Nota: El prefacio y la introducción del libro están en números anteriores de este blog, y el libro entero está disponible de LIBROS BEREA.
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EL SEÑOR CLARAMENTE ENSEÑÓ QUE NO DEBEMOS HACERNOS TESOROS EN LA TIERRA
Comenzaré con el pasaje donde hallamos este precepto.
“No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan. Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas? Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal” (Mt. 6:19-34).
En el apéndice trataré las objeciones más comunes a la interpretación literal de este pasaje. Ahora debemos notar los puntos principales de este pasaje:
1. La importancia asignada al “ojo bueno” (v. 22), y la declaración de nuestro Salvador que las riquezas estorban la claridad y sencillez de la vista.
2. Cómo Dios cuida de las más bajas de Sus criaturas (vv. 26, 28), y Su provisión para los que no tienen naves ni graneros.
3. Nuestro Señor y Salvador así da a entender que Él tendrá mucho más cuidado y proveerá para los que singular y seriamente buscan el reino de Dios y Su justicia, aunque no tengan ahorros ni graneros (vv. 30-33).
4. Toda nuestra desconfianza y duda radica en lo que señala la expresión: “hombres de poca fe” (v. 30).
El pasaje paralelo en Lucas es verbalmente casi igual. Sin embargo, es más llamativo porque comienza con una advertencia tomada de la conducta del “hombre rico” que al contemplar toda su provisión exclamó: “Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años”, pero Dios le respondió: “Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc. 12:16-21). Concluye con una exhortación distinta a la del evangelio de Mateo. En Mateo dice “No os hagáis tesoros”, pero en Lucas dice: “Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega, ni polilla destruye” (Lc. 12:33).
¿PERO REALMENTE DESEA EL SEÑOR QUE TOMENOS LITERALMENTE SU MANDAMIENTO?
Normalmente a todo pasaje como éste, suelen responder que no debemos tomar literalmente esas exhortaciones. Dicen que debemos considerarlas como declaraciones generales, fuertes sí, pero solo en apariencia, como hipérbole, para causar énfasis. Así que, para discernir su verdadero significado, examinemos la evidencia hallada en las palabras y la conducta de nuestro bendito Señor y Sus apóstoles en algunos casos relacionados con esa cuestión.
EL CASO DEL JOVEN RICO DEMUESTRA QUE LA ENSEÑANZA DE CRISTO EN CONTRA DE HACER TESOROS ERA LITERAL.
Cuando el joven rico se acercó y preguntó qué cosa buena podía hacer para heredar la vida eterna, nuestro Señor primero mencionó varios mandamientos de la ley, y luego dijo:
“Aún te falta una cosa: vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. Entonces él, oyendo esto, se puso muy triste, porque era muy rico. Al ver Jesús que se había entristecido mucho, dijo: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Porque es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Y los que oyeron esto dijeron: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Entonces Pedro dijo: He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido. Y él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lc. 18:22-30).
PODEMOS CREERLE LITERALMENTE Y CONFIAR EN ÉL PARA LAS CONSECUENCIAS.
Así fue el juicio de Aquel en quien creemos que “están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Col. 2:3), que “sabía lo que había en el hombre” (Jn. 2:25), y conocía todas las influencias secretas que gobernaban su corazón. Conocemos Su advertencia, que “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Lc. 18:25). ¿Nos atrevemos a oponernos o desechar Su solemne juicio y esforzarnos para acumular riquezas y bienes? ¿Así impediremos nuestro rumbo al cielo y el de los pequeñitos que el Padre celestial ha puesto a nuestro cuidado? Quizás por nuestra obediencia al mandato divino moriremos y dejaremos a nuestras familias en una situación difícil (no digo de desdicha), pero esa posibilidad no debe causarnos ansiedad. En tal caso nuestra fe debe apoyarse y consolarse de las declaraciones y verdades bíblicas como éstas:
(l) el Autor de nuestra salvación fue perfeccionado “por aflicciones”, y “por lo que padeció aprendió la obediencia” (He. 2:10; 5:8).
(2) El apóstol Pablo afirmó que “nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza, y la esperanza no avergüenza” (Ro. 5:3-5).
(3) Los apóstoles se describieron así: “como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Co. 6:10).
¿NOS ATREVEMOS A SUFRIR LOS TRISTES RESULTADOS DE LA DESOBEDIENCIA A SU MANDAMIENTO?
Consideremos las consecuencias. Si acumulamos y atesoramos para dejar tesoros a nuestra familia, la ponemos en una situación que nuestro Señor declara difícil o imposible para que sean salvos. Por fe aceptamos la terrible declaración: “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Entonces, si un padre cristiano ha actuado para atesorar y asegurar la situación futura de su familia, esto debe causarle alarma, tristeza y aflicción en sus últimas horas de vida. Y esos sentimientos podrían cambiar en angustia cuando reconoce que sus hechos de guardar riquezas fueron en contra de la solemne amonestación divina. Sentirá angustia cuando piense que si hubiera dedicado y ofrendado ese dinero a su Señor y Rey, podría haber provisto de pan de vida a algunos de los cientos de millones que yacen en tinieblas, desesperación y pecado porque todavía no les ha nacido el Sol de justicia con salvación en Sus alas (Mal. 4:2).
ES PRÁCTICAMENTE IMPOSIBLE TENER RIQUEZAS SIN CONFIAR EN ELLAS.
Si consideramos sin prejuicio las palabras de nuestro Salvador, nos conducirán a este sentir. Puede que algunos argumenten que eso no es así, o creen que son excepciones. Intentan apoyar su afirmación en otra – que el amor a las riquezas era el fallo peculiar solo de ese joven cuya conducta provocó al Señor a hablar así. Pero debemos observar con cuidado que Él no dijo: “¡Cuán difícilmente entrará en el reino de Dios este hombre que tiene riquezas! — sino utilizó términos más generales: “¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!” El pasaje paralelo, Marcos 10:24 dice: “los que confían en las riquezas”, y algunos se consuelan pensando que está bien tenerlas con tal que no confían en ellas. Piensan que la palabra “confían” suaviza la severidad de la declaración del Salvador. Pero se equivocan. A éstos les convendría ver el contexto del pasaje que contiene esa expresión:
“Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aun más, diciendo entre sí: ‘¿Quién, pues, podrá ser salvo?’” (Mr. 10:23-26).
En el verso 23 el Señor afirma que es casi imposible que los que tienen riquezas entren en el reino de Dios. Al observar el asombro de Sus discípulos, les explica la razón por Su juicio tan severo, y nombra la causa de la gran dificultad y casi imposibilidad de los ricos. Es casi imposible que un rico entre en el reino de Dios porque confía en sus riquezas. La expresión no fue introducida para hacer las riquezas parecer menos peligrosas al poseedor, sino para explicar por qué son tan peligrosas. La repetición de la declaración general, en términos tan fuertes como en el verso 25, demuestra que esto es lo que el Señor quería decir. El aumento del asombro de los discípulos indica que ése es el sentido correcto. Es evidente que por esa explicación ellos no pensaron que el caso de los ricos era menos desesperado o deplorable, porque responden clamando: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” Obviamente es la expresión de hombres que vieron las dificultades confirmadas, no quitadas ni reducidas, por la respuesta del Señor.
Por lo tanto, el sentido sencillo del pasaje parece ser así: El peligro de las riquezas es que los que las tienen confían en ellas, y por eso no quieren deshacerse de ellas. Y la dificultad en poseerlas y no confiar en ellas para felicidad y protección es igual como intentar pasar un camello (literal) por el ojo de una aguja (literal). Así que: “No os hagáis tesoros en la tierra...porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).
EL BIEN QUE PODRÍAN HACER LAS RIQUEZAS PROHIBE EL PENSAMIENTO DE GUARDARLAS.
Aquel cuya alma ha sido alcanzada por el amor de Cristo no mira esta cuestión solo en relación consigo mismo. Mira las riquezas, y cualquiera otra dádiva, como medio por el cual extender el Nombre del Señor o alimentar y cuidar de los Suyos y así rendirle gloria. No es asunto de ley, sino de oportunidad dorada. Los afectos desean aprovecharla para aportar algo de alabanza y honra al Señor, para la gloria de Dios Padre. Él ha ganado nuestros corazones y tiene derecho al dominio indiscutido de Sus santos.
LA COMENDACIÓN DE CRISTO A LA VIUDA POBRE ENSEÑA QUE DESEA QUE TOMEMOS LITERALMENTE SU MANDAMIENTO.
Pasamos de observar la conducta de aquel joven rico a considerar ahora el comentario notable del Señor sobre la caridad de la viuda pobre. En Marcos 12:41-44 leemos:
“Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento”.
En la estimación del mundo, nada podría ser más imprudente o incorrecto que la conducta de ella; y me temo que pocos de nosotros tendrían el valor de elogiar o recomendar a uno que siguiera su ejemplo. Pero, ¿cómo juzga el asunto nuestro Señor, el que no juzga según las apariencias sino con justo juicio? Él observa que ella actúa muy de acuerdo con Su precepto de no guardar para sí. No señala a Sus discípulos el peligro de actuar como ella, ni dice que no tomen literalmente Sus palabras, como luego dijo a Pedro respecto a la espada. Al contrario, señala cuidadosamente la peculiaridad y grandeza sin igual de su sacrificio. Les invita a admirar lo que ella hizo. Los ricos echaron de su abundancia, mucho. Pero después de sus ofrendas todavía eran ricos. En contraste, ella de su penuria echó poco, pero era todo lo que tenía, todo su sustento. Los ricos no suelen hacer esto.
LOS APÓSTOLES MOSTRARON POR SU CONDUCTA QUE TOMARON LITERALMENTE LA AMONESTACIÓN DEL SEÑOR.
Vamos un paso más adelante y averiguamos en qué sentido los apóstoles entendieron el mandamiento del Señor que estamos considerando. Su conducta y la de sus seguidores está registrado por Lucas en los Hechos de los Apóstoles:
“Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón” (Hch. 2:44-46).
“Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común... Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hch. 4:32, 34-35).
ENTONCES, ¿CÓMO RAZONAREMOS PARA DECIR QUE LA ENSEÑANZA DEL SEÑOR SOBRE LAS RIQUEZAS NO SE APLICA A NOSOTROS?
¿Con qué argumentos puede cualquiera aseverar que esa “unión de corazón y alma” que Hechos describe no es tan importante ahora para nosotros como era para los cristianos primitivos? Si esa comunidad de corazones y posesiones fue según la mente del Espíritu entonces, ¿pero no ahora? El precepto regía la conducta de nuestro Señor; Él exhortaba así al “joven rico” y luego aprobó la conducta de la viuda pobre. Además, para apoyarlo más y animarnos, tenemos el ejemplo de los apóstoles y todos los que creyeron en Jerusalén. Los apóstoles al salir para servir con Cristo dijeron en verdad: “lo hemos dejado todo, y te hemos seguido” (Mt. 19:27). Y de los demás creyentes en Jerusalén se escribió que “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía” (Hch. 4:32).
DEBEMOS COMPARTIR CON OTROS CUALQUIER COSA QUE RECIBAMOS EN EXCESO DE NUESTRAS NECESIDADES CORRIENTES.
Hago este inciso aquí, que esa conducta no necesita la institución de un fondo común, administrado por hombres. Más bien se trata de la identificación de cada creyente con sus hermanos, como parte de la comunión, siendo mutuamente conscientes de sus necesidades (sin que tengan que pedirle). Se goza en ayudar en el bienestar de ellos como si fuera la suya. Esto es amar al prójimo (hermano) como a uno mismo. Esta simpatía de los miembros de la santa familia, unos por otros, es remarcada e ilustrada hermosamente por el apóstol Pablo.
“Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos... Porque no digo esto para que haya para otros holgura, y para vosotros estrechez, sino para que en este tiempo, con igualdad, la abundancia vuestra supla la escasez de ellos, para que también la abundancia de ellos supla la necesidad vuestra, para que haya igualdad, como está escrito: El que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2 Co. 8:9, 13-15).
Como entonces la abundancia de uno suplía la escasez de otros, así también ahora, cualquier abundancia que Dios nos concede más allá de nuestras necesidades corrientes debe ser estimada como bendita oportunidad para aliviar las necesidades temporales y espirituales de otros, no para gastar en nosotros ni para atesorar para el día de mañana.
NO HAY MODO DE EVITAR EL SENTIDO LLANO DE LAS PALABRAS DEL SEÑOR.
Nuevamente pregunto: ¿cómo podemos evadir la aplicación a nosotros hoy de todos esos preceptos, exhortaciones, advertencias y ejemplos? ¿Hay en las Santas Escrituras alguna limitación al tiempo para ejercer el amor que distinguía a la iglesia primitiva? ¿No son la humillación y el sufrimiento características de esta dispensación, así como en la vida de Aquel que la comenzó? ¿No traen grandes bendiciones la crucifixión del yo y sus intereses egoístas? ¿No debemos manifestar el mismo sentir que hubo en Cristo Jesús? Declárenlo las disputas y divisiones en la Iglesia del Señor, y los más de 600.000.000 que nunca han oído de la salvación por la sangre del Jesucristo. ¿Qué dirían los representantes de las sociedades misioneras que viajan de un lado a otro en su tierra para recolectar una escasa miseria de ofrendas de cristianos reticentes? ¡Y es peor todavía cuando piden ayuda de los inconversos y deshonran la causa de Dios, como los israelitas que descendieron a los filisteos para afilar sus azadones y hachas (1 S. 13:20)!
¿Cuál es, entonces, la base de sus evasivas? Dicen: “Oh, pues, aquellos eran tiempos apostólicos y del comienzo de la iglesia”. ¿Puede haber una razón más fuerte para seguir sus pisadas? ¡Eran apóstoles y por lo tanto nuestros ejemplos! Además de los incentivos morales, tenían poderes milagrosos. Nosotros solo tenemos los incentivos morales, y por eso es más importante responder a ellos. No tenemos poderes milagrosos sino solo la influencia silenciosa del Espíritu Santo operando en nuestra conciencia. Alguien preguntará: “Los apóstoles recibieron los poderes milagrosos para avanzar el cristianismo, ¿y no podían usarlos también para su bienestar personal, para evitar la pobreza, el dolor y la preocupación?” Respondo con las palabras del apóstol Pablo: “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija”. “...En trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (1 Co. 4:11; 2 Co. 11:27). Para los apóstoles el ser “dignos de padecer afrenta por causa del Nombre” de Aquel que murió por ellos fue motivo de gloriarse y regocijarse (Hch. 5:41). Sus sufrimientos y sacrificios resultaron muy eficaces para la conversión de otras personas. Dirigieron la atención a Aquel que ellos amaban y por quién con gozo sufrieron la pérdida de todas las cosas. Sintieron los efectos saludables en sus propias almas, viendo la bendición de la conversión de otras almas. Miraron más allá de las cosas visibles, las temporales, y vieron el “más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17) que obraron sus padecimientos. Sabían que, si sufrieran con su Señor, también reinarían con Él (2 Ti. 2:12).
LA OBEDIENCIA AL MANDAMIENTO DEL SEÑOR CONTRIBUYÓ AL ÉXITO DE LOS APÓSTOLES.
Los textos comentados demuestran que los apóstoles tomaron literalmente el mandamiento del Señor respecto a las riquezas y los bienes. También nuestro Salvador vivió así, de modo que casi parece innecesario decir más. Mi único deseo es abrir los ojos de los que aman a su Señor y Maestro de corazón puro y ferviente, para que comprendan Su mente respecto al tema de este pequeño libro. No deseo solo que dinero, tiempo y talentos sean traídos al servicio externo de Cristo. Deberían ser el incienso de alabanza y acciones de gracias “al que nos amó, y nos lavó [lit. “soltó”] de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre” (Ap. 1:5-6). Lo que Él desea de Sus redimidos no es ofrendas presionadas, sino homenaje y tributo voluntario de corazones que le reconocen como Señor de todo, y confían en Él.
Ciertamente no es necesario comentar o juzgar el sentido de ciertos autores que eliminarían nuestra obligación práctica. Sus sentimientos y razones son los de nuestra naturaleza. Pero hay algo importante que debemos reconocer. Tenemos una naturaleza vieja, de la tierra, así como una nueva, del cielo. Así que, es necesaria la más completa declaración para que podamos parar en todo momento a Satanás con “Escrito está”. Cuando dejando las opiniones reconocemos una verdad, tenemos la obligación de actuar, aunque vaya en contra de nuestra constitución terrenal. El admitir y recibir la verdad que estamos considerando, acerca de los tesoros – las riquezas – es como poner hacha a la raíz de muchos afectos y deseos. Muchos de ellos son tan agradables que apenas nos permitimos dudar si son de Dios o no.
Por eso proseguiremos nuestro tema, y demostraremos que recibir esta verdad preparó el camino para el éxito de los apóstoles. Les desató y libró para seguir a Aquel que les había llamado a ser soldados. Puede también dar grandes resultados en nuestros días, así como en aquel entonces, por la gracia de Dios. Surge siempre de Cristo en nosotros, “la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Tenemos la certeza de Su presencia ahora, y la gloria en el futuro, y deseamos serle agradables. Nos ayudará tanto en nuestros aparentes fracasos como en nuestros aparentes éxitos ante el mundo. Pase lo que pase, podemos manifestar a Cristo y el espíritu de Su reino. Así seremos un grato olor de Cristo a Dios, sea que reciban nuestro testimonio o lo rechacen, aunque tengamos que predicar como Noé ciento veinte años sin que ninguno nos haga caso.
continuará, d.v.
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