“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios... cuando todo lo que tuvieres se aumente” (Deuteronomio 8:11, 13 BAS).
Como regla general, el pueblo de Dios no puede florecer en medio de la prosperidad material. Progresan mucho más en la adversidad. En su cántico de despedida, Moisés predijo que la prosperidad de Israel lo arruinaría espiritualmente: “Pero engordó Jesurún, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación” (Dt. 32:15).
La profecía se cumplió en los días de Jeremías, cuando el Señor se quejaba de que: “...los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías” (Jer. 5:7).
De nuevo leemos en Oseas 13:6: “En sus pastos se saciaron, y repletos se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí”.
Después de volver del exilio, los levitas confesaron que Israel no había respondido adecuadamente a todo lo que el Señor había hecho por ellos: “...comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad. Pero te provocaron a ira, y se rebelaron contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti, e hicieron grandes abominaciones” (Neh. 9:25b-26).
Somos propensos a considerar la prosperidad material como una evidencia innegable de la aprobación del Señor de lo que somos y hacemos. Cuando las ganancias en nuestros negocios se elevan, decimos: “El Señor en realidad me está bendiciendo”. Probablemente sería más exacto que consideráramos estas ganancias como una prueba. El Señor espera ver lo que haremos con ellas. ¿Las gastaremos para nuestro propio beneficio, o actuaremos como fieles administradores, empleándolas para enviar las buenas nuevas hasta las partes más remotas de la tierra? ¿Las acumularemos en un esfuerzo por amasar una fortuna, o las invertiremos para Cristo y Su causa?
F. B. Meyer dijo: “Si se discutiera en cuanto a cuáles son las pruebas más severas para el carácter, si la luz del sol o la tormenta, el éxito o la dificultad, los observadores más agudos de la naturaleza humana nos dirían probablemente que nada muestra más claramente el material de que estamos hechos como la prosperidad, porque ésta es la más severa de todas las pruebas”.
José hubiera estado de acuerdo. Él dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gn. 41:52). Se benefició más de la adversidad que de la prosperidad, aunque se condujo favorablemente bajo ambas circunstancias.
Como regla general, el pueblo de Dios no puede florecer en medio de la prosperidad material. Progresan mucho más en la adversidad. En su cántico de despedida, Moisés predijo que la prosperidad de Israel lo arruinaría espiritualmente: “Pero engordó Jesurún, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación” (Dt. 32:15).
La profecía se cumplió en los días de Jeremías, cuando el Señor se quejaba de que: “...los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías” (Jer. 5:7).
De nuevo leemos en Oseas 13:6: “En sus pastos se saciaron, y repletos se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí”.
Después de volver del exilio, los levitas confesaron que Israel no había respondido adecuadamente a todo lo que el Señor había hecho por ellos: “...comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad. Pero te provocaron a ira, y se rebelaron contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti, e hicieron grandes abominaciones” (Neh. 9:25b-26).
Somos propensos a considerar la prosperidad material como una evidencia innegable de la aprobación del Señor de lo que somos y hacemos. Cuando las ganancias en nuestros negocios se elevan, decimos: “El Señor en realidad me está bendiciendo”. Probablemente sería más exacto que consideráramos estas ganancias como una prueba. El Señor espera ver lo que haremos con ellas. ¿Las gastaremos para nuestro propio beneficio, o actuaremos como fieles administradores, empleándolas para enviar las buenas nuevas hasta las partes más remotas de la tierra? ¿Las acumularemos en un esfuerzo por amasar una fortuna, o las invertiremos para Cristo y Su causa?
F. B. Meyer dijo: “Si se discutiera en cuanto a cuáles son las pruebas más severas para el carácter, si la luz del sol o la tormenta, el éxito o la dificultad, los observadores más agudos de la naturaleza humana nos dirían probablemente que nada muestra más claramente el material de que estamos hechos como la prosperidad, porque ésta es la más severa de todas las pruebas”.
José hubiera estado de acuerdo. Él dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gn. 41:52). Se benefició más de la adversidad que de la prosperidad, aunque se condujo favorablemente bajo ambas circunstancias.
William MacDonald, de su libro De Día En Día (Editorial CLIE)
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