Es innegable que en las últimas décadas ha habido cambios en las asambleas. No han sido para ceñirse más a la Palabra de Dios, sino para abrirse y ser más contemporáneas. Uno de esos cambios que ha sido consentido en muchos lugares tiene que ver con las mujeres. Hay quienes dicen, en palabras de cierto misionero inglés que estuvo en España: “tenemos que potenciar el ministerio de la mujer”. Su agenda no era bíblica, sino liberal y feminista, pues él mismo cuidaba la casa y contestaba el teléfono para que su esposa preparase sermones para predicar a las mujeres. Las mujeres fueron tan “pontenciadas” en esa asamblea que surgió el deseo de no manifestar su sujeción con el velo ni con el silencio en la congregación. La asamblea se reunió para debatir el asunto, y decidió que las mujeres podían llevar el velo o no llevarlo, según el deseo de cada una. Y las que querían orar o leer un texto bíblico audiblemente, o pedir un himno, podían y las que no, podían continuar en silencio (como la Biblia manda). Resulta ser como en los días de los jueces cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 17:6; 21:25). La profetisa Hulda, 2 Reyes 22:14-20
Además, otros misioneros y obreros nacionales protagonizan las reuniones de hermanas en las asambleas en Latinoamérica. Citan lo que han visto en Norteamérica o en Europa, pero nada de eso sigue el patrón bíblico. Son las presiones, las corrientes y los vientos de cambio que ahora soplan. Quieren permitir que las mujeres vistan y actúen como los hombres. Buscan borrar las distinciones y piensan que esto traerá “igualdad”. Dicen que las iglesias se están quedando atrás. ¿Por qué? ¡Porque no permiten lo que el mundo permite! Quieren introducir en las asambleas reuniones estudios de mujeres, enseñadas por mujeres, conferencias de mujeres, mujeres “maestras” y predicadoras, y ya lo han conseguido en algunos lugares. Uno de sus argumentos típicos es que citan a personas como María la hermana de Moisés, Débora la juez o la profetisa Hulda en tiempos de Josías, como ejemplos de mujeres que predican y enseñan. Pero esta suposición y razonamiento suyo está equivocado. W. E. Vine comenta:
“En el mundo, la usurpación por mujeres de las funciones de los varones se manifiesta en todas partes. Las ventanas de la iglesia están abiertas hacia el mundo, y su ambiente entra insidiosamente. Sin darnos cuenta, empezamos a conformarnos a este siglo....”
“Los tiempos de Hulda, como los de Débora, eran de grave degeneración de los caminos rectos de Dios. El libro de la ley se había perdido, y gran tinieblas cubrían la tierra, hasta que Dios levantara a un rey que guardaría Sus caminos. Entonces la misma providencia que levantó a Josías, causó también el hallazgo del libro de la ley durante la reparación del templo. Parece que el escuchar las palabras de Dios sugirió a Josías que Dios les hablaría nuevamente. De ahí que mandó preguntar a Hulda; pero el texto no dice nada de ella en conexión con ministerio público. Cuando Isaías habló de la profetisa (Is. 8:3), el contexto deja fuera de duda que se refirió a su esposa. No hay nada que indique que ella tuviera ministerio público”.
The Collected Writings of W.E. Vine (“Las obras completas de W.E.Vine”), tomo 5, pág. 370
una mujer atrevida y desobediente a Dios |
De todos modos esos ejemplos carecen de peso alguno en la edad de la iglesia, porque esas mujeres no estaban en la iglesia. En el Nuevo Testamento las mujeres son específicamente instruidas y mandadas – doctrina apostólica – a no hablar ni enseñar ni ejercer dominio sobre el hombre, “sino estar en silencio” (1 Ti. 2:12). María, Débora y Hulda eran israelitas, pero la iglesia no es Israel. El nuevo pacto no es lo mismo que el viejo. No había doctrina apostólica en el Antiguo Testamento, pero hoy sí, y manda: “vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar” (1 Co. 14:34). En la edad de la iglesia, en cualquier congregación o grupo de creyentes que se congreguen, la mujer debe guardar silencio. Entonces no puede hablar ni enseñar a ningún grupo de personas, ni siquiera a mujeres. Además no se ven reuniones de mujeres creyentes en ningún lugar del Nuevo Testamento. Es algo inventado en estos últimos tiempos por los que promueven el feminismo y el protagonismo de la mujer. Nada bíblico es.
Algunos pasan al Nuevo Testamento y citan a Ana profetisa en Lucas 2:36, como ejemplo neotestamentario de mujeres hablando y enseñando públicamente. Pero el caso fue excepcional, no un patrón a seguir en la iglesia. El Hijo de Dios solo se encarnó una vez en la historia del mundo, y ella tuvo el privilegio en ese momento puntual de hablar de ver al Mesías niño la primera vez cuando fue José y María lo presentaron (Lc. 2:22) y ofrecieron el sacrificio de purificación para María (Lc. 2:24). Ana era una viuda de “edad muy avanzada” – más de cien años (vv. 36-37). Se había dedicado continuamente, no a la enseñanza ni la predicación, sino servía “de noche y de día con ayunos y oraciones” (v. 37). Por eso estaba en el templo cuando presentaron al niño Jesús. Dio gracias a Dios y hablaba del niño a los de Jerusalén. Eso nunca volvió a suceder, y además la iglesia ni siquiera existía en ese tiempo, por lo que no es patrón para la iglesia. W. E. Vine comenta:
“Ana, una viuda de edad muy avanzada que “no se apartaba del templo”, y cuando vio al niño Jesús, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén”. Su irrupción de acción de gracias y testimonio de ningún modo crea un precedente para el ministerio público deliberado en circunstancias normales. Además, mucho que ser inapropiado en una mujer más joven, podría permitirse en una persona de “edad muy avanzada”, porque aparentemente Ana tenía más de 105 años”.
Op. cit., pág. 370
Otro error cometido es cuando citan a mujeres que estaban bajo la ley de Moisés, pero ellas mismas no están bajo esa ley ni viven en esa dispensación. Pero como no tienen ejemplo de lo que buscan en el Nuevo Testamento, recurren al Antiguo en busca de apoyo para lo que ya han decidido que quieren hacer – tener reuniones femeninas y potenciar a las mujeres – la filosofía del mundo.
Cometen también el error de no aceptar que es Dios que da los dones espirituales y asigna las responsabilidades a cada uno en la iglesia, el cuerpo de Cristo. En la iglesia hay diversidad de ministerios y de operaciones (1 Co. 12:5-6). No cumplen todos la misma función, ni tienen las mujeres porqué hacer lo mismo que los hombres. 1 Corintios 12:8-11 enseña que es el Espíritu Santo que decide y reparte a cada uno su función en el cuerpo, “repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (v. 11). Y Él no da el don de maestro a la mujer, sino Su instrucción es que calle, esté en sujeción y no enseñe. En los versículos 15-17 Dios enfatiza que si uno no tiene cierto don o ministerio, eso no quiere decir que no sea del cuerpo, ni le quita valor. El pie no debe intentar ser la mano, ni debe la oreja intentar ser ojo. Su función es diferente y es parte de la decisión sabia y soberana de Dios. “Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (v. 18). Hermana, no como tú quieras, sino como Dios. Él decide, no tú ni la sociedad. ¿Estás dispuesta a sujetar tu voluntad, deseos y opiniones a la voluntad de Dios? No tenemos voz ni voto en las decisiones y disposiciones divinas. El versículo 24 enfatiza: “Dios ordenó el cuerpo”, y cierto es que Él no pone a mujeres cristianas como maestras ni predicadoras. De modo que las que actúen así, no lo hacen por la voluntad de Dios, sino por la suya propia o porque siguen la corriente del mundo donde el feminismo está en pleno auge. El versículo 28 vuelve a la carga: “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros...” Insiste que es Dios que coloca a las personas en la iglesia y las dota de dones para servir.
Los apóstoles (todos varones) y profetas fueron dones del tiempo apostólico, en el comienzo de la iglesia, antes de que se completara las Escrituras, pero hoy tenemos “la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 3), y esos dones fundamentales y temporales han cesado. Así que tampoco sirve de nada que citen a las cuatro hijas de Felipe que profetizaban (Hch. 21:9), por al menos dos razones. Primero, porque ese tiempo ya terminó. Segundo, porque nada menciona de grupos de personas congregadas. En el Nuevo Testamento no hay ni un ejemplo de una reunión de mujeres para evangelizar, orar o estudiar la Biblia. No hay patrón bíblico para hacer así. Las congregaciones incluían siempre hombres y mujeres. Las mujeres aprendían del ministerio de los varones, no de mujeres maestras. Recuerda, es Dios que decide qué función y coloca a cada uno en la iglesia, y Él pone a los varones como maestros, no a las mujeres. No manda que la mujer predique o enseñe, sino: “La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción” (1 Ti. 2:11). Se sujeta a lo varones que enseñan, y a Dios que manda eso. “No permito a la mujer enseñar” (1 Ti. 2:12) es también una instrucción divinamente inspirada, no la opinión de Pablo. En la iglesia los ancianos tienen que ser aptos para enseñar (1 Ti. 3:2; 2 Ti. 2:24; Tit. 1:9). Su ministerio junto al de otros varones que Dios levanta como maestros es suficiente instrucción para toda la iglesia, incluso para todas las mujeres. Debemos reconocer y someternos a la sabiduría y soberanía de Dios y respetar el orden que Él estableció en la iglesia, y no ceder a las presiones de la sociedad y el mundo. Seamos fieles hasta el fin (He. 6:11; Ap. 2:26).
Otro error es que si abren la boca para enseñar, violan las Escrituras que demandan su silencio. Es Dios que manda que deben estar en sujeción y aprender en silencio. Pero algunas no quieren hacerle caso. En el mundo las mujeres tienen protagonismo y ocupan muchos de los mismos puestos que los hombres, y ellas quieren hacer lo mismo. Pero el Nuevo Testamento enseña que si quisieran aprender algo, deben preguntar en casa a sus maridos (1 Co. 14:35), no asistir a un estudio de mujeres. A las mujeres no les es permitido enseñar. Cuando objetan citando Tito 2:3-4, cometen otro error. Este texto en nada apoya la agenda feminista. “Maestras del bien” (v. 3) no es el término normal para los que son maestros. Es una sola palabra en griego: kalodidaskalos, que significa según A. T. Robertson, experto en el texto griego, “maestras de buenas cosas”, e indica su ministerio práctico y hogareño como bien indica el versículo 4, el contexto inmediato. Son mujeres ancianas que han vivido en piedad y han criado una familia. No son mujeres jóvenes ni cuarentonas con ansia de salir de casa y lucir conocimientos teológicos. No enseñan doctrina, no dan estudios bíblicos, no predican, sino que toman bajo sus alas a mujeres jóvenes y las enseñan “a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes, castas, cuidadosas de su casa, buenas, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit. 2:4-5). No dan estudios públicos. No están al frente de ninguna congregación, ni siquiera de mujeres. No enseñan la profecía, ni estudios expositivos sobre libros de la Biblia, ni nada así. De su propia experiencia en casa, en familia, en el matrimonio, dan consejos prácticos apoyados por su ejemplo, para que las mujeres jóvenes NO vayan por los caminos del mundo, sino se queden en casa, no amen ni deseen una carrera y un trabajo en el mundo, sino amen de manera práctica a sus maridos y sus hijos. La mujer de Proverbios 31:10-31 es un gran y buen ejemplo de este amor práctico al marido y a sus hijos – y ella nunca lideró un estudio ni predicó. Les enseña la prudencia y la castidad en su manera de vestir y su comportamiento, la bondad en sus hechos, y la sujeción a sus maridos. Todo esto tiene gran valor, porque además de ser un ministerio práctico en el hogar y beneficioso para su familia, evita que la Palabra de Dios sea blasfemada – que es lo que pasa cuando la mujer profese ser creyente pero siga los caminos feministas y mundanas.
No nos dejemos engañar ni influir por las presiones y modas del mundo. No temamos la crítica, la desaprobación o el rechazo del mundo. Su opinión no importa. Hagamos lo bueno “a los ojos de Jehová”. No cambiemos el orden divinamente establecido para las iglesias para satisfacer a algunas personas que quieren “ponerse al día” con el mundo. No temamos que algunos se vayan de la iglesia si no cambiamos – pues las salidas de tales personas resultan bien para la salud espiritual. Animamos a las mujeres creyentes a no abandonar su amplio campo de ministerio en la familia, en el hogar y en obras de servicio y misericordia en la asamblea, pues es ahí que el Señor les llama a servir, y las que son fieles recibirán galardón.
Carlos Tomás Knott
Asamblea Bíblica, Sevilla
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