William MacDonald
“Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían...” (Juan 18:36).
El
hecho de que el Reino de Cristo no es de este mundo debe bastarme para
mantenerme alejado de la política del mundo. Si participo en la
política, doy un voto de confianza a favor de la capacidad del sistema
para resolver los problemas que aquejan al mundo. Pero francamente no
abrigo esta confianza, porque sé que “el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).
La política ha dado muestras de ser singularmente ineficaz al tratar
de resolver los problemas de la sociedad. Los remedios de los políticos
son como una tirita sobre una llaga supurante; no llegan a la fuente de
la infección. Sabemos que el pecado es el problema básico de nuestra
sociedad enferma. Cualquier cosa que no trate con el pecado no puede ser
tomada en serio como remedio.
Se trata de un asunto de
prioridades. ¿Debo emplear mi tiempo participando en la política o
dedicarlo a extender el evangelio? El Señor Jesús contesta la pregunta
con estas palabras: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve y anuncia el reino de Dios” (Lc. 9:60). Nuestra prioridad máxima debe ser dar a conocer a Cristo porque Él es la respuesta a los problemas de este mundo.
“Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”
(2 Co. 10:4). Si esto es así, nos encontramos ante la tremenda realidad
de que es posible darle forma a la historia nacional e internacional
con la oración, el ayuno y la Palabra de Dios mucho más de lo que
podríamos por medio de la votación.
Una figura pública dijo una
vez que la política es corrupta por naturaleza y añadió esta palabra de
advertencia: “La iglesia no debe olvidar su verdadera función tratando
de figurar en un área de los asuntos humanos donde todo lo que
conseguiría es ser un pobre competidor... si participa, perderá la
pureza de su propósito”.
El programa de Dios para esta Era es
llamar de entre las naciones a un pueblo para Su Nombre (ver Hch.
15:14). El Señor está resuelto a salvar a muchos de este mundo corrupto
en vez de hacer que se sientan a sus anchas en él. Debemos
comprometernos a trabajar con Dios en esta gloriosa emancipación.
Cuando la gente le preguntaba a Jesús qué debía hacer para poner en
práctica las obras de Dios, la respuesta fue que la obra de Dios
consistía en hacer que creyeran en Aquél que Él ha enviado (ver Jn.
6:28-29). Ésta, pues, debe ser nuestra misión: llevar a los hombres a
la fe, no a las urnas.
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