lunes, 6 de octubre de 2014

La Mona, Aunque Se Vista De Seda...


 “La mona aunque se vista de seda, mona es, y mona se queda”.

  
La seda no cambia a la mona, y sus hechos pronto lo demuestran. La religión no cambia al hombre, y pronto su corazón lo demuestra. Amigo, si piensas que por lo que eres o haces en esta vida te vas a ganar el cielo, te equivocas. Porque la seda de la religión o de la filosofía de buenas obras tiene una deficiencia fundamental: no cambia al que se viste de ella. Cristo dijo: “lo que es nacido de la carne, carne es y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (S. Juan 3:6)
    Esta fue la respuesta del Señor Jesús a Nicodemo, un hombre principal de los judíos, en aquellos tiempos. “Don Nicodemo”, catedrático en la ley canónica de Moisés, maestro en Israel, licenciado en teología, probablemente era admirado por muchos como gran persona religiosa. Tenía toda la “seda” que la religión podía ofrecerle. Pretendía entrar en el reino de Dios por sus conocimientos y sus esfuerzos, sus obras: obedecer los diez mandamientos, ofrendar en el templo, ayudar a los pobres, enseñar a los demás a guardar la Ley de Dios,  y todo aquello que su conciencia le dictaba. Pero ante el Señor Jesucristo, “don Nicodemo” quedaba confuso. El Señor le decía que no había adelantado nada, al contrario, que no había dado el primer paso todavía. Al hombre muy religioso y devoto, catedrático, le dijo que todavía no había nacido, respecto a la vida espiritual. No se puede mezclar una cosa con otra; lo nacido de la carne con lo nacido del espíritu.
    La religión es algo que los hombres han inventado y organizado. Ella viste de seda a sus feligreses, quienes, viéndose “religiosos”, quizá con la sotana o el hábito, se quedan contentos, pero engañados. La religión tapa nuestra naturaleza con algo atractivo a los ojos y a los demás sentidos: las velas, las oraciones recitadas, los cánticos antifonales, las buenas obras, las letanías, la liturgia hermosa, las ceremonias y sobre todo los sacramentos. ¡Qué bonita es la seda, pero el problema es que debajo todavía está la mona! “Lo que es nacido de carne, carne es” dijo Cristo a “don Nicodemo”, y ahí está el problema, que debajo de la seda hay carne, nada más: “mona es, y mona se queda”
    La carne no es algo que tenemos, sino lo que somos. Es una naturaleza pecaminosa en la ciudadela de nuestro ser. Hemos nacido de carne, y carne somos, seamos religiosos o no. Todos nuestros esfuerzos humanos por tapar, vencer o mejorar la carne son inútiles. Son vestir a la mona de seda, pero en el interior, mona se queda. Nuestros esfuerzos son también fruto de la carne y nada pueden hacer. “Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne” (Col. 2:23).
    Es por esto que antes decía que todos los intentos que uno hace por ganarse el cielo son inútiles. Es inútil tratar de reformar la carne y procurar ser bueno, aunque es mejor intentar ser bueno que intentar ser malo, claro. Pero todo esto es “intentar” contando con nada más que la carne. “Lo nacido de la carne, carne es”. Quizá a unos se les ve menos la carne que a otros, porque llevan más seda, pero debajo de la seda de la religión y las filosofías de los hombres, esto es lo que hay. Defínelas y matízalas como quieras, pero comienzan y terminan con carne y ya está. Como bien dice el refrán: “La mona aunque se vista de seda, mona es y mona se queda”. Entonces, no se trata de cambiar el traje sino la persona misma. La única solución es cambiar la naturaleza, porque es de ahí, del corazón del hombre (S. Marcos 7:20-23) que viene el problema. Necesitamos una nueva naturaleza, no un vestido de seda. Pero ¿cómo se hace esto?
    ¿Volver a nacer? ¿Volver a comenzar la vida, pero sabiendo lo que sabes ahora y esta vez, vivir la vida procurando no hacer lo malo? No, porque ni aun volviendo a nacer de tu madre harías que la carne se mejorara, que desapareciese la naturaleza pecaminosa. Seguiría siendo fruto de la carne, de una forma u otra seguirías pecando. Y desde luego que de reencarnación nada, porque no vas mejorandote y “subiendo” en tu estado moral y espiritual hasta llegar a la perfección como afirman. “Lo nacido de la carne, carne es”. ¡Ay de  la mona en seda!
    Entonces ¿cuál es la solución ante este imposible? Es algo divino. La solución humana es vestir a la mona de seda, hacer al hombre religioso. Dale algo que hacer, júntale las manitas para que rece, y hazla participar en alguna ceremonia religiosa, llenar el ambiente con incienso, poner velas, y cosas por el estilo. Los participantes se sienten religiosos porque se están vistiendo de todo esto. Pero debajo de la seda de la religión son seres humanos no nacidos de nuevo, no regenerados. No son nuevas criaturas, sino carne vestida de religión. ¿Veinte siglos después de las palabras de Cristo a Nicodemo todavía no nos damos cuenta de que la carne no vale, de que el hombre no se mejora? Creíamos que avanzaba la ciencia, la medicina y por tanto también el hombre, pero sólo tienes que ver el telediario o el periódico para apreciar que lo nacido de la carne, carne es. El hombre no ha cambiado ni se mejora. Ha cambiado sus trajes, ahora viste de seda, pero...
    La única solución es la divina, nacer de nuevo. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios” fue la respuesta de Cristo a Nicodemo y también a ti.
    Un nacimiento espiritual, un cambio que procede de Dios y no del hombre. No un vestido nuevo sino una naturaleza nueva. Algo que te capacita para entrar en el cielo y vencer esa naturaleza pecaminosa que te hace hacer lo malo aunque no quieras.
    ¿Cómo puede hacerse esto?, preguntó Nicodemo y quizás tú también debes preguntarlo, porque si no sabemos algo o no lo entendemos, en lugar de criticarlo o farolear, es mejor ser como Nicodemo y hacer una pregunta con ganas de aprender. Decimos que el saber no ocupa sitio, pero ¡qué poco queremos saber a veces! ¡Como si ya no tuviéramos dónde ponerlo! “¡No me hables de esto!” “¡No quiero saberlo!” “¡Estoy contento con lo mió!” “¡No queremos nada!”  Esto no es el espíritu del noble Nicodemo. En lugar de criticar o rechazar en ignorancia, formuló una pregunta y procuró aprender para su propio bien.
    Si deseas saber, el Señor Jesús te responde como le respondió a él: Que para dicho nacimiento es necesario antes una muerte. No la tuya sino la de Jesús mismo. “Es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna”.
    Es la única forma de acabar con la naturaleza pecaminosa; no reformándola o disimulándola con vestidos costosos como queremos hacer nosotros sino matándola. Y en la cruz, el Señor acabó con ella de manera que ahora tú y “todo aquel que cree” puede nacer de nuevo y ser cambiado. Por fe en la obra del Señor Jesucristo uno recibe esta nueva naturaleza, nace de nuevo y está preparado para entrar al reino de Dios. El acceso al cielo no está en función de nuestros esfuerzos sino de creer y confiar.
    Así que por esto te equivocas si crees que puedes ir al cielo por lo que eres o has hecho. Porque todo eso no son mas que vestidos de seda que no cambian aquello que impide que entres al cielo. Nuestros esfuerzos son nacidos de la carne y no pueden cambiarte ni acabar con el pecado. Pero creer en aquel que ha podido vencer a la carne y al pecado en la cruz es lo que hace que uno pueda ver el reino de Dios. “Don Nicodemo” el catedrático fue noble y sabio. No discutió con Jesús, sino que se dispuso para escuchar Sus palabras y aprender de Él. Podía haber dicho, como muchos dicen hoy en día: “que no voy a cambiar, me quedo con lo mío”, pero había aprendido que lo suyo tenía una deficiencia grave. No es noble, leal ni bueno el no cambiar cuando estás en error. Entonces es tozudez y locura, y aquel que lo hace puede dejar de creerse buena persona. Nicodemo nos puso ejemplo. Abrió su corazón. No se aferró a lo suyo. Dejó de confiar en sí mismo, en lo que sabía como “maestro en Israel” (¡y sabía más que mucha gente!) y en cómo practicaba su religión. Reconoció que necesitaba confiar en Cristo y nacer de nuevo. ¿Seguirás el ejemplo de Nicodemo o cometerás el error de quedarte con tu seda porque te gusta?
    El primer nacimiento te constituye carne. Nada más. Vístala con la seda que quieras, pero recuerda, no llegará a ser más. Puedes ser un pecador muy religioso e incluso temeroso de Dios. Puede que tus prójimos te respeten como buen ejemplo, como persona religiosa. Pero recuerda, ante Dios todo esto es impotente, pues no puede para darte lo que realmente necesitas, que no es una religión que practicar, sino un cambio profundo en tu corazón, el nuevo nacimiento. “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios...os es necesario nacer de nuevo” (S. Juan 3:3, 7).
 
Carlos Tomás Knott

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