martes, 14 de septiembre de 2021

Cómo Alejarte Del Señor Sin Que Nadie Se Dé Cuenta


     Cualquiera puede hacerlo, porque no es difícil. Si sigues estos pasos sencillos tú también puedes alejarte del Señor. Puedes cambiar de un cristiano sincero y devoto en un desertor frío, amargo y desilusionado de la lucha cristiana. ¿Te apetece?
    Primero debes asegurarte de no hacer ninguna clase de estudio práctico de la Biblia. Procura reducir cualquier lectura de la Biblia u oración a unos breves minutos. Por ejemplo, lee poco y rápido, y cuando te pregunten si has leído la Biblia hoy podrás decir: “sí” pero no te afectará mucho. Después, procura mirar la tele, jugar videojuegos (X-box, etc.), y pasar mucho tiempo en internet, en las redes sociales, chateando, facebook, etc. Así tendrás un nivel muy bajo de vida espiritual. Todavía mejor si estás distraído con muchos quehaceres y así no prestas mucha atención a lo que estás haciendo. Algunos aconsejan eliminar la lectura diaria y sólo llevar la Biblia al culto y leerla un poco allí. O si lees en casa, hazlo justo antes de acostarte o bien cuando ya estás en la cama. Así podrás dormirte antes de terminar tus “ejercicios espirituales”. En todo caso, no te preocupes buscando mejor tiempo para Dios durante el día.
    Por supuesto, no debes asistir a las reuniones con demasiada frecuencia. ¡No seas fanático! Y cuando vayas, procura llegar tarde para no tener que saludar a nadie ni tener comunión con los hermanos antes de la reunión. Si puedes sentarte en la última hilera de sillas, mejor. Lleva la Biblia para guardar apariencias, pero no prestes mucha atención a ella ni a lo que pasa en las reuniones. Procura hacer un mero acto de presencia, y después, intenta salir sin tener mucha conversación con los hermanos. Trata de que las bendiciones te lleguen simplemente porque has estado en el culto, pero sobre todo no te molestes en pensar o aplicar personalmente lo que se enseña de la Biblia.
    Mantente al margen de la vida de la iglesia, con el absoluto mínimo de comunión y colaboración con los hermanos. Nunca jamás aceptes ninguna responsabilidad o trabajo en la congregación. Tampoco te iría bien invitar a los hermanos a visitarte entre semana, y ni se te ocurra ir a verles a ellos para pasar tiempo juntos o hablar de temas espirituales. Mejor que te quedes en silencio en tu mundillo, ocupándote con tus cosas y enfriándote espiritualmente. Así puedes sentirte más solo y cultivar la idea de que no hay amor, que nadie piensa en ti, y que es una iglesia fría.
    Aquí va un consejo muy importante si quieres lograr tu meta de alejarte del Señor. Piensa mucho en los fallos de los demás hermanos, y obsesiónate con ellos. Ves a las reuniones para observar qué es lo que dicen y hacen mal. Trata de descubrir docenas de fallos acerca de cada hermano, y después apunta las cosas malas que has observado para que puedas recordarlas y pensar en ellas, así amargándote y enfriándote más y más. Tal vez lograrás convencerte de que todos los cristianos son farsantes y que todo no es como parece.
    Otra cosa: Si encuentras dificultades en la vida cristiana, si no puedes comprender por qué aconteció algo, o por qué alguien dijo algo, o si tienes algún resentimiento con Dios o un hermano por cualquier cosa, acuérdate, no digas nada a nadie. No hables con Dios sobre esto para que tú seas corregido y enseñado, ni mucho menos hables con tus hermanos. Piensa mucho en cómo ellos son hombres y no tienes porque escucharles. Deja que este resentimiento vaya creciendo y carcomiéndote como un cáncer.
    Sí, amigo mío, si cumples estas normas sencillas, el alejarte del Señor está asegurado. Pero, para alejarte sin que nadie se dé cuenta, tienes que proceder con mucho cuidado, porque es bastante más difícil lograrlo. Es algo que exige más astucia y sutileza. Verás.
    Acuérdate que casi todos los casos de hermanos que se han alejado del Señor empiezan de una manera casi desapercibida. Así que no hagas caso a las pequeñas señales en tu vida, como tu propio decrecimiento en amor hacia Dios y hacia los hermanos, o la falta de oración, o poca lectura y meditación sobre la Palabra de Dios. Si encuentras que no tienes muchos deseos de estar con los hermanos, piensa que eso es normal y que todos son así, que no pasa nada. Manténte frenéticamente ocupado, quizá en trabajos o con tu familia, porque son cosas legítimas y nadie puede decirte que eso está mal, ¿verdad? Así te asegurarás de no tener tiempo para leer la Biblia, meditar en ella, orar, ni experimentar compañerismo con los hermanos. Acuérdate que si tienes mucho compañerismo, puedes echar a perder tu meta de alejarte (He. 10:24-25).
    Y en cuanto a lo de ver los fallos de los demás y criticarlos, ten cuidado y no digas nada a ninguno de ellos. Cuando hables con ellos, pon una sonrisa superficial y dirige la conversación a lo superficial también, para no ser descubierto. No pienses en tus propios fallos, pero deja que los de los demás te desanimen completamente. Y piensa especialmente en los jóvenes y los nuevos cristianos, porque cuando uno es joven o joven en la fe, tiende a colocar a otra persona en un pedestal pensando que todo lo que esa persona hace está bien, olvidando que es tan humana como él. Pero tú puedes evitar eso, pensando siempre en los fallos de todos, y puedes ayudar a los demás a no estimar a los hermanos si tú mencionas sus fallos brevemente de tanto en cuando en tu conversación. Una “buena” manera de disimular es disfrazando tus críticas y compartiéndolas como motivos de oración por los demás hermanos. Di algo así: “Yo amo a [pon el nombre del hermano/a], pero...” y después de la palabra: “pero”, lanza tu crítica, y di al final: “debemos orar por él”. Si reúnes a unos hermanos en tu casa para orar “por” estas personas, puedes sembrar más amargura y crítica de una manera pseudo-espiritual, y hacer que otros se alejen del Señor sin que ellos mismos se den cuenta. ¡Fíjate! Después, si tienes la suerte de que la persona que estás criticando falla en algo, en vez de perdonarlo y pasarlo por alto puedes decir que es un farsante, que todo no es como parece, y que todo el cristianismo es igual.
    Cuando reconozcas que tienes un problema espiritual, no busques la ayuda de los ancianos de la iglesia. ¡La podrías conseguir y entonces tu alejarte gradualmente del Señor podría quedarse frenado! En lugar de buscar ayuda, “chitón”. Piensa que tú eres capaz de solucionar tus propios problemas y que no necesitas a los pastores. Convéncete que además, ellos no te entienden, porque tu caso es especial, y sólo te van a decir cosas que están en la Biblia que tú ya sabes. Fíjate en ti mismo, recordando que toda la congregación te considera un buen cristiano, y no les des pistas de que tienes problemas.
    Intenta tener una “doble personalidad” o como un hermano dijo, ser un cristiano de “doble chip”. Es decir, mantén tu vida cristiana aparte de tu vida normal. Canta los himnos y coros en las reuniones, pero no con entusiasmo, gozo, o compromiso. No dejes que cale el mensaje que ellos llevan, o puedes perder tu alejamiento. Mira al predicador cuando enseña, y ten tu Biblia abierta al pasaje correcto, pero no tomes apuntes ni mucho menos admitas una aplicación para tu propia vida. No permitas que lo que dicen afecte tu relación con tus amigos, tus placeres, o tus planes para el futuro. De esa manera puedes conseguir que se amontonen muchas presiones sobre ti para distanciarte todavía más del Señor mientras mantienes una fachada religiosa. Sé constante observando estas normas y entonces podrás alejarte del Señor sin que nadie se dé cuenta. Y cuando se den cuenta, ya te habrás caído e ido de la congregación y nadie sabrá porque. ¿Dije nadie? Esto no es toda la verdad. Es fácil engañarte a ti mismo, a tus padres, a tus amigos, a tus hermanos en Cristo, o a tus pastores. Ellos pueden sentir una inquietud vaga, pero aun así es posible que no sepan con certeza qué es lo que les hace sentir así. Pero Dios sigue ahí. Es omnipresente y omnisciente. No podrás engañarle ni sorprenderle a Él. Aunque tuerzas, gires, cubras o te disfraces, ten por cierto que Él lo sabrá.
    Cuando Pedro negó al Señor, si había una cosa que él quiso que no la supiera Jesús, fue ésta. Pero en aquel mismo instante el Señor se volvió y miró a Pedro, cara a cara. Fue una mirada directa al corazón, de pleno conocimiento de lo que había en Pedro y de lo que había hecho. Fue una mirada triste, de confianza traicionada, pero también fue una mirada de amor constante. Al Señor le dolió mucho lo que Pedro le había hecho, pero no quería echarle fuera, sino restaurarle y recibirle otra vez. Aquella mirada le rompió por completo y él vio la realidad amarga de lo que había hecho.
    Y así, amigo mío, vendrá el día cuando tú también estarás delante del Señor, cara a cara. No estarás escondido en medio de la muchedumbre de una gran congregación. Estarás delante del Señor Jesucristo quien murió en la cruz por ti. Estarás bastante cerca para poder ver las marcas de los clavos en Sus manos y pies, y ver bien Sus ojos que te miran y penetran hasta tu corazón, tu espíritu y alma. Y Él sabrá todo acerca de tu alejarte de Él. ¿Cómo te sentirás cuando tengas que enfrentar aquella mirada sabiendo que Él nunca ha dejado de amarte?  ¿Cómo te sentirás cuando te acuerdes de la sangre que Él derramó por ti y de la paciencia que ha tenido contigo, y los cuidados que te ha dado, y que tú, desgraciadamente, descaradamente, le dijiste, “¿y qué?” ?  
    ¡Qué torpes y miopes somos! Querido hermano, deja de alejarte del Señor mientras puedas. Reconoce, como un hermano dijo, que 30 segundos es demasiado tiempo para pasar fuera de comunión con el Señor. ¿Vivir sin Él? ¡Como el pez puede vivir fuera del agua! En sólo 30 segundos fuera de comunión con el Señor podemos decir o hacer cosas, o tomar decisiones que nos afectarán por el resto de nuestras vidas. Salir de comunión con Él y con los hermanos es como la oveja que sale del rebaño para ir sola por el bosque. ¡Los lobos se alegran!  No, hermano, mas vuélvete a Él, tomando coraje con Su promesa: “Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia” (Os. 14:4).  Que jamás tenga el Señor que decirte: “Pero tengo contra ti, que has dejado tu primer amor” (Ap. 2:4).

Dennis Read
revisado y adaptado

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