por Donald Norbie
“Quédate en mi casa, y serás para mí padre y sacerdote; y
yo te daré diez siclos de plata por años, vestidos y comida” (Jueces
17:10).
Palabras tentadoras son éstas a un joven con formación religiosa que ha viajado para “buscar un lugar”. Se le ofreció un hogar, una posición y unos ingresos seguros. El resultado de aquella oferta hecha hace más de tres mil años todavía es testimonio de su atractivo: “Y el levita se quedó”.
¿No podría servir al Señor en ese lugar?
Era una puerta abierta; quizá Jehová había abierto esta oportunidad para él. Seguramente uno debe aprovechar las oportunidades que le son dadas en esta vida.
Y unos ingresos seguros, ¿no podría esto aliviaría su mente de ansiedad para que sirviera a Dios más eficazmente? Después de todo, el siervo de Dios tiene bastantes otros problemas por los cuales necesita fe.
Los tiempos cambian y a veces uno necesita ajustarse. Además, no todos tienen el mismo don de fe. Seguro que el levita encontraba muchas razones que a su mente le parecían buenas, para quedarse. “Y el levita se quedó”.
Hoy en día este método de apoyar económicamente a los “obreros del Señor” es muy extendido por la cristiandad. Una casa o piso pagado por la congregación, un título y una posición de autoridad, un salario mensual, estas cosas son consideradas como necesidades en el “ministerio cristiano”. Cuando una iglesia se reúne con un candidato para el pastoreo, una de las primeras preguntas que generalmente se hacen es: “¿Cuánto es el salario?” Después de todo, uno de los deseos básicos del hombre es seguridad. ¿Y qué le ofrece más seguridad al morador de la tierra que el dinero? Un banco en nuestra área recientemente hizo publicidad con esta frase llamativa: “¡Qué sensación más buena, dinero en el banco!”
Hay cierto movimiento hoy en día entre los hermanos que profesan seguir la verdad del Nuevo Testamento acerca de la iglesia, y es preocupante porque se trata de la introducción de estos métodos no bíblicos para el sostenimiento de la obra de Dios. Estos métodos de apoyo económico no son nuevos. Hace cientos de años que varias entidades religiosos han tenido tales arreglos para su clero. Sin embargo, a lo largo de los siglos también han existido pequeños grupos viriles de no conformistas que han renunciado las prácticas religiosas corrientes, y han enseñado y practicado una vuelta a la fe sencilla del Nuevo Testamento. Por tales hermanos damos gracias a Dios. Su camino no ha sido fácil. Han conocido la hostilidad y oposición amarga de la religión organizada.
Es posible servir al Señor con varios grados de obediencia a Su Palabra. Dios en Su gracia maravillosa bendice lo que es de Él. Es posible que aun un predicador incrédulo proclame el evangelio y que alguien se convierta. Pero, ¿quién diría que semejante proceder es conforme a las Escrituras? Lo que sirve de guía para el creyente no es si algo tiene éxito, si otros creyentes o iglesias lo hacen, o si parece conveniente, sino las Escrituras.
Las Escrituras no dan ni instrucción ni ejemplo acerca de tener un arreglo económico entre el labrador y el pueblo de Dios. Además, las Escrituras enseñan lo contrario. El que sirve a Dios sale sin ningún compromiso ni garantía de finanzas. Con fe sencilla mira a Dios, y si es necesario, puede trabajar con sus manos. Los del pueblo de Dios que son ejercitados espiritualmente comparten sus bienes temporales con el labrador. Todo esto promueve una sencillez deleitosa y un ejercicio de corazón de parte de todos. Cada uno está compartiendo en la obra de Dios de manera muy personal.
Cuando el Señor Jesús envió a los doce, les exhortó: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos...porque el obrero es digno de su alimento” (Mt. 10:9-10). Habían estado con el Señor por un tiempo y habían compartido Su vida sencilla; una vida fragante con una fe como la de un niño y una dependencia en Su Padre. No tenía reservas de fondos, ni nada en el mundo para asegurar unos ingresos fijos. Ahora Él anima a Sus seguidores, al salir ellos de Su presencia inmediata, a que vayan como Él. Dios les cuidaría. Habrá algunas personas de corazón sensible y ejercitado, a través de quienes Dios puede proveer las necesidades de la vida. El obrero hoy en día que escoge otro camino no está siguiendo el ejemplo de su Señor.
Al escudriñar el resto de las Escrituras, no se halla ninguna evidencia de que los apóstoles u otros obreros de aquel entonces tuvieran arreglos en cuanto a finanzas, ni con las iglesias locales, ni con individuos, ¡ni mucho menos con el gobierno! Pablo encontró que a veces le era necesario trabajar con sus manos (Hch. 18:3). No obstante, la mayoría del tiempo tenía lo suficiente debido a las diferentes ofrendas de individuos o asambleas. Una persona como Lidia puede proveer alojamiento para el siervo del Señor (Lc. 16:15). Repetidas veces grupos de creyentes mostraron su preocupación y amor a través de sus ofrendas (Fil. 4:15) Así el amado apóstol se dedicaba a trabajar para el Señor, y dijo: “Imítame”. No hay forma más bienaventurada de servir a Aquel que dijo: “El siervo no es mayor que su señor” (Jn. 13:16).
¿Cuáles son algunas de las ventajas prácticas de hacer así la obra del Señor? Primero, esto estimula una saludable dependencia en Dios. El hombre que tiene sus finanzas prometidas y calculadas tiende a sentirse independiente de Dios; tiene y sabe de dónde viene lo que necesita para procurar las cosas de esta vida. Así que, es bueno que el siervo del Señor sea pobre y no tenga grandes reservas: “como pobres, más enriqueciendo a muchos...” (2 Co. 6:10). Esto le mantiene en una posición de dependencia temerosa de Dios en todo momento. Puede que llegue a su último céntimo y pedazo de pan. Se ha comprometido a un camino de no anunciar sus necesidades a otros. Está encerrado al lugar secreto de oración donde con agonía de alma clama a Dios. Debe quedarse allí hasta que pueda salir con un corazón sereno y labios que no murmuran, contento de descansar como un niño destetado en los brazos del Padre. Los que han conocido tales tiempos pueden testificar que la dependencia íntima en Dios es la flor dulce que viene después del brote amargo de la prueba. Cuando vea al Padre contestar, obrando de manera maravillosa y secreta, ¿quien cambiaría esto por un salario mensual?
Segundo, esta forma de servir a Dios hace que ofrendar sea un santo ejercicio del alma. Ofrendar ya no es un deber programado de cierta reunión el domingo. La oración y el ofrendar van brazo en brazo en el camino de la vida de devoción cristiana. Cada creyente sabe que la obra de Dios depende de él y de su interés. Los creyentes se dan cuenta individualmente y como asambleas que la obra de Dios crece y lleva fruto como resultado de sus oraciones y ofrendas. Cada cual tiene una parte vital; todos comparten esta obra gloriosa.
Tercero, esta forma de servir anima al siervo a ser siervo del Señor. Puesto que nadie le paga un salario ni una mensualidad regular, no está tentado a andar de puntillas al proclamar la verdad de Dios. No tienen que cosquillar las orejas para mantener sus ingresos. Puede sentirse dichosamente libre para proclamar todo el consejo de Dios. Pablo podía decir con fervor: “¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10). Esto también deja libre al siervo para ir donde Dios quiere que vaya. Depende de Dios para su dirección, y no está mirando a los hombres. De nuevo, esto produce profundo ejercicio de alma mientras que uno espera en el Lugar Santo. Sin embargo, para los que no son más que siervos de Otro, ni desean ser más, ¡qué sensación más buena!
Finalmente, libra para siempre al obrero de la acusación de amar al dinero. Puede ocuparse en la obra de Dios y nunca “tomar una ofrenda”. El mundo puede burlarse y pensar que tal hombre es necio, pero no podrá acusarle de avaricia. Tendrá que confesar que su obra no es con ánimo de lucro, sino una pasión por Dios. Con Pablo, él podrá decir: “os he predicado el evangelio de Dios de balde” (2 Co. 11:7).
El camino de fe es para la iglesia que desea seguir el patrón del Nuevo Testamento. Requiere que los creyentes sean ejercitados espiritualmente; hombres y mujeres que conocen y confían en Dios, no en una organización. ¿No es un comentario trágico sobre el bajamar en la vida espiritual cuando enfatizamos un edificio de piedra en lugar del Cuerpo de Cristo, cuando hacemos publicidad en lugar de oración, y buscamos la certeza de un salario en lugar de depender del Dios vivo?
“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:10).
Palabras tentadoras son éstas a un joven con formación religiosa que ha viajado para “buscar un lugar”. Se le ofreció un hogar, una posición y unos ingresos seguros. El resultado de aquella oferta hecha hace más de tres mil años todavía es testimonio de su atractivo: “Y el levita se quedó”.
¿No podría servir al Señor en ese lugar?
Era una puerta abierta; quizá Jehová había abierto esta oportunidad para él. Seguramente uno debe aprovechar las oportunidades que le son dadas en esta vida.
Y unos ingresos seguros, ¿no podría esto aliviaría su mente de ansiedad para que sirviera a Dios más eficazmente? Después de todo, el siervo de Dios tiene bastantes otros problemas por los cuales necesita fe.
Los tiempos cambian y a veces uno necesita ajustarse. Además, no todos tienen el mismo don de fe. Seguro que el levita encontraba muchas razones que a su mente le parecían buenas, para quedarse. “Y el levita se quedó”.
Hoy en día este método de apoyar económicamente a los “obreros del Señor” es muy extendido por la cristiandad. Una casa o piso pagado por la congregación, un título y una posición de autoridad, un salario mensual, estas cosas son consideradas como necesidades en el “ministerio cristiano”. Cuando una iglesia se reúne con un candidato para el pastoreo, una de las primeras preguntas que generalmente se hacen es: “¿Cuánto es el salario?” Después de todo, uno de los deseos básicos del hombre es seguridad. ¿Y qué le ofrece más seguridad al morador de la tierra que el dinero? Un banco en nuestra área recientemente hizo publicidad con esta frase llamativa: “¡Qué sensación más buena, dinero en el banco!”
Hay cierto movimiento hoy en día entre los hermanos que profesan seguir la verdad del Nuevo Testamento acerca de la iglesia, y es preocupante porque se trata de la introducción de estos métodos no bíblicos para el sostenimiento de la obra de Dios. Estos métodos de apoyo económico no son nuevos. Hace cientos de años que varias entidades religiosos han tenido tales arreglos para su clero. Sin embargo, a lo largo de los siglos también han existido pequeños grupos viriles de no conformistas que han renunciado las prácticas religiosas corrientes, y han enseñado y practicado una vuelta a la fe sencilla del Nuevo Testamento. Por tales hermanos damos gracias a Dios. Su camino no ha sido fácil. Han conocido la hostilidad y oposición amarga de la religión organizada.
Es posible servir al Señor con varios grados de obediencia a Su Palabra. Dios en Su gracia maravillosa bendice lo que es de Él. Es posible que aun un predicador incrédulo proclame el evangelio y que alguien se convierta. Pero, ¿quién diría que semejante proceder es conforme a las Escrituras? Lo que sirve de guía para el creyente no es si algo tiene éxito, si otros creyentes o iglesias lo hacen, o si parece conveniente, sino las Escrituras.
Las Escrituras no dan ni instrucción ni ejemplo acerca de tener un arreglo económico entre el labrador y el pueblo de Dios. Además, las Escrituras enseñan lo contrario. El que sirve a Dios sale sin ningún compromiso ni garantía de finanzas. Con fe sencilla mira a Dios, y si es necesario, puede trabajar con sus manos. Los del pueblo de Dios que son ejercitados espiritualmente comparten sus bienes temporales con el labrador. Todo esto promueve una sencillez deleitosa y un ejercicio de corazón de parte de todos. Cada uno está compartiendo en la obra de Dios de manera muy personal.
Cuando el Señor Jesús envió a los doce, les exhortó: “No os proveáis de oro, ni plata, ni cobre en vuestros cintos...porque el obrero es digno de su alimento” (Mt. 10:9-10). Habían estado con el Señor por un tiempo y habían compartido Su vida sencilla; una vida fragante con una fe como la de un niño y una dependencia en Su Padre. No tenía reservas de fondos, ni nada en el mundo para asegurar unos ingresos fijos. Ahora Él anima a Sus seguidores, al salir ellos de Su presencia inmediata, a que vayan como Él. Dios les cuidaría. Habrá algunas personas de corazón sensible y ejercitado, a través de quienes Dios puede proveer las necesidades de la vida. El obrero hoy en día que escoge otro camino no está siguiendo el ejemplo de su Señor.
Al escudriñar el resto de las Escrituras, no se halla ninguna evidencia de que los apóstoles u otros obreros de aquel entonces tuvieran arreglos en cuanto a finanzas, ni con las iglesias locales, ni con individuos, ¡ni mucho menos con el gobierno! Pablo encontró que a veces le era necesario trabajar con sus manos (Hch. 18:3). No obstante, la mayoría del tiempo tenía lo suficiente debido a las diferentes ofrendas de individuos o asambleas. Una persona como Lidia puede proveer alojamiento para el siervo del Señor (Lc. 16:15). Repetidas veces grupos de creyentes mostraron su preocupación y amor a través de sus ofrendas (Fil. 4:15) Así el amado apóstol se dedicaba a trabajar para el Señor, y dijo: “Imítame”. No hay forma más bienaventurada de servir a Aquel que dijo: “El siervo no es mayor que su señor” (Jn. 13:16).
¿Cuáles son algunas de las ventajas prácticas de hacer así la obra del Señor? Primero, esto estimula una saludable dependencia en Dios. El hombre que tiene sus finanzas prometidas y calculadas tiende a sentirse independiente de Dios; tiene y sabe de dónde viene lo que necesita para procurar las cosas de esta vida. Así que, es bueno que el siervo del Señor sea pobre y no tenga grandes reservas: “como pobres, más enriqueciendo a muchos...” (2 Co. 6:10). Esto le mantiene en una posición de dependencia temerosa de Dios en todo momento. Puede que llegue a su último céntimo y pedazo de pan. Se ha comprometido a un camino de no anunciar sus necesidades a otros. Está encerrado al lugar secreto de oración donde con agonía de alma clama a Dios. Debe quedarse allí hasta que pueda salir con un corazón sereno y labios que no murmuran, contento de descansar como un niño destetado en los brazos del Padre. Los que han conocido tales tiempos pueden testificar que la dependencia íntima en Dios es la flor dulce que viene después del brote amargo de la prueba. Cuando vea al Padre contestar, obrando de manera maravillosa y secreta, ¿quien cambiaría esto por un salario mensual?
Segundo, esta forma de servir a Dios hace que ofrendar sea un santo ejercicio del alma. Ofrendar ya no es un deber programado de cierta reunión el domingo. La oración y el ofrendar van brazo en brazo en el camino de la vida de devoción cristiana. Cada creyente sabe que la obra de Dios depende de él y de su interés. Los creyentes se dan cuenta individualmente y como asambleas que la obra de Dios crece y lleva fruto como resultado de sus oraciones y ofrendas. Cada cual tiene una parte vital; todos comparten esta obra gloriosa.
Tercero, esta forma de servir anima al siervo a ser siervo del Señor. Puesto que nadie le paga un salario ni una mensualidad regular, no está tentado a andar de puntillas al proclamar la verdad de Dios. No tienen que cosquillar las orejas para mantener sus ingresos. Puede sentirse dichosamente libre para proclamar todo el consejo de Dios. Pablo podía decir con fervor: “¿Busco ahora el favor de los hombres, o el de Dios? ¿O trato de agradar a los hombres? Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gá. 1:10). Esto también deja libre al siervo para ir donde Dios quiere que vaya. Depende de Dios para su dirección, y no está mirando a los hombres. De nuevo, esto produce profundo ejercicio de alma mientras que uno espera en el Lugar Santo. Sin embargo, para los que no son más que siervos de Otro, ni desean ser más, ¡qué sensación más buena!
Finalmente, libra para siempre al obrero de la acusación de amar al dinero. Puede ocuparse en la obra de Dios y nunca “tomar una ofrenda”. El mundo puede burlarse y pensar que tal hombre es necio, pero no podrá acusarle de avaricia. Tendrá que confesar que su obra no es con ánimo de lucro, sino una pasión por Dios. Con Pablo, él podrá decir: “os he predicado el evangelio de Dios de balde” (2 Co. 11:7).
El camino de fe es para la iglesia que desea seguir el patrón del Nuevo Testamento. Requiere que los creyentes sean ejercitados espiritualmente; hombres y mujeres que conocen y confían en Dios, no en una organización. ¿No es un comentario trágico sobre el bajamar en la vida espiritual cuando enfatizamos un edificio de piedra en lugar del Cuerpo de Cristo, cuando hacemos publicidad en lugar de oración, y buscamos la certeza de un salario en lugar de depender del Dios vivo?
“He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:10).
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