miércoles, 20 de noviembre de 2024

DIGNO ES EL CORDERO

 


 “¿Quién es digno?... no se había hallado a ninguno digno”.
“Digno eres...el cordero que fue inmolado es digno” (Ap. 5:2, 4, 9, 12).

“Digno” es una palabra clave en este pasaje. La gran pregunta lanzada en el cielo es: “¿Quién es digno?”  La respuesta – nadie. Juan, viendo que no se hallaba a ninguno digno, lloró. Es el único caso registrado de alguien que llora en el cielo. Y se le dijo: “No llores” (Ap. 5.5).
    Tenía que aprender lo que todo el cielo sabe, y ahora nosotros también lo sabemos por la gracia de Dios: sólo el Cordero de Dios es digno. En el cielo nadie adora a la virgen, los santos, los ángeles ni los cuatro seres vivientes. ¡Nadie habla de la dignidad del ser humano! Todo el cielo adora únicamente a Dios y al Cordero. De eso se ocupan en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis, dándonos ejemplo. Aquí abajo, desde el planeta todavía rebelde, los creyentes unimos nuestra voz a las del cielo. Hermanos, una de las formas más puras de adoración es proclamar la dignidad del Cordero.
    En las escenas de adoración en la Biblia, toda palabra es dirigida directamente al Señor. La práctica de acercarse a un micrófono y “dar un pensamiento”, o exponer algo delante de los hombres en la Cena del Señor, demuestra que aún no hemos entendido bien la adoración. Todo lo que hay que decir puede ser dirigido directamente al Señor, ministrando a Su Persona, en lugar de dirigirse a la congregación. Ellos oirán lo que decimos, pero debemos decirle al Señor, como vemos en Apocalipsis 4 y 5.
    Los que están en el cielo doblan las rodillas y se postran en adoración. Dentro de no mucho, toda rodilla se doblará en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confesará que Jesucristo es el Señor. Pero ahora, congregados en Su Nombre, podemos seguir el ejemplo celestial. Adoremos, confesemos la gran dicha de Su señorío, y proclamamos gozosos: “Digno eres... porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios” (Ap. 5.9).

Carlos

sábado, 16 de noviembre de 2024

Presentemos Nuestro Cuerpo a Dios

 


Romanos 12.1 “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”

            La expresión “así qué, hermanos”, indica una continuación y aplicación. No habla a los inconversos, sino a los hermanos. Son aplicaciones para los que han sido justificados. Pablo podía haber mandado, con autoridad apostólica, pero escoge otra expresión: “os ruego”. Nos recuerda lo que escribió a Filemón: “Por lo cual, aunque tengo mucha libertad en Cristo para mandarte lo que conviene, más bien te ruego por amor” (vv. 8-9).

            “por las misericordias de Dios”. Su misericordia es el gran tema de los Salmos 107 y 136. “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia” (Sal. 107.1). En su carta a Filemón, Pablo apeló al amor. Cuando escribió a los romanos, apeló a la misericordia de Dios. Si repasamos los primeros once capítulos, la veremos muchas veces. Ella debe motivarnos, como dijo Isaac Watts:

             “¿Y qué podré yo darte a Ti, a cambio de tan grande don?

            Todo es pobre, todo ruin. Toma, ¡oh Dios!, mi corazón”.

   El capítulo 1 describe la condición necia y rebelde de la raza humana, que rechazó la luz de la revelación se hundió en el pecado. No solo eso, sino que también despreció y rechazó la misericordia divina, descrita así: su benignidad, paciencia y longanimidad” (Ro. 2.4). Dios tuvo misericordia de la raza humana, desviada e inútil (3.12), y para manifestar Su justicia, sacrificó a Su Hijo “como propiciación”, para que “por medio de la fe en su sangre” podamos ser salvos (3.25). En Su misericordia nos salva por gracia (c. 4), nos da paz, y nos libra de la asociación con Adán (c. 5), nos libra del domino del pecado (c. 6), nos libra de las demandas de la ley (c. 7), provee el Espíritu Santo para guiarnos, y garantiza que nada puede separarnos de Su amor (c. 8). Con Israel también tiene gran misericordia, y pese a su dureza e incredulidad, cumplirá todas Sus promesas a ella (cc. 9-11). Judíos y gentiles han alcanzado la misericordia de Dios (11.30-31). El verso 32 declara: “Porque Dios sujetó a todos en desobediencia, para tener misericordia de todos”. Los que conocemos esta gran misericordia debemos vivir para Dios.

 “que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”

      Respondemos a la misericordia de Dios con gratitud y alabanza, pero también con el sacrificio de nuestros cuerpos. Ningún animal sacrificado bajo la ley se presentaba a sí mismo, sino otro lo sacrificó. Nuestro privilegio y deber es presentar a Dios, no un animal para morir, sino nuestro propio cuerpo para vivir para Él. Es una entrega voluntaria y completa. Números 6 habla del voto de los nazareos (vv. 1-21), que era voluntario y por un tiempo. El sacrificio vivo del creyente es para siempre, en respuesta a las misericordias de Dios. En este verso y el siguiente debemos tomar nota de cinco verbos: “presentar”, “no conformar”, “transformaros”, “renovar” y “comprobar”.

     El primero de los cinco es: “que presentéis vuestros cuerpos”. Eso ya fue enseñado en Romanos 6.13, presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia”. “Presentar” (gr. paristemi) significa ponerse al lado, o delante; a la disposición de otro, ofrecerse. Se trata de nuestro cuerpo físico (gr. soma), “nuestra carne” (2 Co. 4.11). “Cuerpo” puede ser una sinécdoque, una figura de hablar por el que una parte representa toda la entidad, es decir, todo nuestro ser, cuerpo, mente, corazón, espíritu, fuerzas, en fin, todo. Pero el significado literal también es válido: nuestro cuerpo físico debe ser un instrumento para servir a Dios. Lo presentamos no para salvación, sino para servicio. Algunos piensan que a Dios no le importan las cosas externas como el cuerpo, sino solo lo interno, el corazón, pero se equivocan. ¡Dios quiere todo nuestro ser, y todo le es importante! El corazón y el cuerpo están conectados.

      Cristo presentó Su cuerpo y reconoció que preparado para hacer la voluntad del Padre (He. 10.5). Llevó nuestros pecados “en su cuerpo sobre el madero” (1 P. 2.24). Nos ha reconciliado “en su cuerpo de carne” (Col. 1.21-22). Somos santificados “mediante la ofrenda de su cuerpo” (He. 10.10). Pero Dios también tiene interés en nuestro cuerpo físico, pues está incluido en la redención. 1 Corintios 6.15-20 enseña la importancia del cuerpo físico del creyente, y pregunta: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios” (vv. 19-20). Muchos hoy ignoran esta gran verdad, y hacen con su cuerpo lo que les parece, según las modas corrientes, y dicen que Dios mira al corazón.[1] Es cierto que lo mira, y ve que en su corazón falta santidad y devoción, y abunda el egoísmo. Pablo conocía bien la importancia del cuerpo, y debemos seguir su ejemplo.

 · “… golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1 Co. 9.27).

 · “antes bien con toda confianza, como siempre, ahora también será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (Fil. 1.20).

 · “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Co. 5.10).

    Los creyentes macedonios, aunque pobres y afligidos, respondieron así cuando presentaron su ofrenda para los pobres en Jerusalén. Pablo comenta: “Y no como lo esperábamos, sino que a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios” (2 Co. 8.5). No ofrendaron solo dinero, sino en primer lugar se presentaron, se dieron, al Señor, es decir: su cuerpo, su persona, todo su ser. Ellos ilustran la enseñanza de Romanos 12.1.


[1] A los que dicen: “A Dios no le importa cosas externas como el pelo”, les remitimos a 1 Corintios 11.14-15, que declara que al varón le corresponde el pelo corto, y a la mujer le corresponde el cabello largo.

lunes, 23 de septiembre de 2024

¿Hasta Cuando Honramos A Los Padres?


En Génesis 18.19 Dios dice acerca de Abraham: “Porque yo sé que mandará a sus hijos y a su casa después de sí, que guarden el camino de Jehová, haciendo justicia y juicio, para que haga venir Jehová sobre Abraham lo que ha hablado acerca de él”. Esto indica Su aprobación de la forma que Abraham cumplía sus responsabilidades con sus hijos y todos los demás de su casa. Es la responsabilidad de los padres guiar, aconsejar, enseñar, amonestar y aun mandar a sus hijos respecto al camino del Señor, y lo bueno y lo malo en la vida.
    En Éxodo 20.12 Dios manda a todo Su pueblo: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da”. El Nuevo Testamento repite este mandamiento, y por eso sabemos que no se caduca. Dice además que es “el primer mandamiento con promesa” (Ef. 6.2). Honrar es un término que incluye la actitud, la forma de hablar y los hechos. Dios enfatiza repetidas veces en Su Palabra la importancia de honrar a los padres. Los hijos sabios lo hacen, porque el temor de Jehová es el principio de la sabiduría, y han aprendido a seguir Sus instrucciones. Pero los hijos necios siguen el perfil del necio en el libro de Proverbios, y andan independientemente, y contradiciendo y despreciando el consejo de sus padres. “El camino del necio es derecho en su propia opinión, mas el que obedece el consejo es sabio” (Pr. 12.15). ¡Cuánto más pronunciado es ese error cuando los padres son creyentes que andan en el temor de Dios, y los hijos no siguen ni su ejemplo ni sus consejos! El escarnio no solo se hace con la cara o la palabras, sino también con hechos desaprobados por los padres. Proverbios 30.17 dice: “El ojo que escarnece a su padre y menosprecia la enseñanza de la madre, los cuervos de la cañada lo saquen, y lo devoren los hijos del águila”.
    Josué 24.15 es un texto conocido por muchos. “Yo y mi casa serviremos a Jehová”. Lo dijo Josué, líder en Israel y cabeza de su propia familia. Él declaró la posición de la familia, y su esposo, hijos e siervos le siguieron.
    Y a los hijos la Palabra de Dios habla nuevamente diciendo: “Oye la instrucción de tu padre, y no desprecies la dirección de tu madre” (Pr. 1.8). Este consejo inspirado se da repetidas veces a lo largo del libro de Proverbios. “Oye, hijo mío, y recibe mis razones” (4.10). Está claro que “oír” es más que estar escuchando, porque con paralelismo típico de la poesía hebrea, dice: “oye... y recibe”. Esto es, escuchar y hacer caso, no como los que oyen pero no reciben, sino dicen: “eso es tu opinión”.
    Proverbios 4.13 dice: “retén el consejo, no lo dejes”. Vemos ejemplo de esto en los recabitas (Jer. 35) que retuvieron el consejo y la instrucción de Jonadab, durante casi trescientos años. Proverbios 4.20 dice: “Hijo mío, está atento a mis palabras, inclina tu oído a mis razones”. Inclinar el oído es una decisión y disposición que cada hijo debe tomar delante del Señor. Cada uno decide a quién escucha, a quién se inclinas a oír (hacer caso) y a quién no. Mediante la Biblia, Dios nos guía en esta responsabilidad humana.
    Porque Dios inspiró y preservó los consejos paternos del libro de Proverbios, podemos estar seguros que en ellos hay patrón para creyentes de toda época, antigua y moderna. La obsesión moderna de “independizarse” de los padres simplemente porque uno es “mayor de edad” o “adulto”, proviene del mundo, no de la Palabra de Dios. En la Biblia, hombres como Isaac todavía vivieron bajo la autoridad y dirección de sus padres hasta casarse, aunque en el caso de Isaac, él no se casó hasta los cuarenta años, en la voluntad de Dios. Isaac no dijo: “Otros de mi edad ya no viven con sus padres”. No dijo: “He encontrado a alguien especial y me voy a casar”. (Hoy no dicen ni eso, sino que se juntan como pareja sin casarse). No dijo: “No soy un niño, y viviré mi propia vida”, ni nada parecido. Esperó en casa de su padre, seguramente ocupado en trabajos, y cuando Dios quiso, a su tiempo, le proveyó una esposa (Gn. 25).
    Génesis 2.24 enseña cuándo se independiza uno de los padres: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne”. Se repite en el Nuevo Testamento: Mateo 19.5, Marcos 10.7 y Efesios 5.31. Pero esto no le da derecho a deshonrarlos.  “¿Dónde dice la Biblia que cuando uno es adulto, no tiene que honrar más a sus padres, ni retener sus consejos? Siempre serán los padres, y no debemos perder nunca el respeto, ni en la forma de hablar, ni en la conducta. Una lectura atenta de Proverbios demostrará que las instrucciones paternas y los consejos dados son para más que infantes y niños o muchachos jóvenes. Claramente, son para mayores también – capaces de ser tentados por cosas como la violencia del robo, la deshonestidad en el negocio, la fornicación y el adulterio. Cierto es que no habla sólo para niños.
    Proverbios 5.20 lo lleva un paso más adelante: “Guarda, hijo mío, el mandamiento de tu padre, y no dejes la enseñanza de tu madre”. Guardar es atesorar, proteger, cuidar como algo importante. Por eso Proverbios 7.1 dice: “Hijo mío, guarda mis razones, y atesora contigo mis mandamientos”. Otra vez señalamos a los recabitas, que durante siglos guardaban fielmente los mandamientos de Jonadab, aun acerca de cosas que les hubiesen sido lícitas: edificar casas, plantar viñas, beber vino. Dios dejó saber en Jeremías 35.12-19 que Él bendecía para siempre a los recabitas por su obediencia a las palabras de su padre, y que era ejemplo que Israel tenía que haber seguido con Dios.
    ¿Somos sabios? “El hijo sabio recibe el consejo del padre, mas el burlador no escucha las reprensiones” (Pr. 13.1).
    Nuestro Señor es, por supuesto, el mejor Hijo. “Yo hago siempre lo que le agrada”, declaró (Jn. 8.29). “El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón” (Sal. 40.8). Miramos con admiración la comunión entre el Padre y el Hijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente. Porque el Padre ama al Hijo, y le muestra todas las cosas que él hace” (Jn. 5.19-20). Con razón el Padre declaró desde los cielos: “Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mt. 3.17; Mr. 1.11).
   

lunes, 13 de mayo de 2024

ISRAEL MI AMADA



    "Mi deleite está en ella" – Hepsiba – es el nombre que el Señor dio a Su antiguo pueblo. Los dieciséis profetas escritores reciben gozosos cientos de profecías de bendición para Israel. El Señor Jesús lloró sobre Jerusalén (no Tiro y Sidón), y quiso muchas veces juntarla como la gallina a sus polluelos. La Palabra de Dios nos instruye a orar por la paz de Jerusalén.
    Hoy algunos israelíes están muy dispuestos a sacrificarse por el proceso de la paz. En cambio, otros dan sus vidas en asesinatos suicidas a fin de hacer un sabotaje a esa misma paz.
    Nosotros anticipamos la venida de nuestro Señor, esperanzados por los eventos que ocurren en Israel. Nuestros intereses en el arrebatamiento se centran en el Señor, Sus recompensas, Su novia, y el día de la boda. Seguramente Sus pensamientos también están centrados en esto. Pero también Se preocupará intensamente por Su amado Israel. ¿Qué dicen las Escrituras acerca de los próximos siete años después del rapto?
    Los israelíes nacidos de nuevo, por supuesto, ascenderán en las nubes para encontrarse en el aire con el Señor. Desgraciadamente, es evidente que serán sólo una minoría pequeña de los más de 18.000.000 de judíos que viven hoy en día. Pronto la nación hará un pacto de siete años con el futuro dictador mundial, y comenzarán la construcción del templo. Hoy se rumorea que los planes y las preparaciones se están finalizando, lo cual quiere decir que muy pronto comenzará la construcción. Acto seguido se inaugurarán los sacrificios.
    Antes de que los ángeles de ira comiencen a derramar los juicios de la Tribulación, otros pondrán el nombre del Padre como sello sobre 144.000 varones jóvenes de Israel. Aunque nunca aceptarán el número 666 del hombre de pecado, sus vidas serán preservadas durante la Tribulación. El Cordero se regocijará con ellos en el Monte de Sión, cantando un cántico nuevo que nadie más puede aprender (Ap. 14:1-5).
    Estos varones jóvenes son vírgenes y no se halla en ellos ningún engaño. Están sin mancha delante de Dios. Son las primicias del periodo de la Tribulación y siguen al Cordero dondequiera que Él va. La novia también estará con el Cordero, de modo que estos jóvenes le serán a la novia como un compañero.
    Suponiendo que más o menos un 10% de los 9.000.000 de varones en Israel se pueden considerar “jóvenes”, la sexta parte de estos son los 144.000. A menos que nuestras esperanzas de la segunda venida del Señor estén muy equivocados, es probable que los 144.000 estén muy vivos hoy día. Están viviendo vidas puras, todavía no entregados a Cristo, pero listos para creer cuando el Espíritu obra en ellos. Es un grupo interesante.
    Su tarea después de ser sellados parece ser propagar el evangelio eterno. El fruto de este ministerio se puede ver en los muchos designados como ovejas a la mano derecha del Señor cuando Él se sienta para juzgar a los gentiles vivos. Pero antes que el Señor intervenga, muchos más creyentes nuevos serán matados, tanto judíos como gentiles.
    Cuando se abre el quinto sello, los israelíes creyentes que hayan sido matados durante los siete años se ven bajo el altar como mártires (Ap. 6). Muchos más sobrevivirán los terrores de la Tribulación y le verán al Señor cuando Él aparece. Ellos también creerán, con lagrimas de remordimiento por su rechazo nacional de su Rey. (Zac. 12:10). Muchas ovejas gentiles heredarán el reino que les fue preparado desde la eternidad (Mt. 25:34), pero Israel será la nación predominante en el Milenio. Los apóstoles reinarán sobre las tribus (Mt. 19:28), y rápidamente construirán el templo, como se describe en Ezequiel.    
    Días grandes para Israel y para la humanidad vienen pronto. Todavía más felices pueden ser todos aquellos Israelíes y todos los que confían en Cristo en la edad de la gracia. Así que, nunca dejemos de orar e interceder fervientemente en apollo de todos los que trabajan para llevarle la Luz a Hepsiba, la nación amada de Dios.


R.E. Harlow
traducido de un viejo número de la revista “Missions”

   



Saúl y las Consecuencias de la Desobediencia

 por Lucas Batalla Maraver y Carlos Tomás Knott


Texto: 1 Samuel 15


    Muchos piensan que si alguien ocupa un puesto de autoridad, no puede ser amonestado o reprendido, pero eso es un error. El respeto debido a los que están en autoridad no les exime de la reprensión por sus errores, ni de la culpa y el castigo por sus pecados, pues a fin de cuentas solo son seres humanos como los demás. Gracias a Dios, Samuel, siervo de Dios, fue fiel a Dios también en esto. En su juventud tuvo que decir al sumo sacerdote Elí que había ofendido a Dios y sería castigado. En su vejez tuvo que reprender al rey Saúl y decirle que Jehová lo había desechado. Veamos cómo sucedió ese último encuentro.
    En el verso 1, Samuel habló con Saúl para recordarle la unción ordenada por Dios, y advertirle así: “Está atento a las palabras de Jehová”. Parece que habló así porque: 

(1) Saúl no había seguido las instrucciones de Dios en el capítulo 13, cuando se adelantó y presumió de ofrecer el sacrificio antes de que llegara Samuel. 

(2) Era de gran importancia ese mensaje que iba a dar al rey, porque era su última oportunidad de obedecer a Dios. Se había acercado al punto de no retorno. Cuán importante es nuestra atención completa y obediencia implícita a la Palabra de Dios.
    En los versos 2-3 leemos la instrucción divina. Recordemos que Samuel hablaba pero era Palabra de Dios. El verso 2 anuncia el castigo divinamente decretado sobre el pueblo de Amalec. Desde tiempos antiguos Amalec había sido antisemita, y por boca de Moisés Dios decretó: “Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación” (Éx. 17.16). Debemos entender esto como una aplicación de la promesa hecha a Abraham (Gn. 12.3). En el verso 3 Samuel dio a Saúl las instrucciones – el modo preciso para ejecutar la sentencia divina:
    1. “Ve, pues, y hiere a Amalec, y destruye todo lo que tiene”
    2. “y no te apiades de él”
   3. “mata a hombres, mujeres, niños y aun los de pecho, vacas, ovejas, camellos y asnos” 

   Estas palabras parecerán severas a muchas personas, pero son buenas y justas palabras de Dios. Hoy hay demasiado consentimiento y tolerancia del pecado, bajo la excusa de ser misericordiosos. Por ejemplo, cuando Dios manda cómo tratar al pecado, no debemos desviarnos ni modificar Sus órdenes. Esto tiene aplicaciones en la educación de los niños, y en la disciplina en la iglesia de los que cometen ciertos pecados (1 Co. 5.11). Pero hoy, los hijos o hijas cometen fornicación o los otros pecados en la lista, y los padres piensan que por misericordia deben seguir recibiéndoles y comiendo con ellos. Como Elí, honran a sus hijos antes que a Dios. Las iglesias no ejecutan la disciplina debidamente, ni sacan a los perversos de entre ellos. No se fijan en los que enseñan falsa doctrina, para separarlos de la comunión, sino permiten que sigan enseñando. Todos esos comportamientos deshonran a Dios y debilitan a los creyentes. Debemos prestar atención a la Palabra de Dios y hacer exactamente como Él manda.
    El mundo hoy va rumbo a un juicio terrible – 7 años de tribulación y gran destrucción y mortandad – porque Dios no aprueba lo que hacen los hombres, ni se compadecerá de ellos. Romanos 1.18 advierte que la ira de Dios se manifiesta desde el cielo. Su reacción es santa, justa y buena, aunque a muchos no les gusta. Dios no quiere ser popular.
    En los versos 4-7, Saúl salió y convocó al pueblo para ir a la guerra contra Amalec. Llevó consigo a trescientos mil soldados, un ejército impresionante. No sabemos si Saúl comunicó debidamente a los oficiales del ejército las instrucciones de Dios. Por lo que sucedió después, eso queda en duda.
    Los versos 8-9 relatan la desobediencia. No fue por falta de información, pues Dios había mandado claramente lo que debían hacer. Pero Saúl no obedeció, sino improvisó e hizo algo malo. El verso 8 dice que mató al resto del pueblo pero tomó vivo al rey Agag. El verso 9 informa: “Saúl y el pueblo perdonaron a Agag y a lo mejor de las ovejas y del ganado mayor... y no lo quisieron destruir”

     Por eso, en los versos siguientes, veremos el juicio severo de Dios, principalmente contra Saúl porque él tomó las decisiones. Dirían algunos que fue un castigo excesivamente severo, porque Saúl obedeció en casi 99% de lo que Dios había mandado. Solo perdonó al rey Agag y algunos animales para sacrificar a Dios. Pero aquí debemos aprender una lección muy importante. La obediencia es hacer todo lo que Dios manda, y no cambiar nada. Cualquier otra cosa, según Dios, es desobediencia. Este principio debe aplicarse también hoy en las iglesias. En la iglesia hay que obedecer en todo, no solo en unas partes. Como hemos de ver, Saúl, el líder, era culpable de lo que el pueblo hacía. Y en las iglesias, los ancianos son culpables de los cambios que el pueblo quiere efectuar: quitando el velo y silencio de la mujer, admitiendo prácticas contemporáneas del mundo, cambiando las doctrinas de la Palabra. Consentir esas cosas es hacerse cómplice. Dice el verso 9 que “no lo quisieron destruir”, y habla de la voluntad de ese ejército de trescientos mil. Pero hermanos, no importa lo que opinemos o queramos, sino lo que quiere Dios. ¿No oramos así? “Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6.10).
    En los versos del 10 al 12, vino nuevamente la Palabra de Dios a Samuel. “Me pesa” (v. 11), dice Dios, y esas son las palabras que usó en Génesis 6.5-7 cuando anunció la destrucción del mundo antiguo. A Dios no le sorprendió lo que Saúl hizo, pues cuando el pueblo pidió rey, ya sabía qué pasaría. Saúl tuvo su oportunidad, pero fracasó, no por predestinación, sino por su propia culpa. De dos cosas le acusó: 

(1) “se ha vuelto de en pos de mí” – ya tenía una opinión alta de sí mismo y no buscaba la comunión y aprobación de Dios. 

(2) “y no ha cumplido mis palabras”, no por ignorancia sino por altivez y obstinación. 

    Es el peligro del poder y las riquezas que vemos tantas veces en la Biblia – el pensar uno que puede formular sus propios planes y actuar como le parece. Pierden la humildad, el temor y la sensibilidad a la voluntad de Dios, hacen mal, y luego no quieren reconocerlo ni arrepentirse. Notamos en el verso 11 la reacción de Samuel: “se apesadumbró... y clamó a Jehová toda aquella noche”. Pasó la noche en oración antes de ir a su encuentro con el rey en la mañana siguiente. Pero madrugó y fue en busca de Saúl. No postergó el encuentro aunque iba a ser desagradable, porque había aprendido que la obediencia debe ser inmediata. Muchos todavía no han aprendido esa lección. Le informaron donde estaba Saúl, y que “se levantó un monumento” (v. 12). Los patriarcas edificaron altares a Dios, pero el egoísta Saúl levantó un monumento para sí mismo.
    Los versos 13 -15 relatan el comienzo del encuentro entre el profeta y el rey. Saúl, cuando vio a Samuel, habló primero e intentó tomar el terreno alto. Enfatizó lo positivo, para encubrir su error. Bendijo a Samuel y declaró: “yo he cumplido la palabra de Jehová” (v. 13). Pero decirlo no lo hace verdad. Hoy hay personas e iglesias que profesan seguir al Señor, pero no es así solo porque lo dicen. Samuel respondió a Saúl: “¿Qué balido de ovejas y bramido de vacas es éste...?” (v. 14). Las voces del ganado contradijeron la profesión de Saúl. Pero Saúl, para salvaguardar su reputación y justificarse, echó la culpa al pueblo. Ni siquiera mencionó a Agag, pero acusó al pueblo de perdonar al ganado, “para sacrificarlas a Jehová tu Dios”, no “...mi Dios”.
    Samuel respondió (vv. 16-19), “déjame declararte lo que Jehová me ha dicho esta noche”, pues no iba a decir su opinión sino la Palabra de Dios. Le recordó sus humildes comienzos: “Aunque eras pequeño en tus propios ojos” (v. 17). Pero ese tiempo pasó, y Saúl se había hecho grande e importante. Había perdido la humildad, el temor de Dios y la obediencia. Eso pasa también hoy con algunos en las iglesias, que con riquezas y poder y autoridad, no son ni humildes ni obedientes a Dios. Samuel le recordó las instrucciones (v. 18) y preguntó: “¿Por qué, pues, no has oído la voz de Jehová, sino que... has hecho lo malo ante los ojos de Jehová?” (v. 19). Será triste el día cuando esa pregunta se haga a los que han cambiado la doctrina y práctica en las iglesias, porque modificar cualquier instrucción divina es hacer lo malo. No hay que ponerse al día. No importa qué opina la multitud. Nuestra responsabilidad es oír y obedecer la voz de Jehová, y la tenemos delante nuestro en Su Palabra.
    En los versos 20-21 Saúl intentó justificarse nuevamente. Declaró: “Antes bien he obedecido la voz de Jehová...” (v. 20) pero era mentira. Obedecer es hacer todo – no la mayor parte. En lenguaje de hoy, los que dividen las doctrinas en “principales” o “fundamentales”, y “secundarias” o “no esenciales”, son culpables de fomentar el desprecio y la desobediencia. Saúl nuevamente intentó escabullirse, echando la culpa al pueblo, y no tomando responsabilidad (v. 21) como rey.
    Entonces Samuel le interrumpió y declaró el gran precepto de la obediencia a Dios (vv. 22-23). Saúl había desobedecido pero no quiso reconocerlo. Escuchemos y tomemos al corazón las palabras del profeta. 

(1) Samuel pregunta: “¿Se complace Jehová tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezca a las palabras de Jehová?” El propósito de su pregunta es causar reflexión e identificar una verdad. ¿Está bien adorar a Dios de cualquier manera? ¿Tiene Dios que aceptar cualquier cosa? Lee detenidamente el libro de Malaquías para ver la respuesta. Los sacrificios y la alabanza sin la obediencia son completamente inútiles, y además, desagradan a Dios. Alguien dijo: 

“En los sacrificios el hombre ofrece solo la carne de animales irracionales, mientras que en la obediencia ofrece su propia voluntad, que es nuestro culto racional (Ro. 12.1)”. 

Samuel contesta su propia pregunta y declara un gran precepto bíblico, válido en todo tiempo: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (v. 22). “Ciertamente” indica que no cabe duda. Aquellos animales debieron ser matados en juicio, no ofrecidos en sacrificio. No es posible glorificar a Dios sin hacer lo que Él manda. El sincero deseo de la mayoría no triunfó entonces, ni hoy toma precedencia sobre la obediencia a las palabras de Dios. Todavía “es mejor” prestar atención a la Palabra de Dios y obedecerla. No importa que otros nos llamen creyentes anticuados, legalistas o intransigentes. No hay que transigir la Palabra de Dios. “Compra la verdad y no la vendas” (Pr. 23.23). El mandato a Israel fue: “Mirad, pues, que hagáis como Jehová vuestro Dios os ha mandado; no os apartéis a diestra ni a siniestra” (Dt. 5.32; véase también 17.11, 20; 28.14; Jos. 1.7; 23.6; ). Y el Nuevo Testamento nos enseña a obedecer a Dios, no a modificar Sus palabras. Nuestro Señor protestó: “¿Por qué me llamáis Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6.46). Es Su pregunta más embarazosa. ¿Cómo responderían los que cambian las cosas en las iglesias para no seguir la doctrina y práctica de los apóstoles? (Hch. 2.42). Santiago 1.22 demanda: “Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos”. Hoy muchos autoengañados hay en las iglesias. Piensan que son cristianos, que conocen a Dios, pero son impuros, corrompidos, incrédulos, abominables, rebeldes y reprobados (Tit. 1.15-16). Si en verdad conociesen a Dios, sabrían cuánto Él valora la obediencia. Son como los de Laodicea, y piensan que todo va bien, cuando realmente desagradan a Dios (Ap. 3.17).
    En cambio, Cristo enseñó a Sus discípulos que la obediencia es cómo manifestar amor. Si me amáis, guardad mis mandamientos” (Jn. 14.15). “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama (Jn. 14.21).  El que me ama, mi palabra guardará” (Jn. 14.23). “El que no me ama, no guarda mis palabras” (Jn. 14.24). No se trata de cantar que le amamos, sino demostrarlo obedeciendo a Su Palabra. Es así que mostramos fe y amor. Saúl fracasó en esto, porque no amó a Dios, sino a sí mismo y su posición como rey. Pero apliquémoslo a nosotros. Siendo ésa la medida que Cristo da del amor, ¿dónde está el amor a Él en nuestras vidas personales, y en las iglesias? Por ejemplo, muchas iglesias desechan las instrucciones acerca del carácter y la conducta de las mujeres, y las distinciones como el velo, el silencio y la sumisión. Desprecian esos textos y los tildan de cosas culturales. Pero en su primera epístola a los corintios, Pablo insistió que las cosas que escribió “son mandamientos del Señor” (1 Co. 14.37), no cuestiones culturales ni opiniones suyas. De modo que, los que no obedecen a la Palabra de Dios, no lo aman realmente, por mucho que afirmen que sí. Expresó Su aprobación y placer a la iglesia en Filadelfia con estas palabras: “... aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre” (Ap. 3.8). No habló así a ninguna otra iglesia. ¿Qué diría a nosotros?
    (2) Samuel explica cómo Dios ve la desobediencia. “Porque como pecado de adivinación es la rebelión, y como ídolos e idolatría la obstinación”. Las palabras divinas son: pecado, adivinación, rebelión, ídolos e idolatría, y obstinación. Recuerda que “desobediencia” es como Dios evalúa el comportamiento  de Saúl, aunque mató a todos menos Agag, y mató también todo el ganado excepto los mejores que pretendió ofrecer a Jehová. Humanamente alguno diría que obedeció en casi todo, pero Dios no lo felicitó. No dijo: “Hasta ahí hiciste bien en gran parte, solo que fallaste en dos puntos”. Dios no lo vio así. Había una orden: matar y destruir todo (v. 3), y no lo hizo. No es parte obediente y parte desobediente. Conocer a Dios es entender que Sus caminos y pensamientos no son como los nuestros, sino más altos  (Is. 55.9). La desobediencia nunca es cosa leve, sino muy grave. Desobedecer es rebelarse contra Dios, queriendo hacer nuestra voluntad en lugar de la Suya. Dios la considera como adivinación – el ocultismo, el consultar a espíritus, a demonios. Desobedecer Su Palabra es la obstinación. En lugar de humillarse, confiar en Dios, ceder y decir: “hágase tu voluntad”, nos empeñamos en hacer otra cosa. Es resistirse y oponerse a Dios, y es una carrera perdida de entrada. Saúl, a perdonar la vida a un solo hombre, y unos animales para sacrificar a Dios, desobedeció, se rebeló, y fue obstinado. Ofendió a Dios como si hubiese practicado adivinación – cosa que luego hizo (1 S. 28). Insultó a Dios y le deshonró como si hubiese sido idólatra. En efecto, Saúl desechó la Palabra de Jehová, pues no la cumplió enteramente sino se permitió el lujo de dos pequeñas modificaciones: el rey Agag y lo mejor del ganado.
    (3) Samuel anunció el veredicto divino: “Por cuanto tú desechaste la palabra de Jehová, él también te ha desechado para que no seas rey”. Cuando Samuel servía como niño al lado de Elí en el tabernáculo, un profeta anónimo reprendió a Elí y declaró estas palabras de Dios: “...yo honraré a los que me honran, y los que me desprecian serán tenidos en poco” (1 S. 2.30). Luego, cuando Dios le llamó a servir, el primer mensaje revelado fue de juicio contra Elí, el sumo sacerdote. Vio el cumplimiento de ese terrible juicio, en la muerte trágica de Elí y sus hijos en un solo día. Pero en el capítulo 15 fue dirigido a declarar a Saúl que Dios lo había desechado. No era una profecía, sino un hecho cumplido. No “te desechará”, es decir, no en el futuro, sino “te ha desechado”. Pero Saúl seguía obstinado, y rehusó soltar las riendas. No quiso humillarse ni dimitir, probablemente porque no soportaría la gran humillación y vergüenza, pero es lo que Dios mandó. En eso también resistió la voluntad de Dios, pues el resto de 1 Samuel es evidencia de los problemas que causó Saúl porque no aceptó el juicio de Dios, sino perseguía al que Dios había escogido y ungido para tomar su lugar. Eclesiastés 4.13 menciona al “rey viejo y necio que no admite consejos”, y Saúl fue así. Desobedeció a Dios en esto también, pues se agarró del trono cuando había sido desechado, mostrando rebelión y obstinación. Es triste cuando los fieles tienen que esperar la muerte de uno que rehúsa retirarse.
    Los versos 24-25 relatan como Saúl finalmente reconoció su pecado: “Entonces Saúl dijo a Samuel: Yo he pecado; pues he quebrantado el mandamiento de Jehová y tus palabras...” (v. 24). Antes decía que había obedecido. Recordemos esto, que hay quienes profesan su inocencia cuando no es así, y hay que insistir con ellos hasta que reconozcan el mal que han hecho. Saúl siguió implicando al pueblo en su pecado: “porque temí al pueblo y consentí a la voz de ellos”. Aun así, el rey era el responsable, pues Dios le había dado instrucciones explícitas. “El temor del hombre pondrá lazo” dice Proverbios 29.25. De haber temido y creído a Dios, no habría cedido a la voz del pueblo. Eso pasa también hoy en las iglesias, cuando los ancianos ceden a la voz del pueblo que desea cambios, y no se mantienen firmes en lo que Dios manda. Las voces de las esposas, los hijos, los jóvenes u otras personas en la iglesia no deben tener peso alguno en las decisiones, sino solo la voz de Dios, en las Escrituras. Cuando Dios ha hablado, ceder a la voz del pueblo es un error. Así que, Saúl tuvo que decir: “Perdona, pues, ahora mi pecado” (v. 24). Podía ser perdonado, pero como veremos, debía sufrir las consecuencias de su mala conducta. Quiso guardar las apariencias, y rogó que Samuel volviera con él para adorar a Jehová. Orgulloso de su posición como rey, quería arreglar lo de su pecado “a puerta cerrada”, y tener la apariencia del apoyo y la aprobación del profeta. Es triste cuando los líderes se preocupan más por su imagen ante los demás, que por su condición espiritual.
    Los versos 26-28 relatan como Samuel rehusó apoyarlo: “No volveré contigo; porque desechaste la palabra de Jehová” (v. 26). Repite la sentencia divina que ya fue pronunciada en el verso 23: “Jehová te ha desechado para que no seas rey sobre Israel” (v. 26). Con eso, Samuel se iba, pero Saúl no cedió, sino insistió y usó la fuerza, pues “se asió de la punta de su manto, y éste se rasgó” (v. 27). Esa pequeña violencia de parte del rey manifiesta su falta de humildad y su obsesión con la imagen pública. Por tercera vez Samuel le declara la pérdida de su posición como rey: “Jehová ha rasgado hoy de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo mejor que tú” (v. 28). No cabe duda que en la mente y el plan de Dios, Saúl ya no era rey a partir de ese momento. ¡Cuánto daño causó cuando rehusó retirarse! Desde ese día, su camino iba hacia abajo, cada vez peor. Buscaba matar al que Dios ungió para reemplazarlo. Presionaba al pueblo y ocupaba su tiempo y recursos con la persecución de David. Al final consultó a una mujer evocadora de espíritus, y el día siguiente se suicidó sobre el monte de Gilboa. Había pasado el punto de no retorno, porque desobedeció a Dios, y no aceptó la sentencia divina. Samuel le advirtió que Dios, “la Gloria de Israel”, no iba a arrepentirse de su decisión (v. 29), pero Saúl no se sometió, y fue su decisión fatal.
    En los versos 30-31 Saúl confesó nuevamente su pecado, pero insistió en ser honrado “delante de los ancianos de mi pueblo y delante de Israel” (v. 30). Samuel lo acompañó (v. 31), que puede parecernos extraño, pero al leer el siguiente verso entendemos.
    Delante de ese mismo altar, Samuel hizo traer a Agag rey de Amalec (v. 32). Vino alegremente porque pensaba que no lo matarían porque Saúl lo había perdonado la vida. Pero Samuel denunció sus crueles pecados, y lo mató de forma severa: “cortó en pedazos a Agag delante de Jehová en Gilgal” (v. 33). Ejecutó la sentencia decretada por Dios en los versos 2 y 3, obedeciendo así la Palabra de Dios que Saúl había desobedecido. De esa manera enfática y gráfica prevaleció la voluntad de Dios, y Su ira contra Amalec. Saúl y el pueblo lo había perdonado, pero debemos aprender esto, que no intentemos ser más misericordiosos que Dios. Cuando Dios manda disciplina o castigo, ¿quiénes somos nosotros para quitarlo? Así la iglesia en Corinto tuvo que aprender, pues había tolerado el mal en su medio, con una misericordia falsa y carnal. Dios mandó: “Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros” (1 Co. 5.13). A las iglesias de Asia que toleraban el mal en su medio (Ap. 2-3), Cristo dijo que vendría y pelearía contra ellas. Y como en el caso de Elí, los padres flojos que fallan en la disciplina de sus hijos, con su sentimentalismo e ideas de amor y misericordia, desobedecen y desagradan a Dios, e invitan Su ira. Samuel dejó los pedazos sangrientos de Agag al pie del altar de Jehová en Gilgal, como una lección gráfica y una advertencia seria a toda la nación. No hablemos de misericordia cuando Dios ordena el juicio. No podemos ser más misericordiosos que Dios, y pecan quienes lo pretenden.
    Los versos 34-35 relatan la salida de Samuel. “Se fue luego Samuel a Ramá” (v. 34), y Saúl fue a su casa. Fue la separación definitiva entre el profeta Samuel y el rey desobediente y desechado. “Y nunca después vio Samuel a Saúl en toda su vida”. Había llegado el momento solemne, y el punto de no retorno para Saúl. Para que no nos equivoquemos pensando que Samuel fue duro, el texto sagrado informa: “Y Samuel lloraba a Saúl” (v. 35 y 16.1). Lloraba a Saúl porque había fracasado y causado gran daño, porque había perdido la bendición y el favor de Dios, y porque iba al infierno. Samuel en su juventud había visto el juicio de la casa de Elí, y sabía lo que venía sobre la casa del rey Saúl. Nadie, por alta posición que ocupe, queda impune ante Dios. Nadie puede desobedecer a Dios y evadir Su juicio. Aunque tenga autoridad, riquezas y poder, y sujete al pueblo, no podrá sujetar a Dios, ni salirse con la suya, ni eludir su terrible encuentro ante el Juez de toda carne (Jer. 25.31). No solo en esta vida, sino después de muerto, vendrán a juicio (He. 9.27). “Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos... y fueron juzgados los muertos...” (Ap. 20.12).
    Recordemos: “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros”. Aprendamos la lección: La fe y el amor se manifiestan en la obediencia.

Sion No Es Un Invento Político

"Jehová fundó a Sion"

Isaías 14.32

 

 El monte del Templo, sin las mezquitas que hoy ocupan el espacio

 

"David tomó la fortaleza de Sion, la cual es la ciudad de David" (2 Samuel 5.7) 


"Entonces Salomón reunió ante sí en Jerusalén a los ancianos de Israel, a todos los jefes de las tribus, y a los principales de las familias de los hijos de Israel, para traer el arca del pacto de Jehová de la ciudad de David, la cual es Sion" (1 Reyes 8.1 R60)


"Porque saldrá de Jerusalén remanente, y del monte de Sion los que se salven. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto" (2 R. 19.31)

"El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego hablará a ellos en su furor, y los turbará con su ira. Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte(Salmo 2.4-6)


"Hermosa provincia, el gozo de toda la tierra, es el monte de Sion, a los lados del norte, la ciudad del gran Rey" (Salmo 48.2)


"Haz bien con tu benevolencia a Sion; edifica los muros de Jerusalén" (Salmo 51.18)


"... Escogió la tribu de Judá, el monte de Sion, al cual amó" (Salmo 78.68)


"Su cimiento está en el monte santo. Ama Jehová las puertas de Sion más que todas las moradas de Jacob.  Cosas gloriosas se han dicho de ti, Ciudad de Dios. Selah" (Salmo 87.1-3)

 

"Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies. Jehová enviará desde Sion la vara de tu poder; domina en medio de tus enemigos" (Salmo 110.1-2)

"Porque Jehová ha elegido a Sion; la quiso por habitación para sí. Éste es para siempre el lugar de mi reposo; aquí habitaré, porque la he querido... A sus enemigos vestiré de confusión, mas sobre él florecerá su corona" (Salmo 132.13-14,18


"Desde Sion sea bendecido Jehová, quien mora en Jerusalén. Aleluya" (Salmo 135.21)


"Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová" (Isaías 2.3)


1 Por amor de Sion no callaré, y por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que salga como resplandor su justicia, y su salvación se encienda como una antorcha.
 2 Entonces verán las gentes tu justicia, y todos los reyes tu gloria; y te será puesto un nombre nuevo, que la boca de Jehová nombrará.
 3 Y serás corona de gloria en la mano de Jehová, y diadema de reino en la mano del Dios tuyo.
 4 Nunca más te llamarán Desamparada, ni tu tierra se dirá más Desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá, y tu tierra, Beula; porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada.
 5 Pues como el joven se desposa con la virgen, se desposarán contigo tus hijos; y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo.
 6 Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová, no reposéis,
 7 ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra.
 8 Juró Jehová por su mano derecha, y por su poderoso brazo: Que jamás daré tu trigo por comida a tus enemigos, ni beberán los extraños el vino que es fruto de tu trabajo;
 9 sino que los que lo cosechan lo comerán, y alabarán a Jehová; y los que lo vendimian, lo beberán en los atrios de mi santuario.
 10 Pasad, pasad por las puertas; barred el camino al pueblo; allanad, allanad la calzada, quitad las piedras, alzad pendón a los pueblos.
 11 He aquí que Jehová hizo oír hasta lo último de la tierra: Decid a la hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con él, y delante de él su obra.
 12 Y les llamarán Pueblo Santo, Redimidos de Jehová; y a ti te llamarán Ciudad Deseada, no desamparada. (Isaías 62.1-12)


 "Y Jehová rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra; pero Jehová será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel. Y conoceréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que habito en Sion, mi santo monte; y Jerusalén será santa, y extraños no pasarán más por ella" (Joel 3.16-17)

 

"Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Celé con gran celo a Jerusalén y a Sion. Y estoy muy airado contra las naciones que están reposadas; porque cuando yo estaba enojado un poco, ellos agravaron el mal. Por tanto, así ha dicho Jehová: Yo me he vuelto a Jerusalén con misericordia; en ella será edificada mi casa, dice Jehová de los ejércitos, y la plomada será tendida sobre Jerusalén. Clama aún, diciendo: Así dice Jehová de los ejércitos: Aún rebosarán mis ciudades con la abundancia del bien, y aún consolará Jehová a Sion, y escogerá todavía a Jerusalén" (Zacarías 1.14-17)


"Así dice Jehová: Yo he restaurado a Sion, y moraré en medio de Jerusalén; y Jerusalén se llamará Ciudad de la Verdad, y el monte de Jehová de los ejércitos, Monte de Santidad" (Zacarías 8.3)


"Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos.
Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén. Jerusalén, que se ha edificado como una ciudad que está bien unida entre sí.

Y allá subieron las tribus, las tribus de JAH, conforme al testimonio dado a Israel, para alabar el nombre de Jehová.
Porque allá están las sillas del juicio, los tronos de la casa de David.
Pedid por la paz de Jerusalén; sean prosperados los que te aman.
Sea la paz dentro de tus muros, y el descanso dentro de tus palacios.
Por amor de mis hermanos y mis compañeros diré yo: La paz sea contigo.

Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios buscaré tu bien. 

Salmo 122.1-9