por Donald Norbie (1923-2017)
Una Meditación Sobre La Muerte Que Se
Avecina
Moisés dijo en su salmo: “Los días de nuestra edad son
setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza
es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos” (Sal. 90:10). Un
himno dice: “Nuestra vida acabará, cual la hoja caerá”. Comparada con la
eternidad, nuestra vida es un puntito minúsculo en la pantalla del tiempo.
Durante 2004 murió una señora a los 115 años de edad, y dijeron que era la
mujer más vieja en los Estados Unidos. Antes de morir, dijo: “Morirse es
difícil. ¡Espero hacerlo bien!” No se sabe si era cristiana o no. Hace años que
Kenneth Hildebrand compuso una canción en la que dijo: “Si vivo bien, ¡alabado
sea el Señor! Si muero bien, ¡alabado sea el Señor!”
Es posible morir bien, en paz con Dios y los
hombres, sabiendo que durante su vida uno ha hecho la voluntad de Dios. El
apóstol Pablo escribió al final de su vida: “Porque yo ya estoy para ser
sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena
batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe” (2 Ti. 4: 6-7). Fue
ejecutado en Roma por su fe, probablemente le decapitaron. Suya fue una entrada
triunfante en la gloria del cielo. Pablo murió bien.
El predicador en Eclesiastés declaró: “Mejor
es la buena fama que el buen ungüento; y mejor el día de la muerte que el día
del nacimiento” (Ecl. 7:1). Los padres se gozan en el nacimiento de su
pequeñito. Es una vida nueva, vigorosa, radiante con esperanza. Pero, ¿quién
sabe cómo resultará esa vida? Puede que aquel bebé, al crecer, confíe en el
Señor y viva una vida productiva, en feliz matrimonio y sea bendecido con
hijos. Pero también es posible que tome otro camino, sea rebelde, rechace a
Dios y desprecie a sus prójimos. Puede morir joven, habiendo malgastado su
vida. Recuerda los últimos días de Sansón, después de haber juzgado a Israel
veinte años. El comienzo de la carrera es importante y emocionante, pero el
final de la carrera es lo que determina quién corrió bien. El día de la muerte
es más importante que el día del nacimiento. Entonces se conocerá la calidad de
la vida de esa persona. ¡Cuán importante es vivir sabiamente!
Una Muerte Segura
Considera
bien las palabras de Pablo: “He peleado la buena batalla, he acabado la
carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia,
la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino
también a todos los que aman su venida” (2 Ti. 4:7-8). Aunque afronta la
muerte, rebosa confianza. Es un clamor de triunfo. Triunfó en la lucha contra el diablo, la
carne y el mundo. Ha sido una batalla larga y recia, pero la ganó. Su vida era
una carrera de maratón, y le eran necesarios concentración y fuerte
perseverancia. Pablo corrió bien y terminó la carrera. No claudicó en la verdad
de Dios. Pudo exhortar a Timoteo: “Retén la forma de las sanas palabras que
de mí oíste, en la fe y amor que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 1:13). Una vida
triunfante es una vida fiel al Señor y a Su Palabra. ¿Podremos terminar la vida
en triunfo como Pablo?
Prepárate Para Morir
Desde
el día de tu nacimiento debes preparar para el día de tu muerte. Escuché a un
anciano rogando encarecidamente a los jóvenes a dedicarse al Señor temprano en
la vida. Dijo: “No desperdicies tu vida. No esperes hasta la vejez para
comenzar a servir a Dios. La vejez es un tiempo de deterioro de salud, energía
y visión. Escoge sabiamente en tu juventud para que vivas una vida fructífera y
significativa”. ¡Buen consejo! En la vida sabia habrá metas sabias. La decisión
de poner a Dios en primer lugar en tu vida es la más importante decisión que
harás después de la conversión. Afectará para bien todas las demás decisiones.
Si determinas amar a Dios por encima de todo, esto te guiará a consagrarte a
Él, no contaminarte en el mundo, y buscar cómo servirle. Pablo implora a los creyentes:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis
vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro
culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de
la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena
voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:1-2).
Una
vez en un encuentro un joven se me acercó después de la reunión y dijo: “Tío
Donald (así le llamaron) hace años que creo en el Señor para salvación, pero
siento que realmente no me he consagrado a Él. Quiero hacerlo ahora”. Oramos
juntos y él derramó su corazón delante de Dios. Después, durante más de
cuarenta años su vida ha sido una bendición al pueblo de Dios. Esa decisión dio
rumbo bueno a su vida hacia Dios y las cosas del Señor.
Esa
decisión te guiará a una vida disciplinada. Comenzarás a ver que la vida es
preciosa y no debe ser desaprovechada. Hay que rechazar y evitar todo lo que
estimularía las tendencias pecaminosas en ti. Debes actuar sin misericordia en
esto, y eliminar el contacto con cualquier cosa que despierta o provee para los
deseos de la carne (Ro. 13:14). Debes someter tu vida interior de los
pensamientos al control de Cristo (2 Co. 10:5). El pecado comienza en los pensamientos
y los deseos (Stg. 1:14-16).
En
la vida disciplinada programarás tiempos regulares para leer, meditar y
estudiar la Palabra de Dios, y para orar. No hay atajos para la espiritualidad
y la madurez. Amar a Dios es amar Su Palabra. En la vida disciplinada
aprovecharás sabiamente el tiempo. Habrá que escoger lo mejor antes que lo
bueno. Un buen libro de agenda podría ayudarte. Siempre deben tener prioridad
las cosas de Dios. Cada día se presentarán oportunidades que no debes perder.
Para una vida sana debes apartar tiempo para ejercicio y relajamiento, pero no
en demasía. “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino
como sabios, Aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Por tanto,
no seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor”
(Ef. 5:15-17).
Una
vida piadosa será marcada por una buena conciencia. “Pues el propósito de
este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y
de fe no fingida” (1 Ti. 1:5). Para mantener una buena conciencia debes
confesar y apartarte de todo pecado. Debes guardarte sin mancha del mundo (Stg.
1:27). Para morir bien, debes mantener pura tu conciencia. “Consérvate puro”
(1 Ti. 5:22). Un espíritu perdonador también es vital para la salud
espiritual y la bendición. Un espíritu resentido y no perdonador amargará tu
vida y contaminará a otras personas (He. 12:14-15). Es seguro que durante los
años de tu vida serás a veces ofendido por otros y también ofenderás.
Necesitamos el perdón del Señor y de los demás, y también debemos perdonar,
como Dios nos perdonó (Ef. 4:32). Para eso son necesarios la humildad, el
arrepentimiento y la confesión. Es triste ver a un creyente llegar al final de
su vida con un corazón cargado de amarguras.
Para
vivir y morir bien, debes aceptar tu situación en la vida. Pablo lo expresó
así: “He aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación” (Fil.
4:11). En ese momento Pablo estaba preso en una cárcel en Roma, esperando un
juicio. Algunas personas siempre parecen
infelices y quejosas de su trabajo, el clima, la iglesia, y casi cualquier
cosa. Con la vejez llegarán algunas limitaciones físicas que son difíciles de
aceptar, la sordera, problemas con los ojos, poca energía y muchos achaques y
dolores. Quizás antes de la vejez tendrás una minusvalía o discapacidad. Será
difícil no mirar con envidia a los que tienen más salud. No es fácil someterse
a las pruebas de la vida y aceptarlas como de la mano del Señor. Pero si te
resientes y lamentas tu situación, solo sufrirás más. Siempre hay otros cuyas circunstancias son
peores. Recuerdo a un hombre en una silla de ruedas que dijo: “Estoy tan
agradecido que puedo usar mis brazos. Si me hubiera herido más arriba en la
columna, estaría totalmente paralizado”. Su vida destacó la gratitud. Para
morir bien, debes aceptar las circunstancias de la vida y reconocer que Dios
está obrando a tu favor, para tu bien y Su gloria (Ro. 8:28). Y la gloria celestial está adelante. El
apóstol mismo declara: “pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del
cuerpo, y presentes al Señor” (2 Co. 5:8).
Aprovecha
la gracia de Dios y comienza temprano en la vida a escoger bien, a tomar
decisiones sabias en vista de la eternidad. Entonces, si el Señor no viene
antes, morirás bien, ¡triunfantemente!
p.d. El amado hermano Norbie murió
bien, y por su vida de fiel servicio dejó ejemplo que seguir, gracias a Dios. “Estimada
es a los ojos de Jehová La muerte de sus santos” (Sal. 116:15).
Jamás Se Dice Adiós Allá
Amigos con placer nos vemos
en tiempo tan veloz;
Mas siempre llega el tiempo triste
en que se dice adiós.
CORO:
Jamás se dice adiós allá,
Jamás se dice adiós;
En el país de gozo y paz,
Jamás se dice adiós.
¡Cuán dulce es el consuelo dado
Por ellos al partir,
Que al venir Jesús en gloria,
Nos hemos de reunir!
La voz de triste despedida,
Jamás allí se oirá,
Mas la canción de paz y gozo
Por siempre durará.
A. I. Chapman (1849-1899)