En cuanto al creyente, es amado por el Señor, y es
imposible que le acontezca nada que sea realmente malo. Las calamidades
que más le exprimen, como mucho sirven para abreviar su peregrinaje y
acelerar su llegada a la recompensa eterna. No existe mala suerte para
el creyente, porque aun el mal es para él algo bueno disfrazado
misteriosamente. Las pérdidas le enriquecen, la enfermedad le es
medicina, los reproches son su honor, y la muerte le es ganancia. Ningún
mal le puede suceder, en el sentido más estricto, porque Dios vela
sobre él para bien. Gozoso es aquel cuyo caso es así. Está seguro donde
otros están en peligro, y vive donde otros mueren.
C. H. Spurgeon
Sal. 91:10; Sal. 121:7-8; 2 Ts. 3:3; 1 Jn. 5:18; Pr. 12:21; 2 P. 2:9;
Sal. 91:10; Sal. 121:7-8; 2 Ts. 3:3; 1 Jn. 5:18; Pr. 12:21; 2 P. 2:9;
2 Ti. 4:18; Sal. 34:19; Sal. 119:50, 67, 71, 75, 107
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