sábado, 2 de enero de 2016

Altar, Tienda y Pozo

“Y edificó allí un altar, e invocó el nombre de Jehová, y plantó allí su tienda; y abrieron allí los siervos de Isaac un pozo” (Génesis 26:25)

    Estas tres cosas: un altar, una tienda y un pozo, son símbolos del verdadero peregrinaje. Destacan tres cosas esenciales en la vida de cada creyente, puesto que somos peregrinos. Muchos anhelan una ciudadanía que consideran provechosa para sí en esta vida (estadounidense, inglesa, española, francesa, alemana, etc.), porque piensan en dinero y comodidad, e incluso arreglan toda su vida y sus prioridades para que no falten estas cosas, mientras que descuidan lo más importante, lo espiritual. ¿Acaso se nos olvida que el creyente ya pertenece al único verdadero imperio y a la mejor sociedad: el reino del cielo? ¿Nos parece poco? Hermanos, aceptemos nuestra identidad de peregrinos en esta vida, y que no nos falten nunca los símbolos del peregrino: el altar, la tienda y el pozo. 

El Altar
   El altar representa nuestra necesidad diaria de adoración y de sacrificio a Dios. ¿Quién debe hacer el sacrificio de la mañana y de la tarde, sino tú? ¿Quién cuida el altar, asegurando que suban a Dios ofrendas? Los patriarcas edificaron altares dondequiera que estuviesen, porque ahí se reunieron con Dios y le adoraron. ¿Cuidas el altar de devoción a Dios en tu vida, cada día? Qué triste es saber que muchos cuidan el televisor, lo llevan consigo a todas partes, y dondequiera que esté su casa, casi lo primero es instalar una tele, arreglar los muebles del cuarto de estar alrededor suyo, y comenzar a rendirle culto diario. Mejor sería pasar todo ese tiempo frente a la Palabra de Dios, leyendo, meditando, orando y teniendo comunión con Dios. ¿Y no afectaría esto nuestra vida espiritual, nuestro poder y eficacia para servir al Señor? ¿No serían nuestras familias de otra forma, y no se ocuparían nuestros corazones de otros asuntos, si cuidáramos el altar en lugar de la tele? Y quizá la tele sea también altar, de Baal, del dios de este mundo, donde continuamente se ven los deseos de los ojos, los deseos de la carne y la vanagloria de la vida. Donde se sacrifican los niños, el matrimonio, la vida espiritual y el testimonio para “saber las noticias” (como se suele decir: “sólo miro el telediario y algún documental”)¡Menudo altar! Los hombres de Dios en otro tiempo hablaron así: “no pondré delante de mis ojos cosa injusta” (Sal. 102:3). Somos peregrinos, esto está claro, pero es hora de preguntar a muchos: “hermano, ¿qué pasa con el altar?”
 
La Tienda
   
Luego está la tienda. Abraham vivía en tiendas, y así también Isaac, porque también era peregrino. La tienda nos recuerda que el mundo no es nuestro hogar, que estamos de paso y no debemos arraigarnos ni acomodarnos en este mundo. La tienda tiene un cuidado sencillo, y no requiere mucha atención, lo cual quiere decir que no hay que gastar constantemente tiempo y dinero en su mantenimiento. Limpiar, sí. Poner un parche de vez en cuando, sí, y sacudirla para quitar el polvo. Era para escapar del calor y del frío, para dormir seguro, pero nunca venía a ser un palacio. La tienda podía moverse de lugar en lugar sin mucho problema, y daba movilidad a su dueño, y no le impide si el Señor le llama a otro lugar. No se nos olvide: el Señor ha ido a prepararnos lugar en la casa de Su Padre. Nuestro hogar y nuestra ciudadanía están en los cielos, y allí debemos poner la mirada cada día, para mantenernos separados del mundo, sobre todo, en nuestro corazón. El peregrino mira su tienda y se acuerda de que es forastero. Por ejemplo, Abraham: “por la fe habitó como extranjero...morando en tiendas con Isaac y Jacob, coherederos de la misma promesa, porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (He. 11:9-10): “confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” (He. 11:13). En otros años las iglesias apreciaban más estos textos. Hablaban de estos temas y cantaban himnos de peregrinos, pero estos himnos ya han sido olvidados en muchos lugares. Hoy en día hablan de derechos, de federaciones, de involucrarse en la política. Los patriarcas nunca tuvieron “notorio arraigo” ni tampoco los apóstoles, y además, no les hacía falta para servir al Señor y le servían mucho mejor que nosotros. ¿Dónde están los peregrinos, los que moran en tiendas y viven para servir a Dios, anhelando de corazón una patria mejor: “esto es, celestial”? (He. 11:16).
 

El Pozo    
Y el pozo, tan necesario en el desierto, representa nuestro recurso constante y fuente de ayuda, la Palabra de Dios. Ella nos refresca y nos fortalece en el desierto de este mundo. El mundo no es un oasis para el creyente. El poeta persa, Omar Khayam decía en su obra, “El Rubiyat”, que la eternidad es un desierto y la vida es un oasis, así que, a pasarlo bien en esta vida porque después viene el desierto. Se equivocó, pues es totalmente al contrario, este mundo es un desierto que no sostiene la vida espiritual. Aunque cuesta tiempo y trabajo abrir un pozo, vale la pena, porque el agua cristalina y fresca de la Palabra de Dios es vital, porque además de refrescarnos y animarnos, en ella encontramos vida y salud. Con la Palabra de Dios nos limpiamos también de la suciedad contraída a raíz de estar en el mundo, aunque no somos del mundo. ¡Un peregrino sin pozo está en gran peligro! Hermano, hermana, ¿qué de tu pozo?
    Hermanos, la negligencia de cualquiera de estas tres cosas pone en peligro nuestra salud espiritual y nuestra vida distinta de peregrinos. Al descuidar o abandonar el altar, la tienda o el pozo, como consecuencia nos encontraremos asimilando la forma de pensar, hablar y vivir que es de los del mundo. Si nos acomodamos aquí e imitamos a los del mundo, sufriremos la pérdida de nuestro carácter de peregrino, el gozo y el poder espiritual para servir y agradar al Señor. ¡No nos jubilemos ni dejemos de ser peregrinos hasta que el Señor nos llame a Su presencia!

Carlos Tomás Knott


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