“Y edificó allí un altar, e invocó el nombre de Jehová, y plantó allí su
tienda; y abrieron allí los siervos de Isaac un pozo” (Génesis 26:25)
Estas tres cosas: un altar, una tienda y un pozo, son símbolos del verdadero peregrinaje. Destacan tres cosas esenciales en la vida de cada creyente, puesto que somos peregrinos. Muchos anhelan una ciudadanía que consideran provechosa para sí en esta vida (estadounidense, inglesa, española, francesa, alemana, etc.), porque piensan en dinero y comodidad, e incluso arreglan toda su vida y sus prioridades para que no falten estas cosas, mientras que descuidan lo más importante, lo espiritual. ¿Acaso se nos olvida que el creyente ya pertenece al único verdadero imperio y a la mejor sociedad: el reino del cielo? ¿Nos parece poco? Hermanos, aceptemos nuestra identidad de peregrinos en esta vida, y que no nos falten nunca los símbolos del peregrino: el altar, la tienda y el pozo.
Estas tres cosas: un altar, una tienda y un pozo, son símbolos del verdadero peregrinaje. Destacan tres cosas esenciales en la vida de cada creyente, puesto que somos peregrinos. Muchos anhelan una ciudadanía que consideran provechosa para sí en esta vida (estadounidense, inglesa, española, francesa, alemana, etc.), porque piensan en dinero y comodidad, e incluso arreglan toda su vida y sus prioridades para que no falten estas cosas, mientras que descuidan lo más importante, lo espiritual. ¿Acaso se nos olvida que el creyente ya pertenece al único verdadero imperio y a la mejor sociedad: el reino del cielo? ¿Nos parece poco? Hermanos, aceptemos nuestra identidad de peregrinos en esta vida, y que no nos falten nunca los símbolos del peregrino: el altar, la tienda y el pozo.
El Altar
El altar representa nuestra necesidad diaria
de adoración y de sacrificio a Dios. ¿Quién debe hacer el sacrificio de
la mañana y de la tarde, sino tú? ¿Quién cuida el altar, asegurando que
suban a Dios ofrendas? Los patriarcas edificaron altares dondequiera que
estuviesen, porque ahí se reunieron con Dios y le adoraron. ¿Cuidas el
altar de devoción a Dios en tu vida, cada día? Qué triste es saber que
muchos cuidan el televisor, lo llevan consigo a todas partes, y
dondequiera que esté su casa, casi lo primero es instalar una tele,
arreglar los muebles del cuarto de estar alrededor suyo, y comenzar a
rendirle culto diario. Mejor sería pasar todo ese tiempo frente a la
Palabra de Dios, leyendo, meditando, orando y teniendo comunión con
Dios. ¿Y no afectaría esto nuestra vida espiritual, nuestro poder y
eficacia para servir al Señor? ¿No serían nuestras familias de otra
forma, y no se ocuparían nuestros corazones de otros asuntos, si
cuidáramos el altar en lugar de la tele? Y quizá la tele sea también
altar, de Baal, del dios de este mundo, donde continuamente se ven los
deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida.
Donde se sacrifican los niños, el matrimonio, la vida espiritual y el
testimonio para “saber las noticias” (como se suele decir: “sólo miro el
telediario y algún documental”)¡Menudo altar! Los hombres de Dios en
otro tiempo hablaron así: “no pondré delante de mis ojos cosa injusta”
(Sal. 102:3). Somos peregrinos, esto está claro, pero es hora de
preguntar a muchos: “hermano, ¿qué pasa con el altar?”
La Tienda
El Pozo
Y el pozo, tan necesario en el desierto, representa
nuestro recurso constante y fuente de ayuda, la Palabra de Dios. Ella
nos refresca y nos fortalece en el desierto de este mundo. El mundo no
es un oasis para el creyente. El poeta persa, Omar Khayam decía en su
obra, “El Rubiyat”, que la eternidad es un desierto y la vida es un
oasis, así que, a pasarlo bien en esta vida porque después viene el
desierto. Se equivocó, pues es totalmente al contrario, este mundo es un
desierto que no sostiene la vida espiritual. Aunque cuesta tiempo y
trabajo abrir un pozo, vale la pena, porque el agua cristalina y fresca
de la Palabra de Dios es vital, porque además de refrescarnos y
animarnos, en ella encontramos vida y salud. Con la Palabra de Dios nos
limpiamos también de la suciedad contraída a raíz de estar en el mundo,
aunque no somos del mundo. ¡Un peregrino sin pozo está en gran peligro!
Hermano, hermana, ¿qué de tu pozo?
Hermanos, la negligencia de cualquiera de estas tres cosas pone en peligro nuestra salud espiritual y nuestra vida distinta de peregrinos. Al descuidar o abandonar el altar, la tienda o el pozo, como consecuencia nos encontraremos asimilando la forma de pensar, hablar y vivir que es de los del mundo. Si nos acomodamos aquí e imitamos a los del mundo, sufriremos la pérdida de nuestro carácter de peregrino, el gozo y el poder espiritual para servir y agradar al Señor. ¡No nos jubilemos ni dejemos de ser peregrinos hasta que el Señor nos llame a Su presencia!
Hermanos, la negligencia de cualquiera de estas tres cosas pone en peligro nuestra salud espiritual y nuestra vida distinta de peregrinos. Al descuidar o abandonar el altar, la tienda o el pozo, como consecuencia nos encontraremos asimilando la forma de pensar, hablar y vivir que es de los del mundo. Si nos acomodamos aquí e imitamos a los del mundo, sufriremos la pérdida de nuestro carácter de peregrino, el gozo y el poder espiritual para servir y agradar al Señor. ¡No nos jubilemos ni dejemos de ser peregrinos hasta que el Señor nos llame a Su presencia!
Carlos Tomás Knott
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