martes, 10 de mayo de 2022

¿Cuándo Es Mejor La Muerte?

“Mejor el día de la muerte que el día del nacimiento” (Eclesiastés 7.1).

Entre los que no son creyentes cada vez más personas creen que sería mejor morir que sufrir y ser una carga para los demás, y piensan en suicidarse para salir de todos sus problemas. Pero en realidad, cuando muera alguien que no cree en el Señor Jesucristo, va de mal en peor. Por mucho que sufriera en esta vida, físicamente o de otros problemas, no halla alivio en el más allá. En la ultratumba ya no padece de enfermedades ni de problemas económicos ni emocionales, pero parece que ignoran que en lugar de todo eso hay algo muchísimo peor. Dios declara que “está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio” (Hebreos 9.27). No hay aniquilación, ni reencarnación, sino juicio.

      Para los que no son creyentes en Jesucristo, después de morir no hay reposo. El cuerpo reposa, y se descompone, pero no la persona que moraba en él. Va al lugar que Cristo llamó “el Hades”, que es un lugar de detención y sufrimiento mientras espera el día del juicio. “Murió también el rico, y fue sepultado; y en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos” (Lucas 16.22-23). El gemido de ese hombre fue “estoy atormentado en esta llama” (Lucas 16.24). Y ahí está todavía, con todos los demás muertos inconversos, esperando el día del juicio del Gran Trono Blanco de Dios (Apocalipsis 20.11-15). No les va mejor que en la vida, sino peor. Es cierto lo que dijo el profeta Isaías: ¡Ay del impío! Mal le irá, porque según las obras de sus manos le será pagado” (Isaías 3.11). El sistema judicial de los hombres no siempre alcanza a los que hacen mal, porque tiene sus limitaciones, debido a las debilidades y los fallos humanos – la ignorancia, el soborno, la acepción de personas, el trastorno de las leyes, y la corrupción de algunos abogados y jueces. Pero el juicio de Dios es perfecto, y es “según verdad” (Romanos 2.2), y ningún incrédulo escapará.

            Así que, si uno no es creyente en el Señor Jesucristo, si no ha recibido por la gracia de Dios el perdón y la vida eterna en Cristo, sea religioso o ateo, ciertamente no le es mejor morir. Cualquier día en esta vida, aunque sea con dolores, es mejor que los tormentos eternos del juicio de Dios. Según Jesucristo, no hay aniquilación, sino “castigo eterno” (Mateo 25.46). Así que, lo que la gente llama “eutanasia”[1] no le ayuda. Después de todos los razonamientos, justificaciones y filosofías, es simplemente un eufemismos para el suicidio asistido – una clase de homicidio – porque es matarle o ayudarle a matarse. Aunque no sufra más dolor de cáncer u otras enfermedades debilitadoras, ni es carga para los demás, ha entrado en gran dolor y tormento eterno. Eso no es un alivio, no es una condición mejor, y los que le ayudan son culpables de mandarle al lugar de tormento.

            A veces en medio de gran sufrimiento y desánimo una persona puede desear la muerte, creyendo que le sería mejor, como un alivio. El piadoso Job, cuando padecía, dijo: mi alma tuvo por mejor la estrangulación, y quiso la muerte más que mis huesos. Abomino de mi vida; no he de vivir para siempre; Déjame, pues, porque mis días son vanidad” (Job 7.15-16). Pero no se suicidó, porque dar y quitar vida es la prerrogativa de Dios, y menos mal que no lo hiciera, porque el final de su vida fue más bendecido que el principio. Seamos pacientes y esperemos en Dios. Rebeca, la esposa de Isaac, tuvo dificultades en su embarazo. Y los hijos luchaban dentro de ella; y dijo: Si es así, ¿para qué vivo yo?” (Génesis 25.22). El profeta Elías también se desalentó y quiso morir. “Se sentó debajo de un enebro; y deseando morirse, dijo: Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres (1 Reyes 19.4). El profeta Jonás se desanimó cuando Nínive no fue destruida, y deseó la muerte. Dijo en oración: “Te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida” (Jonás 4.3). Desearon la muerte porque no querían sufrir más, pero Dios no se lo concedió. No les hubiera sido mejor la muerte, porque Dios tenía otro plan para ellos. No sabemos cuándo es mejor morir que vivir, pues esa decisión está en manos de Dios.

Entonces, ya que Eclesiastés 7.1 dice “mejor el día de la muerte” ¿en qué sentido es mejor la muerte? Veamos.

Es Mejor Para El Creyente Fallecido

            Cuando muera un cristiano, en ese momento pasa directamente a la presencia del Señor. El apóstol Pablo lo expresó así: “teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor” (Filipenses 1.23). No solo para el apóstol, sino es la esperanza de todo creyente: “…más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor” (2 Corintios 5.8). Así que, el creyente no busca la muerte como escapatoria, pero tampoco rehúye de ella con temor. Reconoce como dijo el salmista: “En tu mano están mis tiempos”, y procura vivir de manera agradable al Señor.Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos” (Romanos 14.8). Pero cuando fallezca un creyente, al instante está con el Señor, en Su presencia. Habrá dejado atrás todos los problemas, dolores, debilidades, conflictos y preocupaciones de la vida. En ese momento verá que el Señor es fiel a Su promesa: “Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás” (Juan 10.28). No por mérito propio, sino por la gracia de Dios estará siempre con Él en la gloria. Entonces dirá como el rey David: “Has cambiado mi lamento en baile; desataste mi cilicio, y me ceñiste de alegría. Por tanto, a ti cantaré, gloria mía, y no estaré callado. Jehová Dios mío, te alabaré para siempre” (Salmo 30.11-12).

            Por eso, cuando muera uno de nuestros amigos o seres queridos que era creyente, la tristeza que sentimos es real, pero no es como la tristeza de los demás. Pablo dijo a los creyentes en Tesalónica: para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza” (1 Tesalonicenses 4.13). En los versos 14-18 él explica la esperanza que tenemos. Los creyentes que murieron están con el Señor Jesús, y Él los traerá consigo cuando venga a buscarnos (v. 14). Estaremos reunidos con ellos eternamente, porque todos los creyentes estarán siempre con el Señor (v. 17). Los del mundo no tienen esta esperanza, pero nosotros sí, y eso debe alentarnos.

Es Mejor Para Dios

            La muerte del creyente es mejor para Dios, porque Él quiere que todos los Suyos estén en Su morada eterna con Él. “Juntadme mis santos” (Salmo 50.5), dijo en otro contexto en el Antiguo Testamento, pero es aplicable a nosotros, como expresión del deseo de Dios. El amor del pastor a su novia sulamita, expresado en Cantares 2.14, ilustra bien lo que el Señor siente acerca de nosotros: “Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto”. ¿No es asombrosamente maravilloso, que nuestro Creador, el Dios altísimo, santo y perfecto quisiera tener comunión con nosotros? No tiene explicación, pero es así. El Señor dijo a Sus discípulos: “El Padre mismo os ama” (Juan 16.27). El Señor Jesús prometió: “voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14.2-3). Quiere que estemos a Su lado, y así será.

            Por eso dijo el salmista: “Estimada es a los ojos de Jehová la muerte de sus santos” (Salmo 116.15). O por muerte o por arrebatamiento Él nos tomará a Su lado. Entonces Cristo “verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho” (Isaías 53.11). Él dio Su vida por nosotros, no solo para darnos perdón, sino para que estemos siempre con Él. No quiere que suframos más, ni que seamos debilitados por el cuerpo físico, ni que seamos ignorantes de Su gloria. Tendrá contentamiento, gozo, satisfacción y gran gloria cuando todos los redimidos estén en el cielo, Su morada eterna. Entonces se cumplirá el deseo que Cristo expresó en Su oración antes de sufrir: Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo” (Juan 17.24).

Es Mejor Para Todos Los Que Queden Vivos

A todos los vivos hay beneficio, si quieren recibirlo, en la muerte de otro. Eclesiastés 7.2 declara que Mejor es ir a la casa del luto que a la casa del banquete”. Es mejor la muerte porque nos enseña una lección de gran valor. Nos recuerda que somos mortales, que nuestra vida tiene límite, fin, y nos invita a reflexionar y enmendar nuestros caminos para sacar provecho del tiempo que nos queda. “…porque aquello es el fin de todos los hombres, y el que vive lo pondrá en su corazón. Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón” (Eclesiastés 7.2-3). A todo ser humano le conviene recordar que no vivirá para siempre. No se suele pensar mucho en esto, pero las casas funerarias y los cementerios dan testimonio silencioso de la realidad y certeza de la muerte. Para los que no son creyentes, es una oportunidad para arrepentirse y convertirse antes de que llegue su cita con la muerte. “Pues verá que aun los sabios mueren; Que perecen del mismo modo que el insensato y el necio, y dejan a otros sus riquezas.  Su íntimo pensamiento es que sus casas serán eternas, y sus habitaciones para generación y generación; dan sus nombres a sus tierras. Mas el hombre no permanecerá en honra; es semejante a las bestias que perecen. Este su camino es locura…” (Salmo 49.10-13).

Y a los creyentes les recuerda que la vida no es un derecho, sino un regalo del Señor, Deben aprovechar cada día de la vida para agradar al Señor. Cuando en la casa de luto miramos al difunto, debemos pensar que un día estaremos en su lugar. No es complaciente, pero es saludable pensar en nuestra fragilidad y mortalidad.

En el desfile de triunfo de un general romano, pusieron un auriga (esclavo) con él, que continuamente susurraba a su oído en latín: Respice post te. Hominem te esse memento. Memento mori! – que significa: “Mira detrás de ti, recuerda que solo eres un hombre, recuerda que morirás”. Es bueno recordarlo, andar humilde y obedientemente, y de este modo prepararnos para morir bien.

Todos debemos recordar lo que Dios mandó decir al rey Ezequías: “Ordena tu casa, porque morirás, y no vivirás” (2 Reyes 20.1). El rey lloró y oró, y Dios le concedió quince años más, pero las Escrituras testifican de que Ezequías no utilizó bien esos años, sino desagradó a Dios. Es fácil criticar a ese rey, pero antes debemos preguntarnos qué hacemos con el tiempo que Dios nos da. Alguien preguntó que si supieras que morirías el año que viene, o la semana que viene, ¿qué harías con los últimos días de tu vida? La idea es ocuparnos ahora de esas cosas. Como dijo el misionero inglés, C. T. Studd: “Solo una vida, pronto pasará; solo lo hecho para Cristo durará”.

Carlos Tomás Knott

[1] Eutanasia viene del griego y significa “buena muerte”. Es intervenir deliberadamente para terminar una vida para aliviar el dolor y el sufrimiento. Es ilegal en todo el mundo excepto siete países: Bélgica, Luxemburgo, Canadá, Nueva Zelanda, España, Países Bajos y Colombia. Pero aun en estos países el problema, que no quieren reconocer, es que Dios no la aprueba.

Conviene recordar que no intervenir para prolongar la vida no es lo mismo que eutanasia.

viernes, 15 de abril de 2022

Dios Habla Con Precisión

 


La precisión es importante, en la medicina, la astronomía, la construcción, la programación informática, las cuentas bancarias, y muchos otros aspectos de la vida. Un pequeño fallo puede tener grandes repercusiones.
    Sobra decir que Dios lo sabe todo. En esto estamos de acuerdo, y hallamos gran consuelo en la omnisciencia de Dios, y en Su sabiduría. Siendo perfectamente sabio, Dios se comunica con nosotros usando con precisión un idioma humano. Y como no es Dios de confusión, sino de orden, podemos esperar ver ese orden en la gramática y el vocabulario que Él elige. Estamos seguros de que Dios habla como quiere, y dice exactamente lo que quiere decir. Él no dice "más o menos", ni nunca tendrá que enmendar Sus palabras ni decir: “cuando dije digo dije diego”.
     Los cristianos creemos en la inspiración plenaria y verbal de la Biblia, que el Espíritu de Dios escogió con precisión las palabras que quiso usar en cada circunstancia, y causó que ésas fuesen escritas, sin que se interpusiera ninguna palabra humana. En la frase: “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Ti. 3:16), “Escritura” es la palabra griega “grafe” – que significa gráficas, cosas escritas. Esto es: “Perteneciente o relativo a la escritura y a la imprenta. Que se representa por medio de figuras o signos”. Entonces, “Toda la Escritura” se refiere a todo lo que Dios ha hecho que se escriba, sin excepción. Cada palabra de las Escrituras lleva esta marca divina.
    Cristo señaló la importancia de cada detalle de la Palabra de Dios. Declaró: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt. 5:18). La jota es la letra “yod” en hebreo
, la más pequeña del alfabeto, y corresponde a iota en griego. La tilde en hebreo se refiere a los signos, pequeñas marcas como puntos que aparecen debajo de las letras hebreas (por ej.  ̤  ̞ ). ¡Hasta estas marcas pequeñas fueron inspiradas!  Es importante que reconozcamos esta verdad y prestemos atención en la lectura de la Biblia, porque Dios escogió cada palabra, singular o plural, su género, el tiempo de cada verbo, y ciertos términos en lugar de otros.
    En Génesis 2:16-17 dio instrucciones explícitas a Adán. Podía comer de todo árbol en el huerto menos uno: “el árbol de la ciencia del bien y del mal” y advirtió que comer de él causaría muerte. ¿Qué hizo la serpiente cuando apareció en la escena en Génesis 3? Enredó a Eva acerca de los términos y propósitos de ese sencillo mandamiento. Eva no citó correctamente lo que Dios había dicho. Omitió una parte, y añadió otra parte, y llamó al Creador “Dios” – como la serpiente dijo, en lugar de “Jehová Dios” como Él se dio a conocer a ellos. No puso atención a lo que Dios había dicho. Luego aceptó cuando el tentador puso en entredicho los propósitos de Dios. Una de las lecciones que aprendemos de Génesis 2 y 3 es la importancia de conocer exactamente lo que Dios ha dicho, y creerle implícitamente.
    Observa la precisión con que habló Cristo cuando resucitó a Lázaro. “¡Lázaro, ven fuera!” (Jn. 11:43). Si hubiera dicho: “¡Ven fuera!” o “Venid fuera” podían haber salido de sus sepulcros todos los muertos. Juan 5:28-29 informa que en un día futuro todos los que están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán. Pero ese día, Cristo solo llamó a Lázaro.
    El género también es importante. Salmo 68:11 dice: “El Señor daba palabra; había grande multitud de las que llevaban buenas nuevas”. “Las”, no “los”, indica que las mujeres hacían correr entre los del pueblo la orden divina de avanzar: “Marchad”. No que fuesen predicadores ni maestros, sino que fielmente pasaron el informe en esperanza de victoria.
    Dios sabe cuando poner artículo y cuando no. Por ejemplo, Juan 1:1 dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. Los llamados “testigos de Jehová” no creen que Jesucristo sea Dios igual con el Padre, así que se toman la libertad de alterar el texto. Ellos añaden la palabra “un”, para que el texto diga: “...y el Verbo era un dios”. Con eso pretenden indicar que era una criatura poderosa pero hecha por Dios. Con algo tan pequeño como un artículo indefinido se crea una doctrina errónea que ataca la deidad de Cristo.
    Dios también sabe distinguir entre singular y plural, y no se equivoca. Gálatas 3:16 señala la importancia de esto, cuando cita la promesa divina a Abraham (Gn. 22:18). “No dice: Y a las simientes, como si hablase de muchos, sino como de uno: Y a tu simiente”. La promesa no habla de los descendientes de Abraham en plural, sino de uno solo, que indica a Cristo. El Espíritu Santo nos hace saber que la distinción entre plural y singular es importante.
    Respecto a la Cena del Señor, observamos que el texto sagrado emplea el singular para referirse a los símbolos. No panes, sino pan. No copas, sino copa. Los textos de los Evangelios siempre utilizan el singular, “pan” y “copa” (Mt. 26:26-27; Mr. 14:22-23; Lc. 22:19-20). 1 Corintios 10:16-17 también utiliza el singular y lo enfatiza. “El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?” “Pan”, “comunión” y “cuerpo” están en singular (v. 16). Es un detalle importante, porque el siguiente versículo dice: “Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan” (v. 17). Y el capítulo siguiente indica lo mismo acerca de los símbolos del pan y la copa. Lo vemos enfatizado por las repeticiones en 1 Corintios 11:23-28,
    v. 23    “el pan”
    v. 25    “la copa”
                “esta copa”
    v. 26    “este pan”
                “esta copa”
    v. 27    “este pan”
                “esta copa”
    v. 28    “del pan”
                “la copa”
    El Espíritu Santo dijo exactamente lo que quiso decir, y nos ha dado un patrón que seguir (He. 8:5). No dice que tiene que ser en un aposento, ni cómo se tienen que arreglar las sillas, ni a qué hora celebrarlo, pero sí indica esto repetidas veces acerca de los símbolos.
    La importancia de singular y plural también se ve en el asunto del gobierno de la iglesia. El patrón del Nuevo Testamento es que haya ancianos (plural) en cada iglesia (singular). “Constituyeron ancianos en cada iglesia” (Hch. 14:23). “...Hizo llamar a los ancianos de la iglesia” (Hch. 20:17). “Establecieses ancianos en cada ciudad” (Tit. 1:5). “Ruego a los ancianos que están entre vosotros” (1 P. 5:1). “Saludad a todos vuestros pastores (He. 13:24). Nunca se puso a un solo hombre como “el pastor” de una asamblea local. Eso no está aprobado por Dios. Pero los que dicen que no importan el singular en cosas como pan o panes, copa o copas, también pueden emplear esa lógica para despreciar el plural que Dios indica para el cuidado de la asamblea. ¿Es importante que Dios no dice anciano sino ancianos – no pastor sino pastores? Claro que sí. Ni es bíblico que un hombre, aunque tenga estudios, dinero o sea aun misionero, se quede como "el anciano", y gobierne a la asamblea.
     1 Timoteo 3 y Tito 1 hablan en singular porque trata las cualidades del carácter y la conducta de cada uno que es anciano. Indica que el que es anciano debe ser marido de una sola mujer – no de varias. En 1 Timoteo 5 uno de los requisitos de la viuda que es puesta en la lista es “que haya sido esposa de un solo marido” (v. 9). Dios se fija en estos detalles. “Hay un solo Dios [no dioses], y un solo mediador [no mediadores] entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre” (1 Ti. 2:5).
    En Efesios 4 el apóstol nos llama a guardar – no hacer – la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (v. 3). Luego en los versículos 4-6 nos detalla los aspectos importantes de esa unidad hecha por el Espíritu Santo: un cuerpo, un Espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos.
    Varias veces en Su Palabra Dios nos manda tener cuidado de no añadir ni quitar de lo que Él ha dicho. No tenemos derecho de alterar o modificar Su Palabra, ni en los detalles pequeños, como por ejemplo una “s”, es decir, de singular a plural o vice versa, porque “toda la Escritura es inspirada por Dios y útil” (2 Ti. 3:16).

miércoles, 30 de marzo de 2022

El Atavío Cristiano

 por D. R. Alves


1 Timoteo 2.9-10
 
“Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor
 
y modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos 
 
costosos, sino con buenas obras, como corresponde a mujeres que 
 
profesan piedad”.


1 Pedro 3.3-4 

Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos

de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el 

incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de 

grande estima delante de Dios”.


Afuera y adentro

El atavío es la compostura de uno. Es su traje. Es un tema que obliga tanto al varón cristiano como a la mujer, y de ninguna manera debemos pensar que se limita a unas pocas prendas o estilos pasajeros del vestir femenino que apelan o molestan a un grupo u otro en cada sociedad. Nuestro atavío por fuera muestra cómo estamos por dentro.

Alguien dirá, entonces, que no hay por qué ocuparnos de lo que conviene y no conviene en cuanto a la ropa, los adornos y los arreglos del cuerpo, sino limitar nuestra atención a la devoción a Cristo. Hay algo de cierto en esto, y nunca debemos pensar que un atavío conservador o convencional por fuera sea prueba irrefutable de una gran espiritualidad por dentro.

Pero aun en cosas de la salud corporal, tenemos que ocuparnos de los síntomas. Por ejemplo, la ciencia médica nos dice que la Vitamina C ataca las evidencias del resfriado, y no las causas. ¡Pero no por esto dejamos de tomar algo para aliviarnos de una fuerte gripe! O, al encontrarnos con severos dolores abdominales, sabemos que el problema está adentro, pero comenzamos por definir cómo se nos manifiesta en los sentidos.

“Sois mis testigos”

Tanto el apóstol Pablo como el apóstol Pedro dejan en claro la relación estrecha entre el atavío afuera y el ornato adentro. El contraste en 1 Timoteo es entre el atavío exterior y la piedad manifestada en las buenas obras. En 1 Pedro el contraste es entre el atavío externo y el espíritu afable y apacible por dentro.

Pablo trata el tema como el primero de tres enseñanzas para las mujeres:

· En los versículos 9 y 10 de 1 Timoteo 2 (los versículos citados), él ve la mujer en público, comportándose “como corresponde a mujeres que profesan piedad”.

· En los versículos 11 al 14, habla de ella en la asamblea, en silencio, sin ejercer dominio.

· En el versículo 15 ella está en el hogar, entre sus hijos, manifestando fe, amor y santificación.

¡Y cuán grande es su influencia en todas tres esferas! Ella, mucho más que el varón, cuenta con excelentes oportunidades para honrar y manifestar a Cristo simplemente por su manera de ser, sin que diga palabra alguna.

Pedro trata el tema en el contexto de la relación matrimonial. La secuencia de sus ideas es:

     · vuestros maridos
     · vuestra conducta
     · vuestro atavío

Otra vez, el trasfondo es la influencia silenciosa de la mujer. Aquí también el escritor comienza hablando de lo que la gente ve por fuera, pero termina hablando de lo que Dios ve por dentro. La conducta de las esposas, dice, es de grande estima delante de Dios.

Así que, es cierto que también de estos pasajes el varón cristiano puede aprender cómo debe vestirse y adornarse, pero es evidente que el Espíritu Santo percibe el problema como de especial relevancia a nuestras hermanas en Cristo. No es simplemente una cuestión de lo que ellas no deben hacer, sino de lo que es su privilegio ser y hacer.

El tema se divide en tres: la ropa, el peinado y los adornos. A su vez, el asunto de la ropa se divide entre el costo, el buen gusto y el pudor.

La ropa: Gasto necesario

Hablemos primeramente del costo, aun de la ropa más decente. Las primeras preguntas que se hace el creyente, mujer o varón, son: ¿Cuánto debo invertir en vestimenta? Por legítimo que sea esta prenda, ¿hace falta, o puedo emplear mejor lo que Dios me ha dado?

“No os afanéis ... por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir”, nos mandó el Señor, pero lo hacemos. Que aprendamos de los lirios del campo (que crecen en el lodo, por cierto); ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Acordémonos de lo que dijo Job acerca del impío: “Aunque prepare ropa como lodo, es el justo que se vestirá, y el inocente repartirá la plata”, Job 27.16.

Somos administradores de bienes ajenos, responsables por lo que Dios nos ha permitido custodiar. “Se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel”, 1 Corintios 4.1. “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”, 1 Pedro 4.10.

“Los armarios de algunos cristianos parecen ser tiendas de 

ropa”, escribió un hermano. “A veces les encontramos de viaje, 

y un palo tendido encima del asiento trasero de su lujoso 

vehículo guarda un mostrario de blusas, camisas, trajes y 

vestidos que compite con lo que puede ofrecer un vendedor 

viajero que atiende a los botique de la alta sociedad. ¿Por qué 

lo hacemos? ¿No es asunto de vanidad? Nos complace que 

otros nos feliciten por nuestro buen gusto, nuestra apariencia, 

nuestra conformidad con las modas del momento. Por orgullo 

propio, robamos a Dios”. [William McDonald].

La ropa: Buen criterio

1 Timoteo habla de “pudor y modestia”, o “recato y sobriedad”, o “sencillez”. Tradúzcanse las frases como quiera, pero hay dos ideas: no sólo la de no ser escandaloso, sino también la de usar buen juicio.

             Si en traje mundanal me visto,
            ¿Cuál loor el mundo me dará?

No todos disponen del dinero necesario como para comprar toda la ropa que podrían justificar, pero todos pueden ejercer cuidado en cuanto a qué compran, cómo lo ponen y cómo lo cuidan. El cristiano debe adornar la doctrina. Si por un lado no debe llamarse la atención a sí por lo lujoso o lo indecente de su vestimenta, tampoco debe llamar la atención por su dejadez o desaseo.

Alguien dijo con acierto que el desaliño es una ofensa contra el Espíritu Santo. (¡También lo es el mal olor del cuerpo!) El decoro cristiano cubre la desnudez, defiende contra el frío, reconoce el problema del calor y protege contra el daño. Pero intenta no llamar la atención a uno mismo. Siempre habrá discrepancias de criterio y malas interpretaciones de nuestros motivos. Tengamos presente que ni aun Cristo se agradó a sí mismo. Nuestro atavío no debe gritar: “¡Mírenme a mí!”

La ropa: Consideración de otros

Ahora el pudor. Vivimos en una sociedad enloquecida y corrompida por cuestiones sexuales. La televisión y otros medios de comunicación enaltecen lo que es vil. “Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos ... Como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios les entregó a una mente reprobada” (Ro. 1.24, 28).

Hay ropa que no es lujosa, y aun se puede decir que es de buen gusto en su diseño, pero provoca. Tal vez la falta sea tan sólo en la talla o el corte, pero el efecto es el mismo. Quizás la srta. Fulana sabría usarla sin problema, pero doña Menguana no debe ponerla.

La tentación es mayor para las jóvenes, pero resueltamente no se limita a las señoritas. Hay señoras de edad madura que por lo visto quieren aparentar muy niñas en cómo salen a la calle, o cómo se presentan en la reunión. La necesidad de manifestar pudor predomina para el sexo femenino, pero los varones pueden faltar también en poner prendas demasiado ajustadas. Si puede incitar pasiones innecesariamente, la ropa no es cristiana. Si provoca, es solo para el uso de los inconversos.

El cabello

A la mujer dejarse crecer el pelo le es honroso. Vanagloriarse en ese cabello es pecaminoso. El cabello es su gloria, pero ella no debe enaltecerse por medio de su cabello.

Habiendo mencionado el atavío en general, Pablo y Pedro hacen mención del peinado en primer lugar. El tropiezo no es el cabello, sino la ostentación. Un cristiano (varón o mujer) puede ser cuidadoso en cuanto a su ropa, y puede renunciar toda suerte de fantasía y joyas, pero todavía llamarse la atención a sí por su peinado.

En todo lo que estamos considerando en este escrito sencillo, las palabras clave son “llamarse la atención a sí”. Cuando nuestro hombre interior está desvestido, nuestra naturaleza pecaminosa nos impulsa a prestar atención al exterior. Nosotros los creyentes podemos aprender mucho de cómo actuaron Adán y Eva cuando se vieron desnudos ante Dios. ¡La lección de la inútil hoja de higuera es para el cristiano también!

La protesta de los autores inspirados, citados arriba, va en contra de “un trenzado de cabello”, “peinados refinados”, “cabellos encrespados”, “rizos”, y otros intentos a traducir todo lo que en el fondo dice, a través de cabello: “¡Mírenme a mí!”

Estamos obligados a abrir un paréntesis aquí, pero sin el ánimo de que este escrito se torne en una exposición de doctrina. El asunto es que no estamos hablando de lo que popularmente se llama el pelo largo y el pelo corto. (Realmente no es en esencia largo/corto; la misma naturaleza nos enseña esto, notando el cabelludo que algunas tienen o otras no).

La doctrina de “dejarse crecer” el cabello (o no dejarlo crecer en el caso del varón) es algo muy aparte de escoger un estilo de peinado. La mujer cristiana no deja crecer el cabello por apariencia, gusto, conveniencia o moda. Lo hace porque esa cubierta se reviste de un profundo significado espiritual, como se explica en 1 Corintios 11.

Repetimos: este aspecto más importante del manejo del cabello no cabe en una exhortación titulada “El atavío cristiano”, sino más bien sería parte de un escrito sobre el señorío de Cristo en la vida cristiana. La mujer ejercitada parte de la base que va a dejar crecer su pelo; de allí en adelante es cuestión de cómo arreglar el peinado. Es fácil para algunas y dificilísimo para otras.

Los adornos

Ambos apóstoles hablan del oro, pero no tan sólo el oro puede ser ostentación. Por ejemplo, otro que habla del oro es Santiago, y ni siquiera critica al hombre que lleva el anillo, sino a los hermanos que dan preferencia a quien puede sufragar este gasto. (Ya que hemos tocado ese malentendido pasaje en Santiago 2.2, vamos a decir de paso que, en esta sociedad corrupta, conviene que ambos, el esposo y la esposa, lleven una señal de que están bajo el yugo conyugal).

Pablo habla del oro y las perlas, y nosotros del oro y las fantasías de quincallería (bisutería – adornos hechos de materiales no preciosos que imitan al oro y las perlas). Hay una diferencia de precio, ¡pero no de motivo!

Si fuera asunto de precisar más sobre los adornos que le llaman la atención a Dios como evidencias de un mal estado espiritual, iríamos a Isaías 3. Aquel capítulo profético habla de la condición desastrosa del pueblo de Israel y contiene una línea que viene muy al caso de lo que dijimos al principio de este escrito acerca del atavío como indicio de nuestro estado espiritual. Dice: La apariencia de sus rostros testifica contra ellos”.

¡Qué de lista de evidencias cuando el profeta llega a hablar de aquellas mujeres! “Atavío del calzado, lunetas...” No dice que son cuestión de gustos o del criterio de cada cual, sino evidencias de orgullo; 3.16. Estas evidencias están en el andar, vestir, arreglo y adorno. Francamente, da a pensar. El resultado para Israel en ese tiempo venidero de la tribulación será: 1. Jehová descubrirá la vergüenza de las mujeres.  2. “Tus varones caerán a espada”.

(Señora, señorita, fíjese por favor en el punto nº 2. Su espiritualidad o carnalidad impacta fuertemente en los varones).

Ya que ella está con el Señor ahora, quizás puedo usar el ejemplo de una hija nuestra. Tenía su propio carácter, sus virtudes y sus faltas, pero un punto clave en lo que sigue es que se trata de una época en su vida cuando vivía sola en la capital, tenía buen empleo y en fin estaba en libertad de vivir como quería.

Ella esperó larga y quietamente en la cola en la farmacia cierto día, y se sorprendió cuando un hombre maduro se acercó y dijo: “Señorita, ¿me permite una pregunta? ¿Usted es verdadera cristiana?” “Soy salva por Cristo”, respondió. “Señorita, le felicito”. Y con esto él salió a la calle. La moraleja es lo que dijimos al principio: el atavío de la mujer cristiana habla a gritos. 

¿Qué le conviene al cristiano hoy en día? Que cada uno esté persuadido en su propio ánimo, pero siempre según las Escrituras, y no conforme a sus propios gustos ni la moda. Profesamos piedad, y sabemos por la Palabra que hay cosas que son “de grande estima delante de Dios”.