martes, 31 de diciembre de 2019

¿CITA CON LA AMADA?

por Donald Norbie



Eran las nueve y veinte de la mañana del domingo y Mari oyó que llamaban con insistencia a su puerta. Abrió y allí estaba Juan, todo sonriente. Mari le dio la bienvenida y él, entrando rápidamente, se sentó en su lugar preferido. Siempre se sentaba en el mismo lugar. Mari se sentó en el sofá y se quedó esperando. No podía evitar fijarse en lo guapo que estaba Juan. Vestía un traje caro, de corte muy elegante; llevaba los zapatos lustrosos, y la corbata y los calcetines eran del mejor gusto. Se había peinado con esmero y, además de ser alto, estaba sentado bien erguido.
    Mari esperó. Sabía que en el momento indicado Juan empezaría, porque siempre era puntual. Y así fue; él seguía mirando el reloj hasta las las nueve y media en punto, y entonces se puso de pie y empezó a hablar.
    “Mari, no te imaginas cuánto significa esto para mí. Toda la semana he estado esperando este momento, deseándolo con todo mi corazón. Por fin ha llegado la hora y aquí estoy, para decirte cuánto te quiero. Mari, solo vivo para disfrutar de este rato contigo cada semana”.
    “Oh, Mari; estaba recordando el día que te conocí. Mi corazón se estremeció y enseguida supe que estabas hecha para mí. Los días de nuestro noviazgo, nuestra boda... ¡Qué recuerdos tan dulces...!”
    “Me acuerdo de cuando estuve enfermo y tú me cuidabas, perdiendo sueño mientras me atendías con aquella delicadeza. Y recuerdo cómo tus cariñosos labios rozaban mi frente cuando la fiebre se apoderaba de mí. Era como una fresca brisa del cielo. Cuidaste de mí hasta devolverme la salud y la fuerza. Sin ti habría muerto, Mari”.
    En ese momento los ojos de Juan se humedecieron. Cesó de hablar, luchando por controlar sus emociones. Sacando un pañuelo, se enjugó las lágrimas y se sonó la nariz con fuerza. Tras unos momentos esforzándose por contener la emoción, recobró la compostura y continuó:
    “Mari, aquí sentado esta mañana de domingo, te veo más hermosa que nunca. Tus ojos parecen limpios estanques de agua azul. Tu rostro es un espejo de encanto. Tu carácter me maravilla. Jamás he conocido a alguien tan amable, encantador, considerado, justo y recto como tú. Mari, eres sencillamente maravillosa”.
    “Y sobre todo, Mari, te amo por lo que has hecho por mí. Has estado a mi lado en lo bueno y en lo malo. Cuando más te necesité te sacrificaste para salvarme la vida. Mari, jamás podré agradecerte bastante lo que has hecho por mí. Significas mucho para mí; más que cualquier otra cosa”.
    “Bueno Mari, es casi hora de irme. Son cerca de las diez y media según mi reloj. ¡Cuán agradecido estoy por esta oportunidad de estar contigo cada semana!. Solo vivo para esta hora. Y ahora que me marcho quiero darte algo que expresa mi profundo amor y mi gratitud”.
    En ese momento Juan sacó la cartera con cierto ademán de esplendidez. Dejando a un lado varios billetes de más valor, escogió uno inferior, pero muy nuevo, y con una tierna sonrisa se lo dejó sobre la mesa.
    “Mari, me tengo que marchar ya. Ha sido maravilloso estar contigo, mirarte a los ojos y decirte cuánto te amo. Adiós. Hasta la semana que viene. Te quiero.”
    Los vecinos vieron salir a Juan de la casa, montarse en su lujoso automóvil nuevo y alejarse. Mari se quedó a la puerta, mirando con los ojos empañados en lágrimas. Era un matrimonio realmente extraño. Este breve ritual se repetía cada domingo por la mañana.
    Los comentarios corrían por todo el vecindario. Una hora a la semana no parecía suficiente para pasar con su mujer. Juan parecía tener tiempo para sus amigos; siempre estaba yendo a la playa o a la montaña, le encantaban el golf y la futbol. Luego, con sus clubs y sus asociaciones cívicas completaba las tardes. Y algunos fines de semana, ocupado como estaba con tantos viajes, incluso se mostraba impaciente en casa de Mari, esperando la hora en que había quedado con sus amigos para salir a comer al campo.
    Durante la semana Juan nunca llamaba a Mari por teléfono, ni le escribía. Se diría que vivían en mundos diferentes, a pesar de tener un buen sistema de comunicación entre ellos.
    Se rumoreaba que Juan ni siquiera se sentía orgulloso de su matrimonio. Cuando le preguntaban si estaba casado, procuraba cambiar de tema y se sentía molesto. Es más, le habían visto a veces con otras mujeres, o eso al menos se decía. Lo que sí es cierto, es que parecía querer aparentar no estar casado.
    Él vivía bien. Se ufanaba de su indumentaria y su vehículo, claro que en su trabajo uno tiene que causar buena impresión. Uno tiene que poner altas sus miras si quiere ascender en este mundo y lograr mejor posición. Tiene que asociarse con los grandes si quiere llegar a ser uno de ellos. Juan, en realidad, vivía un poco más allá de sus posibilidades en su afán de mantenerse a la altura de los demás.
    A veces pensaba un poco en Mari y en sus necesidades, pero, al fin y al cabo, él le pagaba religiosamente cada domingo. Verdad es que llevaba veinte años dándole la misma cantidad, si bien sus ingresos se habían triplicado... ¡Pero también sus gastos se habían multiplicado por tres! Pues así es la vida. Y según él no cabe duda que amaba a Mari, porque cada domingo reservaba una hora para hablarle de su amor por ella. Bien podría dedicar ese tiempo a sí mismo si quisiera. Madrugaba en vez de quedarse en la cama y combatía el tráfico con tal de ir a ver a Mari. Debería sentirse muy agradecida. Ese esfuerzo probaba su inmarcesible amor por ella.
    Hace mucho Cristo dijo: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mt. 15:8). ¿Puede decirse esto de alguno de nosotros?

ENFRENTANDO LA VERDAD -- William MacDonald

En la década de 1960 el hermano MacDonald escribió esto. Parece que es para hoy.

    Espiritualmente hablando, estamos en una condición alarmante. Enterarse de la situación de muchas asambleas es como escuchar malas noticias; y se va deteriorando cada vez más.
    Han surgido casos escandalosos de inmoralidad, aun de ancianos y obreros en las asambleas. Por supuesto, esas noticias nunca salen revistas de edificación cristiana ni en informes sobre la obra. Ahí solo hay luz y bendición — todo positivo. En lugar de lamentar el pecado y aplicar la disciplina bíblica, han encubierto esos pecados para no dañar la reputación de algunos y así dejarles seguir en su ministerio. Hermanos, nos hemos envanecido, y no hemos lamentado la condición triste de las iglesias (1  Co. 5:2). Hablamos de misericordia cuando tendríamos que hablar de santidad y justicia.
    Hay una falta abismal en la enseñanza y práctica de la disciplina bíblica, la cual el Señor nos ha dado para la santidad de la iglesia. Casi todo es consentido bajo el lema del amor, o diciendo que nadie es perfecto. Hemos preferido el análisis psicológico en lugar de la disciplina. Si realmente queremos ser neotestamentarios, debemos ceñirnos a la Palabra del Señor.
    Y cuando ha habido disciplina, salen de una iglesia y van a otras que reciben a los disciplinados. Hay adúlteros que cambian de país e iglesia y actúan como ancianos, como si nunca pasó nada. En vez de respetar y apoyar la asamblea y demandar el arrepentimiento y la reconciliación, dan cobijo a los disciplinados y parecen contentos de tener a unos más en la congregación. Hay una arrogancia y un menosprecio tremendo de la disciplina de una asamblea. Circula la idea perversa entre nosotros que recibir a los disciplinados es ser misericordiosos. Así solo fortalecemos la independencia y rebelión que el ser humano tiene por naturaleza (Ef. 2:2-3).
    Y eso no es todo. Nos hemos vuelto materialistas casi cien por cien: comprando, haciéndonos grandes edificios, y acumulando posesiones como si nuestro futuro estuviera aquí en lagar de en el cielo. Tomando la piedad como fuente de ganancia nos hemos degradado, amando y haciendo culto al dinero. La codicia es idolatría, pero huyendo de la idolatría de los Católico-Romanos hemos caído en la evangélica—la avaricia (Col. 3:5).
    Tenemos orgullo del número de hombres exitosos en sus negocios que hay en nuestras iglesias, en lugar de tener un número así de hombres de Dios. El dinero ha llegado a ser nuestro amo. Hemos hecho más caso a las demandas del mundo de los negocios que a las demandas de Cristo. La empresa cuenta más con nosotros de lo que la iglesia puede contar. Nuestra condenación se encuentra en las palabras de Samuel Johnson: "La codicia del oro es algo sin sentimientos y sin remordimiento, y es la última corrupción del hombre degenerado."
    Nos hemos entregado a buscar renombre, respeto, aceptación, reconocimiento, admiración e importancia a los ojos de los demás—los del mundo. Sacrificamos todo para trabajos prestigiosos, casas prestigiosas y coches prestigiosos (¡"el coche del año"!). Y como si no fuera bastante todo esto, anhelamos con locura carreras prestigiosas para nuestros hijos, e invertimos todo preparándoles para tener éxito en el mundo.
    La verdad es que en nuestro antojo loco de verles con éxito y cómodos en el mundo, les hacemos pasar por el fuego en esta vida y sufrir las penas del infierno en la vida venidera.
    Con demasiada frecuencia vivimos en doblez. Guardamos una fachada, la apariencia de piedad durante una o dos horas de reunión, pero en realidad no hay poder espiritual. En nuestros negocios hay sobornos, contratos a dedo y acuerdos a puerta cerrada. Hay ancianos que como hombres de negocio tienen dos juegos de libros para engañar a Hacienda y a la Seguridad Social. Consentimos condiciones ilegales de trabajo sin contrato, y formas innumerables de incumplir la ley y desobedecer el mandato bíblico: "Por causa del Señor someteos a toda institución humana" (l  P. 2:13). En nuestras vidas personales hay frialdad espiritual, dejadez de la lectura de la Biblia y la oración diaria. Se pelean los matrimonios como perros y gatos, luego vienen todo sonrientes a la reunión. Pero en casa hay amargura, contención, lujuria, liviandad, chismeas, críticas, murmuraciones e impureza en los padres y también los jóvenes. Estamos viviendo una mentira. No honramos los votos matrimoniales hechos delante de Dios. Practicamos el divorcio y el nuevo matrimonio aunque el Señor lo llama adulterio (Lc. 16:18).
    Muchos de nuestros hijos se han ido de la iglesia aunque los llevábamos siempre a las reuniones y a los campamentos. Hicieron sus oraciones de “conversión” en su día y los bautizamos. Pero no queremos admitir ni que los demás sepan cuán baja es su condición espiritual. Les arruina el materialismo, la drogadicción, el alcoholismo, los placeres, la perversión sexual, y los amigos inconversos. No admitimos que son rebeldes o apóstatas, sino decimos que “se han apartado del Señor,”. Pero Tito 1:16 y 1 Juan 2:3-5 los describen bien. ¿Por qué ocurre esto con nuestros hijos? Es el fruto de nuestra permisividad y de como los educábamos, chupándoles el dedo, consintiéndolos su voluntad, dejándoles alimentarse de la tele y el internet, donde aprenden la mundanalidad. Pero, ¿no quebrantamos ante el Señor, o seguimos resistiendo y negando que sea culpa nuestra?
       Y algunos siguen en la iglesia pero son mundanos y nadie les dice nada. Otros creen falsas doctrinas como el calvinismo y la teología de la reforma, y ahí están, consentidos. Porque no queremos disciplinar a nuestros hijos, permitimos que leuden a la iglesia.
    Como padres no hemos dado ejemplo de espiritualidad, sino de mundanalidad. Antes no había tele en casas de creyentes, pero ahora se ha metido y con ella ha entrado el mundo. Es la droga electrónica, la “caja tonta” cuyo  ojo de vidrio nunca parpadea. Al que todavía no la tiene, intentan regalarle una para que sea como ellos, contaminado y callado. Las noticias, los informes políticos, los concursos, las pelis, los deportes y mucho más. Ahora amamos los deleites más que a Dios (2 Ti. 3:4), pero no queremos confesarlo sino justificarlo. Decimos que nos hemos madurado y ahora sabemos que no es problema tener una tele. Se nos olvida Colosenses 3:1-4.
    Otro pecado nuestro es falta de interés en la oración. No oramos mucho en casa, y resulta que tampoco en las iglesias. Las hay que ahora ni siquiera se reúnen para orar. Pero en otras asambleas la reunión de oración es la que menos asistencia tiene. El domingo están todos para la santa cena — como los católicos que van a la misa, pero esas personas no aparecen para orar. De ahí la pobreza y la debilidad espiritual. En nuestra afluencia autosuficiencia no sentimos la necesidad urgente de la oración. Sin embargo, Pedro aconseja: “Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración” (1 P. 4:7).
    Otro error nuestro es que hemos cedido a las presiones del feminismo. La Biblia marca muy bien cuál es el lugar y ministerio de la mujer creyente. No toma parte audible en las reuniones porque está apostólicamente prohibido. Pero las asambleas han ido cambiando durante los últimos 30 o 40 años, y ahora las mujeres se han vuelto protagonistas por no decir bravas. Quieren quitar el velo, símbolo de autoridad. Quieren hablar en las congregaciones cuando Dios les manda callarse. Quieren enseñar que Dios dice que no les es permitido. Quieren predicar y tener sus estudios y conferencias, aunque no hay ninguna actividad así en la Biblia. No quieren estar sujetas. Quieren llevar pantalones y joyas y pelo corto como las del mundo. No son como aquellas santas mujeres de Dios (1 P. 3:5) que en otro tiempo eran humildes, piadosas y reverentes. Ellas han fallado, pero los varones también, porque parece que hay vergüenza de enseñar e insistir en lo que la Biblia enseña? ¿Dónde están los varones de Dios que se levantarán y contenderán ardientemente por la fe? (Jud. 3). Cada vez los hombres guardan más silencio y las mujeres hablan y dirigen más. Como bien dijo un obrero inglés: “Damos pena”.
    Y por último, da pena nuestro orgullo y falta de arrepentimiento. En lugar de enfrentar y admitir nuestra condición pobre, disimulamos, encubrimos, o lo disculpamos con palabras como “enfermedad”, “problema”, “inmadurez”, “discrepancia” o “debilidad”. Algunos hablan de libertad. ¡¿Libertad para pecar?! Debemos usar términos bíblicos, como los profetas y apóstoles de nuestro Señor. Al pan pan y al vino vino. No queremos juzgar el mal—sólo queremos juzgar diciendo que estamos bien y que hacemos bien. Y en vez de llamar e insistir en el arrepentimiento, pensamos que con el tiempo se sanan o se autocorrigen las cosas.
    Pero, ¿es verdad que el tiempo hace esto? ¿Pensamos que ahora podemos escapar sin castigo divino, después de todo? Dios dijo a Israel: “A vosotros solamente he conocido... por tanto, os castigaré por todas  vuestras maldades” (Am. 3:2). Hay aplicación para la iglesia. Dios castiga a los Suyos, pero no a los bastardos. Ahora bien ¿no es que ahora segamos lo que antes sembramos? Gálatas 6:7 dice que no nos engañemos: “Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.
    ¿Qué diremos de nuestros hogares, nuestras familias arruinadas por las peleas, las separaciones y el divorcio? ¿Qué diremos de las lágrimas que caen tanto de los padres como de los hijos, como resultado de semejante ruina? Y son esos padres e hijos que vienen a la mesa del Señor cada domingo con esas mismas lágrimas (véase Mal. 2:13).
    ¿Cuándo nos daremos cuenta de que Dios nos está hablando por medio de las enfermedades y las tragedias que experimentamos? (1 Co. 11:30) Es verdad que siempre hay alguna que otra enfermedad o tragedia en esta vida, pero cuando acontecen con una frecuencia anormal, ¿no debemos ser sensibles a esto? El Señor usa estas cosas para llamarnos la atención.
    Piensa en el número de creyentes que gastan una pequeña fortuna en tratamientos psicológicos y psiquiátricos... cosas que antes hacían solo los que no tienen a Dios. Es verdad que siempre ha habido, hay, y habrá problemas de nervios y de emociones. Pero hay más problemas de este tipo ahora que nunca. Tal vez Dios nos está hablando. Nunca antes en la historia ha recurrido la iglesia a una filosofía tan anticristiana y antibíblica. Hemos perdido el norte.
    Nuestro desliz espiritual tiene otras consecuencias también. Muchos de nuestros hijos aborrecen a sus padres y sólo anhelan estar muy lejos de ellos. ¿Afecto natural? ¡Ni hablar! Y en cuanto a la oración—los cielos son como bronce—y nuestras oraciones prefabricadas, llenas de repeticiones, refranes y frases hechas no traen alivio. Casi hemos vuelto a rezar... siempre las mismas palabras en el mismo orden. Dios ha perforado nuestra bolsa con agujeros; trabajamos y ahorramos pero nunca parece que haya suficiente. No ofrendamos con liberalidad al Señor, ni tan siquiera damos una décima parte, así que al final la tenemos que dar al médico, al dentista y al mecánico.
    Sufrimos hambre de la Palabra de Dios. Al ministerio le falta unción. Con demasiada frecuencia lo que oímos es un repaso de lo obvio. Aun los predicadores más conservadores y fuertes hablan generalidades sobre el pecado, olvidándose de la trompeta de Isaías 58:1. Ya tiene orín aquella trompeta. Pocos quieren poner el dedo en la llaga. Sanan la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, prometiendo paz (Jer. 6:14). Rara vez notamos la presencia del Espíritu de Dios en las predicaciones—hablándonos con poder y convicción. En otras palabras, nos alimentamos de papilla. No tienen toda la culpa los predicadores, pues puede ser un juicio de Dios sobre nosotros porque no queremos sufrir la sana doctrina (2 Ti. 4:3).
    La cena del Señor no se parece un culto de memoria y de adoración. Los silencios largos son fruto de nuestra larga ocupación con el deporte y el televisor. Pedimos himnos que nada tienen que ver con el Señor y Su muerte que supuestamente estamos anunciando.
    Quitamos la reunión del evangelio diciendo que es difícil venir o que la gente no vendrá. Pasan años sin la conversión de una sola persona. Y quitamos la reunión de oración porque es difícil venir entresemana. Solo hacemos lo que es fácil o cómodo.
    Si no podemos ver que Dios nos habla y nos amonesta por medio de todo esto, ¿qué más puede El hacer para despertarnos? Somos como los de Isaías 1, heridos desde la planta del pie hasta la cabeza, pero duros y lentos para reconocer que Dios nos habla. “¡Oh gente pecadora, pueblo cargado de maldad, generación de malignos, hijos depravados! Dejaron a Jehová, provocaron a ira al Santo de Israel, se volvieron atrás. ¿Por qué querréis ser castigados aún? ¿Todavía os rebelaréis? Toda cabeza está enferma, y todo corazón doliente. Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay en él cosa sana, sino herida, hinchazón y podrida llaga; no están curadas, ni vendadas, ni  suavizadas con aceite. Vuestra tierra está destruida, vuestras ciudades puestas a fuego, vuestra tierra delante de vosotros comida por extranjeros, y asolada como asolamiento de extraños. Y queda la hija de Sión como enramada en viña, y como cabaña en melonar, como ciudad asolada” (Is. 1:4-8).
    ¡Necesitamos que algún profeta, algún hombre de Dios nos llame la atención y nos guíe al arrepentimiento! Esta es la necesidad actual —EL ARREPENTIMIENTO—el quebrarnos al pie de la cruz del Señor Jesucristo y hacer salir de nuestras bocas la confesión que tarda tanto en salir: “Hemos pecado” y “Yo he pecado”.
    Necesitamos arrepentirnos en nuestras vidas personales—confesando y apartándonos de todos los pecados que hemos cometido y que nos han llevado a este desierto espiritual. Necesitamos corregir y "remendar" los daños que nos han hecho las querellas y los pleitos, pidiendo humildemente (no exigiendo) el perdón a quienes hemos hecho mal. No digamos “si te he ofendido en algo”—eso no es reconocer y confesar el mal.
    También necesitamos arrepentirnos como asambleas – congregaciones enteras. Nunca en la memoria nuestra ha sido convocada una reunión con el propósito de arrepentirnos y expresarlo públicamente. Porque somos duros y orgullosos. Apenas se oye una confesión pública, como asamblea, de pecado, pero necesitamos hacerlo. Nos urge.
    Ha llegado la hora para moverse un verdadero liderazgo espiritual—hombres de Dios que nos llaman a arrodillamos y arrepentirnos antes de que caiga la ira de Dios sobre nosotros en castigo. ¿No crees que es posible sentir la ira de Dios como cristiano? Te equivocas. Romanos 11:21 dice: “Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará”.
    Debemos comer la ofrenda por el pecado como Daniel hizo (Dn. 9:5), haciendo nuestros los pecados de nuestros hermanos y la asamblea. Debemos asirnos de la promesa de Dios en 2 Crónicas 7:14,
    “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaran mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra”.
    Ya es hora de buscar al Señor. El nos llama a través de la voz del profeta Oseas:
    “Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; porque por tu pecado has caído. Llevad con vosotros palabras de súplica, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acepta el bien, y te ofreceremos la ofrenda de nuestros labios” (Os. 14:1-2).
    Hemos sido un pueblo orgulloso, jactándonos de nuestros evangelistas, de nuestros maestros de renombre, de nuestros locales y por poco caemos en el error de pensar que como celebramos la Cena del Señor cada domingo, ningún mal nos puede venir. En Jeremías 7-10 el Señor tuvo que desengañar a su pueblo de aquel entonces de esta idea. Léelo y verás – El Sermón del Templo.
    Nuestra humildad ha sido fingida, de fachada. Casi diría que ha sido para que los demás digan qué humildes que somos, porque nos hemos creído superiores a ellos. Si tenemos más luz y sabemos una mejor doctrina, ¿de qué nos ha aprovechado? No andamos en ella. Solo aumentamos el juicio que comenzará por la casa de Dios (1 P. 4:17). Pero el Señor ha arruinado nuestro orgullo. Ojalá nos diéramos cuenta—nuestra aureola está rota.
    ¡Sólo hay una esperanza! Hay que volver al Señor (Is. 20:15). “Reconoce, pues, tu maldad” (Jer. 3:13). “Convertíos, hijos rebeldes, dice Jehová, porque yo soy tu esposo” (Jer. 3:14). “Vuélvete a mí, dice Jehová” (Jer. 3:1). La otra opción es la de la iglesia de Laodicea: ser vomitado de la boca del Señor.
      El camino que lleva al avivamiento y a la bendición divina es el de confesar la verdad reveladora de nuestra condición, corregir y restituir lo que hemos hecho mal, apartamos de nuestros pecados, e ir a la presencia de nuestro Dios para que nos sane y nos bendiga. Debemos tomar en serio nuestro problema grave: la condición perdida del mundo y la impotencia de la iglesia.



traducido y adaptado por Carlos Tomás Knott

viernes, 27 de diciembre de 2019

¿EL MUNDO O LA BIBLIA?


No podemos nadar y guardar la ropa. ¡Hay que escoger! Nadie con doblez de corazón agrada al Señor ni así puede hacer nada para servir en el reino de Dios. La doblez es para los del mundo (Sal. 12:2). Los que quieren servir a Dios tienen que ser “sin doblez” (1 Ti. 3:8). Los buenos soldados en Israel no tenían doblez (1 Cr. 12:33). Dios sabe que “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Stg. 1:8).
    En una conferencia de jóvenes adultos pregunté cuántos podían nombrar por lo menos a tres jugadores del Real Madrid o del Barcelona. Muchos levantaron las manos indicando que sí. Entonces pregunté cuántos podrían decir los nombres de los doce apóstoles del Señor. Nadie levantó la mano. Esto demuestra los valores revertidos y confundidos que afligen a las iglesias hoy, y no sólo son los jóvenes, sino otros mayores que dan mal ejemplo. ¡Es lamentable que tantos conocen bien a los pijos vanagloriosos e inmorales jugadores profesionales que ninguna importancia tienen en el reino de Dios y el cielo, y desconocen a los apóstoles que serán para siempre recordados en la Palabra de Dios y en los doce cimientos de la Nueva Jerusalén (Apocalipsis 21:14)! “Purificad vuestros corazones!” (Stg. 4:8)
    Me temo que para nuestra vergüenza lo mismo pasaría con los cantantes y los actores, los políticos y sus partidos, y muchas otras cosas vanas que serán olvidadas por toda la eternidad.
    Hermanos jóvenes, Pablo exhortó al joven Timoteo: “Ejercítate para la piedad” (1 Ti. 4:7), y esto incluye el uso de la mente, la memoria, y con qué cosas nos ocupamos. Pero no por ser Timoteo un joven se van a librar los no tan jóvenes. Hermanos todos,  ¿No es hora de dedicarnos al conocimiento de Dios (Col. 1:10), el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo (2 P. 3:18), y a los santos y fieles de la Biblia, para imitarles?

 ¿Los Conoces?    ¿Los Aprecias?

¿Podrías nombrarlos de memoria? ¿Podrías decir algo acerca de cada uno? Aquí tenemos un buen trabajo con que ocupar nuestra mente este año.

La Genealogía de Adán a Noé
    Adán, Set,  Enós, Cainán, Mahalaleel, Jared, Enoc,
    Matusalén, Lamec, Noé
   
Los 12 Hijos y la Hija De Jacob
  (y el significado de sus nombres)
        Rubén, Judá, Simeón, Leví, Dan, Neftalí, Gad, Isacar, Aser, Zabulón, José, Benjamín, y Dina

Las Tribus De Israel
        Rubén, Judá, Simeón, (Leví), Dan, Neftalí, Gad, Isacar, Aser, Zabulón, Efraín, Manasés, Benjamín

Los 12 Apóstoles

        Pedro, Andrés, Jacobo, Juan, Felipe, Natanael, Jacobo de Alfeo, Leví, Tomás, Simón, Judas de Jacobo, Judas Iscariote.
        luego: Matías, y Pablo

Los 16 Profetas Escritores   (y el significado de sus nombres)
        Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías, Malaquías

Los Fieles de Hebreos 11
        Abel, Enoc, Noé, Abraham, Sara, Isaac, Jacob, José, padres de Moisés, Moisés, Rahab, Gedeón, Barak, Sansón, Jefté, David, Samuel, los profetas, “y otros”

    * Éstos son puestos como ejemplos de cómo vivir por fe y agradar a Dios, para que les imitemos. ¿Cómo haremos esto si no estudiamos sus vidas para aprender las lecciones?


Los Jueces
        Otoniel, Aod, Samgar, Deborah y Barak, Gedeón, Abimelec (usurpador),Tola, Jair, Jefté, Ibzán, Elón, Abdón, Sansón, Samuel

Las 7 Iglesias de Asia en Apocalipsis 2-3
        Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia, Laodicea

¡Más Cosas!

¿Qué sabes de Melquisedec? ¿En qué libros es mencionado? ¿Qué hizo? ¿Cuál es su importancia?


¿Qué sabes de la vaca alazana? ¿En qué libro está? ¿Cuál es su importancia?


¿Qué sabes de los cinco tipos de sacrificios en Levítico y su relación con Jesucristo?


¿Qué sabes del Tabernáculo y su mobiliario y qué relación tienen con Jesucristo?

¿Cuáles son los tres grupos de siete juicios del libro de Apocalipsis?


¿Puedes explicar cuál es la diferencia entre el arrebatamiento y la segunda venida de Cristo?


¿Puedes nombrar algunos de los salmos mesiánicos?


¿Puedes escribir un breve resumen de cada libro de la Biblia?

Renunciemos y olvidemos las cosas pasajeras, livianas y vanas de este mundo, y ocupemos nuestra mente con el conocimiento de Dios y Su Palabra. “¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación” (Sal. 119:97). Probablemente alguien preguntará si yo hago lo que exhorto a los demás. Gracias al Señor, sí, muchos los sé de memoria y estoy trabajando continuamente con los demás, para seguir creciendo, con Su ayuda. “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo...” (Fil. 3:12).

“a fin de que no os hagáis perezosos, sino imitadores de aquellos que por la fe y la paciencia heredan las promesas” (He. 6:12).
 
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2).

Himno: “En Tu Palabra Oh Padre Dios”

En Tu Palabra, oh Padre Dios, ¡qué bella luz se ve!
Bendita, celestial porción, gozada por la fe.

Aquí del Redentor la voz alegra el corazón;
la dulce voz del buen Pastor que trae salvación.

En su divina inspiración aliento se nos da;
también allí satisfacción el alma encontrará.

Y antorcha para iluminar los pasos de Tu grey;
y lámpara que nos dará visiones del gran Rey.

¡Cuán dulce es Tu Palabra fiel para mi paladar!
Más que la refinada miel que cae del panal.

Y mina de riqueza es que no se agotará
hasta ese día en que yo esté en gloria celestial.

Carlos Tomás Knott

LA IGLESIA PRIMITIVA


Hoy muchos creyentes sienten algo como nostalgia al leer el Nuevo Testamento. En aquelos tiempos las cosas parecían tan sencillas, pero hoy hay competencia entre grandes organizaciones religiosas. Son movimientos poderosos; meten sus manos en reformas políticas y sociales. ¿Ha desaparecido para siempre la sencillez y espiritualidad de la iglesia primitiva?
    A lo largo de los años ha habido algunas congregaciones apartadas de la corriente principal de la cristiandad, resueltas a volver a guiarse por las Escrituras. Aunque mayormente ignoradas por la religión organizada, han conocido verdadera bendición espiritual y el gran gozo de agradar a su Señor en estos asuntos. ¿Cuáles eran algunas de las características de las iglesias primitivas?
   
Atracción A Una Persona

    Los primeros discípulos se mantuvieron juntos, no por un registro organizacional de miembros, sino por devoción a una Persona. Habían escuchado el llamado de Cristo, y eran Sus seguidores (Mt. 4:18-20). Toda su vida estaba centrada en Él; aprendiendo de Él, obedeciéndole, amándole. Esta relación era intensamente personal y se manifestaba en una lealtad ardiente. Pedro vocalizó el sentimiento común de ellos cuando dijo: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijero lo mismo” (Mt. 26:35).
    Después de la ascensión de Cristo, los discípulos nuevos bebieron del mismo espíritu. Predicaron en el Nombre de Cristo (Hch. 4:12, 18), bautizaron en Su Nombre (Hch. 10:48), se reunieron en Su Nombre (Mt. 18:20), hicieron milagros en Su Nombre (Hch. 3:6), en Su Nombre desafiaron la oposición (Hch. 4:18-20), y sufrieron voluntariamente por causa de Su Nombre (Hch. 5:41). ¿Es extraño que el mundo comenzó a llamarles “cristianos” (Hch. 11:26)?
    Hoy los creyentes que captan este espíritu evitan todos los nombres de marca eclesial y se deleitan en llevar el Nombre de Cristo en el mundo. Desean solo usar términos hallados en la Biblia para los cristianos, tales como: creyentes, hermanos, discípulos y santos. Para ellos, todavía es relevante la Escritura: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús...” (Col. 3:17).
   
Sumisión A La Palabra

    Para los creyentes en aquellos días del principio, la única autoridad era la Palabra de Dios. El Antiguo Testamento ya existía y cuando comenzó a escribirse el Nuevo Testamento, reconocieron quee tenía la misma autoridad (2 P. 3:15-16). Los apóstoles enfatizaron la enseñanza de los recién convertidos (Hch. 2:42). ¿No les había mandado así el Señor? “...Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20)? Vidas que antes habían sido independientes, de ahí en adelante iban a ser moldeadas por la enseñanza de la Palabra (Ro. 6:17).
    La actividad más prominente de la iglesia primitiva en sus reuniones era la enseñanza (Hch. 2:42). La Palabra debe derramar su luz sobre todo aspecto de la vida. Los que antes vivían en tinieblas deben andar en la luz (1 Jn. 1:6-7). No había recurso a otra autoridad más alta. “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Co. 14:37). Hoy, los que desean seguir el patrón de la iglesia primitiva deben enfatizar de nuevo la autoridad absoluta e inmutable de la Palabra de Dios en todo asunto de fe y conducta. Si Dios no ha hablado, entonces el hombre nunca podrá saber verdades espirituales.
   
Gobernada Por Ancianos

    Las iglesias primitivas eran como familias del pueblo de Dios. Algunos eran jóvenes en la fe y otros eran más maduros en su conocimiento del Señor y Su palabra (1 Jn. 2:13-14). En cada familia debe haber liderazgo, y es así también en la iglesia local. Después de formarse una iglesia  y reunirse durante un tiempo, los misioneros de entonces volvieron y señalaron a aquellos que eran cualificados para servir como ancianos (Hch. 14:21-23). Más tarde, esas calificaciones fueron delineadas con detalle, para que las generaciones sucesivas las siguiesen (Tit. 1:5-9; 1 Ti. 3:1-7). Para ser un anciano, uno tiene que tener un buen conocimiento de la Biblia, ser moralmente irreprochable y tener una casa piadosa, ordenada y gobernada por él.
    Estos hombres fueron llamados ancianos u obispos (sobreveedores) y eran los que pastoreaban el rebaño (Hch. 20:28). Su responsabilidad era cosa seria, porque un día darían cuenta de la obra y las almas dejadas en sus manos (He. 13:17). En cada iglesia local había hombres que servían así; nunca un solo hombre que fuera el pastor o el anciano. “En la multitud de consejeros hay seguridad” (Pr. 11:14). Los primeros misioneros dejaron a cada iglesia al cuidado de esos ancianos locales. No había autoridad más alta, ni ningún “anciano principal”, ningún hombre que gobernaba a varias asambleas, ni ninguna federación o asociación de iglesias, ni ningún obispo sobre una diócesis ni superintendente de área. Todo era bíblica y deliciosamente sencillo. El gobierno de las iglesias estaba en manos de hombres espirituales de la localidad que en temor de Dios podían tomar buenas decisiones acerca de la obra a su cuidado.

Libertad Para El Espíritu Santo

    Cada iglesia local quedó al cuidado de un grupo de ancianos, y con las Escrituras como guía (Hch. 20:32). Los apóstoles tenían confianza tremenda en la Palabra de Dios como suficiente para el crecimiento espiritual y la dirección (2 Ti. 3:16-17). Además de dejarles con un Libro, les dejaron con una certidumbre tranquila de que Dios el Espíritu Santo continuaría trabajando en sus corazones y vidas. “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).
    El mismo Señor Jesucristo les prometió poder para testificar cuando viniera el Espíritu Santo (Hch. 1:8). De una manera maravillosa ellos habían conocido este poder para hablar de Cristo con denuedo, pese a la oposición (Hch. 4:19-20). El evangelio se extendió por el mundo romano con la rapidez de un fuego de pasto en el viento, impulsado por el Espíritu de Dios.
    Cuando los apóstoles dejaron establecidos esos pequeños grupos de creyentes, confiaron que el Espíritu Santo, habiéndoles guiado a Cristo, continuaría guiándoles y dándoles poder. Creían que Él levantaría dones espirituales entre ellos para la edificación de los creyentes (Ef. 4:11; 1 Co. 12:4-7). No había espectadores, sino enseñaban a cada creyente que era necesario y tenía una función que desenvolver en la asamblea (1 Co. 12:12). Cada uno sabía que había venido a ser templo de Espíritu Santo (1 Co. 6:19), y que la misma vida de Dios debía expresarse en él.
    Esas iglesias del principio fomentaban el desarrollo del don espiritual de cada persona. No había división en clero y laico ni se reservaba la predicación para una clase privilegiada. La mayoría de las reuniones eran informales, y varios hermanos varones participaban. Todos ellos podían orar en voz alta en público (1 Ti. 2:8). En la congregación los varones tomaban la parte audible (1 Co. 14:34). Algunos pedían un himno, otros daban un pensamiento devocional, o una enseñanza o exhortación. De esa manera los varios dones comenzaban a desarrollarse y fueron conocidos por los demás (1 Co. 14:26). Al pasar el tiempo algunos serían conocidos como profetas [entonces todavía había] o maestros [como hoy], y serían los que hablaban principalmente. Sin embargo, siempre debía haber oportunidad para escuchar la voz de otro hermano, y para que su don se manifestara (1 Co. 14:31). No es extraño que Pablo podía hablar de la iglesia como un cuerpo, donde cada miembro contribuye su parte (Ef. 4:11-16).

La Cena Del Señor

    Hechos 2:42  presenta las varias actividades en las reuniones de las iglesias primitivas: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”. La enseñanza, la comunión, la cena del Señor y las oraciones marcaron las reuniones desde el principio. Todavía estaban muy frescas en sus pensamientos las palabras del Señor: “Haced esto en memoria de mí”. En su amor y fervor, parece que al principio algunos le recordaban diariamente (Hch. 2:46). Luego guiados por el Espíritu Santo adoptaron la práctica de celebrar la cena del Señor cada primer día de la semana (Hch. 20:7), no el sábado.
    El punto culminante de sus reuniones era la adoración ferviente cuando varios hermanos guiaban en oración, seguido por la participación en el pan y la copa. Se derretían los corazones en la presencia de Dios al recordar la agonía del Salvador en la cruz. El pan y la copa solo eran símbolos para refrescar y ayudar la memoria; un cuerpo quebrantado y sangre derramada. Las iglesias primitivas reanimaban su devoción al Señor semanalmente al recordarle de esta manera. Hoy los creyentes necesitamos desesperadamente esta clase de devoción al Señor Jesucristo (1 Co. 11:23-26). Él no es es un accesorio religioso sino lo principal y vital de nuestra vida.

El Retorno Del Señor

    Saliendo de la cena del Señor, con lágrimas en los ojos, los creyentes enferentaban a un mundo hostil. Sus corazones se llenaban de amor fraternal (Hch. 2:44-45). Estaban profundamente preocupados por los que todavía no habían creído en el Señor, sabiendo que sin Él los seres humanos están perdidos (Hch. 4:12). Evangelizaban dondequiera que iban (Hch. 8:4), declarando a todos el mensaje de su  maravilloso Señor y Salvador. Siempre se les conocían como hombres que esperaban el retorno de Cristo para arrebatar a los creyentes y llevarlos al cielo.
    Nadie debe profesar ser un creyente verdadero si no tiene esa fe profunda en la venida del Señor: “...os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo...” (1 Ts. 1:9-10). Cada asamblea se consideraba una colonia peregrina del cielo que fervientemente esperaba la venida del Rey (Fil. 3:20). Solo entonces todas sus esperanzas serían realizadas. Ésta era la “esperanza bienaventurada” que alzaba sus corazones y les hacía cantar. La última oración en la Biblia se expresa como un suspiro ansioso: “Amén, sí, ven Señor Jesús” (Ap. 22:20).
    ¡Qué sencillez, espiritualidad y poder! Nos dan añoranza de los días de la iglesia primitiva. Pero hermanos, Dios es el mismo, no ha cambiado. Y a lo largo de las edades pequeños grupos de cristianos han vuelto a la sencillez de la iglesia primitiva, y hallando la bendición de Dios. No hay otra forma mejor de hacer la obra de Dios, que seguir el patrón dado en Su Palabra. “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Jn. 13:17).
Capítulo 1 del libro LA IGLESIA PRIMITIVA, por Donald Norbie, próximamente disponible de Libros Berea, ministerio de la Asamblea Bíblica en Sevilla.