“...su corazón se enalteció para su ruina;
porque se rebeló contra Jehová su Dios...” (v. 16)
Muchos se acuerdan de la rebelión de Coré, pero no tantos recuerdan la rebelión de Uzías. El rey Uzías era uno de los reyes buenos de Judá, e hizo mucho bien. Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice: “Mas cuando ya era fuerte...”, vino el problema. Uzías se había hecho fuerte, era un hombre poderoso y que había logrado mucho. Veía que podía hacer todavía más, y quizá confiaba en su riqueza, habilidad y vigor, pero si fue así, en esto se equivocó. Para muchas personas, hombres y mujeres igualmente, la fuerza y riqueza es más una prueba de su carácter que la debilidad.
Puesto que Uzías era un rey bueno, ¿en qué se rebeló? Otros habían introducido la idolatría, como Jeroboam, y aun Salomón. Aun David se rebeló una vez y cometió adulterio. Otros habían confiado en alianzas inmundas con los enemigos de Israel. Alguno incluso mató a un profeta de Dios. ¿En qué se rebeló Uzías? No fue nada de todo eso. Ni siquiera fue nada que pudiera parecernos tan grave, porque al fin y al cabo, simplemente quería quemar incienso a Jehová, servirle y rendirle culto de esta manera, en adoración. ¿Acaso es esto malo?
Por supuesto que no. Servir a Dios es bueno. Adorarle es bueno. Pero, como Caín mismo y otros habían tenido que aprender a lo largo de la historia, es Dios y no nosotros quien decide cómo se le debe adorar y servir. Dos hijos de Aarón habían muerto en el tabernáculo al principio de su historia, siendo ellos sacerdotes consagrados, simplemente porque: “tomaron cada uno su incensario, y pusieron en ellos fuego, sobre el cual pusieron incienso, y ofrecieron delante de Jehová fuego extraño, que él nunca les mandó” (Lv. 10:1-2). Para Dios, el pecado de Nadab y Abiú fue tan grave como el pecado de Israel con el becerro de oro, y mostró Su disgusto y condenación con un juicio instantáneo.
Volviendo a lo de Uzías, los sacerdotes de Jehová se pusieron contra él, y le dijeron:
“no te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar incienso a Jehová, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que son consagrados para quemarlo. Sal del santuario, porque has prevaricado, y no te será para gloria delante de Jehová Dios” (2 Cr. 26:18).
Los ministros de Dios tuvieron que ser valientes, y actuar sin acepción de personas. El rey mandaba en el reino, pero no en el templo, la casa de Dios. Y cuando los siervos de Dios actuaron con valentía, Dios mostró Su aprobación y juzgó al rey encolerizado.
Aunque es del Antiguo Testamento y tiene que ver con cosas del primer pacto, recordemos lo que el Nuevo Testamento afirma: “...las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Ro. 15:4). Quemar incienso a Dios es bueno, pero lo bueno se vuelve malo, cuando alguien a quien no le pertenece se empeña en hacerlo. Si una persona intenta entrar en un ministerio o servicio que Dios no tiene designado para ella, por buenos que sean el ministerio y sus intenciones, está cometiendo un pecado. Como lo fue con Uzías, es el pecado de rebelión: “contra Jehová”. Y la rebelión no es un mero acto físico, es una actitud, radica en el corazón: “su corazón se enalteció”. Es decir, Uzías tenía una opinión de sí mismo, su potencia, su habilidad o sus derechos, que era más allá de lo debido, fuera de los límites.
Vivimos en tiempos cuando el mundo piensa y habla mucho del potencial humano, y de los derechos humanos. Quizás hay muchas maneras de las cuales podríamos aplicar la lección de Uzías, pero invito a cada lector a considerar la siguiente. Entre otras cosas, un gran énfasis está siendo puesto sobre el tema de la mujer, su igualdad con el hombre, su potencia y habilidad, y sus derechos. El movimiento feminista ejerce su influencia en todo el mundo, incluso en las iglesias evangélicas. Es bueno que la mujer no sea tratada como propiedad ni como objeto de placer, por supuesto. Pero el tema que nos preocupa no es el maltrato de la mujer, sino el maltrato que algunas mujeres están dando a la Palabra de Dios y el orden que Él estableció, no los hombres. Las iglesias que no han sido tocadas por los vientos de cambio respecto a la mujer son más bien pocas.
Un misionero inglés, procedente de las asambleas pero casado con una mujer pentecostal, me solía decir: “tenemos que potenciar el ministerio de la mujer”. No se refería al ministerio de la mujer delineado en Proverbios 31, sino más bien a la idea de dejarlas predicar, enseñar en reuniones de mujeres y llevar a cabo el pastoreo femenino en las iglesias. El mundo aplaude esto, porque es la actitud en general hoy – lleva décadas fortaleciendo y potenciando a las mujeres. Pero el protagonismo y los aplausos del mundo deben hacernos parar y pensar, porque es el enemigo de Cristo y de la Palabra de Dios. En nuestros tiempos es común encontrar aún en las congregaciones evangélicas que las mujeres jóvenes estudian carreras universitarias. Los colegios e institutos las mentalizan que eso es lo que deberían hacer. Para ellas lo anormal es que una mujer joven no tenga carrera. Aunque quizás no lo dirían exactamente así, miran con cierto desdén el concepto “anticuado” de quedarse en casa. Afirman que la mujer es capaz de hacer lo mismo que el hombre. En muchas cosas no lo dudamos ni lo discutimos, pero la cuestión no es si puede, sino si debe.
A muchas mujeres creyentes les está pasando la crisis y prueba de Uzías. Han bebido de las fuentes del mundo, y: “ya son fuertes”. Ven que tienen potencial y habilidad, se han fortalecido y engrandecido. Ya no son las humildes y sencillas mujeres piadosas de antaño cuyo ministerio era ser esposas, madres y amas de casa. Ahora son más intelectualmente desarrolladas (como si trabajar en casa fuera para tontas), y han logrado cierto éxito en sus empresas. Como Uzías, ellas también creen que pueden hacer más, y quizás confían en su habilidad y vigor, pero en esto se equivocan. Para estas mujeres, la fuerza es más una prueba de su carácter que la debilidad y están cayendo en el mismo pecado, de enaltecerse para su ruina, y rebelarse contra Jehová su Dios. Es una acusación muy grave, ya lo sé, y procuraré explicarme.
Como Uzías, un número creciente de mujeres evangélicas, que tienen apariencia de piedad, y de quienes se supone que sólo desean glorificar a Dios, se están equivocando respecto al ministerio. Y el problema se hace peor si alguna de ellas es misionera o la mujer del pastor, y usa su posición e influencia para enseñar sus ideas y prácticas a otras, todo con el consentimiento de su marido. Pero recordemos: “Lo ha dicho la misionera” o “...la mujer del pastor”, no es lo mismo que: “lo ha dicho Dios”. En todo el hablar de los derechos de la mujer, se nos están olvidando la Palabra de Dios y los derechos de Dios y Sus prerrogativas divinas. Todavía en el siglo XXI es Dios quien decide cómo se le debe adorar y servir, y Sus decisiones han sido declaradas en Su Palabra, no en congresos ni concilios de evangélicos.
Pero hoy las personas jóvenes no conocen otra cosa, porque han nacido en un ambiente evangélico ya alejado de la Palabra de Dios, ya contaminado por ideas mundanas. Les parece normal que haya reuniones y estudios de mujeres, retiros para mujeres (y en algunos de ellos la cena del Señor con sólo mujeres, presidida por ellas), conferencias para mujeres, revistas para mujeres con mujeres escritoras y mujeres pastoras. Aunque no sean reconocidas como tales, existen situaciones en las que aparentemente creen que sólo ellas pueden visitar, entender y aconsejar a las mujeres. Eso es una afrenta a la Palabra de Dios y el liderazgo y ministerio de los hermanos varones que Dios, no los hombres, estableció. Las conferencias celebradas son para todos los creyentes, el ministerio de la Palabra en la iglesia es para todos los creyentes, y las revistas hasta hace poco han sido para todos los creyentes. ¿De dónde entonces esta idea de algo: “sólo para nosotras” y “caminemos juntas”? Cierto es que su procedencia no es bíblica, porque no está en la Biblia. No hay ningún libro en la Biblia escrita por una mujer, ni escrita solamente para mujeres.
En el Nuevo Testamento (espero que al lector le importe) no hay mujeres misioneras, conferenciantes, escritoras, pastoras, etc. Las mujeres piadosas aprendieron en silencio y no enseñaron ni ejercieron liderazgo. La única manera de lograr estas cosas hoy en día es apelando a argumentos culturales (la evolución social: una teoría de Marx, tomada de ideas de Darwin) y en nombre del progreso. Pero las asambleas progresistas carecen de apoyo bíblico, porque el buen camino no está por descubrir en el futuro. Está atrás, en la Palabra de Dios. En Jeremías 6:16, Dios no dice: “adelante”, sino: “Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él”. Lamentablemente, el pueblo respondió: “No andaremos”. Era un problema de la voluntad, no de falta de información. Dios continuó: “Escuchad al sonido de la trompeta” (alarma), pero el llamado pueblo de Dios dijo: “no escucharemos” (v. 18). Otra vez, es cuestión de la voluntad. ¿No tenemos el mismo problema hoy en día? No nos falta información, sino voluntad para obedecer a Dios. Sería mucho más triste si hoy en día repitiéramos este gran error. Sufriríamos también el disgusto y la desaprobación de Dios. Como la iglesia de Laodicea, el olor del mundo está sobre las iglesias “contemporáneas”, progresistas, manifiestamente mundanas. Su éxito y popularidad temporales no les salvará en el día del juicio. En aquel día la Palabra de Dios será abierta, y dice:
“La mujer aprenda en silencio, con toda sujeción. Porque no permito a la mujer enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio. Porque Adán fue formado primero, después Eva; y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo engañada, incurrió en transgresión” (1 Ti. 2:11-14).
Hay que afirmar que amamos y estimaos a nuestras hermanas en la fe, pero ni aun así le corresponde a una mujer el liderazgo, ni siquiera de otras mujeres, y con la Biblia NO se puede demostrar lo contrario, porque Dios estableció que lo tuvieran los varones. No se trata de machismo, sino de aceptar el diseño y el plan del Creador y Cabeza de la Iglesia. Porque una escoba no debe usarse para pintar una casa, no quiere decir esto que no sea útil. Es útil en el lugar y trabajo que le corresponde. Y así es con el servicio que cada uno debe rendir al Señor y a Su Iglesia. Respecto a la mujer creyente, las razones dadas por el Espíritu Santo aquí no tienen absolutamente nada que ver con la cultura, sino con los propósitos de Dios en la creación y después de la caída. No se contempla en la Palabra de Dios “directoras” de ministerios, ni pastoras, ni consejeras, ni escritoras, ni nada semejante. Seamos honestos, la Biblia no enseña que las mujeres hagan esto. Al contrario, Dios dice en Su Palabra inspirada e inerrante: “Aprenda en silencio, con toda sujeción”. Queridos hermanos, es inútil defender la Biblia como plena y verbalmente inspirada por Dios e inerrante, y luego claudicar en la práctica sobre lo que Dios ha dicho. Y en algunos casos, es más que un error; es hipocresía.
Es interesante notar que el mismo pasaje, 1 Timoteo 2:9-15, asocia la piedad de la mujer con su forma de vestir, con su carácter y con su conducta. Y justamente estas cosas son las que muchas veces también les falta a muchas mujeres evangélicas. Han aprendido del mundo cómo vestirse, qué carácter es bueno tener, y cómo conducirse. El bombardeo continuo de los medios de comunicación, la tele, la radio, las revistas, también la educación en escuelas públicas, y la influencia de la sociedad alrededor nuestro han dejado su marca. Es una especie de lavado de cerebro, hecho poco a poco, a lo largo de los años de la juventud y sin ser percibido hasta que su trabajo, como la carcoma, ya está hecho.
“Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza,; porque lo mismo es que si se hubiese rapado...Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles...Juzgad vosotros mismos: ¿Es propio que la mujer ore a Dios sin cubrirse la cabeza?” (1 Co. 11:5-13).
Dios estableció el velo como símbolo de autoridad, y por ende, símbolo de la sumisión de la mujer cristiana a esta autoridad. No se puede relegar a los tiempos y la cultura de Corinto, puesto que el versículo 16 habla de: “las iglesias de Dios”.
“Como en todas las iglesias de los santos, vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación” (1 Co. 14:33-35).
El apóstol Pablo escribió esto, no por su cuenta, sino bajo la inspiración del Espíritu Santo. Es Palabra de Dios, y por lo tanto, el silencio de la mujer en la congregación, en público, es bíblico y por tanto, correcto. Es doctrina apostólica acerca de la mujer. Y añade: “Si alguno se cree profeta, o espiritual, reconozca que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (1 Co. 14:37). Entonces, fue Dios, mediante el apóstol, quien hizo de esta doctrina un “test” de servicio a Dios y espiritualidad. Las iglesias que no observan el silencio de la mujer desobedecen la Palabra de Dios. Los que les enseñan a hacerlo, por más letras que tengan detrás de su nombre, no hablan de parte de Dios ni son espirituales, antes al contrario, les falta discernimiento en la Palabra de Dios. Comprendemos que declarar esto es para muchas personas como una provocación, pero tal reacción simplemente indica lo lejos que hemos ido de la Palabra en nuestro desliz. ¡Es hora ya de parar, mirar, preguntar por la senda antigua, y andar en ella! Uzías se rebeló contra la Palabra de Dios; quiso tomar para sí libertades (supuestamente buenas) que Dios no permitía. Fue pecado.
Otra vez vivimos las circunstancias vergonzosas de la rebelión de Uzías, cuando algo bueno se vuelve malo. Pero esta vez las mujeres son las protagonistas en la rebelión. Es rebelión contra la Palabra de Dios cuando una mujer entra en el pastoreo, cuando deja de aprender en silencio y comienza a dar estudios y enseñar la Palabra de Dios. Cuando una mujer toma el liderazgo en la iglesia, por buenos que sean el ministerio o las intenciones de ellas, es pecado. Se supuso que Uzías quería glorificar a Dios y rendirle culto más de cerca, pero los sacerdotes le mandaron salir del santuario, y le declararon tres cosas:
1. “no te corresponde a ti”
2. “has prevaricado”
3. “no te será para gloria delante de Jehová Dios”
Esto es lo que debe suceder entre nosotros, queridos hermanos, si vamos a ser un pueblo fiel a Dios y a Su Palabra. ¿Dónde están los varones de Dios, siervos fieles que creen a Su Palabra? Los sacerdotes respetaban al rey, pero no obraron con acepción de personas. Nosotros respetamos y estimamos a las mujeres creyentes, como coherederas de la gracia, claro que sí. No se trata de una lucha contra las mujeres, sino contra la falta de respeto que hemos tenido a la Palabra de Dios. Pero debemos obrar con acepción de personas simplemente porque en este caso son mujeres. No hay que andar de puntillas porque son esposas de ancianos, de misioneros o mujeres “encomendadas” a algún ministerio eclesial o paraeclesial, sino ponernos contra ellas (no como personas, ni como mujeres coherederas de la gracia, sino en el contexto bajo consideración) y decirles tres cosas: “no os corresponde”, “habéis prevaricado”, y “no os será para gloria delante de Jehová Dios”. Y al hacerlo, que nadie nos acuse de tener manías a las mujeres, porque no es así. Es cuestión de amar al Señor y Su Palabra tanto, ¡que deseamos fervientemente hacer lo que dice!
Y en más de un caso, gran parte del problema son los varones. Hemos cedido nuestras responsabilidades y privilegios a las mujeres, a veces por pereza, otras por apatía, a veces por avaricia o amor a los deleites. Nos hemos pegado a la tele, hechos unos adictos al futbol o a las películas, y las mujeres han preferido la Palabra de Dios. O nos hemos sumergido en el trabajo y el negocio, haciendo dinero, subiendo en la carrera, y no hemos tenido tiempo para la Palabra del Señor ni para servirle. No nos pueden preguntar en casa acerca de la Palabra, porque no sabemos, excepto acerca de quién ganó la copa del rey. No nos hemos esforzado para salir a las puertas, para ir a visitar, ni siquiera hemos abierto las nuestras para ejercer hospitalidad. Comprendemos a nuestro perro de caza o nuestro Mercedes más que a las personas, así que, ¿cómo vamos a aconsejar y pastorear? Todo esto es verdad, y de ello tenemos que arrepentirnos, pero aunque esto es así, los hombres no tienen toda la culpa en exclusiva.
La otra cara de la moneda acerca de los hombres es que algunos son pusilánimes. Aun el gran Acab escuchó la voz de su mujer, Jezabel. Dios acusó a Adán de haber escuchado la voz de su mujer al sumergir la raza en el pecado. Abraham escuchó la voz de Sara respecto a un hijo, y el resultado fue Ismael y siglos de problemas. Hay hombres que en la calle son leones, pero en casa, gatitos domesticados. En el púlpito son grandes oradores, pero en casa son mandados. Y en algunos casos los propios maridos temen pararle los pies a su mujer, y si no pueden con ella, ¿qué van a hacer en la iglesia? Quizá saben que como Uzías, ellas se llenarán de ira y habrá una escena desagradable. Puede que algunas manden en privado, en su matrimonio y familia, aunque no deberían, pero no podemos callarnos cuando como Uzías, ellas llenan sus manos con incienso y desean entrar en un ministerio que Dios les tiene prohibido. Quizá se enojarán, pero ¿cuál es la procedencia de semejante ira, sino el alto concepto que algunas tienen de sí mismas? Quizá se creen “maestras” y “líderes”. Si han bebido de las fuentes del mundo, están en cierto sentido borrachas de ideas mundanas en cuanto a su importancia y potencial. Así que, debido al mucho tiempo en que los varones han ido cediendo el terreno, dejando a las mujeres “desarrollar” su ministerio fuera de casa más y más, ahora no será fácil la reconquista de lo perdido por falta de valentía o por falta de convicción.
Es válido hasta cierto punto el temor de que si nos oponemos a ellas, habrá contienda, división y pérdida. A lo mejor no reaccionan ellas así públicamente, pero sus maridos y otros hombres controlados por ellas, sí, levantarán oposición abierta. La dinámica de esta situación ha sido descrita por el dicho: “En casa ella le escribe las partituras, y el público él canta”. Pero quien escribe las únicas “partituras” que valen para la iglesia, la familia y la vida cristiana, es Dios. Así que, hay que decidir, como los sacerdotes en el tiempo de Uzías, qué es realmente importante.
Siempre vale más ser fiel a Dios y Su Palabra que quedar bien con los hombres, o en este caso, con las mujeres que desean el protagonismo en las asambleas. La Palabra de Dios no ha cambiado, y en ella no hay precepto ni ejemplo de lo que hoy en día las mujeres evangélicas hacen y quieren hacer. Pero en las asambleas padecemos de una crisis de convicciones bíblicas y de liderazgo espiritual.
Es mi convicción que debemos arrepentirnos humildemente, y confesar nuestro pecado, no tratando de excusarlo o minimizarlo, y volver a dirigir las congregaciones (y nuestros matrimonios y familias) por la Palabra de Dios. No es cuestión de simplemente hacer declaraciones, sino de hacer cambios, de ordenar nuestras vidas y prioridades para que los varones sean en verdad los líderes, guías y maestros espirituales que toda la iglesia necesita.
Toda retórica acerca de derechos, habilidad o potencial de la mujer es vana, porque no se trata de esto. Se trata de que Dios ha hablado y nos ha dicho cómo proceder. Entonces, sobran todas nuestras ideas acerca de cómo mejorarlo. Dios ha hablado en Su Palabra, la Biblia. ¡Este librito no es la Biblia! Todo lo que cita de la Biblia debe ser leído y escudriñado como hicieron los de Berea. ¿No sería triste si Dios estuviera tratando de decirnos algo y no le dejábamos?
Todos los creyentes, varones y mujeres, somos miembros de la familia de Dios sólo por Su gracia. Somos coherederos y copartícipes de la misma gracia (1 P. 3:7). Pero recordemos esto, habilidad y oportunidad no son lo mismo que responsibilidad. En la casa de Dios no todos tenemos la misma responsabilidad y función. Hermanos, hermanas, no repitamos el error de Uzías. Nuestras amadas hermanas no deben desear entrar en el ministerio que el Señor designó para los varones, y los hermanos no deben ser pusilánimes ni cobardes ni permisivos respecto a las intrusiones femeninas. No se nos envanezca el corazón más para nuestra ruina, y no nos rebelemos contra lo que Dios ha escrito. Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso.
Carlos Tomás Knott