“Para Dios, un anciano en una asamblea significa más que el gobernante de una nación”.
“La iglesia local es más importante para Dios y Su pueblo que el imperio más grande del mundo”.
William MacDonald
“La iglesia local es más importante para Dios y Su pueblo que el imperio más grande del mundo”.
William MacDonald
Es típico entre los seres humanos que alguien decide lo que quiere hacer, y luego busca cómo justificarlo. Pero es triste cuando los que proceden así son creyentes.
Para los que quieren justificar su participación en la política, una táctica común es el uso de ese refrán de Edmund
Burke, escritor, filósofo y político, considerado el padre del
liberalismo-conservadurismo británico: “Para que triunfe el mal basta
con que los hombres de buena voluntad no hagan nada”. Este dicho suena lógico y deja a
algunos buscando una respuesta adecuada, pero no al hermano William
MacDonald, que escribió:
“Los que dicen “sí” a la política invariablemente citan el aforismo familiar: “Para que triunfe el mal basta con que los hombres de buena voluntad no hagan nada”. Si eso no les gana el argumento, entonces citan a José, Moisés y Daniel como ejemplos de creyentes que estaban metidos en el sistema político.
Aunque suena convencedor el maxim, debemos recordar que es un dicho de sabiduría humana, no revelación divina. No debemos otorgarlo la autoridad de las Escrituras. Y respecto a José y Daniel, nunca se presentaron como candidatos para una elección, sino sirvieron, como cautivos, como empleados del gobierno. Moisés fue más un tábano al gobierno que parte de él.
La Respuesta Bíblica
Si vamos a la Palabra buscando respuesta, ¿qué hallamos? El Señor Jesús no se involucró en la política. Realmente se encontró en relación adversa al sistema. Sus discípulos tampoco se metieron en la política. ¿Perdieron lo mejor que Dios tenía para ellos porque concentraron en el evangelio? El apóstol Pablo no participó en la política. Su fidelidad a su llamamiento y su mensaje le puso en contra de la sociedad farisaíca.
Jesucristo enseñó que Su reino no es de este mundo (Jn. 18:36). Dijo a sus hermanos incrédulos: “No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas” (Jn. 7:7). El apóstol Juan nos recuerda que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19). Y la política es parte del sistema del mundo.
Tenemos que separarnos del mundo para influirlo (2 Co. 6:17). Arquimedes dijo que podría mover el mundo si consiguiera un fulcro fuera del mundo. Debemos colocarnos fuera del sistema del mundo si queremos moverlo para Dios.
Pablo insistió que “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Ti. 2:4). Todo creyente está o debe estar en servicio activo. No debe dejarse distraer ni enredar por las cosas de la vida.
La política es corrupta. Es un sistema de concesiones y transigencias. Se toman decisiones en base a lo que es expediente, en lugar de lo que es correcto. Se basa en principios humanos, no divinos, y funciona por ellos. El finado senador Vandenburg de Michigan (EE.UU.) dijo: “La política es por naturaleza corrupta. La iglesia no debe olvidar su verdadera misión ni intentar participar en la arena de asuntos humanos donde será un competidor pobre...perderá su pureza de propósito si participa”.
La Biblia define la responsabilidad cristiana, no la definen los profesores universitarios, los filósofos, los de ciencia política ni la publicidad de una campaña.
“Los que dicen “sí” a la política invariablemente citan el aforismo familiar: “Para que triunfe el mal basta con que los hombres de buena voluntad no hagan nada”. Si eso no les gana el argumento, entonces citan a José, Moisés y Daniel como ejemplos de creyentes que estaban metidos en el sistema político.
Aunque suena convencedor el maxim, debemos recordar que es un dicho de sabiduría humana, no revelación divina. No debemos otorgarlo la autoridad de las Escrituras. Y respecto a José y Daniel, nunca se presentaron como candidatos para una elección, sino sirvieron, como cautivos, como empleados del gobierno. Moisés fue más un tábano al gobierno que parte de él.
La Respuesta Bíblica
Si vamos a la Palabra buscando respuesta, ¿qué hallamos? El Señor Jesús no se involucró en la política. Realmente se encontró en relación adversa al sistema. Sus discípulos tampoco se metieron en la política. ¿Perdieron lo mejor que Dios tenía para ellos porque concentraron en el evangelio? El apóstol Pablo no participó en la política. Su fidelidad a su llamamiento y su mensaje le puso en contra de la sociedad farisaíca.
Jesucristo enseñó que Su reino no es de este mundo (Jn. 18:36). Dijo a sus hermanos incrédulos: “No puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas” (Jn. 7:7). El apóstol Juan nos recuerda que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19). Y la política es parte del sistema del mundo.
Tenemos que separarnos del mundo para influirlo (2 Co. 6:17). Arquimedes dijo que podría mover el mundo si consiguiera un fulcro fuera del mundo. Debemos colocarnos fuera del sistema del mundo si queremos moverlo para Dios.
Pablo insistió que “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Ti. 2:4). Todo creyente está o debe estar en servicio activo. No debe dejarse distraer ni enredar por las cosas de la vida.
La política es corrupta. Es un sistema de concesiones y transigencias. Se toman decisiones en base a lo que es expediente, en lugar de lo que es correcto. Se basa en principios humanos, no divinos, y funciona por ellos. El finado senador Vandenburg de Michigan (EE.UU.) dijo: “La política es por naturaleza corrupta. La iglesia no debe olvidar su verdadera misión ni intentar participar en la arena de asuntos humanos donde será un competidor pobre...perderá su pureza de propósito si participa”.
La Biblia define la responsabilidad cristiana, no la definen los profesores universitarios, los filósofos, los de ciencia política ni la publicidad de una campaña.
“Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso” (Ro.
3:4).
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