por Norman Crawford
tomado del capítulo 13 de su libro Congregados A Su Nombre
Veamos cómo funciona la comunión entre las asambleas. Los ancianos en la asamblea en Jerusalén tenían responsabilidad en la asamblea de allí, pero no en ninguna de las asambleas en Siria, Pisidia o Licaonia. Muchos señalan que hubo apóstoles presentes en la iglesia en Jerusalén, y es verdad, pero aun así, tenemos aquí el patrón que debemos seguir, y no tenemos apóstoles ni son necesarios para nuestra obediencia. La asamblea en Jerusalén debía considerar el asunto simplemente porque, como la carta declaró: “Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas, mandando circuncidaros y guardar la ley” (v. 24). Los que perturbaban a las otras asambleas habían salido de Jerusalén, y por eso respondían por su conducta a los ancianos en Jerusalén. También es verdad que Bernabé fue enviado de Jerusalén a Antioquía, y que Pablo durante un tiempo se había congregado en Jerusalén. Estas observaciones contestan toda pregunta acerca de la autoridad del llamado “concilio en Jerusalén”. Estemos claros, no fue un concilio de iglesias, sino los ancianos en una asamblea actuando responsablemente acerca de los que habían salido de ella...
...Los ancianos piadosos cuidarán de promover la comunión verdadera en la asamblea donde Dios les ha colocado, y también mantendrán comunión con otras asambleas para la ayuda mutua. Pero, respecto a la conducta de la asamblea, ellos dan cuenta a Dios, no a otra asamblea o grupos de asambleas.
Hemos insistido que cuando los ancianos se reunieron en Jerusalén, su responsabilidad era respecto a los hermanos de su propia asamblea, no las asambleas de los gentiles en lugares distantes (Hch. 15). En Apocalipsis 1-3 hay una hermosa ilustración de la independencia de las asambleas, que también muestra su interdependencia. Juan se volvió para ver la voz que hablaba con él, y comentó: “y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre” (Ap. 1:12-13). Aprendió que esos siete candeleros eran las siete iglesias de Asia Menor, a las que el Señor se dirigía en capítulos 2 y 3 (Ap. 1:20). Cada uno tenía la misma construcción: oro puro, sin mezclas. Cado una tenía su base de oro. No eran como el candelabro del tabernáculo (la menorá) en el Antiguo Testamento con una sola base y siete lámparas.
El Señor Jesús estuvo en medio de los siete candeleros, de modo que cada uno le alumbraba desde el punto de vista humano. Pero por supuesto, Él iluminaba a cada uno con Su bendita luz divina. Tenían un centro común – el Señor que estaba en medio de los siete. Una buena comparación sería la forma de una rueda con sus radiales, cada uno conectado al buje, pero sin llanta conectándolos afuera. No había conexión entre una lámpara y otra, excepto por el Señor en medio de ellas. El Señor hizo un escrutinio de cada una de las asambleas, pero no culpaba a ninguna por los errores, fracasos o pecados de otra. Cada uno debía rendir cuentas directamente a Él y solo a Él. Todavía es así hoy con las asambleas.
Cada asamblea es un testimonio individual, puesta sobre su propia base de oro: “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Co. 3:11). Ninguna asamblea es responsable de la conducta de otra, ni debe interferir en el gobierno de otra. Ninguna asamblea ocupaba un lugar más cerca, alto o de más autoridad que otra, porque todas tenían la misma conexión con el Señor. Quizás la ilustración mejor enseña la verdad neotestamentaria de las asambleas en la conexión entre los candeleros, que solo es Cristo. Los hombres siempre intentan poner lazos para conectar una compañía a otra, para formar algo más grande, mejor organizado, más unido, “para que el mundo vea por fin que no somos tan pequeños”. Así y con otras excusas suelen razonar. Pero todo intento humano a organizar de cualquier forma a las iglesias se aleja de las Escrituras y constituye otros grupos sectarios, cada uno con su propia forma de organización. ¡Debemos guardarnos de todo esfuerzo para tomar un nombre común, además del Nombre del Señor Jesucristo, o de unir las iglesias bajo un común denominador o en alguna agrupación o asociación!
Esos esfuerzos para organizarse produjeron las denominaciones, y las asambleas congregadas al Señor son una protesta contra ese sistema en cualquiera de sus formas.
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