Salomón nos dice que compremos la verdad (Pr. 23:23) sin decirnos cuánto cuesta. Pero la cuestión es que debemos conseguirla, sea cuál sea el coste. Hemos de amarla resplandeciendo y ardiendo. Cada parcela de verdad es preciosa, cual limaduras de oro. Debemos vivir con ella o morir por ella. Tal como Rut le dijo a Noemí: “a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré...sólo la muerte hará separación entre nosotras dos” (Rut 1:16-17); del mismo modo, nuestros espíritus deben exclamar: “a dondequiera que fuere la verdad, iré yo, y dondequiera que viviere la verdad, viviré, y sólo la muerte hará separación entre la verdad y yo”. Cualquiera tiene el derecho legal de vender su casa, tierras y joyas; pero la verdad es una joya que excede todo valor, y no se debe vender. Es nuestra herencia: “Por heredad he tomado tus testimonios para siempre” (Sal. 119:111). Es un legado que nuestros antecesores compraron con su sangre, cosa que debiera predisponernos a pagar cualquier precio, junto con el mercader sabio, con el fin de conseguir esta perla preciosa (Mt. 13:45), pues vale más que el cielo y la tierra. El que la consiga vivirá dichosamente, morirá en paz y reinará eternamente. Ahora, por favor, lee lo que expongo a continuación, y recibe el consejo:
1. Es necesario saber que no todos los hombres son excelentes, pero a pesar de ello, pueden ser útiles. Una llave de hierro puede abrir la puerta de un gran tesoro de oro; ¡sí, el hierro es capaz de hacer lo que el oro no puede!
2. Recuerda que no es la lectura apresurada, sino la meditación seria en las verdades santas y celestiales que les hace dulces y provechosas para el alma. La abeja no consigue la miel meramente tocando la flor, sino que debe permanecer un tiempo sobre ella para obtener la dulzura. No es el cristiano que más lee, sino el que más medite, que tendrá más calidad y será el más dulce, sabio y fuerte.
3. Sabe también que la felicidad no pertenecerá a aquel que conozca, comente o lea, sino a aquel que ponga por obra. Si sabes estas cosas, bienaventurado serás si las hicieres (Jn. 16:14). “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21). Judas llamaba a Cristo “Señor, Señor”, ¡y le traicionó! Cuántos Judas hay hoy en día, que besan a Cristo y le traicionan; que le profesan con sus labios, pero con sus hechos le niegan; que doblan su rodilla ante Él, pero le desprecian en su corazón; que le llaman Jesús, pero que no están dispuestos a obedecerle como Señor.
Querido lector, si tu corazón no siente la urgencia de practicar lo que lees, ¿por qué lees? ¿Para aumentar tu propia condenación? Si la luz y el conocimiento que tienes no se tornan en práctica, cuanto más sepas, más miserable serás en el día de la recompensa; tu luz y conocimiento te atormentarán más que todos los demonios del infierno... Por lo tanto lee, y esfuérzate por conocer, para después ponerlo por obra. Pues, lo que no hagas ahora, quedará sin hacer para siempre (como dijo Lutero: “Dios no ama al que cuestiona, sino al que corre”)... Si se me preguntase cuál es la primera, la segunda y la tercera parte de ser cristiano, he de responder: ¡Acción! El que lee para saber y se esfuerza con el propósito de poner por obra, tendrá dos cielos: un cielo de gozo, paz y consuelo en la tierra, y un cielo de gloria y felicidad después de la muerte.
—Thomas Brooks