Donald Norbie
Jesucristo era un hombre de familia. Aunque la historia guarda silencio en cuanto a detalles, puede que José hubiera sido mucho más mayor que María. Cuándo murió, no lo sabemos. Pero durante el tiempo del ministerio del Señor Jesús, aparentemente, había muerto. Tempranamente Jesús había tomado la responsabilidad como el hijo mayor, y la familia dependía de Él. María y Sus hermanos y hermanas conocían la fuerza de Su afecto y amor. La familia de Jesús se nos presenta muy unida. Parte del dolor del Señor cuando estaba clavado en la cruz era la agonía de ver a su madre atestiguándolo todo con pena.
Pero la familia no ocupaba el primer lugar en los pensamientos de Cristo. “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí” (Mt. 10:37). Él enfatizó el hecho de que las relaciones espirituales son más profundas y duraderas que los lazos familiares (Mr. 3:33-35).
El centro de la vida de Cristo no era la familia... Una motivación era la delicia de hacer la voluntad del Padre... Otra motivación era Su propia y profunda compasión por aquellos que estaban perdidos... Pero tú dices, “Yo no soy Jesús. Tengo una familia que sacar adelante, un trabajo al que atender cada día. Necesito recrearme. No tengo tiempo”. Y así, los días y los años pasan, y es fácil irse a la deriva. Faltamos en la reunión de oración, porque estamos cansados del trabajo, o porque los niños tienen deberes de la escuela. Dejamos de reunirnos los domingos por la tarde para predicar el evangelio, diciendo que necesitamos pasar tiempo con la familia. Dejamos de repartir tratados y testificar. Hemos olvidado cómo llorar por los perdidos y cómo rogar a Dios por ellos. Nuestra dirección y estilo de vida difiere bien poco de la del mundo perdido que nos rodea. Pero hermanos, el problema de nuestras prioridades es realmente un problema de corazón.
Donald Norbie, “Evangelism, An Option?”,
de la revista Missions, 1981.
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