“Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado, teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible”. Hebreos 11.24-27
Moisés sorprendió a la sociedad y la nobleza cuando renunció su asociación con Faraón y el gobierno de Egipto. No tomó su decisión a la ligera, ni por razones como el resentimiento u otras cosas, sino como dice el texto: “por la fe”. Por eso sabemos que escogió bien. Pero, según la lógica de ciertos creyentes hoy, debería haberse quedado, pues
· Podía haber usado su posición para luchar para una vida mejor para los creyentes
· Podía haber usado sus riquezas e influencia para establecer escuelas y ayudar más al pueblo
· Podía haber sido para ellos un amigo influyente en lugares altos
· Podía haber impedido la corrupción y la impiedad en el gobierno egipcio
· Podía haber comenzado un movimiento popular para limpiar el gobierno
¿No necesitaban a un creyente en la política por esas y otras razones? ¿No es cierto que podía haber hecho más bien desde dentro que afuera? Se escucha el mismo argumento hoy. Sin duda, el texto enseña que hay una diferencia claramente marcada entre Egipto (el mundo) y el pueblo de Dios. Hay que escoger uno de los dos, y la elección tiene consecuencias.
Moisés, por la fe, escogió sufrir con el pueblo de Dios. Creía y confiaba en Dios, no en el gobierno o la política. No tomó apresuradamente su decisión. Seguramente como hombre inteligente y educado, entendía que si no se quedaba en el gobierno, el pueblo del Señor sufriría más, y él también. Sin embargo, rompió con la política y renunció todos los privilegios, la posición social y la comodidad de la nobleza. Voluntariamente pagó el precio de su separación. Escogió sufrir con el pueblo de Dios, en lugar de usar la política para mejorar la calidad de vida o luchar por los derechos.
Al hacer esto, renunció también a los tesoros de Egipto. Perdió las riquezas que como príncipe tenía a su disposición, y toda su herencia real. Algunos dirían que si se hubiera quedado en el gobierno, podía asegurar el buen uso de los tesoros para hacer bien. Pero, ¿necesitaba Dios los tesoros de Egipto? Obviamente, no, ni tampoco hoy los necesita.
Al salir, incurrió en la ira de Faraón. Egipto aborrece y mira con desdén a los que desprecian y rechazan su sabiduría, riquezas, religión y política. Pero como Moisés, el creyente hoy debe reconocer que esas cosas solo son la insensatez del hombre. Aunque el mundo y la sabiduría carnal no lo comprendan, es mejor ser pobre y sufrir con el pueblo de Dios.
Hoy, lamentablemente, hay un creciente número de creyentes que no están de acuerdo con Moisés y lo que hizo por la fe. Insisten que la política es el camino, la verdad y la vida. No aprecian que el Señor ofrece una corona a los que aman Su venida – ¡pues Él es la solución! Ofrece también una corona a los fieles ancianos en las asambleas, pero ninguna hay para los políticos y filántropos. La política es la sabiduría del hombre, no la de Dios, y la solución humana, no divina. No importa cuántos hay de ellos, nunca obligarán a Dios a modificar lo que escribió en Hebreos 11. La fe y la política son campos y caminos opuestos. La elección de Moisés sigue condenando a los que se involucran en la política para “hacer bien”. La decisión de Moisés enseña con elocuencia esta gran verdad: “Sin fe es imposible agradar a Dios”. Moisés escogió bien, ¿y tú?
Carlos Tomás Knott