lunes, 28 de febrero de 2022

El Pacto Perpetuo De Dios Con Abraham

Lo siguiente es lo que las Escrituras dicen:

Génesis 12:1-3
“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”.

Génesis 13:14-15
“Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y al oriente y al occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre”.
            

Gn. 21:12 “en Isaac te será llamada descendencia”. Se refiere a los descendientes físicos de Isaac, y en Génesis 28 pasa de Isaac a   Jacob (Israel).


Génesis 15:18-21
“En aquel día hizo Jehová un pacto con Abram, diciendo: A tu descendencia daré esta tierra, desde el río de Egipto hasta el río grande, el río Éufrates; la tierra de los ceneos, los cenezeos, los admoneos, los heteos, los ferezeos, los refaítas, los amorreos, los cananeos, los gergeseos y los jebuseos”.

* Israel nunca ha poseído esta tierra. Bajo Salomón parte de esta tierra estaba bajo tributo, pero Israel no la poseía como suya. Cuando Israel tome posesión, en cumplimiento de la promesa hizo por Dios en este pacto, será para siempre.


Génesis 17:7-8
“Y estableceré mi pacto entre mí y ti, y tu descendencia después de ti en sus generaciones, por pacto perpetuo, para ser tu Dios, y el de tu descendencia después de ti. y te daré a ti, y a tu descendencia después de ti, la tierra en que moras, toda la tierra de Canaán en heredad perpetua; y seré el Dios de ellos”.

Génesis 26:3    A Isaac
“...porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre. Multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo, y daré a tu descendencia todas estas tierras...”

Génesis 28:13   A Jacob (Israel)
“Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia”. (ver también Gn. 35:11-12)

Hablando a Sion, Dios declara:

“Yo nunca me olvidaré de ti” (Is. 49:15; ver Ro. 11:29)

 Con razón el apóstol Pablo escribe acerca de Israel:

Romanos 11:1-2  "Digo, pues: ¿Ha desechado Dios a su pueblo? En ninguna manera. Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham, de la tribu de Benjamín. No ha desechado Dios a su pueblo, al cual desde antes conoció".

domingo, 6 de febrero de 2022

Los Etíopes en la Biblia

La historia bíblica de los etíopes se remonta al tiempo después del diluvio, del cual salieron Noé y su familia. Esas ocho personas eran los únicos seres humanos en el planeta, y de los tres hijos de Noé: Sem, Jafet y Cam, descienden todas las familias de la tierra – todas las naciones. Los etíopes descienden de Cam, el tercer hijo de Noé.  Génesis 10:6 da los nombres de los cuatro hijos de Cam. Su primero fue Cus1 (v. 6), que tuvo seis hijos (vv. 7-8), de los cuales el último fue Nimrod. Ahora bien, el nombre de Cus, nieto de Noé, en hebreo ( vWK ) significa “negro”. 1 Crónicas 1:8-10 repite ese árbol familiar y nombra a Cus.

            Este detalle etimológico tiene importancia, porque la palabra “etíope” en el Antiguo Testamento es literalmente “cusita” en hebreo. De ahí que Jeremías 13:23 dice: “¿Mudará el etíope (literalmente: cusita) su piel?” Los antiguos griegos pusieron el nombre de “Aithiopia”, de “aithiops” (aiqioy), una palabra compuesta que significa “el país de los rostros quemados”. Era mucho más grande que lo que se conoce como Etiopía.  Se refirieron a los pueblos de un área muy extensa pero no bien definida  al sur de Egipto que incluiría Nubia, Sudán y la actual Etiopía en la parte llamada “cuerno de África”. Los etíopes aparecen en la Biblia en varias situaciones relacionadas con Israel.

 Etiopía en el Antiguo Testamento

      Muchos textos bíblicos mencionan Etiopía. Job, de los libros más antiguos, indica que el topacio de Etiopía (Job 28:19) era apreciado.

       Algunos piensan que la reina de Sabá (1 R. 10; 2 Cr. 9) era etíope, principalmente porque el historiador judío, Josefo, lo dijo. Pero bien indica Edersheim en su Comentario Bíblico Histórico que Sabá era un país del sur de Arabia, no de África, y que la reina vendría de ahí. Es cierto que había tribus de etíopes (cusitas) en Arabia (Seba y Dedán, Gn. 10:7), pero no hay pruebas de que la reina fuera etíope.

       Etíopes aparecen en dos Salmos. El Salmo anticipa los tiempos del reino milenario de Cristo sobre todo el mundo, y entre otras naciones menciona también que “Etiopía se apresurará a extender sus manos hacia Dios” (v. 31). Luego en el Salmo 87:4 leemos: “Yo me acordaré de Rahab y de Babilonia entre los que me conocen; He aquí Filistea y Tiro, con Etiopía; Éste nació allá”. Son de las naciones que reconocerán a Jerusalén como capital y subirán para adorar y llevar tributos (Is. 60:5-7).

        Aparece en cinco textos del profeta Isaías. Isaías 11:11 menciona que Dios traerá al remanente de Israel que quede en Etiopía. Isaías 18 profetiza acerca de un pueblo de elevada estatura y tez brillante (v. 2) que habita una tierra tras los ríos de Etiopía (v. 1). Es un pueblo “temible desde su principio y después, gente fuerte y conquistadora” (vv. 2, 7). Traerá ofrendas a Sion durante el milenio (v. 7).  Isaías 20:3-5 profetiza la conquista de Egipto y Etiopía por Esar-hadón rey de Asiria (681-669 a.C.).  En Isaías 43:3 Jehová declara a Israel que dio a Egipto, Etiopía y Seba por el rescate de Israel. Dios dio estos países a Ciro como recompensa por la libertad de Israel. Isaías 45:14 dice que las mercaderías de Etiopía serán pasadas a Israel, y ellos con los egipcios y sabeos irán en pos de Israel con reverencia y súplicas durante el milenio.

      También el profeta Ezquiel menciona “el límite de Etiopía” cuando profetiza la destrucción de Egipto (Ez. 29:10). Ezequiel 30:4-5 y 9 mencionan como los juicios divinos afectarán a Etiopía. Luego en Ezequiel 38:5 Dios nombra a Cus como uno de los aliados de Gog en tierra de Magog,  en su invasión futura de Israel, y su fin calamitoso sobre los montes de Israel. “He aquí, yo estoy contra ti, oh Gog, príncipe soberano de Mesec y Tubal. Y te quebrantaré, y pondré garfios en tus quijadas, y te sacaré a ti y a todo tu ejército, caballos y jinetes, de todo en todo equipados, gran multitud con paveses y escudos, teniendo todos ellos espadas; Persia, Cus y Fut con ellos...” (Ez. 38:3-5). Dios defenderá a Israel y destruirá a ese gran ejército (vv. 18-23).

   En los capítulos 10 -12 del libro de Daniel, un glorioso mensajero celestial explica eventos futuros al profeta. Cuando habla del futuro conflicto en torno al anticristo, dice que “los de Libia y de Etiopía le seguirán” (Dn. 11:43).

   El profeta Nahum anuncia la caída de Nínive, que no era mejor que otras naciones que habían caído. “¿Eres tú mejor que Tebas, que estaba asentada junto al Nilo, rodeada de aguas, cuyo baluarte era el mar, y aguas por muro? Etiopía era su fortaleza, también Egipto, y eso sin límite... Sin embargo, ella fue llevada en cautiverio...” (Nah. 3:8-10).

    El profeta Sofonías anuncia el juicio de Etiopía (Sof. 2:12). Luego dice: “De la región más allá de los ríos de Etiopía me suplicarán; la hija de mis esparcidos traerá mi ofrenda” (Sof. 3:10).

    Además de todo eso, hay siete casos especialmente destacados de etíopes en la Biblia que merecen nuestra consideración, porque contienen lecciones para nosotros.

 La Esposa de Moisés

     Números 12:1-2 da el triste informe de cómo María y Aarón, hermanos de Moisés, le criticaron. “María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado; porque él había tomado mujer cusita. Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová”.

      Es posible, pero no seguro, que Séfora fuera cusita, ya que había tribus descendientes de Cam en partes de Arabia. Sin embargo, en su libro Comentario Bíblico Histórico, Alfred Edersheim comenta que probablemente había muerto Séfora, la primera esposa de Moisés (Éx. 2:21; 18:2), y que después Moisés tomó a la cusita (etíope) por esposa. Keil y Delitsch concurren en su comentario. La ley (Éx. 34:15-16) prohibía matrimonio con los cananeos, pero no con otros. La envidia de María y Aarón del lugar que Dios concedió a Moisés se surgió de una falta de humildad. Pensaban de sí más de lo debido, y eso se manifestó en un espíritu criticón. Le miraban con malos ojos, buscando faltas para luego decir que ellos también merecían tener la misma autoridad que su hermano. Pero no hallaron de qué criticarle, excepto solo en que su segunda esposa era cusita. Posiblemente ella fue una creyente de la multitud mezcla que salió de Egipto con Israel. La crítica basada en su procedencia y raza manifestaba un espíritu nacionalista y exclusivista que Dios no aprobó, pues Él ni siquiera mencionó el matrimonio de Moisés y ella, porque no era problema.

    De todos modos, la mención de ella solo era rampa de lanzamiento de su crítica del lugar único que Moisés ocupaba (v. 2). El verbo “hablaron” en el v. 1 es femenina en hebreo, e indica que María era la instigadora. También es evidente que fue así porque Dios a ella castigó con lepra (v. 10). Moisés, siendo muy manso (v. 3), no les respondió, pero Dios, siendo justo, respondió en su defensa y emitió juicio (vv. 4-9).

El Mensajero Veloz

    En tiempos modernos los etíopes tienen fama de corredores, y varios han ganado el oro en los juegos olímpicos: Kenenisa Bekele, Tirunesh Dibaba, Derartu Tulu y Fatuma Roba, que curiosamente son todos de Bekoji, ciudad de 17.000. El entrenador de todos ellos fue Sentayehu Eshetu.

      También en tiempos bíblicos los etíopes eran conocidos como hábiles corredores, y a veces los usaban para esa forma de comunicación militar – corredores veloces para llevar mensajes entre generales y reyes.2 De ahí que 2 Samuel 18:21-32 relata que cuando murió Absalón en la batalla, Joab envió a un etíope a correr para llevar la noticia a David (v. 19). Corrió también un hebreo llamado Ahimaas, que le adelantó y llegó primero a David. Éste intentó suavizar el informe, pero poco después llegó el etíope y declaró llanamente la derrota y la muerte de Absalón (vv. 31-32). Fue fiel a su encargo, y aunque el mensaje era desagradable lo hizo llegar. Nosotros debemos ser mensajeros fieles del Señor con el mensaje del evangelio, y esto incluye el hablar del pecado y el juicio, no solo decir: “Dios te ama amigo” para suavizar el mensaje. En verdad el evangelio es una buena nueva, pero Romanos 1:18-3:20 nos enseña cómo proceder, haciendo ver por qué necesitamos el evangelio.

 Sisac de Egipto, y El Rey Zera con su Gran Ejército

     2 Crónicas 12:2-4 anota que en días del rey Roboam, por su rebeldía, Dios envió a Sisac rey de Egipto, que subió contra Jerusalén con un innumerable ejército que incluía soldados etíopes. “Por cuanto se habían rebelado contra Jehová, en el quinto año del rey Roboam subió Sisac rey de Egipto contra Jerusalén,  con mil doscientos carros, y con sesenta mil hombres de a caballo; mas el pueblo que venía con él de Egipto, esto es, de libios, suquienos y etíopes, no tenía número. Y tomó las ciudades fortificadas de Judá, y llegó hasta Jerusalén”.  Los etíopes estaban entre los que tomaron el botín, y seguramente las historias de su conquista y de los tesoros de Jerusalén llegaron hasta Etiopía.

     Luego, 2 Crónicas 14:9-13 relata que durante el reinado de Asa (913-873 a.C.),  vino “Zera [heb. Zeraj – amanecer] etíope con un ejército de un millón de hombres y trescientos carros; y vino hasta Maresa” (v. 9).  No se sabe bien quién era. Algunos historiadores lo relacionan con Osorkon II de la dinastía XXII de Egipto. Pero había tribus de cusitas también en Arabia occidental (Gn. 10:7), así que podía ser de ahí o de África oriental, donde durante un tiempo los etíopes dominaban. Ese ataque sorpresa amenazaba la conquista de Judá y la captura o ruina de Jerusalén. Pero el piadoso rey Asa, ante un ejército invasor de aplastante superioridad, hizo dos cosas que manifiestan la importancia de la responsabilidad humana y la soberanía divina. Aunque su propio ejército era muy inferior, él lo sacó en contra de Zera y ordenó la batalla cerca de Maresa. Al mismo tiempo Asa clamó a Dios diciendo: “Ayúdanos, oh Jehová Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos, y en tu nombre venimos contra este ejército” (v. 11). Dios respondió y deshizo el gran ejército (v. 12), y los etíopes huyeron. Esto ilustra claramente la dinámica de la soberanía y la responsabilidad. Asa hizo más que quedarse en Jerusalén y esperar en Dios. Puso su ejército, aunque inferior, en el campo de batalla y oró esperando una intervención divina, y Dios intervino y le dio la victoria. Ciertamente esa gran victoria es parte de lo que Hebreos 11:34 menciona acerca de los que “sacaron fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros”.      Hoy también, aunque vivamos en piedad, podemos ser atacados sin aviso previo por las fuerzas de nuestros enemigos:  el diablo, el mundo y la carne. Y nos pueden sobrevenir pruebas duras, pero tenemos el mismo Recurso que los creyentes de tiempos antiguos, y nada le puede sorprender. Confiemos en el Señor, y estemos firmes. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Sal. 46:1). Busquemos Su ayuda antes que la de los hombres. Debemos seguir el ejemplo de David: “En el día que temo, yo en ti confío” (Sal. 56:3). “En Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Sal. 56:11).

 Tirhaca Rey de Etiopía    2 R. 19:9   Is. 37:9 

   También llamado Nefertumjura Taharqu, rey de la Dinastía XXV de Egipto, y sucesor del primer rey de Nubia que gobernó también a Egipto. Era descendiente del rey nubio procedente de Natapa – la capital de Nubia o Cus (Kush). Ese rey conquistó y gobernó a Egipto. No está claro cómo Tirhaca llegó al trono, y por eso algunos piensan que lo usurpó. El historiador Manetón y también Eusebio lo llaman Taracos, y su historia queda plasmada en varias estatuas e inscripciones en Egipto y Asiria.  1 Reyes 19 e Isaías 37 informan que se opuso militarmente al rey Senaquerib de Asiria, aunque sabemos que no tuvo éxito.

     Dios lo utilizó aunque solo como amenaza para interferir con los planes del rey asirio respecto a Jerusalén. Es un ejemplo de la soberanía de Dios aun sobre reyes y naciones, y cuán diferente será la historia del mundo cuando un día la vemos como Dios la ve. Él puede mover providencialmente a cualquiera a favor de los que le temen. El rey Ezequías y el profeta Isaías ni siquiera conocieron a Tirhaca. Ellos oraron, y Dios escogió cómo responder. Como los repartimientos de las aguas, Así está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina” (Pr. 21:1).      

 Los Etíopes de Amos 9:7

   “Hijos de Israel, ¿no me sois vosotros como hijos de etíopes, dice Jehová?” Eso no es un comentario racista, pues nada tenía que ver con eso. Los etíopes eran la nación gentil en el lugar más lejos de Israel – lejanas tierras. Ester 1:1 y 8:9 mencionan a Etiopía como el límite más distante del imperio de los Medos y Persas. En tiempos del profeta Amós, los etíopes eran un ejemplo clásico de los gentiles incircuncisos, lejos de Israel, extranjeros que vivían en tinieblas espirituales, excluidos y sin esperanza (véase Ef. 2:12). Así que, cuando Israel dio la espalda a Dios y se alejó espiritualmente en su rebelión, Él les consideró como extranjeros por su comportamiento. Como declaró por medio del profeta Oseas: “Lo-ammi, porque vosotros no sois mi pueblo” (Os. 1:9). Felizmente, ese castigo no es permanente, porque Romanos 9:26 declara proféticamente: “Y en el lugar donde se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, Allí serán llamados hijos del Dios viviente”. Esto se refiere a la futura conversión de Israel, como Romanos 11:26-27 claramente promete.

   Es posible sacar una aplicación para hoy de las palabras de Dios a Israel en Amós 9:7. Vivimos en tiempos cuando hay muchas profesiones superficiales de fe. Hay quienes dicen que son “cristianos” pero que viven como los del mundo. ¿No son esos culpables del mismo pecado y error que Israel cuando Dios les llamó etíopes?  Nuestro Señor preguntó: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). En Mateo 18:17 el Señor enseñó cómo la iglesia debe proceder con uno que peca contra su hermano y rehúsa reconocer su pecado y ser reconciliado. “...Y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” . Los que no se conducen como creyentes no deben gozar de sus privilegios, hasta que se arrepientan (1 Co. 5:11-12).

Ebed-melec

Venimos ahora a la hermosa historia de uno que servía en el palacio real en los últimos tiempos de Jerusalén cuando Babilonia estaba a punto de conquistarla. Los malvados príncipes del rey Sedequías echaron al profeta Jeremías en una cisterna, donde se hundió en el cieno (Jer. 38:6). Su intención era que muriera ahí.  Pero Dios usó al etíope Ebed-melec (“siervo del rey”) para socorrerlo. “Y oyendo Ebed-melec, hombre etíope, eunuco de la casa real, que habían puesto a Jeremías en la cisterna, y estando sentado el rey a la puerta de Benjamín, Ebed-melec salió de la casa del rey y habló al rey, diciendo: Mi señor el rey, mal hicieron estos varones en todo lo que han hecho con el profeta Jeremías, al cual hicieron echar en la cisterna; porque allí morirá de hambre, pues no hay más pan en la ciudad” (Jer. 38:7-9). Era un hombre compasivo, misericordioso. Se manifestó temeroso de Dios y evidentemente creía lo que Jeremías predicaba. Pero no era temeroso del hombre, porque pese a la impopularidad del profeta, Ebed-melec intercedió delante del rey por la vida del profeta. Proverbios 29:25 dice que “el temor del hombre pondrá lazo, mas el que confía en Jehová será exaltado”. Y efectivamente así fue el caso con Ebed-melec. ¡Qué contraste! El rey Sedequías temía a los hombres más que a Dios, y perdió todo, pero su siervo etíope temía a Dios y fue divinamente recompensado. Podía haber razonado que no era asunto suyo, o que no debía interferir con los príncipes malvados, pero su carácter noble y probablemente piadoso no le permitía eso. Actuó guiado por su conciencia y corazón, y Dios le concedió el deseo de su corazón:

     “Entonces mandó el rey al mismo etíope Ebed-melec, diciendo: Toma en tu poder treinta hombres de aquí, y haz sacar al profeta Jeremías de la cisterna, antes que muera. Y tomó Ebed-melec en su poder a los hombres, y entró a la casa del rey debajo de la tesorería, y tomó de allí trapos viejos y ropas raídas y andrajosas, y los echó a Jeremías con sogas en la cisterna. Y dijo el etíope Ebed-melec a Jeremías: Pon ahora esos trapos viejos y ropas raídas y andrajosas, bajo los sobacos, debajo de las sogas. Y lo hizo así Jeremías. De este modo sacaron a Jeremías con sogas, y lo subieron de la cisterna; y quedó Jeremías en el patio de la cárcel” (Jer. 38:10-13).  Jeremías bien podía haber usado las palabras de David en el Salmo 40:1-2, “Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso...”

Dios le sacó, y el etíope compasivo era Su instrumento de rescate.

     Hebreos 6:10 declara que “Dios no es injusto para olvidar” cuando ayudamos a los Suyos, y  Dios lo recompensó. Antes de la caída de Jerusalén envió un mensaje y promesa de bendición a Ebed-melec. Jeremías 39:15-18 lo relata: “Y había venido palabra de Jehová a Jeremías, estando preso en el patio de la cárcel, diciendo; Ve y habla a Ebed-melec etíope, diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: He aquí yo traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal, y no para bien; y sucederá esto en aquel día en presencia tuya. Pero en aquel día yo te libraré, dice Jehová, y no serás entregado en manos de aquellos a quienes tú temes. Porque ciertamente te libraré, y no caerás a espada, sino que tu vida te será por botín, porque tuviste confianza en mí, dice Jehová”.

     Esto ilustra cómo Dios responde a los misericordiosos, según declara el Salmo 18:25, “Con el misericordioso te mostrarás misericordioso, y recto para con el hombre íntegro”. Ebed-melec nos enseña que la fe en Dios debe ser práctica, no teórica. Nos recuerda la parábola de Cristo en Lucas 10, cuando los judíos religiosos no ayudaron a aquel hombre herido, pero un samaritano “fue movido a misericordia” y le ayudó (Lc. 10:33-37). El Señor terminó y aplicó la parábola, diciendo: “Ve, y haz tú lo mismo”. Nos recuerda la fe práctica en Santiago 2:14-26, la fe viva que tiene obras.

El Eunuco Etíope  Hch. 8:27-39

No sabemos su nombre, pero quizás sea el más destacado de los descendientes de Cam, y por quien probablemente llegó el evangelio a esa región. Éste etíope no era esclavo de nadie. Era un hombre de alto rango, con educación y cultura, un hábil oficial real – funcionario de la reina, que estaba sobre todos sus tesoros (v. 27). Era un hombre noble con cierta riqueza y autoridad. La Reina Valera de 1909 le llama: “gobernador de Candace”. La revisión de 1960 dice:  “funcionario de Candace reina de los etíopes”. Candace probablemente era un título, no un nombre. La Reina Valera Actualizada (1989) pone: “un alto funcionario de Candace”.

   Piadoso y temeroso de Dios, había viajado desde lejanas tierras para adorar en Jerusalén. Se esforzó buscando a Dios más que muchas personas que profesan tener interés pero no se mueven. Isaías 55:6 exhorta: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado”, pero muchos israelitas no respondieron aunque lo tenían cerca. ¡Qué diferente el caso del eunuco! Llegó a Jerusalén, y halló a muchos judíos religiosos, pero no llegó a conocer a Dios. Pero adquirió las Escrituras y en su viaje de vuelta las iba leyendo. Obviamente no hizo solo un viaje tan largo, sino vendría acompañado por siervos.

    Entonces Dios le salió al paso, enviando a Felipe a su encuentro en el camino. “Es galardonador de los que le buscan” (He. 11:6). No era suficiente ser sincero y creer en Dios, sino debía conocerle mediante las Escrituras, más específicamente, por medio del evangelio, y todavía es así.

    Providencialmente, cuando Felipe le halló estaba leyendo el pasaje del profeta Isaías que conocemos como capítulo 53. “Como oveja a la muerte fue llevado; Y como cordero mudo delante del que lo trasquila, Así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; Mas su generación, ¿quién la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida” (Hch. 8:32-33).  Hizo preguntas (v. 34), y atendió bien a la respuesta y explicación. Los judíos religiosos en Jerusalén no le habían hablado de Cristo, y por eso él, como ellos, todavía no era salvo. Felipe no tuvo tiempo para andar con rodeos. No le habló de teología ni de filosofía ni de cultura, sino le anunció el evangelio de Jesús, porque como Pablo luego indicó, es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree” (Ro. 1:16). Creyó con el corazón y confesó con la boca (Hch. 8:37). Quiso bautizarse en seguida: “¿qué impide que yo sea bautizado?” (v. 36). Siguió gozoso su camino (v. 39), porque había escuchado y creído el evangelio, había conocido al Salvador del mundo, lo había obedecido y confesado en el bautismo, y lo llevaba a Etiopía de dos maneras: en las Escrituras, y en su corazón.

     Su conversión ilustra el cumplimiento de la comisión dada por el Señor en Hechos 1:8, y el progreso del evangelio, su llegada a miembros de las razas descendidas de los tres hijos de Noé: Sem, Jafet y Cam.

Conclusión

       Hace muchos años que al predicar el evangelio en cierto país, un hombre interrumpió y dijo: “El cristianismo es la religión de la raza blanca”. No podía haber estado más equivocado. Pero no estaba dispuesto a recocer su pecado y creer en el Salvador, así que echó el capote del racismo.

    Dios prometió a Abraham que “serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3). Los judíos son semitas; descienden de Sem, el hijo mayor de Noé. Los romanos y griegos son descendientes de Jafet, el hijo segundo, y los etíopes son descendientes de Cam el hijo más joven. Cam fue maldito por su pecado contra su padre, pero por la gracia de Dios, Su amor, Su Hijo y el evangelio son para todos los hombres. El amor y la salvación de Dios se extienden a todo el mundo, a todas las razas. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Jn. 3:16).  “Pues la Escritura dice: Todo aquel que en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le invocan” (Ro. 10:11-12). “No hay diferencia”  indica que Dios no reserva la salvación para cierta nación o grupo étnico. Es “el Salvador de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Ti. 4:10). Si no eres salvo por la fe en el Señor Jesucristo, amigo lector, Dios no tiene la culpa. Él no tiene prejuicio, pero quizás tú sí.

     La Biblia no dice: “Vidas blancas importan”, ni “Vidas negras importan”, porque Dios mira el corazón, no el color de la piel. No es que le importe a Dios solo la vida de cierta raza o color, pues como el apóstol Pablo predicó en Atenas:  “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hch. 17:26). El amor de Dios se extiende a todos, y desea la salvación de “todos los hombres”. “...No queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).

    Así que, basándonos en las Escrituras, afirmamos que habrá etíopes y personas de otros pueblos en el cielo, todos salvos por la sangre del Cordero de Dios, por fe en el único Nombre en que podamos ser salvos (Hch. 4:12). En Apocalipsis 5:9 Juan informa lo que vio en el cielo: “Y cantaban un nuevo cántico, diciendo: Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”.

Carlos Tomás Knott


1 Según Génesis 2:13 el río Gihón era uno de cuatro brazos del río que salió de Edén, y éste rodeaba toda la tierra de Cus. Es la primera mención de Cus en la Biblia.

2 Muchos países del mundo han hecho uso de corredores de mensajería. Por ejemplo, los Chasqui en Perú eran los mensajeros del Inca, que por medio de un sistema de relevos llevaron diariamente pescado fresco de la costa a la residencia real en la sierra.

jueves, 27 de enero de 2022

La Decreciente Autoridad De Cristo En Las Iglesias, A. W. Tozer

 Pocos días antes de su partida con el Señor, Tozer escribió el siguiente artículo que se publicó el 15/5/1963, dos días después de su muerte. Sus palabras son su última reflexión abierta y manifiestan el sentir de un hombre que deja este mundo con dolor por el estado de la iglesia de aquella época. Hoy, más que nunca nos hacen reflexionar profundamente cincuenta y nueve años después.

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Esta es la carga que llevo en el corazón y, aunque no pretendo tener una inspiración especial, siento que es también la carga del Espíritu. Si conozco mi propio corazón, lo que me lleva escribir esto es el amor, nada más. Lo que escribo no es el fermento amargo de una mente agitada por los problemas con mis hermanos en la fe. No existen esos problemas. Nadie me ha ofendido, maltratado ni atacado. Estas observaciones tampoco surgen de ninguna experiencia desagradable que haya tenido en mi relación con otros. Mis relaciones con mi propia iglesia, así como con los cristianos de otras denominaciones, siempre han sido amistosas, corteses y agradables. Mi pena no es más que el fruto de una condición que creo que está extendida por casi todas las iglesias del mundo.

También creo que debo admitir que yo mismo estoy muy involucrado en la situación que lamento en estas líneas. Igual que Esdras, en su poderoso ministerio de intercesión, se incluyó entre los malhechores, yo hago lo mismo: “Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo” (Esd. 9:6). Toda palabra áspera que diga aquí contra otros debe recaer, sinceramente, sobre mi propia cabeza. También yo he sido culpable. Escribo esto con la esperanza de que todos nos volvamos al Señor nuestro Dios y no pequemos más contra él.

Voy a manifestar la esencia de mi carga, que es la siguiente: hoy día Jesucristo apenas tiene autoridad entre los grupos que dicen llevar su nombre. Al decir esto no me refiero a los católico-romanos ni a los liberales, ni a las diversas sectas pseudocristianas. Estoy hablando de las iglesias protestantes en general, e incluyendo a quienes más sostienen que descienden espiritualmente de nuestro Señor y de los apóstoles, es decir, los evangélicos. Una doctrina básica del Nuevo Testamento dice que después de la resurrección del Hombre Jesús, Dios declaró que era Señor y Cristo, y que Él le había concedido el señorío absoluto sobre la iglesia, que es su cuerpo. Suya es toda autoridad en los cielos y en la tierra. A su debido momento El ejercerá esa autoridad hasta el límite, pero durante este período histórico permite que otros la desafíen o la ignoren. Y ahora mismo el mundo la desafía y la iglesia la ignora.

La posición que ocupa Cristo hoy en las iglesias evangélicas se puede comparar con la de un rey en una monarquía limitada, constitucional. En ese país, el rey (despersonalizado a veces cuando se habla de “la corona”) no es más que un punto focal tradicional, un símbolo agradable de unidad y de lealtad como puede serlo una bandera o un himno nacional. Se le alaba, agasaja y apoya, pero su autoridad real es escasa. Nominalmente es la cabeza de todo, pero cuando llega una crisis son otros quienes toman las decisiones. En las ocasiones formales aparece con su traje para pronunciar un discurso inocuo y sin color, que han puesto en sus labios los verdaderos dirigentes del país. Bien pudiera ser que todo este asunto no sea más que una fantasía bien intencionada, pero hunde sus raíces en la antigüedad; es muy divertida, y nadie quiere renunciar a ella.

Hoy día, en las iglesias evangélicas, Cristo es poco más que un símbolo querido. Algunos piensan que el himno nacional de la iglesia es “Que todos alaban el poder del nombre de Jesús”, y las que que usan la cruz como su bandera "oficial", [1]pero durante los cultos semanales de los grupos de iglesia y la conducta cotidiana de sus miembros, quien toma las decisiones no es Cristo sino otros. En determinadas circunstancias permitimos que Cristo diga “venid a mí, todos los que estáis trabajados y cargados” (Mt. 11:28), o “no se turbe vuestro corazón” (Jn. 14.11), pero cuando acaba el discurso, otro se pone al mando. Los que poseen la autoridad genuina deciden los estándares morales de la iglesia además de todos los objetivos y los métodos empleados para llegar a ellos. Gracias a una organización larga y meticulosa, hoy día es posible que en la iglesia el pastor más joven recién salido del seminario tenga más autoridad que el propio Jesucristo.

Cristo no solo tiene escasa o ninguna autoridad, sino que su influencia también es menor cada día. No diría que no tiene ninguna, solo que es escasa y que cada día es menor. Podríamos establecer un paralelo con la influencia de Abraham Lincoln sobre el pueblo estadounidense. “EI honesto Abe” sigue siendo el ídolo del país. En todas partes vemos retratos de su rostro amable, arrugado, tan familiar que nos resulta hermoso. Nos resulta fácil emocionamos al mirarlo. Criamos a los niños con relatos sobre su amor, su honestidad y su humildad. Pero después de recuperar el control sobre nuestras emociones, ¿qué nos queda? Nada más que un buen ejemplo que, a medida que se difumina en el pasado, cada vez se vuelve más irreal y tienen una influencia real más y más pequeña. Cualquier sinvergüenza puede envolverse con el abrigo largo y negro de Lincoln. Bajo la fría luz de los actos políticos en Estados Unidos, la referencia constante a Lincoln que hacen los políticos es una broma cínica.

Los cristianos no han olvidado del todo el señorío de Jesucristo, pero ha quedado relegado al himnario, donde podemos deshacernos cómodamente de toda responsabilidad sumidos en el resplandor de una agradable emoción religiosa. O, si se enseña como teoría en el aula, raras veces se aplica a la vida práctica. Hoy día, la idea de que el Hombre Cristo Jesús tenga una autoridad absoluta y definitiva sobre toda la iglesia y sobre todos sus miembros, en todos los detalles de sus vidas, es algo que no acepta la mayoría de cristianos evangélicos.

Lo que hacemos es esto: aceptamos el cristianismo de nuestro grupo como idéntico al de Cristo y sus apóstoles. Damos por sentado que las creencias, las prácticas, la ética, las actividades de nuestro grupo son las del cristianismo del Nuevo Testamento. Por defecto lo que dice y hace el grupo es considerado bíblico, y nadie lo cuestiona. Se da por hecho que todo lo que espera de nosotros nuestro Señor es que nos ocupemos con las actividades del grupo. Al hacerlo, guardamos los mandamientos de Cristo.

Para evitar la ardua necesidad de obedecer o bien rechazar las instrucciones claras de nuestro Señor en el Nuevo Testamento, nos refugiamos en una interpretación liberal de ellas. Los razonamientos engañosos no son cosa solo de los teólogos católico-romanos. Los evangélicos también sabemos cómo evitar el filo agudo de la obediencia mediante explicaciones primorosas y complejas. Son cosas hechas a la medida de la carne. Excusan la desobediencia, consuelan la carnalidad y hacen que las palabras de Cristo no tengan efecto alguno. Y la esencia de todo esto es que, sencillamente, no es posible que Cristo dijera lo que dijo. Se aceptan teóricamente sus enseñanzas solo después de que la interpretación las haya debilitado.

Sin embargo, cada vez son más las personas con “problemas” que consultan a Cristo, y acuden a Él quienes desean paz en sus mentes. Se le recomienda ampliamente como una especie de psiquiatra espiritual con poderes notables para “arreglar” a las personas. Puede librarlas de sus complejos de culpa y ayudarlas a evitar graves traumas psicológicos recurriendo a la adaptación amable y sencilla a la sociedad y a sus costumbres. Por supuesto, este Cristo extraño no tiene ninguna relación con el que aparece en el Nuevo Testamento. El verdadero Cristo también es Señor, pero este Cristo tolerante es poco más que el siervo de las personas.

Pero supongo que tengo que ofrecer alguna prueba concreta que respalde mi conclusión de que hoy Cristo tiene escasa o ninguna autoridad entre las iglesias. Pues bien, déjame que formule algunas preguntas y que las respuestas sean la evidencia: ¿Qué junta de iglesia consulta las palabras de nuestro Señor para decidir los asuntos que tratan? Que todo aquel que lea esto y haya tenido la experiencia de estar en la junta de una iglesia intente acordarse de la última vez que algún miembro de la junta leyó un pasaje bíblico para sustentar una idea, o que un presidente sugirió que los hermanos consultasen las instrucciones del Señor sobre un tema concreto. Normalmente, las reuniones de junta se inician con una oración formal o “un tiempo de oración”; después de esto, la Cabeza de la iglesia guarda un respetuoso silencio mientras los verdaderos dirigentes toman las riendas. Que cualquiera que niegue esto presente evidencias para negarlo. Yo, por mi parte, me alegraré de escucharlas.

¿Qué comité de escuela dominical acude a la Palabra en busca de pautas? ¿Acaso los miembros no asumen invariablemente que ya saben lo que se supone que tienen que hacer y que su único problema es encontrar los medios eficaces para hacerlo? Los planes, las normas, las “operaciones” y las nuevas técnicas metodológicas absorben todo su tiempo y su atención. La oración previa a la
reunión solicita la ayuda divina para llevar a cabo los planes de la junta. Parece ser que ni se les pasa por la cabeza la idea de que el Señor tenga algunas instrucciones para ellos.

¿Quién recuerda que el presidente de una conferencia acudiera al púlpito con su Biblia con intención de usarla? Memorandos, reglamentos, normas de culto, sí. Los mandamientos sagrados del Señor, no. Existe una dicotomía absoluta entre el periodo devocional y la sesión de trabajo. El primero no tiene nada que ver con la segunda.

¿Qué junta de misión en el extranjero busca de verdad seguir la guía de] Señor tal como la ofrece en su Palabra y por su Espíritu? Todos piensan que lo hacen, pero en realidad lo que hacen es dar por hecho que sus fines son bíblicos y luego pedir ayuda a Dios para encontrar maneras de alcanzarlos. Puede que se pasen la noche orando para que Dios conceda el éxito a sus proyectos, pero desean a Cristo como ayudador, no como Señor. Se inventan medios humanos para alcanzar unos fines que dan por hecho que son divinos. Estos se endurecen volviéndose políticas, y a partir de ese momento el Señor ni siquiera tiene voto. Cuando realizamos nuestra adoración pública, ¿dónde encontrar la autoridad de Cristo? La verdad es que hoy el Señor apenas controla un culto, y la influencia que ejerce es muy pequeña. Cantamos y predicamos sobre Él pero no queremos que interfiera: adoramos a nuestra manera. y seguro que es la correcta porque siempre lo hemos hecho así, como las demás iglesias de nuestro grupo.

¿Qué cristiano, cuando se enfrenta a un problema moral, acude directamente al Sermón del Monte o a otro pasaje del Nuevo Testamento para encontrar una respuesta autorizada? ¿Quién permite que las enseñanzas de Cristo sean la última palabra sobre la ofrenda, el control de la natalidad, Ia formación de una familia, los hábitos personales, el diezmo, el ocio, la compra y venta, y otros asuntos igual de importantes?

¿Qué escuela teológica, desde el más humilde instituto bíblico para arriba, podría seguir funcionando si convirtiese a Cristo en el Señor de todas sus políticas? Puede que haya algunas, y espero que las haya, pero creo que tengo razón cuando digo que la mayoría de esas escuelas, para mantenerse en funcionamiento se ven obligadas a adoptar procedimientos que no encuentran justificación en la Biblia que profesan enseñar. Así encontramos una curiosa anomalía: la autoridad de Cristo se ignora para mantener una escuela que enseña, entre otras cosas, la autoridad de Cristo.

Son muchas las causas que han llevado a que la autoridad de nuestro Señor se redujera. Mencionaré solo dos. Una es el poder de la costumbre, el precedente y la tradición dentro de los
grupos religiosos más antiguos. Tales cosas, como la fuerza de la gravedad, afectan a cada partícula de práctica religiosa dentro del grupo, ejerciendo una presión firme y constante en cierta dirección. Por supuesto, esa dirección apunta a la conformidad con el statu quo. En esta circunstancia, Cristo no es el Señor; lo es la costumbre. Y lo mismo ha sucedido (seguramente en menor grado) en otros grupos, como los tabernáculos del evangelio pleno, las iglesias de la santidad, las iglesias pentecostales y fundamentalistas, y las numerosas iglesias independientes y no denominacionales que se encuentran por todas partes en Norteamérica.

La segunda causa es el resurgimiento de la intelectualidad entre los evangélicos. Esto, si percibo bien la situación, no es tanto el deseo de aprender sino el de tener la reputación de ser estudioso. Gracias a esto, aquellos hombres buenos que deberían saber cuál es el peligro se arriesgan a colaborar con el enemigo. Voy a explicarme. En nuestra época, nuestra fe evangélica (que creo que es la fe genuina de Cristo y de sus apóstoles) recibe ataques procedentes de muchas direcciones. En el mundo occidental, el enemigo ha renunciado a la violencia. Ya no viene contra nosotros con espada y palos; viene sonriendo, trayendo regalos. Alza los ojos al cielo y jura que también él cree en la fe de nuestros padres, pero su verdadero propósito es destruir la fe o al menos modificarla hasta el punto de que ya no sea la actividad sobrenatural que fue en otro tiempo. Viene en nombre de la filosofía, la psicología o la antropología, y con un dulce raciocinio nos incita a replantearnos nuestra posición histórica, a que seamos menos rígidos, más tolerantes, que tengamos un entendimiento más amplio.

Habla usando la jerga sagrada de las escuelas, y muchos de nuestros evangélicos medio educados corren contentos hacia él. Arroja títulos académicos a los hijos do los profetas, que se apresuran a recogerlos, como Rockefeller solía echar monedas a los hijos de los mendigos. Los evangélicos que, con cierta justificación han sido acusados de carecer de verdadera erudición, ahora se esfuerzan por obtener esos símbolos de estatus con ojos relucientes y, cuando los obtienen, apenas son capaces de creer lo que ven. Caminan sumidos en una especie de incredulidad eufórica, como le pasaría a la solista del coro de la iglesia local si la invitaran a cantar en La Scala.

Para el verdadero cristiano, la prueba suprema para la validez y el valor último de todo lo religioso debe ser el lugar que ocupa nuestro Señor en ello. ¿Es Señor, o es un símbolo? ¿Está a cargo de las actividades de la iglesia, o es solo un miembro con los demás? ¿Decide Él las cosas, o solo contribuye a los planes de otros? Todas las actividades religiosas, desde el acto más sencillo de un cristiano individual hasta el funcionamiento maravilloso de toda una congregación, se pueden evaluar en función de la respuesta a esta pregunta: ¿Jesucristo es Señor en esto? Que nuestras obras resulten ser madera, heno y hojarasca u oro y plata en aquel gran día dependerá en gran medida de la respuesta a esta pregunta.

Entonces, ¿qué debemos hacer? Cada uno de nosotros debe tomar una decisión, y al menos hay tres opciones posibles. Una es levantarse movidos por una indignación escandalizada y acusarme de propagar conclusiones irresponsables. Otra es asentir a lo que he escrito, pero consolarse con el hecho de que hay excepciones, y nosotros somos una de ellas. La otra es postrarse con humildad y
confesar que hemos entristecido al Espíritu y deshonrado a nuestro Señor por no concederle el lugar que su Padre le ha concedido como Cabeza y Señor de la Iglesia. La primera o la segunda acción confirmarán el error. La tercera, llevada a su conclusión, puede eliminar la maldición. Somos nosotros quienes debemos tomar una decisión.


[1] No hay base bíblica para un "himno nacional" ni para una bandera eclesial, ni para usar la cruz como símbolo. El autor menciona esas cosas, no como aprobándolas, sino comentando la situación en algunas iglesias.

 

 Quizás algunos dirán que Tozer no era de "las asambleas", pero no con eso podrán esquivar el problema que existe aun en algunas asambleas, que Cristo no ocupa en la practica el lugar que debe, como Señor y Cabeza de la Iglesia.