por C. H. MacKintosh
Como ya lo hemos dicho, la
incredulidad de los discípulos fue la que hizo salir a nuestro bendito Señor de
su sueño. AY le despertaron, y le dijeron:
Maestro, )no tienes cuidado que perecemos?@ (Mr. 4:38). (Qué pregunta! A)No tienes cuidado?@ (Cuánto debió de herir el sensible
corazón del Señor! )Cómo podían pensar que era
indiferente a su angustia en medio del peligro? (Cuán completamente habían perdido de vista su amor
Cpor no decir nada de su poderC cuando se atrevieron a decirle
estas palabras: A)No tienes cuidado?@!
Y, sin embargo, querido lector
cristiano, esta escena )no es un espejo que refleja nuestra propia miseria?
Ciertamente. Cuántas veces, en los momentos de dificultad y de prueba, esta
pregunta se genera en nuestros corazones, aunque no la formulemos con los
labios: A)No tienes cuidado?@ Quizá estemos enfermos y
suframos; sabemos que bastaría una sola palabra del Dios Todopoderoso para
curar el mal y levantarnos, pero esa palabra no la dice. O quizá tengamos
dificultades económicas; sabemos que Ael oro y la plata, y los millares
de animales en los collados@ son de Dios, que incluso los
tesoros del universo están en su mano; sin embargo, pasan los días sin que
nuestras necesidades se suplan. En una palabra, de un modo u otro atravesamos
aguas profundas; la tempestad se desata, una ola tras otra golpea con ímpetu
nuestra diminuta embarcación, nos hallamos en el límite de nuestros recursos,
no sabemos qué más hacer y nuestros corazones se sienten a menudo prestos a
dirigir al Señor la terrible pregunta: A)No tienes cuidado?@ Este pensamiento es profundamente
humillante. La simple idea de lastimar el corazón de Jesús, lleno de amor, con
nuestra incredulidad y desconfianza debería producir la más profunda
contrición.
Además, (qué absurda es la incredulidad! )Cómo Aquel que dio su vida por
nosotros, que dejó su gloria y descendió a este mundo de pena y miseria, donde
sufrió una muerte vergonzosa para librarnos de la ira eterna, podría alguna vez
no tener cuidado de nosotros? Y, sin embargo, estamos prestos a dudar, o bien
nos volvemos impacientes cuando nuestra fe es puesta a prueba, olvidando que
esa misma prueba que nos hace estremecer y retroceder, es mucho más preciosa
que el oro, el cual perece con el tiempo, mientras que la fe es una realidad
imperecedera. Cuanto más se prueba laverdadera fe, tanto más brilla; y
por eso la prueba, por más dura que sea, redundará, sin duda, en alabanza,
gloria y honra para Aquel que no sólo implantó la fe en el corazón, sino que
también la hace pasar por el crisol de la prueba, velando atentamente sobre
ella durante todo ese tiempo.
Pero los pobres discípulos
desfallecieron a la hora de la prueba. Les faltó confianza; despertaron al
Maestro con esta indigna pregunta: A)No tienes cuidado que perecemos?@ (Ay, qué criaturas somos! Estamos
dispuestos a olvidar diez mil bondades en cuanto aparece una sola dificultad.
David dijo: AAl fin seré muerto algún día por
la mano de Saúl@ (1 S. 27:1). Y )qué ocurrió al final? Saúl cayó
en la montaña de Guilboa y David ocupó el trono de Israel. Ante la amenaza de
Jezabel, Elías huyó para salvar su vida, )y cómo terminó todo? Jezabel fue
arrojada por la ventana de su aposento y los perros lamieron su sangre,
mientras que Elías ascendió al cielo en un carro de fuego (véase 1 R. 19:1-4; 2
R. 9:30-37; 2:11). Lo mismo ocurrió con los discípulos: tenían al Hijo de Dios
a bordo, y creían que estaban perdidos; )y qué pasó al final? La tempestad
fue reducida al silencio, y el mar se allanó como un espejo al oír la voz del
que, antiguamente, llamó los mundos a la existencia. AY levantándose, reprendió al
viento, y dijo al mar: Calla, enmudece. Y cesó el viento, y se hizo grande
bonanza@ (Mr. 4:39).
(Cuánta gracia y majestad juntas! En lugar de
reprochar a sus discípulos por haber
interrumpido su sueño, reprende a los elementos que los habían aterrorizado.
Así respondía a la pregunta: A)No tienes cuidado que perecemos?@ (Bendito Maestro! )Quién no confiaría en ti? )Quién no te adoraría por tu
paciente gracia, y por tu amor que no hace reproches?
Vemos una perfecta belleza en la manera en que nuestro bendito Señor pasa,
sin esfuerzo alguno, del reposo de su perfecta humanidad a la actividad de la
Deidad. Como hombre, cansado de su trabajo, dormía sobre un cabezal; como Dios,
se levanta y, con su voz omnipotente, acalla al viento impetuoso y calma el
mar.
Tal era el Señor Jesús Cverdadero Dios y verdadero hombreC, y tal es hoy, siempre dispuesto
a responder a las necesidades de los suyos, a calmar sus ansiedades y alejar
sus temores. (Ojalá que confiemos más
simplemente en él! No tenemos más que una débil idea de lo mucho que perdemos
al no apoyarnos más de lo que lo hacemos en los brazos de Jesús cada día. Nos
aterrorizamos con demasiada facilidad. Cada ráfaga de viento, cada ola, cada
nube nos agita y deprime. En vez de permanecer tranquilos y reposados cerca del
Señor, nos dejamos sobrecoger por el terror y la perplejidad. En vez de tomar
la tempestad como una ocasión para confiar en él, hacemos de ella una ocasión
para dudar de él. Tan pronto como se hace presente la menor dificultad,
pensamos en seguida que vamos a sucumbir, a pesar de que nos asegura que
nuestros cabellos están contados. Bien podría decirnos, como a sus discípulos: A)Por qué estáis así amedrentados? )Cómo no tenéis fe?@ (v. 40). Parecería, en efecto,
que por momentos no tuviésemos fe. Pero (oh, qué tierno amor es el suyo! Él está siempre
cerca de nosotros para socorrernos y protegernos, aun cuando nuestros incrédulos
corazones sean tan propensos a dudar de su Palabra. Su actitud para con
nosotros no es conforme a los pobres pensamientos que tenemos acerca de Él,
sino según su perfecto amor. He aquí el consuelo y el sostén de nuestras almas
al atravesar el tempestuoso mar de la vida, en camino hacia nuestro reposo
eterno. Cristo está en la barca. Esto siempre nos basta. Descansemos con calma
en él. (Ojalá que, en el fondo de
nuestros corazones, siempre pueda haber esta calma profunda que proviene de una
verdadera confianza en Jesús. Entonces, aunque la tempestad ruja y se encrespen
las olas hasta lo sumo, no diremos: A)No tienes cuidado que perecemos?@ )Podemos acaso perecer con el
Maestro a bordo? )Podemos pensar eso alguna vez,
teniendo a Cristo en nuestros corazones? Quiera el Espíritu Santo enseñarnos a
servirnos más plena, libre y ardientemente de Cristo. Realmente necesitamos
esto justamente ahora, y lo necesitaremos cada vez más. Nuestro corazón debe
asir a Cristo mismo por la fe y gozar de él. (Que esto sea para su gloria y para nuestra paz y
gozo permanentes!
Podemos señalar todavía, para terminar, cómo afectó a los discípulos la
escena que acabamos de ver. En lugar de la calma adoración de aquellos cuya fe
ha recibido respuesta, manifiestan el asombro de aquellos cuyos temores fueron
objeto de reproche. AEntonces temieron con gran temor, y se decían el uno al
otro: )Quién es éste, que aun el viento
y el mar le obedecen?@ (v. 41). Seguramente, tendrían que haberlo conocido
mejor. Sí, querido lector, y nosotros también.
de sus Escritos Miscelaneos, tomo I
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