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sábado, 22 de julio de 2017

¡VAMOS A LA REUNIÓN!

Es hora de ir a la reunión. “A ver...llaves, teléfono móvil, Biblia. Vámonos”. Si eso es todo lo que haces para prepararte antes de empezar con un himno, ¡este artículo es para ti! Aunque la mayoría de los creyentes saben que la comunión de la iglesia supone mucho más que meramente llegar a tiempo y ocupar un asiento durante una hora, lo que es prepararse de verdad para la reunión está rápidamente volviéndose un arte perdido.
    Tres palabras servirán de ayuda para nuestra memoria:

    1.    Preparación
    2.    Examen
    3.    Reconciliación


    En cuanto a la preparación, considera las palabras del Señor en Éxodo 23:15. “Ninguno se presentará delante de mí con las manos vacías”. Los adoradores en las reuniones anuales de Israel tenían que venir con una ofrenda. Ninguno podía presentarse sin más y pensar que había cumplido.
    ¿Hay largos silencios durante la Cena del Señor donde tú te reúnes? ¿Se vuelven a usar básicamente las mismas palabras semana tras semana? ¿Hay quienes ni siquiera tienen nada que decir? Sin duda esta pobreza se debe a la falta del ejercicio de la preparación. Si leyéramos y meditáramos regularmente la Palabra de Dios durante la semana, nuestros corazones automáticamente estarían llenos de material para presentar al Padre cuando nos reunimos. Los magos no compraron sus regalos en las tiendas de recuerdos en Jerusalén. Los trajeron del país donde vivían. ¿Qué traerás al Señor este domingo?
    En cuanto al examen, mirar lo que dice 1 Corintios 11:28. “Pruébese cada uno a sí mismo, y coma así...”  Hay cierta solemnidad en la participación de los símbolos que representan el cuerpo y la sangre de Cristo. Si pasamos la semana empapándonos del entretenimiento, el lenguage y la compañía  del mundo, y luego nos sentamos a partir el pan sin juzgarnos a nosotros mismos, estamos tratando con desprecio al Señor. Cuán solemne es arrodillarse ante el trono antes de ir a la reunión y pedir al Señor que nos muestre cualquier cosa en nuestras vidas que le entristezca, y confesarla y quitarla del medio. ¿Estás dispuesto a responder a la llamada ferviente de Pablo a examinarte regularmente antes de participar del pan y de la copa?
    En cuanto a la reconciliación, tenemos las palabras del Señor citadas en Mateo 5:23-24. “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda”. Este hombre había preparado algo, pero le faltaba una cosa más. Quizás, examinándose, había recordado un arrebato de ira contra un hermano; o una palabra cruel precipitada que había escrito; o una deuda que no había pagado. Se daba cuenta de que a pesar de estar profesando por fuera que todo andaba bien entre él y su Señor, todo no andaba bien entre él y sus hermanos.
    ¿Hay algún sentimiento de antipatía entre tú y otro hermano? ¿Concluíste tu última conversación con alguien dando un portazo o colgándole el teléfono en ira? ¿Estarías dispuesto a pedir perdón y arreglar las cosas, aunque sientas que no eres del todo culpable? Es un precio difícil de pagar a cambio de una vida de adoración sin estorbo y una conciencia limpia – pero vale la pena. Vale mil veces la pena.
    ¿Estás preparado para la reunión?
– Michael Penfold, Bicester, Inglaterra, traducido de un viejo ejemplar de la revista Precious Seed (“Semilla Preciosa”)



miércoles, 24 de agosto de 2016

Factores Contribuyentes Al Liderazgo Malo

La condición pobre de las iglesias hoy radica directamente en su liderazgo... Un número de factores contribuyen al mal liderazgo espiritual. Apuntamos aquí algunos:
 
1. El temor. El deseo de ser popular y admirado es fuerte aun entre predicadores. Así que, para evitar el riesgo de la desaprobación de su público, el predicador se calla y sonrie benignamente a la gente. “El temor del hombre trae lazo” (Pro. 29:25), dice el Espíritu Santo, y en ningún lugar es más veraz que en el ministerio. Algunos temen la desaprobación de su esposa, más que la de Dios. Otros temen que no sean populares con los jóvenes, u otro grupo.  Dios no ocupa Su debido lugar.
 
2. Las presiones económicas. El el protestantismo es notorio el escaso apoyo económico dado a muchos predicadores, cuyas familias a menudo son grandes. Pocos tienen suficientes recursos. Esta situación puede traer presiones y tentaciones al hombre de Dios. Ya es famosa la habilidad de las congregaciones de cortar el dinero al predicador o misionero que no les agrade. Muchos viven de año en año a penas pudiendo pagar los deudas, y otros ni eso. Mueren endeudados, aunque alrededor de ellos hay quienes podían haberles hecho solventes. El pastor que provee un vigoroso liderazgo moral invita la estrangulación económica, así que hay quienes se vuelven más diplomáticos para no andar destituidos. Pero eso es liderazgo negativo. El hombre que no guía al rebaño a subir la montaña, lo guía para abajo aunque no sea su intención.
 
3. La ambición. Cuando Cristo no es lo más importante a un predicador, se siente tentado a hacer lugar para sí, y el método comprobado para hacer eso es agradar a la gente. En lugar de indicar y guiar en el buen camino que es debido, con destreza les guía a ir donde ellos quieren. De ese modo parece liderar, pero evita ofender, y así se asegura de un buen porvenir humanamente hablando. Sigamos el consejo de Jeremías 45:5.
 
4. El orgullo intelectual. Desafortunadamente hay en círculos religiosos una clase de inteligensia que, en mi opinión, no es sino el anticonformismo de los beatnik de los años 1960-70. Y como ellos, pese a sus fuertes protestas de individualismo, en realidad es un conformista esclavizado. Quiero decir, que el joven intelectual tiembla a la mera posibilidad de decir algo común. Tiene que saber más que los demás. Tiene que sonar intelectual, y lucir conocimientos. La gente anticipa que él les guíe a pastos verdes, pero en lugar de eso les lleva a dar vueltas en el desierto del intelectualismo seco y teórico.
 
5. La ausencia de verdadera experiencia espiritual. Nadie puede guiar a otros más allá de donde él mismo ha ido. Esto explica cómo muchos predicadores no son buenos líderes. Sencillamente no saben a dónde ir. Pueden hablar y citar a otros sobre la oración, por ejemplo, pero no gastan sus rodillas. Detrás de sus palabras no hay experiencia. Aconsejan desde el púlpito, pero su vida no enseña por ejemplo.
 
6. La preparación inadecuada. Las iglesias están llenas de novatos religiosos que han leído un libro, o han ido a unos estudios, y se consideran preparados. El fruto recogido antes de tiempo es amargo. No han sido discipulados, ni desean someterse a nada semejante. Desean figurar pero no conocen bien las Escrituras, ni son aptos para predicar y pastorear. Tal vez sueñan con el púlpito, el título o la autoridad, pero no dan la talla. Con sus frases hechas y gestos imitados aparentan como otros que han observado, pero realmente no son estudiantes de las Escrituras, ni reflexionan, ni se sacrifican espiritualmente. No tienen profundidad; el Señor no les ha llamado, por mucho que deseen, y como consecuencia, el pueblo sufre.
     Las recompensas del liderazgo piadoso son tan grandes, y las responsabilidades del siervo del Señor son de tanto peso, que nadie debe tomar a la ligera el liderazgo espiritual.

Tozer, de su libro GOD TELLS THE MAN WHO CARES (“Dios Habla Al Hombre Sensible”), traducido y adaptado