miércoles, 17 de febrero de 2021

LA TIRANÍA DE LO URGENTE

Charles E. Hummel



    ¿Alguna vez has deseado un día de treinta horas? Seguramente este tiempo extra aliviaría la tremenda presión bajo la cual vivimos. Nuestras vidas dejan un rastro de tareas no acabadas. Cartas sin contestar, amigos sin visitar, artículos sin escribir y libros sin leer nos acechan en esos momentos de calma cuando nos detenemos a reflexionar. Desesperadamente necesitamos alivio.
    Pero, ¿resolvería realmente el problema un día de treinta horas? ¿No nos sentiríamos igual de frustrados que ahora con las veinticuatro horas de que disponemos?  El trabajo de una madre no termina nunca. Ni el de cualquier estudiante, profesor, ministro u otros que conozcamos. El transcurso  del tiempo tampoco os traerá una solución. Los niños, al crecer en número y edad, requieren más de nuestro tiempo. Una mayor experiencia en la profesión y en la iglesia lleva consigo la asignación de mayores responsabilidades. Encontramos así que estamos trabajando más y gozando menos.

    ¿REVOLTIJO DE PRIORIDADES?

    Al detenernos para reflexionar, nos damos cuenta de que nuestro dilema radica en algo más profundo que la falta de tiempo. Se trata básicamente de un problema de prioridades. Trabajar mucho no hace daño. Todos sabemos lo que es trabajar a toda prisa durante horas y horas, completamente absorbidos por una sensación de éxito y satisfacción. No es el trabajar mucho lo que nos oprime. En cambio sí nos oprime el espíritu de ansiedad que hace presa en nosotros cuando, recelosos, contemplamos un sinfín de tareas sin terminar a lo largo de un mes o de un año. Intranquilos, empezamos a sospechar que quizá hemos dejado de hacer lo importante. Las exigencias de otras personas –cual vientos–  nos han precipitado contra un escollo de frustración. Aun al margen de la cuestión de nuestros pecados, confesamos que hemos dejado sin hacer lo que debíamos haber hecho; y hemos hecho aquello que no debíamos.
    Hace algunos años el experimentado director de una industria algodonera me dijo: "Su peligro más grande está en permitir que las cosas urgentes marginen a las importantes". Aquel hombre no se daba cuenta del tremendo impacto que causó en mí esta máxima suya. A menudo me persigue y me reprocha de nuevo porque suscita el problema crítico de las prioridades.
    Vivimos en permanente tensión entre lo urgente y lo importante. El problema consiste en que las tareas importantes rara vez deben ser hoy mismo, o incluso esta misma semana. El dedicar más tiempo a la oración y estudio de la Biblia, visitar al amigo no creyente, el estudio detallado de un libro importante son proyectos que pueden esperar. Pero las tareas urgentes demandan acción instantánea y sin tregua. Apremian a todas las horas de cada día.
    El hogar del hombre de hoy ya no es el castillo donde refugiarse. Ya no es un lugar a cubierto del ataque de los asuntos urgentes, porque el teléfono atraviesa los muros con imperiosas demandas. El momentáneo atractivo de estas tareas parece irresistible e importante. Y absorben nuestras energías. Pero a la luz que proporciona la perspectiva del tiempo su alto relieve resulta decepcionante y pierde rigor. Con sensación de pérdida recordamos entonces los asuntos importantes marginados. Nos damos cuenta de que hemos sido esclavizados por la tiranía de lo urgente.

    ¿ES POSIBLE EVADIRSE?

    ¿Hay posibilidad de huir de esta clase de vida?  Tenemos la respuesta en la vida de Nuestro Señor. La noche anterior a su muerte, Jesús hizo una declaración extraordinaria. En la gran oración de Juan 17 dijo: "He acabado la obra que me diste que hiciese" (v. 4).

    ¿Cómo podía Jesucristo utilizar el término "acabado"?  Sus tres años de ministerio parecían un tiempo demasiado corto. Una prostituta en el banquete de Simón había encontrado perdón y nueva vida,  pero muchas otras todavía recorrían las calles sin perdón y nueva vida. Por cada diez músculos paralizados que habían recibido la flexibilidad de la salud, cien permanecían impotentes. Sin embargo, en esa última noche, con muchas tareas útiles sin terminar y urgentes necesidades humanas insatisfechas, el Señor tenía paz. Sabía que había terminado la obra de Dios.
    Los relatos evangélicos dan a entender que Jesús trabajaba duro. Tras la descripción de un día lleno de actividad, Marcos escribe: "Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios" (1:32-34).
    En otra ocasión, las demandas de los enfermos e imposibilitados fueron causa de que omitiese la cena y trabajase hasta tan tarde que sus discípulos pensaron que estaba fuera de sí (Mr. 3:21). Un día, después de una extenuante sesión de enseñanza, Jesús y sus discípulos subieron a un barco. Hasta una tormenta fue incapaz de despertarle (Mt. 4:37). ¡Qué cuadro de extenuación!
    Con todo, su vida jamás se caracterizó por un ritmo febril. Él tenía tiempo para atender a la gente. Pasaría horas hablando con una persona, tal como hizo con la mujer samaritana junto al pozo. Su vida mostró un maravilloso equilibrio, un discernimiento exacto de las oportunidades. Cuando sus hermanos le buscaban para ir a Judea, les contestó: "Mi tiempo aún no ha llegado" (Jn. 7:6). Jesús no echó a perder sus dones con el apresuramiento. En su libro, The Discipline and Culture of the Spiritual Life (“La Disciplina y El Cultivo de la Vida Espiritual”), A. E. Whiteham hace la siguiente observación: "En este Hombre hay propósitos adecuados..., una calma íntima que da aspecto de tranquilidad a su vida llena de ocupaciones; sobre todo hay en este Hombre un secreto y una capacidad para relacionarse con los desechos de la vida. tales como el sufrimiento, la decepción, la enemistad, la muerte; transformando para uso divino los abusos del hombre; cambiando en fructíferos los áridos parajes del sufrimiento; triunfando, finalmente, sobre la muerte y viviendo una corta vida de treinta años más o menos, abruptamente cortada, para ser una vida "terminada". Nosotros no hemos de admirar el porte y la belleza de esta vida humana e ignorar luego sus hechos.

    EN ESPERA DE INSTRUCCIONES

    ¿Cuál fue el secreto del trabajo de Jesús?  Encontramos un indicio después del relato de Marcos acerca de aquel día en que Jesús se nos presentaba lleno de ocupaciones. Marcos observa que "muy de mañana, siendo aún oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba" (Mr. 1:35). Aquí está el secreto de la vida y trabajo de Jesús para Dios: Él, en espíritu de oración, esperaba instrucciones de su Padre y fuerzas para ponerlas en práctica. Jesús no tenía un plano de diseño divino; Él discernía la voluntad de su Padre día a día mediante una vida de oración. Estos son los medios por los cuales se mantuvo resguardado de lo urgente y realizó lo importante.
    La muerte de Lázaro ilustra este principio. ¿Qué podía haber sido más importante que el urgente mensaje de María y Marta: "Señor, he aquí el que amas está enfermo" (Jn. 11:3). Juan registra la respuesta del Señor con estas paradójicas palabras: "Y amaba Jesús a Marta, y a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba" (vv. 5-6). ¿Cuál era la necesidad urgente en este caso?  Obviamente, evitar la muerte del hermano querido. Pero lo importante, desde el punto de vista de Dios, era resucitar a Lázaro. Por eso se permitió que Lázaro muriese. Más tarde, Jesús le resucitó como prueba de la veracidad de sus magníficas pretensiones: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (v. 25).
    A nosotros puede asombrarnos que el ministerio de nuestro Señor haya sido tan corto, por qué no podría haber durado cinco o diez años más, por qué tantos afectados por el sufrimiento fueron dejados con sus miserias. Las Escrituras no dan respuesta para tales cuestiones, y nosotros las dejamos en el misterio de los propósitos de Dios. Pero, eso sí, sabemos que el espíritu de oración de Jesús le libró de la tiranía de lo urgente. Le impartió la orientación y el ritmo de la vida y le capacitó para llevar a cabo todas las tareas que le habían sido encomendadas por Dios. Y la última noche pudo decir: "He acabado la obra que me diste que hiciese”.

    LIBERTAD EN LA DEPENDENCIA

    La liberación de la tiranía de lo urgente la encontramos en el ejemplo y promesa de Nuestro Señor. Al final de un vigoroso debate con los fariseos en Jerusalén, Jesús dijo a los que habían creído en Él: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres...De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado... Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Jn. 8:31, 32, 34, 36).

    Muchos de nosotros hemos experimentado la liberación del castigo del pecado, que Cristo ha llevado a cabo en nuestras vidas. ¿Le permitimos también que nos libere de la tiranía de lo urgente?  Cristo señala el camino a seguir: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra". Aquí está el camino hacia la libertad. A través de la meditación en la Palabra de Dios con espíritu de oración, adquirimos la imagen de su perspectiva.
    P. T. Forysth dijo en cierta ocasión: "El peor pecado es la falta de oración". Generalmente nosotros catalogamos como peores el asesinato, el adulterio o el robo. Pero la raíz de todo pecado es la autosuficiencia, la independencia de Dios. Cuando dejamos de esperar, con espíritu de oración, por la guía y las fuerza de Dios, estamos diciendo con nuestros hechos, si no con nuestros labios, que no le necesitamos. ¿Cuánto de nuestro servicio se caracteriza por una alocada independencia?
    Lo contrario a semejante independencia es la oración, en la cual reconocemos  nuestra necesidad de la enseñanza y provisión divinas. Concerniente a esta relación de dependencia en Dios, Donald Baillie dice: "Jesús desarrolló su vida en completa dependencia de Dios, de la misma manera que nosotros debemos desarrollar la nuestra. Tal dependencia no destruye la personalidad. Jamás un hombre es tan verdadera y completamente personal como cuando vive en total dependencia de Dios. Es así como la personalidad alcanza su máxima expresión. Esto es humanidad en su sentido estricto".
    La espera en Dios en actitud de oración es requisito indispensable para un servicio eficaz. Como pasa durante los descansos en los partidos de fútbol, es en esos momentos cuando nosotros podemos recuperar aliento y fijar nuevas estrategias. Al esperar la dirección del Señor, Él nos libra de la  tiranía de lo urgente. Nos muestra la verdad acerca de Sí mismo, de nosotros y de nuestro cometido. Es Él quien imprime en nuestras mentes las tareas que quiere que emprendamos. La necesidad no constituye un llamamiento en sí misma; el llamamiento tiene que venir del Dios que conoce nuestras limitaciones. "Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo" (Sal. 103:13-14). No es Dios quien nos carga hasta hacernos encorvar bajo el peso, desplomar con una úlcera, tener los nervios destrozados o sufrir un ataque de corazón, o de apoplejía. Todo esto proviene de nuestros impulsos interiores irritados por la presión de las circunstancias.

    VALORANDO ADECUADAMENTE

    El hombre de negocios moderno reconoce como bueno este principio de tomar tiempo para realizar una evaluación. Cuando Greenwalt era presidente de la organización DuPont, dijo: "Un minuto gastado en planear ahorra tres o cuatro minutos en la ejecución del plan". Muchos vendedores han revolucionado sus negocios y multiplicado sus beneficios, reservando la tarde de cada viernes para planear cuidadosamente la mayor parte de las actividades de la semana siguiente. Si un ejecutivo está demasiado ocupado para pararse a planear, puede verse desplazado por otro hombre que destina tiempo para pensar acerca de sus planes. Si el cristiano está demasiado ocupado para detenerse, hacer un inventario espiritual y recibir de Dios las tareas a realizar, se convertirá en esclavo de la tiranía de lo urgente. Puede trabajar día y noche tratando de conseguir tanto que llegue a parecer significativo ante sus propios ojos y los de los otros, pero no terminará la obra que Dios le ha encomendado para que sea hecha por él.
    Un tiempo de quietud, con meditación y oración al principio del día, proporciona mayor nitidez al enfoque de nuestra relación con Dios. Comprométete de nuevo en estos momentos a realizar su voluntad, mientras consideras las próximas horas que siguen. Durante este intervalo, sin prisas, haz una lista, colocando por orden de prioridad las tareas que debes realizar, teniendo en cuenta los compromisos contraídos ya. Un general competente traza siempre su plan de batalla antes de enfrentarse con el enemigo; jamás deja las decisiones básicas para el momento de abrir fuego. Pero también está preparado para cambiar sus planes si una emergencia se lo exige. Del mismo modo intenta tú poner en marcha los planes que has trazado, antes de que dé comienzo la batalla diaria contra el reloj. Pero manténte abierto para cualquier emergencia, interrupción o persona inesperada que pudieran presentarse.
    También puede ser necesario resistir la tentación de aceptar un compromiso cuando la invitación llega primeramente a través del teléfono. Por muy despejada que se encuentre tu agenda en tales momentos, pide un día o dos para orar, buscando la guía del Señor antes de comprometerte. Sorprendentemente, el compromiso a menudo aparecerá menos imperativo en el silencio que sigue a la plegaria suplicante. Si puedes resistir la urgencia del momento inicial, te encontrarás en mejor posición para sopesar el costo y discernir si la tarea en cuestión es la voluntad de Dios para ti.
    Como complemento a tu tiempo diario de quietud, aparta una hora de cada semana para hacer un inventario de tu vida espiritual. Haz, por escrito, una evaluación del pasado, detallando algo de lo que Dios te haya enseñado y planea objetivos para el futuro. Trata también de reservar la mayor parte de un día de cada mes para un inventario similar de mayor envergadura. A menudo tendrás fallos. Irónicamente, cuanto más ocupado se está tanto más se necesita este tiempo para inventariar la propia vida, y tanto más difícil resulta conseguirlo. Se vuelve uno como el fanático que, cuando no está seguro de su dirección, duplica su velocidad. Y un servicio a Dios realizado frenéticamente puede llegar a ser una forma de huir de Dios. Sin embargo, cuando con espíritu de oración haces inventario de tu vida y planeas tus días, esto proporciona nuevas perspectivas a tu trabajo.

    CONTINÚA CON EL ESFUERZO INICIADO

    A través de los años, la más grande y continua lucha en la vida cristiana está en el empeño  de lograr el tiempo adecuado para la diaria espera en Dios, el inventario semanal y el planeamiento mensual. Puesto que estos momentos destinados a recibir órdenes de marcha son tan importantes, Satán hará todo lo posible para echarlos a perder. Sin embargo, sabemos por experiencia que sólo por estos medios podremos huir de la tiranía de lo urgente. Así es como Jesús obtuvo éxito. Él no terminó todas las tareas urgentes de Palestina ni todas las cosas que le hubiera gustado hacer, pero terminó la obra que Dios le había dado que hiciera. La única alternativa contra la frustración consiste en estar seguros de que estamos haciendo lo que Dios quiere. Nada puede sustituirse por el hecho de saber que en este día, a esta hora, en este lugar estamos haciendo la voluntad del Padre. Entonces, y solamente entonces, podemos pensar con ecuanimidad acerca de todas las demás tareas sin terminar y encomendarlas a Dios.
    Hace tiempo las balas de los simba dieron muerte a un hombre joven, el doctor Paul Carlson. En la providencia de Dios terminó así su vida de trabajo. La mayoría de nosotros viviremos más tiempo y moriremos más tranquilos; pero, cuando llegue el final, ¿qué otra cosa podrá proporcionarnos un gozo mayor que la seguridad de haber terminado la obra de que Dios nos encomendó para que la hiciésemos?  La gracia de Nuestro Señor Jesucristo hace que esto sea completamente posible. Él ha prometido liberación del pecado y fuerzas para servir a Dios, realizando las tareas que Él elige para cada uno de nosotros. El camino está claro. Si nos mantenemos en la palabra de Nuestro Señor, somos verdaderamente sus discípulos. Y Él nos librará de la tiranía de lo urgente, nos librará para realizar lo importante, que es la voluntad  de Dios.


Traducción de Roberto González

 

martes, 2 de febrero de 2021

Bendiciones Diferentes Para Israel y La Iglesia

por Warren W. Wiersbe


Encontramos nueve veces en Levítico que Dios recuerda a su pueblo que Él los había liberado de Egipto y que, por tanto, merecía su obediencia (Lv. 11:45; 19:36; 22:33; 23:43; 25:38, 42, 55; 26:13, 45). En Deuteronomio, Moisés enfatiza que su amor al Señor debería motivar su obediencia por todo lo que Él había hecho por nosotros.

    Debemos señalar que este pacto de bendición fue dado a Israel solo y no debería ser aplicado a la igleisa hoy. Dios ciertamehnte bendice a todos los que le obedecen, pero su bendición no es siempre salud, riqueza y buen éxito. Algunos de los grandes héroes de la fe sufrieron a causa de su obediencia y nunca experimentaron milagros de liberación u otra provisión de parte del Señor (He. 11:36-40). Dios ha permitido que millones de cristianos cayeran en manos de sus enemigos y fueran martirizados por su fe. Este pacto se relaciona solo con Israel en su tierra, y era la manera de DIos de enseñarles fidelidad y obediencia.

A algunos de los "predicadores de éxito" de hoy les gusta reclamar estas "bendiciones" del pacto para la iglesia, pero prefieren aplicar los juicios a cualquiero otro. Si este pacto se aplica a los hijos de Dios hoy, deberíamos entonces estar experimentando los juicios cada vez que le desobedecemos. Sin embargo, la experiencia nos muestra que más de un cristiano mundano es exitoso, saludable y rico, mientras que otros fieles hijos de Dios andan pasando por pruebas y dificultades (ver Sal. 73).

de su libro sobre Levítico: Seamos Santos

Editorial Portavoz, págs. 129-130

 

viernes, 1 de enero de 2021

LA CRUZ VIEJA Y LA NUEVA - A. W. Tozer

 La Cruz Vieja Y La Nueva

        

Ha surgido un nuevo género de “cristianos” que piensan que pueden  “aceptar” a Cristo sin negarse a sí mismo ni renunciar al mundo.
A.W. Tozer

Sin anunciar y casi sin ser detectada, ha entrado en el círculo evangélico una cruz nueva en tiempos modernos. Es parecida a la cruz vieja, pero distinta: las semejanzas son superficiales pero las diferencias son fundamentales.
    Ahora mana de esa nueva cruz una nueva filosofía de la vida cristiana. De esa filosofía procede una nueva técnica evangélica – una nueva clase de reunión y de predicación. Ese evangelismo nuevo emplea el mismo lenguaje que el de antes, pero su contenido no es lo mismo como tampoco lo es su énfasis.
    La cruz vieja no tenía nada que ver con el mundo. Para la orgullosa carne de los descendientes de Adán, ella significaba el fin del viaje. Ejecutaba la sentencia impuesta por la ley dada en el Sinaí. 

    En cambio, la cruz nueva no se opone a la raza humana; antes al contrario, es una compañera amistosa y, si es entendida correctamente, ella puede ser fuente de un mar de diversión y placer. Esto es porque ella deja a Adán vivir sin interferencias. La motivación de su vida sigue sin cambios, y él todavía viva para su propio placer, lo único que ahora le gusta cantar canciones evangélicas y mirar películas religiosas en lugar de las juergas con sus canciones sugestivas y sus copas. Todavía se acentúa el placer, aunque se supone que ahora la diversión haya subido a un nivel más alto, hablando del moral si bien no del intelecto.
    La cruz nueva fomenta un nuevo y totalmente distinto trato evangelístico. El evangelista no demanda la negación o la renuncia de la vida anterior antes de que uno pueda recibir vida nueva. Él predica no los contrastes sino las similitudes. Él intenta sintonizar con el interés popular y el favor del público mediante la demostración de que el cristianismo no contiene demandas desagradables, antes al contrario, ofrece lo mismo que el mundo ofrece pero en un nivel más alto. Cualquier cosa que el mundo desea y demanda en su condición enloquecida por el pecado, pues eso mismo el evangelista demuestra que el evangelio ofrece, y el género religioso es mejor.
    Esa cruz nueva no mata al pecador. Permite que siga vivo, y simplemente modifica un poco su rumbo. Le asesora y le prepara para vivir una vida más limpia y más alegre, y le salvaguarda el respeto hacia sí mismo, es decir, su autoimagen o su opinión de sí mismo. Al hombre de carácter atrevido, lanzado y autoconfiado le dice: “Ven y atrévete para Cristo”. Al egoísta le dice: “Ven y jáctate en el Señor”. Al que busca placeres le dice: “Ven y disfruta el placer de la comunión cristiana”. Al rico le dice: “Cristo también necesita a los ricos”. El mensaje cristiano es aguado o desvirtuado para ajustarlo a lo que esté de moda en el mundo, y la finalidad es hacer el evangelio aceptable al público. Puede que la filosofía detrás de esto sea sincera, pero su sinceridad no le salva de ser falsa y dañina. Es falsa porque está ciega. No acaba de comprender el verdadero significado de la cruz.
    La cruz vieja es un símbolo de muerte. Ella representa el final bruto y violento de un ser humano. En los tiempos de los romanos, el hombre que tomaba su cruz y empezaba a caminar con ella, ya se había despedido de sus amigos. Él no iba a volver, y no iba para que le renovasen o rehabilitasen la vida, sino que iba para que le pusiesen punto final a su vida. La cruz no claudicaba, no modificaba nada, no perdonaba nada, sino que mató a todo el hombre por completo y finalmente. No trataba de quedar bien con su víctima, sino que le dio fuerte y con crueldad, y cuando había terminado su trabajo, ese hombre ya no estaba.
    La raza de Adán está bajo sentencia de muerte. No se puede conmutar la sentencia y no hay escapatoria. Dios no puede aprobar ninguno de los frutos del pecado, por inocentes o hermosos que parezcan ellos a los ojos de los hombres. Dios salva al individuo mediante su propia liquidación, porque después de terminado, Dios le levanta en vida nueva.
    El evangelismo que traza paralelos amistosos entre los caminos de Dios y los de los hombres es un evangelio falso en cuanto a la Biblia y cruel a las almas de sus oyentes. La fe de Cristo no tiene paralelo con el mundo, porque cruza al mundo de manera perpendicular. Al venir a Cristo no subimos nuestra vida vieja a un nivel más alto, sino que la dejamos en la cruz. El grano de trigo debe caer en tierra y morir.
    Nosotros, los que predicamos el evangelio, no debemos considerarnos agentes de relaciones públicas mandados para establecer buenas relaciones entre Cristo y el mundo. No debemos imaginarnos comisionados para hacer a Cristo aceptable a las grandes empresas, la prensa, el mundo del deporte o el mundo de la educación. No nos manda Dios para ejercer como diplomáticos sino como profetas, y nuestro mensaje no es otra cosa que un ultimátum.
    Dios ofrece vida al hombre, pero no le ofrece una mejora de su vida vieja. La vida que Él ofrece es vida que surge de la muerte. Es una vida que siempre está en el otro lado de la cruz. El que quisiera gozar de esa vida tiene que pasar bajo la vara. Tiene que repudiarse a sí mismo y ponerse de acuerdo con Dios en cuanto a la sentencia divina que le condena.
    ¿Qué significa eso para el individuo, el hombre bajo condenación quisiera hallar vida en Cristo Jesús?  ¿Cómo puede esa teología traducirse en vida para él? Simplemente, él debe arrepentirse y creer.  Debe abandonar sus pecados y negarse a sí mismo. ¡Que no oculte nada, ni defienda nada, ni excuse nada!  Tampoco debe regatear con Dios, sino agachar la cabeza ante la vara de la ira divina y reconocer que es reo de muerte.
    Habiendo hecho esto, ese hombre debe mirar con ojos de fe al Salvador; porque de Él vendrán vida, renacimiento, purificación y poder. La cruz que acabó con la vida terrenal de Jesús es la misma que ahora pone final a la vida del pecador; y el poder que resucitó a Cristo de entre los muertos es el mismo que ahora levanta al pecador arrepentido y creyente para que tenga vida nueva junto con Cristo.
    A los que objetan o discrepan con esto, o lo consideran una opinión demasiado estrecha o solamente mi punto de vista sobre el asunto, déjenme decir que Dios ha sellado este mensaje con Su aprobación desde los tiempos del Apóstol Pablo hasta el día de hoy. Si ha sido proclamado en estas mismísimas palabras o no, no importa tanto, pero sí que es y ha sido el contenido de toda predicación que ha traído vida y poder al mundo a lo largo de los siglos. Los místicos, los reformadores y los predicadores de avivamientos han puesto el énfasis aquí, y señales y prodigios y repartimientos del Espíritu Santo han dado testimonio juntamente con ellos de la aprobación divina.
    ¿Nos atrevemos, pues, a jugar con la verdad cuando somos conocedores de que heredamos semejante legado de poder?  ¿Intentaríamos cambiar con nuestros lápices las rayas del plano divino, el modelo que nos fue mostrado en el Monte? ¡En ninguna manera!  Prediquemos la vieja cruz, y conoceremos el viejo poder.   
       
“El corazón que aprende a morir con Cristo pronto gustará la bendita experiencia de resucitar con Él, y toda la persecución del mundo no puede callar las dulces notas del santo gozo que surge en el alma que ha venido a ser morada del Espíritu Santo”.  

 

 Traducido por Carlos Tomás Knott