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sábado, 22 de diciembre de 2018

El Amor Al Dinero

EL VILLANCICO FAVORITO 
DE MILLONES


   Hoy casi toda España ha estado embobado y medio paralizado, con el tema de la lotería de navidad. Por la mañana no se escuchaba ni se veía a penas a nadie en la calle. Era como un día festivo en que la gente se queda dormida. Pero es el día de la lotería y todos están pegados a la tele y otros medios, para escuchar su villancico favorito cantado por los niños, y saber a quiénes le tocan “millooooooonesss”.
     Dinero de otros, no el suyo, por supuesto. No han trabajado para ganarlo, ni se lo merecen. Es dinero puesto por avaros y ambiciosos, pobres y parados, necios y necesitados, deseando que “la suerte” les toque y que de repente tengan miles de euros – ¡el dinero de otros! Por eso han comprado el cupón, ¡no para ayudar a los demás!
    La Biblia dice que el amor al dinero es raíz de todos los males (1 Timoteo 6:10). La forma correcta de obtener dinero es trabajando: “...trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno” (Efesios 4:28). “Contentaos con vuestro salario” predicó Juan el Bautista (Lucas 3:14).
      Pero la persona que ama al dinero y quiere enriquecerse no consulta las Escrituras para saber si está bien o no. Primero decide lo que quiere, y después busca cualquier manera de justificarlo. A los tales casi es perder el tiempo citarles textos bíblicos, pero aquí están los consejos y las advertencias bíblicas.


    “No te afanes por hacerte rico; Sé prudente, y desiste” (Proverbios 23:4).

    “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto” (1 Timoteo 6:8).
  
    “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Timoteo 6:9).
  
    El apóstol también identifica los “malos deseos y avaricia, que es idolatría” (Colosenses 3:5).
  
    “Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: No te desampararé, ni te dejaré” (Hebreos 13:5).

    Además, en las iglesias debe haber disciplina eclesial para los avaros: “No os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis” (1 Corintios 5:11). “Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5:5). Y los avaros no pueden ser ancianos ni diáconos. Las iglesias deben estar limpias y libres de toda clase de mundanalidad, incluso del amor al dinero.
    Los que no conocen a Dios ponen su esperanza en cualquier otra cosa, el estado, los ricos, la lotería, el timo, el robo; da igual con tal de que reciban dinero de otros, por el cual no han trabajado. ¡Pero es horrible pensar que uno puede llamarse cristiano y jugar la lotería!
    Hace años que William MacDonald escribió:
       “¡Usted puede ganar 1.000.000 de pesetas!” Con esta frase y otras similares nos bombardean constantemente tentándonos a participar en alguna clase de apuesta. Seducen a las amas de casa que van de compras al supermercado para que participen en los sorteos más recientes. Se estimula continuamente al hombre de la calle para que envíe su nombre (junto con una suscripción para una revista) y participe en la próxima lotería millonaria. La lotería y juegos como el bingo están a la orden del día con la llamativa promesa de que esta vez seremos los ganadores. También hay otras formas de apuestas más singulares: ruleta, carreras de caballos, de perros, quinielas, etc.
        ¿Qué tiene que decir la Biblia acerca de todo esto? Nada bueno.
        Dice: “las riquezas de vanidad disminuirán; pero el que recoge con mano laboriosa las aumenta” (Pr. 13:11).
        Dice: “Se apresura a ser rico el avaro, y no sabe que le ha de venir pobreza” (Pr. 28:22).
        Dice: “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y en su postrimería será insensato” (Jer. 17:11).
        Aunque los Diez Mandamientos no dicen explícitamente: “No apostarás”, sí declaran: “No codiciarás” (Éx. 20:17), y ¿qué es apostar sino una forma de codicia?
        La práctica de apostar no debe tener lugar entre creyentes ni gozar de buena reputación, especialmente cuando recordamos cómo los soldados romanos echaron suertes para apropiarse de la túnica sin costura del Salvador en la escena de Su crucifixión.
         Consideremos también la pobreza y angustia que traen a sus familias los jugadores crónicos, los crímenes que se cometen para recuperar pérdidas, y las malas compañías asociadas con ello, y veremos que las apuestas no tienen lugar en la vida del cristiano.
        Después de recordarle a Timoteo que el creyente debe 
contentarse con sustento y abrigo, Pablo advirtió que: “los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición” (1 Ti. 6:9).
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Tampoco vale el prometerle a Dios que si te toca le harás una gran ofrenda. Dios no quiere que le ofrezcas dinero sucio, dinero de chantaje, dinero de otros. El rey David declaró: “no tomaré para Jehová lo que es tuyo, ni sacrificaré holocausto que nada me cueste” (1 Crónicas 21:24).
    Si los que venden el cupón te preguntan si quieres, no pienses que la suerte llama a tu puerta. Llaman el diablo, el mundo y la carne. Dí que no porque confías en Dios, no en la suerte. No pienses que Dios utilizaría la lotería para bendecirte, pues Él ya ha declarado lo que piensa. “Oh, pero no lo compré. Me lo regalaron” – otra excusa. ¿Dirías esto si te quieren regalar una película pornográfica?  ¡No! Pero la fornicación está en la misma lista de pecados que la avaricia. Así que, dí: “No gracias, soy creyente en el Señor Jesucristo”. Pero si participas en la lotería, y no hables de fe ni de Cristo, porque será una contradicción. Y piensa en cómo afectas para mal la congregación cuando escondes tu avaricia. Dios lo ve y no te puede bendecir. Acán fue avaro y lo escondió de los demás, pero dañó a toda la congregación de Israel (Josue 7).
    En Lucas 16:13-15 leemos del encuentro de Cristo con los avaros.
    “Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él. Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”.

 Carlos Tomás Knott

lunes, 11 de diciembre de 2017

Tacañaría y Codicia



Estas dos palabras están vinculadas porque son opuestas. Ser codicioso es tener o mostrar un deseo intenso y egoísta por algo. Ser tacaño es la indisposición de dar algo que se tiene. Las dos veces que la palabra ‘codicia’ se usa en el Nuevo Testamento tiene que ver con el dinero. Pablo le dijo a Timoteo que un hombre culpable de ser “codicioso de ganancias deshonestas” no está calificado para ser anciano o diácono entre el pueblo de Dios (1 Ti. 3.3, 8; Tit. 1.8). Sin embargo, la codicia y la tacañería van más allá del dinero, e incluyen todo lo material.
    No nos sorprende que de las 19 características que marcan a los hombres en los últimos días (2 Ti. 3) la expresión “amadores de sí mismos” encabece la lista. La frase es una sola palabra en el griego (philautos), y significa “egoísta”. La segunda característica, la "avaricia", significa “amador del dinero” (philarguros). William MacDonald comenta que “el apóstol ofrece ahora a Timoteo una descripción de las condiciones que existirán en el mundo antes de la venida del Señor. Se ha observado a menudo que la lista de pecados que sigue es muy similar a la descripción de los impíos paganos en Romanos 1. Lo destacable es que las mismas condiciones que existen entre los paganos en su estado salvaje e incivilizado son las que caracterizarán a los profesos creyentes en los últimos días.
     ¡Qué solemne pensar en esto! Tal vez lo que nos debería preocupar es que estos temas se estén tocando en una revista dirigida principalmente a lectores cristianos. ¿Hay evidencia de que estas cosas predominen entre nosotros? Con frecuencia cometemos el error de juzgar lo que es pecado comparando nuestra actitud y acciones con las de los impíos, o incluso con las de los que profesan ser creyentes.
     Mientras no vivamos al mismo nivel de exceso que ellos nuestra
consciencia está tranquila. ¿No es nuestro estándar la Palabra de Dios, y nuestro ejemplo el Señor Jesucristo? ¿Nos habremos acostumbrado a la mentalidad de la cultura occidental, que hay los que sí tienen y los que no tienen? Aunque el Señor dijo que los pobres siempre estarían con nosotros (Mt. 26.11), también enseñó que “al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”, Mateo 5.42.
     A veces, para entender algo es útil observar lo opuesto. El Señor Jesús, en Lucas 21, les enseñó a sus seguidores una lección sobre cómo dar. Mientras observaba a los ricos echando sus donativos en el arca de las ofrendas, también vio a una viuda que echó dos blancas. Y dijo: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos, porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”, Lc. 21.3-4.
     En otra ocasión el apóstol Pablo les escribió a los creyentes en Corinto y les habló de las iglesias de Macedonia, que “en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas”, (2 Co. 8.2-3). Estos creyentes entendían el principio de dar, sabiendo que si daban todo, Dios en su gracia supliría lo necesario para sus necesidades. Fíjese cómo termina: “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”, (2 Co. 8.5). Esta enseñanza de sacrificio propio se veía desde los primeros días de la iglesia.  Lucas destaca: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”, (Hch. 4.32, 34-35). Fíjese que no fue una repartición arbitraria ni igualitaria de todas las posesiones, sino según la necesidad. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3.17).
     El principio de dar va incluso más allá del dinero y los bienes materiales. Hay una palabra en la Biblia cuyo significado tenemos que volver a aprender. La palabra es “consagración”. Es el acto de darnos o dedicarnos a nosotros mismos a algo, o a otro. Fíjese en el lenguaje de David en 1 Crónicas 29 al contemplar la posibilidad de edificar una casa para el Señor. “Yo con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios... Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario... ¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?... Entonces los jefes de familia, y los príncipes de las tribus de Israel, jefes
de millares y de centenas, con los administradores de la hacienda del rey, ofrecieron voluntariamente”, (1 Cr. 29.1-5). ¿Pudiéramos sugerir que dar de nuestro tiempo es de igual o mayor valor para Dios que aun nuestro dinero y posesiones materiales? Podemos aprender mucho del ejemplo de una generación de creyentes antigua, que tenía un entendimiento diferente de lo que significa ser parte de una asamblea a lo que se ve hoy en día. Congregarse al Nombre del Señor era mucho más que sólo “asistir a veces a la iglesia”. Era su vida. Y de aquellas reuniones emanaba una vitalidad de servicio y sacrificio que solo podía venir de su apreciación de Cristo y del lugar de su Nombre.
     Hagamos caso a las palabras del Señor Jesús en Mateo 6.19-21, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
por Jack Coleman, Hatboro, EE.UU
este artículo viene del "Mensajero Mexicano", nº 103,


martes, 19 de septiembre de 2017

LA AVARICIA

escribe William MacDonald

“Mirad y guardaos de toda avaricia” (Lucas 12:15).

     La avaricia es el deseo excesivo por la riqueza o las posesiones. Es una manía que atenaza a la gente, causándoles desear más y más. Es una fiebre que les lleva a anhelar cosas que en realidad no necesitan.
     Vemos la avaricia en el hombre de negocios que nunca está satisfecho, que dice que se detendrá cuando haya acumulado una cierta cantidad, pero cuando ese tiempo llega, está ávido de más.
    La vemos en el ama de casa cuya vida es una interminable parranda de compras. Amontona toneladas de cosas diversas hasta que su desván, garaje y despensa se hinchan con el botín.
    La notamos en la tradición de los regalos de navidad y cumpleaños. Jóvenes y viejos igualmente juzgan el éxito de la ocasión por la cantidad de artículos que son capaces de acumular.
    La palpamos en la disposición de una herencia. Cuando alguien muere, sus parientes y amigos derraman unas lágrimas fingidas, para luego descender como lobos a dividir la presa, a menudo comenzando una guerra civil en el proceso.
    La avaricia es idolatría (Ef. 5:5; Col. 3:5). La avaricia coloca la propia voluntad en el lugar de la voluntad de Dios. Expresa insatisfacción con lo que Dios ha dado y está determinada a conseguir más, sin importar cuál pueda ser el coste.
    La avaricia es una mentira, que crea la impresión de que la felicidad se encuentra en la posesión de cosas materiales. Se cuenta la historia de un hombre que podía tener todo lo que quería con simplemente desearlo. Quería una mansión, sirvientes, un Mercedes, un yate y ¡presto! estaban allí instantáneamente. Al principio esto era estimulante, pero una vez que comenzó a quedarse sin nuevas ideas, se volvió insatisfecho. Finalmente dijo: “Deseo salir de aquí. Deseo crear algo, sufrir algo. Preferiría estar en el infierno que aquí”. El sirviente contestó: “¿Dónde crees que estás?”
      La avaricia tienta a la gente al riesgo, a la estafa y a pecar para conseguir lo que se desea.
    La avaricia hace incompetente a un hombre para el liderazgo en la iglesia (1 Ti. 3:3). Ronald Sider pregunta: “¿No sería más bíblico aplicar la disciplina eclesial a aquellos cuya codicia voraz les ha llevado al “éxito financiero” en vez de elegirles como parte del consejo de ancianos?”
    Cuando la codicia lleva a los desfalcos, la extorsión u otros escándalos públicos, exige la excomunión (1 Co. 5:11). Y si la avaricia no es confesada y abandonada, lleva a la exclusión del Reino de Dios (1 Co. 6:10).

del libro DE DÍA EN DÍA, lectura para 15 de agosto, Editorial CLIE