viernes, 28 de abril de 2017

LA OFRENDA COMO SACRIFICIO

 
POR QUÉ DEBEMOS OFRENDAR SACRIFICADAMENTE  AL SEÑOR 
Y A SU OBRA

Porque Él se dio sacrificialmente por nosotros al venir a morir por nuestros pecados y nos hizo ricos espiritualmente (2 Co. 8:9).

Porque Él nos ofrece la oportunidad de hacer tesoros en el Banco del Cielo (Lc. 16:9; Mt. 6:20).

Porque donde está nuestro tesoro, allí estará centrado el interés de nuestro corazón (Lc. 12:33-34).

Porque todo lo que tenemos pertenece a Dios (1 Cr. 29:14), debemos dejar que Él lo use libremente.

Porque Él dice que retener los diezmos (10%) y las ofrendas es “robar a Dios” (Mal. 3:8).

Porque en la medida que demos, Dios nos dará (Lc. 6:38; 2 Co. 9:6).

Porque el dar generosamente a Dios conduce a bendición, y el no dar lleva a pérdida (Pr. 11:24-25).

Porque Jesús dijo que es más bienaventurado dar que recibir (Hch. 20:35).

Porque después de que hayamos dado liberalmente, el Señor promete suplir todas nuestras necesidades (Fil. 4:18-19).

Porque el Señor nos ha mandado dar regularmente, sistemáticamente y proporcionalmente (por porcentaje) (1 Co. 16:2). La forma de dar es a través de la iglesia local.

Porque Dios ama al dador alegre (2 Co. 9:7).

Porque es mejor amar y dar a Dios que amar y atesorar dinero (Mt. 6:24).

Porque dar es un acto de adoración a Dios (Mt. 26:7-11).

Porque el Señor resaltó y mandó el dar de una manera sacrificial (Lc. 21: 1-4).
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Recordemos que Dios mira lo que nos queda después de ofrendar, no sólo lo que ponemos en la ofrenda. "Muchos ricos echaron mucho" pero sus ofrendas eran cómodas, porque dieron lo que les sobró y lo que no necesitaban para vivir cómodamente. Sus ofrendas no eran sacrificios. Podían haber dado mucho más. Impresionaron a todos menos al Señor, porque Él ve todo, lo que ofrendamos, lo que guardamos, y lo que gastamos en otras cosas (véase Hch. 5:1-5).
 
autor desconocido

miércoles, 19 de abril de 2017

La Mies: Cómo Llegar (parte 4)

CÓMO LLEGAR A LA MIES


(parte 4)

Carlos Tomás Knott

Asuntos de dinero

    ¿Cómo te sustentarás en el campo misionero? Bien, ahí puedes escoger. Puedes ir tocando el tambor y pasando el sombrero y conseguir un equipo de apoyo. Puedes buscar seguridades de un ingreso mensual regular, un salario o “acuerdo” entre ti y tus hermanos. Puedes preparar un presupuesto determinado y hacer una lista de los que se comprometen a apoyarte, poniendo la cantidad prometida al lado del nombre, hasta que llegues a tu meta. Así, puedes hablar de porcentajes de apoyo logrado. Esto es ser pragmático, porque, a fin de cuentas, ¡tenemos que comer! Ademas, es un hecho que hay gente que dará si les dices cuáles son tus necesidades. Y funciona, hasta cierto punto.
    Luego hay el camino más excelente. Puedes seguir la enseñanza y pauta del Nuevo Testamento, que no permite nada de esto. No, ni siquiera dar a conocer tus necesidades, como dicen algunos: “No pedimos dinero a la gente; sólo les decimos la verdad, dándoles a conocer nuestras necesidades”. ¿Y qué creéis que está haciendo el mendigo de la esquina? ¡Pues dar a conocer sus necesidades! Sólo que él no tiene que justificarlo escrituralmente, por lo que es más abierto en cuanto a recordarnos que vivir cuesta dinero, y que el mes pasado no tuvo lo suficiente. A esto se le llama mendigar.
    Alteramos ligeramente esta conducta, y tenemos las prácticas de muchos obreros cristianos en la actualidad. No, esto no es seguir la pauta escritural. Algunos quieren salir a la mies confiando en ciertos hermanos afluentes para su apoyo. Es un error poner la mira en los hombres. En ninguna parte del Nuevo Testamento enseñó el Señor Jesús a Sus discípulos que dieran a conocer sus necesidades a nadie más que a Dios. Él ni siquiera dijo que se pidiera a otros que oraran acerca de tus necesidades financieras —lo que es también otra forma de dar a conocer las necesidades. No, nunca se habla allí de que un obrero anunciara su presupuesto, que levantara un equipo de apoyo, recordando a la gente que cuesta dinero vivir y servir, ni enviando cartas describiendo ministerios urgentes en los que se podría involucrar si tan solo alguien envía una contribución. Emprender este camino de mirar al hombre para suplir nuestras necesidades es peligroso. Es como beber agua del mar — lo que sólo da más sed. Tendrás más deseos de pedir y más dependencia de los hombres en lugar de depender de Dios. No es una vida de fe. No es una vida basada en el Nuevo Testamento. Esto debería quedarte meridianamente claro.
    Tomemos las palabras del Señor y la conducta de Pablo como dos buenos ejemplos. Primero, acerca de a quién hablamos y pedimos acerca de dinero y necesidades materiales, el Señor dijo:
    “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mt. 6:6).

    En Mateo 6:26 el Señor prometió que el Padre se encargaría de alimentar a Sus discípulos, y en el versículo 30 prometió que el Padre se encargaría de vestirlos. Luego llega a la gran conclusión a esta parte del capítulo:

    “No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:31-33).

    Esta palabra “aposento” podría traducirse más literalmente como “despensa” o “almacén”. ¡Así tenemos que la habitación de suministros del cristiano es su estancia de oración! Su “equipo de apoyo” es el Señor Dios Todopoderoso que se encuentra con él en sus oraciones privadas. Ésta es la vida de fe, confiando en el Padre celestial para que supla nuestras necesidades, y no teniendo ansiedad acerca de ellas ni tratando de manipular su provisión. ¡Él puede!
    Segundo, tenemos el ejemplo de Pablo. Él era apóstol, llamado a predicar el Evangelio. En 1 Corintios 9 habla de sus derechos apostólicos, uno de los cuales incluye ser sustentado. Si alguien jamás tuvo derecho a pedir dinero, e incluso a exigirlo, hubiera sido él. Además, si alguien tuvo jamás necesidad de apoyo, éste era Pablo, con sus frecuentes viajes y penalidades. ¿A quién no le gustaría pedir dinero a los creyentes para reposar y recuperarse en la costa un par de semanas después de haber sido azotado con muchos azotes en Filipos? Aquí tenemos las cosas que Pablo sufrió por causa del Evangelio:

    “Hasta esta hora padecemos hambre, tenemos sed, estamos desnudos, somos abofeteados, y no tenemos morada fija. Nos fatigamos trabajando con nuestras propias manos; nos maldicen, y bendecimos; padecemos persecución, y la soportamos” (1 Co. 4:11-12).

    “...en trabajos más abundante; en azotes sin número; en cárceles más; en peligros de muerte muchas veces. De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado. Tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como naufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez” (2 Co. 11:23-27).

    Nunca Pablo ni los que estaban con él, ni siquiera una vez en todo lo que soportó por el Evangelio, publicaron sus necesidades ni pidieron dinero. Las únicas necesidades que publicó fueron las de los pobres en Jerusalén, y la única ofrenda que pidió fue para ellos. Para sus necesidades confiaba en Dios, su Padre celestial. Seguía las enseñanzas del Señor en Mateo 6. Leyendo en Corintios queda claro que Dios le dejó pasar a través de pruebas, pero nunca le falló. No debes pensar que Dios, para mantener su promesa, tiene que darte un nivel de vida cómodo y nunca dejarte perder una comida. Esto no concuerda con el seguimiento del Salvador, que se hizo pobre para que otros pudieran ser ricos. No es consistente con el llamamiento a “soportar penalidades como buen soldado de Jesucristo”. Tampoco concuerda con lo que hemos aprendido de la vida de Pablo. Las pruebas y las dificultades no son fracasos de parte de Dios, y no son señales de que deberíamos abandonar la vida de fe y comenzar a publicar y a pedirles ayuda a los hermanos. No rompas el silencio de la fe — confía que incluso en las pruebas Dios está contigo:

    “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Dt. 8:3).

    Anthony Norris Groves, George Müller y Hudson Taylor están entre los que han vivido para demostrar que la vida de la fe es posible, y su ejemplo ha afectado a muchos otros. Hermano, ¡se puede confiar en Dios — Él apoya la obra que manda! Pero la gran pregunta que sigue siendo repetida por los aspirantes a misioneros de hoy es: “¿Sigue funcionando esto?” “¿Puede esto funcionar en el siglo XXI?” “¿No deberíamos ser más realistas acerca de esto?”
    El problema con estas preguntas y otras como ésta es la palabra “esto”. “Esto” no es una técnica para conseguir fondos. “Esto” no es un estilo optativo de vida para el misionero. “Esto” no es un truco o método. Debido a que la vida de la fe es simplemente confiar en Dios, creyendo en Él, confiados en Sus promesas, dándole a conocer las necesidades a Él en secreto, y esperando que Él provea, deberíamos eliminar la palabra “esto”. Estamos hablando acerca de Dios. Así, “¿Actúa Dios?” “¿Puede Dios funcionar en el siglo XXI?” “¿No tenemos que ser más realistas acerca de Dios?” Parece que estas preguntas suenan diferentes cuando sacamos de ellas el impersonal “esto”. Alabado sea el Señor. Podemos confiar en El. Quizá la pregunta real y penosa que deberíamos considerar todos nosotros hoy es: “¿Queremos de veras confiar en Él?”
    Finalmente, consideremos estas observaciones de Hudson Taylor acerca de las finanzas y de la obra del Señor:

    “¿Y qué si Dios no fuera a enviar el dinero que necesitamos? Bien, podemos pasarnos sin el dinero, pero no podemos pasarnos sin Dios. Después de vivir sobre la fidelidad de Dios por muchos años, puedo dar testimonio de que las ocasiones de necesidad han sido ocasiones de una bendición especial. Os ruego que nunca hagáis ninguna petición por fondos, excepto a Dios en oración. Cuando nuestra obra se transforma en una obra de mendicidad, muere”.

Entrando en la “tierra prometida”

    No la de Israel, sino el lugar a donde el Señor te guía para servirle. La llegada será una mezcla de gozo y de tensión, la excitación de llegar finalmente allá junto con las tensiones de adaptarse a las diferentes costumbres y al idioma. No creas que tu vida de sacrificios y de verdadero discipulado ha terminado ahora que estás en el campo misionero: ¡En muchas maneras está sólo comenzando! Sé flexible. Ten disposición a ser enseñado. Está dispuesto a romper con antiguos hábitos y tradiciones, y sé como la gente a la que has venido a servir. Y mejor que la adaptación es la integración.
    Esto significará que en lugar de iniciar allí una pequeña colonia de tu patria, tendrás un hogar como él de los hermanos nacionales tanto como te sea posible. Y no hables otro idioma delante de ellos, porque es de mala educación y puede causar sospechas: "¿qué está diciendo que no quiere que sepamos?" podrían ellos pensar. Guárdate de la tendencia de reunirte con otros misioneros de continuo para hablar en la lengua materna, para discutir acerca de los locales, y para hablar con nostalgia acerca de la patria. ¡Intégrate!

    “Pues si hubiesen estado pensando en aquella [patria] de donde salieron, ciertamente tenían tiempo de volver” (He. 11:15).

    Comienza en oración buscando sólidas amistades con los hermanos nacionales. Ellos te serán una gran fuente de valiosa ayuda para hacer la transición. Presta atención al acento de ellos. Estudia la forma en que se expresan. Observa como se visten, lo que comen y cuáles son sus cortesías. Intenta integrarte e identificarte con ellos, tal como Pablo significaba al decir:

    “Por lo cual, siendo libre de todos, me he hecho siervo de todos para ganar a mayor número” (1 Co. 9:19).

    La vida sacrificial y el verdadero discipulado incluye el cambio de tus hábitos y tradiciones personales, desechando tus placeres y preferencias personales a fin de alcanzar a hombres y mujeres para el Evangelio. No estamos hablando de cuestiones doctrinales, sino de preferencias en el estilo de vida personal, etc. La rigidez en mantener tus horarios y distintivos culturales no te llevará a ninguna parte. El Señor no te envía a un lugar para estar criticando el país, enseñando a todos tu idioma madre, y haciendoles adaptarse a costumbres que traes de afuera. Recuerda esto y podrás hacer muchas amistades provechosas para el reino de Dios. Cuanto más puedas decir con verdad que algunos de tus mejores amigos son los nacionales, tanto más eficaz serás en tu ministerio entre ellos. El Señor del Cielo y de la Tierra se hizo hombre, fue a Israel, y escogió a doce nacionales para que estuvieran con Él, y para poderlos enviar. Selah.

Perfeccionando a los santos
 
Alguien ha observado con razón que un misionero extranjero eficaz nunca ha tenido un sucesor extranjero. Ésta es la pauta que vemos en hechos: plantar, levantar un liderazgo nacional, pasarlo a ellos, y seguir adelante. Ésta es la enseñanza de Efesios 4:11-12, y también que los obreros dotados instruyan a otros en la obra, en lugar de  tomar una posición permanente con otros que dependan de ellos. Si recuerdas esto, y te esfuerzas siempre en llevarlo a cabo, te irá bien a largo plazo. Estás para servir, y para darte en beneficio de ellos, no para ser servido.
    No vemos que Pablo actuara como anciano fijo en las asambleas que plantaba, ni a ninguno de los otros misioneros en Hechos. Tampoco fue “obispo” sobre varias iglesias. Procuraba dejarlas en manons de hombres espirituales dotados y competentes para el pastoreo. ¡Cuán importante es que creamos que Dios quiere emplear a los hermanos nacionales, y que esto no significa que se deje para un tiempo indefinido en el futuro lejano! Deben ser discipulados desde el mismo principio, tal como Timoteo fue instruido:

    “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros” (2 Ti. 2:2).

    El discipulado de hermanos nacionales y el depósito de confianza en ellos para que lleven a cabo la obra del ministerio deberían ser una empresa y una prioridad básicas. Por muchos años que pasemos entre ellos y cambios que hagamos para parecernos a ellos, nunca seremos nacionales. Esta ventaja es exclusivamente de ellos. ¡Qué gozo verles proseguir la obra del Señor como lo hicieron los tesalonicenses, proclamando la Palabra de Dios y siendo ejemplos en la fe (1 Ts.1:6-8)! Éste es el plan del Señor para la mies.

Puedes llegar allá desde aquí

    No es ni Patrick Henry, ni ningún otro humano, quien recluta para la obra misionera, sino el mismo Señor de la mies. Por Su Espíritu Él está buscando y llamando a creyentes entre nosotros que actúen como empalizada y cubran los huecos. Tú puedes ser uno, si el Señor te llama. Tú puedes ser un obrero en Su mies, si Él te envía. Tú puedes llegar allá desde aquí. Pero recuerda que la mies está en todas partes, no sólo en el extranjero. Alrededor tuyo hay una gran mies y puede que el Señor te quiere tener sirviendo allí mismo. Lo importante no es tanto dónde, sino donde Él quiere.
    La mejor de todas las bendiciones, sin embargo, no es la de llegar a la mies. Es descubrir que el Señor Jesús te ha precedido, y que allí, en tu trabajo en la viña, tienes grata comunión con Él. Esta comunión con Aquel que dejó el cielo para buscar y salvar a los perdidos es la especial bendición de la vida. Ninguna integración cultural por nuestra parte, ninguna privación que suframos, ni ningún trabajo que emprendamos para Él, será nunca igual a Su gran despojamiento por nosotros, desde el trono de la gloria hasta la cruz. Las palabras de Hebreos 12:3-4 son un especial aliento para nosotros para continuar considerándole a Él y aprendiendo de Él al servirle en el campo:

    “Considerad a aquel que sufrió tal contradicción de pecadores contra sí mismo, para que vuestro ánimo no se canse hasta desmayar. Porque aún no habéis resistido hasta la sangre, combatiendo contra el pecado” .

    Todos hemos sido llamados a la comunión con Él, el verdadero Misionero celestial. Pero para tener esta comunión debemos seguirle a donde Él va. Quien debe elegir siempre es Él.

    “Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará” (Jn. 12:26).

    No puede haber un mayor gozo para ningún cristiano que recibir honra del Padre por haber seguido y servido a Su amado Hijo. Aquí, entonces, tenemos el secreto de una vida que cuenta, la vida de grata comunión con el Salvador. No es un llamamiento a una guerra carnal por una causa pasajera, ni un llamamiento a la gloria de oropel de las galerías de la fama marchitable del mundo. «Sí alguno me sirve, sígame». Es un llamamiento a la comunión con el Señor Jesucristo sirviéndole, saliendo y uniéndonos a Él en Su gran obra de la cosecha de las almas, y de edificar Su gloriosa iglesia. Puedes unirte a Él en la mies. Puedes llegar allá desde aquí.

traducido originalmente por Santiago Escuain y publicado en 1991 por Christian Missions in Many Lands.
 

La Mies: Cómo Llegar (parte 3)

CÓMO LLEGAR A LA MIES

(parte 3)

Carlos Tomás Knott

Levanta tus ojos

    El Señor Jesús dijo que el campo es el mundo (Mt. 13:38). Hay todo un gran mundo allí que el Salvador ama y quiere que oiga el Evangelio. Ésta es nuestra misión — la razón de haber sido dejados sobre el planeta tierra: “Id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19). El Señor no dijo que habláramos del mundo, o que estudiáramos el mundo, sino “Id por todo el mundo”. ¡Esto es diferente de manifestarnos de acuerdo en que está ahí y necesitado! Por ello, cada discípulo del Señor necesita una visión mundial que conduzca a su involucración personal en alcanzar este mundo con el Evangelio. ¿Cómo levantas tus ojos?
    Ora por las naciones (1 Ti. 2:1) y por los misioneros con regularidad. Hay un libro: Operación Mundo, por Johnstone, que aunque es algo ecuménico, sin embargo puede facilitar alguna información demográfica para orar por los diferentes países del mundo. Se puede obtener a bajo costo un mapamundi y hacer tarjetas o fichas de oración por diferentes países, dedicando una tarjeta a cada país. ¡Es un buen ejercicio para abrir los ojos a las necesidades espirituales en todo el mundo.
    Lee la buena literatura cristiana. Por cuanto “de hacer muchos libros no hay fin”, no puedes leerlo todo, por lo que has de ser selectivo. Para iniciarte, he aquí unos pocos libros clave que deberías leer (¡no simplementecoleccionar para tener en las estanterías!):

La Escuela de la Obediencia, por Andrew Murray
Biografías de Grandes Cristianos (2 vols.), por Orlando Boyer
C. T. Studd, Deportista y Misionero, por Norman Grubb
El Secreto Espiritual de Hudson Taylor, por Harold y Geraldine Taylor
Dificil Para Dios, Charles Marsh
El Verdadero Discipulado, por William MacDonald
Sólo Una Vida, por William MacDonald
La Vida de Nee To Sheng, por Angus 1. Kinnear
Pasión por Las Almas, por Oswald Smith
Portales del Esplendor, por Elisabeth Elliott
Devoción Cristiana, por A. N. Groves

    Hay docenas más, pero estos servirán para que comiences. Días o tardes pasadas con libros así dejarán una marca permanente en tu vida. Es difícil leerlos y permanecer inconmovido o incambiado.
    Luego están tus amigos — las compañías de que te rodeas. No por obligación, como en la escuela o en el trabajo, sino cuando puedes escoger. En Proverbios 13:20 tenemos este consejo: “El que anda con sabios, sabio será”. Si quieres servir en la mies del Señor y Salvador, deberías cultivar serias amistades espirituales con personas que, como tú, están interesadas en conocer mejor al Señor y en glorificarle más. No te conformes con la aburrida rutina de los juegos de salón, la aficción a los deportes, el chateo en internet y mil otras cosas que resultan ser pérdidas de tiempo. Dedica tu tiempo a personas a las que no les aburra hablar del Señor, estudiar Su Palabra juntos, orar y servirle juntos en la asamblea. También podrás aprender y crecer iniciando y manteniendo correspondencia con misioneros ya en el campo. (¡A ver si lo haces!)
    Deberías considerar las conferencias misioneras como oportunidades para crecer y reunir información, e ir a ellas con libreta y lápiz. Pídele al Señor que te enseñe algo en cada sesión, y que lo emplee para instruirte mejor como Su discípulo. Pídele que te guíe en tus contactos con la gente allí.
    Comienza a aprender un idioma. Hay cientos de ellos, y cada uno de ellos es el camino al corazón de un grupo de personas. Los norteamericanos son especialmente notorios por su falta de interés en otros idiomas. Pero una parte del proceso de ir al campo misionero es adquirir otro lenguaje, y la disciplina de pensar y comunicarte en otra lengua distinta a la materna. ¡Cuanto antes comiences, mejor!

Probando tu ministerio

    ¿Qué soldado se va a la guerra antes de aprender cómo luchar? ¿Qué atleta se presenta a una competición sin entrenarse? ¿Qué músico da un recital sin horas de abnegada práctica? ¿Qué médico practica la medicina sin haber sido primero un interno? ¿Y esperamos que los jóvenes tomen una decisión de dedicarse al Señor, de presentarse voluntarios a ser Sus obreros en la mies, y que salgan directos al campo? ¿O sientes tú, joven cristiano, que lo espiritual de parte de tu asamblea es que te envíen directamente? ¿Y qué de la instrucción? ¿Qué acerca de la experiencia? ¿Qué acerca de profundidad espiritual y sabiduría? ¿Qué acerca de la confianza de tus hermanos de que realmente puedes llevar a cabo la obra para la que te presentes voluntarrio? Estas cosas son de la mayor importancia, y el Nuevo Testamento tiene otra vez algo que decir al respecto.
    Vemos en Hechos 13 y Hechos 16 dos tipos básicos de misioneros que salen. El primer tipo son los obreros experimentados, Bernabé y Pablo — Hechos 13:1-4. Habían ganado profundidad, experiencia y sabiduría por medio de un ministerio muy activo en la asamblea local de Antioquía. Los santos allí los conocían como siervos dotados y capaces, y confiaban en ellos. El tiempo pasado en la obra en Antioquía mientras las gentes perecían en otras tierras no fue considerado como un desperdicio. Su experiencia en Antioquía demostraría una y otra vez su utilidad en el campo misionero. No hay mucho, relativamente hablando, de esta clase de salidas misioneras. Parece haber la tendencia por parte de obreros experimentados de meterse en un nicho en su patria y quedarse. Como mucho alientan a los jóvenes a que vayan, a menudo sin mucha experiencia práctica, y solos, para que aprendan en la escuela de los duros golpes. A veces experimentan la amargura de la confusión y del fracaso en manos de un enemigo experimentado y endurecido. Naturalmente que Dios es Soberano, pero si los líderes experimentados no quieren salir, Él usará a los otros, que vayan voluntarios, y los bendecirá. Alabado sea Dios por los que están dispuestos. Pero, ¿dónde están hoy los Pablos y los Bernabés? Con su experiencia podrían subirse las mangas y emprender la obra de manera directa, y eficaz, sobre el campo.
    El segundo tipo es el del misionero joven y relativamente inexperto que sale a trabajar como discípulo, como «aprendiz» de otro más mayor y experimentado. En Hechos 16:1-4 tenemos el ejemplo de Timoteo a este respecto. Se debería observar que era un creyente que tenía buen testimonio de los hermanos — esto es: tenía un buen testimonio acerca de su vida cristiana. Era un cristiano devoto, aparentemente sirviendo ya activamente a Cristo allí donde estaba. Quizá había orado y pedido al Señor que lo usara; no lo sabemos, pero sí sabemos que cuando Pablo se encontró con él, le gustó lo que vio. “Quiso Pablo que éste fuese con él” (v. 3). Por cuanto cada asamblea local es autónoma, consideramos que debe haberse dado algo de discusión, oración y acuerdo entre los ancianos, Pablo y Timoteo acerca de su salida. Se fue a petición de Pablo, para aprender el ministerio en lo que se podría llamar «instrucción sobre el terreno», como la sombra de Pablo. Un estudio de la vida de Timoteo nos enseñará que el joven misionero que sale con este acuerdo mutuo debería estar dispuesto a hacer lo que se le mande, y a considerar que el Señor le conduce a través de su “misionero discipulador”, hasta aquel tiempo en que tenga la confianza de los santos para emprender la tarea por sí mismo. Pablo describe esta misma relación con Timoteo en Filipenses 2:19-22,

    “Espero en el Señor Jesús enviaros pronto a Timoteo, para que yo también esté de buen ánimo al saber de vuestro estado; pues a ninguno tengo del mismo ánimo, y que tan sinceramente se interese por vosotros. Porque todos buscan lo suyo propio, no lo que es de Cristo Jesús. Pero ya conocéis los méritos de él, que como hijo a padre ha servido conmigo en el evangelio”.

    Primero, Timoteo había demostrado su carácter en su asamblea local, siendo de buen testimonio, y siendo un colaborador deseable para un obrero experimentado como Pablo. Segundo, la prueba de él mismo era su servicio presente con Pablo en sus viajes y trabajos misioneros, estableciendo y edificando las iglesias.
    Ésta es la obra misionera, la obra de plantar y edificar una asamblea local. Nada hay misterioso acerca de ello; es la vida de la asamblea otra vez en otra tierra. La declaración de Cristo: “edificaré mi iglesia”, manifiesta claramente lo que Dios está haciendo en esta edad. Así, es sólo lógico que la verdadera preparación para el servicio misionero sea la experiencia en el funcionamiento de tu asamblea local. Deberías buscar un continuo consejo de tus ancianos al poner a prueba tu ministerio. Ellos pueden reunirse contigo con regularidad, ayudando a prepararte para un servicio eficaz en los campos de cosecha extranjeros.

Centrando la visión

    Mientras prosigues en tu servicio para el Señor allí donde te encuentras, observarás un creciente interés en unos campos particulares. Éste es un interés que viene y permanece y crece, y que no depende del último misionero con el que hablaste. Esta «partícularízación» forma parte de la obra de Dios conduciéndote a un área en particular. Naturalmente, debería ser comunicada a tus ancianos tan pronto como te des cuenta de ella.
    Ahora es el momento de comenzar en serio el estudio de la historia, geografía y lengua de este campo. Encontrarás libros en la biblioteca municipal para préstamo y lectura. Encontrarás cursos en facultades de historia o en escuelas oficiales de idiomas. Deberías ponerte en contacto con los misioneros que estén allí. Si hay alguna historia de la obra misionera de aquella área, como las que se encuentran en la serie en inglés: That The World May Know [“Para que el mundo sepa”], por Tatford, sería buena cosa familiarizarse con ella. Lamentablemente no hay muchas obras así en español, pero uno siempre puede preguntar e investigar por su cuenta. No es siempre así, pero a veces se hace posible hacer una visita a la tierra en que estás especialmente interesado. En tal caso, deberías planear el viaje con oración y el consejo de tus ancianos, para lograr el máximo beneficio del mismo. Al visitar a los misioneros, deberías llegar preparado para observar y aprender, y tener buenas preguntas que hacer, y tal vez apuntadas algunas cosas que quisieras aprender durante el viaje. Pensando en la posibilidad de que puedas mudarte allí o a otro lugar para servir, ¿qué te es necesario conocer? Sería también excelente pasar un tiempo con los hermanos naturales del país, tanto como sea posible, para comenzar a hacer amistad con ellos. Posiblemente verás que cada uno que visites querrá convencerte de que eres necesitado en su zona.
    Recuerda que debes permanecer abierto a la guía del Señor después, cuando vayas dilucidando lo que aprendiste junto con los hermanos de tu asamblea local. Comparte con ellos y pide que sigan orando y que te den cualquier consejo que tengan.

Pedid y recibiréis

    Lo que se necesita para salir confiados no es sólo un llamamiento general a las misiones, sino una conducción más específica de parte del Señor acerca de Su voluntad acerca de tu partida. Al orar y buscar Su voluntad, esto es lo primario: (1) Su Palabra (Sal. 119:105); (2) El consejo de los ancianos de tu asamblea (He. 13:17); (3) Circunstancias fuera de tu control (Hch. 16:6-9); y (4) La convicción personal acerca de qué es lo que el Señor quiere que hagas (Hch. 16:10).
    Las siguientes líneas maestras acerca de las misiones y de la voluntad de Dios, adaptadas de A Spiritual Clinic (Un consultorio espiritual), de J. O. Sanders, pueden resultarte útiles.
1. Está honradamente dispuesto a hacer la voluntad de Dios siempre que te sea manifestada.
2. Encomienda explícitamente tu camino al Señor. Confía en Él.
3. Date a una preparación positiva; nada de esperas letárgicas.
4. Afronta los problemas y las dificultades de las misiones de una manera franca, y cuenta el costo.
5. Consulta con tus ancianos y otros misioneros para consejo. Sigue el consejo de ellos.
6. Obedece cada indicación de la voluntad de Dios cuando se te haga patente.
7. Escribe los pros y los contras en dos columnas cuando llegue el momento de decidirse.
8. Decide en base de la información, del consejo, de la luz de las Escrituras, de una profundización de la convicción del Espíritu Santo, y de circunstancias convergentes.
9. Somete la decisión a la prueba del tiempo.
10. Si persiste la convicción, pasa adelante.
11. Espera confirmaciones adicionales de parte del Señor mientras prosigues.
12. Espera que Satanás intente distraerte y desviarte.
13. No mires atrás. Nunca arranques en incredulidad lo que has sembrado con fe.

    Naturalmente, cuando Dios indique que te está separando para la obra, tu asamblea lo sabrá y querrá seguir la pauta del Nuevo Testamento, y encomendarte con oración y públicamente a Su obra (Hch. 13:3). Por cuanto los ancianos deben ser los reclutadores de Dios para las misiones, y por cuanto tú has estado trabajando estrechamente con ellos y comunicándote con ellos continuamente, ellos estarán ya pensando acerca de tu encomendación.
    Si las asambleas en tu país tienen un servicio para orientar y ayudar a los misioneros, sería bueno ponerte en contacto con ellos tempranamente. Pero en muchos países no hay. No importa, porque tampoco había en los días de los apóstoles. La gracia y guía del Señor y la comunión y oraciones de los hermanos son suficientes.
continuará, d.v.

 

La Mies: Cómo Llegar (parte 2)

COMO LLEGAR A LA MIES 

(Parte 2)
Carlos Tomás Knott
 
El primer paso

    ¿Cuál es el primer paso hacia el campo misionero? Evidentemente, como en el caso de los creyentes de Tesalónica, el punto de partida es una buena y sólida conversión. Nada de esta cosa a medias — orando alguna oración en un momento emotivo al final de un campamento o después de algún mensaje evangelístico, y luego cojeando por el camino, tratando de tener un pie en el reino y otro en el mundo. Esto puede que perturbe tu teología del “cristiano débil o carnal”, pero el Señor Jesús dice que los tibios serán escupidos de Su boca (Ap. 3:16). Así que, ¡tómate a Cristo y el cristianismo en serio, y no a medias!
    Una conversión buena y sólida viene cuando oyes y comprendes el Evangelio, que:

    “Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras”. (1 Co. 15:3-4)

    Habiendo quedado convicto de tu culpa ante un Dios Santo, te arrepientes de tus pecados y crees el Evangelio, en tu corazón —confiando en Jesucristo como tu Señor y Salvador. Una conversión bíblica significa decir adiós a tu viejo yo y a la vieja vida. No es para asombrarnos que leemos que: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Esto concuerda con el “lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tit. 3:5), y es la clase de conversión sobre la que se basa el cristianismo verdadero, el del Nuevo Testamento, tal como leemos en las Escrituras. Desde el endemoniado gadareno junto al mar de Galilea, hasta Saulo de Tarso en el polvoriento camino de Damasco, la verdadera conversión siempre ha conllevado tales vidas bruscamente cambiadas. Éste es el mensaje de la cruz, tal como lo expresa Tozer:

    “Aquel evangelismo que hace amistosos paralelismos entre los caminos de Dios y los caminos del hombre es falso a la Biblia y cruel para las almas de los oyentes. La fe de Cristo no es paralela con el mundo, sino que lo corta. Al venir a Cristo no llevamos nuestra vieja vida a un plano superior; la dejamos en la cruz. El grano de trigo tiene que caer en la tierra y morir”.

El crecimiento en la familia de Dios

Cuando somos salvos venimos a formar parte de la familia de Dios. Todos los creyentes en esta edad constituyen la Iglesia Universal, y cada asamblea local es una miniatura de la universal. El plan de Dios es que estemos en comunión en una asamblea local. sta es también la pauta del Nuevo Testamento. Nada de quedarse aislado, ni de dedicar lo mejor de tu tiempo y energía a organizaciones bien intencionadas (¡y quejándote luego de la falta de vida en la iglesia!) La iglesia es la clave para y el pálpito del plan de Dios en esta edad. El Señor Jesús anunció: “Edificaré mi iglesia” (Mt. 16:18), no “mi organización”.
    Leyendo Efesios 4:10-16 notamos que el Señor resucitado ha dado a los hombres dotados a la iglesia para el perfeccionamiento de los santos. No existe clero ni laicos en el Nuevo Testamento (¡excepto en el judaísmo!). Cada creyente debe ser perfeccionado para la obra del ministerio. Volviendo de nuevo a 1 Tesalonicenses capítulos 1 y 2, vemos que Pablo, Silas y Timoteo trabajaban incesantemente para hacer discípulos de los nuevos creyentes. Los cuidaban como una madre (2:7) y un padre (2:11), instruyéndolos a que sirvieran al Señor. No es para asombrarse que de esta joven iglesia hubiera “sido divulgada la palabra del Señor” (1:8). Estos creyentes tuvieron una buena crianza espiritual en la asamblea, y justo en ella recibieron su instrucción para la obra cristiana. Así es la asamblea local, no la organización paraeclesial, la que vemos alcanzando toda Grecia con el Evangelio... y no tenían radio, TV, automóviles, imprentas, ¡ni internet! Selah. Si quieres ir al campo misionero, no pases por alto la necesidad de ser una parte activa, consagrada, estudiosa y trabajadora de tu asamblea local.

Presentación voluntaria al servicio

    ¿Te sorprenderá oír, entonces, que Dios desea emplear cristianos ordinarios como obreros para Su mies? ¿Qué? ¿Piensas acaso que los apóstoles fueron un grupo de gigantes intelectuales, filósofos o financieros? Bien al contrario. Alguien ha dicho con mucha razón que lo más grande acerca de cualquiera de estos hombres fue su relación con el Salvador. De otra manera, ¡nunca habríamos oído de ninguno de ellos! Eran hombres sin carrera que no gozaban de ninguna posición política ni social en el mundo. El Señor Jesús les dijo a estos hombres ordinarios: “Id; he aquí os envío ...” Cuando se trata de gente ordinaria, ¡Dios recibe toda la gloria!
    Consideremos sólo algunas de las personas ordinarias que el Señor de la mies empleó. Fue un chico joven que dio sus pocos recursos de cinco panes y dos peces al Salvador. Los discípulos comentaron con escepticismo: “¿Qué es esto entre tantos?”. Pero el Señor Jesús los empleó para alimentar a la multitud. La clave no es lo que tengamos. Es rendir nuestro todo a Él para que Él nos pueda emplear para Su gloria, según Su voluntad.
    David estaba pastoreando las ovejas de su padre cuando fue introducido a su servicio para el Señor (1 S. 16). Él iba a cuidar de las ovejas del Señor.
    Eliseo estaba trabajando como labrador (1 R. 19), arando los campos, cuando fue llamado al servicio del Señor como profeta. Aquella vida simple, aquellas manos encallecidas, y aquellos nervudos brazos, fueron llevados a otra clase de siembra y de siega.
    Dios también puede emplear personas de lo que el mundo llama de “gran erudición y capacidad”, como Moisés — instruido en la universidad de Egipto, y Pablo el fariseo y discípulo de Gamaliel. Pero primero los envía al desierto a humillarlos, a quebrantar su autoimagen y confianza en sí mismos, y a enseñarles Sus caminos. Los desiertos han sido buenas escuelas preparatorias.
    Juan el Bautista estuvo en lugares desiertos, no en la alta sociedad, escuelas rabínicas, ni en la universidad, preparándose para su gran ministerio. La palabra del Señor dejó de lado a siete de los más grandes hombres en el poder político y religioso de aquel tiempo, desde César en Roma hasta Caifás en Jerusalén, a fin de llegar a Juan en el desierto. Selah.
    Pedro, Andrés, Jacobo y Juan eran pescadores ordinarios. Iban a tener que aprender a pescar hombres y a echar las redes del evangelio.
    Cada uno de ellos tuvo que decidirse a ir y seguir a Jesús, y éste fue el momento crucial en la vida de cada uno. Desde Pedro dejando sus redes y barcas hasta Pablo arrodillándose en el camino de Damasco en su adiós al judaísmo, cada uno de ellos dijo adiós a sus planes personales y ambiciones para sus vidas. “Señor, ¿qué quieres que haga?” es la famosa expresión de aquella verdadera rendición interior a Cristo que hace que le podamos ser útiles. Puedes comenzar ahí, presentando tu vida al Señor jesús en una rendición a Aquel cuyo amor, tan maravilloso, tan divino, demanda tu corazón, tu vida, tu todo. Entonces podrás decir con G. Tersteegen:

Dios llama; quedar no puedo;
Mi corazón sin retardar entrego;
Mundo vano, ¡Adiós!, de ti me alejo:
La voz de Dios mi corazón ha arrebatado.

    Pero ahora te surgen preguntas como: “¿Y ahora qué?” “Habiendo decidido seguir al Señor y emplear mi vida para servirle, ¿qué hago a continuación?” “Cómo paso a la mies desde aquí?” Buenas preguntas. Sigue leyendo.

Devoción personal

    La consagración que has hecho ante el Señor tendrá que ser llevada a cabo en el día a día de tu vida. Una de las primeras cosas que debes hacer es hablar con tus ancianos. Háblales de tu respuesta al Señor y busca sus oraciones y consejo. Ellos tienen cuidado de tu alma, como aquellos que tienen que dar cuenta al Señor (He. 13:17), y deberías valorar mucho su aportación espiritual como una forma primaria de conducción divina, especialmente acerca de las labores misioneras.
    La temperatura espiritual de tu vida personal será un factor clave en la manera en que tu vida sea usada por Dios. No sucumbas a la frialdad de tu ambiente espiritual. Mantén encendidas las llamas del sacrificio y de la devoción en privado así como en público. Pablo nos exhorta en Filipenses 2:12,

    “...No como en mi presencia solamente, sino mucho más ahora en mi ausencia, ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor...”

    Casi cualquiera puede hablar y actuar espiritualmente en público. ¡Es una cosa cantar los himnos con la congregación, y otra cantarlos en tu habitación, a solas, en lugar de escuchar la música del mundo! Si no puedes soltar las ataduras de la mundanalidad, primero tienes trabajo contigo mismo. Lee 2 Corintios 6:14 - 7:1 y haz aplicaciones personales en el tema de la separación. Un predicador, anciano o misionero visitante puede tener un extraño efecto sobre la adrenalina de algunas personas, produciendo unas elevaciones espirituales temporales. Pero luego, cuando vas a casa, a tu habitación, o al campo con amigos, ¿cómo es entonces tu devoción personal? ¿Es sólo un acto público, visto por los demás, o es realmente una devoción personal y ferviente que se derrama también en público?
    ¿Está tu cuerpo dedicado a Cristo como sacrificio vivo (Ro. 12:1-2)? ¿Comienzas cada día con Él, negándote a ti mismo, y tomando tu cruz para seguirle aquel día (Lc. 9:23)? ¿Tienes un tiempo diario consistente, y de calidad para la comunión con el Señor mediante la lectura de la Palabra y la oración (Sal. 1:2)? ¿Recibe el Señor los primeros y mejores de todos los aspectos de tu vida — tu dinero, tu tiempo, tus talentos (Mt. 6:33)? ¿Eres diligente en la oración personal (Lc. 18:1)? ¿Eres un fiel testigo, confesando a Cristo con tu boca y presentando el Evangelio a otros (Ro. 10:14-17)? ¿Lees sistemáticamente y estudias tu Biblia y buenos libros cristianos, en lugar de desperdiciar un tiempo precioso en novelas y televisión (2 Ti. 2:15; 3:16-17)? ¿Qué clase de discípulo eres en privado cuando nadie te ve? Esta clase de cosas no son las que comenzarás a hacer de súbito sólo porque atravieses un océano o recibas un visado extranjero. La vida de la consagración personal comienza justo ahora, justo donde estás, y es una parte muy real de la instrucción para el campo misionero.
continuará, d.v.

La Mies: Cómo Llegar (parte !)

Traducido del inglés por Santiago Escuain, publicado por Christian Missions in Many Lands, en 1991


CÓMO LLEGAR A LA MIES

Carlos Tomás Knott
 
La necesidad de esta hora

En 1776 Patrick Henry se dirigía a la Convención de Virginia. Había estallado la guerra contra Inglaterra en las colonias septentrionales de América. Los que se habían reunido en esta convención deliberaron y debatieron horas y horas. ¿Cómo debían reac-cionar? ¿Unirse en la guerra con sus compañeros de las otras colonias? ¿Permanecer neutrales y llamar al cese de las hostilidades? ¿Reafirmar su lealtad a la Corona? Fueron pasando las horas. Parecía que no llegaban a ninguna parte. Entonces el orador Patrick Henry tomó la palabra y se dirigió a la asamblea para expresar su postura. Y fue al grano:

    “Es en vano, señores, que atenuéis esta cuestión. Los caballeros pueden clamar paz, paz, pero no hay paz. ¡La guerra ya ha comenzado! La próxima tempestad que nos venga del norte traerá a nuestros oídos el choque resonante de las armas. Nuestros hermanos están ya en el campo de batalla. ¿Por qué estáis aquí ociosos? ¿Qué es lo que desean los caballeros? ¿Qué quisieran tener? ¿Es acaso la vida algo tan querido, o la paz algo tan dulce, que se deban comprar al precio de cadenas y esclavitud? ¡No lo quiera el Dios Omnipotente! No sé cuál será la actitud que otros puedan adoptar, pero por lo que a mí respecta, idadme la libertad, o dadme la muerte!”

    ¿El resultado? Votaron por la guerra — la guerra de la Independencia Americana. Patrick Henry emprendió la tarea de reclutar a 6.000 hombres para el Ejército Continental y a 5.000 para la Milicia de Virginia. Ésta fue la respuesta a su llamamiento a la acción para suplir las necesidades de su tiempo.
    Nuestra causa es mucho más seria que la de la Independencia Americana. No es de naturaleza política, sino espiritual; no es de conse-cuencias temporales, sino eternas. Es la de libertar las almas de hombres y mujeres de la esclavitud a Satanás y al pecado, y verlas pasar a la gloriosa libertad de la salvación mediante la fe en Cristo. Nuestro poder no es ni el nuclear ni el convencional, sino el Evangelio, el poder de Dios para salvación. Y sin embargo para un conflicto tan grande y pesado la iglesia de los siglos XX y XXI presenta un mero puñado de voluntarios, en comparación con la cantidad de cristianos profesantes, seguidores de Cristo supuestamente a Su disposición para la evangelización del mundo.
    La población del mundo está aumentando de manera galopante, pasando de 5,000 millones. Con esto viene una abrumadora estadística de mortalidad: cada segundo mueren tres personas: 3-6- 9-12-15-18-21-24-27-30 . . . ¡ésta es la tasa de muertes en sólo 10 segundos! Mientras estés leyendo este artículo, cientos de personas pasarán a su destino. Cada hora habrán pasado a la eternidad 10.800 personas más, y más de un cuarto de millón cada día exhalan su último aliento. Así va avanzando la siniestra segadora, sin respetar a nadie, empleado por Satanás para la destrucción de la raza de Adán. Las guerras y el hambre son sólo algunas de sus especiales técnicas de recolección. Las falsas religiones e «ismos» ayudan a tranquilizar a los sentenciados con falsas esperanzas y vanas obras hasta que les alcance la siniestra segadora con su guadaña.
    Es precisamente aquí donde viene el conflicto. Cristo ama a cada una de estas pobres almas, y murió por ellas. No quiere que ninguna de ellas se pierda, sino que todos vengan al arrepentimiento (2 P. 3:9). Es literalmente una lucha cosechar estas almas mediante la predicación del Evangelio para que puedan ser salvas antes de que sea eternamente demasiado tarde. Satanás las quiere perdidas. Cristo las quiere salvas. ¿Y qué queremos nosotros? ¿Sólo llegar al cielo, o dejar que el Señor nos use para recogerlas adentro (2 Co. 5:18-20)? Esta cosecha implica una lucha, una pelea, una guerra que ya ha comenzado. Nuestros hermanos están ya en el campo. La necesidad de esta hora es de obreros que vayan y se unan a ellos y sirvan al Señor en la mies.

El gran plan de Dios

    Podemos deliberar y debatir acerca de la necesidad de misioneros, o acerca de los pros y contras de las misiones en nuestro complejo mundo, pero el Señor Jesús no se involucra en ello.
    Él mismo dejó la gloria del cielo para acudir y redimir a los perdidos seres humanos. Él es el primer, grande y verdadero Misionero, el Apóstol (Enviado) y Sumo Sacerdote de nuestra profesión (He. 3:1). Él, en puro amor misionero por la humanidad, “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” (Fil. 2:7-8). Vino a buscar y a salvar lo que se había perdido (Lc 19:10). Vino a salvar a los pecadores (1 Ti. 1:15). Nunca se dijeron unas palabras más verdaderas que aquellas que tenían la intención de escarnecerle mientras moría en la cruz en nuestro lugar: “A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar”.
    Y así es exactamente: El gran plan de Dios era que Su Hijo muriera en una cruz, dando Su vida para salvar la nuestra. ¡Aleluya, qué Salvador!
    ¿Somos nosotros Sus discípulos? Entonces tendremos un intenso interés en la manera en que Dios quiere emplearnos para proclamar las buenas nuevas de Su muerte, sepultura y resurrección ante las almas perdidas y necesitadas de hoy. Él nos instruye con claridad:

    “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc. 10:2).

    Y en el poco citado y muchas veces ignorado versículo siguiente, Lucas 10:3, el mismo Señor de la mies les dice a Sus discípulos:

    “Id; he aquí yo os envío...”

    Estas palabras tienen una cierta cualidad de bruscas y directas. No está dispuesto a discutir. Es en vano suavizar la cuestión. Las personas están muriendo. Cristo es su única esperanza. Él está dispuesto a salvar. Ora, y ve.
    Las necesidades son grandes. La mies es mucha. Los obreros son pocos. El plan del Señor es (1) un llamamiento a la oración: “Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies”, y (2) una comisión de servicio: “Id; he aquí yo os envío...”  Jesucristo es el Señor. Suya es la mies. Suyos son los obreros. Él envía. En esto vemos una y otra vez Su soberanía. No hay escuela misionera, ni junta misionera, ni comité de selección, ni instituciones financieras. En lugar de ello, hay una apelación directa al Señor de la mies, y una dependencia de Él. Tenemos que rogar a Él que mande obreros, tenemos que dejar que Él los envíe y que los dirija a Su mies. Pero también debemos obedecerle respondiendo a Su comisión y yendo, lo que en este caso vino ¡antes que pudieran pronunciar su oración en petición de obreros! Cosa interesante, el Señor considera a sus discípulos orando como la respuesta a las propias oraciones de ellos. Esto lo hizo con los doce en Mateo 9:37 – 10:5 y de nuevo con los setenta en Lucas 10:1-17. Los volvió a enviar en Hechos 1:8; otra vez en Hechos 8:4; de nuevo en fechos 11:19 y otra vez en Hechos 13:1-4. Fueron por todas partes predicando la Palabra. Trastornaron el mundo de su tiempo con el Evangelio.
    Por ello, cuando consideramos el registro de las misiones en el Nuevo Testamento, vemos algunas cosas con claridad. En particular, cuando comparamos Mateo 9 y Lucas 10 con Hechos 13 vemos que:

    1. El Señor Jesucristo es soberano — el Señor de la cosecha.
    2. Hay una gran cosecha.
    3. Hay un gran problema: los obreros son pocos.
    4. Hay una solución — pedirle al Señor de la mies que envíe obreros.
    5. Hay una fuente de obreros — los discípulos del Señor: la iglesia.
    6. Hay alguien que envía — el mismo Señor de la mies los envía a Su mies.
    7. Hay nuestra responsabilidad individual — ir a donde Él nos envía.
    S. Hay la responsabilidad de las iglesias locales — dejar ir a las personas cuando el Señor de la mies los envía.
    9. Hay un medio para sostener a estos obreros — la gracia del Señor de la mies.

La gran comisión divina

    Es algo que no admite negación. Dios quiere que los perdidos se salven, y tiene un plan para alcanzarlos. Este plan es que nosotros, Sus discípulos, seamos Sus obreros. Todos los cristianos de cada época son llamados a proclamar el Evangelio. La Gran Comisión de Mateo 28:18-20 tiene el designio de ser perpetua:

    “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado [un proceso inmutable]; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mando. Amén” [una presencia permanente].
    El libro de Hechos es el registro de su obediencia continuada a este mandamiento y de Su presencia continua con ellos, bendiciéndoles y obrando a través de ellos mientras le obedecían. En las epístolas encontramos obediencia de que los cristianos después de los apóstoles prosiguieron observando todas estas cosas — y así evangelizaban y discipulaban en su mundo. Por ejemplo, en 1 Tesalonicenses 1 leemos que Pablo y Silas evangelizaron a los tesalonicenses, y que ellos, habiendo recibido la palabra, se hicieron sus seguidores, proclamando a su vez la Palabra. “Partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor” (1:8). Debería quedar claro para nosotros que el Señor quiere que empleemos no sólo a los apóstoles sino a cada cristiano. ¿Le obedecerás y serás Su obrero?

continuará, d.v.

La Mente: El Mito del 10%

Consideramos este artículo una contribución importante que desmiente una idea muy popularmente creída acerca de la mente.


 El Mito del 10% 

Situada en el top ten de falsas creencias está la idea de que sólo utilizamos el 10% de nuestro cerebro. De ahí que la pregunta sea inmediata: ¿Qué pasaría entonces si utilizáramos el 100%? Pues en realidad nada, porque ya lo usamos. Otra cosa es que algunas personas le saquen mayor rendimiento que otras.
    De hecho el faso mito del 10% podría tener su origen, paradójicamente, en algo que escribió William James, considerado el padre de la Psicología en Estados Unidos, y una de las figuras más influyentes en esta disciplica en todo el mundo.
    James escribió que la mayoría de las personas solo sacan partido de una pequeña parte de su potencial intelectual. Pero varios autores de libros de divulgación tergiversaron sus palabras. Uno de ellos fue Lowell Thomas, que en 1936 prologó el best seller "Cómo ganar amigos e influir sobre las personas", donde se decía que solo utilizamos un 10% del cerebro, según explicaban en Investigación y Ciencia Scott Lilienfeld y Hal Arkowitz, psicólogos de las Universidades de Emory y Arizona, respectivamente.
    A favor de la idea del uso del 10% algunos estudios de finales del siglos pasado sugerían que una gran parte de la corteza cerebral permanecía "silenciosa". Pero el avance de las técnicas utilizadas en Neurociencia acabó con esa idea. La gran parte silenciosa era lo que hoy se conoce como cortezas de asociación, que en realidad juegan un papel esencial en la integración de las percepciones procedentes de distintos sentidos, las emociones y los pensamientos.
    Otra prueba en contra de esa falsa creencia. A diferencia de lo que a principios del siglo pasado se creía, no existen zonas del cerebro donde una lesión no acarree ningún daño. Por tanto cada región del cerebro cumple su fución.
    La "cartografía" del cerebro también se pone en contra de la teoría del 10%. En los últimos diez años, la neurociencia ha avanzado más que en los veinte siglos previos. En la actualidad, existen mapas bastante completos del cerebro y en ninguno de ellos aparecen zonas a las que no se atribuya ninguna función. Es más, en los mapas más recientes se duplica o incluso triplica el número de regiones a las que se atribuye una función específica... Uno de los más recientes, el llamado "brainetoma", basado en las conexiones cerebrales, considera más de 200 regiones, que están en constante actualización.
    Pero quizás las pruebas más concluyentes sean las de neuroimagen, pues, como suele decirse, una imagen vale más que mil palabras: Cuando se observa el cerebro mediante resonancia magnética, ninguna zona del cerebro permanece inactiva, ni siquiera mientras dormimos. Es más, durante el sueño el cerebro lleva a cabo tareas tan importantes como consolidar la memoria.
    Si las evidencias científicas no bastan, la economía también desmiente esa afirmación. Nuestro cerebro, con su kilo y medio, supone aproximadamente un 2% del peso corporal. Sin embargo, su consumo energético es desmesurado: el 20% –la quinta part– de la energía de todo el organismo...
    Sin embargo hay una cuestión intrigane e interesante: Se ha demostrado que las personas más inteligentes tienen una actividad cerebral por debajo de la media. Lo que sugiere que sus circuitos cerebrales son más eficientes y necesitan poner en juego menos "recursos" que el resto. Así que el 90% que según este falso mito dejamos de utilizar tampoco nos garantizaría ser más inteligentes y capaces. A veces, menos es más...
    En lo que sí podemos mejorar es en el uso de nuestra capacidad intelectual, como apuntaba James. Eso fue lo que hizo Einstein mientras trabajaba como empleado en una oficina de patentes. El trabajo no debía ser muy divertido. Por eso su maquinaria cerebral se evadía "gestando" la teoría de la relatividad que le dio fama, aunque no el Nobel.
    Y es que, como decía irónicamente el poeta Robert Frost: "El cerebro es un órgano maravilloso. Comienza a funcionar por la mañana y no para hasta que uno llega al trabajo".


P. Quijada
ABC, sección “Ciencia”, agosto 2016