Hoy muchos creyentes sienten algo como nostalgia al leer el Nuevo
Testamento. En aquelos tiempos las cosas parecían tan sencillas, pero
hoy hay competencia entre grandes organizaciones religiosas. Son
movimientos poderosos; meten sus manos en reformas políticas y sociales.
¿Ha desaparecido para siempre la sencillez y espiritualidad de la
iglesia primitiva?
A lo largo de los años ha habido algunas congregaciones apartadas de la corriente principal de la cristiandad, resueltas a volver a guiarse por las Escrituras. Aunque mayormente ignoradas por la religión organizada, han conocido verdadera bendición espiritual y el gran gozo de agradar a su Señor en estos asuntos. ¿Cuáles eran algunas de las características de las iglesias primitivas?
Atracción A Una Persona
Los primeros discípulos se mantuvieron juntos, no por un registro organizacional de miembros, sino por devoción a una Persona. Habían escuchado el llamado de Cristo, y eran Sus seguidores (Mt. 4:18-20). Toda su vida estaba centrada en Él; aprendiendo de Él, obedeciéndole, amándole. Esta relación era intensamente personal y se manifestaba en una lealtad ardiente. Pedro vocalizó el sentimiento común de ellos cuando dijo: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijero lo mismo” (Mt. 26:35).
Después de la ascensión de Cristo, los discípulos nuevos bebieron del mismo espíritu. Predicaron en el Nombre de Cristo (Hch. 4:12, 18), bautizaron en Su Nombre (Hch. 10:48), se reunieron en Su Nombre (Mt. 18:20), hicieron milagros en Su Nombre (Hch. 3:6), en Su Nombre desafiaron la oposición (Hch. 4:18-20), y sufrieron voluntariamente por causa de Su Nombre (Hch. 5:41). ¿Es extraño que el mundo comenzó a llamarles “cristianos” (Hch. 11:26)?
Hoy los creyentes que captan este espíritu evitan todos los nombres de marca eclesial y se deleitan en llevar el Nombre de Cristo en el mundo. Desean solo usar términos hallados en la Biblia para los cristianos, tales como: creyentes, hermanos, discípulos y santos. Para ellos, todavía es relevante la Escritura: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús...” (Col. 3:17).
Sumisión A La Palabra
Para los creyentes en aquellos días del principio, la única autoridad era la Palabra de Dios. El Antiguo Testamento ya existía y cuando comenzó a escribirse el Nuevo Testamento, reconocieron quee tenía la misma autoridad (2 P. 3:15-16). Los apóstoles enfatizaron la enseñanza de los recién convertidos (Hch. 2:42). ¿No les había mandado así el Señor? “...Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20)? Vidas que antes habían sido independientes, de ahí en adelante iban a ser moldeadas por la enseñanza de la Palabra (Ro. 6:17).
La actividad más prominente de la iglesia primitiva en sus reuniones era la enseñanza (Hch. 2:42). La Palabra debe derramar su luz sobre todo aspecto de la vida. Los que antes vivían en tinieblas deben andar en la luz (1 Jn. 1:6-7). No había recurso a otra autoridad más alta. “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Co. 14:37). Hoy, los que desean seguir el patrón de la iglesia primitiva deben enfatizar de nuevo la autoridad absoluta e inmutable de la Palabra de Dios en todo asunto de fe y conducta. Si Dios no ha hablado, entonces el hombre nunca podrá saber verdades espirituales.
Gobernada Por Ancianos
Las iglesias primitivas eran como familias del pueblo de Dios. Algunos eran jóvenes en la fe y otros eran más maduros en su conocimiento del Señor y Su palabra (1 Jn. 2:13-14). En cada familia debe haber liderazgo, y es así también en la iglesia local. Después de formarse una iglesia y reunirse durante un tiempo, los misioneros de entonces volvieron y señalaron a aquellos que eran cualificados para servir como ancianos (Hch. 14:21-23). Más tarde, esas calificaciones fueron delineadas con detalle, para que las generaciones sucesivas las siguiesen (Tit. 1:5-9; 1 Ti. 3:1-7). Para ser un anciano, uno tiene que tener un buen conocimiento de la Biblia, ser moralmente irreprochable y tener una casa piadosa, ordenada y gobernada por él.
Estos hombres fueron llamados ancianos u obispos (sobreveedores) y eran los que pastoreaban el rebaño (Hch. 20:28). Su responsabilidad era cosa seria, porque un día darían cuenta de la obra y las almas dejadas en sus manos (He. 13:17). En cada iglesia local había hombres que servían así; nunca un solo hombre que fuera el pastor o el anciano. “En la multitud de consejeros hay seguridad” (Pr. 11:14). Los primeros misioneros dejaron a cada iglesia al cuidado de esos ancianos locales. No había autoridad más alta, ni ningún “anciano principal”, ningún hombre que gobernaba a varias asambleas, ni ninguna federación o asociación de iglesias, ni ningún obispo sobre una diócesis ni superintendente de área. Todo era bíblica y deliciosamente sencillo. El gobierno de las iglesias estaba en manos de hombres espirituales de la localidad que en temor de Dios podían tomar buenas decisiones acerca de la obra a su cuidado.
Libertad Para El Espíritu Santo
Cada iglesia local quedó al cuidado de un grupo de ancianos, y con las Escrituras como guía (Hch. 20:32). Los apóstoles tenían confianza tremenda en la Palabra de Dios como suficiente para el crecimiento espiritual y la dirección (2 Ti. 3:16-17). Además de dejarles con un Libro, les dejaron con una certidumbre tranquila de que Dios el Espíritu Santo continuaría trabajando en sus corazones y vidas. “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).
El mismo Señor Jesucristo les prometió poder para testificar cuando viniera el Espíritu Santo (Hch. 1:8). De una manera maravillosa ellos habían conocido este poder para hablar de Cristo con denuedo, pese a la oposición (Hch. 4:19-20). El evangelio se extendió por el mundo romano con la rapidez de un fuego de pasto en el viento, impulsado por el Espíritu de Dios.
Cuando los apóstoles dejaron establecidos esos pequeños grupos de creyentes, confiaron que el Espíritu Santo, habiéndoles guiado a Cristo, continuaría guiándoles y dándoles poder. Creían que Él levantaría dones espirituales entre ellos para la edificación de los creyentes (Ef. 4:11; 1 Co. 12:4-7). No había espectadores, sino enseñaban a cada creyente que era necesario y tenía una función que desenvolver en la asamblea (1 Co. 12:12). Cada uno sabía que había venido a ser templo de Espíritu Santo (1 Co. 6:19), y que la misma vida de Dios debía expresarse en él.
Esas iglesias del principio fomentaban el desarrollo del don espiritual de cada persona. No había división en clero y laico ni se reservaba la predicación para una clase privilegiada. La mayoría de las reuniones eran informales, y varios hermanos varones participaban. Todos ellos podían orar en voz alta en público (1 Ti. 2:8). En la congregación los varones tomaban la parte audible (1 Co. 14:34). Algunos pedían un himno, otros daban un pensamiento devocional, o una enseñanza o exhortación. De esa manera los varios dones comenzaban a desarrollarse y fueron conocidos por los demás (1 Co. 14:26). Al pasar el tiempo algunos serían conocidos como profetas [entonces todavía había] o maestros [como hoy], y serían los que hablaban principalmente. Sin embargo, siempre debía haber oportunidad para escuchar la voz de otro hermano, y para que su don se manifestara (1 Co. 14:31). No es extraño que Pablo podía hablar de la iglesia como un cuerpo, donde cada miembro contribuye su parte (Ef. 4:11-16).
La Cena Del Señor
Hechos 2:42 presenta las varias actividades en las reuniones de las iglesias primitivas: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”. La enseñanza, la comunión, la cena del Señor y las oraciones marcaron las reuniones desde el principio. Todavía estaban muy frescas en sus pensamientos las palabras del Señor: “Haced esto en memoria de mí”. En su amor y fervor, parece que al principio algunos le recordaban diariamente (Hch. 2:46). Luego guiados por el Espíritu Santo adoptaron la práctica de celebrar la cena del Señor cada primer día de la semana (Hch. 20:7), no el sábado.
El punto culminante de sus reuniones era la adoración ferviente cuando varios hermanos guiaban en oración, seguido por la participación en el pan y la copa. Se derretían los corazones en la presencia de Dios al recordar la agonía del Salvador en la cruz. El pan y la copa solo eran símbolos para refrescar y ayudar la memoria; un cuerpo quebrantado y sangre derramada. Las iglesias primitivas reanimaban su devoción al Señor semanalmente al recordarle de esta manera. Hoy los creyentes necesitamos desesperadamente esta clase de devoción al Señor Jesucristo (1 Co. 11:23-26). Él no es es un accesorio religioso sino lo principal y vital de nuestra vida.
A lo largo de los años ha habido algunas congregaciones apartadas de la corriente principal de la cristiandad, resueltas a volver a guiarse por las Escrituras. Aunque mayormente ignoradas por la religión organizada, han conocido verdadera bendición espiritual y el gran gozo de agradar a su Señor en estos asuntos. ¿Cuáles eran algunas de las características de las iglesias primitivas?
Atracción A Una Persona
Los primeros discípulos se mantuvieron juntos, no por un registro organizacional de miembros, sino por devoción a una Persona. Habían escuchado el llamado de Cristo, y eran Sus seguidores (Mt. 4:18-20). Toda su vida estaba centrada en Él; aprendiendo de Él, obedeciéndole, amándole. Esta relación era intensamente personal y se manifestaba en una lealtad ardiente. Pedro vocalizó el sentimiento común de ellos cuando dijo: “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípulos dijero lo mismo” (Mt. 26:35).
Después de la ascensión de Cristo, los discípulos nuevos bebieron del mismo espíritu. Predicaron en el Nombre de Cristo (Hch. 4:12, 18), bautizaron en Su Nombre (Hch. 10:48), se reunieron en Su Nombre (Mt. 18:20), hicieron milagros en Su Nombre (Hch. 3:6), en Su Nombre desafiaron la oposición (Hch. 4:18-20), y sufrieron voluntariamente por causa de Su Nombre (Hch. 5:41). ¿Es extraño que el mundo comenzó a llamarles “cristianos” (Hch. 11:26)?
Hoy los creyentes que captan este espíritu evitan todos los nombres de marca eclesial y se deleitan en llevar el Nombre de Cristo en el mundo. Desean solo usar términos hallados en la Biblia para los cristianos, tales como: creyentes, hermanos, discípulos y santos. Para ellos, todavía es relevante la Escritura: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús...” (Col. 3:17).
Sumisión A La Palabra
Para los creyentes en aquellos días del principio, la única autoridad era la Palabra de Dios. El Antiguo Testamento ya existía y cuando comenzó a escribirse el Nuevo Testamento, reconocieron quee tenía la misma autoridad (2 P. 3:15-16). Los apóstoles enfatizaron la enseñanza de los recién convertidos (Hch. 2:42). ¿No les había mandado así el Señor? “...Enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt. 28:20)? Vidas que antes habían sido independientes, de ahí en adelante iban a ser moldeadas por la enseñanza de la Palabra (Ro. 6:17).
La actividad más prominente de la iglesia primitiva en sus reuniones era la enseñanza (Hch. 2:42). La Palabra debe derramar su luz sobre todo aspecto de la vida. Los que antes vivían en tinieblas deben andar en la luz (1 Jn. 1:6-7). No había recurso a otra autoridad más alta. “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Co. 14:37). Hoy, los que desean seguir el patrón de la iglesia primitiva deben enfatizar de nuevo la autoridad absoluta e inmutable de la Palabra de Dios en todo asunto de fe y conducta. Si Dios no ha hablado, entonces el hombre nunca podrá saber verdades espirituales.
Gobernada Por Ancianos
Las iglesias primitivas eran como familias del pueblo de Dios. Algunos eran jóvenes en la fe y otros eran más maduros en su conocimiento del Señor y Su palabra (1 Jn. 2:13-14). En cada familia debe haber liderazgo, y es así también en la iglesia local. Después de formarse una iglesia y reunirse durante un tiempo, los misioneros de entonces volvieron y señalaron a aquellos que eran cualificados para servir como ancianos (Hch. 14:21-23). Más tarde, esas calificaciones fueron delineadas con detalle, para que las generaciones sucesivas las siguiesen (Tit. 1:5-9; 1 Ti. 3:1-7). Para ser un anciano, uno tiene que tener un buen conocimiento de la Biblia, ser moralmente irreprochable y tener una casa piadosa, ordenada y gobernada por él.
Estos hombres fueron llamados ancianos u obispos (sobreveedores) y eran los que pastoreaban el rebaño (Hch. 20:28). Su responsabilidad era cosa seria, porque un día darían cuenta de la obra y las almas dejadas en sus manos (He. 13:17). En cada iglesia local había hombres que servían así; nunca un solo hombre que fuera el pastor o el anciano. “En la multitud de consejeros hay seguridad” (Pr. 11:14). Los primeros misioneros dejaron a cada iglesia al cuidado de esos ancianos locales. No había autoridad más alta, ni ningún “anciano principal”, ningún hombre que gobernaba a varias asambleas, ni ninguna federación o asociación de iglesias, ni ningún obispo sobre una diócesis ni superintendente de área. Todo era bíblica y deliciosamente sencillo. El gobierno de las iglesias estaba en manos de hombres espirituales de la localidad que en temor de Dios podían tomar buenas decisiones acerca de la obra a su cuidado.
Libertad Para El Espíritu Santo
Cada iglesia local quedó al cuidado de un grupo de ancianos, y con las Escrituras como guía (Hch. 20:32). Los apóstoles tenían confianza tremenda en la Palabra de Dios como suficiente para el crecimiento espiritual y la dirección (2 Ti. 3:16-17). Además de dejarles con un Libro, les dejaron con una certidumbre tranquila de que Dios el Espíritu Santo continuaría trabajando en sus corazones y vidas. “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Fil. 1:6).
El mismo Señor Jesucristo les prometió poder para testificar cuando viniera el Espíritu Santo (Hch. 1:8). De una manera maravillosa ellos habían conocido este poder para hablar de Cristo con denuedo, pese a la oposición (Hch. 4:19-20). El evangelio se extendió por el mundo romano con la rapidez de un fuego de pasto en el viento, impulsado por el Espíritu de Dios.
Cuando los apóstoles dejaron establecidos esos pequeños grupos de creyentes, confiaron que el Espíritu Santo, habiéndoles guiado a Cristo, continuaría guiándoles y dándoles poder. Creían que Él levantaría dones espirituales entre ellos para la edificación de los creyentes (Ef. 4:11; 1 Co. 12:4-7). No había espectadores, sino enseñaban a cada creyente que era necesario y tenía una función que desenvolver en la asamblea (1 Co. 12:12). Cada uno sabía que había venido a ser templo de Espíritu Santo (1 Co. 6:19), y que la misma vida de Dios debía expresarse en él.
Esas iglesias del principio fomentaban el desarrollo del don espiritual de cada persona. No había división en clero y laico ni se reservaba la predicación para una clase privilegiada. La mayoría de las reuniones eran informales, y varios hermanos varones participaban. Todos ellos podían orar en voz alta en público (1 Ti. 2:8). En la congregación los varones tomaban la parte audible (1 Co. 14:34). Algunos pedían un himno, otros daban un pensamiento devocional, o una enseñanza o exhortación. De esa manera los varios dones comenzaban a desarrollarse y fueron conocidos por los demás (1 Co. 14:26). Al pasar el tiempo algunos serían conocidos como profetas [entonces todavía había] o maestros [como hoy], y serían los que hablaban principalmente. Sin embargo, siempre debía haber oportunidad para escuchar la voz de otro hermano, y para que su don se manifestara (1 Co. 14:31). No es extraño que Pablo podía hablar de la iglesia como un cuerpo, donde cada miembro contribuye su parte (Ef. 4:11-16).
La Cena Del Señor
Hechos 2:42 presenta las varias actividades en las reuniones de las iglesias primitivas: “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”. La enseñanza, la comunión, la cena del Señor y las oraciones marcaron las reuniones desde el principio. Todavía estaban muy frescas en sus pensamientos las palabras del Señor: “Haced esto en memoria de mí”. En su amor y fervor, parece que al principio algunos le recordaban diariamente (Hch. 2:46). Luego guiados por el Espíritu Santo adoptaron la práctica de celebrar la cena del Señor cada primer día de la semana (Hch. 20:7), no el sábado.
El punto culminante de sus reuniones era la adoración ferviente cuando varios hermanos guiaban en oración, seguido por la participación en el pan y la copa. Se derretían los corazones en la presencia de Dios al recordar la agonía del Salvador en la cruz. El pan y la copa solo eran símbolos para refrescar y ayudar la memoria; un cuerpo quebrantado y sangre derramada. Las iglesias primitivas reanimaban su devoción al Señor semanalmente al recordarle de esta manera. Hoy los creyentes necesitamos desesperadamente esta clase de devoción al Señor Jesucristo (1 Co. 11:23-26). Él no es es un accesorio religioso sino lo principal y vital de nuestra vida.
El Retorno Del Señor
Saliendo de la cena del Señor, con lágrimas en los ojos, los creyentes enferentaban a un mundo hostil. Sus corazones se llenaban de amor fraternal (Hch. 2:44-45). Estaban profundamente preocupados por los que todavía no habían creído en el Señor, sabiendo que sin Él los seres humanos están perdidos (Hch. 4:12). Evangelizaban dondequiera que iban (Hch. 8:4), declarando a todos el mensaje de su maravilloso Señor y Salvador. Siempre se les conocían como hombres que esperaban el retorno de Cristo para arrebatar a los creyentes y llevarlos al cielo.
Nadie debe profesar ser un creyente verdadero si no tiene esa fe profunda en la venida del Señor: “...os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo...” (1 Ts. 1:9-10). Cada asamblea se consideraba una colonia peregrina del cielo que fervientemente esperaba la venida del Rey (Fil. 3:20). Solo entonces todas sus esperanzas serían realizadas. Ésta era la “esperanza bienaventurada” que alzaba sus corazones y les hacía cantar. La última oración en la Biblia se expresa como un suspiro ansioso: “Amén, sí, ven Señor Jesús” (Ap. 22:20).
¡Qué sencillez, espiritualidad y poder! Nos dan añoranza de los días de la iglesia primitiva. Pero hermanos, Dios es el mismo, no ha cambiado. Y a lo largo de las edades pequeños grupos de cristianos han vuelto a la sencillez de la iglesia primitiva, y hallando la bendición de Dios. No hay otra forma mejor de hacer la obra de Dios, que seguir el patrón dado en Su Palabra. “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (Jn. 13:17).
Capítulo 1 del libro LA IGLESIA PRIMITIVA, por Donald Norbie, próximamente disponible de Libros Berea, ministerio de la Asamblea Bíblica en Sevilla.