sábado, 14 de noviembre de 2020

Un Dilema Evangélico


 Hay un problema curioso hoy en el mundo evangélico, sí aun entre nosotros, y plantea preguntas muy serias a la Iglesia y a cada creyente. En breve, el problema es el siguiente: un gran ejército de “ganadores de almas” ha sido movilizado en algunos sectores para alcanzar a la población para Cristo con campañas, cruzadas, etc. Indudablemente son sinceros, celosos, entusiastas y persuasivos. A favor suyo tenemos que decir que son enérgicos y no perezosos. Y es uno de los fenómenos de nuestra era, que han conseguido un número casi astronómico de conversiones. Hasta ahora, parece que todo está en el lado positivo.
    Pero no es así, porque el problema es este: gran cantidad de estas conversiones no duran. El “fruto” no permanece. Seis meses después, no hay nada visible como buen resultado de tanto evangelización agresiva. La técnica del evangelio encapsulado ha producido partos malogrados.
    ¿Qué hay en la raíz de todo este procedimiento ilícito en nuestra evangelización? Aunque parezca raro, el problema empieza con un compromiso a predicar el puro evangelio de la gracia de Dios. Queremos preservar el mensaje en su forma más sencilla – sin la más pequeña sugerencia de que el hombre pueda merecer la vida eterna, porque la justificación es solamente por la fe, obras aparte. En esto estamos de acuerdo. Así que, el mensaje es: “solo tienes que creer”.
    De allí reducimos el mensaje a una breve fórmula
cuatro leyes o pasos, y luego hacer una oración, y ¡ya está! Por ejemplo, la evangelización se suele reducir a unas pocas preguntas y respuestas, como en este ejemplo:
    —¿Crees que eres pecador?
    —Sí.
    —¿Crees que Cristo murió por los pecadores?

    —Sí.
    —¿Le aceptas como tu Salvador?                

    —Sí.
    —Entonces, ¡eres salvo!
    —¿Sí?
    —¡Sí! ¡La Biblia dice que tú eres salvo!

    
 

    A primera vista, el método y mensaje pueden parecer fuera del alcance de la crítica. Pero si lo examinamos detenidamente, tendremos que concluir que quizás hemos simplificado demasiado el evangelio. En el ejemplo dado la persona sólo tiene que decir “sí” unas cuantas veces para ser considerada creyente, ¡aunque tal vez ni siquiera entiende el evangelio!
    El primer defecto es la falta de énfasis en el pecado y el arrepentimiento. No puede haber ninguna verdadera conversión sin convicción del pecado y verdadero arrepentimiento. Una cosa es decir que estoy de acuerdo que soy un pecador, y totalmente otra cosa es experimentar el ministerio convencedor del Espíritu Santo que me deja convicto del pecado en mi vida personal. Si no tengo del Espíritu Santo la convicción de mi estado completamente perdido, nunca podré ejercer fe salvadora. Es inútil decirles a los pecadores que “acepten a Jesús” o “sólo tienen que creer en Jesús”, porque está poniendo el carro delante del caballo. Primero necesitan la convicción de su pecado y  condenación. Endulzamos erróneamente el evangelio al quitar el énfasis en la condición pecaminosa y caída del ser humano. Con este tipo de mensaje debilitado que sólo dice cosas como: “Dios es amor”,  la gente recibe la Palabra con gozo y no con la debida contrición de corazón. Por esto no tiene raíces profundas, y aunque dure un poco, pronto llega a abandonar su profesión de fe al surgir la persecución o las dificultades (Mt.13:21). Sólo es cuestión de tiempo. Se nos ha olvidado que el mensaje divino, a judíos y a gentiles, es arrepentimiento hacia Dios y fe en Nuestro Señor Jesucristo (Hch. 20:21).
    El segundo defecto grave es la falta de énfasis en el señorío de Cristo. Un mero asentimiento intelectual, ligero y alegre de que Jesús es el Salvador, no es suficiente. Jesucristo es Señor primero, y entonces también es Salvador. Pero el Nuevo Testamento siempre le presenta como Señor antes que Salvador (2 P. 1:11; 2:20; 3:2). ¿Presentamos las implicaciones de Su señorío a la gente cuando evangelizamos? Él siempre lo hacía. Muchas veces ni siquiera mencionamos esto. Lo dejamos como si fuese algo opcional, pero Romanos 10:9-10 no enseña así.
    La tercera falta en este tipo de mensaje es la tendencia a esconder los términos que presenta el Señor respecto al discipulado, hasta que obtengamos una “decisión” a favor de Jesús. Pero nuestro Señor nunca hacía esto. El mensaje que Él anunciaba incluía la cruz, y no solamente el cielo. “Él nunca escondió sus cicatrices para ganar seguidores”. Revelaba lo peor junto con lo mejor, y luego decía a Sus oyentes que calculasen los gastos. En cambio, nosotros a menudo intentamos suavizar y popularizar el mensaje, prometiendo los beneficios sin mencionar los sacrificios.
    El resultado de todo esto es que hay personas en nuestras iglesias que “creen” y son sinceros, pero esto no les saca de equivocadas. Se llaman cristianas pero no saben lo que creen. Muchas personas no tienen ninguna base doctrinal en la cual pueden basar su decisión. No saben las implicaciones del compromiso con Cristo. Las tales nunca han experimentado la obra misteriosa y milagrosa de la regeneración del Espíritu Santo.
    Y también hay quienes han sido presionadas por técnicas astutas,  (como de los hábiles vendedores) a hacer una profesión de fe, y respondieron que “sí”. Algunos quizás quieren dar placer al joven (evangelista) tan amigable que sonríe tanto. Algunos solo quieren salir de apuros, por lo que dicen: “Sí, sí, acepto”, a sus parientes, amigos u otros. Seguramente Satanás se ríe cuando estas “conversiones” se anuncian a la iglesia con aires de triunfo.
    Quisiera hacer unas preguntas que posiblemente nos guiarán a cambiar nuestra estrategia de evangelismo. La primera es: ¿Podemos, generalmente, esperar que alguien haga un compromiso inteligente, con Cristo la primera vez que oye el evangelio? Ciertamente hay el caso excepcional cuando alguien está preparado ya por el Espíritu Santo. Pero hablando generalmente, el proceso consiste en sembrar la semilla, regarla y luego, más tarde, recoger la siega. En nuestra manía por la conversión instantánea, nos hemos olvidado que la concepción, la gestación y el nacimiento no acontecen en el mismo día.
    La segunda pregunta es: ¿Puede una presentación encapsulada del evangelio exponer bien un mensaje tan grande? Como escritor de varios tratados evangelísticos, confieso que aún tengo unas dudas e inquietudes al intentar reducir las Buenas Nuevas a cuatro hojas pequeñas. ¿Realmente es posible eso? ¿No sería mejor dar una presentación más completa, tal y como vemos en los Evangelios o en otras partes del Nuevo Testamento?
    En tercer lugar: ¿Es realmente bíblica todo ese afán y presión para conseguir “decisiones”? ¿Dónde en el Nuevo Testamento fue la gente apresurada hasta hacer una profesión, a levantar la mano, hacer una oración, pasar al frente de la congregación, etc.? ¿Algún apóstol anunció a unos creyentes: “Fulana acaba de aceptar a Cristo”? No se ven cosas así en la Biblia. ¿Qué es eso de "aceptar"? La Biblia no describe así la conversión. Pero hoy hay gente que "acepta a Jesús" y no es salva, pero se define así: "soy acepto". Es un término extraño y superficial. Entonces, ¿por qué las hacemos? Queremos justificarnos diciendo que si sólo uno de cada diez es genuino, vale la pena. Pero, ¿qué de los otros nueve, desilusionados, amargados, o quizás decepcionados y encaminados hacia el infierno por una falsa profesión?
    Y tengo que preguntar esto: ¿Es precisa toda esta jactancia y reportajes sobre las conversiones? A lo mejor tú también te has encontrado con una persona que con toda seriedad habla de las diez personas que ella contactaba hoy y cómo todas ellas se han convertido. Un médico joven testificaba que cada vez que iba a una ciudad nueva, busca en la guía telefónica las personas con su apellido. Luego les visitaba una a una y les guía en “las cuatro leyes espirituales” como pasos de la salvación. “Maravillosamente”, según él, cada uno abría su corazón a Jesús. No quiero dudar de la honestidad de tales cristianos, pero, ¿me equivoco en pensar que son algo ingenuos? ¿Dónde está todas las personas que “se han salvado” así, o en nuestras campañas? Para nuestra vergüenza, no podemos encontrarles.
    Todo esto significa que debemos volver a examinar muy seriamente nuestra forma de presentar ese “evangelio” tan encapsulado, por no decir desvirtuado. No corramos, sino tomemos el tiempo necesario para explicar bien el evangelio, dando un fundamento sólido de doctrina para que la fe tenga dónde reposar. Busquemos ver convicción de pecado, y hablemos de la necesidad del arrepentimiento y la fe, como dijo el Señor en Marcos 1:15, "arrepentíos y creed en el evangelio". Debemos insistir en el señorío de Cristo y en que los Suyos le seguirán como discípulos. El Señor busca discípulos, no “decisiones”. Seamos responsables y hagamos bien la obra, explicando lo que realmente significa “creer en el Señor Jesucristo”, que no es cuestión de repetir unas palabras o sentir una emoción. Estemos dispuestos a esperar hasta que el Espíritu Santo produzca una convicción genuina del pecado. Cuando veamos esto,  señalemos la Persona y obra de Cristo para que confíe en Él. Si hacemos así, no habrá cifras astronómicas de “conversiones”, pero habrá más casos genuinos del nuevo nacimiento y  fruto que permanece.



traducido y adaptado por Carlos Tomás Knott con permiso del autor

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