La historia bíblica de los etíopes se
remonta al tiempo después del diluvio, del cual salieron Noé y su familia. Esas
ocho personas eran los únicos seres humanos en el planeta, y de los tres hijos
de Noé: Sem, Jafet y Cam, descienden todas las familias de la tierra – todas
las naciones. Los etíopes descienden de Cam, el tercer hijo de Noé. Génesis 10:6 da los nombres de los cuatro
hijos de Cam. Su primero fue Cus1 (v. 6), que tuvo seis hijos (vv. 7-8), de los cuales el último fue
Nimrod. Ahora bien, el nombre de Cus, nieto de Noé, en hebreo ( vWK
) significa “negro”. 1 Crónicas 1:8-10
repite ese árbol familiar y nombra a Cus.
Este
detalle etimológico tiene importancia, porque la palabra “etíope” en el
Antiguo Testamento es literalmente “cusita” en hebreo. De ahí que Jeremías
13:23 dice: “¿Mudará el etíope (literalmente: cusita) su piel?”
Los antiguos griegos pusieron el nombre de “Aithiopia”, de “aithiops” (aiqioy), una palabra compuesta que significa “el país de los rostros quemados”.
Era mucho más grande que lo que se conoce como Etiopía. Se refirieron a los pueblos de un área muy
extensa pero no bien definida al sur de
Egipto que incluiría Nubia, Sudán y la actual Etiopía en la parte llamada “cuerno
de África”. Los etíopes aparecen en la Biblia en varias situaciones
relacionadas con Israel.
Etiopía en el Antiguo Testamento
Muchos
textos bíblicos mencionan Etiopía. Job, de los libros más antiguos,
indica que el topacio de Etiopía (Job 28:19) era apreciado.
Algunos
piensan que la reina de Sabá (1 R. 10; 2 Cr. 9) era etíope, principalmente
porque el historiador judío, Josefo, lo dijo. Pero bien indica Edersheim en su Comentario
Bíblico Histórico que Sabá era un país del sur de Arabia, no de África, y
que la reina vendría de ahí. Es cierto que había tribus de etíopes (cusitas) en
Arabia (Seba y Dedán, Gn. 10:7), pero no hay pruebas de que la reina fuera etíope.
Etíopes
aparecen en dos Salmos. El Salmo anticipa los tiempos del reino
milenario de Cristo sobre todo el mundo, y entre otras naciones menciona también
que “Etiopía se apresurará a extender sus manos hacia Dios” (v. 31).
Luego en el Salmo 87:4 leemos: “Yo me acordaré de Rahab y de
Babilonia entre los que me conocen; He aquí Filistea y Tiro, con Etiopía; Éste
nació allá”. Son de las naciones que reconocerán a Jerusalén como capital y
subirán para adorar y llevar tributos (Is. 60:5-7).
Aparece
en cinco textos del profeta Isaías. Isaías 11:11 menciona que Dios traerá
al remanente de Israel que quede en Etiopía. Isaías 18 profetiza acerca de un
pueblo de elevada estatura y tez brillante (v. 2) que habita una tierra tras
los ríos de Etiopía (v. 1). Es un pueblo “temible desde su principio y después,
gente fuerte y conquistadora” (vv. 2, 7). Traerá ofrendas a Sion durante el
milenio (v. 7). Isaías 20:3-5 profetiza
la conquista de Egipto y Etiopía por Esar-hadón rey de Asiria (681-669
a.C.). En Isaías 43:3 Jehová declara a
Israel que dio a Egipto, Etiopía y Seba por el rescate de Israel. Dios dio
estos países a Ciro como recompensa por la libertad de Israel. Isaías 45:14 dice que las mercaderías de
Etiopía serán pasadas a Israel,
y ellos con los egipcios y sabeos irán en pos de Israel con reverencia y súplicas
durante el milenio.
También
el profeta Ezquiel menciona “el límite de Etiopía” cuando
profetiza la destrucción de Egipto (Ez. 29:10). Ezequiel 30:4-5 y 9 mencionan
como los juicios divinos afectarán a Etiopía. Luego en Ezequiel 38:5 Dios
nombra a Cus como uno de los aliados de Gog en tierra de Magog, en su invasión futura de Israel, y su fin
calamitoso sobre los montes de Israel. “He aquí, yo estoy contra ti, oh Gog,
príncipe soberano de Mesec y Tubal. Y te quebrantaré, y pondré garfios en tus
quijadas, y te sacaré a ti y a todo tu ejército, caballos y jinetes, de todo en
todo equipados, gran multitud con paveses y escudos, teniendo todos ellos
espadas; Persia, Cus y Fut con ellos...” (Ez. 38:3-5). Dios defenderá a
Israel y destruirá a ese gran ejército (vv. 18-23).
En
los capítulos 10 -12 del libro de Daniel, un glorioso mensajero
celestial explica eventos futuros al profeta. Cuando habla del futuro conflicto
en torno al anticristo, dice que “los de Libia y de Etiopía le seguirán” (Dn.
11:43).
El
profeta Nahum anuncia la caída de Nínive, que no era mejor que otras
naciones que habían caído. “¿Eres tú mejor que Tebas, que estaba asentada
junto al Nilo, rodeada de aguas, cuyo baluarte era el mar, y aguas por muro?
Etiopía era su fortaleza, también Egipto, y eso sin límite... Sin embargo, ella
fue llevada en cautiverio...” (Nah. 3:8-10).
El
profeta Sofonías anuncia el juicio de Etiopía (Sof. 2:12). Luego dice: “De
la región más allá de los ríos de Etiopía me suplicarán; la hija de mis
esparcidos traerá mi ofrenda” (Sof. 3:10).
Además
de todo eso, hay siete casos especialmente destacados de etíopes en la Biblia
que merecen nuestra consideración, porque contienen lecciones para nosotros.
La Esposa de Moisés
Números
12:1-2 da el triste informe de cómo María y Aarón, hermanos de Moisés, le
criticaron. “María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita
que había tomado; porque él había tomado mujer cusita. Y dijeron: ¿Solamente
por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó
Jehová”.
Es
posible, pero no seguro, que Séfora fuera cusita, ya que había tribus
descendientes de Cam en partes de Arabia. Sin embargo, en su libro Comentario
Bíblico Histórico, Alfred Edersheim comenta que probablemente había muerto
Séfora, la primera esposa de Moisés (Éx. 2:21; 18:2), y que después Moisés tomó
a la cusita (etíope) por esposa. Keil y Delitsch concurren en su comentario. La
ley (Éx. 34:15-16) prohibía matrimonio con los cananeos, pero no con otros. La
envidia de María y Aarón del lugar que Dios concedió a Moisés se surgió de una
falta de humildad. Pensaban de sí más de lo debido, y eso se manifestó en un
espíritu criticón. Le miraban con malos ojos, buscando faltas para luego decir
que ellos también merecían tener la misma autoridad que su hermano. Pero no
hallaron de qué criticarle, excepto solo en que su segunda esposa era cusita.
Posiblemente ella fue una creyente de la multitud mezcla que salió de Egipto
con Israel. La crítica basada en su procedencia y raza manifestaba un espíritu
nacionalista y exclusivista que Dios no aprobó, pues Él ni siquiera mencionó el
matrimonio de Moisés y ella, porque no era problema.
De
todos modos, la mención de ella solo era rampa de lanzamiento de su crítica del
lugar único que Moisés ocupaba (v. 2). El verbo “hablaron” en el v. 1 es
femenina en hebreo, e indica que María era la instigadora. También es evidente
que fue así porque Dios a ella castigó con lepra (v. 10). Moisés, siendo muy
manso (v. 3), no les respondió, pero Dios, siendo justo, respondió en su
defensa y emitió juicio (vv. 4-9).
El Mensajero Veloz
En
tiempos modernos los etíopes tienen fama de corredores, y varios han ganado el
oro en los juegos olímpicos: Kenenisa
Bekele, Tirunesh Dibaba, Derartu Tulu y Fatuma Roba, que curiosamente son todos
de Bekoji, ciudad de 17.000. El entrenador de todos ellos fue Sentayehu Eshetu.
También
en tiempos bíblicos los etíopes eran conocidos como hábiles corredores, y a
veces los usaban para esa forma de comunicación militar –
corredores veloces para llevar mensajes entre generales y reyes.2 De ahí que 2 Samuel 18:21-32 relata
que cuando murió Absalón en la batalla, Joab envió a un etíope a correr para
llevar la noticia a David (v. 19). Corrió también un hebreo llamado Ahimaas,
que le adelantó y llegó primero a David. Éste intentó suavizar el informe, pero
poco después llegó el etíope y declaró llanamente la derrota y la muerte de
Absalón (vv. 31-32). Fue fiel a su encargo, y aunque el mensaje era
desagradable lo hizo llegar. Nosotros debemos ser mensajeros fieles del Señor
con el mensaje del evangelio, y esto incluye el hablar del pecado y el juicio,
no solo decir: “Dios te ama amigo” para suavizar el mensaje. En verdad el
evangelio es una buena nueva, pero Romanos 1:18-3:20 nos enseña cómo proceder,
haciendo ver por qué necesitamos el evangelio.
Sisac de Egipto, y El Rey Zera con su
Gran Ejército
2 Crónicas 12:2-4 anota que en días
del rey Roboam, por su rebeldía, Dios envió a Sisac rey de Egipto, que subió
contra Jerusalén con un innumerable ejército que incluía soldados etíopes. “Por
cuanto se habían rebelado contra Jehová, en el quinto año del rey Roboam subió
Sisac rey de Egipto contra Jerusalén, con mil doscientos carros, y con sesenta mil hombres de a
caballo; mas el pueblo que venía con él de Egipto, esto es, de libios,
suquienos y etíopes, no tenía número. Y tomó las ciudades fortificadas de Judá,
y llegó hasta Jerusalén”. Los etíopes estaban entre los que tomaron el
botín, y seguramente las historias de su conquista y de los tesoros de Jerusalén
llegaron hasta Etiopía.
Luego,
2 Crónicas 14:9-13 relata que durante el reinado de Asa (913-873 a.C.), vino “Zera [heb. Zeraj –
amanecer] etíope con un ejército de un millón de hombres y trescientos
carros; y vino hasta Maresa” (v. 9).
No se sabe bien quién era. Algunos historiadores lo relacionan con
Osorkon II de la dinastía XXII de Egipto. Pero había tribus de cusitas también
en Arabia occidental (Gn. 10:7), así que podía ser de ahí o de África oriental,
donde durante un tiempo los etíopes dominaban. Ese ataque sorpresa amenazaba la
conquista de Judá y la captura o ruina de Jerusalén. Pero el piadoso rey Asa,
ante un ejército invasor de aplastante superioridad, hizo dos cosas que
manifiestan la importancia de la responsabilidad humana y la soberanía divina.
Aunque su propio ejército era muy inferior, él lo sacó en contra de Zera y
ordenó la batalla cerca de Maresa. Al mismo tiempo Asa clamó a Dios diciendo: “Ayúdanos,
oh Jehová Dios nuestro, porque en ti nos apoyamos, y en tu nombre venimos
contra este ejército” (v. 11). Dios respondió y deshizo el gran ejército
(v. 12), y los etíopes huyeron. Esto ilustra claramente la dinámica de la
soberanía y la responsabilidad. Asa hizo más que quedarse en Jerusalén y
esperar en Dios. Puso su ejército, aunque inferior, en el campo de batalla y oró
esperando una intervención divina, y Dios intervino y le dio la victoria.
Ciertamente esa gran victoria es parte de lo que Hebreos 11:34 menciona acerca
de los que “sacaron
fuerzas de debilidad, se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos
extranjeros”. Hoy
también, aunque vivamos en piedad, podemos ser atacados sin aviso previo por
las fuerzas de nuestros enemigos: el
diablo, el mundo y la carne. Y nos pueden sobrevenir pruebas duras, pero
tenemos el mismo Recurso que los creyentes de tiempos antiguos, y nada le puede
sorprender. Confiemos en el Señor, y estemos firmes. “Dios es nuestro amparo
y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (Sal. 46:1). Busquemos Su ayuda antes que la de los hombres. Debemos seguir el
ejemplo de David: “En el día que temo, yo en ti confío” (Sal. 56:3). “En
Dios he confiado; no temeré; ¿Qué puede hacerme el hombre?” (Sal. 56:11).
Tirhaca Rey de Etiopía 2 R. 19:9
Is. 37:9
También llamado Nefertumjura Taharqu,
rey de la Dinastía XXV de Egipto, y sucesor del primer rey de Nubia que gobernó
también a Egipto. Era descendiente del rey nubio procedente de Natapa – la
capital de Nubia o Cus (Kush). Ese rey conquistó y gobernó a Egipto. No está
claro cómo Tirhaca llegó al trono, y por eso algunos piensan que lo usurpó. El
historiador Manetón y también Eusebio lo llaman Taracos, y su historia queda
plasmada en varias estatuas e inscripciones en Egipto y Asiria. 1 Reyes 19 e Isaías 37 informan que se opuso
militarmente al rey Senaquerib de Asiria, aunque sabemos que no tuvo éxito.
Dios
lo utilizó aunque solo como amenaza para interferir con los planes del rey
asirio respecto a Jerusalén. Es un ejemplo de la soberanía de Dios aun sobre
reyes y naciones, y cuán diferente será la historia del mundo cuando un día la
vemos como Dios la ve. Él puede mover providencialmente a cualquiera a favor de
los que le temen. El rey Ezequías y el profeta Isaías ni siquiera conocieron a
Tirhaca. Ellos oraron, y Dios escogió cómo responder. “Como los repartimientos de las aguas, Así
está el corazón del rey en la mano de Jehová; a todo lo que quiere lo inclina” (Pr. 21:1).
Los Etíopes de Amos 9:7
“Hijos de Israel, ¿no me
sois vosotros como hijos de etíopes, dice Jehová?” Eso no es un comentario racista, pues nada
tenía que ver con eso. Los etíopes eran la nación gentil en el lugar más lejos
de Israel – lejanas tierras. Ester 1:1 y 8:9 mencionan a Etiopía como el límite
más distante del imperio de los Medos y Persas. En tiempos del profeta Amós,
los etíopes eran un ejemplo clásico de los gentiles incircuncisos, lejos de
Israel, extranjeros que vivían en tinieblas espirituales, excluidos y sin
esperanza (véase Ef. 2:12). Así que, cuando Israel dio la espalda a Dios y se
alejó espiritualmente en su rebelión, Él les consideró como extranjeros por su
comportamiento. Como declaró por medio del profeta Oseas: “Lo-ammi, porque
vosotros no sois mi pueblo” (Os. 1:9). Felizmente, ese castigo no es
permanente, porque Romanos 9:26 declara proféticamente: “Y en el lugar donde
se les dijo: Vosotros no sois pueblo mío, Allí serán llamados hijos del Dios
viviente”. Esto se refiere a la futura conversión de Israel, como Romanos
11:26-27 claramente promete.
Es
posible sacar una aplicación para hoy de las palabras de Dios a Israel en Amós
9:7. Vivimos en tiempos cuando hay muchas profesiones superficiales de fe. Hay
quienes dicen que son “cristianos” pero que viven como los del mundo. ¿No son
esos culpables del mismo pecado y error que Israel cuando Dios les llamó etíopes? Nuestro Señor preguntó: “¿Por qué me llamáis,
Señor, Señor, y no hacéis lo que yo digo?” (Lc. 6:46). En Mateo 18:17 el Señor enseñó cómo la iglesia debe
proceder con uno que peca contra su hermano y rehúsa reconocer su pecado y ser
reconciliado. “...Y si no oyere
a la iglesia, tenle por gentil y publicano” . Los que no se conducen como creyentes
no deben gozar de sus privilegios, hasta que se arrepientan (1 Co. 5:11-12).
Ebed-melec
Venimos
ahora a la hermosa historia de uno que servía en el palacio real en los últimos
tiempos de Jerusalén cuando Babilonia estaba a punto de conquistarla. Los
malvados príncipes del rey Sedequías echaron al profeta Jeremías en una
cisterna, donde se hundió en el cieno (Jer. 38:6). Su intención era que muriera
ahí. Pero Dios usó al etíope Ebed-melec
(“siervo del rey”) para socorrerlo. “Y oyendo Ebed-melec, hombre etíope,
eunuco de la casa real, que habían puesto a Jeremías en la cisterna, y estando
sentado el rey a la puerta de Benjamín, Ebed-melec salió de la casa del rey y
habló al rey, diciendo: Mi señor el rey, mal hicieron estos varones en todo lo
que han hecho con el profeta Jeremías, al cual hicieron echar en la cisterna;
porque allí morirá de hambre, pues no hay más pan en la ciudad” (Jer.
38:7-9). Era un hombre compasivo, misericordioso. Se manifestó temeroso de Dios
y evidentemente creía lo que Jeremías predicaba. Pero no era temeroso del
hombre, porque pese a la impopularidad del profeta, Ebed-melec intercedió
delante del rey por la vida del profeta. Proverbios 29:25 dice que “el temor
del hombre pondrá lazo, mas el que confía en Jehová será exaltado”. Y
efectivamente así fue el caso con Ebed-melec. ¡Qué contraste! El rey Sedequías
temía a los hombres más que a Dios, y perdió todo, pero su siervo etíope temía
a Dios y fue divinamente recompensado. Podía haber razonado que no era asunto
suyo, o que no debía interferir con los príncipes malvados, pero su carácter
noble y probablemente piadoso no le permitía eso. Actuó guiado por su
conciencia y corazón, y Dios le concedió el deseo de su corazón:
“Entonces
mandó el rey al mismo etíope Ebed-melec, diciendo: Toma en tu poder treinta
hombres de aquí, y haz sacar al profeta Jeremías de la cisterna, antes que
muera. Y tomó Ebed-melec en su poder a los hombres, y entró a la casa del rey
debajo de la tesorería, y tomó de allí trapos viejos y ropas raídas y
andrajosas, y los echó a Jeremías con sogas en la cisterna. Y dijo el etíope
Ebed-melec a Jeremías: Pon ahora esos trapos viejos y ropas raídas y
andrajosas, bajo los sobacos, debajo de las sogas. Y lo hizo así Jeremías. De
este modo sacaron a Jeremías con sogas, y lo subieron de la cisterna; y quedó
Jeremías en el patio de la cárcel” (Jer. 38:10-13). Jeremías bien podía haber usado las palabras
de David en el Salmo 40:1-2, “Pacientemente
esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor.Y me hizo sacar del pozo de la
desesperación, del lodo cenagoso...”
Dios le sacó, y el etíope compasivo era
Su instrumento de rescate.
Hebreos
6:10 declara que “Dios no es injusto para olvidar” cuando ayudamos a los
Suyos, y Dios lo recompensó. Antes de la
caída de Jerusalén envió un mensaje y promesa de bendición a Ebed-melec. Jeremías
39:15-18 lo relata: “Y había venido palabra de Jehová a Jeremías, estando
preso en el patio de la cárcel, diciendo; Ve y habla a Ebed-melec etíope,
diciendo: Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: He aquí yo
traigo mis palabras sobre esta ciudad para mal, y no para bien; y sucederá esto
en aquel día en presencia tuya. Pero en aquel día yo te libraré, dice Jehová, y
no serás entregado en manos de aquellos a quienes tú temes. Porque ciertamente
te libraré, y no caerás a espada, sino que tu vida te será por botín, porque
tuviste confianza en mí, dice Jehová”.
Esto
ilustra cómo Dios responde a los misericordiosos, según declara el Salmo 18:25,
“Con el misericordioso
te mostrarás misericordioso, y recto para con el hombre íntegro”. Ebed-melec nos enseña que la fe en Dios
debe ser práctica, no teórica. Nos recuerda la parábola de Cristo en Lucas 10,
cuando los judíos religiosos no ayudaron a aquel hombre herido, pero un
samaritano “fue movido a misericordia” y le ayudó (Lc. 10:33-37). El Señor
terminó y aplicó la parábola, diciendo: “Ve, y haz tú lo mismo”. Nos
recuerda la fe práctica en Santiago 2:14-26, la fe viva que tiene obras.
El Eunuco Etíope
Hch. 8:27-39
No sabemos su nombre, pero quizás sea
el más destacado de los descendientes de Cam, y por quien probablemente llegó
el evangelio a esa región. Éste etíope no era esclavo de nadie. Era un hombre
de alto rango, con educación y cultura, un hábil oficial real – funcionario de
la reina, que estaba sobre todos sus tesoros (v. 27). Era un hombre noble con
cierta riqueza y autoridad. La Reina Valera de 1909 le llama: “gobernador de
Candace”. La revisión de 1960 dice: “funcionario
de Candace reina de los etíopes”. Candace probablemente era un título, no
un nombre. La Reina Valera Actualizada (1989) pone: “un alto funcionario de
Candace”.
Piadoso
y temeroso de Dios, había viajado desde lejanas tierras para adorar en Jerusalén.
Se esforzó buscando a Dios más que muchas personas que profesan tener interés
pero no se mueven. Isaías 55:6 exhorta: “Buscad a Jehová mientras puede ser
hallado”, pero muchos israelitas no respondieron aunque lo tenían cerca. ¡Qué
diferente el caso del eunuco! Llegó a Jerusalén, y halló a muchos judíos
religiosos, pero no llegó a conocer a Dios. Pero adquirió las Escrituras y en
su viaje de vuelta las iba leyendo. Obviamente no hizo solo un viaje tan largo,
sino vendría acompañado por siervos.
Entonces
Dios le salió al paso, enviando a Felipe a su encuentro en el camino. “Es
galardonador de los que le buscan” (He. 11:6). No era suficiente ser
sincero y creer en Dios, sino debía conocerle mediante las Escrituras, más
específicamente, por medio del evangelio, y todavía es así.
Providencialmente,
cuando Felipe le halló estaba leyendo el pasaje del profeta Isaías que
conocemos como capítulo 53. “Como oveja a la muerte fue llevado; Y como
cordero mudo delante del que lo trasquila, Así no abrió su boca. En su humillación no se le hizo justicia; Mas su generación, ¿quién
la contará? Porque fue quitada de la tierra su vida” (Hch. 8:32-33). Hizo
preguntas (v. 34), y atendió bien a la respuesta y explicación. Los judíos
religiosos en Jerusalén no le habían hablado de Cristo, y por eso él, como
ellos, todavía no era salvo. Felipe no tuvo tiempo para andar con rodeos. No le
habló de teología ni de filosofía ni de cultura, sino le anunció el evangelio
de Jesús, porque como Pablo luego indicó, es “poder de Dios para salvación a todo aquel que cree”
(Ro. 1:16). Creyó
con el corazón y confesó con la boca (Hch. 8:37). Quiso bautizarse en seguida: “¿qué
impide que yo sea bautizado?” (v. 36). Siguió gozoso su camino (v. 39),
porque había escuchado y creído el evangelio, había conocido al Salvador del
mundo, lo había obedecido y confesado en el bautismo, y lo llevaba a Etiopía de
dos maneras: en las Escrituras, y en su corazón.
Su
conversión ilustra el cumplimiento de la comisión dada por el Señor en Hechos
1:8, y el progreso del evangelio, su llegada a miembros de las razas
descendidas de los tres hijos de Noé: Sem, Jafet y Cam.
Conclusión
Hace
muchos años que al predicar el evangelio en cierto país, un hombre interrumpió
y dijo: “El cristianismo es la religión de la raza blanca”. No podía haber
estado más equivocado. Pero no estaba dispuesto a recocer su pecado y creer en
el Salvador, así que echó el capote del racismo.
Dios
prometió a Abraham que “serán
benditas en ti todas las familias de la tierra” (Gn. 12:3). Los judíos son semitas; descienden de Sem, el hijo mayor de Noé. Los
romanos y griegos son descendientes de Jafet, el hijo segundo, y los etíopes
son descendientes de Cam el hijo más joven. Cam fue maldito por su pecado
contra su padre, pero por la gracia de Dios, Su amor, Su Hijo y el evangelio
son para todos los hombres. El amor y la salvación de Dios se extienden a todo
el mundo, a todas las razas. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha
dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas
tenga vida eterna” (Jn. 3:16). “Pues la Escritura dice: Todo aquel que
en él creyere, no será avergonzado. Porque no hay diferencia entre judío y
griego, pues el mismo que es Señor de todos, es rico para con todos los que le
invocan” (Ro. 10:11-12).
“No hay diferencia” indica que Dios
no reserva la salvación para cierta nación o grupo étnico. Es “el Salvador
de todos los hombres, mayormente de los que creen” (1 Ti. 4:10). Si no eres
salvo por la fe en el Señor Jesucristo, amigo lector, Dios no tiene la culpa. Él
no tiene prejuicio, pero quizás tú sí.
La
Biblia no dice: “Vidas blancas importan”, ni “Vidas negras importan”, porque
Dios mira el corazón, no el color de la piel. No es que le importe a Dios solo
la vida de cierta raza o color, pues como el apóstol Pablo predicó en
Atenas: “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres” (Hch. 17:26). El amor de Dios se extiende a todos, y desea la
salvación de “todos los hombres”. “...No queriendo que ninguno
perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 P. 3:9).
Así
que, basándonos en las Escrituras, afirmamos que habrá etíopes y personas de
otros pueblos en el cielo, todos salvos por la sangre del Cordero de Dios, por
fe en el único Nombre en que podamos ser salvos (Hch. 4:12). En Apocalipsis 5:9
Juan informa lo que vio en el cielo: “Y cantaban un nuevo cántico, diciendo:
Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos; porque tú fuiste inmolado,
y con tu sangre nos has
redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación”.
Carlos Tomás Knott
1 Según Génesis 2:13 el río Gihón era uno de
cuatro brazos del río que salió de Edén, y éste rodeaba toda la tierra de Cus.
Es la primera mención de Cus en la Biblia.
2 Muchos países del mundo han hecho uso de corredores de mensajería.
Por ejemplo, los Chasqui en Perú eran los mensajeros del Inca, que por medio de
un sistema de relevos llevaron diariamente pescado fresco de la costa a la
residencia real en la sierra.