Hace años que un misionero nuevo en un país católico romano recibió en casa la visita de un creyente a quien esperaba discipular. Era la segunda quincena de diciembre, y aquel misionero acabó de decorar modestamente su casa para la navidad. Esto significaba sencillamente unas velas, unas frondas verdes de un árbol, y un belén.
Su sorpresa fue grande cuando el hermano visitante, al entrar en casa, miró el belén y exclamó: “¡Pero qué es eso!” La expresión en su cara mostraba sorpresa e incredulidad. “¿Por qué pones eso en tu casa?” preguntó.
Aunque le pareció obvia la respuesta, la dio: “Para recordar el nacimiento del Señor Jesús”. No esperaba esa reacción, como si hubiese puesto un árbol de navidad o una figura de Papá Noél u otras cosas así. Hacía años que había decidido dejar todo eso, lo comercial y mundano, y simplemente tener unas figuritas de belén y recordar sencillamente el nacimiento del Salvador.
Entonces le tocó a aquel creyente nacional, visitante en esa casa, explicarle al misionero el problema con los belenes, las figuritas de José, María y Jesús y el escenario del nacimiento. “¿No sabías que esa tradición nació en países católicos donde la gente venera ‘la sagrada familia’? Muchos tienen una imagen o más en la casa todo el año. Pero en estas fechas sacan el belén (nacimiento) con especial fervor. No pocos son los que les encienden velas y rezan o veneran”.
El misionero se quedó pensativo. “No sabía eso”. Estaba tratando de procesar esa información.
“Tal vez porque vienes de un país no católico y desconoces los orígenes y los usos religiosos de esas cosas”, respondió con paciencia su amigo y hermano. “Pero sabemos claramente que la Biblia manda: ‘No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás...’ ” (Éx. 20:4-5).
“¡Claro, así es!” respondió el misionero, pero sólo es un recuerdo del nacimiento del Señor”.
“Bueno, hermano, así dicen algunos, pero ¿que son esos sino imágenes? Y además, de orígen católico. Si vamos ahora a visitar hogares en el barrio, verás cuántos tienen su belén como tú, ¡pero son católicos! ¿Cómo les vas a predicar el evangelio y decir que se arrepientan de pecados y religión falsa, incluso de la idolatría, y tienes tú las mismas imágenes en tu casa?”
Surgieron en la mente argumentos como: “es algo inofensivo”, “no damos ese sentido a las imágenes”, “son tradiciones familiares”, etc. Pensaba también en cuál sería la reacción de su esposa e hijos si quitaba esos últimos vestigios de celebración navideña.
Pero decidió no poner tropiezo ante un hermano, ni hacer nada de origen cuestionable que podría ser malinterpretado o impedir la predicación del evangelio. Ante tan clara y sencilla explicación, no podía tener más imágenes en su casa. Así que, las tiró a la basura.
Algunos dirían que era innecesario eso, porque aquel hermano creyente era débil, y tenía que aprender a tolerar y aceptar la libertad de otros. Pero no hay libertad para tener imágenes en casa, ni para seguir las tradiciones religiosas del mundo (Ro. 12:1-2; 1 Jn. 2:15-17).
Pero, aunque fuese sencillamente una cuestión de libertad personal, ese misionero, meditando en las Escrituras, llegó a 1 Corintios 8:11-12. “Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis”. Decidió que aunque fuese cuestión de libertad cristiana, no era correcto hacerlo y herir al hermano. Sería mejor no hacerlo por consideración a los hermanos.
Siempre habrá quienes cuestionarán la historicidad y el sentido religioso del belenismo, pero suficientes fuentes católicas hay para establecer su orígen más allá de dudas. Entre ellas, la página de “Custodia Terrae Sanctae” – Misioneros Franciscanos Al Servicio De La Tierra Santa, publica lo siguiente:
El belén de Greccio y la tradición del belén
Giotto, el belén de Grecci-Basílica Superior de San Francisco de Asís.
Su sorpresa fue grande cuando el hermano visitante, al entrar en casa, miró el belén y exclamó: “¡Pero qué es eso!” La expresión en su cara mostraba sorpresa e incredulidad. “¿Por qué pones eso en tu casa?” preguntó.
Aunque le pareció obvia la respuesta, la dio: “Para recordar el nacimiento del Señor Jesús”. No esperaba esa reacción, como si hubiese puesto un árbol de navidad o una figura de Papá Noél u otras cosas así. Hacía años que había decidido dejar todo eso, lo comercial y mundano, y simplemente tener unas figuritas de belén y recordar sencillamente el nacimiento del Salvador.
Entonces le tocó a aquel creyente nacional, visitante en esa casa, explicarle al misionero el problema con los belenes, las figuritas de José, María y Jesús y el escenario del nacimiento. “¿No sabías que esa tradición nació en países católicos donde la gente venera ‘la sagrada familia’? Muchos tienen una imagen o más en la casa todo el año. Pero en estas fechas sacan el belén (nacimiento) con especial fervor. No pocos son los que les encienden velas y rezan o veneran”.
Belén en la Iglesia Católica en Milano cerca del año 1750 |
“Tal vez porque vienes de un país no católico y desconoces los orígenes y los usos religiosos de esas cosas”, respondió con paciencia su amigo y hermano. “Pero sabemos claramente que la Biblia manda: ‘No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás...’ ” (Éx. 20:4-5).
“¡Claro, así es!” respondió el misionero, pero sólo es un recuerdo del nacimiento del Señor”.
“Bueno, hermano, así dicen algunos, pero ¿que son esos sino imágenes? Y además, de orígen católico. Si vamos ahora a visitar hogares en el barrio, verás cuántos tienen su belén como tú, ¡pero son católicos! ¿Cómo les vas a predicar el evangelio y decir que se arrepientan de pecados y religión falsa, incluso de la idolatría, y tienes tú las mismas imágenes en tu casa?”
Surgieron en la mente argumentos como: “es algo inofensivo”, “no damos ese sentido a las imágenes”, “son tradiciones familiares”, etc. Pensaba también en cuál sería la reacción de su esposa e hijos si quitaba esos últimos vestigios de celebración navideña.
Pero decidió no poner tropiezo ante un hermano, ni hacer nada de origen cuestionable que podría ser malinterpretado o impedir la predicación del evangelio. Ante tan clara y sencilla explicación, no podía tener más imágenes en su casa. Así que, las tiró a la basura.
Algunos dirían que era innecesario eso, porque aquel hermano creyente era débil, y tenía que aprender a tolerar y aceptar la libertad de otros. Pero no hay libertad para tener imágenes en casa, ni para seguir las tradiciones religiosas del mundo (Ro. 12:1-2; 1 Jn. 2:15-17).
Pero, aunque fuese sencillamente una cuestión de libertad personal, ese misionero, meditando en las Escrituras, llegó a 1 Corintios 8:11-12. “Y por el conocimiento tuyo, se perderá el hermano débil por quien Cristo murió. De esta manera, pues, pecando contra los hermanos e hiriendo su débil conciencia, contra Cristo pecáis”. Decidió que aunque fuese cuestión de libertad cristiana, no era correcto hacerlo y herir al hermano. Sería mejor no hacerlo por consideración a los hermanos.
Siempre habrá quienes cuestionarán la historicidad y el sentido religioso del belenismo, pero suficientes fuentes católicas hay para establecer su orígen más allá de dudas. Entre ellas, la página de “Custodia Terrae Sanctae” – Misioneros Franciscanos Al Servicio De La Tierra Santa, publica lo siguiente:
El belén de Greccio y la tradición del belén
Giotto, el belén de Grecci-Basílica Superior de San Francisco de Asís.
La memoria del nacimiento de Jesús se transmite hoy también con la tradición popular del belén. Se le atribuye a San Francisco la reproducción del primer belén de la historia. La tradición hagiográfica recuerda, aunque sin certeza historiográfica, que Francisco peregrinó a Tierra Santa y visitó Belén. De la ciudad donde nació el Salvador se llevó un vivo recuerdo, que le llevó a reproducir la imagen de la natividad en la famosa noche de Navidad de Greccio (1Cel 84-86).
En efecto, Francisco, deseoso de que los fieles tocasen con sus propias manos el acontecimiento del Hijo de Dios humillado y encarnado en forma humana, quiso hacer efectiva esta representación, narrada en todas las biografías del santo (por ejemplo, la de Tomás de Celano o la de Buenaventura de Bagnoregio). Se cuenta que Francisco preparó un pesebre con heno, mandó traer un buey y un asno y, delante de este conjunto escénico, pidió celebrar la Santa Misa ante una multitud de gente llegada de toda la región. Su amor por la solemnidad de Navidad y su devoción a la imagen de la Natividad encuentra su máxima expresión en el misterio de la encarnación, donde el santo reconocía la humildad y la pobreza del nacimiento del Mesías. Francisco entendía que este misterio se renovaba perpetuamente en el sacramento de la Eucaristía, donde Jesús desciende cada día a través de las manos del sacerdote.
La narración pinta un cuadro de gran sencillez y ternura cuando Francisco, en la noche del 24 de diciembre de 1223, preparó la celebración de la Eucaristía con la ayuda de su amigo Juan Velita, que colaboró en la disposición de todos los elementos que reprodujeran la escena del nacimiento del Niño en Belén. Como Francisco mismo dijo: “de alguna manera, ver con los ojos del cuerpo las dificultades en las que se encontró por falta de las cosas necesarias a un neonato”(1 Cel).
Llega la noche santa. Francisco, junto con los frailes y algunos fieles, se dirige al lugar preparado con el pesebre, el heno, el asno y el buey. Y después de “unas dulces palabras” predicadas por Francisco, aparece la imagen del Niño sobre el heno. Este hecho milagroso impresionó las almas y los corazones de los asistentes, que se sintieron tocados profundamente por esta experiencia.
Con esta acción, el santo trataba de hacer fácilmente comprensible a los fieles el Misterio de la encarnación. Esta devoción, típica de la espiritualidad franciscana, contribuyó claramente en el desarrollo de la costumbre de representar el belén, práctica que ha llegado hasta nuestros días.
Como preparación a la solemnidad navideña, en la tarde del día de Nochebuena (24 de diciembre), en la Gruta de la natividad los frailes franciscanos rememoran el episodio del Belén de Greccio, que tuvo como protagonista al padre Francisco de Asís en la contemplación del Misterio de la Encarnación. http://www.belen.custodia.org/default.asp?id=239
De manera similar, un artículo en el Diario Crítico informa lo siguiente.
Entre las preguntas más frecuentes de los asistentes es ¿por qué la Natividad se representa con una mula y un buey? Y es que realmente en ningún sitio “aparece que estuvieran ahí”, como reconoce la guía. Sin embargo, se sabe que fue San Francisco de Asís el que en el año 1223 colocó por primera vez, en el altar de la parroquia de Greccío, en Italia, un pesebre con el Niño, la Virgen, la mula y el buey. “Fue una verdadera revolución”, como señala Rubio, que explica que el buey simboliza el trabajo y la fertilidad. “No se utiliza el toro porque éste representaba lo malo, lo pagano”. Por otra parte, aunque en un principio también en algunos belenes se ponía un asno “se sustituyó por la mula ya que el primero simbolizaba terquedad y tontería mientras que la mula es trabajo”, informa Rubio. Respecto a los colores con los que se pinta a la Virgen María, la guía indica que el azul representa “al cielo” mientras que el rojo o rosa palo significa “la futura pasión de Cristo”.
http://www.diariocritico.com/noticia/3855/noticias/la-tradicion-de-los-belenes.html
Otro artículo publicado en queaprendemoshoy.com informa:
“...la tradición, considera a San Francisco como el verdadero propulsor del Belén por realizar en la noche del 24 de diciembre de 1223 la representación de la Natividad en una región de la Toscana, más conocida por la magnificencia del hecho que allí aconteció, el milagro del Presepe di Greccio, por el cuál, desde 1986, San Francisco es considerado el patrón universal del Belén.
Durante los siglos XIV y XV, las iglesias italianas se llenan de belenes, y la tradición se expande por el resto de Europa. A España llega la tradición gracias a la orden franciscana e inmediatamente, artistas de primera fila, como Montañés o Luisa Roldán “La Roldana”, comienzan a realizar belenes con el fin de adornar en los días navideños, los hogares de pudientes y de centros religiosos. Van a tener un valor excepcional como demuestran los inventarios de la época, como es el caso del testamento de Lope de Vega, que deja su adorado Belén, de gran valor material, a su hija”.
Recuerda que son informes de los mismos católicos. Y hay más, pero con eso se ve claramente el origen y sentido de los belenes. Aquel misionero fue bien intencionado, pero equivocado, en su costumbre. Pero qué bueno que pudo reconocer el error y cambiar. Así tendría que hacer todavía más de uno, que se aferra a sus tradiciones y las defiende por razones sentimentales, con el resultado de ir en contra de la Palabra de Dios y poner mal ejemplo a los que desea afectar para bien. “...bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1 Ts. 1:5).
En efecto, Francisco, deseoso de que los fieles tocasen con sus propias manos el acontecimiento del Hijo de Dios humillado y encarnado en forma humana, quiso hacer efectiva esta representación, narrada en todas las biografías del santo (por ejemplo, la de Tomás de Celano o la de Buenaventura de Bagnoregio). Se cuenta que Francisco preparó un pesebre con heno, mandó traer un buey y un asno y, delante de este conjunto escénico, pidió celebrar la Santa Misa ante una multitud de gente llegada de toda la región. Su amor por la solemnidad de Navidad y su devoción a la imagen de la Natividad encuentra su máxima expresión en el misterio de la encarnación, donde el santo reconocía la humildad y la pobreza del nacimiento del Mesías. Francisco entendía que este misterio se renovaba perpetuamente en el sacramento de la Eucaristía, donde Jesús desciende cada día a través de las manos del sacerdote.
La narración pinta un cuadro de gran sencillez y ternura cuando Francisco, en la noche del 24 de diciembre de 1223, preparó la celebración de la Eucaristía con la ayuda de su amigo Juan Velita, que colaboró en la disposición de todos los elementos que reprodujeran la escena del nacimiento del Niño en Belén. Como Francisco mismo dijo: “de alguna manera, ver con los ojos del cuerpo las dificultades en las que se encontró por falta de las cosas necesarias a un neonato”(1 Cel).
Llega la noche santa. Francisco, junto con los frailes y algunos fieles, se dirige al lugar preparado con el pesebre, el heno, el asno y el buey. Y después de “unas dulces palabras” predicadas por Francisco, aparece la imagen del Niño sobre el heno. Este hecho milagroso impresionó las almas y los corazones de los asistentes, que se sintieron tocados profundamente por esta experiencia.
Con esta acción, el santo trataba de hacer fácilmente comprensible a los fieles el Misterio de la encarnación. Esta devoción, típica de la espiritualidad franciscana, contribuyó claramente en el desarrollo de la costumbre de representar el belén, práctica que ha llegado hasta nuestros días.
Como preparación a la solemnidad navideña, en la tarde del día de Nochebuena (24 de diciembre), en la Gruta de la natividad los frailes franciscanos rememoran el episodio del Belén de Greccio, que tuvo como protagonista al padre Francisco de Asís en la contemplación del Misterio de la Encarnación. http://www.belen.custodia.org/default.asp?id=239
De manera similar, un artículo en el Diario Crítico informa lo siguiente.
Entre las preguntas más frecuentes de los asistentes es ¿por qué la Natividad se representa con una mula y un buey? Y es que realmente en ningún sitio “aparece que estuvieran ahí”, como reconoce la guía. Sin embargo, se sabe que fue San Francisco de Asís el que en el año 1223 colocó por primera vez, en el altar de la parroquia de Greccío, en Italia, un pesebre con el Niño, la Virgen, la mula y el buey. “Fue una verdadera revolución”, como señala Rubio, que explica que el buey simboliza el trabajo y la fertilidad. “No se utiliza el toro porque éste representaba lo malo, lo pagano”. Por otra parte, aunque en un principio también en algunos belenes se ponía un asno “se sustituyó por la mula ya que el primero simbolizaba terquedad y tontería mientras que la mula es trabajo”, informa Rubio. Respecto a los colores con los que se pinta a la Virgen María, la guía indica que el azul representa “al cielo” mientras que el rojo o rosa palo significa “la futura pasión de Cristo”.
http://www.diariocritico.com/noticia/3855/noticias/la-tradicion-de-los-belenes.html
Otro artículo publicado en queaprendemoshoy.com informa:
“...la tradición, considera a San Francisco como el verdadero propulsor del Belén por realizar en la noche del 24 de diciembre de 1223 la representación de la Natividad en una región de la Toscana, más conocida por la magnificencia del hecho que allí aconteció, el milagro del Presepe di Greccio, por el cuál, desde 1986, San Francisco es considerado el patrón universal del Belén.
Durante los siglos XIV y XV, las iglesias italianas se llenan de belenes, y la tradición se expande por el resto de Europa. A España llega la tradición gracias a la orden franciscana e inmediatamente, artistas de primera fila, como Montañés o Luisa Roldán “La Roldana”, comienzan a realizar belenes con el fin de adornar en los días navideños, los hogares de pudientes y de centros religiosos. Van a tener un valor excepcional como demuestran los inventarios de la época, como es el caso del testamento de Lope de Vega, que deja su adorado Belén, de gran valor material, a su hija”.
Recuerda que son informes de los mismos católicos. Y hay más, pero con eso se ve claramente el origen y sentido de los belenes. Aquel misionero fue bien intencionado, pero equivocado, en su costumbre. Pero qué bueno que pudo reconocer el error y cambiar. Así tendría que hacer todavía más de uno, que se aferra a sus tradiciones y las defiende por razones sentimentales, con el resultado de ir en contra de la Palabra de Dios y poner mal ejemplo a los que desea afectar para bien. “...bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros” (1 Ts. 1:5).
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