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miércoles, 3 de julio de 2019

Obediencia A Cristo: El Único Señor De Las Iglesias



Texto: Apocalipsis 1:9-20

En este pasaje el Señor Jesucristo se revela a Juan, y en la visión Juan le ve en medio de las siete iglesias. Ningún otro está en el centro, sino solo Cristo. Las iglesias no se congregan en torno a una persona popular o afluente, porque esto sería una afrenta a Cristo. Ningún hombre, por rico, popular o influyente que sea, debe atreverse a ocupar el lugar de Cristo o controlar las iglesias. Las iglesias en el Nuevo Testamento estaban en lugares distintos, cada uno con su geografía, clima, idioma, costumbres, dieta, etc., pero todas ellas fueron gobernadas por un mismo Señor y una misma Palabra. De este modo se puede cumplir la exhortación de 1 Corintios 1:10, “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”.
    Cuando unas iglesias o personas obedecen al Señor y otras no lo hacen, no es por cultura como algunos nos quieren hacer creer, sino por la actitud de su corazón. Los hermanos de Filipos dan ejemplo: “como siempre habéis obedecido” (Fil. 2:12). La verdadera conversión debe comenzar con una confesión del señorío de Cristo, y esto no es negociable (Ro. 10:9).
    El que dice que cree en el Señor, pero no lo obedece, se contradice. Observa el ejemplo de Abraham en Hebreos 11:8, “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir...” Es la obediencia de la fe. Spurgeon predicó un sermón entero sobre esta frase: “por la fe Abraham...obedeció”. La obediencia señalada aquí no es por miedo, sino por fe. La desobediencia viene de falta de fe – o sea – de desconfianza. La obediencia no es a regañadientes, a base de latigazos, sino por amor como bien remarca el Señor en Juan 14:15, “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. El creyente ama al Señor y desea agradarle. ¿Cómo sabe qué es lo que le agrada? Por Su Palabra. Una verdadera conversión tiene como resultado la carne crucificada (Gá. 5:24) y el mundo negado en la vida del creyente. No quieren amistad con el mundo, porque son motivados por el amor de Dios (1 Jn. 2:15).
    Observad cuán importante es esta condición que Jesucristo pone para tener amistad con Él. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:14). ¿Y dónde tenemos los mandamientos del Señor, sino en la Palabra de Dios?  No son sugerencias, sino mandamientos. No son gravosos (1 Jn. 5:3) porque el creyente es motivado por fe, amor y gratitud. Desea vivir para agradar al Señor y hacer Su voluntad.
    Cualquiera puede equovicarse, ¿y quién no lo ha hecho?, tanto personas como iglesias. Pero cuando el Señor nos corrige con Su Palabra y nos recuerda y señala el buen camino, manifestamos nuestra fe (confianza en Él) por un arrepentimiento y obediencia a Él.
    Esto tiene muchas aplicaciones – y cierto es que los cambios que observamos en las personas y las iglesias no vienen de fe, amor y separación del mundo, sino de lo contrario – falta de fe – deficiente amor y conformedad al mundo. La entrada de la música contemporánea, la desaparición del énfasis en el arrepentimiento y el señorío de Cristo en la predicación del evangelio, el protagonismo de las mujeres en las familias y las iglesias (el feminismo), y la mundanalidad en las diversiones y la forma de vestirse, son solamente unos ejemplos corrientes, y síntomas de un mal espiritual que es cada vez más generalizado.
    Un ejemplo corriente es la cuestión de la vestimenta de la mujer, que le es prohibido en Deuteronomio 22:5 llevar ropa de hombre, porque “abominación es a Jehová cualquiera que esto hace”. Se aplica a “cualquiera”. No dice “en una reunión”, porque habla de la vida, no de una reunión. Que sepamos los hombres no quieren llevar faldas, pero las mujeres sí tienen afán de llevar pantalones – la moda establecida en el mundo. No era así, pero el mundo ha cambiado, y ahora las iglesias aflojan y cambian – cediendo a las presiones y las modas del mundo. Las excusas y razonamientos filosóficos son múltiples pero insignificantes. Hacer lo que Dios abomina no es crecer ni madurar. La ley de Dios no es mala, sino buena, santa y justa (Ro. 7:12). En ella aprendemos cómo Dios piensa, Sus propósitos, y cuáles son las cosas que le gustan y no le gustan. Entre las abominaciones están cosas como la homosexualidad (Lv. 18:22; 20:13) la idolatría (Dt. 7:25; 13:6-14), “los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente,  el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Pr. 6:17-19). El Antiguo Testamento tiene validez y valor para enseñar y amonestarnos (Ro. 15:4; 1 Co. 10:6, 11).
    Es triste ver y oír de iglesias donde los hermanos responsables han dicho o permitido sin comentarios que las hermanas vistan pantalones. Años atrás no lo permitieron, pero han cambiado, y ahora se justifican diciendo que hay que madurar. No es madurez cuando uno afloja en la Palabra de Dios, se adapta al mundo y comienza a criticar a los que no cambian. Hebreos 5:14 dice que “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. La madurez capacita al creyente a discernir las cosas que son de la Palabra de Dios – el bien – y las que son del mundo – el mal. Pero desde la antigüedad ha habido en el pueblo de Dios los que han aflojado y cambiado, profesando hacer bien. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Is. 5:20-21). Aunque haya hombres que digan que las hermanas pueden llevar pantalones y no pasa nada – recuerda que en el Antiguo Testamento había falsos profetas que decían al pueblo que podía ser y hacer como las naciones y que no pasaba nada. Por eso el profeta Isaías, inspirado por Dios, dijo: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Is. 8:20).
    Otro ejemplo es la proliferación de reuniones de mujeres, siendo estudios bíblicos, conferencias, retiros, etc. en los cuales las mujeres lideran, predican y enseñan. Un grupo de mujeres celebró una cena del Señor solo para ellas, para que se levantasen a adorar y orar en voz alta, como normalmente hacen los varones. No parece importarles que no hay ni una reunión de mujeres creyentes en todo el Nuevo Testamento – es decir, carece de instrucción apostólica y de ejemplo bíblico como base para esas actividades. Es preocupante saber que nada de eso podía haberse desarrollado sin el permiso de los varones responsables en las asambleas, así que en el fondo representa un fracaso de liderazgo espiritual. Pero esos varones, en lugar de arrepentirse y volver a conformarse al patrón bíblico, defienden “los derechos” de las mujeres a reunirse y tildan de divisionistas a los que se resisten. Algunos insisten que cada asamblea es autónoma y puede decidir esas cuestions. Pero la autonomía no libra a ninguna asamblea del señorío de Cristo, pues Él es cabeza del cuerpo, y está presente como Señor en cada reunión. Ningún anciano, misionero o grupo de los tales tiene derecho a enseñar a hacer lo que el Señor prohibe, ni prohibir lo que el Señor manda. ¡Asombrosamente, se escucha de asambleas donde personas han sido puestas en disciplina por no asistir a la reunión de mujeres! Y las mujeres “maestras” tampoco desean arrepentirse y volver a integrarse en la congregación como hermanas cuya responsalidad es aprender en silencio, con toda sujeción, porque no le es permitido a la mujer enseñar (1 Ti. 2:11-12).
    ¿Quién no reconoce que en los últimos veinte o treinta años ha habido muchos cambios en las asambleas? ¿Son bíblicos o adaptaciones al mundo? Cuando hay desvío en el pueblo de Dios, el llamado bíblico es: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer. 16:6). En Apocalipsis 2-3 leemos lo que el Señor dijo a las siete iglesias de Asia, y llamó al arrepentimiento a cinco de las siete. Si esas iglesias, en la época de los apostoles, se habían desviado y tenían que arrepentirse, ¡cuánto más es así hoy en los postreros tiempos! 2 Timoteo 4:3-4 describe tiempos que entonces eran futuros, pero ahora han llegado: “no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias,  y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”. Cuando el liderazgo es culpable de aflojar y cambiar, debe humillarse y arrepentirse, porque su ejemplo afecta a muchos (Stg. 3:1) y pueden recibir mayor condenación.
    La iglesia en Éfeso fue llamada a arrepentirse (Ap. 2:4-5), porque pese a sus muchas actividades había dejado su primer amor. “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”.  Es un ultimátum del Señor. “¡Vuélvete, porque si no...!” Las primeras obras son las hechas con amor puro al Señor, celo por Él, y conforme a Su Palabra.
    La iglesia en Esmirna es una de dos que no tenían que arrepentirse. Sufrió por su fidelidad. Pero el Señor le anima con estas palabras: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10). ¡Ojalá siguiéramos todos ese ejemplo! Esto es lo que necesitamos hoy, creyentes e iglesias que se mantengan fieles hasta la muerte – fieles hasta el fin – sin aflojar, sin cambiar.
    La iglesia en Pérgamo fue permisiva – admitía en su medio a los que retenían la doctrina de Balaam y otros con la doctrina de los nicolaítas que el Señor aborrece. Hoy también hay iglesias que han crecido mediante la tolerancia y la permisividad, pero el Señor no aprueba. “Arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca” (Ap. 2:16). La espada de Su boca es la Palabra de Dios, que no solo enseña y edifica, sino también reprende, amonesta y corrige.
    La iglesia en Tiatira también fue permisiva y tolerante, y eso desagradó al Señor. Toleraba la enseñanza de una mujer que se decía ser profetisa. Es el único ejemplo en el Nuevo Testamento de una mujer enseñando en una iglesia, y queda tajantemente desaprobada. El Señor le dio tiempo para arrepentirse, pero Su paciencia tiene límite. Ella no quiso arrepentirse. Hay mujeres hoy que tampoco quieren arrepentirse de su usurpación y desvío, pero el juicio viene. Romanos 2:4-5 habla de la dureza y el corazón no arrepentido de los que aprovechan la misericordia y benignidad de Dios para seguir en su mal camino. Cuando manifiestan que no quieren arrepentirse y someterse a la Palabra del Señor, es tiempo de juicio.
    La iglesia en Sardis también fue llamada a arrepentirse. El Señor no halló sus obras perfectas delante de Dios (Ap. 3:2). En lugar de disculparla diciendo lo que oímos mucho hoy: “no hay iglesia perfecta” – el Señor la corrige, amonesta y llama al arrepentimiento.“Acuérdate, pues, de lo que has recibido... y guárdalo” ¿Qué había recibido? ¡La Palabra de Dios – la fe una vez dada a los santos, la gracia de Dios para vivir conforme a Su voluntad, y “espiritu... de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7). Cristo manda y advierte: “...Arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Ap. 3:3). Es otro ultimátum divina. ¿Puede aplicarse a algunos de nosotros?  La respuesta es sí, si no guardamos lo que hemos recibido del Señor.
    La iglesia en Filadelfia es la otra que no fue llamada a arrepentirse. Tenía poca fuerza – probablemente no era muy grande ni tenía creyentes ricos o influyentes, pero había guardado Su Palabra y no había negado Su nombre (Ap. 3:8). Ésa es una iglesia digna de imitar. Pobre pero fiel. No necesitamos a ricos ni poderosos, sino al Señor y Su aprobación. ¿Somos capaces de rechazar y parar la influencia de los fuertes y perder su favor, para obedecer al Señor y serle fieles? Hay cosas peores que pobreza y poca fuerza. En Lucas 6:24-26 Cristo dice:  “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”.  A la iglesia en Filadelfia el Señor promete venir pronto, y manda: “Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:11). No hay corona para los que no retienen la Palabra de Dios sino que cambian para ponerse al día y tener “éxito” a corto plazo. Cuando uno no retiene la Palabra, aunque diga que ha madurado, la verdad es que ha sido infiel.  Las coronas son para los fieles.
    La iglesia en Laodicea también fue reprendida, castigada y amonestada a arrepentirse. Laodicea significa “el pueblo gobierna”, y nada hay más adecuado para describir las iglesias evangélicas en nuestros tiempos. El pueblo tiene voz y voto. Las mujeres mandan. Los jóvenes mandan. Los hombres de negocio mandan. La congregación influye a los pastores y ancianos para que efectúen los cambios deseados. Y los hombres, sin principios bíblicos, o sin convicciones, o temerosos (Pr. 29:25), aflojan como Pilato y ceden a la voluntad del pueblo. La iglesia en Laodicea es la patrona de los tales. Era una iglesia afluente, desobediente, sin Cristo y espiritualmente ciega – ignorante de su condición. En qué sentido era todavía una iglesia es difícil de saber. Había sido una iglesia. Todavía profesaba ser una. Estaba pronto a ser vomitada de la boca de Cristo (Ap. 3:16). Su reprensión y castigo eran señales de Su amor (Ap. 3:19). Pero no es un amor tolerante: “sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Sin esto, Él no puede estar en tales iglesias. En el versículo 20 manifiesta Su deseo de comunión, pero para que sea posible, manda y promete lo siguiente. “Si alguno oye mi voz”, es decir, hazme caso. Busca al individuo: “alguno”. No hay que esperar a los demás. “Abre la puerta”, esto es, reacciona y búscale. “Entraré a él, y cenaré con él”. No todos, sino los que responden al Señor, es decir, los arrepentidos.
    Las asambleas no hallarán la bendición en locales nuevos, ni en la modernización, sino el volver al buen camino. Desde los tiempos de los apóstoles los fieles siervos del Señor han indicado claramente la doctrina y práctica de la iglesia y la vida cristiana. La fe ha sido una vez dada a los santos (Jud. 3). Hay que obedecerla, y combatir fervientemente por ella. Si alguien tiene agenda de introducir cambios, la Biblia advierte: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres” (Pr. 22:28). Los avivamentos en la Biblia tomaron lugar cuando hubo una vuelta a la Palabra de Dios, con arrepentimiento, quebrantamiento y lágrimas, y cuando hubo firme resolución a obedecer a Dios.  Hermanos, en nuestros días más que nunca hay necesidad de arrepentirnos, personas e iglesias, volver al patrón de la Palabra de Dios, guardar lo que hemos recibido y ser fieles hasta la muerte. Es el camino que el Señor marca. Las palabras de Cristo a esas siete iglesias también son para nosotros, hermanos. A cada una de esas iglesias el Señor añade esta exhortación: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. El Señor de las iglesias ha hablado. El Espíritu ha hablado. Recibamos y obedezcamos Su Palabra con amor y fe, hasta que el Señor nos llame a Su presencia.

Carlos

miércoles, 22 de agosto de 2018

Samuel: El Siervo de Dios En Su Vejez


Texto: 1 Samuel 9 y 16

La Necesidad del Discernimiento Espiritual
Quizás la obra más grande de Samuel le vino cerca del final de su vida natural. Puede que el lector sea un santo de avanzada edad: ¡Dios todavía podría tener para ti una gran obra! El hecho de llegar al otoño de la vida no significa que te jubiles ni que tu contribución tenga menos valor. La asamblea debe ser el lugar de servicio a Dios para  los creyentes de todas las edades. Los capítulos 9 y 16 de 1 Samuel nos relatan las ocasiones cuando Samuel ungió primero a Saúl y luego a David. Su responsabilidad era reconocer y ungir al hombre que el Señor había elegido. Era un trabajo de vital importancia. Israel, el pueblo de Dios necesitaba un hombre, no cualquiera, sino aquel que Dios había levantado. Los hay que se levantan a sí mismos, comienzan una obra y se autodenominan pastores. Los hay que los hermanos viejos y con delicada salud escogen imprudentemente sólo porque sienten su edad y desean el relevo.  Los hay que son alzados por el pueblo porque están disponibles, tienen estudios o hablan bien, pero ninguno de esos casos representa el criterio divino. Es Dios, no nosotros, que se encarga de elegir a Sus siervos.
    Hoy no existe una sucesión apostólica entre el pueblo de Dios, ni se ungen líderes en el sentido apostólico. Además, en una asamblea no le toca a un solo anciano actuar unilateralmente como Samuel, pues la asamblea no es la nación de Israel, y un anciano no es juez y profeta como Samuel. Como vemos en Hechos 13:2 y 20:28, es el Espíritu Santo que llama y envía obreros, y que hace y pone ancianos. No obstante, debemos reconocer que todavía se requieren hombres de Dios para trabajar con otra generación y tomar la responsabilidad del cuidado espiritual del pueblo de Dios. Saúl nos ilustra aquellos hombres que a menudo tendrán defectos. Sin embargo, el bienestar del pueblo de Dios requiere que los hermanos responsables invertamos tiempo en aquellos que Dios pueda estar levantando. Como el caso de Samuel con Saúl, esa inversión puede producir tristeza, pero es vital para la continuación del testimonio.
    El reino de Saúl en muchos sentidos resultó decepcionante. Pero hay dos lecciones principales que podemos seleccionar desde el punto de vista de Samuel en el capítulo 9. Primero, Dios dirigió a Samuel a esa tarea nueva cuando él ya estaba sirviendo, haciendo lo que estaba a mano (v. 14). Ésta es una lección ya vista en la vida de Samuel, que no podemos esperar la guía de Dios y nuevas responsabilidades si Él ya nos ha dado trabajo y no nos ocupamos en ello. Segundo, lo que el naciente líder necesitaba era un encuentro personal con la Palabra de Dios (v. 27). Hoy también esto es necesario. Samuel fue responsable de traer la Palabra de Dios a Saúl. En la asamblea, los varones que van creciendo y tomando responsabilidad todavía necesitan que los varones de Dios pongan delante suyo la Palabra de Dios, para su orientación y ayuda al afrontar la responsabilidad de guiar al pueblo de Dios. Lo que sin duda fortalecería las asambleas de los santos es más de la Palabra de Dios y menos ideas de hombres entre los del liderazgo. No necesitamos las novedades ni la sabiduría del mundo para guiar al pueblo de Dios, pues 2 Timoteo 3:17 indica que con la Palabra de Dios el hombre de Dios está “enteramente preparado para toda buena obra”.
    Después del fracaso de Saúl, Dios le recordó a Samuel (16:1) que Él estaba en control, y que aun sería levantado y provisto un liderazgo piadoso. Dios todavía hoy tiene a Sus siervos. Es comprensible que lamentemos el liderazgo malo y el fracaso humano, pero debemos recordar que Dios puede levantar a hombres para guiar a Su pueblo, y lo hará. Es Su responsabilidad, no la nuestra. No podemos controlar lo que pasará después de nuestra muerte, y si lo intentamos haremos mal porque no vemos el futuro, ni vemos bien en el presente a veces. Pero Dios estará, y Él actuará, pues no desampara a los Suyos. Las asambleas pueden estar débiles, pero no está todo perdido, pues nuestro Dios está en control. En el caso de Samuel e Israel, el nuevo rey vendría de un contexto y lugar no anticipados, pero lo importante es que era el hombre que Dios escogió.
    Aun al final de su vida había costo para Samuel en el servicio de Dios (16: 2). Dios le mandó a ungir otro rey. Conviene recordar que eso no da base a que hoy un hermano actúe unilateralmente llamando a alguien a servir en una asamblea, pues son dos situaciones muy distintas – el reino de Israel y la iglesia local donde hay un consejo de ancianos que deberían actuar en conjunto y comunión. En cuanto a Samuel, hacer la voluntad de Dios le podía haber costado la pérdida de todo, pero hizo exactamente lo que el Señor le había indicado (v. 4). Observa que él preparó para la tarea (v. 2 – trajo el cuerno de aceite y la becerra). Esto enseña que aunque dependía del poder y la guía de Dios, no descuidaba su responsabilidad en el servicio divino. Haríamos bien en seguir este ejemplo. El poder y los recursos de Dios nunca son excusa para una falta de preparación para servirle.
    Seguramente hoy muchos lectores conocen desde su juventud la historia de la unción de David. El resto del capítulo 16 relata cómo Samuel primero pasó revista a los primeros siete hijos de Isaí. Inicialmente Samuel supuso quién sería, basándose en su apariencia física. Pero Dios le enseñó que ni motivo ni aptitud espiritual pueden ser discernidos mediante un examen físico del cuerpo o la apariencia. Samuel veía lo externo, y por eso se suponía que sería Eliab el mayor (v. 6). Pero Dios le reprendió para que no mirara su parecer ni lo grande de su estatura. Dios ve donde nosotros no, Él ve el corazón (v. 7). Tristemente, hermanos, es fácil ser culpable de juzgar aptitud para servir en base a consideraciones visuales – aspecto físico, forma de vestir, etc.
    Es verdad que hay hechos que pueden descalificar a uno de ciertos aspectos de servicio público para Dios, pero dejando a un lado esos casos, es Dios que levanta a Sus siervos, y nosotros debemos ser lentos para cuestionar su aptitud, llamamiento o motivo. En el caso de los hijos de Isaí, no era necesariamente que los hermanos mayores hubiesen hecho algo malo, sino que no por razones de omnisciencia, sabiduría y soberanía divina ellos no habían sido llamados a ocupar la posición de responsabilidad y gobernar. Tengamos cuidado de no decirle a Dios a quienes puede y no puede llamar para servirle, porque el pueblo de Dios y la iglesia local no son nuestros; todos nosotros somos Suyos, y Él es el Señor.
Artículo 5 en una serie escrita por Eric Baijal Jr. en la revista “Present Truth” (Verdad Presente), Fife: Escocia, Reino Unido, vol. 19, nº 218, octubre/noviembre 2017. Traducido y adaptado.

martes, 8 de agosto de 2017

Cristo en la Barca (Parte II)

por C. H. MacKintosh

Como ya lo hemos dicho, la incredulidad de los discípulos fue la que hizo salir a nuestro bendito Señor de su sueño. AY le despertaron, y le dijeron: Maestro, )no tienes cuidado que perecemos?@ (Mr. 4:38). (Qué pregunta! A)No tienes cuidado?@ (Cuánto debió de herir el sensible corazón del Señor! )Cómo podían pensar que era indiferente a su angustia en medio del peligro? (Cuán completamente habían perdido de vista su amor Cpor no decir nada de su poderC cuando se atrevieron a decirle estas palabras: A)No tienes cuidado?@!
Y, sin embargo, querido lector cristiano, esta escena )no es un espejo que refleja nuestra propia miseria? Ciertamente. Cuántas veces, en los momentos de dificultad y de prueba, esta pregunta se genera en nuestros corazones, aunque no la formulemos con los labios: A)No tienes cuidado?@ Quizá estemos enfermos y suframos; sabemos que bastaría una sola palabra del Dios Todopoderoso para curar el mal y levantarnos, pero esa palabra no la dice. O quizá tengamos dificultades económicas; sabemos que Ael oro y la plata, y los millares de animales en los collados@ son de Dios, que incluso los tesoros del universo están en su mano; sin embargo, pasan los días sin que nuestras necesidades se suplan. En una palabra, de un modo u otro atravesamos aguas profundas; la tempestad se desata, una ola tras otra golpea con ímpetu nuestra diminuta embarcación, nos hallamos en el límite de nuestros recursos, no sabemos qué más hacer y nuestros corazones se sienten a menudo prestos a dirigir al Señor la terrible pregunta: A)No tienes cuidado?@ Este pensamiento es profundamente humillante. La simple idea de lastimar el corazón de Jesús, lleno de amor, con nuestra incredulidad y desconfianza debería producir la más profunda contrición.
      Además, (qué absurda es la incredulidad! )Cómo Aquel que dio su vida por nosotros, que dejó su gloria y descendió a este mundo de pena y miseria, donde sufrió una muerte vergonzosa para librarnos de la ira eterna, podría alguna vez no tener cuidado de nosotros? Y, sin embargo, estamos prestos a dudar, o bien nos volvemos impacientes cuando nuestra fe es puesta a prueba, olvidando que esa misma prueba que nos hace estremecer y retroceder, es mucho más preciosa que el oro, el cual perece con el tiempo, mientras que la fe es una realidad imperecedera. Cuanto más se prueba laverdadera fe, tanto más brilla; y por eso la prueba, por más dura que sea, redundará, sin duda, en alabanza, gloria y honra para Aquel que no sólo implantó la fe en el corazón, sino que también la hace pasar por el crisol de la prueba, velando atentamente sobre ella durante todo ese tiempo.
Pero los pobres discípulos desfallecieron a la hora de la prueba. Les faltó confianza; despertaron al Maestro con esta indigna pregunta: A)No tienes cuidado que perecemos?@ (Ay, qué criaturas somos! Estamos dispuestos a olvidar diez mil bondades en cuanto aparece una sola dificultad. David dijo: AAl fin seré muerto algún día por la mano de Saúl@ (1 S. 27:1). Y )qué ocurrió al final? Saúl cayó en la montaña de Guilboa y David ocupó el trono de Israel. Ante la amenaza de Jezabel, Elías huyó para salvar su vida, )y cómo terminó todo? Jezabel fue arrojada por la ventana de su aposento y los perros lamieron su sangre, mientras que Elías ascendió al cielo en un carro de fuego (véase 1 R. 19:1-4; 2 R. 9:30-37; 2:11). Lo mismo ocurrió con los discípulos: tenían al Hijo de Dios a bordo, y creían que estaban perdidos; )y qué pasó al final? La tempestad fue reducida al silencio, y el mar se allanó como un espejo al oír la voz del que, antiguamente, llamó los mundos a la existencia. AY levantándose, reprendió al viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande bonanza@ (Mr. 4:39).
(Cuánta gracia y majestad juntas! En lugar de reprochar a sus discípulos  por haber interrumpido su sueño, reprende a los elementos que los habían aterrorizado. Así respondía a la pregunta: A)No tienes cuidado que perecemos?@ (Bendito Maestro! )Quién no confiaría en ti? )Quién no te adoraría por tu paciente gracia, y por tu amor que no hace reproches?
Vemos una perfecta belleza en la manera en que nuestro bendito Señor pasa, sin esfuerzo alguno, del reposo de su perfecta humanidad a la actividad de la Deidad. Como hombre, cansado de su trabajo, dormía sobre un cabezal; como Dios, se levanta y, con su voz omnipotente, acalla al viento impetuoso y calma el mar.
Tal era el Señor Jesús Cverdadero Dios y verdadero hombreC, y tal es hoy, siempre dispuesto a responder a las necesidades de los suyos, a calmar sus ansiedades y alejar sus temores. (Ojalá que confiemos más simplemente en él! No tenemos más que una débil idea de lo mucho que perdemos al no apoyarnos más de lo que lo hacemos en los brazos de Jesús cada día. Nos aterrorizamos con demasiada facilidad. Cada ráfaga de viento, cada ola, cada nube nos agita y deprime. En vez de permanecer tranquilos y reposados cerca del Señor, nos dejamos sobrecoger por el terror y la perplejidad. En vez de tomar la tempestad como una ocasión para confiar en él, hacemos de ella una ocasión para dudar de él. Tan pronto como se hace presente la menor dificultad, pensamos en seguida que vamos a sucumbir, a pesar de que nos asegura que nuestros cabellos están contados. Bien podría decirnos, como a sus discípulos: A)Por qué estáis así amedrentados? )Cómo no tenéis fe?@ (v. 40). Parecería, en efecto, que por momentos no tuviésemos fe. Pero (oh, qué tierno amor es el suyo! Él está siempre cerca de nosotros para socorrernos y protegernos, aun cuando nuestros incrédulos corazones sean tan propensos a dudar de su Palabra. Su actitud para con nosotros no es conforme a los pobres pensamientos que tenemos acerca de Él, sino según su perfecto amor. He aquí el consuelo y el sostén de nuestras almas al atravesar el tempestuoso mar de la vida, en camino hacia nuestro reposo eterno. Cristo está en la barca. Esto siempre nos basta. Descansemos con calma en él. (Ojalá que, en el fondo de nuestros corazones, siempre pueda haber esta calma profunda que proviene de una verdadera confianza en Jesús. Entonces, aunque la tempestad ruja y se encrespen las olas hasta lo sumo, no diremos: A)No tienes cuidado que perecemos?@ )Podemos acaso perecer con el Maestro a bordo? )Podemos pensar eso alguna vez, teniendo a Cristo en nuestros corazones? Quiera el Espíritu Santo enseñarnos a servirnos más plena, libre y ardientemente de Cristo. Realmente necesitamos esto justamente ahora, y lo necesitaremos cada vez más. Nuestro corazón debe asir a Cristo mismo por la fe y gozar de él. (Que esto sea para su gloria y para nuestra paz y gozo permanentes!
Podemos señalar todavía, para terminar, cómo afectó a los discípulos la escena que acabamos de ver. En lugar de la calma adoración de aquellos cuya fe ha recibido respuesta, manifiestan el asombro de aquellos cuyos temores fueron objeto de reproche. AEntonces temieron con gran temor, y se decían el uno al otro: )Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?@ (v. 41). Seguramente, tendrían que haberlo conocido mejor. Sí, querido lector, y nosotros también.

de sus Escritos Miscelaneos, tomo I


 



domingo, 30 de julio de 2017

El Señor Es Nuestro Pastor

por C. H. MacKintosh

Es muy agradable a nuestro espíritu considerar el carácter del Señor Jesús como nuestro Pastor, en cualquiera de sus aspectos, ya sea como: “el buen pastor” (Jn. 10:11) dando su vida por las ovejas; “el gran pastor” (He. 13:20) saliendo de la tumba, habiendo ya – en la grandeza de su fortaleza – despojado a la muerte de su aguijón y al sepulcro de su victoria; o, como “el príncipe de los pastores” (1 P. 5:4), rodeado por todos sus pastores subordinados, quienes por amor a Su persona adorable, y por la gracia de Su espíritu, hayan vigilado y cuidado de la grey. De los cuales ceñirá las sienes con diademas de gloria. En todos los aspectos de la historia de nuestro Pastor divino, es muy agradable y edificante pensar en Él.
    Ciertamente, hay algo en el carácter de nuestro Señor como Pastor que se adapta de manera peculiar a nuestra condición actual. Por la gracia somos constituidos en “pueblo de su prado, y ovejas de su mano” (Sal. 95:7); y como a tales, precisamos de manera bien especial de un pastor. Como pecadores, culpables y arruinados, le necesitamos como el “Cordero de Dios” (Jn. 1:29, 36); su sangre expiatoria nos encuentra en aquel punto de nuestra historia y satisface nuestra urgente necesidad. Como adoradores, le necesitamos como al “gran sacerdote” (He. 10:21), cuyas vestiduras, la expresión comprensiva de sus atributos y requisitos, demuestran a nuestras almas de la manera más bendita cuán eficazmente Él se encarga de este oficio. Como ovejas, expuestas a peligros innumerables en nuestro peregrinaje a través del desierto oscuro en este día sombrío y tenebroso, verdaderamente podemos escuchar la voz de nuestro Pastor, cuya vara y cayado nos proporcionan la seguridad y estabilidad para poder caminar hacia el hogar celestial.
    Ahora bien, en estos siete versículos de Lucas cap. 15, hallamos al Pastor presentado a nosotros en un aspecto profundamente interesante con respecto a su obrar bondadoso: se ve aquí buscando la oveja perdida. La parábola tiene un significado especial debido al hecho de  que fue colocada juntamente con la segunda acerca de la dracma perdida y la tercera acerca del hijo pródigo, como argumento a favor de las acciones de Dios repletas de gracia, en pro de los pecadores. (Es una sola “parábola”). Dios, en la persona del Señor Jesús, había venido tan cerca del pecador, que el legalismo y el fariseísmo (representados por escribas y fariseos), se ofendieron por ello: “Este a los pecadores recibe, y con ellos come”. Aquí residía la ofensa de que la gracia divina fue imputada en el tribunal del corazón legal y orgulloso del hombre que se reputa justo a sí mismo. Pero el recibir así a los pecadores era la misma gloria de Dios – Dios manifestado en carne – Dios había descendido a la tierra. Fue por eso que Él bajó a este mundo arruinado. No dejó su trono en los cielos para bajar en búsqueda de los justos, pues ¿por qué tendría que buscar a los tales? ¿Quién pensaría en buscar cosa alguna sino solamente lo que se había perdido? Con toda seguridad la misma presencia de Cristo en este mundo demostró que había venido en busca de algo, y además, que ese algo estaba perdido. “El Hijo del hombre vino a buscar y a salvarlo que se había perdido” (Lc. 19:10). 
    El alma debería regocijarse en gran manera por el hecho de que fue como cosa perdida que provocó la gracia y la piedad del corazón del Pastor. Podemos preguntarnos qué fue lo impulsó el corazón de Jesús hacia nosotros, tal como somos; sí, podemos preguntárnoslo, pero solamente la eternidad nos descifrará la respuesta de este enigma. Podríamos preguntar al pastor de la parábola por qué pensaba más en aquella oveja solitaria y perdida que en las noventa y nueve restantes no perdidas. ¿Cuál sería su respuesta? — La oveja perdida es mía, es de gran valor para mí, y tengo que hallarla. Jesús podía ver – Él sólo – en un pecador desvalido, un objeto de valor para sí y por el cual se viera impelido a descender del trono de gloria del Padre para salvarlo.
C. H. MacKintosh, cap. 7 de su libro Escritos Miscelaneos I