El Dinero No Trae Contentamiento Sino Peligro
6:7 Este capítulo tiene una estrecha semejanza con las enseñanzas del Señor Jesús en el Sermón del Monte. El versículo 7 nos recuerda Su instrucción de que deberíamos confiar en nuestro Padre celestial para la provisión de nuestras necesidades. Hay tres ocasiones en la vida en que tenemos manos vacías: al nacer, cuando acudimos a Jesús, y en la muerte. Este versículo nos recuerda la primera y la última: Nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar.
Antes de morir, Alejandro Magno dijo: “Cuando esté muerto, sacadme sobre mis parihuelas, con mis manos no envueltas en el lienzo, sino fuera, para que todos puedan ver que están vacías”. Bates comenta acerca de esto:
Sí, aquellas manos que antes habían sostenido el más orgulloso cetro del mundo, que
habían sostenido la más victoriosa espada, que habían estado llenas de plata y oro, que
habían tenido el poder de salvar o de sentenciar a muerte, estaban ahora VACÍAS.
6:8
El contentamiento reside en estar satisfecho con las necesidades
básicas de la vida. Nuestro Padre celestial sabe que necesitamos
alimento y abrigo y ha prometido suplir lo uno y lo otro. La mayor parte
de la vida del incrédulo gira alrededor de la obtención de alimento y
vestido. El cristiano debería buscar primero el reino de Dios y Su
justicia, y Dios se cuidará de que no le falten las cosas básicas de la
vida. La palabra traducida abrigo aquí significa cubierta y puede
incluir un lugar donde vivir además de ropa para vestir. Deberíamos
sentirnos contentos con tener sustento o comida, y abrigo, esto es,
vestido y un lugar donde vivir.
6:9 Los
versículos 9–16 tratan de modo directo acerca de aquellos que tienen un
insaciable deseo de enriquecerse. Su pecado no reside en ser ricos, sino
en desear serlo. Los que quieren enriquecerse son los que no se
contentan con el alimento, el vestido y el alojamiento, sino que están
decididos a tener más.
Desear enriquecerse conduce a los hombres a la tentación. Para llegar a este fin, se sienten seducidos a emplear métodos deshonestos y a menudo violentos. Estos métodos incluyen el juego, la especulación, el fraude, el perjurio, el robo e incluso el homicidio. Un hombre así cae también en un lazo o trampa. El deseo se vuelve tan intenso que no se puede librar de él. Quizá se promete que cuando llegue a una cierta cantidad en la cuenta bancaria, se detendrá. Pero no puede. Cuando llega a aquella meta, desea más.
El anhelo de conseguir dinero también trae consigo ansiedades y temores, que atan el alma. La gente que se decide a enriquecerse cae en muchas codicias necias. Hay el deseo de “ser como los vecinos”. Para mantener un nivel social en la comunidad, se ven llevados a sacrificar algunos de los valores realmente valiosos de la vida.
También caen en codicias dañosas. La codicia por el dinero lleva a los hombres a poner su salud en peligro, y a arriesgar sus almas. En realidad, es a ese fin al que se dirigen sin darse cuenta. Se hunden hasta tal punto en su obsesión por las cosas materiales que se sumergen… en ruina y perdición. En su incesante búsqueda del oro, descuidan sus almas inmortales. Barnes advierte:
La destrucción es completa. Hay una ruina total de la felicidad, de la virtud, de la reputación y del alma. El deseo dominante de ser rico lleva a una sucesión de insensateces que arruina todo
en el presente y en el más allá. ¡Cuántos de la familia humana han sido destruidos así!
6:10 Raíz de todos los males es el amor al dinero. No todo el mal en el universo surge del amor al dinero. Pero sí que del amor al dinero surge toda clase de males. Por ejemplo, lleva a la envidia, a las pendencias, al robo, a la falta de honradez, a la intemperancia, a olvidar a Dios, al egoísmo, al fraude, etc. No es el dinero en sí lo que se está aquí señalando, sino el amor al dinero. El dinero puede ser empleado en el servicio del Señor en una variedad de formas en las que sólo el bien puede resultar. Pero aquí es un deseo desordenado de dinero que lleva al pecado y a la ignominia.
Ahora se menciona un mal particular del amor al dinero, que es un apartamiento de la fe cristiana. En su loca carrera en pos del oro, los hombres descuidan los temas y las cosas espirituales, y se hace muy difícil distinguir si realmente alguna vez fueron salvos. No sólo perdieron su sujeción de los valores espirituales, sino que se traspasaron a sí mismos con muchos dolores. ¡Pensemos en los dolores relacionados con la codicia por las riquezas! Hay la tragedia de una vida malgastada. Hay el dolor de perder a los hijos al mundo. Hay el dolor de ver las riquezas esfumarse de la noche a la mañana. Hay el temor de encontrarse con Dios, sin salvación, o como mínimo con las manos vacías.
El Obispo J. C. Ryle recapitula de este modo:
El dinero, en realidad, es una de las posesiones menos satisfactorias. Indudablemente, quita algunas ansiedades, pero introduce tantas como quita. Hay aflicción en su consecución. Hay ansiedad en su conservación. Hay tentaciones en su utilización. Hay culpa en su abuso. Hay dolor en su pérdida. Hay perplejidad en su empleo. Dos terceras partes de todas las luchas, peleas y pleitos en el mundo surgen de una sola causa: ¡el dinero!
El hombre más rico del mundo llegó a poseer pozos petrolíferos, refinerías, barcos petroleros y oleoductos; también hoteles, una compañía de seguros de vida, una compañía financiera y compañías de aviación. Pero había rodeado su finca de trescientas cincuenta hectáreas de guardaespaldas, fieros perros guardianes, barras de acero, focos, campanas y sirenas. Además de tener miedo a ir en avión y barco y a los chiflados, tenía miedo a las enfermedades, a la vejez, a la invalidez y a la muerte. Se sentía lleno de soledad y de melancolía, y reconoció que el dinero no podía comprar la felicidad.
Desear enriquecerse conduce a los hombres a la tentación. Para llegar a este fin, se sienten seducidos a emplear métodos deshonestos y a menudo violentos. Estos métodos incluyen el juego, la especulación, el fraude, el perjurio, el robo e incluso el homicidio. Un hombre así cae también en un lazo o trampa. El deseo se vuelve tan intenso que no se puede librar de él. Quizá se promete que cuando llegue a una cierta cantidad en la cuenta bancaria, se detendrá. Pero no puede. Cuando llega a aquella meta, desea más.
El anhelo de conseguir dinero también trae consigo ansiedades y temores, que atan el alma. La gente que se decide a enriquecerse cae en muchas codicias necias. Hay el deseo de “ser como los vecinos”. Para mantener un nivel social en la comunidad, se ven llevados a sacrificar algunos de los valores realmente valiosos de la vida.
También caen en codicias dañosas. La codicia por el dinero lleva a los hombres a poner su salud en peligro, y a arriesgar sus almas. En realidad, es a ese fin al que se dirigen sin darse cuenta. Se hunden hasta tal punto en su obsesión por las cosas materiales que se sumergen… en ruina y perdición. En su incesante búsqueda del oro, descuidan sus almas inmortales. Barnes advierte:
La destrucción es completa. Hay una ruina total de la felicidad, de la virtud, de la reputación y del alma. El deseo dominante de ser rico lleva a una sucesión de insensateces que arruina todo
en el presente y en el más allá. ¡Cuántos de la familia humana han sido destruidos así!
6:10 Raíz de todos los males es el amor al dinero. No todo el mal en el universo surge del amor al dinero. Pero sí que del amor al dinero surge toda clase de males. Por ejemplo, lleva a la envidia, a las pendencias, al robo, a la falta de honradez, a la intemperancia, a olvidar a Dios, al egoísmo, al fraude, etc. No es el dinero en sí lo que se está aquí señalando, sino el amor al dinero. El dinero puede ser empleado en el servicio del Señor en una variedad de formas en las que sólo el bien puede resultar. Pero aquí es un deseo desordenado de dinero que lleva al pecado y a la ignominia.
Ahora se menciona un mal particular del amor al dinero, que es un apartamiento de la fe cristiana. En su loca carrera en pos del oro, los hombres descuidan los temas y las cosas espirituales, y se hace muy difícil distinguir si realmente alguna vez fueron salvos. No sólo perdieron su sujeción de los valores espirituales, sino que se traspasaron a sí mismos con muchos dolores. ¡Pensemos en los dolores relacionados con la codicia por las riquezas! Hay la tragedia de una vida malgastada. Hay el dolor de perder a los hijos al mundo. Hay el dolor de ver las riquezas esfumarse de la noche a la mañana. Hay el temor de encontrarse con Dios, sin salvación, o como mínimo con las manos vacías.
El Obispo J. C. Ryle recapitula de este modo:
El dinero, en realidad, es una de las posesiones menos satisfactorias. Indudablemente, quita algunas ansiedades, pero introduce tantas como quita. Hay aflicción en su consecución. Hay ansiedad en su conservación. Hay tentaciones en su utilización. Hay culpa en su abuso. Hay dolor en su pérdida. Hay perplejidad en su empleo. Dos terceras partes de todas las luchas, peleas y pleitos en el mundo surgen de una sola causa: ¡el dinero!
El hombre más rico del mundo llegó a poseer pozos petrolíferos, refinerías, barcos petroleros y oleoductos; también hoteles, una compañía de seguros de vida, una compañía financiera y compañías de aviación. Pero había rodeado su finca de trescientas cincuenta hectáreas de guardaespaldas, fieros perros guardianes, barras de acero, focos, campanas y sirenas. Además de tener miedo a ir en avión y barco y a los chiflados, tenía miedo a las enfermedades, a la vejez, a la invalidez y a la muerte. Se sentía lleno de soledad y de melancolía, y reconoció que el dinero no podía comprar la felicidad.
del Comentario Bíblico, William MacDonald (CLIE), págs. 959-960