos para afilar sus azadones y hachas (1 S. 13:20)!
    ¿Cuál es, entonces, la base de sus evasivas? Dicen: “Oh, pues, aquellos eran tiempos apostólicos y del comienzo de la iglesia”. ¿Puede haber una razón más fuerte para seguir sus pisadas? ¡Eran apóstoles y por lo tanto nuestros ejemplos! Además de los incentivos morales, tenían poderes milagrosos. Nosotros solo tenemos los incentivos morales, y por eso es más importante responder a ellos. No tenemos poderes milagrosos sino solo la influencia silenciosa del Espíritu Santo operando en nuestra conciencia. Alguien preguntará: “Los apóstoles recibieron los poderes milagrosos para avanzar el cristianismo, ¿y no podían usarlos también para su bienestar personal, para evitar la pobreza, el dolor y la preocupación?” Respondo con las palabras del apóstol Pablo: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija”. “...En trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (1 Co. 4:11; 2 Co. 11:27). Para los apóstoles el ser “dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” de Aquel que murió por ellos fue motivo de gloriarse y regocijarse (Hch. 5:41). Sus sufrimientos y sacrificios resultaron muy eficaces para la conversión de otras personas. Dirigieron la atención a Aquel que ellos amaban y por quién con gozo sufrieron la pérdida de todas las cosas. Sintieron los efectos saludables en sus propias almas, viendo la bendición de la conversión de otras almas. Miraron más allá de las cosas visibles, las temporales, y vieron el “más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17) que obraron sus padecimientos. Sabían que, si sufrieran con su Señor, también reinarían con Él (2 Ti. 2:12).

LA OBEDIENCIA AL MANDAMIENTO DEL SEÑOR CONTRIBUYÓ AL ÉXITO DE LOS APÓSTOLES.
    
    Los textos comentados demuestran que los apóstoles tomaron literalmente el mandamiento del Señor respecto a las riquezas y los bienes. También nuestro Salvador vivió así, de modo que casi parece innecesario decir más. Mi único deseo es abrir los ojos de los que aman a su Señor y Maestro de corazón puro y ferviente, para que comprendan Su mente respecto al tema de este pequeño libro. No deseo solo que dinero, tiempo y talentos sean traídos al servicio externo de Cristo. Deberían ser el incienso de alabanza y acciones de gracias “al que nos amó, y nos lavó [lit. “soltó”] de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (Ap. 1:5-6). Lo que Él desea de Sus redimidos no es ofrendas presionadas, sino homenaje y tributo voluntario de corazones que le reconocen como Señor de todo, y confían en Él.
    Ciertamente no es necesario comentar o juzgar el sentido de ciertos autores que eliminarían nuestra obligación práctica. Sus sentimientos y razones son los de nuestra naturaleza. Pero hay algo importante que debemos reconocer. Tenemos una naturaleza vieja, de la tierra, así como una nueva, del cielo. Así que, es necesaria la más completa declaración para que podamos parar en todo momento a Satanás con “Escrito está”. Cuando dejando las opiniones reconocemos una verdad, tenemos la obligación de actuar, aunque vaya en contra de nuestra constitución terrenal. El admitir y recibir la verdad que estamos considerando, acerca de los tesoros – las riquezas – es como poner hacha a la raíz de muchos afectos y deseos. Muchos de ellos son tan agradables que apenas nos permitimos dudar si son de Dios o no.
    Por eso proseguiremos nuestro tema, y demostraremos que recibir esta verdad preparó el camino para el éxito de los apóstoles. Les desató y libró para seguir a Aquel que les había llamado a ser soldados. Puede también dar grandes resultados en nuestros días, así como en aquel entonces, por la gracia de Dios. Surge siempre de Cristo en nosotros, “la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Tenemos la certeza de Su presencia ahora, y la gloria en el futuro, y deseamos serle agradables. Nos ayudará tanto en nuestros aparentes fracasos como en nuestros aparentes éxitos ante el mundo. Pase lo que pase, podemos manifestar a Cristo y el espíritu de Su reino. Así seremos un grato olor de Cristo a Dios, sea que reciban nuestro testimonio o lo rechacen, aunque tengamos que predicar como Noé ciento veinte años sin que ninguno nos haga caso.

continuará, d.v.

este libro está disponible de Libros Berea (berealibros)

jueves, 4 de marzo de 2021

DEVOCIÓN CRISTIANA: La Interpretación Literal de Mateo 6:19-21

por Anthony Norris Groves


Prólogo


Anthony Norris Groves (1795-1853), era un acaudelado dentista que abandonó el lujo y las riquezas en Inglaterra y salió con su esposa y dos hijos para predicar el evangelio a los musulmanes en Bagdad en 1829. En 1825, antes de renunciar a todo y salir, él escribió este libro para manifestar sus creencias y contestar las objeciones que muchos le presentaron. Luego, estando en Bagdad, en 1831 hubo guerra civil, plaga, inundaciones y hambre, y murieron su esposa Mary y su hija recién nacida. En 1834 volvió a Inglaterra, se casó nuevamente, y luego en 1836 fue con su familia a la India.
    Groves creía que se debe usar el Nuevo Testamento como manual único para las misiones. Dio ejemplo con su vida y ministerio. Puso en práctica los principios de la devoción cristiana que aboga en esta obra, y demostró la posibilidad y bendición de aceptar literalmente las enseñanzas del Señor. Esto luego tuvo gran impacto en la vida de Jorge Müller, y luego a través de él, en la vida de Hudson Taylor que fue misionero en China.
    Este libro viene de la segunda edición de su obra, publicada en Londres en 1929 que luego fue incluido en 1939 en la biografía escrito por G. H. Lang: Anthony Norris Groves, Saint and Pioneer (“Anthony Norris Groves, Santo y Pionero”).
    Posteriormente fue publicado en los Estados Unidos con títulos agregados a los párrafos, y las referencias a algunas citas bíblicas del autor, para ayudar al lector. En este mismo sentir de ayudar al lector hemos realizado algunos leves cambios gramaticales, y simplificado algunas frases complejas y arcaicas del estilo literario del siglo XIX. Pero no se ha alterado el contenido del mensaje del hermano Groves. El motivo no ha sido otro que facilitar su comprensión por los lectores modernos, pues “...Si...no diereis palabra bien comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís?” (1 Co. 14:9). 

 

Prefacio Del Autor


    Al entregar esta segunda edición, cuatro años después de la primera, quiero declarar que no he abandonado estos preceptos. Antes al contrario, en mi experiencia cotidiana, todo lo que observo de la historia de los que reciben o bien rechazan esta enseñanza, tiende a fortalecer mis convicciones. Esto es, que estos preceptos del bendito Señor manifiestan un infinito y profundo conocimiento del corazón humano y sus motivaciones. Todavía creo que Él quiso decir sencilla y exactamente lo que dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra”, etc. Cuando por fe recibimos esta doctrina, es como colirio (Ap. 3:18) que maravillosamente aclara nuestra visión espiritual. El que pueda, que la reciba.
    Ciertamente muchos dicen que han sido influidos por ella; más de lo que esperaba. Los frutos que dan son como uvas del valle de Escol (Nm. 13:23-24). Sin embargo, seguramente el tiempo manifestará si es así, y el Señor será el juez.
    Las objeciones principales en contra de la interpretación literal de las palabras del Señor parecen organizarse bajo tres puntos.

(1) Este principio reduciría la influencia de la iglesia;
(2) Dejaría a los hijos sin provisión, y
(3) Requeriría que los que tienen propiedades las vendan, y no se daría por satisfecho con la ofrenda de los intereses o las ganancias derivadas de esas propiedades.

    Pero mi responsabilidad no es las consecuencias del precepto, sino con el precepto mismo. A mi juicio esas objeciones manifiestan una desconsideración total del gobierno del Señor sobre Su iglesia y pueblo, parecida a la de los incrédulos.
    Con la ayuda del Señor respondo a la primera objeción, acerca de la influencia. Consideremos la diferencia entre lo que es cristiano, lo mundano que opera en los del mundo, y luego la mundanalidad que los creyentes a veces manifiestan. El oro puro de la influencia cristiana es una manifestación de la mente de Cristo, nacida del amor de Cristo en el alma. No debe ser martillado para cubrir lo mundano – títulos, honores, rangos, riquezas, estudios y poder secular en el mundo. Cuando hacen eso, si rascamos, en seguida vemos otra cosa debajo de esa capa fina y brillante. No es oro celestial sino bronce mundano. Si evitáramos esas cosas mundanas, cuán diferentes podrían ser los grupos y “ministerios” religiosos constituidos supuestamente para extender el reino de Cristo.
    Respecto a los otros dos puntos, podemos responder con un argumento general. El principio del gobierno de Dios es paterno, y por eso Su objetivo principal es desarrollar en nosotros el carácter de hijos queridos. El rasgo esencial es la dependencia ilimitada. La otra cara es el carácter paterno de Dios que promete cuidar de los Suyos. La más pequeña violación de nuestra dependencia diaria en Él para provisiones temporales o espirituales afecta Su honor. 

[Nota del editor: Esto no quiere decir que no trabajemos, sino que confiemos en nuestro Padre celestial para las fuerzas y la destreza necesarias para ese trabajo, haciendolo para Su gloria. Véanse Efesios 4:28 y 2 Tesalonicenses 3:10-12.]

 
    Luego, respecto a nuestros hijos, David sabía que no tendrán que mendigar pan (Sal. 37:25). Había sido joven, y llegó a la vejez, pero nunca había visto tal cosa. Dudar de la provisión de Dios es sospechar la perfección de Su carácter paterno. Nuestro Señor afirmó: “Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mt. 6:32). Por eso promete: “todas estas cosas os serán añadidas”. ¿Qué otra promesa necesitamos?
    En lo referente a los bienes, las fincas y propiedades, si sabemos que nuestro amante Padre celestial suplirá toda nuestra necesidad, cuanto antes nos libramos de esas cosas y las distribuimos, mejor para Su honor y servicio. Entonces tendremos toda la felicidad de ver los bienes gastados para la gloria de Aquel de quien son, ya que de tales cosas solo somos mayordomos, no dueños. De otro modo, no sabemos qué pasará si muriéseamos mañana. No sabemos si esos bienes que guardamos, esos tesoros que hicimos en la tierra, caerán en manos de sabios o necios. Si terminara nuestra vida después de vender y ofrendar solo parte de esos bienes, luego podría entrar un necio y gastar todo lo que resta, quizás para Satanás y la corrupción del mundo.
    Pero algunos citan 1 Timoteo 6:17 y dicen: “¿No nos da Dios todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos?” Sí, hermanos, pero sería degradante si los miembros del reino de Cristo disfrutaran sus bienes consumiéndolos en sus propios deseos, como hacen los del reino de Satanás, en lugar de usarlos para la exaltación de su Señor y Redentor. Estemos seguros, queridos amigos, que cuanto antes veamos nuestras riquezas apropiadas para el servicio y la gloria de Dios, mejor. Porque una vez ofrendadas, están con el Señor, y el mundo, la carne y el diablo juntos no pueden hacerlas volver. Además, el Señor no nos permitiría desearlas de nuevo. Él en gracia recibirá nuestro débil servicio, y nos recompensará en la luz de Su rostro y la certeza secreta en nuestra alma que nuestra devoción cristiana le ha sido aceptable y grata.

– A.N.G.    1829

continuará, d.v.

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lunes, 11 de diciembre de 2017

Tacañaría y Codicia



Estas dos palabras están vinculadas porque son opuestas. Ser codicioso es tener o mostrar un deseo intenso y egoísta por algo. Ser tacaño es la indisposición de dar algo que se tiene. Las dos veces que la palabra ‘codicia’ se usa en el Nuevo Testamento tiene que ver con el dinero. Pablo le dijo a Timoteo que un hombre culpable de ser “codicioso de ganancias deshonestas” no está calificado para ser anciano o diácono entre el pueblo de Dios (1 Ti. 3.3, 8; Tit. 1.8). Sin embargo, la codicia y la tacañería van más allá del dinero, e incluyen todo lo material.
    No nos sorprende que de las 19 características que marcan a los hombres en los últimos días (2 Ti. 3) la expresión “amadores de sí mismos” encabece la lista. La frase es una sola palabra en el griego (philautos), y significa “egoísta”. La segunda característica, la "avaricia", significa “amador del dinero” (philarguros). William MacDonald comenta que “el apóstol ofrece ahora a Timoteo una descripción de las condiciones que existirán en el mundo antes de la venida del Señor. Se ha observado a menudo que la lista de pecados que sigue es muy similar a la descripción de los impíos paganos en Romanos 1. Lo destacable es que las mismas condiciones que existen entre los paganos en su estado salvaje e incivilizado son las que caracterizarán a los profesos creyentes en los últimos días.
     ¡Qué solemne pensar en esto! Tal vez lo que nos debería preocupar es que estos temas se estén tocando en una revista dirigida principalmente a lectores cristianos. ¿Hay evidencia de que estas cosas predominen entre nosotros? Con frecuencia cometemos el error de juzgar lo que es pecado comparando nuestra actitud y acciones con las de los impíos, o incluso con las de los que profesan ser creyentes.
     Mientras no vivamos al mismo nivel de exceso que ellos nuestra
consciencia está tranquila. ¿No es nuestro estándar la Palabra de Dios, y nuestro ejemplo el Señor Jesucristo? ¿Nos habremos acostumbrado a la mentalidad de la cultura occidental, que hay los que sí tienen y los que no tienen? Aunque el Señor dijo que los pobres siempre estarían con nosotros (Mt. 26.11), también enseñó que “al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”, Mateo 5.42.
     A veces, para entender algo es útil observar lo opuesto. El Señor Jesús, en Lucas 21, les enseñó a sus seguidores una lección sobre cómo dar. Mientras observaba a los ricos echando sus donativos en el arca de las ofrendas, también vio a una viuda que echó dos blancas. Y dijo: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos, porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”, Lc. 21.3-4.
     En otra ocasión el apóstol Pablo les escribió a los creyentes en Corinto y les habló de las iglesias de Macedonia, que “en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas”, (2 Co. 8.2-3). Estos creyentes entendían el principio de dar, sabiendo que si daban todo, Dios en su gracia supliría lo necesario para sus necesidades. Fíjese cómo termina: “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”, (2 Co. 8.5). Esta enseñanza de sacrificio propio se veía desde los primeros días de la iglesia.  Lucas destaca: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”, (Hch. 4.32, 34-35). Fíjese que no fue una repartición arbitraria ni igualitaria de todas las posesiones, sino según la necesidad. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3.17).
     El principio de dar va incluso más allá del dinero y los bienes materiales. Hay una palabra en la Biblia cuyo significado tenemos que volver a aprender. La palabra es “consagración”. Es el acto de darnos o dedicarnos a nosotros mismos a algo, o a otro. Fíjese en el lenguaje de David en 1 Crónicas 29 al contemplar la posibilidad de edificar una casa para el Señor. “Yo con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios... Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario... ¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?... Entonces los jefes de familia, y los príncipes de las tribus de Israel, jefes
de millares y de centenas, con los administradores de la hacienda del rey, ofrecieron voluntariamente”, (1 Cr. 29.1-5). ¿Pudiéramos sugerir que dar de nuestro tiempo es de igual o mayor valor para Dios que aun nuestro dinero y posesiones materiales? Podemos aprender mucho del ejemplo de una generación de creyentes antigua, que tenía un entendimiento diferente de lo que significa ser parte de una asamblea a lo que se ve hoy en día. Congregarse al Nombre del Señor era mucho más que sólo “asistir a veces a la iglesia”. Era su vida. Y de aquellas reuniones emanaba una vitalidad de servicio y sacrificio que solo podía venir de su apreciación de Cristo y del lugar de su Nombre.
     Hagamos caso a las palabras del Señor Jesús en Mateo 6.19-21, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
por Jack Coleman, Hatboro, EE.UU
este artículo viene del "Mensajero Mexicano", nº 103,


domingo, 20 de noviembre de 2016

¿CÓMO ESTÁN NUESTROS OJOS?


Mateo 6:22-23  "La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?"

Jesús veía que sería difícil para Sus seguidores ver cómo podría funcionar Su nada convencional enseñanza sobre la seguridad para el futuro. De modo que usó una analogía del ojo humano para enseñar una lección acerca de la percepción espiritual. Dijo que el ojo es la lámpara del cuerpo. Es por medio del ojo que el cuerpo recibe iluminación y puede ver. Si tu ojo es sano (RVR77 margen), todo tu cuerpo queda inundado de luz; pero si tu ojo es maligno, entonces la visión queda dañada. En lugar de luz, lo que hay es tinieblas.
La aplicación es como sigue: El ojo sano pertenece a la persona que tiene motivos puros, que tiene un deseo sencillo por los intereses de Dios, y que está dispuesto a aceptar literalmente las enseñanzas de Cristo. Toda su vida está llena de luz. Cree las palabras de Jesús, abandona las riquezas terrenales, guarda sus tesoros en el cielo y sabe que ésta es su única y verdadera seguridad. Por otra parte, el ojo maligno pertenece a la persona que está tratando de vivir para dos mundos. No quiere soltar sus tesoros terrenales, pero quiere también tesoros en el cielo. Las enseñanzas de Jesús le parecen imprácticas e imposibles. Carece de una guía clara, porque está lleno de tinieblas.

William MacDonald, de su Comentario Bíblico (CLIE)

viernes, 18 de noviembre de 2016

Las Excusas: Torciendo Las Escrituras Para Justificarnos

escribe William MacDonald


“...los indoctos e inconstantes tuercen... las otras Escrituras para su propia perdición” (2 Pedro 3:16b).

    El Dr. P. J. Van Gorder acostumbraba hablar de un letrero, colocado fuera de una carpintería, que decía: “Se hacen toda clase de torceduras y vueltas”. Los carpinteros no son los únicos que sirven para esto; muchos que profesan ser cristianos también tuercen y dan vueltas a las Escrituras cuando les conviene. Algunos, como dice nuestro versículo, tuercen las Escrituras para su propia perdición.
    Todos somos expertos para justificar, es decir, excusar nuestra desobediencia pecaminosa ofreciendo elogiosas explicaciones o atribuyendo motivos dignos a nuestro proceder. Intentamos torcer las Escrituras para que se acomoden a nuestra conducta. Damos razones plausibles aunque falsas que den cuenta de nuestras actitudes. Aquí hay algunos ejemplos.
    Un cristiano y hombre de negocios sabe que está mal recurrir a los tribunales contra otro creyente (1 Co. 6:1-8). Más tarde, cuando se le pide cuentas por esta acción, dice: “Sí, pero lo que él estaba haciendo estaba mal, y el Señor no quiere que se quede sin castigo”.
    Mari tiene la intención de casarse con Carlos aún cuando sabe que él no es creyente. Cuando un amigo cristiano le recuerda que esto está prohibido en 2 Corintios 6:14, ella dice: “Sí, pero el Señor me dijo que me casara con él para que así pueda guiarle a Cristo”.
    Sergio y Carmen profesan ser cristianos, sin embargo viven juntos sin estar casados. Cuando un amigo de Sergio le señaló que esto era fornicación y que ningún fornicario heredará el reino de Dios (1 Co. 6:9-10), se picó y replicó: “Eso es lo que tú dices. Estamos profundamente enamorados el uno del otro y a los ojos de Dios estamos casados”. 
     Una familia cristiana vive en lujo y esplendor, a pesar de la amonestación de Pablo de que debemos vivir con sencillez, contentos con tener sustento y abrigo (1 Ti. 6:8). Justifican su estilo de vida con esta respuesta ingeniosa: “Nada hay demasiado bueno para el pueblo de Dios”.
    Otro hombre de negocios codicioso, trabaja día y noche para amasar ávidamente toda la riqueza que puede. Su filosofía es: “No hay nada de malo con el dinero. Es el amor al dinero la raíz de todo mal”. Nunca se le ocurre pensar que él podría ser culpable de amar al dinero.
    Los hombres intentan interpretar sus pecados mejor que lo que las Escrituras les permiten, y cuando están resueltos a desobedecer la Palabra y esquivarla como puedan, una excusa es tan buena (o mala) como la otra. 
de su libro DE DÍA EN DÍA (CLIE)

viernes, 1 de agosto de 2014

Mandatos A Los Ricos

1 Timoteo 6:17-19
17  A los ricos de este siglo manda que no sean altivos, ni pongan la esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo, que nos da todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos.
18  Que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos;
19  atesorando para sí buen fundamento para lo por venir, que echen mano de la vida eterna.

Sobre este texto William MacDonald escribe en MANUAL DEL DISCÍPULO:

Al terminar esta sección, Pablo le dice a Timoteo que se encargue de aquellos que son ricos en este mundo. Que no deberían ser orgullosos ni arrogantes, ni confiar en las riquezas inciertas. Más bien su confianza debe estar en el Dios vivo, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Esta última expresion: "el cual nos da abundantemente para que las disfrutemos" a menudo se ha usado para justificar la acumulación de riquezas. Pero el siguiente versículo lo explica todo muy bien.
    No disfrutamos el dinero cuando se apila en el banco, sino cuando lo usamos para hacer lo bueno, para distribuir a los necesitados, y para compartir con nuestros prójimos menos afortunados. De esa forma, amontonamos una gran recompensa en el mundo venidero, y disfrutamos una vida que ciertamente es vida.
¿Qué concluimos? Ronald Sider nos lo dice en su libro, Rich Christians in an Age of Hunger ("Cristianos Ricos en una Época de Hambre"):
El rico necio es el epítome de la persona codiciosa. Él tiene una compulsión avara para adquirir más y más posesiones a pesar de que no las necesita. Y este éxito fenomenal de apilar más y más posesiones conduce a la conclusión blasfema que las posesions pueden satisfacer sus necesidades. Pero desde la perspective divina, esta actitud es una tremenda locura. Él no es más que un necio.

En nuestros días el problema no es tanto que los creyentes no estén de acuerdo con estos pensamientos, sino que piensan que no son aplicables a ellos. Piensan que el rico es alguien que tiene más que ellos. De ese modo se excluyen, pensando que la aplicación es buena pero es para otra persona. Esto les permite seguir ahorrando, amontonando, comprando, adquiriendo, edificando, etc. Cada vez tienen más. Pero el mandamiento apostólico es que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos. Dios les confía las riquezas para que sean canales, no almacenes. Deben vivir y ofrendar sacrificadamente, gozosos en el Señor por el privilegio de ser usados por Él para ayudar a otros. Pero en algunos casos, después de ofrendar, todavía viven más comodamente y con más riquezas y bienes que los demás. Su nivel de vida es diferente, más alta. Son ricos, lo reconozcan o no. Si han usado las riquezas para subir y adquirir, no han entendido su propósito. Ahora bien, no es malo en sí heredar riquezas, o ganarlas a pulso trabajando y administrando bien sus gastos. Pero quedarse con las riquezas es otra cosa. Hemos de hacer tesoros en el cielo, no en la tierra (Mt. 6:19-21).