“Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí. Oh Jehová, aviva
tu obra en medio de los tiempos, En medio de los tiempos hazla conocer; En la
ira acuérdate de la misericordia”. Habacuc 3:2
Es un mortal virus microscópico que ha puesto entre la espada y la pared a
todos y que convulsionara toda nuestra normal vida.
¿Por qué permite Dios esto?
Es bueno saber que nada escapa del control de Dios y que él mantiene un
propósito en cada desastre que ocurre en la tierra. Entonces veamos algunas
razones bíblicas del proceder de nuestro buen Padre Celestial en estos casos.
1. Ninguno de sus hijos redimidos por la sangre del Señor está exento de
padecer o morir en tales circunstancias. Entonces puede ser esta la forma en
que algunos de los suyos partiremos a su presencia. Aún más para ellos lo mejor
no está aquí sino en el cielo, y es así como lo precisa el apóstol Pablo: "...
teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor" (Fil.
1:23). Muchos de los creyentes han partido en catástrofes naturales como
tsunamis, terremotos, huracanes y aún por dolorosas enfermedades, todo ello
permitido por Dios en su soberanía. La muerte ha perdido para ellos su horrible
aguijón y es solo el paso restante para el inicio de un mundo mejor. Al igual
que Lázaro ninguno de ellos ha partido sin que los ángeles hallan venido para
acompañarlos en este desconocido paso (Lc. 16:22). Entonces la forma de morir
para un hijo de Dios puede ser cualquiera, eso no debe preocuparle sino su
condición espiritual al morir pues tiene que dar cuenta a Dios de la clase de
vida que llevó.
2. En segundo lugar con esta pandemia el hombre es alertado a considerar lo
pequeño e impotente que es delante de Dios. No cabe duda que Dios está buscando
que los incrédulos se arrepientan y busquen la verdad en la palabra de Dios.
Existen varios casos de personas que estuvieron gravemente afectados por este
virus y salieron de la gravedad, otros fueron portadores sin agravarse. Otros fallecieron
partiendo a la eternidad. Para todos ellos fue el día de su visitación (1 P.
2:12) y la oportunidad dada por Dios entristeciéndoles para que se
arrepintieran: "Porque la tristeza que es según Dios produce
arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la
tristeza del mundo produce muerte" (2 Co. 7:10). Las personas que se
han contagiado no son peores que aquellas sin contagio indudablemente para
todos es un llamado al arrepentimiento: "O aquellos dieciocho sobre los
cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que
todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os
arrepentís, todos pereceréis igualmente" (Lc. 13:4-5). Dios está
usando este pequeño microbio como aquellas pequeñas cosas usadas para invitar a
Faraón al arrepentimiento, moscas, langostas, ranas, úlceras, en que todo
Egipto quedó colapsado. Este orgulloso monarca no quiso hacerlo y vio no solo a
su hijo morir, sino que el mismo partió a la eternidad con su corazón
endurecido: "Y endureció Jehová el corazón de Faraón rey de
Egipto..." (Ex 14:8). Si hoy está pandemia es posible de evitarla ya
que existen 8 proyectos para encontrar la vacuna, en el futuro después que
Cristo venga por su iglesia y comience la gran tribulación, será imposible no
ser afectados: "Y los otros hombres que no fueron muertos con
estas plagas, ni aun así se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron
de adorar a los demonios, y a las imágenes de oro…" (Ap. 9:20).
Entonces en su gracia Dios da la ocasión favorable a toda la humanidad a que se
arrepientan.
3. En tercer lugar esta pandemia es usada por Dios para que la iglesia se
examine: "Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de
Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no
obedecen al evangelio de Dios?" (1 P. 4:17). Este juicio al que alude
Pedro podría ser cualquier desastre natural como lo es este virus originado en
animales. En la iglesia de Corintio habían mucho que estaban comiendo
indignamente en la Cena del Señor a saber participaban de los símbolos el pan y
la copa con una vida pecaminosa y licenciosa: "Por lo cual hay muchos
enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen" (1 Co.
11:30). Que toda una comunidad estuviese enferma y muchos ya habían partido a
la presencia del Señor pudo haber sido por las famosas epidemias de esos
entonces como la fiebre amarilla o el cólera y otras más antiguas como la
bubónica, tifus, tifoidea, o escarlatina. Es así que, tras el orgulloso pecado
de David de censar al pueblo sin confiar en la gracia de Dios, se desató una
grave plaga sobre todo Israel ya que tal orgullo no solo estaba en su rey, sino
que en muchos del pueblo: "Y Jehová envió la peste sobre Israel desde
la mañana hasta el tiempo señalado; y murieron del pueblo, desde Dan hasta
Beerseba, setenta mil hombres" (2 S. 24:15). En años posteriores se
vio Europa como el Oriente afectado por pandemias que afectaron a la iglesia
como fue la influenza, viruela, disentería bacilar, cólera y difteria. De este
modo Podemos decir que Dios quiere preparar a los suyos antes de presentarlos
en el tribunal de Cristo para que puedan cambiar sus vidas y no dejen de
recibir el galardón completo: "Mirad por vosotros mismos, para que no
perdáis el fruto de vuestro trabajo, sino que recibáis galardón completo"
(2 Jn. 1:8). Es indispensable ver esta pandemia causada por este virus no como
una plaga apocalíptica pues la iglesia está presente y ninguno de aquellos
acontecimientos descritos por el Señor en Mateo 24 como en Marcos 13 y en Lucas
21 y Apocalipsis desde el capítulo 6 al 19, sucederá o están sucediendo pues su
palabra nos dice terminantemente: "y esperar de los cielos a su
Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira
venidera" (1Ts. 1:10). Entonces la iglesia no pasará por la
tribulación futura, sino que lo hará el mundo incrédulo y principalmente
Israel. Evidentemente Dios no quiere arrebatar de este mundo a una masa de
creyentes mundanos más comprometidos con el mundo que expectantes del regreso
del Señor. En pocas palabras, santos como lo fue la vida de Lot a quien hubo
que apurarlo y forzarlo a que escapara del juicio contra Sodoma: "Y
cuando los hubieron llevado fuera, dijeron: Escapa por tu vida; no mires tras
ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas"
(Gn. 19:17).
4. En cuarto lugar esta epidemia es una ocasión especial dada a cada
creyente como en forma colectiva a la iglesia, de cumplir su llamado de
anunciar la palabra de Dios: "Mas vosotros sois linaje escogido, real
sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las
virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1
P. 2:9). Pretender salvar la vida sin cumplir esta comisión será una pérdida de
coronas para muchos de nosotros: "Porque todo el que quiera salvar su
vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio,
la salvará" (Mr. 8:35). La persecución que la iglesia sufrió al
comienzo cerró las bocas de los apóstoles y de la mayoría en Jerusalén sin
embargo fue lo que incendió los espíritus de algunos que se atrevieron a
predicar con valor fuera de Jerusalén (Hch. 11:19). Esto no fue una
irresponsabilidad sino un acto de fe que el apóstol enuncia así: "y
por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel
que murió y resucitó por ellos" (2 Co. 5:15). Con esta epidemia que
quizás se llevara a muchos compatriotas al infierno debemos preguntarnos: "¿Cómo,
pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de
quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?" (Ro.
10:14). Posiblemente por el peligro al contagio no debemos reunirnos por algún
tiempo para partir el pan, pero si podemos salir a predicar y usar
nuestros locales para cumplir la comisión de anunciar este glorioso evangelio
el cual nos endeuda delante de Dios: "Cuando yo dijere al impío:
De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea
apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad,
pero su sangre demandaré de tu mano" (Ez 3:18).
Camilo
Enrique Vásquez Vivanco,
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