EL DOGMA DE LA INMACULADA
Y LA SALVACIÓN DE DIOS
extracto del libro con el mismo título,
por Antonio Rodríguez Galende
La expresión es
rimbombante, pero en la Escritura no hay ribete alguno que permita
suponerla, y menos aceptarla como cierta. Job 33:23 atisba acerca de un
“mediador muy elocuente escogido”, de manera que, aunque brevemente,
trataré de presentar tal Mediador:
PRIMERO.
He. 9:15 afirma que Cristo es “el Mediador de un Nuevo Pacto”. He.
12:24 manifiesta: “A Jesús, EL Mediador del Nuevo Pacto”. He. 8:6
expone: “Pero ahora tanto mejor ministerio es el suyo, cuanto es
mediador de un mejor pacto, establecido sobre mejores promesas”.
Pues
bien, la Escritura Santa no deja lugar a dudas en cuanto al Mediador
del Nuevo Pacto que Dios hace con el hombre en este tiempo de Gracia que
Dios concede a la Humanidad. (Posiblemente sea muy pronto cuando cierre
esas puertas de su Gracia y de nuevo abra las de su Ley)
La
Escritura presenta a “Jesús, el Mediador del Nuevo Pacto”, mientras que
de María ni en remoto asomo habla de ella. Antes bien, y para que nadie
tuviese duda, la Escritura sella el asunto con las siguientes palabras:
“Porque
hay un sólo Dios, uno también el Mediador entre Dios y los hombres,
Jesucristo Hombre, el cual se dio a Sí mismo en rescate por todos, de lo
cual se dio testimonio a su debido tiempo. Para esto yo fui constituido
predicador y apóstol, (digo verdad en Cristo, no miento), y maestro de
los gentiles en fe y verdad”, 1 Ti. 2:5-7.
Así
pues, Pablo Apóstol, el que tanto instruyó a los hijos de Israel, y fue
“constituido por Dios como predicador y apóstol, y maestro de los
gentiles en fe y verdad”, nada dice de la supuesta mediación de María.
Más bien cerró la puerta a esa mediación afirmando haber dado testimonio
“de la mediación única de Cristo, de lo cual se dio testimonio a su
debido tiempo”; y aún pone firma y sello al asunto diciendo: “No
miento”.
El alegado de
que María es “mediadora secundaria”, es un mero alegato basado en
argumentos terrenales que llevan a conclusiones que colisionan de plano
con los asertos divinos, y nada hace cambiar las claras y sencillas
enseñanzas del Ser Supremo, sino que se enfrenta contra ellas.
SEGUNDO.
En cuanto a que María sea la “mediadora de la Reconciliación”, notemos
que tal reconciliación se refiere al acto de reconciliación del pecador
con Dios. Obviamente, también aquí María brilla, no por una presencia de
inutilidad, sino por su plena ausencia.
De
modo que presento algunos pasajes que tan alto y fuerte hablan que ni
siquiera intento alzar mi pobre pluma para comentar nada, sino sólo para
que puedan meditarse y considerarse seriamente esas citas, a fin de
poder captar siquiera algo de “la multiforme sabiduría de Dios”, Ef.
3:10.
Dios es el sabio
“Arquitecto y Constructor”, He. 11:10, y nos ha dado a sus operarios
los planos de construcción, y los materiales que en su proyecto de obra
demanda para la edificación adecuada.
Así, pues, teniendo esas instrucciones debemos respetar la voluntad
divina y no agregar el ladrillo humano donde está excluido porque solo
se debe edificar con la piedra selecta de la cantera divina. Así que es
cosa de obedecer, y nada más.
“Y
todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por
Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los
hombres su pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la
reconciliación. Así que somos embajadores en nombre de Cristo, como si
Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo:
Reconciliaos con Dios. [porque] Al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
Él”, 2 Co. 5:18-21.
“Y
por medio de Él [de Cristo] reconciliar consigo todas las cosas, así
las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la
paz mediante la sangre de su Cruz. Y a vosotros también, que erais en
otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras,
ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte,
[de Cristo] para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles
delante de Él”, Col. 1:20-22.
“Por
tanto, acordaos de que en otro tiempo vosotros, los gentiles en cuanto a
la carne, erais llamados incircuncisión por la llamada circuncisión
hecha con mano en la carne [llamados paganos por los hijos de Israel].
En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel
y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el
mundo. Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais
lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo.
Porque
Él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared
intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la Ley
de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de
los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la Cruz
reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las
enemistades.
Y vino y
anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos y a los
que estaban cerca; porque por medio de Él los unos y los otros tenemos
entrada por un mismo Espíritu al Padre.
Así
que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los
santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento
de los Apóstoles y Profetas, siendo la principal piedra del ángulo [no
Pedro, sino] Jesucristo mismo, en quien todo el edificio bien
coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien
vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu”, Ef. 2:11-22.
“Mas
Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores,
Cristo murió por nosotros. Pues mucho más estando ya justificados en su
sangre, por Él seremos salvos de la ira. Porque si siendo enemigos
fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más,
estando reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solo esto, sino
que también nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por
quien hemos recibido ahora la reconciliación”, Ro. 5:8-11.
Vemos,
pues, que la Escritura es clara y contundente, de modo que haya sumo
cuidado con el ser maligno porque en sus argucias llega incluso a
hacerse pintar como un simple muñecote del tebeo religioso y del
antirreligioso, pero que mantiene bajo sus fuertes garras a muchedumbres
dominadas bajo su siniestro poder.
Tan
simulado está su engaño que muchedumbres le rinden sacrificio bajo el
engaño religioso de mero tinte cristiano, pues como instruye el Apóstol,
y se ha expresado en páginas anteriores: “Digo que lo que sacrifican
los gentiles, a los demonios y no a Dios lo sacrifican”, 1 Co.10:20.
En fin, como María no es mediadora entre Dios y los hombres, no reconcilia con Dios a ningún pecador que a ella recurra.
EL
DOGMA DE LA INMACULADA Y LA SALVACIÓN DE DIOS. Capítulo III:
Pensamientos humanos. La Mediadora de la reconciliación, ¿enemiga de
Dios un solo instante? Páginas 38-39.