por Anthony Norris Groves
Prólogo
Anthony Norris Groves (1795-1853), era un acaudelado
dentista que abandonó el lujo y las riquezas en Inglaterra y salió con
su esposa y dos hijos para predicar el evangelio a los musulmanes en
Bagdad en 1829. En 1825, antes de renunciar a todo y salir, él escribió
este libro para manifestar sus creencias y contestar las objeciones que
muchos le presentaron. Luego, estando en Bagdad, en 1831 hubo guerra
civil, plaga, inundaciones y hambre, y murieron su esposa Mary y su hija
recién nacida. En 1834 volvió a Inglaterra, se casó nuevamente, y luego
en 1836 fue con su familia a la India.
Groves creía que se debe
usar el Nuevo Testamento como manual único para las misiones. Dio
ejemplo con su vida y ministerio. Puso en práctica los principios de la
devoción cristiana que aboga en esta obra, y demostró la posibilidad y
bendición de aceptar literalmente las enseñanzas del Señor. Esto luego
tuvo gran impacto en la vida de Jorge Müller, y luego a través de él, en
la vida de Hudson Taylor que fue misionero en China.
Este libro
viene de la segunda edición de su obra, publicada en Londres en 1929 que
luego fue incluido en 1939 en la biografía escrito por G. H. Lang:
Anthony Norris Groves, Saint and Pioneer (“Anthony Norris Groves, Santo y
Pionero”).
Posteriormente fue publicado en los Estados Unidos
con títulos agregados a los párrafos, y las referencias a algunas citas
bíblicas del autor, para ayudar al lector. En este mismo sentir de
ayudar al lector hemos realizado algunos leves cambios gramaticales, y
simplificado algunas frases complejas y arcaicas del estilo literario
del siglo XIX. Pero no se ha alterado el contenido del mensaje del
hermano Groves. El motivo no ha sido otro que facilitar su comprensión
por los lectores modernos, pues “...Si...no diereis palabra bien
comprensible, ¿cómo se entenderá lo que decís?” (1 Co. 14:9).
Prefacio Del Autor
Al entregar esta segunda edición, cuatro años después de la primera, quiero declarar que no he abandonado estos preceptos. Antes al contrario, en mi experiencia cotidiana, todo lo que observo de la historia de los que reciben o bien rechazan esta enseñanza, tiende a fortalecer mis convicciones. Esto es, que estos preceptos del bendito Señor manifiestan un infinito y profundo conocimiento del corazón humano y sus motivaciones. Todavía creo que Él quiso decir sencilla y exactamente lo que dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra”, etc. Cuando por fe recibimos esta doctrina, es como colirio (Ap. 3:18) que maravillosamente aclara nuestra visión espiritual. El que pueda, que la reciba.
Ciertamente muchos dicen que han sido influidos por ella; más de lo que esperaba. Los frutos que dan son como uvas del valle de Escol (Nm. 13:23-24). Sin embargo, seguramente el tiempo manifestará si es así, y el Señor será el juez.
Las objeciones principales en contra de la interpretación literal de las palabras del Señor parecen organizarse bajo tres puntos.
(1) Este principio reduciría la influencia de la iglesia;
(2) Dejaría a los hijos sin provisión, y
(3) Requeriría que los que tienen propiedades las vendan, y no se daría por satisfecho con la ofrenda de los intereses o las ganancias derivadas de esas propiedades.
Pero mi responsabilidad no es las consecuencias del precepto, sino con el precepto mismo. A mi juicio esas objeciones manifiestan una desconsideración total del gobierno del Señor sobre Su iglesia y pueblo, parecida a la de los incrédulos.
Con la ayuda del Señor respondo a la primera objeción, acerca de la influencia. Consideremos la diferencia entre lo que es cristiano, lo mundano que opera en los del mundo, y luego la mundanalidad que los creyentes a veces manifiestan. El oro puro de la influencia cristiana es una manifestación de la mente de Cristo, nacida del amor de Cristo en el alma. No debe ser martillado para cubrir lo mundano – títulos, honores, rangos, riquezas, estudios y poder secular en el mundo. Cuando hacen eso, si rascamos, en seguida vemos otra cosa debajo de esa capa fina y brillante. No es oro celestial sino bronce mundano. Si evitáramos esas cosas mundanas, cuán diferentes podrían ser los grupos y “ministerios” religiosos constituidos supuestamente para extender el reino de Cristo.
Respecto a los otros dos puntos, podemos responder con un argumento general. El principio del gobierno de Dios es paterno, y por eso Su objetivo principal es desarrollar en nosotros el carácter de hijos queridos. El rasgo esencial es la dependencia ilimitada. La otra cara es el carácter paterno de Dios que promete cuidar de los Suyos. La más pequeña violación de nuestra dependencia diaria en Él para provisiones temporales o espirituales afecta Su honor.
[Nota del editor: Esto no quiere decir que no trabajemos, sino que confiemos en nuestro Padre celestial para las fuerzas y la destreza necesarias para ese trabajo, haciendolo para Su gloria. Véanse Efesios 4:28 y 2 Tesalonicenses 3:10-12.]
Luego, respecto a nuestros hijos, David sabía que no tendrán que mendigar pan (Sal. 37:25). Había sido joven, y llegó a la vejez, pero nunca había visto tal cosa. Dudar de la provisión de Dios es sospechar la perfección de Su carácter paterno. Nuestro Señor afirmó: “Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas” (Mt. 6:32). Por eso promete: “todas estas cosas os serán añadidas”. ¿Qué otra promesa necesitamos?
En lo referente a los bienes, las fincas y propiedades, si sabemos que nuestro amante Padre celestial suplirá toda nuestra necesidad, cuanto antes nos libramos de esas cosas y las distribuimos, mejor para Su honor y servicio. Entonces tendremos toda la felicidad de ver los bienes gastados para la gloria de Aquel de quien son, ya que de tales cosas solo somos mayordomos, no dueños. De otro modo, no sabemos qué pasará si muriéseamos mañana. No sabemos si esos bienes que guardamos, esos tesoros que hicimos en la tierra, caerán en manos de sabios o necios. Si terminara nuestra vida después de vender y ofrendar solo parte de esos bienes, luego podría entrar un necio y gastar todo lo que resta, quizás para Satanás y la corrupción del mundo.
Pero algunos citan 1 Timoteo 6:17 y dicen: “¿No nos da Dios todas las cosas en abundancia para que las disfrutemos?” Sí, hermanos, pero sería degradante si los miembros del reino de Cristo disfrutaran sus bienes consumiéndolos en sus propios deseos, como hacen los del reino de Satanás, en lugar de usarlos para la exaltación de su Señor y Redentor. Estemos seguros, queridos amigos, que cuanto antes veamos nuestras riquezas apropiadas para el servicio y la gloria de Dios, mejor. Porque una vez ofrendadas, están con el Señor, y el mundo, la carne y el diablo juntos no pueden hacerlas volver. Además, el Señor no nos permitiría desearlas de nuevo. Él en gracia recibirá nuestro débil servicio, y nos recompensará en la luz de Su rostro y la certeza secreta en nuestra alma que nuestra devoción cristiana le ha sido aceptable y grata.
– A.N.G. 1829
continuará, d.v.
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