Al oír eso de mi amigo, aunque he leído la Biblia numerosas veces, pensé que tal vez no me di cuenta de algo. Así que, me puse a leer otra vez el evangelio de Lucas, poniendo atención cuidadosa al asunto de la Navidad. Lucas fue divinamente inspirado, y además, un hombre inteligente, y un historiador diligente y cuidadoso. Entre sus primeras palabras están éstas: “me ha parecido también a mí, después de haber investigado con diligencia todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, oh excelentísimo Teófilo, para que conozcas bien la verdad de las cosas en las cuales has sido instruido” (Lc. 1.3-4). “Todas las cosas desde su origen” – seguramente, si la Navidad es una práctica cristiana, estará en el Evangelio de Lucas. Así que, leí con confianza y anticipación, y sin embargo, a pesar de mi diligencia no pude hallar ninguna celebración de Navidad. ¿Acaso existe alguna versión apócrifa de Lucas, que menciona la Navidad?
Oh, sí, por supuesto leí y consideré cuidadosamente cómo los ángeles anunciaron aquella noche maravillosa el Nacimiento de nuestro Señor. He aquí el texto:
“Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Lc. 2.9-14).
El glorioso anuncio angélico a los pastores de Belén, del nacimiento de Cristo fue acompañado de una multitud de ángeles que alababan a Dios. Fue un breve pero asombrosamente poderoso heraldo de Su venida, hecho por ángeles, no por seres humanos. No lo llamaron “Navidad”, ni fue repetido jamás, ni exhortaron a los hombres a celebrar ni a conmemorar el suceso. Los del cielo lo sabían cuando Él fue enviado, cuando llegó, y cuál era Su misión. Para los hombres todo eso era una sorpresa inesperada. Nada en aquel suceso se parece a la celebración de Navidad en nuestro mundo.
Los pastores fueron a prisa a Belén para ver esa maravilla, y hallaron a José, María y al Niño recién nacido y puesto en un pesebre. No estaban ahí los magos, como aparecen hoy en los “belenes” o “nacimientos”. Leemos en Mateo de la llegada posterior de esos magos, y el texto infiere que habían pasado alrededor de dos años (Mt. 2.16). Cristo y Sus padres estaban en una casa, no en el establo (Mt. 2.11). No menciona Lucas ninguna celebración de parte de los pastores, ni dice Mateo que los magos celebrasen. Nadie marcó la fecha, sino Herodes que quería matar al Niño.
Así que, para examinar al fondo, consulté a los otros Evangelios, pero no hallé en ellos mención alguna de la Navidad. Después, leí el libro de Hechos, también escrito por Lucas, para ver exactamente qué hacían los primeros cristianos, y qué enseñaban los apóstoles. Sabemos que las ordenanzas bíblicas son anunciadas en los Evangelios, practicadas en Hechos y enseñadas en las Epístolas. Pero en Hechos no hay nada que hable de hacer memoria, conmemorar o celebrar el nacimiento de Cristo, ni una vez. No fue enseñado ni practicado por los cristianos apostólicos. Ellos sí recordaban al Señor, y le honraban al guardar la Cena del Señor como Él mandó. Volviendo al Evangelio de Lucas, leí estas palabras del Señor: “Haced esto en memoria de mí” (Lc. 22.19). Hablaba de recordar Su muerte, no Su nacimiento.
Entonces, seguí mis investigaciones, y leí las Epístolas en busca de la Navidad, por si tal vez fue instituido en las Iglesias como parte de la “doctrina apostólica” (Hch. 2.42). Las Epístolas son inspiradas por Dios y útiles; son ricas y profundas en doctrina y práctica. Pablo afirmó a Timoteo: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2 Ti. 3.16-17). Así que, si algunos celebran Navidad y enseñan a sus hijos y otros a perpetuar la tradición, debe haber alguna base bíblica, pues la Escritura inspirada es útil para enseñar e instruir. No solo eso, sino también en las Escrituras tenemos todo lo que necesitamos para equiparnos para toda buena obra (v. 17). Extrañamente, no hallé la Navidad, pues no es mencionada en ninguna epístola. No se basa en ninguna doctrina o instrucción cristiana.
Así que, habiendo leído el Evangelio de Lucas y todo el resto del Nuevo Testamento, el resultado es que no hallo ninguna conmemoración ni fiesta de Navidad de parte de los apóstoles y los primeros cristianos. No hay enseñanza ni ejemplo que fuese comunicado a las iglesias. No es parte de la Escritura inspirada por Dios y útil, que es suficiente para prepararnos para toda buena obra.
Allí no hay música navideña – ni villancicos, ni programas especiales de Navidad, ni decoraciones navideñas. Ni siquiera los ángeles adornaron los campos, los árboles o las casas de Belén. En las Escrituras no hay árboles de Navidad, ni corona navideña, y nadie usaba muérdago, ni luces especiales en las casas, ni mucho menos ponían escenas del nacimiento (belenes), porque “no te harás imagen” (Éx. 20.4; Dt. 4.15-16).
Los creyentes y las iglesias en las Escrituras no guardaban como festivo ese día, ni intercambiaban regalos, ni celebraban con una cena especial en nochebuena, ni dulces especiales para la fecha. La Biblia carece de registro de esas cosas, y ella debe ser nuestra guía. En las Escrituras tampoco hay
Papá Noel, elfos, renos ni regalos. Ahí no aparece el pequeño tamborilero, ni Frosty el muñeco de nieve. Nada de todo eso está en la Biblia, no porque hubiera un Grinch que robó la Navidad, ni porque un tacaño como Ebenezer Scrooge desdeñara la fiesta. Es simplemente porque la Navidad no fue enseñada ni practicada en las iglesias.Quizás podríamos usar la palabra apócrifa (gr. apokryptein, “esconder”) respecto a la Navidad, porque ciertamente viene de una fuente ausente de las Escrituras, y parece que pocos saben y muchos no quieren saber de dónde. Los orígenes no son espirituales, y por eso como mucho son de dudosa fidelidad, y en el peor de los casos son paganos. La Enciclopedia Británica define así la palabra apócrifa: “en literatura bíblica, son obras fuera del canon aceptado de las Escrituras”. Si existen obras que enseñan la Navidad, ¡están fuera del canon bíblico! La Británica también comenta: “en su sentido más amplio, apocrypha ha venido a significar cualquier escrito de dudosa autoridad”. Eso incluiría cualquier obra que enseña la Navidad como práctica cristiana, porque no está en la Biblia.
En conclusión, sí, he leído el Evangelio de Lucas, todo el Nuevo Testamento, y toda la Biblia. Puedo declarar con confianza que no contienen ninguna celebración humana, ni personal ni eclesial, de la Navidad. Las iglesias en tiempos apostólicos no celebraban anualmente el nacimiento de Jesucristo. No existe enseñanza apostólica sobre la cual fundar la Navidad, ni ejemplo ni precedente bíblico alguno. “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad. Mas evita profanas y vanas palabrerías, porque conducirán más y más a la impiedad” (2 Ti. 2.15-16). Para ser aprobado por Dios, debemos estudiar diligentemente las Escrituras, y caminar en Su santa luz. Cualquiera manera de hablar que usa mero razonamiento humano o apela a la tradición o el sentimentalismo para justificar una práctica no bíblica podría ser considerado como profana y vana palabrería.
Dios no se agradó del invento de Caín, cuando trajo una ofrenda como le pareció, aunque lo ofreció al Señor. Nadab y Abiú ofrecieron fuego extraño, no a los ídolos, fíjate, sino a Jehová, pero fueron muertos instantáneamente porque violaron las instrucciones divinas. En cierto sentido, por su comportamiento, ellos añadieron a las Escrituras, no por escrito, sino por sus hechos y ejemplo, cuando añadieron algo que Dios no mandó. No honramos al Señor cuando inventamos o improvisamos, sino cuando obedecemos. ¿Qué agrada al Señor? No es ningún misterio, pues Su Palabra nos declara cómo debemos ser y vivir. “Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios” (1 S. 15.22). El Señor se agrada y es honrado cuando nos reunimos cada semana para recordarle y anunciar Su muerte, hasta que Él venga.
Carlos Tomás Knott