miércoles, 17 de febrero de 2021

Consejos Al Lector


Salomón nos dice que compremos la verdad (Pr. 23:23) sin decirnos cuánto cuesta. Pero la cuestión es que debemos conseguirla, sea cuál sea el coste. Hemos de amarla resplandeciendo y ardiendo. Cada parcela de verdad es preciosa, cual limaduras de oro. Debemos vivir con ella o morir por ella. Tal como Rut le dijo a Noemí: “a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré...sólo la muerte hará separación entre nosotras dos” (Rut 1:16-17); del mismo modo, nuestros espíritus deben exclamar: “a dondequiera que fuere la verdad, iré yo, y dondequiera que viviere la verdad, viviré, y sólo la muerte hará separación entre la verdad y yo”. Cualquiera tiene el derecho legal de vender su casa, tierras y joyas; pero la verdad es una joya que excede todo valor, y no se debe vender. Es nuestra herencia: “Por heredad he tomado tus testimonios para siempre” (Sal. 119:111). Es un legado que nuestros antecesores compraron con su sangre, cosa que debiera predisponernos a pagar cualquier precio, junto con el mercader sabio, con el fin de conseguir esta perla preciosa (Mt. 13:45), pues vale más que el cielo y la tierra. El que la consiga vivirá dichosamente, morirá en paz y reinará eternamente. Ahora, por favor, lee lo que expongo a continuación, y recibe el consejo:

1. Es necesario saber que no todos los hombres son excelentes, pero a pesar de ello, pueden ser útiles. Una llave de hierro puede abrir la puerta de un gran tesoro de oro; ¡sí, el hierro es capaz de hacer lo que el oro no puede!

2. Recuerda que no es la lectura apresurada, sino la meditación seria en las verdades santas y celestiales que les hace dulces y provechosas para el alma. La abeja no consigue la miel meramente tocando la flor, sino que debe permanecer un tiempo sobre ella para obtener la dulzura. No es el cristiano que más lee, sino el que más medite, que tendrá más calidad y será el más dulce, sabio y fuerte.

3. Sabe también que la felicidad no pertenecerá a aquel que conozca, comente o lea, sino a aquel que ponga por obra. Si sabes estas cosas, bienaventurado serás si las hicieres (Jn. 16:14). “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21). Judas llamaba a Cristo “Señor, Señor”, ¡y le traicionó! Cuántos Judas hay hoy en día, que besan a Cristo y le traicionan; que le profesan con sus labios, pero con sus hechos le niegan; que doblan su rodilla ante Él, pero le desprecian en su corazón; que le llaman Jesús, pero que no están dispuestos a obedecerle como Señor.

Querido lector, si tu corazón no siente la urgencia de practicar lo que lees, ¿por qué lees? ¿Para aumentar tu propia condenación? Si la luz y el conocimiento que tienes no se tornan en práctica, cuanto más sepas, más miserable serás en el día de la recompensa; tu luz y conocimiento te atormentarán más que todos los demonios del infierno... Por lo tanto lee, y esfuérzate por conocer, para después ponerlo por obra. Pues, lo que no hagas ahora, quedará sin hacer para siempre (como dijo Lutero: “Dios no ama al que cuestiona, sino al que corre”)... Si se me preguntase cuál es la primera, la segunda y la tercera parte de ser cristiano, he de responder: ¡Acción! El que lee para saber y se esfuerza con el propósito de poner por obra, tendrá dos cielos: un cielo de gozo, paz y consuelo en la tierra, y un cielo de gloria y felicidad después de la muerte.

—Thomas Brooks

LA TIRANÍA DE LO URGENTE

Charles E. Hummel



    ¿Alguna vez has deseado un día de treinta horas? Seguramente este tiempo extra aliviaría la tremenda presión bajo la cual vivimos. Nuestras vidas dejan un rastro de tareas no acabadas. Cartas sin contestar, amigos sin visitar, artículos sin escribir y libros sin leer nos acechan en esos momentos de calma cuando nos detenemos a reflexionar. Desesperadamente necesitamos alivio.
    Pero, ¿resolvería realmente el problema un día de treinta horas? ¿No nos sentiríamos igual de frustrados que ahora con las veinticuatro horas de que disponemos?  El trabajo de una madre no termina nunca. Ni el de cualquier estudiante, profesor, ministro u otros que conozcamos. El transcurso  del tiempo tampoco os traerá una solución. Los niños, al crecer en número y edad, requieren más de nuestro tiempo. Una mayor experiencia en la profesión y en la iglesia lleva consigo la asignación de mayores responsabilidades. Encontramos así que estamos trabajando más y gozando menos.

    ¿REVOLTIJO DE PRIORIDADES?

    Al detenernos para reflexionar, nos damos cuenta de que nuestro dilema radica en algo más profundo que la falta de tiempo. Se trata básicamente de un problema de prioridades. Trabajar mucho no hace daño. Todos sabemos lo que es trabajar a toda prisa durante horas y horas, completamente absorbidos por una sensación de éxito y satisfacción. No es el trabajar mucho lo que nos oprime. En cambio sí nos oprime el espíritu de ansiedad que hace presa en nosotros cuando, recelosos, contemplamos un sinfín de tareas sin terminar a lo largo de un mes o de un año. Intranquilos, empezamos a sospechar que quizá hemos dejado de hacer lo importante. Las exigencias de otras personas –cual vientos–  nos han precipitado contra un escollo de frustración. Aun al margen de la cuestión de nuestros pecados, confesamos que hemos dejado sin hacer lo que debíamos haber hecho; y hemos hecho aquello que no debíamos.
    Hace algunos años el experimentado director de una industria algodonera me dijo: "Su peligro más grande está en permitir que las cosas urgentes marginen a las importantes". Aquel hombre no se daba cuenta del tremendo impacto que causó en mí esta máxima suya. A menudo me persigue y me reprocha de nuevo porque suscita el problema crítico de las prioridades.
    Vivimos en permanente tensión entre lo urgente y lo importante. El problema consiste en que las tareas importantes rara vez deben ser hoy mismo, o incluso esta misma semana. El dedicar más tiempo a la oración y estudio de la Biblia, visitar al amigo no creyente, el estudio detallado de un libro importante son proyectos que pueden esperar. Pero las tareas urgentes demandan acción instantánea y sin tregua. Apremian a todas las horas de cada día.
    El hogar del hombre de hoy ya no es el castillo donde refugiarse. Ya no es un lugar a cubierto del ataque de los asuntos urgentes, porque el teléfono atraviesa los muros con imperiosas demandas. El momentáneo atractivo de estas tareas parece irresistible e importante. Y absorben nuestras energías. Pero a la luz que proporciona la perspectiva del tiempo su alto relieve resulta decepcionante y pierde rigor. Con sensación de pérdida recordamos entonces los asuntos importantes marginados. Nos damos cuenta de que hemos sido esclavizados por la tiranía de lo urgente.

    ¿ES POSIBLE EVADIRSE?

    ¿Hay posibilidad de huir de esta clase de vida?  Tenemos la respuesta en la vida de Nuestro Señor. La noche anterior a su muerte, Jesús hizo una declaración extraordinaria. En la gran oración de Juan 17 dijo: "He acabado la obra que me diste que hiciese" (v. 4).

    ¿Cómo podía Jesucristo utilizar el término "acabado"?  Sus tres años de ministerio parecían un tiempo demasiado corto. Una prostituta en el banquete de Simón había encontrado perdón y nueva vida,  pero muchas otras todavía recorrían las calles sin perdón y nueva vida. Por cada diez músculos paralizados que habían recibido la flexibilidad de la salud, cien permanecían impotentes. Sin embargo, en esa última noche, con muchas tareas útiles sin terminar y urgentes necesidades humanas insatisfechas, el Señor tenía paz. Sabía que había terminado la obra de Dios.
    Los relatos evangélicos dan a entender que Jesús trabajaba duro. Tras la descripción de un día lleno de actividad, Marcos escribe: "Cuando llegó la noche, luego que el sol se puso, le trajeron todos los que tenían enfermedades, y a los endemoniados; y toda la ciudad se agolpó a la puerta. Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios" (1:32-34).
    En otra ocasión, las demandas de los enfermos e imposibilitados fueron causa de que omitiese la cena y trabajase hasta tan tarde que sus discípulos pensaron que estaba fuera de sí (Mr. 3:21). Un día, después de una extenuante sesión de enseñanza, Jesús y sus discípulos subieron a un barco. Hasta una tormenta fue incapaz de despertarle (Mt. 4:37). ¡Qué cuadro de extenuación!
    Con todo, su vida jamás se caracterizó por un ritmo febril. Él tenía tiempo para atender a la gente. Pasaría horas hablando con una persona, tal como hizo con la mujer samaritana junto al pozo. Su vida mostró un maravilloso equilibrio, un discernimiento exacto de las oportunidades. Cuando sus hermanos le buscaban para ir a Judea, les contestó: "Mi tiempo aún no ha llegado" (Jn. 7:6). Jesús no echó a perder sus dones con el apresuramiento. En su libro, The Discipline and Culture of the Spiritual Life (“La Disciplina y El Cultivo de la Vida Espiritual”), A. E. Whiteham hace la siguiente observación: "En este Hombre hay propósitos adecuados..., una calma íntima que da aspecto de tranquilidad a su vida llena de ocupaciones; sobre todo hay en este Hombre un secreto y una capacidad para relacionarse con los desechos de la vida. tales como el sufrimiento, la decepción, la enemistad, la muerte; transformando para uso divino los abusos del hombre; cambiando en fructíferos los áridos parajes del sufrimiento; triunfando, finalmente, sobre la muerte y viviendo una corta vida de treinta años más o menos, abruptamente cortada, para ser una vida "terminada". Nosotros no hemos de admirar el porte y la belleza de esta vida humana e ignorar luego sus hechos.

    EN ESPERA DE INSTRUCCIONES

    ¿Cuál fue el secreto del trabajo de Jesús?  Encontramos un indicio después del relato de Marcos acerca de aquel día en que Jesús se nos presentaba lleno de ocupaciones. Marcos observa que "muy de mañana, siendo aún oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba" (Mr. 1:35). Aquí está el secreto de la vida y trabajo de Jesús para Dios: Él, en espíritu de oración, esperaba instrucciones de su Padre y fuerzas para ponerlas en práctica. Jesús no tenía un plano de diseño divino; Él discernía la voluntad de su Padre día a día mediante una vida de oración. Estos son los medios por los cuales se mantuvo resguardado de lo urgente y realizó lo importante.
    La muerte de Lázaro ilustra este principio. ¿Qué podía haber sido más importante que el urgente mensaje de María y Marta: "Señor, he aquí el que amas está enfermo" (Jn. 11:3). Juan registra la respuesta del Señor con estas paradójicas palabras: "Y amaba Jesús a Marta, y a su hermana y a Lázaro. Cuando oyó, pues, que estaba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba" (vv. 5-6). ¿Cuál era la necesidad urgente en este caso?  Obviamente, evitar la muerte del hermano querido. Pero lo importante, desde el punto de vista de Dios, era resucitar a Lázaro. Por eso se permitió que Lázaro muriese. Más tarde, Jesús le resucitó como prueba de la veracidad de sus magníficas pretensiones: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá" (v. 25).
    A nosotros puede asombrarnos que el ministerio de nuestro Señor haya sido tan corto, por qué no podría haber durado cinco o diez años más, por qué tantos afectados por el sufrimiento fueron dejados con sus miserias. Las Escrituras no dan respuesta para tales cuestiones, y nosotros las dejamos en el misterio de los propósitos de Dios. Pero, eso sí, sabemos que el espíritu de oración de Jesús le libró de la tiranía de lo urgente. Le impartió la orientación y el ritmo de la vida y le capacitó para llevar a cabo todas las tareas que le habían sido encomendadas por Dios. Y la última noche pudo decir: "He acabado la obra que me diste que hiciese”.

    LIBERTAD EN LA DEPENDENCIA

    La liberación de la tiranía de lo urgente la encontramos en el ejemplo y promesa de Nuestro Señor. Al final de un vigoroso debate con los fariseos en Jerusalén, Jesús dijo a los que habían creído en Él: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres...De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado... Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres" (Jn. 8:31, 32, 34, 36).

    Muchos de nosotros hemos experimentado la liberación del castigo del pecado, que Cristo ha llevado a cabo en nuestras vidas. ¿Le permitimos también que nos libere de la tiranía de lo urgente?  Cristo señala el camino a seguir: "Si vosotros permaneciereis en mi palabra". Aquí está el camino hacia la libertad. A través de la meditación en la Palabra de Dios con espíritu de oración, adquirimos la imagen de su perspectiva.
    P. T. Forysth dijo en cierta ocasión: "El peor pecado es la falta de oración". Generalmente nosotros catalogamos como peores el asesinato, el adulterio o el robo. Pero la raíz de todo pecado es la autosuficiencia, la independencia de Dios. Cuando dejamos de esperar, con espíritu de oración, por la guía y las fuerza de Dios, estamos diciendo con nuestros hechos, si no con nuestros labios, que no le necesitamos. ¿Cuánto de nuestro servicio se caracteriza por una alocada independencia?
    Lo contrario a semejante independencia es la oración, en la cual reconocemos  nuestra necesidad de la enseñanza y provisión divinas. Concerniente a esta relación de dependencia en Dios, Donald Baillie dice: "Jesús desarrolló su vida en completa dependencia de Dios, de la misma manera que nosotros debemos desarrollar la nuestra. Tal dependencia no destruye la personalidad. Jamás un hombre es tan verdadera y completamente personal como cuando vive en total dependencia de Dios. Es así como la personalidad alcanza su máxima expresión. Esto es humanidad en su sentido estricto".
    La espera en Dios en actitud de oración es requisito indispensable para un servicio eficaz. Como pasa durante los descansos en los partidos de fútbol, es en esos momentos cuando nosotros podemos recuperar aliento y fijar nuevas estrategias. Al esperar la dirección del Señor, Él nos libra de la  tiranía de lo urgente. Nos muestra la verdad acerca de Sí mismo, de nosotros y de nuestro cometido. Es Él quien imprime en nuestras mentes las tareas que quiere que emprendamos. La necesidad no constituye un llamamiento en sí misma; el llamamiento tiene que venir del Dios que conoce nuestras limitaciones. "Se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo" (Sal. 103:13-14). No es Dios quien nos carga hasta hacernos encorvar bajo el peso, desplomar con una úlcera, tener los nervios destrozados o sufrir un ataque de corazón, o de apoplejía. Todo esto proviene de nuestros impulsos interiores irritados por la presión de las circunstancias.

    VALORANDO ADECUADAMENTE

    El hombre de negocios moderno reconoce como bueno este principio de tomar tiempo para realizar una evaluación. Cuando Greenwalt era presidente de la organización DuPont, dijo: "Un minuto gastado en planear ahorra tres o cuatro minutos en la ejecución del plan". Muchos vendedores han revolucionado sus negocios y multiplicado sus beneficios, reservando la tarde de cada viernes para planear cuidadosamente la mayor parte de las actividades de la semana siguiente. Si un ejecutivo está demasiado ocupado para pararse a planear, puede verse desplazado por otro hombre que destina tiempo para pensar acerca de sus planes. Si el cristiano está demasiado ocupado para detenerse, hacer un inventario espiritual y recibir de Dios las tareas a realizar, se convertirá en esclavo de la tiranía de lo urgente. Puede trabajar día y noche tratando de conseguir tanto que llegue a parecer significativo ante sus propios ojos y los de los otros, pero no terminará la obra que Dios le ha encomendado para que sea hecha por él.
    Un tiempo de quietud, con meditación y oración al principio del día, proporciona mayor nitidez al enfoque de nuestra relación con Dios. Comprométete de nuevo en estos momentos a realizar su voluntad, mientras consideras las próximas horas que siguen. Durante este intervalo, sin prisas, haz una lista, colocando por orden de prioridad las tareas que debes realizar, teniendo en cuenta los compromisos contraídos ya. Un general competente traza siempre su plan de batalla antes de enfrentarse con el enemigo; jamás deja las decisiones básicas para el momento de abrir fuego. Pero también está preparado para cambiar sus planes si una emergencia se lo exige. Del mismo modo intenta tú poner en marcha los planes que has trazado, antes de que dé comienzo la batalla diaria contra el reloj. Pero manténte abierto para cualquier emergencia, interrupción o persona inesperada que pudieran presentarse.
    También puede ser necesario resistir la tentación de aceptar un compromiso cuando la invitación llega primeramente a través del teléfono. Por muy despejada que se encuentre tu agenda en tales momentos, pide un día o dos para orar, buscando la guía del Señor antes de comprometerte. Sorprendentemente, el compromiso a menudo aparecerá menos imperativo en el silencio que sigue a la plegaria suplicante. Si puedes resistir la urgencia del momento inicial, te encontrarás en mejor posición para sopesar el costo y discernir si la tarea en cuestión es la voluntad de Dios para ti.
    Como complemento a tu tiempo diario de quietud, aparta una hora de cada semana para hacer un inventario de tu vida espiritual. Haz, por escrito, una evaluación del pasado, detallando algo de lo que Dios te haya enseñado y planea objetivos para el futuro. Trata también de reservar la mayor parte de un día de cada mes para un inventario similar de mayor envergadura. A menudo tendrás fallos. Irónicamente, cuanto más ocupado se está tanto más se necesita este tiempo para inventariar la propia vida, y tanto más difícil resulta conseguirlo. Se vuelve uno como el fanático que, cuando no está seguro de su dirección, duplica su velocidad. Y un servicio a Dios realizado frenéticamente puede llegar a ser una forma de huir de Dios. Sin embargo, cuando con espíritu de oración haces inventario de tu vida y planeas tus días, esto proporciona nuevas perspectivas a tu trabajo.

    CONTINÚA CON EL ESFUERZO INICIADO

    A través de los años, la más grande y continua lucha en la vida cristiana está en el empeño  de lograr el tiempo adecuado para la diaria espera en Dios, el inventario semanal y el planeamiento mensual. Puesto que estos momentos destinados a recibir órdenes de marcha son tan importantes, Satán hará todo lo posible para echarlos a perder. Sin embargo, sabemos por experiencia que sólo por estos medios podremos huir de la tiranía de lo urgente. Así es como Jesús obtuvo éxito. Él no terminó todas las tareas urgentes de Palestina ni todas las cosas que le hubiera gustado hacer, pero terminó la obra que Dios le había dado que hiciera. La única alternativa contra la frustración consiste en estar seguros de que estamos haciendo lo que Dios quiere. Nada puede sustituirse por el hecho de saber que en este día, a esta hora, en este lugar estamos haciendo la voluntad del Padre. Entonces, y solamente entonces, podemos pensar con ecuanimidad acerca de todas las demás tareas sin terminar y encomendarlas a Dios.
    Hace tiempo las balas de los simba dieron muerte a un hombre joven, el doctor Paul Carlson. En la providencia de Dios terminó así su vida de trabajo. La mayoría de nosotros viviremos más tiempo y moriremos más tranquilos; pero, cuando llegue el final, ¿qué otra cosa podrá proporcionarnos un gozo mayor que la seguridad de haber terminado la obra de que Dios nos encomendó para que la hiciésemos?  La gracia de Nuestro Señor Jesucristo hace que esto sea completamente posible. Él ha prometido liberación del pecado y fuerzas para servir a Dios, realizando las tareas que Él elige para cada uno de nosotros. El camino está claro. Si nos mantenemos en la palabra de Nuestro Señor, somos verdaderamente sus discípulos. Y Él nos librará de la tiranía de lo urgente, nos librará para realizar lo importante, que es la voluntad  de Dios.


Traducción de Roberto González

 

martes, 2 de febrero de 2021

Bendiciones Diferentes Para Israel y La Iglesia

por Warren W. Wiersbe


Encontramos nueve veces en Levítico que Dios recuerda a su pueblo que Él los había liberado de Egipto y que, por tanto, merecía su obediencia (Lv. 11:45; 19:36; 22:33; 23:43; 25:38, 42, 55; 26:13, 45). En Deuteronomio, Moisés enfatiza que su amor al Señor debería motivar su obediencia por todo lo que Él había hecho por nosotros.

    Debemos señalar que este pacto de bendición fue dado a Israel solo y no debería ser aplicado a la igleisa hoy. Dios ciertamehnte bendice a todos los que le obedecen, pero su bendición no es siempre salud, riqueza y buen éxito. Algunos de los grandes héroes de la fe sufrieron a causa de su obediencia y nunca experimentaron milagros de liberación u otra provisión de parte del Señor (He. 11:36-40). Dios ha permitido que millones de cristianos cayeran en manos de sus enemigos y fueran martirizados por su fe. Este pacto se relaciona solo con Israel en su tierra, y era la manera de DIos de enseñarles fidelidad y obediencia.

A algunos de los "predicadores de éxito" de hoy les gusta reclamar estas "bendiciones" del pacto para la iglesia, pero prefieren aplicar los juicios a cualquiero otro. Si este pacto se aplica a los hijos de Dios hoy, deberíamos entonces estar experimentando los juicios cada vez que le desobedecemos. Sin embargo, la experiencia nos muestra que más de un cristiano mundano es exitoso, saludable y rico, mientras que otros fieles hijos de Dios andan pasando por pruebas y dificultades (ver Sal. 73).

de su libro sobre Levítico: Seamos Santos

Editorial Portavoz, págs. 129-130