Texto: Apocalipsis 1:9-20
En este pasaje el Señor Jesucristo se revela a Juan, y en la visión Juan le ve en medio de las siete iglesias. Ningún otro está en el centro, sino solo Cristo. Las iglesias no se congregan en torno a una persona popular o afluente, porque esto sería una afrenta a Cristo. Ningún hombre, por rico, popular o influyente que sea, debe atreverse a ocupar el lugar de Cristo o controlar las iglesias. Las iglesias en el Nuevo Testamento estaban en lugares distintos, cada uno con su geografía, clima, idioma, costumbres, dieta, etc., pero todas ellas fueron gobernadas por un mismo Señor y una misma Palabra. De este modo se puede cumplir la exhortación de 1 Corintios 1:10, “Os ruego, pues, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y en un mismo parecer”.
Cuando unas iglesias o personas obedecen al Señor y otras no lo hacen, no es por cultura como algunos nos quieren hacer creer, sino por la actitud de su corazón. Los hermanos de Filipos dan ejemplo: “como siempre habéis obedecido” (Fil. 2:12). La verdadera conversión debe comenzar con una confesión del señorío de Cristo, y esto no es negociable (Ro. 10:9).
El que dice que cree en el Señor, pero no lo obedece, se contradice. Observa el ejemplo de Abraham en Hebreos 11:8, “Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir...” Es la obediencia de la fe. Spurgeon predicó un sermón entero sobre esta frase: “por la fe Abraham...obedeció”. La obediencia señalada aquí no es por miedo, sino por fe. La desobediencia viene de falta de fe – o sea – de desconfianza. La obediencia no es a regañadientes, a base de latigazos, sino por amor como bien remarca el Señor en Juan 14:15, “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. El creyente ama al Señor y desea agradarle. ¿Cómo sabe qué es lo que le agrada? Por Su Palabra. Una verdadera conversión tiene como resultado la carne crucificada (Gá. 5:24) y el mundo negado en la vida del creyente. No quieren amistad con el mundo, porque son motivados por el amor de Dios (1 Jn. 2:15).
Observad cuán importante es esta condición que Jesucristo pone para tener amistad con Él. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando” (Jn. 15:14). ¿Y dónde tenemos los mandamientos del Señor, sino en la Palabra de Dios? No son sugerencias, sino mandamientos. No son gravosos (1 Jn. 5:3) porque el creyente es motivado por fe, amor y gratitud. Desea vivir para agradar al Señor y hacer Su voluntad.
Cualquiera puede equovicarse, ¿y quién no lo ha hecho?, tanto personas como iglesias. Pero cuando el Señor nos corrige con Su Palabra y nos recuerda y señala el buen camino, manifestamos nuestra fe (confianza en Él) por un arrepentimiento y obediencia a Él.
Esto tiene muchas aplicaciones – y cierto es que los cambios que observamos en las personas y las iglesias no vienen de fe, amor y separación del mundo, sino de lo contrario – falta de fe – deficiente amor y conformedad al mundo. La entrada de la música contemporánea, la desaparición del énfasis en el arrepentimiento y el señorío de Cristo en la predicación del evangelio, el protagonismo de las mujeres en las familias y las iglesias (el feminismo), y la mundanalidad en las diversiones y la forma de vestirse, son solamente unos ejemplos corrientes, y síntomas de un mal espiritual que es cada vez más generalizado.
Un ejemplo corriente es la cuestión de la vestimenta de la mujer, que le es prohibido en Deuteronomio 22:5 llevar ropa de hombre, porque “abominación es a Jehová cualquiera que esto hace”. Se aplica a “cualquiera”. No dice “en una reunión”, porque habla de la vida, no de una reunión. Que sepamos los hombres no quieren llevar faldas, pero las mujeres sí tienen afán de llevar pantalones – la moda establecida en el mundo. No era así, pero el mundo ha cambiado, y ahora las iglesias aflojan y cambian – cediendo a las presiones y las modas del mundo. Las excusas y razonamientos filosóficos son múltiples pero insignificantes. Hacer lo que Dios abomina no es crecer ni madurar. La ley de Dios no es mala, sino buena, santa y justa (Ro. 7:12). En ella aprendemos cómo Dios piensa, Sus propósitos, y cuáles son las cosas que le gustan y no le gustan. Entre las abominaciones están cosas como la homosexualidad (Lv. 18:22; 20:13) la idolatría (Dt. 7:25; 13:6-14), “los ojos altivos, la lengua mentirosa, las manos derramadoras de sangre inocente, el corazón que maquina pensamientos inicuos, los pies presurosos para correr al mal, el testigo falso que habla mentiras, y el que siembra discordia entre hermanos” (Pr. 6:17-19). El Antiguo Testamento tiene validez y valor para enseñar y amonestarnos (Ro. 15:4; 1 Co. 10:6, 11).
Es triste ver y oír de iglesias donde los hermanos responsables han dicho o permitido sin comentarios que las hermanas vistan pantalones. Años atrás no lo permitieron, pero han cambiado, y ahora se justifican diciendo que hay que madurar. No es madurez cuando uno afloja en la Palabra de Dios, se adapta al mundo y comienza a criticar a los que no cambian. Hebreos 5:14 dice que “el alimento sólido es para los que han alcanzado madurez, para los que por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal”. La madurez capacita al creyente a discernir las cosas que son de la Palabra de Dios – el bien – y las que son del mundo – el mal. Pero desde la antigüedad ha habido en el pueblo de Dios los que han aflojado y cambiado, profesando hacer bien. “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!” (Is. 5:20-21). Aunque haya hombres que digan que las hermanas pueden llevar pantalones y no pasa nada – recuerda que en el Antiguo Testamento había falsos profetas que decían al pueblo que podía ser y hacer como las naciones y que no pasaba nada. Por eso el profeta Isaías, inspirado por Dios, dijo: “¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido” (Is. 8:20).
Otro ejemplo es la proliferación de reuniones de mujeres, siendo estudios bíblicos, conferencias, retiros, etc. en los cuales las mujeres lideran, predican y enseñan. Un grupo de mujeres celebró una cena del Señor solo para ellas, para que se levantasen a adorar y orar en voz alta, como normalmente hacen los varones. No parece importarles que no hay ni una reunión de mujeres creyentes en todo el Nuevo Testamento – es decir, carece de instrucción apostólica y de ejemplo bíblico como base para esas actividades. Es preocupante saber que nada de eso podía haberse desarrollado sin el permiso de los varones responsables en las asambleas, así que en el fondo representa un fracaso de liderazgo espiritual. Pero esos varones, en lugar de arrepentirse y volver a conformarse al patrón bíblico, defienden “los derechos” de las mujeres a reunirse y tildan de divisionistas a los que se resisten. Algunos insisten que cada asamblea es autónoma y puede decidir esas cuestions. Pero la autonomía no libra a ninguna asamblea del señorío de Cristo, pues Él es cabeza del cuerpo, y está presente como Señor en cada reunión. Ningún anciano, misionero o grupo de los tales tiene derecho a enseñar a hacer lo que el Señor prohibe, ni prohibir lo que el Señor manda. ¡Asombrosamente, se escucha de asambleas donde personas han sido puestas en disciplina por no asistir a la reunión de mujeres! Y las mujeres “maestras” tampoco desean arrepentirse y volver a integrarse en la congregación como hermanas cuya responsalidad es aprender en silencio, con toda sujeción, porque no le es permitido a la mujer enseñar (1 Ti. 2:11-12).
¿Quién no reconoce que en los últimos veinte o treinta años ha habido muchos cambios en las asambleas? ¿Son bíblicos o adaptaciones al mundo? Cuando hay desvío en el pueblo de Dios, el llamado bíblico es: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jer. 16:6). En Apocalipsis 2-3 leemos lo que el Señor dijo a las siete iglesias de Asia, y llamó al arrepentimiento a cinco de las siete. Si esas iglesias, en la época de los apostoles, se habían desviado y tenían que arrepentirse, ¡cuánto más es así hoy en los postreros tiempos! 2 Timoteo 4:3-4 describe tiempos que entonces eran futuros, pero ahora han llegado: “no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas”. Cuando el liderazgo es culpable de aflojar y cambiar, debe humillarse y arrepentirse, porque su ejemplo afecta a muchos (Stg. 3:1) y pueden recibir mayor condenación.
La iglesia en Éfeso fue llamada a arrepentirse (Ap. 2:4-5), porque pese a sus muchas actividades había dejado su primer amor. “Recuerda, por tanto, de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré pronto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar, si no te hubieres arrepentido”. Es un ultimátum del Señor. “¡Vuélvete, porque si no...!” Las primeras obras son las hechas con amor puro al Señor, celo por Él, y conforme a Su Palabra.
La iglesia en Esmirna es una de dos que no tenían que arrepentirse. Sufrió por su fidelidad. Pero el Señor le anima con estas palabras: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida” (Ap. 2:10). ¡Ojalá siguiéramos todos ese ejemplo! Esto es lo que necesitamos hoy, creyentes e iglesias que se mantengan fieles hasta la muerte – fieles hasta el fin – sin aflojar, sin cambiar.
La iglesia en Pérgamo fue permisiva – admitía en su medio a los que retenían la doctrina de Balaam y otros con la doctrina de los nicolaítas que el Señor aborrece. Hoy también hay iglesias que han crecido mediante la tolerancia y la permisividad, pero el Señor no aprueba. “Arrepiéntete; pues si no, vendré a ti pronto, y pelearé contra ellos con la espada de mi boca” (Ap. 2:16). La espada de Su boca es la Palabra de Dios, que no solo enseña y edifica, sino también reprende, amonesta y corrige.
La iglesia en Tiatira también fue permisiva y tolerante, y eso desagradó al Señor. Toleraba la enseñanza de una mujer que se decía ser profetisa. Es el único ejemplo en el Nuevo Testamento de una mujer enseñando en una iglesia, y queda tajantemente desaprobada. El Señor le dio tiempo para arrepentirse, pero Su paciencia tiene límite. Ella no quiso arrepentirse. Hay mujeres hoy que tampoco quieren arrepentirse de su usurpación y desvío, pero el juicio viene. Romanos 2:4-5 habla de la dureza y el corazón no arrepentido de los que aprovechan la misericordia y benignidad de Dios para seguir en su mal camino. Cuando manifiestan que no quieren arrepentirse y someterse a la Palabra del Señor, es tiempo de juicio.
La iglesia en Sardis también fue llamada a arrepentirse. El Señor no halló sus obras perfectas delante de Dios (Ap. 3:2). En lugar de disculparla diciendo lo que oímos mucho hoy: “no hay iglesia perfecta” – el Señor la corrige, amonesta y llama al arrepentimiento.“Acuérdate, pues, de lo que has recibido... y guárdalo” ¿Qué había recibido? ¡La Palabra de Dios – la fe una vez dada a los santos, la gracia de Dios para vivir conforme a Su voluntad, y “espiritu... de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7). Cristo manda y advierte: “...Arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Ap. 3:3). Es otro ultimátum divina. ¿Puede aplicarse a algunos de nosotros? La respuesta es sí, si no guardamos lo que hemos recibido del Señor.
La iglesia en Filadelfia es la otra que no fue llamada a arrepentirse. Tenía poca fuerza – probablemente no era muy grande ni tenía creyentes ricos o influyentes, pero había guardado Su Palabra y no había negado Su nombre (Ap. 3:8). Ésa es una iglesia digna de imitar. Pobre pero fiel. No necesitamos a ricos ni poderosos, sino al Señor y Su aprobación. ¿Somos capaces de rechazar y parar la influencia de los fuertes y perder su favor, para obedecer al Señor y serle fieles? Hay cosas peores que pobreza y poca fuerza. En Lucas 6:24-26 Cristo dice: “Mas ¡ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que ahora reís! porque lamentaréis y lloraréis. ¡Ay de vosotros, cuando todos los hombres hablen bien de vosotros! porque así hacían sus padres con los falsos profetas”. A la iglesia en Filadelfia el Señor promete venir pronto, y manda: “Retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Ap. 3:11). No hay corona para los que no retienen la Palabra de Dios sino que cambian para ponerse al día y tener “éxito” a corto plazo. Cuando uno no retiene la Palabra, aunque diga que ha madurado, la verdad es que ha sido infiel. Las coronas son para los fieles.
La iglesia en Laodicea también fue reprendida, castigada y amonestada a arrepentirse. Laodicea significa “el pueblo gobierna”, y nada hay más adecuado para describir las iglesias evangélicas en nuestros tiempos. El pueblo tiene voz y voto. Las mujeres mandan. Los jóvenes mandan. Los hombres de negocio mandan. La congregación influye a los pastores y ancianos para que efectúen los cambios deseados. Y los hombres, sin principios bíblicos, o sin convicciones, o temerosos (Pr. 29:25), aflojan como Pilato y ceden a la voluntad del pueblo. La iglesia en Laodicea es la patrona de los tales. Era una iglesia afluente, desobediente, sin Cristo y espiritualmente ciega – ignorante de su condición. En qué sentido era todavía una iglesia es difícil de saber. Había sido una iglesia. Todavía profesaba ser una. Estaba pronto a ser vomitada de la boca de Cristo (Ap. 3:16). Su reprensión y castigo eran señales de Su amor (Ap. 3:19). Pero no es un amor tolerante: “sé, pues, celoso, y arrepiéntete”. Sin esto, Él no puede estar en tales iglesias. En el versículo 20 manifiesta Su deseo de comunión, pero para que sea posible, manda y promete lo siguiente. “Si alguno oye mi voz”, es decir, hazme caso. Busca al individuo: “alguno”. No hay que esperar a los demás. “Abre la puerta”, esto es, reacciona y búscale. “Entraré a él, y cenaré con él”. No todos, sino los que responden al Señor, es decir, los arrepentidos.
Las asambleas no hallarán la bendición en locales nuevos, ni en la modernización, sino el volver al buen camino. Desde los tiempos de los apóstoles los fieles siervos del Señor han indicado claramente la doctrina y práctica de la iglesia y la vida cristiana. La fe ha sido una vez dada a los santos (Jud. 3). Hay que obedecerla, y combatir fervientemente por ella. Si alguien tiene agenda de introducir cambios, la Biblia advierte: “No traspases los linderos antiguos que pusieron tus padres” (Pr. 22:28). Los avivamentos en la Biblia tomaron lugar cuando hubo una vuelta a la Palabra de Dios, con arrepentimiento, quebrantamiento y lágrimas, y cuando hubo firme resolución a obedecer a Dios. Hermanos, en nuestros días más que nunca hay necesidad de arrepentirnos, personas e iglesias, volver al patrón de la Palabra de Dios, guardar lo que hemos recibido y ser fieles hasta la muerte. Es el camino que el Señor marca. Las palabras de Cristo a esas siete iglesias también son para nosotros, hermanos. A cada una de esas iglesias el Señor añade esta exhortación: “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”. El Señor de las iglesias ha hablado. El Espíritu ha hablado. Recibamos y obedezcamos Su Palabra con amor y fe, hasta que el Señor nos llame a Su presencia.
Carlos