Artículos para edificación, exhortación y consolación para los discípulos del Señor Jesucristo.
jueves, 29 de diciembre de 2016
jueves, 22 de diciembre de 2016
¡Los Ídolos del Misionero!
Hace años que un misionero nuevo en un país católico romano recibió en casa la visita de un creyente a quien esperaba discipular. Era la segunda quincena de diciembre, y aquel misionero acabó de decorar modestamente su casa para la navidad. Esto significaba sencillamente unas velas, unas frondas verdes de un árbol, y un belén.
Su sorpresa fue grande cuando el hermano visitante, al entrar en casa, miró el belén y exclamó: “¡Pero qué es eso!” La expresión en su cara mostraba sorpresa e incredulidad. “¿Por qué pones eso en tu casa?” preguntó.
Aunque le pareció obvia la respuesta, la dio: “Para recordar el nacimiento del Señor Jesús”. No esperaba esa reacción, como si hubiese puesto un árbol de navidad o una figura de Papá Noél u otras cosas así. Hacía años que había decidido dejar todo eso, lo comercial y mundano, y simplemente tener unas figuritas de belén y recordar sencillamente el nacimiento del Salvador.
Entonces le tocó a aquel creyente nacional, visitante en esa casa, explicarle al misionero el problema con los belenes, las figuritas de José, María y Jesús y el escenario del nacimiento. “¿No sabías que esa tradición nació en países católicos donde la gente venera ‘la sagrada familia’? Muchos tienen una imagen o más en la casa todo el año. Pero en estas fechas sacan el belén (nacimiento) con especial fervor. No pocos son los que les encienden velas y rezan o veneran”.
El misionero se quedó pensativo. “No sabía eso”. Estaba tratando de procesar esa información.
“Tal vez porque vienes de un país no católico y desconoces los orígenes y los usos religiosos de esas cosas”, respondió con paciencia su amigo y hermano. “Pero sabemos claramente que la Biblia manda: ‘No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás...’ ” (Éx. 20:4-5).
“¡Claro, así es!” respondió el misionero, pero sólo es un recuerdo del nacimiento del Señor”.
“Bueno, hermano, así dicen algunos, pero ¿que son esos sino imágenes? Y además, de orígen católico. Si vamos ahora a visitar hogares en el barrio, verás cuántos tienen su belén como tú, ¡pero son católicos! ¿Cómo les vas a predicar el evangelio y decir que se arrepientan de pecados y religión falsa, incluso de la idolatría, y tienes tú las mismas imágenes en tu casa?”
Surgieron en la mente argumentos como: “es algo inofensivo”, “no damos ese sentido a las imágenes”, “son tradiciones familiares”, etc. Pensaba también en cuál sería la reacción de su esposa e hijos si quitaba esos últimos vestigios de celebración navideña.
Pero decidió no poner tropiezo ante un hermano, ni hacer nada de origen cuestionable que podría ser malinterpretado o impedir la predicación del evangelio. Ante tan clara y sencilla explicación, no podía tener más imágenes en su casa. Así que, las tiró a la basura.
Algunos dirían que era innecesario eso, porque aquel hermano creyente era débil, y tenía que aprender a tolerar y aceptar la libertad de otros. Pero no hay libertad para tener imágenes en casa, ni para seguir las tradiciones religiosas del mundo (Ro. 12:1-2; 1 Jn. 2:15-17).
Pero, aunque fuese sencillamente una cuestión de libertad personal, ese misionero, meditando en las Escrituras, llegó a 1 Corintios 8:11-12. “Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis”. Decidió que aunque fuese cuestión de libertad cristiana, no era correcto hacerlo y herir al hermano. Sería mejor no hacerlo por consideración a los hermanos.
Siempre habrá quienes cuestionarán la historicidad y el sentido religioso del belenismo, pero suficientes fuentes católicas hay para establecer su orígen más allá de dudas. Entre ellas, la página de “Custodia Terrae Sanctae” – Misioneros Franciscanos Al Servicio De La Tierra Santa, publica lo siguiente:
El belén de Greccio y la tradición del belén
Giotto, el belén de Grecci-Basílica Superior de San Francisco de Asís.
Su sorpresa fue grande cuando el hermano visitante, al entrar en casa, miró el belén y exclamó: “¡Pero qué es eso!” La expresión en su cara mostraba sorpresa e incredulidad. “¿Por qué pones eso en tu casa?” preguntó.
Aunque le pareció obvia la respuesta, la dio: “Para recordar el nacimiento del Señor Jesús”. No esperaba esa reacción, como si hubiese puesto un árbol de navidad o una figura de Papá Noél u otras cosas así. Hacía años que había decidido dejar todo eso, lo comercial y mundano, y simplemente tener unas figuritas de belén y recordar sencillamente el nacimiento del Salvador.
Entonces le tocó a aquel creyente nacional, visitante en esa casa, explicarle al misionero el problema con los belenes, las figuritas de José, María y Jesús y el escenario del nacimiento. “¿No sabías que esa tradición nació en países católicos donde la gente venera ‘la sagrada familia’? Muchos tienen una imagen o más en la casa todo el año. Pero en estas fechas sacan el belén (nacimiento) con especial fervor. No pocos son los que les encienden velas y rezan o veneran”.
Belén en la Iglesia Católica en Milano cerca del año 1750 |
“Tal vez porque vienes de un país no católico y desconoces los orígenes y los usos religiosos de esas cosas”, respondió con paciencia su amigo y hermano. “Pero sabemos claramente que la Biblia manda: ‘No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás...’ ” (Éx. 20:4-5).
“¡Claro, así es!” respondió el misionero, pero sólo es un recuerdo del nacimiento del Señor”.
“Bueno, hermano, así dicen algunos, pero ¿que son esos sino imágenes? Y además, de orígen católico. Si vamos ahora a visitar hogares en el barrio, verás cuántos tienen su belén como tú, ¡pero son católicos! ¿Cómo les vas a predicar el evangelio y decir que se arrepientan de pecados y religión falsa, incluso de la idolatría, y tienes tú las mismas imágenes en tu casa?”
Surgieron en la mente argumentos como: “es algo inofensivo”, “no damos ese sentido a las imágenes”, “son tradiciones familiares”, etc. Pensaba también en cuál sería la reacción de su esposa e hijos si quitaba esos últimos vestigios de celebración navideña.
Pero decidió no poner tropiezo ante un hermano, ni hacer nada de origen cuestionable que podría ser malinterpretado o impedir la predicación del evangelio. Ante tan clara y sencilla explicación, no podía tener más imágenes en su casa. Así que, las tiró a la basura.
Algunos dirían que era innecesario eso, porque aquel hermano creyente era débil, y tenía que aprender a tolerar y aceptar la libertad de otros. Pero no hay libertad para tener imágenes en casa, ni para seguir las tradiciones religiosas del mundo (Ro. 12:1-2; 1 Jn. 2:15-17).
Pero, aunque fuese sencillamente una cuestión de libertad personal, ese misionero, meditando en las Escrituras, llegó a 1 Corintios 8:11-12. “Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis”. Decidió que aunque fuese cuestión de libertad cristiana, no era correcto hacerlo y herir al hermano. Sería mejor no hacerlo por consideración a los hermanos.
Siempre habrá quienes cuestionarán la historicidad y el sentido religioso del belenismo, pero suficientes fuentes católicas hay para establecer su orígen más allá de dudas. Entre ellas, la página de “Custodia Terrae Sanctae” – Misioneros Franciscanos Al Servicio De La Tierra Santa, publica lo siguiente:
El belén de Greccio y la tradición del belén
Giotto, el belén de Grecci-Basílica Superior de San Francisco de Asís.
La memoria del nacimiento de Jesús se transmite hoy también con la tradición popular del belén. Se le atribuye a San Francisco la reproducción del primer belén de la historia. La tradición hagiográfica recuerda, aunque sin certeza historiográfica, que Francisco peregrinó a Tierra Santa y visitó Belén. De la ciudad donde nació el Salvador se llevó un vivo recuerdo, que le llevó a reproducir la imagen de la natividad en la famosa noche de Navidad de Greccio (1Cel 84-86).
En efecto, Francisco, deseoso de que los fieles tocasen con sus propias manos el acontecimiento del Hijo de Dios humillado y encarnado en forma humana, quiso hacer efectiva esta representación, narrada en todas las biografías del santo (por ejemplo, la de Tomás de Celano o la de Buenaventura de Bagnoregio). Se cuenta que Francisco preparó un pesebre con heno, mandó traer un buey y un asno y, delante de este conjunto escénico, pidió celebrar la Santa Misa ante una multitud de gente llegada de toda la región. Su amor por la solemnidad de Navidad y su devoción a la imagen de la Natividad encuentra su máxima expresión en el misterio de la encarnación, donde el santo reconocía la humildad y la pobreza del nacimiento del Mesías. Francisco entendía que este misterio se renovaba perpetuamente en el sacramento de la Eucaristía, donde Jesús desciende cada día a través de las manos del sacerdote.
La narración pinta un cuadro de gran sencillez y ternura cuando Francisco, en la noche del 24 de diciembre de 1223, preparó la celebración de la Eucaristía con la ayuda de su amigo Juan Velita, que colaboró en la disposición de todos los elementos que reprodujeran la escena del nacimiento del Niño en Belén. Como Francisco mismo dijo: “de alguna manera, ver con los ojos del cuerpo las dificultades en las que se encontró por falta de las cosas necesarias a un neonato”(1 Cel).
Llega la noche santa. Francisco, junto con los frailes y algunos fieles, se dirige al lugar preparado con el pesebre, el heno, el asno y el buey. Y después de “unas dulces palabras” predicadas por Francisco, aparece la imagen del Niño sobre el heno. Este hecho milagroso impresionó las almas y los corazones de los asistentes, que se sintieron tocados profundamente por esta experiencia.
Con esta acción, el santo trataba de hacer fácilmente comprensible a los fieles el Misterio de la encarnación. Esta devoción, típica de la espiritualidad franciscana, contribuyó claramente en el desarrollo de la costumbre de representar el belén, práctica que ha llegado hasta nuestros días.
Como preparación a la solemnidad navideña, en la tarde del día de Nochebuena (24 de diciembre), en la Gruta de la natividad los frailes franciscanos rememoran el episodio del Belén de Greccio, que tuvo como protagonista al padre Francisco de Asís en la contemplación del Misterio de la Encarnación. http://www.belen.custodia.org/default.asp?id=239
De manera similar, un artículo en el Diario Crítico informa lo siguiente.
Entre las preguntas más frecuentes de los asistentes es ¿por qué la Natividad se representa con una mula y un buey? Y es que realmente en ningún sitio “aparece que estuvieran ahí”, como reconoce la guía. Sin embargo, se sabe que fue San Francisco de Asís el que en el año 1223 colocó por primera vez, en el altar de la parroquia de Greccío, en Italia, un pesebre con el Niño, la Virgen, la mula y el buey. “Fue una verdadera revolución”, como señala Rubio, que explica que el buey simboliza el trabajo y la fertilidad. “No se utiliza el toro porque éste representaba lo malo, lo pagano”. Por otra parte, aunque en un principio también en algunos belenes se ponía un asno “se sustituyó por la mula ya que el primero simbolizaba terquedad y tontería mientras que la mula es trabajo”, informa Rubio. Respecto a los colores con los que se pinta a la Virgen María, la guía indica que el azul representa “al cielo” mientras que el rojo o rosa palo significa “la futura pasión de Cristo”.
http://www.diariocritico.com/noticia/3855/noticias/la-tradicion-de-los-belenes.html
Otro artículo publicado en queaprendemoshoy.com informa:
“...la tradición, considera a San Francisco como el verdadero propulsor del Belén por realizar en la noche del 24 de diciembre de 1223 la representación de la Natividad en una región de la Toscana, más conocida por la magnificencia del hecho que allí aconteció, el milagro del Presepe di Greccio, por el cuál, desde 1986, San Francisco es considerado el patrón universal del Belén.
Durante los siglos XIV y XV, las iglesias italianas se llenan de belenes, y la tradición se expande por el resto de Europa. A España llega la tradición gracias a la orden franciscana e inmediatamente, artistas de primera fila, como Montañés o Luisa Roldán “La Roldana”, comienzan a realizar belenes con el fin de adornar en los días navideños, los hogares de pudientes y de centros religiosos. Van a tener un valor excepcional como demuestran los inventarios de la época, como es el caso del testamento de Lope de Vega, que deja su adorado Belén, de gran valor material, a su hija”.
Recuerda que son informes de los mismos católicos. Y hay más, pero con eso se ve claramente el origen y sentido de los belenes. Aquel misionero fue bien intencionado, pero equivocado, en su costumbre. Pero qué bueno que pudo reconocer el error y cambiar. Así tendría que hacer todavía más de uno, que se aferra a sus tradiciones y las defiende por razones sentimentales, con el resultado de ir en contra de la Palabra de Dios y poner mal ejemplo a los que desea afectar para bien. “...bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1 Ts. 1:5).
En efecto, Francisco, deseoso de que los fieles tocasen con sus propias manos el acontecimiento del Hijo de Dios humillado y encarnado en forma humana, quiso hacer efectiva esta representación, narrada en todas las biografías del santo (por ejemplo, la de Tomás de Celano o la de Buenaventura de Bagnoregio). Se cuenta que Francisco preparó un pesebre con heno, mandó traer un buey y un asno y, delante de este conjunto escénico, pidió celebrar la Santa Misa ante una multitud de gente llegada de toda la región. Su amor por la solemnidad de Navidad y su devoción a la imagen de la Natividad encuentra su máxima expresión en el misterio de la encarnación, donde el santo reconocía la humildad y la pobreza del nacimiento del Mesías. Francisco entendía que este misterio se renovaba perpetuamente en el sacramento de la Eucaristía, donde Jesús desciende cada día a través de las manos del sacerdote.
La narración pinta un cuadro de gran sencillez y ternura cuando Francisco, en la noche del 24 de diciembre de 1223, preparó la celebración de la Eucaristía con la ayuda de su amigo Juan Velita, que colaboró en la disposición de todos los elementos que reprodujeran la escena del nacimiento del Niño en Belén. Como Francisco mismo dijo: “de alguna manera, ver con los ojos del cuerpo las dificultades en las que se encontró por falta de las cosas necesarias a un neonato”(1 Cel).
Llega la noche santa. Francisco, junto con los frailes y algunos fieles, se dirige al lugar preparado con el pesebre, el heno, el asno y el buey. Y después de “unas dulces palabras” predicadas por Francisco, aparece la imagen del Niño sobre el heno. Este hecho milagroso impresionó las almas y los corazones de los asistentes, que se sintieron tocados profundamente por esta experiencia.
Con esta acción, el santo trataba de hacer fácilmente comprensible a los fieles el Misterio de la encarnación. Esta devoción, típica de la espiritualidad franciscana, contribuyó claramente en el desarrollo de la costumbre de representar el belén, práctica que ha llegado hasta nuestros días.
Como preparación a la solemnidad navideña, en la tarde del día de Nochebuena (24 de diciembre), en la Gruta de la natividad los frailes franciscanos rememoran el episodio del Belén de Greccio, que tuvo como protagonista al padre Francisco de Asís en la contemplación del Misterio de la Encarnación. http://www.belen.custodia.org/default.asp?id=239
De manera similar, un artículo en el Diario Crítico informa lo siguiente.
Entre las preguntas más frecuentes de los asistentes es ¿por qué la Natividad se representa con una mula y un buey? Y es que realmente en ningún sitio “aparece que estuvieran ahí”, como reconoce la guía. Sin embargo, se sabe que fue San Francisco de Asís el que en el año 1223 colocó por primera vez, en el altar de la parroquia de Greccío, en Italia, un pesebre con el Niño, la Virgen, la mula y el buey. “Fue una verdadera revolución”, como señala Rubio, que explica que el buey simboliza el trabajo y la fertilidad. “No se utiliza el toro porque éste representaba lo malo, lo pagano”. Por otra parte, aunque en un principio también en algunos belenes se ponía un asno “se sustituyó por la mula ya que el primero simbolizaba terquedad y tontería mientras que la mula es trabajo”, informa Rubio. Respecto a los colores con los que se pinta a la Virgen María, la guía indica que el azul representa “al cielo” mientras que el rojo o rosa palo significa “la futura pasión de Cristo”.
http://www.diariocritico.com/noticia/3855/noticias/la-tradicion-de-los-belenes.html
Otro artículo publicado en queaprendemoshoy.com informa:
“...la tradición, considera a San Francisco como el verdadero propulsor del Belén por realizar en la noche del 24 de diciembre de 1223 la representación de la Natividad en una región de la Toscana, más conocida por la magnificencia del hecho que allí aconteció, el milagro del Presepe di Greccio, por el cuál, desde 1986, San Francisco es considerado el patrón universal del Belén.
Durante los siglos XIV y XV, las iglesias italianas se llenan de belenes, y la tradición se expande por el resto de Europa. A España llega la tradición gracias a la orden franciscana e inmediatamente, artistas de primera fila, como Montañés o Luisa Roldán “La Roldana”, comienzan a realizar belenes con el fin de adornar en los días navideños, los hogares de pudientes y de centros religiosos. Van a tener un valor excepcional como demuestran los inventarios de la época, como es el caso del testamento de Lope de Vega, que deja su adorado Belén, de gran valor material, a su hija”.
Recuerda que son informes de los mismos católicos. Y hay más, pero con eso se ve claramente el origen y sentido de los belenes. Aquel misionero fue bien intencionado, pero equivocado, en su costumbre. Pero qué bueno que pudo reconocer el error y cambiar. Así tendría que hacer todavía más de uno, que se aferra a sus tradiciones y las defiende por razones sentimentales, con el resultado de ir en contra de la Palabra de Dios y poner mal ejemplo a los que desea afectar para bien. “...bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1 Ts. 1:5).
martes, 20 de diciembre de 2016
El Origen de los Belenes (Nacimientos)
Aviso al lector: El origen de este artículo no es evangélico, sino católico romano.
ORIGEN DE LOS BELENES
ORIGEN DE LOS BELENES
De Belén a los belenes
Cómo
se fue formando esta tradición y sus personajes El La descripción de la escena
del nacimiento de Jesús que hace el Evangelio es explícita pero
sumamente sobria: "Mientras ellos estaban allí, se le cumplieron (a
María) los días del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, le
envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio
en el alojamiento". De esta descripción a la exuberancia de los
belenes napolitanos, españoles o latinoamericanos, hay una gran
diferencia. ¿Cómo surgió en la Iglesia católica la costumbre de
reconstruir la ciudad en que nació Jesús, Belén?
Los
evangelios apócrifos
Desde
los primeros años del cristianismo fueron surgiendo los elementos que
poco a poco conformaron el escenario y los personajes del belén, tomados
en gran medida de los evangelios apócrifos (no reconocidos por la
Iglesia). La estrella de los reyes de la que habla Mateo, guía del rey de
Oriente hacia Belén, se convirtió en el Espíritu Santo para el
"Evangelio de los hebreos". La cueva surgió de un
"Diálogo" de Justino (quien citó una profecía bíblica:
"Vivirá de cueva en cueva, de piedra dura") y de una descripción
de san Jerónimo que en el año 404 hablo de "specus Salvatoris",
cueva del Salvador. En la "Ascensión de Isaías", las
lavanderas eran las nodrizas que lavaron los vestidos después del parto
de la Virgen. Este texto incluso menciona el nombre de una de ellas,
Salomé. El buey y la mula surgieron del "Protoevangelio de
Santiago", confirmando una visión de Isaías de Habacuc. San Paulino
de Nola escribió que eran símbolo de la liberación de la esclavitud. En
el siglo V un decreto papal, citado en una homilía de san León
Magno, fijó definitivamente el número de los magos, que hasta
aquel momento oscilaba entre dos y doce.
Fijación
de la fecha
Mientras
tanto el calendario cristiano había fijado finalmente la fecha del
nacimiento de Jesús en el 25 de diciembre. El primer calendario
litúrgico que incluye la celebración de Navidad fue el del 320. El 25 de
diciembre, fiesta romana del solsticio de invierno ("Dies natalis
solis invicti"), es el día en el que el sol deja de descender
respecto al ecuador celeste, y los días se alargan. Los padres de la
Iglesia llamaban a Jesús "Sol de Justicia" y la liturgia
ortodoxa lo representa como "Luz del mundo".
Nacimiento
del belén
Entre
el 432 y el 440 Sixto III llevó a Roma algunos fragmentos de la santa
cuna, a la que entonces fue llamada "Santa Maria ad preasepe"
(Santa María en el pesebre), y que después pasaría a recibir el nombre
de Basílica de Santa María la Mayor. En esta Iglesia de Roma comenzó la
costumbre de celebrar la misa de medianoche, tomada de una análoga
tradición de Belén. La atribución del oficio de carpintero a José, que
durante siglos fue titubeante, se impuso en el siglo VI a través de las
representaciones de los marfiles bizantinos.
Algunos
historiadores consideran que el inicio del belén como tal tiene lugar con
el acta notarial que se registró en Nápoles en el 1025 en una Iglesia,
Santa María "ad praesepe", llamada "La redonda". Sin
embargo, en este caso, como en el de Santa María la Mayor parece que se
trata más bien de capillas destinadas a guardar fragmentos más o menos
verdaderos, recogidos en Tierra Santa.
A
partir del siglo VIII el nacimiento y la resurrección de Cristo se
convirtieron en el tema de escenificaciones costumbristas tomadas de los
Evangelios, representadas en las plazas. Con el tiempo, el sentido
religioso de los recitales se fue deteriorando, de modo que frailes y
curas predicaron contra la vulgarización, hasta el punto de que el mismo
Inocencio III lo criticó. Fueron estas representaciones teatrales quienes
introdujeron la mezcla de los personajes evangélicos con otros profanos
inventados, en ocasiones fuera de tiempo y lugar (los pastores, por
ejemplo, se convirtieron en campesinos y artesanos del aquel tiempo).
San
Francisco de Asís
Pero
la fecha que no hay que olvidar es el 1223. Dieciséis años antes,
Inocencio III había prohibido las representaciones sagradas. Francisco de
Asís, llegó a Greccio con su inseparable hermano León, para evangelizar
a las perversos habitantes de aquella áspera tierra. Para sensibilizarles
se le ocurrió pedir una dispensa a Honorio III. San Francisco había
descubierto una gruta en los bosques montañosos, a pocos pasos de su
espartana cabaña, y pensó que era el lugar ideal para hacer revivir el
"Nacimiento" del Redentor. Obtuvo la ayuda de Giovanni Vellita,
el generoso rico del pueblo, que le consiguió el pesebre, la paja y los
animales. La noche de la vigilia, con el toque de las campanas, convocó
en la gruta a todos los habitantes de Greccio. Vinieron a pie, o a lomos
de burro y de caballo, sin darse cuenta, como los pastores llegaron
al pesebre. La historia narra que durante la misa Francisco habló a
los fieles, y los ojos rojos y enfermos del santo lloraron por los
sufrimientos del Redentor. Algunos historiadores afirman que fue el mismo
san Antonio de Padua, contemporáneo de Francisco, quien celebró la misa.
Como por milagro, por un momento, vio materializarse al Niño entre sus
brazos. Francisco de Asís murió dos años después. Si bien puede ser
excesivo considerar que aquella noche de Greccio fue el origen del
nacimiento, sin embargo es legítimo considerarlo como el punto de partida
de un fenómeno de una difusión extraordinaria en todo el mundo. Los
franciscanos, a ejemplo de su fundador, se convirtieron en los pioneros
del "Belén" en las iglesias y conventos que abrieron por toda
Europa. Por ello, desde 1986, san Francisco es considerado el patrón
universal del belén.
Tomás de Celano (hacia 1190-1260) biógrafo de San Francisco y Santa Clara. Vita Prima
San Francisco ante
el primer pesebre de Navidad
el primer pesebre de Navidad
Unos quince días antes de Navidad, Francisco dijo: “Quiero evocar el recuerdo del Niño nacido en Belén y de todas las penurias que tuvo que soportar desde su infancia. Lo quiero ver con mis propios ojos, tal como era, acostado en un pesebre y durmiendo sobre heno, entre el buey y la mula...”
Llegó el día de alegría:..Convocaron a los hermanos de varios conventos de los alrededores. Con ánimo festivo la gente del país, hombres y mujeres, prepararon, cada cual según sus posibilidades, antorchas y cirios para iluminar esta noche que vería levantarse la Estrella fulgurante que ilumina a todos los tiempos. En llegando, el santo vio que todo estaba preparado y se llenó de alegría. Se había dispuesto un pesebre con heno; había un buey y una mula. La simplicidad dominaba todo, la pobreza triunfaba en el ambiente, toda una lección de humildad. Greccio se había convertido en un nuevo Belén. La noche se hizo clara como el día y deliciosa tanto para los animales como para los hombres. La gente acudía y se llenaba de gozo al ver renovarse el misterio. Los bosques saltaban de gozo, las montañas enviaban el eco. Los hermanos cantaban las alabanzas al Señor y toda la noche transcurría en una gran alegría. El santo pasaba la noche de pie ante el pesebre, sobrecogido de compasión, transido de un gozo inefable. Al final, se celebró la misa con el pesebre como altar y el sacerdote quedó embargado de una devoción jamás experimentado antes.
Francisco se revistió de la dalmática, ya que era diácono, y cantó el evangelio con voz sonora....Luego predicó al pueblo y encontró palabras dulces como la miel para hablar del nacimiento del pobre Rey y de la pequeña villa de Belén.
www.mercaba.org/LITURGIA/Nv/belenes_origen.htm
Mercaba.org es el Web Formativa de Católicos Hispano-hablantes
NOTA: No estamos de acuerdo con ellos pero deseamos que los evangélicos vean por esa documentación el orígen idolátrica del uso de los belenes (nacimientos).
miércoles, 14 de diciembre de 2016
William MacDonald comenta sobre el peligro de la política
Capítulo 31 del libro: EL MANDAMIENTO OLVIDADO: SED SANTOS
La Política
¿Debería el cristiano participar en la política? Los que dicen que sí citan invariablemente el conocido adagio: “Todo lo necesario para que triunfe el mal es que los hombres buenos no hagan nada”. Si esto no es convincente, citan a José, a Moisés y a Daniel como ejemplos de creyentes participantes en el sistema político.
Aunque el adagio suena convincente, deberíamos recordar que es una declaración de sabiduría humana, no de revelación divina. No deberíamos darle la autoridad de las Escrituras. En cuanto a José y a Daniel, nunca buscaron ser elegidos, sino que sirvieron como funcionarios del gobierno. Moisés fue más una molestia para que gobierno que parte del mismo.
La respuesta bíblica
Si vamos a la Palabra para conseguir una respuesta, ¿qué encontraremos?
El Señor Jesús no se dedicó a la política. Más bien, se encontró enfrentado al sistema. Los discípulos no participaron en política. ¿Acaso se perdieron la mejor porción de Dios al concentrarse en el evangelio?
El apóstol Pablo no se dedicó a la política. La fidelidad a su llamamiento y a su mensaje lo enfrentaron contra la sociedad farisea.
Jesús enseñó que su reino no es de este mundo (Jn. 18:36). Y dijo a sus incrédulos hermanos: “no puede el mundo aborreceros a vosotros; mas a mí me aborrece, porque yo testifico de él, que sus obras son malas” (Jn. 7:7).
El apóstol Juan nos recuerda que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19). La política forma parte del sistema del mundo.
Debemos separarnos del mundo para poder influir sobre él (2 Co. 6:17). Arquímedes dijo que podría mover el mundo si encontraba un punto de apoyo fuera del mismo. Debemos posicionarnos fuera del sistema del mundo si queremos moverlo para Dios.
Pablo insistía en que “ninguna que milita se enreda en los negocios de la vida” (2 Ti. 2:4). Todos los creyentes están (o deberían estar) en servicio activo. No deberían dejarse distraer.
La política es algo corrompido. Es un sistema de compromisos. Las decisiones se toman generalmente sobre la base de lo que es conveniente, no sobre la base de lo que es correcto. Se adhiere a principios humanos, no a los principios divinos. El difunto senador por Michigan, Vandenberg, dijo: “La política es corrupta por su misma naturaleza. La iglesia no debería olvidar su verdadera función tratando de participar en un aspecto de los asuntos humanos donde tendrá que ser una pobre competidora. Perderá su pureza de propósitos si participa”.
El proyecto plátano La solución de Dios a los problemas del mundo no es política, sino espiritual. Su respuesta es el nuevo nacimiento, no la elección de nuevos representantes. La política no es nada más que un vendaje para un cáncer. Nuestra consigna es: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú vé, y anuncia el reino de Dios” (Lc. 9:60). La historia de la cáscara de plátano pone las cosas en su perspectiva adecuada.
Había un hombre con un puesto muy importante en la actividad editorial y tenía la responsabilidad de la publicación y distribución de miles de obras. Un día se dirigía a trabajar, y al pasar por una esquina del centro de la ciudad vio una cáscara de plátano en la acera. Sabiendo que era un peligro potencial, la tiró de una patada a la alcantarilla, donde nadie podría resbalar a causa de ella. Pero comenzó a pensar en todas las cáscaras de plátano que podría haber en las acercas de esta gran ciudad. Supongamos que hubiera una que nadie hubiese echado a la alcantarilla y que alguien la pisara. Quizá debería tomarse el tiempo de buscar por las calles de la cuidad para encontrar las peligrosas cáscaras de plátano. Si no fuera así, alguien podría romperse algún hueso. De esta manera, se podría ahorrar a muchos una estancia en el hospital. Pero ¡espera un minuto! Él tenía sus propias responsabilidades. Era un factor importante en el mundo editorial. Su responsabilidad era mantener las imprentas en marcha y enviar sus contenidos hasta lo último de la tierra. De mala gana, abandonó el proyecto plátano por el más esencial. Que los barrenderos se ocupasen de las cáscaras de plátano. Esto era tarea de ellos.
Hagamos ahora una aplicación. Un cristiano tiene la mayor responsabilidad en el mundo, esto es, publicar las buenas nuevas del Señor Jesucristo. Ésta es una importante tarea para el cristiano. Si no la hace él, nunca la harán los demás. Por eso dijo Jesús: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. Muchas personas están participando en la política... pero Dios nos ha encargado la bendita tarea de proclamar el mensaje del evangelio a los hombres y mujeres de este mundo de muerte. Otros proyectos pueden ser válidos, pero si dejamos el nuestro, nadie tomará nuestro puesto.
El propósito de Dios en esta edad no es hacer del mundo un lugar mejor donde vivir, sino llamar de entre las naciones a un pueblo para su nombre (Hch. 15:14). Deberíamos estar obrando para Él en el cumplimiento de este objetivo. Jowett lo dijo bien: “Somos colaboradores con Dios en la rendición del mundo. Ésta es nuestra misión... ungir en el Nombre del Señor a los hombres a una vida de realeza, a la soberanía sobre el yo, al servicio para el reino”. Y pasa luego a lamentar la tragedia de los cristianos que dejan de apreciar su alta vocación, que abrazan lo inferior, que se arrastran en lugar de volar, que son esclavos en lugar de reyes.
La ciudadanía primordial del cristiano es celestial (Fil. 3:20). Es peregrino y extranjero en este mundo (1 P. 2:11). Aunque tiene la responsabilidad de obedecer al gobierno y derecho a usar sus procedimientos judiciales, no está obligado a formar parte del sistema.
Si participo en la política, estoy dando un voto de confianza a su capacidad de resolver los problemas del mundo. No tengo razón alguna para tal confianza después de siglos de fracaso político.
El tenor general del Nuevo Testamento es que las condiciones no van a mejorar (1 Ti. 4:1-3; 2 Ti. 3:1-5). Esto hace tanto más urgente la responsabilidad del cristiano respecto a la Gran Comisión.
¿Significa esto que los creyentes deben adoptar una actitud pasiva? ¡No! Lo que significa es que podemos hacer más con la oración que lo que podamos jamás hacer mediante la votación. Nosotros mantenemos el equilibrio del poder mediante la oración. Podemos afectar el destino de las naciones mediante la oración. “Las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para destrucción de fortalezas” (2 Co. 10:4).
No ha llegado el momento para que los cristianos reinen (1 Co. 4:8). Nuestra vida es un tiempo de instrucción para cuando nos toque reinar. William Kelly dijo:
Nunca se han mezclado los cristianos en el gobierno del mundo excepto para deshonra del Señor y para la propia vergüenza de ellos. Ahora son llamados a padecer con Cristo; en el futuro reinarán con Él. Ni Él ha asumido aún su gran poder para reinar. Él está sentado en el trono de su Padre, como el Cristo rechazado por el mundo, esperando la palabra de su Padre para ejecutar el juicio y sentarse en su propio trono (Ap. 3:21).
Precisamente mientras escribo esto, he recibido un recorte de prensa que apoya la postura de Kelly. Dice:
Van Dyke, un cristiano nacido de nuevo, fue un personaje polémico. Su carrera política quedó marcada por el escándalo. Fue casi expulsado de la Legislatura en 1984 por emlear una literatura fraudulenta en su campaña. La Comisión de Información Pública le multó en 500 dólares, y la Legislatura exigió que presentase disculpas.
Vale la pena ponderar la declaración de Kelly: “Nunca se han mezclado los cristianos en el gobierno del mundo excepto para deshonra del Señor y para la propia vergüenza de ellos”.
DIEZ SICLOS DE PLATA POR AÑO
por Donald Norbie
“Quédate en mi casa, y serás para mí padre y sacerdote; y
yo te daré diez siclos de plata por años, vestidos y comida” (Jueces
17:10).
Palabras tentadoras son éstas a un joven con formación religiosa que ha viajado para “buscar un lugar”. Se le ofreció un hogar, una posición y unos ingresos seguros. El resultado de aquella oferta hecha hace más de tres mil años todavía es testimonio de su atractivo: “Y el levita se quedó”.
¿No podría servir al Señor en ese lugar?
Era una puerta abierta; quizá Jehová había abierto esta oportunidad para él. Seguramente uno debe aprovechar las oportunidades que le son dadas en esta vida.
Y unos ingresos seguros, ¿no podría esto aliviaría su mente de ansiedad para que sirviera a Dios más eficazmente? Después de todo, el siervo de Dios tiene bastantes otros problemas por los cuales necesita fe.
Los tiempos cambian y a veces uno necesita ajustarse. Además, no todos tienen el mismo don de fe. Seguro que el levita encontraba muchas razones que a su mente le parecían buenas, para quedarse. “Y el levita se quedó”.
Hoy en día este método de apoyar económicamente a los “obreros del Señor” es muy extendido por la cristiandad. Una casa o piso pagado por la congregación, un título y una posición de autoridad, un salario mensual, estas cosas son consideradas como necesidades en el “ministerio cristiano”. Cuando una iglesia se reúne con un candidato para el pastoreo, una de las primeras preguntas que generalmente se hacen es: “¿Cuánto es el salario?” Después de todo, uno de los deseos básicos del hombre es seguridad. ¿Y qué le ofrece más seguridad al morador de la tierra que el dinero? Un banco en nuestra área recientemente hizo publicidad con esta frase llamativa: “¡Qué sensación más buena, dinero en el banco!”
Hay cierto movimiento hoy en día entre los hermanos que profesan seguir la verdad del Nuevo Testamento acerca de la iglesia, y es preocupante porque se trata de la introducción de estos métodos no bíblicos para el sostenimiento de la obra de Dios. Estos métodos de apoyo económico no son nuevos. Hace cientos de años que varias entidades religiosos han tenido tales arreglos para su clero. Sin embargo, a lo largo de los siglos también han existido pequeños grupos viriles de no conformistas que han renunciado las prácticas religiosas corrientes, y han enseñado y practicado una vuelta a la fe sencilla del Nuevo Testamento. Por tales hermanos damos gracias a Dios. Su camino no ha sido fácil. Han conocido la hostilidad y oposición amarga de la religión organizada.
Es posible servir al Señor con varios grados de obediencia a Su Palabra. Dios en Su gracia maravillosa bendice lo que es de Él. Es posible que aun un predicador incrédulo proclame el evangelio y que alguien se convierta. Pero, ¿quién diría que semejante proceder es conforme a las Escrituras? Lo que sirve de guía para el creyente no es si algo tiene éxito, si otros creyentes o iglesias lo hacen, o si parece conveniente, sino las Escrituras.
Las Escrituras no dan ni instrucción ni ejemplo acerca de tener un arreglo económico entre el labrador y el pueblo de Dios. Además, las Escrituras enseñan lo contrario. El que sirve a Dios sale sin ningún compromiso ni garantía de finanzas. Con fe sencilla mira a Dios, y si es necesario, puede trabajar con sus manos. Los del pueblo de Dios que son ejercitados espiritualmente comparten sus bienes temporales con el labrador. Todo esto promueve una sencillez deleitosa y un ejercicio de corazón de parte de todos. Cada uno está compartiendo en la obra de Dios de manera muy personal.
Cuando el Señor Jesús envió a los doce, les exhortó: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos...porque el obrero es digno de su alimento” (Mt. 10:9-10). Habían estado con el Señor por un tiempo y habían compartido Su vida sencilla; una vida fragante con una fe como la de un niño y una dependencia en Su Padre. No tenía reservas de fondos, ni nada en el mundo para asegurar unos ingresos fijos. Ahora Él anima a Sus seguidores, al salir ellos de Su presencia inmediata, a que vayan como Él. Dios les cuidaría. Habrá algunas personas de corazón sensible y ejercitado, a través de quienes Dios puede proveer las necesidades de la vida. El obrero hoy en día que escoge otro camino no está siguiendo el ejemplo de su Señor.
Al escudriñar el resto de las Escrituras, no se halla ninguna evidencia de que los apóstoles u otros obreros de aquel entonces tuvieran arreglos en cuanto a finanzas, ni con las iglesias locales, ni con individuos, ¡ni mucho menos con el gobierno! Pablo encontró que a veces le era necesario trabajar con sus manos (Hch. 18:3). No obstante, la mayoría del tiempo tenía lo suficiente debido a las diferentes ofrendas de individuos o asambleas. Una persona como Lidia puede proveer alojamiento para el siervo del Señor (Lc. 16:15). Repetidas veces grupos de creyentes mostraron su preocupación y amor a través de sus ofrendas (Fil. 4:15) Así el amado apóstol se dedicaba a trabajar para el Señor, y dijo: “Imítame”. No hay forma más bienaventurada de servir a Aquel que dijo: “El siervo no es mayor que su señor” (Jn. 13:16).
¿Cuáles son algunas de las ventajas prácticas de hacer así la obra del Señor? Primero, esto estimula una saludable dependencia en Dios. El hombre que tiene sus finanzas prometidas y calculadas tiende a sentirse independiente de Dios; tiene y sabe de dónde viene lo que necesita para procurar las cosas de esta vida. Así que, es bueno que el siervo del Señor sea pobre y no tenga grandes reservas: “como pobres, más enriqueciendo a muchos...” (2 Co. 6:10). Esto le mantiene en una posición de dependencia temerosa de Dios en todo momento. Puede que llegue a su último céntimo y pedazo de pan. Se ha comprometido a un camino de no anunciar sus necesidades a otros. Está encerrado al lugar secreto de oración donde con agonía de alma clama a Dios. Debe quedarse allí hasta que pueda salir con un corazón sereno y labios que no murmuran, contento de descansar como un niño destetado en los brazos del Padre. Los que han conocido tales tiempos pueden testificar que la dependencia íntima en Dios es la flor dulce que viene después del brote amargo de la prueba. Cuando vea al Padre contestar, obrando de manera maravillosa y secreta, ¿quien cambiaría esto por un salario mensual?
Segundo, esta forma de servir a Dios hace que ofrendar sea un santo ejercicio del alma. Ofrendar ya no es un deber programado de cierta reunión el domingo. La oración y el ofrendar van brazo en brazo en el camino de la vida de devoción cristiana. Cada creyente sabe que la obra de Dios depende de él y de su interés. Los creyentes se dan cuenta individualmente y como asambleas que la obra de Dios crece y lleva fruto como resultado de sus oraciones y ofrendas. Cada cual tiene una parte vital; todos comparten esta obra gloriosa.
Tercero, esta forma de servir anima al siervo a ser siervo del Señor. Puesto que nadie le paga un salario ni una mensualidad regular, no está tentado a andar de puntillas al proclamar la verdad de Dios. No tienen que cosquillar las orejas para mantener sus ingresos. Puede sentirse dichosamente libre para proclamar todo el consejo de Dios. Pablo podía decir con fervor: “¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10). Esto también deja libre al siervo para ir donde Dios quiere que vaya. Depende de Dios para su dirección, y no está mirando a los hombres. De nuevo, esto produce profundo ejercicio de alma mientras que uno espera en el Lugar Santo. Sin embargo, para los que no son más que siervos de Otro, ni desean ser más, ¡qué sensación más buena!
Finalmente, libra para siempre al obrero de la acusación de amar al dinero. Puede ocuparse en la obra de Dios y nunca “tomar una ofrenda”. El mundo puede burlarse y pensar que tal hombre es necio, pero no podrá acusarle de avaricia. Tendrá que confesar que su obra no es con ánimo de lucro, sino una pasión por Dios. Con Pablo, él podrá decir: “os he predicado el evangelio de Dios de balde” (2 Co. 11:7).
El camino de fe es para la iglesia que desea seguir el patrón del Nuevo Testamento. Requiere que los creyentes sean ejercitados espiritualmente; hombres y mujeres que conocen y confían en Dios, no en una organización. ¿No es un comentario trágico sobre el bajamar en la vida espiritual cuando enfatizamos un edificio de piedra en lugar del Cuerpo de Cristo, cuando hacemos publicidad en lugar de oración, y buscamos la certeza de un salario en lugar de depender del Dios vivo?
“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:10).
Palabras tentadoras son éstas a un joven con formación religiosa que ha viajado para “buscar un lugar”. Se le ofreció un hogar, una posición y unos ingresos seguros. El resultado de aquella oferta hecha hace más de tres mil años todavía es testimonio de su atractivo: “Y el levita se quedó”.
¿No podría servir al Señor en ese lugar?
Era una puerta abierta; quizá Jehová había abierto esta oportunidad para él. Seguramente uno debe aprovechar las oportunidades que le son dadas en esta vida.
Y unos ingresos seguros, ¿no podría esto aliviaría su mente de ansiedad para que sirviera a Dios más eficazmente? Después de todo, el siervo de Dios tiene bastantes otros problemas por los cuales necesita fe.
Los tiempos cambian y a veces uno necesita ajustarse. Además, no todos tienen el mismo don de fe. Seguro que el levita encontraba muchas razones que a su mente le parecían buenas, para quedarse. “Y el levita se quedó”.
Hoy en día este método de apoyar económicamente a los “obreros del Señor” es muy extendido por la cristiandad. Una casa o piso pagado por la congregación, un título y una posición de autoridad, un salario mensual, estas cosas son consideradas como necesidades en el “ministerio cristiano”. Cuando una iglesia se reúne con un candidato para el pastoreo, una de las primeras preguntas que generalmente se hacen es: “¿Cuánto es el salario?” Después de todo, uno de los deseos básicos del hombre es seguridad. ¿Y qué le ofrece más seguridad al morador de la tierra que el dinero? Un banco en nuestra área recientemente hizo publicidad con esta frase llamativa: “¡Qué sensación más buena, dinero en el banco!”
Hay cierto movimiento hoy en día entre los hermanos que profesan seguir la verdad del Nuevo Testamento acerca de la iglesia, y es preocupante porque se trata de la introducción de estos métodos no bíblicos para el sostenimiento de la obra de Dios. Estos métodos de apoyo económico no son nuevos. Hace cientos de años que varias entidades religiosos han tenido tales arreglos para su clero. Sin embargo, a lo largo de los siglos también han existido pequeños grupos viriles de no conformistas que han renunciado las prácticas religiosas corrientes, y han enseñado y practicado una vuelta a la fe sencilla del Nuevo Testamento. Por tales hermanos damos gracias a Dios. Su camino no ha sido fácil. Han conocido la hostilidad y oposición amarga de la religión organizada.
Es posible servir al Señor con varios grados de obediencia a Su Palabra. Dios en Su gracia maravillosa bendice lo que es de Él. Es posible que aun un predicador incrédulo proclame el evangelio y que alguien se convierta. Pero, ¿quién diría que semejante proceder es conforme a las Escrituras? Lo que sirve de guía para el creyente no es si algo tiene éxito, si otros creyentes o iglesias lo hacen, o si parece conveniente, sino las Escrituras.
Las Escrituras no dan ni instrucción ni ejemplo acerca de tener un arreglo económico entre el labrador y el pueblo de Dios. Además, las Escrituras enseñan lo contrario. El que sirve a Dios sale sin ningún compromiso ni garantía de finanzas. Con fe sencilla mira a Dios, y si es necesario, puede trabajar con sus manos. Los del pueblo de Dios que son ejercitados espiritualmente comparten sus bienes temporales con el labrador. Todo esto promueve una sencillez deleitosa y un ejercicio de corazón de parte de todos. Cada uno está compartiendo en la obra de Dios de manera muy personal.
Cuando el Señor Jesús envió a los doce, les exhortó: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos...porque el obrero es digno de su alimento” (Mt. 10:9-10). Habían estado con el Señor por un tiempo y habían compartido Su vida sencilla; una vida fragante con una fe como la de un niño y una dependencia en Su Padre. No tenía reservas de fondos, ni nada en el mundo para asegurar unos ingresos fijos. Ahora Él anima a Sus seguidores, al salir ellos de Su presencia inmediata, a que vayan como Él. Dios les cuidaría. Habrá algunas personas de corazón sensible y ejercitado, a través de quienes Dios puede proveer las necesidades de la vida. El obrero hoy en día que escoge otro camino no está siguiendo el ejemplo de su Señor.
Al escudriñar el resto de las Escrituras, no se halla ninguna evidencia de que los apóstoles u otros obreros de aquel entonces tuvieran arreglos en cuanto a finanzas, ni con las iglesias locales, ni con individuos, ¡ni mucho menos con el gobierno! Pablo encontró que a veces le era necesario trabajar con sus manos (Hch. 18:3). No obstante, la mayoría del tiempo tenía lo suficiente debido a las diferentes ofrendas de individuos o asambleas. Una persona como Lidia puede proveer alojamiento para el siervo del Señor (Lc. 16:15). Repetidas veces grupos de creyentes mostraron su preocupación y amor a través de sus ofrendas (Fil. 4:15) Así el amado apóstol se dedicaba a trabajar para el Señor, y dijo: “Imítame”. No hay forma más bienaventurada de servir a Aquel que dijo: “El siervo no es mayor que su señor” (Jn. 13:16).
¿Cuáles son algunas de las ventajas prácticas de hacer así la obra del Señor? Primero, esto estimula una saludable dependencia en Dios. El hombre que tiene sus finanzas prometidas y calculadas tiende a sentirse independiente de Dios; tiene y sabe de dónde viene lo que necesita para procurar las cosas de esta vida. Así que, es bueno que el siervo del Señor sea pobre y no tenga grandes reservas: “como pobres, más enriqueciendo a muchos...” (2 Co. 6:10). Esto le mantiene en una posición de dependencia temerosa de Dios en todo momento. Puede que llegue a su último céntimo y pedazo de pan. Se ha comprometido a un camino de no anunciar sus necesidades a otros. Está encerrado al lugar secreto de oración donde con agonía de alma clama a Dios. Debe quedarse allí hasta que pueda salir con un corazón sereno y labios que no murmuran, contento de descansar como un niño destetado en los brazos del Padre. Los que han conocido tales tiempos pueden testificar que la dependencia íntima en Dios es la flor dulce que viene después del brote amargo de la prueba. Cuando vea al Padre contestar, obrando de manera maravillosa y secreta, ¿quien cambiaría esto por un salario mensual?
Segundo, esta forma de servir a Dios hace que ofrendar sea un santo ejercicio del alma. Ofrendar ya no es un deber programado de cierta reunión el domingo. La oración y el ofrendar van brazo en brazo en el camino de la vida de devoción cristiana. Cada creyente sabe que la obra de Dios depende de él y de su interés. Los creyentes se dan cuenta individualmente y como asambleas que la obra de Dios crece y lleva fruto como resultado de sus oraciones y ofrendas. Cada cual tiene una parte vital; todos comparten esta obra gloriosa.
Tercero, esta forma de servir anima al siervo a ser siervo del Señor. Puesto que nadie le paga un salario ni una mensualidad regular, no está tentado a andar de puntillas al proclamar la verdad de Dios. No tienen que cosquillar las orejas para mantener sus ingresos. Puede sentirse dichosamente libre para proclamar todo el consejo de Dios. Pablo podía decir con fervor: “¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10). Esto también deja libre al siervo para ir donde Dios quiere que vaya. Depende de Dios para su dirección, y no está mirando a los hombres. De nuevo, esto produce profundo ejercicio de alma mientras que uno espera en el Lugar Santo. Sin embargo, para los que no son más que siervos de Otro, ni desean ser más, ¡qué sensación más buena!
Finalmente, libra para siempre al obrero de la acusación de amar al dinero. Puede ocuparse en la obra de Dios y nunca “tomar una ofrenda”. El mundo puede burlarse y pensar que tal hombre es necio, pero no podrá acusarle de avaricia. Tendrá que confesar que su obra no es con ánimo de lucro, sino una pasión por Dios. Con Pablo, él podrá decir: “os he predicado el evangelio de Dios de balde” (2 Co. 11:7).
El camino de fe es para la iglesia que desea seguir el patrón del Nuevo Testamento. Requiere que los creyentes sean ejercitados espiritualmente; hombres y mujeres que conocen y confían en Dios, no en una organización. ¿No es un comentario trágico sobre el bajamar en la vida espiritual cuando enfatizamos un edificio de piedra en lugar del Cuerpo de Cristo, cuando hacemos publicidad en lugar de oración, y buscamos la certeza de un salario en lugar de depender del Dios vivo?
“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:10).
domingo, 20 de noviembre de 2016
¿CÓMO ESTÁN NUESTROS OJOS?
Mateo 6:22-23 "La lámpara del cuerpo es el ojo; así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas. Así que, si la luz que en ti hay es tinieblas, ¿cuántas no serán las mismas tinieblas?"
Jesús veía que sería difícil para Sus seguidores ver cómo
podría funcionar Su nada convencional enseñanza sobre la seguridad para
el futuro. De modo que usó una analogía del ojo humano para enseñar una
lección acerca de la percepción espiritual. Dijo que el ojo es la
lámpara del cuerpo. Es por medio del ojo que el cuerpo recibe
iluminación y puede ver. Si tu ojo es sano (RVR77 margen), todo tu
cuerpo queda inundado de luz; pero si tu ojo es maligno, entonces la
visión queda dañada. En lugar de luz, lo que hay es tinieblas.
La aplicación es como sigue: El ojo sano pertenece a la persona que tiene motivos puros, que tiene un deseo sencillo por los intereses de Dios, y que está dispuesto a aceptar literalmente las enseñanzas de Cristo. Toda su vida está llena de luz. Cree las palabras de Jesús, abandona las riquezas terrenales, guarda sus tesoros en el cielo y sabe que ésta es su única y verdadera seguridad. Por otra parte, el ojo maligno pertenece a la persona que está tratando de vivir para dos mundos. No quiere soltar sus tesoros terrenales, pero quiere también tesoros en el cielo. Las enseñanzas de Jesús le parecen imprácticas e imposibles. Carece de una guía clara, porque está lleno de tinieblas.
La aplicación es como sigue: El ojo sano pertenece a la persona que tiene motivos puros, que tiene un deseo sencillo por los intereses de Dios, y que está dispuesto a aceptar literalmente las enseñanzas de Cristo. Toda su vida está llena de luz. Cree las palabras de Jesús, abandona las riquezas terrenales, guarda sus tesoros en el cielo y sabe que ésta es su única y verdadera seguridad. Por otra parte, el ojo maligno pertenece a la persona que está tratando de vivir para dos mundos. No quiere soltar sus tesoros terrenales, pero quiere también tesoros en el cielo. Las enseñanzas de Jesús le parecen imprácticas e imposibles. Carece de una guía clara, porque está lleno de tinieblas.
William MacDonald, de su Comentario Bíblico (CLIE)
Maldición y Bendición
Jeremías 17:5
"Maldito el varón que confía en el hombre,
y pone carne por su brazo..."
Jeremías 17:7
"Bendito el varón que confía en Jehová,
y cuya confianza es Jehová".
viernes, 18 de noviembre de 2016
Las Excusas: Torciendo Las Escrituras Para Justificarnos
escribe William MacDonald
“...los indoctos e inconstantes tuercen... las otras Escrituras para su propia perdición” (2 Pedro 3:16b).
El Dr. P. J. Van Gorder acostumbraba hablar de un letrero, colocado fuera de una carpintería, que decía: “Se hacen toda clase de torceduras y vueltas”. Los carpinteros no son los únicos que sirven para esto; muchos que profesan ser cristianos también tuercen y dan vueltas a las Escrituras cuando les conviene. Algunos, como dice nuestro versículo, tuercen las Escrituras para su propia perdición.
Todos somos expertos para justificar, es decir, excusar nuestra desobediencia pecaminosa ofreciendo elogiosas explicaciones o atribuyendo motivos dignos a nuestro proceder. Intentamos torcer las Escrituras para que se acomoden a nuestra conducta. Damos razones plausibles aunque falsas que den cuenta de nuestras actitudes. Aquí hay algunos ejemplos.
Un cristiano y hombre de negocios sabe que está mal recurrir a los tribunales contra otro creyente (1 Co. 6:1-8). Más tarde, cuando se le pide cuentas por esta acción, dice: “Sí, pero lo que él estaba haciendo estaba mal, y el Señor no quiere que se quede sin castigo”.
Mari tiene la intención de casarse con Carlos aún cuando sabe que él no es creyente. Cuando un amigo cristiano le recuerda que esto está prohibido en 2 Corintios 6:14, ella dice: “Sí, pero el Señor me dijo que me casara con él para que así pueda guiarle a Cristo”.
Sergio y Carmen profesan ser cristianos, sin embargo viven juntos sin estar casados. Cuando un amigo de Sergio le señaló que esto era fornicación y que ningún fornicario heredará el reino de Dios (1 Co. 6:9-10), se picó y replicó: “Eso es lo que tú dices. Estamos profundamente enamorados el uno del otro y a los ojos de Dios estamos casados”.
El Dr. P. J. Van Gorder acostumbraba hablar de un letrero, colocado fuera de una carpintería, que decía: “Se hacen toda clase de torceduras y vueltas”. Los carpinteros no son los únicos que sirven para esto; muchos que profesan ser cristianos también tuercen y dan vueltas a las Escrituras cuando les conviene. Algunos, como dice nuestro versículo, tuercen las Escrituras para su propia perdición.
Todos somos expertos para justificar, es decir, excusar nuestra desobediencia pecaminosa ofreciendo elogiosas explicaciones o atribuyendo motivos dignos a nuestro proceder. Intentamos torcer las Escrituras para que se acomoden a nuestra conducta. Damos razones plausibles aunque falsas que den cuenta de nuestras actitudes. Aquí hay algunos ejemplos.
Un cristiano y hombre de negocios sabe que está mal recurrir a los tribunales contra otro creyente (1 Co. 6:1-8). Más tarde, cuando se le pide cuentas por esta acción, dice: “Sí, pero lo que él estaba haciendo estaba mal, y el Señor no quiere que se quede sin castigo”.
Mari tiene la intención de casarse con Carlos aún cuando sabe que él no es creyente. Cuando un amigo cristiano le recuerda que esto está prohibido en 2 Corintios 6:14, ella dice: “Sí, pero el Señor me dijo que me casara con él para que así pueda guiarle a Cristo”.
Sergio y Carmen profesan ser cristianos, sin embargo viven juntos sin estar casados. Cuando un amigo de Sergio le señaló que esto era fornicación y que ningún fornicario heredará el reino de Dios (1 Co. 6:9-10), se picó y replicó: “Eso es lo que tú dices. Estamos profundamente enamorados el uno del otro y a los ojos de Dios estamos casados”.
Una familia cristiana vive en lujo y esplendor, a pesar de la
amonestación de Pablo de que debemos vivir con sencillez, contentos con
tener sustento y abrigo (1 Ti. 6:8). Justifican su estilo de vida con
esta respuesta ingeniosa: “Nada hay demasiado bueno para el pueblo de
Dios”.
Otro hombre de negocios codicioso, trabaja día y noche para amasar ávidamente toda la riqueza que puede. Su filosofía es: “No hay nada de malo con el dinero. Es el amor al dinero la raíz de todo mal”. Nunca se le ocurre pensar que él podría ser culpable de amar al dinero.
Los hombres intentan interpretar sus pecados mejor que lo que las Escrituras les permiten, y cuando están resueltos a desobedecer la Palabra y esquivarla como puedan, una excusa es tan buena (o mala) como la otra.
Otro hombre de negocios codicioso, trabaja día y noche para amasar ávidamente toda la riqueza que puede. Su filosofía es: “No hay nada de malo con el dinero. Es el amor al dinero la raíz de todo mal”. Nunca se le ocurre pensar que él podría ser culpable de amar al dinero.
Los hombres intentan interpretar sus pecados mejor que lo que las Escrituras les permiten, y cuando están resueltos a desobedecer la Palabra y esquivarla como puedan, una excusa es tan buena (o mala) como la otra.
de su libro DE DÍA EN DÍA (CLIE)
¿Dónde está tu corazón?
Texto: Mateo 6:19-23
A. W. Wilson, de su libro Matthew’s Messiah (“El Mesías según Mateo”), pág. 92
Cristo advierte contra el hacer tesoros en la tierra. Es cuestión de
si viven para esta vida o para el reino venidero. El Señor señala
primero las ventajas de la inversión de transferir nuestros tesoros al
cielo, donde no estorban ladrones, orín ni polilla. Entonces, llega al
corazón del asunto, que es, el corazón humano. Declara: “donde esté tu
tesoro, allí también estará tu corazón” (6:21). El Señor quiere nuestro
corazón.
No quiere que tengamos doble visión, con los ojos puestos en
los tesoros celestiales y también en los terrenales (6:22-23). Esto
resultaría en no ver nada claro. No quiere que intentemos trabajar para
dos amos. Esto resultaría en mal trabajo para ambos. No podemos vivir
para el mundo y para el cielo. No podemos servir a Dios y al dinero.
Observa que el tema de la vista es común en las dos primeras prohibiciones. Podemos hacer justicia para ser vistos por los hombres, para ganar alabanza o gloria de ellos, o podemos hacer nuestras justicias secretamente, confiando en nuestro Padre que ve en secreto, para que luego Él nos recompense abiertamente. Entonces, debemos preguntar dónde están puestos nuestros ojos – en los tesoros terrenales o los celestiales. ¿Hemos intentado enfocarnos sobre los dos con el resultado de que ahora tenemos doble visión? Nuestros ojos simbolizan nuestras ambiciones y motivos – donde ponemos la mira. El verdadero seguidor, dice Cristo, tiene sus ojos puestos en la recompensa celestial. El hombre con visión doble tiene tinieblas (6:23). El tal es un discípulo falso.
Observa que el tema de la vista es común en las dos primeras prohibiciones. Podemos hacer justicia para ser vistos por los hombres, para ganar alabanza o gloria de ellos, o podemos hacer nuestras justicias secretamente, confiando en nuestro Padre que ve en secreto, para que luego Él nos recompense abiertamente. Entonces, debemos preguntar dónde están puestos nuestros ojos – en los tesoros terrenales o los celestiales. ¿Hemos intentado enfocarnos sobre los dos con el resultado de que ahora tenemos doble visión? Nuestros ojos simbolizan nuestras ambiciones y motivos – donde ponemos la mira. El verdadero seguidor, dice Cristo, tiene sus ojos puestos en la recompensa celestial. El hombre con visión doble tiene tinieblas (6:23). El tal es un discípulo falso.
A. W. Wilson, de su libro Matthew’s Messiah (“El Mesías según Mateo”), pág. 92
sábado, 12 de noviembre de 2016
¿CUÁNTOS PECADOS PERDONA CRISTO?
¿Cuántos De Tus Pecados Son Perdonados?
El Bautismo
El sacramento del bautismo juega un papel importante en el perdón del pecado, para el católico romano. Citamos del Nuevo Catecismo universal de la Iglesia, porque es importante entender cuál es la enseñanza oficial de la Iglesia Católica. Ella dice:
“Los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (cf. DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios...” (pág. 291 del Catecismo de la Iglesia Católica, CIC).
Roma afirma claramente que “El Bautismo es necesario para la salvación”, y “La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna”, y “Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo” (pág. 292, CIC, sección VI).
En la sección VII, “LA GRACIA DEL BAUTISMO”, párrafo 1263, leemos:
“Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado (cf DS 1316)”. (pág. 293)
Pero las Sagradas Escrituras enseñan algo muy distinto. El apóstol Pablo dijo que Cristo no le envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, lo cual sería extraño si el bautismo fuera necesario para la salvación (1 Co. 1:18). Luego, en Efesios 2:8-9 afirmó de nuevo: “por gracia sois salvos por medio de la fe; [observa: no por el bautismo] y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Así que, la doctrina apostólica enseña que el bautismo no quita el pecado, y no salva a nadie. Si el bautismo fuera necesario para salvación, ¿cómo podía el Señor decir al ladrón arrepentido en la cruz que ese día estaría con Él en el paraíso, ya que no se había bautizado? Amigo, hay millones de personas en todas partes del mundo que están engañadas. Ellas en el fondo esperan llegar de alguna manera al cielo, porque se acuerdan de que fueron bautizadas en su niñez. En sus apuros y peligros este recuerdo les da una esperanza falsa. ¡Qué sorpresa les espera un segundo después de la muerte, cuando descubran que el Dios vivo no rige Sus asuntos por los dogmas de Roma.
Un pecador bautizado no es más que un pecador mojado. Y los que están en las cárceles en países predominantemente católicos, ¿fueron bautizados como infantes? Sí, y las prostitutas también, y los mafiosos también. Pero no sólo la gente mala, como se suele decir, sino también la gente “buena” confía en su bautismo. Amigo, Dios no quita el pecado poco a poco, a plazos, con una serie de sacramentos que hay que practicar. La salvación, cuando uno es perdonado y declarado justo, es para el que cree el evangelio. ¿Estás confiando en tu bautismo, u otro sacramento? Espero que no, porque sólo el Señor Jesucristo es digno de nuestra fe.
La Penitencia Y La Reconciliación
“Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones” (LG 11). (pág. 329, párrafo 1422)
Sin embargo, la Biblia no enseña que haya que conseguir un perdón “al día” de los pecados recién cometidos. Cuando Dios perdona judicialmente nuestros pecados, los perdona todos: pasados, presentes y futuros. ¿Cuántos de tus pecados eran futuros cuando Cristo murió en la cruz? ¡Todos! Y cuando Dios justifica a una persona que cree, esto significa que Él declara justa a esta persona. Le es imputada la justicia de Cristo, la cual es perfecta. Desde entonces, delante de Dios ésta es la posición del creyente. Necesita muchas veces el perdón paterno que mantiene la comunión, pero sólo una vez el perdón judicial que remite los pecados. Es un perdón libertador.
Pero la Iglesia Católica no otorga esta libertad a sus feligreses, sino que les ata a una serie de sacramentos y ritos por medio de los cuales ella les dice que están consiguiendo poco a poco la gracia de Dios, se están convirtiendo y se están salvando. Por eso hay que ir a confesión al menos una vez al año, pero allí se está buscando un perdón que, en primer lugar, no puede ser hallado en el confesionario, y segundo, el Señor ya lo ha dado a todos los Suyos. Los que repiten el acto penitencial en Misa, y se confiesan, y hacen actos de penitencia, están confesando que no conocen el perdón de pecados que Dios otorga por medio de Jesucristo. “Los que hemos creído entramos en el reposo”, dice Hebreos 4:3. Es el reposo de la salvación, y lo conocen aquellos que no tienen que buscar todavía el perdón de sus pecados. Al católico-romano esto suena increíble porque la Iglesia le ha inculcado la idea de que el perdón viene poco a poco. Amigo, ¡hay perdón completo, de todos los pecados, y lo hay en el Señor Jesucristo, ahora mismo! Yo dejaría de enrollarme en una iglesia que me lleva delante como el ganadero hace con el buey, con una zanahoria tendida de un palo delante suyo, para que ande, pero la cual nunca alcanza.
Pero hay otros católicos que ya no se confiesan ante el sacerdote, y se disculpan diciendo: “yo me confieso con Dios”. Quizá tu, estimado lector, seas uno de ellos. Está bien que te des cuenta de que no necesitas al sacerdote para perdonar tus pecados. Pero no acabas de librarte, porque en el fondo está el mismo problema, la misma necesidad: el perdón de los pecados. Si tienes que confesarte con Dios, buscando perdón y salvación, entonces es que todavía no los tienes. Y si en privado, entre tú y Dios, te asignas alguna obra de penitencia para arreglar las cosas, cometes el mismo error, buscando el perdón en la confesión y la penitencia. Dios no promete perdonar los pecados a cambio de una confesión humilde y contrita, ni influyen obras de penitencia. Es difícil sacar las telarañas católicas de la mente, ¡pero cuán necesario es! Si creemos lo que Dios dice en la Biblia, comprenderemos el perdón de Dios. Consideremos lo que dice Romanos 4 al respecto:
5 Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.
6 Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras,
7 diciendo,
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas,
Y cuyos pecados son cubiertos.
8 Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.
Éste es el perdón que Dios ofrece al que cree. No al que cree en Dios, sino al que cree a Dios, y confía en Él. El evangelio nos anuncia que Cristo murió por nuestros pecados, y si confiamos en Él, Él nos salva. Los sacramentos no salvan, ni son medios ni canales para recibir el perdón o la gracia santificadora. Todo lo que necesitamos para la salvación, nos lo da el Salvador mismo. ¿Tienes una relación así con el Señor Jesucristo, o todavía estás perdido en el laberinto de la Iglesia Católica, buscando el perdón que siempre está un poco más allá?
El sacramento del bautismo juega un papel importante en el perdón del pecado, para el católico romano. Citamos del Nuevo Catecismo universal de la Iglesia, porque es importante entender cuál es la enseñanza oficial de la Iglesia Católica. Ella dice:
“Los niños necesitan también el nuevo nacimiento en el Bautismo (cf. DS 1514) para ser librados del poder de las tinieblas y ser trasladados al dominio de la libertad de los hijos de Dios...” (pág. 291 del Catecismo de la Iglesia Católica, CIC).
Roma afirma claramente que “El Bautismo es necesario para la salvación”, y “La Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para asegurar la entrada en la bienaventuranza eterna”, y “Dios ha vinculado la salvación al sacramento del Bautismo” (pág. 292, CIC, sección VI).
En la sección VII, “LA GRACIA DEL BAUTISMO”, párrafo 1263, leemos:
“Por el Bautismo, todos los pecados son perdonados, el pecado original y todos los pecados personales, así como todas las penas del pecado (cf DS 1316)”. (pág. 293)
Pero las Sagradas Escrituras enseñan algo muy distinto. El apóstol Pablo dijo que Cristo no le envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, lo cual sería extraño si el bautismo fuera necesario para la salvación (1 Co. 1:18). Luego, en Efesios 2:8-9 afirmó de nuevo: “por gracia sois salvos por medio de la fe; [observa: no por el bautismo] y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”. Así que, la doctrina apostólica enseña que el bautismo no quita el pecado, y no salva a nadie. Si el bautismo fuera necesario para salvación, ¿cómo podía el Señor decir al ladrón arrepentido en la cruz que ese día estaría con Él en el paraíso, ya que no se había bautizado? Amigo, hay millones de personas en todas partes del mundo que están engañadas. Ellas en el fondo esperan llegar de alguna manera al cielo, porque se acuerdan de que fueron bautizadas en su niñez. En sus apuros y peligros este recuerdo les da una esperanza falsa. ¡Qué sorpresa les espera un segundo después de la muerte, cuando descubran que el Dios vivo no rige Sus asuntos por los dogmas de Roma.
Un pecador bautizado no es más que un pecador mojado. Y los que están en las cárceles en países predominantemente católicos, ¿fueron bautizados como infantes? Sí, y las prostitutas también, y los mafiosos también. Pero no sólo la gente mala, como se suele decir, sino también la gente “buena” confía en su bautismo. Amigo, Dios no quita el pecado poco a poco, a plazos, con una serie de sacramentos que hay que practicar. La salvación, cuando uno es perdonado y declarado justo, es para el que cree el evangelio. ¿Estás confiando en tu bautismo, u otro sacramento? Espero que no, porque sólo el Señor Jesucristo es digno de nuestra fe.
La Penitencia Y La Reconciliación
“Los que se acercan al sacramento de la Penitencia obtienen de la misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra Él y, al mismo tiempo, se reconcilian con la Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus oraciones” (LG 11). (pág. 329, párrafo 1422)
Sin embargo, la Biblia no enseña que haya que conseguir un perdón “al día” de los pecados recién cometidos. Cuando Dios perdona judicialmente nuestros pecados, los perdona todos: pasados, presentes y futuros. ¿Cuántos de tus pecados eran futuros cuando Cristo murió en la cruz? ¡Todos! Y cuando Dios justifica a una persona que cree, esto significa que Él declara justa a esta persona. Le es imputada la justicia de Cristo, la cual es perfecta. Desde entonces, delante de Dios ésta es la posición del creyente. Necesita muchas veces el perdón paterno que mantiene la comunión, pero sólo una vez el perdón judicial que remite los pecados. Es un perdón libertador.
Pero la Iglesia Católica no otorga esta libertad a sus feligreses, sino que les ata a una serie de sacramentos y ritos por medio de los cuales ella les dice que están consiguiendo poco a poco la gracia de Dios, se están convirtiendo y se están salvando. Por eso hay que ir a confesión al menos una vez al año, pero allí se está buscando un perdón que, en primer lugar, no puede ser hallado en el confesionario, y segundo, el Señor ya lo ha dado a todos los Suyos. Los que repiten el acto penitencial en Misa, y se confiesan, y hacen actos de penitencia, están confesando que no conocen el perdón de pecados que Dios otorga por medio de Jesucristo. “Los que hemos creído entramos en el reposo”, dice Hebreos 4:3. Es el reposo de la salvación, y lo conocen aquellos que no tienen que buscar todavía el perdón de sus pecados. Al católico-romano esto suena increíble porque la Iglesia le ha inculcado la idea de que el perdón viene poco a poco. Amigo, ¡hay perdón completo, de todos los pecados, y lo hay en el Señor Jesucristo, ahora mismo! Yo dejaría de enrollarme en una iglesia que me lleva delante como el ganadero hace con el buey, con una zanahoria tendida de un palo delante suyo, para que ande, pero la cual nunca alcanza.
Pero hay otros católicos que ya no se confiesan ante el sacerdote, y se disculpan diciendo: “yo me confieso con Dios”. Quizá tu, estimado lector, seas uno de ellos. Está bien que te des cuenta de que no necesitas al sacerdote para perdonar tus pecados. Pero no acabas de librarte, porque en el fondo está el mismo problema, la misma necesidad: el perdón de los pecados. Si tienes que confesarte con Dios, buscando perdón y salvación, entonces es que todavía no los tienes. Y si en privado, entre tú y Dios, te asignas alguna obra de penitencia para arreglar las cosas, cometes el mismo error, buscando el perdón en la confesión y la penitencia. Dios no promete perdonar los pecados a cambio de una confesión humilde y contrita, ni influyen obras de penitencia. Es difícil sacar las telarañas católicas de la mente, ¡pero cuán necesario es! Si creemos lo que Dios dice en la Biblia, comprenderemos el perdón de Dios. Consideremos lo que dice Romanos 4 al respecto:
5 Mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al impío, su fe le es contada por justicia.
6 Como también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras,
7 diciendo,
Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas,
Y cuyos pecados son cubiertos.
8 Bienaventurado el varón a quien el Señor no inculpa de pecado.
Éste es el perdón que Dios ofrece al que cree. No al que cree en Dios, sino al que cree a Dios, y confía en Él. El evangelio nos anuncia que Cristo murió por nuestros pecados, y si confiamos en Él, Él nos salva. Los sacramentos no salvan, ni son medios ni canales para recibir el perdón o la gracia santificadora. Todo lo que necesitamos para la salvación, nos lo da el Salvador mismo. ¿Tienes una relación así con el Señor Jesucristo, o todavía estás perdido en el laberinto de la Iglesia Católica, buscando el perdón que siempre está un poco más allá?
Carlos Tomás Knott
miércoles, 19 de octubre de 2016
Cristo En Medio De Las Iglesias
En Apocalipsis 1:10-20 tenemos la primera visión del Señor Jesucristo en
el libro. Se revela a Juan, no como manso y humilde, sino como
poderoso, santo y glorioso. No es el Jesús del arte religioso, ni de las
estampas, las estatuas y los crucifijos, sino el verdadero Señor
Jesucristo vivo y glorificado.
El versículo 13 dice que estaba
en medio de los siete candeleros, que el versículo 20 identifica como
las siete iglesias. Desde Su posición en el centro mismo de las
iglesias, el Señor Jesucristo dirige a cada una de ellas. Las iglesias
no tienen ninguna sede ni organización en el mundo. Jesucristo es su
centro y cabeza. Él las gobierna. Cada iglesia tiene su gobierno
establecido por Cristo, los ancianos que Él pone para pastorear a Su
rebaño (1 P. 5:1-4). Pero más allá de un gobierno en la iglesia, bajo el
señorío de Cristo, no existe otro gobierno entre las iglesias y su
Señor.
Observamos que Juan, aunque apóstol del Señor y quizás el único que quedaba, no estaba en medio de las siete iglesias. Cada iglesia tenía una relación directa con el mismo Señor. No hay "apóstoles" ni "obispos" ni "papa" sobre las iglesias. Las iglesias no tienen una “cúpola”, comité directivo ni presidencia. No se organizan en denominaciones ni federaciones con una estructura o gobierno por encima de el de cada iglesia local. Un hombre no puede ser anciano en más de una iglesia ni controlar a un grupo de iglesias. Tales cosas no están en el patrón del Nuevo Testamento. Por ejemplo, los ancianos en Éfeso no podían ser ancianos en Esmirna,ni vice versa. Los responsables en una iglesia no podían designar ni ni nombrar ni controlar a los ancianos de otra iglesia. Es decir, no hay autoridad/gobierno/dirección supraeclesial, excepto por la Cabeza, el Señor Jesucristo. Quienes intentan hacer esas cosas y otras parecidas lo hacen sin fundamento bíblico y usurpan un lugar que pertenece sólo a Cristo, por lo cual deben arrepentirse de este su pecado.
Observamos que no había una iglesia madre que estaba en medio de las iglesias. La iglesia de Jerusalén no estaba en medio de las siete iglesias. La iglesia de Éfeso tampoco, aunque era la primera en la zona, y el apóstol Juan era de allí, y el apóstol Pablo había pasado tiempo allí. Ninguna iglesia gobierna a otra, ni debe dirigir los asuntos de otra. Los ancianos de una iglesia no deben intervenir en la vida de otra iglesia, pues no les corresponde. Han habido casos cuando hombres de otra iglesia han venido de visita y han declarado que una iglesia ya no puede celebrar la cena del Señor, y otros que intervinieron para "quitar" los ancianos y asumir ellos el gobierno de la iglesia. Todo este comportamiento carece de apoyo bíblico, y es una usurpación reprensible del Señorío de Cristo. El Señor Jesucristo está en medio de las iglesias, y Él tiene derecho a dirigir a todas y cada una. Esto lo hace mediante Su Palabra, Su Espíritu y Sus siervos.
Observamos además que no había ninguna organización, denominación ni federación en medio de las siete iglesias. Las iglesias pueden y deben gozar de una comunión informal, y la ayuda mutua, que son cosas buenas, pero SIN organización formal. No existía ningún "consejo de las iglesias de Asia" ni estaba obligados a reunirse y tomar decisiones que afectan a las iglesias, ni pretendían representarlas ante el gobierno. Hoy en día tampoco debe haber tales consejos de iglesias del país, la provincia o el departamento, pues estas cosas no están en la Palabra de Dios. Las iglesias del Señor, no se organizaban en denominaciones, ni entraron en ninguna organización que centralizaba el dinero, el poder, el control de la doctrina, las actividades, los predicadores, ni nada semejante. Todo lo que tiende a centralizar el control de las iglesias en manos humanas y no en la Persona de Cristo, está digno de nuestra sospecha y rechazo.
El Señor Jesucristo, todo glorioso, sabio y poderoso, está vivo, y Él es suficiente para Su Iglesia (universal) y para Sus iglesias (locales). Ellas no dependen las unas de las otras, sino de Él.
Observamos que Juan, aunque apóstol del Señor y quizás el único que quedaba, no estaba en medio de las siete iglesias. Cada iglesia tenía una relación directa con el mismo Señor. No hay "apóstoles" ni "obispos" ni "papa" sobre las iglesias. Las iglesias no tienen una “cúpola”, comité directivo ni presidencia. No se organizan en denominaciones ni federaciones con una estructura o gobierno por encima de el de cada iglesia local. Un hombre no puede ser anciano en más de una iglesia ni controlar a un grupo de iglesias. Tales cosas no están en el patrón del Nuevo Testamento. Por ejemplo, los ancianos en Éfeso no podían ser ancianos en Esmirna,ni vice versa. Los responsables en una iglesia no podían designar ni ni nombrar ni controlar a los ancianos de otra iglesia. Es decir, no hay autoridad/gobierno/dirección supraeclesial, excepto por la Cabeza, el Señor Jesucristo. Quienes intentan hacer esas cosas y otras parecidas lo hacen sin fundamento bíblico y usurpan un lugar que pertenece sólo a Cristo, por lo cual deben arrepentirse de este su pecado.
Observamos que no había una iglesia madre que estaba en medio de las iglesias. La iglesia de Jerusalén no estaba en medio de las siete iglesias. La iglesia de Éfeso tampoco, aunque era la primera en la zona, y el apóstol Juan era de allí, y el apóstol Pablo había pasado tiempo allí. Ninguna iglesia gobierna a otra, ni debe dirigir los asuntos de otra. Los ancianos de una iglesia no deben intervenir en la vida de otra iglesia, pues no les corresponde. Han habido casos cuando hombres de otra iglesia han venido de visita y han declarado que una iglesia ya no puede celebrar la cena del Señor, y otros que intervinieron para "quitar" los ancianos y asumir ellos el gobierno de la iglesia. Todo este comportamiento carece de apoyo bíblico, y es una usurpación reprensible del Señorío de Cristo. El Señor Jesucristo está en medio de las iglesias, y Él tiene derecho a dirigir a todas y cada una. Esto lo hace mediante Su Palabra, Su Espíritu y Sus siervos.
Observamos además que no había ninguna organización, denominación ni federación en medio de las siete iglesias. Las iglesias pueden y deben gozar de una comunión informal, y la ayuda mutua, que son cosas buenas, pero SIN organización formal. No existía ningún "consejo de las iglesias de Asia" ni estaba obligados a reunirse y tomar decisiones que afectan a las iglesias, ni pretendían representarlas ante el gobierno. Hoy en día tampoco debe haber tales consejos de iglesias del país, la provincia o el departamento, pues estas cosas no están en la Palabra de Dios. Las iglesias del Señor, no se organizaban en denominaciones, ni entraron en ninguna organización que centralizaba el dinero, el poder, el control de la doctrina, las actividades, los predicadores, ni nada semejante. Todo lo que tiende a centralizar el control de las iglesias en manos humanas y no en la Persona de Cristo, está digno de nuestra sospecha y rechazo.
El Señor Jesucristo, todo glorioso, sabio y poderoso, está vivo, y Él es suficiente para Su Iglesia (universal) y para Sus iglesias (locales). Ellas no dependen las unas de las otras, sino de Él.
Ahora bien,
tengamos cuidado, porque la autonomía de las iglesias locales bajo el
señorío de Cristo NO significa que sean independientes para hacer cada
cual lo que le parece. Cristo está en el medio. Él y Su Palabra
gobiernan todas las iglesias. El Señor puede por supuesto enviar a Sus
ministros, como en las siete cartas a las siete iglesias, con Su Palabra
que debe ser oída y obedecida con toda humildad. Pero cada iglesia
tiene que decidir qué va a hacer con la Palabra del Señor. En las cartas
a las iglesias, el Señor llama a cinco de ellas a arrepentirse, pero
son ellas quienes deciden si lo hacen o no. Los mensajeros del Señor no
toman las decisiones por las iglesias ni las gobiernan. Cuando las
iglesias se dejan guiar por el Señor, obedecen a la Palabra del Señor
inspirada por el Espíritu Santo, y gozan de un mismo sentir en el Señor,
no es extra a que se parecen, pues tienen un gobierno central – en el
cielo – que las dirige. Aunque autónomas, ninguna iglesia está
independiente del Señor ni de Su Palabra. Las iglesias no tienen
"libertad" ni mucho menos "derecho" a desechar ni modificar Sus
instrucciones por razones de cultura, conveniencia, etc. Él Señor
todavía está en medio de Sus iglesias. Todos debemos estar atentos a Él y
asirnos de la Cabeza (Col. 2:19). "Oiga lo que el Espíritu dice a las
iglesias" es un consejo todavía vigente para todos nosotros.
Carlos Tomás Knott
jueves, 6 de octubre de 2016
Alerta de Tormenta
Con el terrible huracán Matthew al frente de las noticias, amenazando y causando tanta destrucción, es buen momento para recordar que hay tormentas peores que huracánes, y Dios ya nos advirtió. Pero, ¿Quién se lo toma en serio?
“Alerta máxima del Servicio Nacional Meteorológico...
El Servicio Nacional Meteorológico ha puesto una alerta máxima hasta las 6:00 de la mañana del sábado por la posibilidad de que se produzcan fenómenos tormentosos acompañados de tornados, que podrán alcanzar velocidades de 200 km/h en las zonas alertadas. Se aconseja que la población que habite en estas zonas de alerta estén pendientes de los medios de comunicación para posibles cambios en la previsión meteorológica”.
“También debes saber esto; que en los postreros tiempos vendrán tiempos peligrosos” (2 Timoteo 3:1). Este versículo nos da una vista profética y una alerta sobre el final de la era de la iglesia. Las alertas de tormenta de Dios son aún más serias que las del Servicio Nacional Meteorológico. Eso quiere decir que cuando leemos una, debemos de prestar atención y tomar acción. Hagamos un paralelo a las palabras de la alerta del Servicio Nacional. “Una alerta de tiempos peligrosos significa que las condiciones son favorables para el desvío, el error y el mal espiritual en, y cerca de, la zona de alerta. Las personas en estas zonas deben estar pendientes de las condiciones espirituales peligrosas y consultar a las Escrituras para información y avisos adicionales”. Hay una declaración y una alerta posteriores en 2 Timoteo 3:13 que nos dice que las cosas no están mejorando. “Mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”.
En el versículo uno tenemos un aviso: “También debes saber esto”, dice el apóstol bajo inspiración divina. Esto no es una suposición ni una conjetura, sino una declaración clara sobre cosas que sin duda alguna llegarán a ocurrir. ¿Cuándo? “En los últimos días”, se nos dice. La palabra es eschatos y significa “extremo, sumo” (Hch. 1:8) o “último en el tiempo”. El final de la era presente está claramente en mente. Hay muchos avisos en el Nuevo Testamento sobre los últimos días. ¿Los conocemos, y los tomamos en serio? Aquí se nos avisa claramente del peligro: “vendrán tiempos peligrosos”. Esta palabra, “peligroso” viene de una palabra traducida “feroz” en Mateo 8:28. Significa complicado, difícil de soportar. ¿Por qué serán los tiempos complicados y difíciles de soportar? Porque “las condiciones son favorables para el desvío, el error y el mal espiritual en, y cerca de, la zona de alerta”. ¿Cuál es la zona de alerta? Sigue leyendo. Pero el aviso dado en el versículo uno debe de despertarnos y ponernos a todos en alerta. Viene una tormenta y tiene un poder destructivo.
En los versículos 2-5a tenemos una descripción de las condiciones. Dieciocho condiciones peligrosas y destructivas se describen en los versículos 2-4. Estas condiciones empiezan con un amor extraviado (mal dirigido, desencaminado). En vez de amar Su venida (4:8), “habrá hombres amadores de sí mismos”. En cierto sentido este es el pecado padre que engendra a los demás. Sin embargo hoy el amor propio no sólo se enseña en el mundo, sino también en las iglesias, gracias a la llamada “psicología cristiana”. Sin duda, al escribir estas palabras, Pablo estaba impresionado ante el cambio futuro. En Romanos 7:18 dijo claramente: “y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”. En Lucas 9:23 el Señor demandaba que Sus seguidores se negaran a sí mismos diariamente. El amor propio y la voluntad propia no tienen lugar en el reino de Dios. La próxima palabra en esta descripción es “avaros”, que quiere decir literalmente “amantes de la plata” y entonces “amantes del dinero”. Primera de Timoteo 6:10 dice que el amor al dinero es la raíz de todos los males. Y sin embargo las cosas que puede comprar son fuerzas poderosas hoy. El materialismo abunda, y sin embargo los materialistas están ciegos; ¡creen que los avisos acerca de los ricos y sus riquezas son para alguien más rico que ellos! Alguien dijo que en el billete del dolar estadounidense las palabras “en Dios confiamos” deberían cambiarse a “en este dios confiamos”, y seguramente tenía razón. El amor a uno mismo y el amor al dinero son malvados y destructivos. Seguimos leyendo y la descripción no mejora: “vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural (otro amor extraviado), implacables, calumniadores, intemperantes (pasiones indómitas), crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que a Dios”. Esto último se podría traducir: “amantes de los deleites en vez de amantes de Dios”, y esa es exactamente la idea aquí. Es otro amor extraviado. Algo indigno del amor ha desplazado, expulsado y ahogado el amor a Dios, que es el primer y más grande mandamiento. Conocerle es amarle, pero ¿quién tiene tiempo o interés? Hoy las personas aman la música, el deporte, la comida, la aventura, la televisión, las películas, las novelas y miles de otras cosas. Se aman toda clase de deleites, pero a Dios no se le ama. Al leer los versículos 2-4 vemos juntarse nubes negras de tormenta en el horizonte y sentimos como aumenta el viento. Vienen problemas, pero ¿dónde? ¿Cuál es la zona de alerta?
Encontramos la información cuando leemos la primera parte del versículo 5. “Que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”. Las personas de la iglesia. Tienen una apariencia de piedad, exteriormente. Se llaman cristianos y profesan conocer a Dios. Pero con sus obras le niegan (Tito 1:16). No tienen ningún poder espiritual, no tienen victoria sobre el pecado, no tienen una vida piadosa de devoción amante al Señor. Son impotentes, como un coche sin motor, están vacíos por dentro. Esas condiciones terribles, pecaminosas y destructivas descritas en los versículos 2-4 siempre han estado en el mundo desde los primeros capítulos de Génesis. Son los mismos viejos pecados de siempre, por decirlo así. Romanos 1 también habla de ellos, y da una lista aún más larga. Pero la diferencia es que en los postreros días estos pecados y estas personas pecaminosas van a infiltrarse en la iglesia. Las barreras de la separación, una palabra olvidada entre los evangélicos, no solo se han bajado, ¡sino que han desaparecido! Esto es por lo que los tiempos son peligrosos, difíciles de soportar. Porque la zona de alerta es la iglesia. En tiempos pasados, cuando el comportamiento de una persona encajaba con los versículos 2-4 estaba claro que no era creyente. Hoy en día la gente no piensa con tanta claridad. Los cristianos profesantes llenan las iglesias y van en multitud a los “conciertos cristianos” para disfrutar del entretenimiento ofrecido. Es la era de la iglesia orientada al consumidor, y si quieres que sea grande (que en América equivale al éxito), tienes que darle a la gente lo que quiere. Consulta a los estrategas del marketing o a los expertos en crecimiento eclesial. Pero si la gente viene por motivos tan egoístas, y si todo cuanto tienes que hacer es “levantar la mano”, o “hacer una oración” para ser salvo, sabemos el por qué de estas condiciones. No ha habido predicación del Evangelio, no ha habido declaración del pecado, no ha habido convicción, no ha habido ningún despertar para huir de la ira venidera, no ha habido arrepentimiento, no ha habido fe en nuestro Señor y Salvador Jesucristo – así, no ha habido salvación. Lo que vemos hoy no tiene nada que ver con la iglesia apostólica del cristianismo del Nuevo Testamento, sin embargo, todos somos felices. Los postreros días y los tiempos peligrosos están aquí. ¡El mundo se ha infiltrado en la iglesia y es difícil distinguir entre los dos! De hecho, muchas personas en las iglesias nunca han visto condiciones de santidad y separación. “Nacieron” en una iglesia donde ya había entrado el mundo, y estas terribles condiciones les parecen completamente normales. Tiempos peligrosos, sí, ¡tiempos de confusión y falta de discernimiento! “Condiciones favorables para el desvío, el error y el mal espiritual en, y cerca de, la zona de alerta”. El potencial para el daño es grande, ¡y la zona de alerta es la iglesia! ¿Qué hemos de hacer?
En el versículo 5b tenemos instrucciones. Cuando la gente sabe que se acerca una tormenta, dedican todo su tiempo a prepararse, a tapar las ventanas, juntar provisiones y a veces a evacuar la zona de peligro.
Nuestro Señor dijo: “porque los hijos de este siglo son más sagaces...que los hijos de la luz” (Lc 16:8). Hemos recibido una alerta, y nuestras instrucciones son sucintas y claras, no complicadas o técnicas. Dicen: “a éstos evita”. Podríamos decir: “aléjate del peligro”. Estas son las instrucciones apostólicas, y más, ¡son instrucciones divinas! La idea es evitar la clase de personas descritas en los versículos 2-4. Sabemos cómo evitar un charco o una persona desagradable, y deberíamos ser más diligentes en evitar a estas personas descritas. No hemos de tener comunión con ellas. Tiene que haber separación, a nivel personal y a nivel de asamblea. Los ancianos han de hacer caso a la Palabra, y asimismo todo creyente individual. Aún así muchos vacilan en lugar de hacer lo que dice la exhortación. Quizá están involucrados amigos o familiares. Quizás tienen miedo del menosprecio o el no ser invitados a ciertos círculos. Nuestro amor por el Señor y Su Palabra debe eclipsar toda otra preocupación. La única manera de evitar la contaminación y el daño es evitando a las personas descritas en nuestro texto. Acuérdate, no estamos hablando de no tener contacto con la gente del mundo que sabe que es inconversa y viven de acuerdo a eso. Debemos de alcanzarles y testificarles, no bajo sus términos, sino bajo los de Dios. La exhortación a evitar significa no tener comunión con aquellos quienes se llaman a sí mismos cristianos, “teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella”. No podemos andar con ellos porque no estamos de acuerdo (Amós 3:3). Pero hay algo más aparte de “a estos evita”. El versículo 14 dice: “pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido”. La palabra clave aquí es “persiste”. Sigue, no cambies, persevera. Timoteo había sido enseñado por el apóstol Pablo, y tenía que seguir fiel a lo que había aprendido. Tenemos que asegurarnos de que lo que hemos aprendido es doctrina apostólica, no las ideas de los hombres, técnicas de marketing, etc. Que cada uno de nosotros sea fiel a las enseñanzas del Nuevo Testamento. Que hagamos caso a los avisos y seamos diligentes en responder a las exhortaciones, y más preocupados por obedecer al Señor que por agradar a los hombres o mantener el status quo. Debemos recordar que hombres como Pablo nos han dado estas instrucciones, y que esos “santos hombres de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo”. Una terrible tormenta de mundanalidad y falsa profesión se cierne sobre las iglesias. Que el Señor nos ayude a todos a hacer caso a las alertas e instrucciones de la Escritura, y que nos salve del daño y la pérdida espiritual.
El Servicio Nacional Meteorológico ha puesto una alerta máxima hasta las 6:00 de la mañana del sábado por la posibilidad de que se produzcan fenómenos tormentosos acompañados de tornados, que podrán alcanzar velocidades de 200 km/h en las zonas alertadas. Se aconseja que la población que habite en estas zonas de alerta estén pendientes de los medios de comunicación para posibles cambios en la previsión meteorológica”.
“También debes saber esto; que en los postreros tiempos vendrán tiempos peligrosos” (2 Timoteo 3:1). Este versículo nos da una vista profética y una alerta sobre el final de la era de la iglesia. Las alertas de tormenta de Dios son aún más serias que las del Servicio Nacional Meteorológico. Eso quiere decir que cuando leemos una, debemos de prestar atención y tomar acción. Hagamos un paralelo a las palabras de la alerta del Servicio Nacional. “Una alerta de tiempos peligrosos significa que las condiciones son favorables para el desvío, el error y el mal espiritual en, y cerca de, la zona de alerta. Las personas en estas zonas deben estar pendientes de las condiciones espirituales peligrosas y consultar a las Escrituras para información y avisos adicionales”. Hay una declaración y una alerta posteriores en 2 Timoteo 3:13 que nos dice que las cosas no están mejorando. “Mas los malos hombres y los engañadores irán de mal en peor, engañando y siendo engañados”.
En el versículo uno tenemos un aviso: “También debes saber esto”, dice el apóstol bajo inspiración divina. Esto no es una suposición ni una conjetura, sino una declaración clara sobre cosas que sin duda alguna llegarán a ocurrir. ¿Cuándo? “En los últimos días”, se nos dice. La palabra es eschatos y significa “extremo, sumo” (Hch. 1:8) o “último en el tiempo”. El final de la era presente está claramente en mente. Hay muchos avisos en el Nuevo Testamento sobre los últimos días. ¿Los conocemos, y los tomamos en serio? Aquí se nos avisa claramente del peligro: “vendrán tiempos peligrosos”. Esta palabra, “peligroso” viene de una palabra traducida “feroz” en Mateo 8:28. Significa complicado, difícil de soportar. ¿Por qué serán los tiempos complicados y difíciles de soportar? Porque “las condiciones son favorables para el desvío, el error y el mal espiritual en, y cerca de, la zona de alerta”. ¿Cuál es la zona de alerta? Sigue leyendo. Pero el aviso dado en el versículo uno debe de despertarnos y ponernos a todos en alerta. Viene una tormenta y tiene un poder destructivo.
En los versículos 2-5a tenemos una descripción de las condiciones. Dieciocho condiciones peligrosas y destructivas se describen en los versículos 2-4. Estas condiciones empiezan con un amor extraviado (mal dirigido, desencaminado). En vez de amar Su venida (4:8), “habrá hombres amadores de sí mismos”. En cierto sentido este es el pecado padre que engendra a los demás. Sin embargo hoy el amor propio no sólo se enseña en el mundo, sino también en las iglesias, gracias a la llamada “psicología cristiana”. Sin duda, al escribir estas palabras, Pablo estaba impresionado ante el cambio futuro. En Romanos 7:18 dijo claramente: “y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien”. En Lucas 9:23 el Señor demandaba que Sus seguidores se negaran a sí mismos diariamente. El amor propio y la voluntad propia no tienen lugar en el reino de Dios. La próxima palabra en esta descripción es “avaros”, que quiere decir literalmente “amantes de la plata” y entonces “amantes del dinero”. Primera de Timoteo 6:10 dice que el amor al dinero es la raíz de todos los males. Y sin embargo las cosas que puede comprar son fuerzas poderosas hoy. El materialismo abunda, y sin embargo los materialistas están ciegos; ¡creen que los avisos acerca de los ricos y sus riquezas son para alguien más rico que ellos! Alguien dijo que en el billete del dolar estadounidense las palabras “en Dios confiamos” deberían cambiarse a “en este dios confiamos”, y seguramente tenía razón. El amor a uno mismo y el amor al dinero son malvados y destructivos. Seguimos leyendo y la descripción no mejora: “vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural (otro amor extraviado), implacables, calumniadores, intemperantes (pasiones indómitas), crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que a Dios”. Esto último se podría traducir: “amantes de los deleites en vez de amantes de Dios”, y esa es exactamente la idea aquí. Es otro amor extraviado. Algo indigno del amor ha desplazado, expulsado y ahogado el amor a Dios, que es el primer y más grande mandamiento. Conocerle es amarle, pero ¿quién tiene tiempo o interés? Hoy las personas aman la música, el deporte, la comida, la aventura, la televisión, las películas, las novelas y miles de otras cosas. Se aman toda clase de deleites, pero a Dios no se le ama. Al leer los versículos 2-4 vemos juntarse nubes negras de tormenta en el horizonte y sentimos como aumenta el viento. Vienen problemas, pero ¿dónde? ¿Cuál es la zona de alerta?
Encontramos la información cuando leemos la primera parte del versículo 5. “Que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella”. Las personas de la iglesia. Tienen una apariencia de piedad, exteriormente. Se llaman cristianos y profesan conocer a Dios. Pero con sus obras le niegan (Tito 1:16). No tienen ningún poder espiritual, no tienen victoria sobre el pecado, no tienen una vida piadosa de devoción amante al Señor. Son impotentes, como un coche sin motor, están vacíos por dentro. Esas condiciones terribles, pecaminosas y destructivas descritas en los versículos 2-4 siempre han estado en el mundo desde los primeros capítulos de Génesis. Son los mismos viejos pecados de siempre, por decirlo así. Romanos 1 también habla de ellos, y da una lista aún más larga. Pero la diferencia es que en los postreros días estos pecados y estas personas pecaminosas van a infiltrarse en la iglesia. Las barreras de la separación, una palabra olvidada entre los evangélicos, no solo se han bajado, ¡sino que han desaparecido! Esto es por lo que los tiempos son peligrosos, difíciles de soportar. Porque la zona de alerta es la iglesia. En tiempos pasados, cuando el comportamiento de una persona encajaba con los versículos 2-4 estaba claro que no era creyente. Hoy en día la gente no piensa con tanta claridad. Los cristianos profesantes llenan las iglesias y van en multitud a los “conciertos cristianos” para disfrutar del entretenimiento ofrecido. Es la era de la iglesia orientada al consumidor, y si quieres que sea grande (que en América equivale al éxito), tienes que darle a la gente lo que quiere. Consulta a los estrategas del marketing o a los expertos en crecimiento eclesial. Pero si la gente viene por motivos tan egoístas, y si todo cuanto tienes que hacer es “levantar la mano”, o “hacer una oración” para ser salvo, sabemos el por qué de estas condiciones. No ha habido predicación del Evangelio, no ha habido declaración del pecado, no ha habido convicción, no ha habido ningún despertar para huir de la ira venidera, no ha habido arrepentimiento, no ha habido fe en nuestro Señor y Salvador Jesucristo – así, no ha habido salvación. Lo que vemos hoy no tiene nada que ver con la iglesia apostólica del cristianismo del Nuevo Testamento, sin embargo, todos somos felices. Los postreros días y los tiempos peligrosos están aquí. ¡El mundo se ha infiltrado en la iglesia y es difícil distinguir entre los dos! De hecho, muchas personas en las iglesias nunca han visto condiciones de santidad y separación. “Nacieron” en una iglesia donde ya había entrado el mundo, y estas terribles condiciones les parecen completamente normales. Tiempos peligrosos, sí, ¡tiempos de confusión y falta de discernimiento! “Condiciones favorables para el desvío, el error y el mal espiritual en, y cerca de, la zona de alerta”. El potencial para el daño es grande, ¡y la zona de alerta es la iglesia! ¿Qué hemos de hacer?
En el versículo 5b tenemos instrucciones. Cuando la gente sabe que se acerca una tormenta, dedican todo su tiempo a prepararse, a tapar las ventanas, juntar provisiones y a veces a evacuar la zona de peligro.
Nuestro Señor dijo: “porque los hijos de este siglo son más sagaces...que los hijos de la luz” (Lc 16:8). Hemos recibido una alerta, y nuestras instrucciones son sucintas y claras, no complicadas o técnicas. Dicen: “a éstos evita”. Podríamos decir: “aléjate del peligro”. Estas son las instrucciones apostólicas, y más, ¡son instrucciones divinas! La idea es evitar la clase de personas descritas en los versículos 2-4. Sabemos cómo evitar un charco o una persona desagradable, y deberíamos ser más diligentes en evitar a estas personas descritas. No hemos de tener comunión con ellas. Tiene que haber separación, a nivel personal y a nivel de asamblea. Los ancianos han de hacer caso a la Palabra, y asimismo todo creyente individual. Aún así muchos vacilan en lugar de hacer lo que dice la exhortación. Quizá están involucrados amigos o familiares. Quizás tienen miedo del menosprecio o el no ser invitados a ciertos círculos. Nuestro amor por el Señor y Su Palabra debe eclipsar toda otra preocupación. La única manera de evitar la contaminación y el daño es evitando a las personas descritas en nuestro texto. Acuérdate, no estamos hablando de no tener contacto con la gente del mundo que sabe que es inconversa y viven de acuerdo a eso. Debemos de alcanzarles y testificarles, no bajo sus términos, sino bajo los de Dios. La exhortación a evitar significa no tener comunión con aquellos quienes se llaman a sí mismos cristianos, “teniendo apariencia de piedad, pero negando la eficacia de ella”. No podemos andar con ellos porque no estamos de acuerdo (Amós 3:3). Pero hay algo más aparte de “a estos evita”. El versículo 14 dice: “pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido”. La palabra clave aquí es “persiste”. Sigue, no cambies, persevera. Timoteo había sido enseñado por el apóstol Pablo, y tenía que seguir fiel a lo que había aprendido. Tenemos que asegurarnos de que lo que hemos aprendido es doctrina apostólica, no las ideas de los hombres, técnicas de marketing, etc. Que cada uno de nosotros sea fiel a las enseñanzas del Nuevo Testamento. Que hagamos caso a los avisos y seamos diligentes en responder a las exhortaciones, y más preocupados por obedecer al Señor que por agradar a los hombres o mantener el status quo. Debemos recordar que hombres como Pablo nos han dado estas instrucciones, y que esos “santos hombres de Dios hablaron movidos por el Espíritu Santo”. Una terrible tormenta de mundanalidad y falsa profesión se cierne sobre las iglesias. Que el Señor nos ayude a todos a hacer caso a las alertas e instrucciones de la Escritura, y que nos salve del daño y la pérdida espiritual.
Carlos Tomás Knott
martes, 27 de septiembre de 2016
EL PELIGRO DE LA PROSPERIDAD
“Cuídate de no olvidarte de Jehová tu Dios... cuando todo lo que tuvieres se aumente” (Deuteronomio 8:11, 13 BAS).
Como regla general, el pueblo de Dios no puede florecer en medio de la prosperidad material. Progresan mucho más en la adversidad. En su cántico de despedida, Moisés predijo que la prosperidad de Israel lo arruinaría espiritualmente: “Pero engordó Jesurún, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación” (Dt. 32:15).
La profecía se cumplió en los días de Jeremías, cuando el Señor se quejaba de que: “...los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías” (Jer. 5:7).
De nuevo leemos en Oseas 13:6: “En sus pastos se saciaron, y repletos se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí”.
Después de volver del exilio, los levitas confesaron que Israel no había respondido adecuadamente a todo lo que el Señor había hecho por ellos: “...comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad. Pero te provocaron a ira, y se rebelaron contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti, e hicieron grandes abominaciones” (Neh. 9:25b-26).
Somos propensos a considerar la prosperidad material como una evidencia innegable de la aprobación del Señor de lo que somos y hacemos. Cuando las ganancias en nuestros negocios se elevan, decimos: “El Señor en realidad me está bendiciendo”. Probablemente sería más exacto que consideráramos estas ganancias como una prueba. El Señor espera ver lo que haremos con ellas. ¿Las gastaremos para nuestro propio beneficio, o actuaremos como fieles administradores, empleándolas para enviar las buenas nuevas hasta las partes más remotas de la tierra? ¿Las acumularemos en un esfuerzo por amasar una fortuna, o las invertiremos para Cristo y Su causa?
F. B. Meyer dijo: “Si se discutiera en cuanto a cuáles son las pruebas más severas para el carácter, si la luz del sol o la tormenta, el éxito o la dificultad, los observadores más agudos de la naturaleza humana nos dirían probablemente que nada muestra más claramente el material de que estamos hechos como la prosperidad, porque ésta es la más severa de todas las pruebas”.
José hubiera estado de acuerdo. Él dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gn. 41:52). Se benefició más de la adversidad que de la prosperidad, aunque se condujo favorablemente bajo ambas circunstancias.
Como regla general, el pueblo de Dios no puede florecer en medio de la prosperidad material. Progresan mucho más en la adversidad. En su cántico de despedida, Moisés predijo que la prosperidad de Israel lo arruinaría espiritualmente: “Pero engordó Jesurún, y tiró coces (engordaste, te cubriste de grasa); entonces abandonó al Dios que lo hizo, y menospreció la Roca de su salvación” (Dt. 32:15).
La profecía se cumplió en los días de Jeremías, cuando el Señor se quejaba de que: “...los sacié, y adulteraron, y en casa de rameras se juntaron en compañías” (Jer. 5:7).
De nuevo leemos en Oseas 13:6: “En sus pastos se saciaron, y repletos se ensoberbeció su corazón; por esta causa se olvidaron de mí”.
Después de volver del exilio, los levitas confesaron que Israel no había respondido adecuadamente a todo lo que el Señor había hecho por ellos: “...comieron, se saciaron, y se deleitaron en tu gran bondad. Pero te provocaron a ira, y se rebelaron contra ti, y echaron tu ley tras sus espaldas, y mataron a tus profetas que protestaban contra ellos para convertirlos a ti, e hicieron grandes abominaciones” (Neh. 9:25b-26).
Somos propensos a considerar la prosperidad material como una evidencia innegable de la aprobación del Señor de lo que somos y hacemos. Cuando las ganancias en nuestros negocios se elevan, decimos: “El Señor en realidad me está bendiciendo”. Probablemente sería más exacto que consideráramos estas ganancias como una prueba. El Señor espera ver lo que haremos con ellas. ¿Las gastaremos para nuestro propio beneficio, o actuaremos como fieles administradores, empleándolas para enviar las buenas nuevas hasta las partes más remotas de la tierra? ¿Las acumularemos en un esfuerzo por amasar una fortuna, o las invertiremos para Cristo y Su causa?
F. B. Meyer dijo: “Si se discutiera en cuanto a cuáles son las pruebas más severas para el carácter, si la luz del sol o la tormenta, el éxito o la dificultad, los observadores más agudos de la naturaleza humana nos dirían probablemente que nada muestra más claramente el material de que estamos hechos como la prosperidad, porque ésta es la más severa de todas las pruebas”.
José hubiera estado de acuerdo. Él dijo: “Dios me hizo fructificar en la tierra de mi aflicción” (Gn. 41:52). Se benefició más de la adversidad que de la prosperidad, aunque se condujo favorablemente bajo ambas circunstancias.
William MacDonald, de su libro De Día En Día (Editorial CLIE)
sábado, 17 de septiembre de 2016
PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO
PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO
Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.
-- Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645)
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CON EL DINERO PUEDES COMPRAR
La cama, pero NO el sueño.
La comida, pero NO la digestión
Libros, pero NO la inteligencia ni la sabiduría.
Joyas, ropa y cosméticos, pero NO la belleza.
Una casa, pero NO un hogar.
La medicina, pero NO la salud.
La convivencia, pero NO el amor.
La diversión, pero NO la felicidad.
El crucifijo, pero NO la fe ni el perdón.
Rango y poder social, pero NO la vida espiritual.
Un lugar en el cementerio, pero NO en el cielo.
Jesucristo pregunta: “¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36)
“También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios” (Lucas 12:16-21).
lunes, 12 de septiembre de 2016
¡CITA CON LA AMADA!
Eran las nueve y veinte de la mañana del domingo y Mari oyó que llamaban
con insistencia a su puerta. Abrió y allí estaba John, todo sonriente.
Mari le dio la bienvenida y él, entrando rápidamente, se sentó en su
lugar preferido. Mari se sentó en el sofá y se quedó esperando. No podía
evitar fijarse en lo guapo que estaba John. Vestía un traje caro, de
corte muy elegante; llevaba los zapatos lustrosos, y la corbata y los
calcetines eran del mejor gusto. Se había peinado con esmero y, además
de ser alto, estaba sentado bien erguido.
Mari esperó. Sabía que en el momento adecuado John empezaría. Y así fue; a las nueve y media en punto empezó a hablar.
“Mari, no te imaginas cuánto significa esto para mí. Toda la semana he estado esperando este momento, deseándolo con todo mi corazón. Por fin ha llegado la hora y aquí estoy, para decirte cuánto te quiero. Mari, sólo vivo para disfrutar de este rato contigo cada semana”.
“Oh, Mari; estaba recordando el día que te conocí. Mi corazón se estremeció y enseguida supe que estabas hecha para mí. Los días de nuestro noviazgo, nuestra boda... ¡Qué recuerdos tan dulces...!”
“Me acuerdo de cuando estuve enfermo y tú me cuidabas. perdiendo sueño mientras me atendías con aquella delicadeza. Y recuerdo cómo tus cariñosos labios rozaban mi frente cuando la fiebre se apoderaba de mí. Era como una fresca brisa del cielo. Cuidaste de mí hasta devolverme la salud y la fuerza. Sin ti habría muerto, Mari”.
En ese momento los ojos de John se humedecieron. Cesó de hablar, luchando por controlar sus emociones. Sacando un pañuelo, se enjugó las lágrimas y se sonó la nariz con fuerza. Tras unos momentos esforzándose por contener la emoción, recobró la compostura y continuó:
“Mari, aquí sentado esta mañana de domingo, te veo más hermosa que nunca. Tus ojos parecen limpios estanques de agua azul. Tu rostro es un espejo de encanto. Tu carácter me maravilla. Jamás he conocido a alguien tan amable, encantador, considerado, justo y recto como tú. Mari, eres sencillamente maravillosa”.
“Y sobre todo, Mari, te amo por lo que has hecho por mí. Has estado a mi lado en lo bueno y en lo malo. Cuando más te necesité te sacrificaste para salvarme la vida. Mari, jamás podré agradecerte bastante lo que has hecho por mí. Significas mucho para mí; más que cualquier otra cosa”.
“Bueno Mari, es casi hora de irme. Son cerca de las diez y media según mi reloj. ¡Cuán agradecido estoy por esta oportunidad de estar contigo cada semana!. Sólo vivo para esta hora. Y ahora que me marcho quiero darte algo que expresa mi profundo amor y mi gratitud”.
En ese momento John sacó la cartera con cierto ademán de esplendidez. Dejando a un lado varios billetes de más valor, cogió uno inferior, pero muy nuevo, y con una tierna sonrisa se lo dejó sobre la mesa.
“Mari, me tengo que marchar ya. Ha sido maravilloso estar contigo, mirarte a los ojos y decirte cuánto te amo. Adiós. Hasta la semana que viene. Te quiero.”
Los vecinos vieron salir a John de la casa, montarse en su lujoso automóvil nuevo y alejarse. Mari se quedó a la puerta, mirando con los ojos empañados en lágrimas. Era un matrimonio realmente extraño. Este breve ritual se repetía cada domingo por la mañana.
Los comentarios corrían por todo el vecindario. Una hora a la semana no parecía suficiente para pasar con su mujer. John parecía tener tiempo para sus amigos; siempre estaba yendo a la playa o a la montaña, le encantaban el golf y los bolos. Luego, con sus clubs y sus asociaciones cívicas completaba las tardes. Y algunos fines de semana, ocupado como estaba con tantos viajes, incluso se mostraba impaciente en casa de Mari, esperando la hora en que había quedado con sus amigos para salir a comer al campo.
Durante la semana John nunca llamaba a Mari por teléfono, ni le escribía. Se diría que vivían en mundos diferentes, a pesar de tener un buen sistema de comunicación entre ellos.
Se rumoreaba que John ni siquiera se sentía orgulloso de su matrimonio. Cuando le preguntaban si estaba casado, procuraba cambiar de tema y se sentía molesto. Es más, le habían visto a veces con otras mujeres, o eso al menos se decía. Lo que sí es cierto, es que parecía querer aparentar no estar casado.
Él vivía bien. Se ufanaba de su indumentaria y su vehículo, claro que en su trabajo uno tiene que causar buena impresión. Uno tiene que poner altas sus miras si quiere ascender en este mundo y lograr mejor “standing”. Tiene que asociarse con los grandes si quiere llegar a ser uno de ellos. John, en realidad, vivía un poco más allá de sus posibilidades en su afán de mantenerse a la altura de los demás.
A veces pensaba un poco en Mari y en sus necesidades, pero, al fin y al cabo, él le pagaba religiosamente cada domingo. Verdad es que llevaba veinte años dándole la misma cantidad, si bien sus ingresos se habían triplicado... ¡Pero también sus gastos se habían multiplicado por tres! Pero así es la vida. Y él no cabe duda que amaba a Mari. Cada domingo reservaba una hora para hablarle de su amor por ella. Bien podría dedicar ese tiempo a sí mismo si quisiera. Madrugaba en vez de quedarse en la cama y combatía el tráfico con tal de ir a ver a Mari. Debería sentirse muy agradecida. Ese esfuerzo probaba su inmarcesible amor por ella.
Hace mucho Cristo dijo: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mt. 15:8). ¿Puede decirse esto de alguno de nosotros?
Mari esperó. Sabía que en el momento adecuado John empezaría. Y así fue; a las nueve y media en punto empezó a hablar.
“Mari, no te imaginas cuánto significa esto para mí. Toda la semana he estado esperando este momento, deseándolo con todo mi corazón. Por fin ha llegado la hora y aquí estoy, para decirte cuánto te quiero. Mari, sólo vivo para disfrutar de este rato contigo cada semana”.
“Oh, Mari; estaba recordando el día que te conocí. Mi corazón se estremeció y enseguida supe que estabas hecha para mí. Los días de nuestro noviazgo, nuestra boda... ¡Qué recuerdos tan dulces...!”
“Me acuerdo de cuando estuve enfermo y tú me cuidabas. perdiendo sueño mientras me atendías con aquella delicadeza. Y recuerdo cómo tus cariñosos labios rozaban mi frente cuando la fiebre se apoderaba de mí. Era como una fresca brisa del cielo. Cuidaste de mí hasta devolverme la salud y la fuerza. Sin ti habría muerto, Mari”.
En ese momento los ojos de John se humedecieron. Cesó de hablar, luchando por controlar sus emociones. Sacando un pañuelo, se enjugó las lágrimas y se sonó la nariz con fuerza. Tras unos momentos esforzándose por contener la emoción, recobró la compostura y continuó:
“Mari, aquí sentado esta mañana de domingo, te veo más hermosa que nunca. Tus ojos parecen limpios estanques de agua azul. Tu rostro es un espejo de encanto. Tu carácter me maravilla. Jamás he conocido a alguien tan amable, encantador, considerado, justo y recto como tú. Mari, eres sencillamente maravillosa”.
“Y sobre todo, Mari, te amo por lo que has hecho por mí. Has estado a mi lado en lo bueno y en lo malo. Cuando más te necesité te sacrificaste para salvarme la vida. Mari, jamás podré agradecerte bastante lo que has hecho por mí. Significas mucho para mí; más que cualquier otra cosa”.
“Bueno Mari, es casi hora de irme. Son cerca de las diez y media según mi reloj. ¡Cuán agradecido estoy por esta oportunidad de estar contigo cada semana!. Sólo vivo para esta hora. Y ahora que me marcho quiero darte algo que expresa mi profundo amor y mi gratitud”.
En ese momento John sacó la cartera con cierto ademán de esplendidez. Dejando a un lado varios billetes de más valor, cogió uno inferior, pero muy nuevo, y con una tierna sonrisa se lo dejó sobre la mesa.
“Mari, me tengo que marchar ya. Ha sido maravilloso estar contigo, mirarte a los ojos y decirte cuánto te amo. Adiós. Hasta la semana que viene. Te quiero.”
Los vecinos vieron salir a John de la casa, montarse en su lujoso automóvil nuevo y alejarse. Mari se quedó a la puerta, mirando con los ojos empañados en lágrimas. Era un matrimonio realmente extraño. Este breve ritual se repetía cada domingo por la mañana.
Los comentarios corrían por todo el vecindario. Una hora a la semana no parecía suficiente para pasar con su mujer. John parecía tener tiempo para sus amigos; siempre estaba yendo a la playa o a la montaña, le encantaban el golf y los bolos. Luego, con sus clubs y sus asociaciones cívicas completaba las tardes. Y algunos fines de semana, ocupado como estaba con tantos viajes, incluso se mostraba impaciente en casa de Mari, esperando la hora en que había quedado con sus amigos para salir a comer al campo.
Durante la semana John nunca llamaba a Mari por teléfono, ni le escribía. Se diría que vivían en mundos diferentes, a pesar de tener un buen sistema de comunicación entre ellos.
Se rumoreaba que John ni siquiera se sentía orgulloso de su matrimonio. Cuando le preguntaban si estaba casado, procuraba cambiar de tema y se sentía molesto. Es más, le habían visto a veces con otras mujeres, o eso al menos se decía. Lo que sí es cierto, es que parecía querer aparentar no estar casado.
Él vivía bien. Se ufanaba de su indumentaria y su vehículo, claro que en su trabajo uno tiene que causar buena impresión. Uno tiene que poner altas sus miras si quiere ascender en este mundo y lograr mejor “standing”. Tiene que asociarse con los grandes si quiere llegar a ser uno de ellos. John, en realidad, vivía un poco más allá de sus posibilidades en su afán de mantenerse a la altura de los demás.
A veces pensaba un poco en Mari y en sus necesidades, pero, al fin y al cabo, él le pagaba religiosamente cada domingo. Verdad es que llevaba veinte años dándole la misma cantidad, si bien sus ingresos se habían triplicado... ¡Pero también sus gastos se habían multiplicado por tres! Pero así es la vida. Y él no cabe duda que amaba a Mari. Cada domingo reservaba una hora para hablarle de su amor por ella. Bien podría dedicar ese tiempo a sí mismo si quisiera. Madrugaba en vez de quedarse en la cama y combatía el tráfico con tal de ir a ver a Mari. Debería sentirse muy agradecida. Ese esfuerzo probaba su inmarcesible amor por ella.
Hace mucho Cristo dijo: “Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí” (Mt. 15:8). ¿Puede decirse esto de alguno de nosotros?
Donald L. Norbie
Traducido de una antigua copia de “Light & Liberty” (Luz y Libertad)
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