Estas dos palabras están vinculadas porque son opuestas. Ser codicioso es tener o mostrar un deseo intenso y egoísta por algo. Ser tacaño es la indisposición de dar algo que se tiene. Las dos veces que la palabra ‘codicia’ se usa en el Nuevo Testamento tiene que ver con el dinero. Pablo le dijo a Timoteo que un hombre culpable de ser “codicioso de ganancias deshonestas” no está calificado para ser anciano o diácono entre el pueblo de Dios (1 Ti. 3.3, 8; Tit. 1.8). Sin embargo, la codicia y la tacañería van más allá del dinero, e incluyen todo lo material.
No nos sorprende que de las 19 características que marcan a los hombres en los últimos días (2 Ti. 3) la expresión “amadores de sí mismos” encabece la lista. La frase es una sola palabra en el griego (philautos), y significa “egoísta”. La segunda característica, la "avaricia", significa “amador del dinero” (philarguros). William MacDonald comenta que “el apóstol ofrece ahora a Timoteo una descripción de las condiciones que existirán en el mundo antes de la venida del Señor. Se ha observado a menudo que la lista de pecados que sigue es muy similar a la descripción de los impíos paganos en Romanos 1. Lo destacable es que las mismas condiciones que existen entre los paganos en su estado salvaje e incivilizado son las que caracterizarán a los profesos creyentes en los últimos días.
¡Qué solemne pensar en esto! Tal vez lo que nos debería preocupar es que estos temas se estén tocando en una revista dirigida principalmente a lectores cristianos. ¿Hay evidencia de que estas cosas predominen entre nosotros? Con frecuencia cometemos el error de juzgar lo que es pecado comparando nuestra actitud y acciones con las de los impíos, o incluso con las de los que profesan ser creyentes.
Mientras no vivamos al mismo nivel de exceso que ellos nuestra
consciencia está tranquila. ¿No es nuestro estándar la Palabra de Dios, y nuestro ejemplo el Señor Jesucristo? ¿Nos habremos acostumbrado a la mentalidad de la cultura occidental, que hay los que sí tienen y los que no tienen? Aunque el Señor dijo que los pobres siempre estarían con nosotros (Mt. 26.11), también enseñó que “al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses”, Mateo 5.42.
A veces, para entender algo es útil observar lo opuesto. El Señor Jesús, en Lucas 21, les enseñó a sus seguidores una lección sobre cómo dar. Mientras observaba a los ricos echando sus donativos en el arca de las ofrendas, también vio a una viuda que echó dos blancas. Y dijo: “En verdad os digo, que esta viuda pobre echó más que todos, porque todos aquéllos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta, de su pobreza echó todo el sustento que tenía”, Lc. 21.3-4.
En otra ocasión el apóstol Pablo les escribió a los creyentes en Corinto y les habló de las iglesias de Macedonia, que “en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas”, (2 Co. 8.2-3). Estos creyentes entendían el principio de dar, sabiendo que si daban todo, Dios en su gracia supliría lo necesario para sus necesidades. Fíjese cómo termina: “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”, (2 Co. 8.5). Esta enseñanza de sacrificio propio se veía desde los primeros días de la iglesia. Lucas destaca: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad”, (Hch. 4.32, 34-35). Fíjese que no fue una repartición arbitraria ni igualitaria de todas las posesiones, sino según la necesidad. “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” (1 Jn. 3.17).
El principio de dar va incluso más allá del dinero y los bienes materiales. Hay una palabra en la Biblia cuyo significado tenemos que volver a aprender. La palabra es “consagración”. Es el acto de darnos o dedicarnos a nosotros mismos a algo, o a otro. Fíjese en el lenguaje de David en 1 Crónicas 29 al contemplar la posibilidad de edificar una casa para el Señor. “Yo con todas mis fuerzas he preparado para la casa de mi Dios... Además de esto, por cuanto tengo mi afecto en la casa de mi Dios, yo guardo en mi tesoro particular oro y plata que, además de todas las cosas que he preparado para la casa del santuario... ¿Y quién quiere hacer hoy ofrenda voluntaria a Jehová?... Entonces los jefes de familia, y los príncipes de las tribus de Israel, jefes de millares y de centenas, con los administradores de la hacienda del rey, ofrecieron voluntariamente”, (1 Cr. 29.1-5). ¿Pudiéramos sugerir que dar de nuestro tiempo es de igual o mayor valor para Dios que aun nuestro dinero y posesiones materiales? Podemos aprender mucho del ejemplo de una generación de creyentes antigua, que tenía un entendimiento diferente de lo que significa ser parte de una asamblea a lo que se ve hoy en día. Congregarse al Nombre del Señor era mucho más que sólo “asistir a veces a la iglesia”. Era su vida. Y de aquellas reuniones emanaba una vitalidad de servicio y sacrificio que solo podía venir de su apreciación de Cristo y del lugar de su Nombre.
Hagamos caso a las palabras del Señor Jesús en Mateo 6.19-21, “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
por Jack Coleman, Hatboro, EE.UU
este artículo viene del "Mensajero Mexicano", nº 103,
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